Mi madre rompió en sollozos y, aunque no podía ver a Liz, me di cuenta de que debía haber bajado la cabeza y estaría también al borde del llanto, tal como quedó demostrado por la actitud del hombre que hablaba…


Mi madre rompió en sollozos y, aunque no podía ver a Liz, me di cuenta de que debía haber bajado la cabeza y estaría también al borde del llanto, tal como quedó demostrado por la actitud del hombre que hablaba…
Aquella tarde había sido una auténtica pesadilla: de compras, acompañando a mi mujer, haciéndole las veces de perchero mientras pasaba las prendas de los colgadores, ojeando una por una, hasta sacar la que le llamaba la atención para endosármela y que se la sujetase mientras volvía a la incansable búsqueda del vestido, blusa o falda perfectos. Y después, la aburrida espera a la puerta del cambiador mientras ella se iba probando los trapitos elegidos, saliendo tras cada quita y pon para solicitar mi opinión.
— Esa chaqueta te queda genial —le había dicho una vez—. Ese vestido es muy bonito —le había dicho otra—. Esa falda te pega… ¡Uf, cómo te queda esa blusa!.
Esa última frase había dado en el clavo, pues de todas las prendas que se probó, tras toda una tarde recorriendo las tiendas del centro de la ciudad, aquella blusa entallada, de color azul como sus ojos, que envolvía sugerentemente la forma de su busto con un escote provocativo pero elegante, fue la única captura del día.
Era cierto que con el resto de prendas había sido demasiado benevolente, deseando acabar cuanto antes con aquella tortura, pero con la blusa había sido totalmente sincero, y Natalia lo había notado en el tono de mi voz, el resoplido escapando de mis labios, y mis ojos incendiados de lujuria.
— ¡Me la quedo! —había contestado ella con entusiasmo—. Y esta noche me la pruebo para ti, sin más ropa, como compensación por aguantar toda la tarde sin una queja.
Por lo menos, tendría mi recompensa por ser un paciente y sufrido esposo. Si ya estaba deseando marcharme a casa, aquello no hizo más que redoblar mi deseo.
Llevaba ocho años casado con Natalia, ocho maravillosos años en los que mis ganas de ella no se habían visto mermadas. Tenía la suerte de estar casado con una guapa mujer de bonitos ojos azules, larga melena oscura y atractivo cuerpo curvilíneo en el que destacaban un buen par de tetas, tan bien puestas como los tambores del batería de un grupo de Heavy Metal. A sus treinta y cinco, mi esposa seguía estando para comérsela, algo más rellenita que cuando nos casamos, pero igualmente deseable.
— Ummm… —me relamí yo—.Ya estoy deseando quitártela… Aunque la tarde ha sido muy larga… Tal vez me he ganado un poco más de compensación —añadí tomándola por la cintura y acariciando sus potentes nalgas por encima de la falda.
— Vaya, ¿y qué se te ocurre? —preguntó, juguetona.
— Me encantaría darte por este culazo —le susurré al oído, apretando sus posaderas.
Estaba seguro de cuál sería la respuesta, y cuál sería el resultado final.
— Ya veremos… —contestó—. Me cambio, pagamos y nos vamos.
“Ya veremos”, esa era siempre su respuesta cuando se lo proponía, y la cosa, al final, quedaba en nada. La verdad es que predisposición sí que mostraba, pero en el momento de la verdad, cuando mi sexo se alojaba entres sus rotundas cachas, el miedo al dolor era superior a ella, no permitiéndome penetrarla por el estrecho agujerito. Así que continuábamos con un delicioso “perrito”, pero con mi frustración por tener una mujer con un culo tan apetecible, pero totalmente infranqueable.
Salimos para casa, eran casi las ocho de la tarde, y la mayoría de tiendas en las que no quedaban clientes comenzaban a echar el cierre. Era viernes, y los dueños de los comercios que no abrían al día siguiente tenían casi tantas ganas de llegar a sus hogares como yo.
Caminando cogidos de la mano, al pasar enfrente de una peluquería, Natalia tuvo una brillante idea:
— ¿Por qué no aprovechas y te cortas el pelo?. Lo tienes muy largo ya —observó pasándome la mano por la cabeza.
— Pero, cariño —objeté yo—, estoy deseando llegar a casa y que te pruebes la blusa para mí…
— Venga, hombre, que nunca tienes tiempo, y estás más guapo con el pelo corto… En casa te esperaremos mi blusa y yo…
— Pero, si ya van a cerrar —volví a oponerme, observando a la chica de la peluquería fumándose un cigarrillo antes de bajar la chapa metálica de la puerta.
— Pregúntale, que no pierdes nada.
Para mi fastidio, con ganas de obtener una negativa como respuesta, me acerqué a la joven que nos observaba con interés.
— Hola, supongo que ya vas a cerrar y no podrás cortarme el pelo —le dije, dispuesto a darme la vuelta.
La chica, de poco más de veinte años, exhaló sensualmente una fina columna de humo blanco a través de sus carnosos labios pintados de un brillante color violeta, como un delicioso caramelo, observándome de arriba abajo para terminar esbozando una amplia sonrisa.
— Iba a cerrar —contestó—, pero si no te importa que me acabe el cigarrito, no puedo decirle que no a un cliente —añadió, mirando de reojo a Natalia.
Me giré asintiendo con la cabeza, apesadumbrado, y mi esposa me contestó lanzándome un beso tras dejarme leer en sus labios: “Te espero en casa”.
— ¿Entonces, te quedas? —me preguntó la joven al volver a girarme hacia ella.
— Eso parece —dije resignado.
— Perfecto, te aseguro que no te arrepentirás —añadió, dándole una última calada a su cigarrillo para soplar suavemente el humo hacia el cielo.
Sentí un hormigueo en mi interior. Me resultaba extrañamente erótico ver a una mujer disfrutando de tan malsano vicio, y más, si como era el caso de aquella jovencita, lo hacía con unos sensuales labios especialmente decorados para llamar la atención sobre ellos.
— Mi nombre es Elsa —dijo invitándome a pasar—, y hoy voy a ser tu peluquera.
— Gracias, yo soy Miguel, y hoy voy a ser tu cliente —contesté sonriéndole mientras entraba en el local.
Elsa bajó la chapa tras de sí, para evitar que entrasen más clientes de última hora, dejándome sin aliento al ver cómo se agachaba en el tramo final. Llevaba unos leggins negros, que no dejaban nada a la imaginación para hacer disfrutar a la vista de un precioso y prieto culito, cuyas redondeadas formas se dibujaban perfectamente con la ceñida y elástica prenda que las envolvía. Cuando se agachó, el espectáculo fue glorioso, pues no tuvo el decoro de doblar las rodillas y descender con la espalda recta, sino que dobló su cuerpo, dejando en alto su acorazonada grupa para dejarme obnubilado con la contemplación de la hendidura formada por sus firmes glúteos, mientras la tira de un tanga de hilo negro asomaba coronando un excitante escote trasero.
La chica cerró la puerta y, resuelta, se dirigió a mí.
— ¿Te parece que empecemos por un lavado?.
— Claro —respondí, tragando saliva mientras subía mi vista por su anatomía, escaneándola.
Por el fastidio de un corte de pelo que en aquel momento no me apetecía nada hacerme, no me había fijado los suficientemente bien en la joven a la que iba a prolongar su jornada laboral. Pero la contemplación de su increíble culo, tan orgullosamente mostrado, despertó mi adormilado instinto de cazador.
Elsa no sólo tenía un trasero capaz de quitar el hipo, los leggins también envolvían a la perfección unas firmes piernas, de potentes muslos, con unas caderas anchas a pesar de la delgadez. Sí, la chica estaba bastante delgada, pero no exenta de una fascinante curva en la cintura y un busto más que aceptable, todo ello envuelto en una camiseta blanca de amplia e irregular apertura superior, que se sujetaba sobre uno de sus hombros para descender oblicuamente, dejando el otro desnudo y ajustándose bajo sus pechos a la forma de su estrecha cintura. Estaba buena, lo sabía, y no dudaba en exhibir su agraciado físico.
Su rostro era armonioso, tal vez no arrebatadoramente atractivo, pero sí bastante resultón. En general, su cara era aniñada, de forma ovalada, con grandes ojos marrones y pequeña nariz adornada con un arete plateado en una de sus aletas. Y sobre todo lo demás, destacaba llamativamente una boca de carnosos labios, perfectamente perfilados, labios de modelo de maquillaje, aún más sugerentes por el brillante color violeta que aquel día lucían. La niña sabía sacarse partido.
Como era de esperar, por su profesión, su pelo rubio exhibía un corte mucho más complejo de lo que parecía a simple vista, con un largo flequillo llegándole hasta los ojos, desigual en las puntas y con un mechón del mismo color que sus labios, mientras que el resto del cabello era bastante más corto, decreciendo su longitud a medida que llegaba a la nuca. Demasiado moderno para mi gusto, pero no le quedaba nada mal.
Me ofreció asiento en uno de los lava-cabezas y, sin molestarse en ponerse el peto-delantal con el logotipo de la peluquería, que colgaba de una percha, me colocó una toalla sobre los hombros, metiéndomela cuidadosamente por el cuello de la camiseta mientras me sonreía ampliamente.
— Pon la cabeza hacia atrás, guapo —me indicó, colocándose tras de mí.
Aquello me produjo otro cosquilleo. Hacía mucho que nadie más que mi mujer me llamaba guapo.
Sentí cómo sus dedos se metían entre mis cabellos, tomándolos suavemente de atrás adelante, recorriendo todo mi cráneo.
— ¡Vaya cantidad de pelo tienes! —exclamó—, y además súper fuerte. Tú no te quedas calvo.
— Eso espero, me gusta mi pelo —dije riéndome.
— Y a mí también, ¡es un pelazo!. ¿Cuántos años tienes, si no te importa?.
—Treinta y ocho…
— Pues si con treinta y ocho estás así, casi puedo asegurarte que lo conservarás.
— Si lo dice una profesional, me quedo mucho más tranquilo —contesté entre risas.
— Pues claro que sí, estás fenomenal —concluyó acariciando mi cuero cabelludo, provocándome un hormigueo que me recorrió de la cabeza a los pies.
Escuché el grifo, y cómo comprobaba la temperatura del agua hasta mojarme el pelo mientras una de sus manos recorría toda mi cabeza empapándome bien. Su mano se movía con delicadeza.
Enseguida percibí la afrutada fragancia del champú, y cómo esas suaves manos lo extendían por todo mi cabello haciendo espuma, con las yemas de sus dedos masajeándome el cuero con una sutileza como jamás había sentido. El hormigueo se convirtió en cosquilleo, propagándose por todo mi cuerpo, y era más que agradable, haciéndome cerrar los ojos.
Con la misma delicadeza, aclaró la espuma, deleitándome con las caricias de sus manos, provocándome un magnífico estado de relajación.
— Si te parece bien, voy a darte acondicionador —escuché su voz—. Los hombres no soléis usarlo, y es recomendable.
— Estoy en tus manos —acerté a decir.
Me pareció escuchar un suspiro.
Sentí cómo Elsa extendía por mi cabellos el producto, que me produjo una refrescante sensación al entrar en contacto con mi piel y, enseguida, las yemas de sus dedos se abrieron camino por mi pelo para masajearme todo el cuero cabelludo con unas sensuales caricias que nunca imaginé recibir.
Mi relajación era tal, y el masaje tan placentero, produciéndome escalofríos que recorrían mi espina dorsal, que mi polla reaccionó llenando su cuerpo cavernoso de sangre para comenzar a hincharse.
Las caricias en mi cabeza aumentaron su intensidad, haciéndose más notables, más eróticas e íntimas; presionando las yemas de sus dedos mis sienes, deslizándose hacia atrás hasta mi nuca, cogiéndola con la palma de sus manos hacia arriba para que sus dedos descendiesen hasta mis cervicales, haciéndome estremecer.
Mi verga no dudó en mostrar su agrado, adquiriendo su máxima expresión en mi entrepierna, presionando el bóxer y el pantalón, que parecían querer retener lo que era incontenible. Resultándome dolorosa la represión cuando esas expertas manos aclararon el acondicionador manteniendo un masaje que ya no era necesario.
Al terminar de aclararme, me pareció oír otro suspiro, e inmediatamente sentí cómo la peluquera me pasaba, con cuidadosa dedicación, una toalla por todo el cabello, echándolo hacia atrás, hasta que noté que terminaba.
Para mi sorpresa, cuando volví a abrir los ojos, la joven estaba ante mí, con sus ojos de miel brillantes y mordiéndose el violeta labio inferior.
— Mejor no te levantes ahora —dijo sonriendo con picardía—. Te pongo aquí mismo el protector.
Elsa tomó un pedazo de tela negra de un cajón del mueble que tenía al lado y, poniendo su rostro a escasos centímetros del mío, me lo puso alrededor del cuello, abrochándome un botón detrás. Al inclinarse hacia mí, el irregular escote de su camiseta se abrió lo suficiente como para regalarme un primer plano de sus pechos, bien apretados por un sujetador negro para formar un atractivo canalillo entre sus dos jóvenes y redondas manzanas. Esa visión no hizo sino empeorar mi estado.
Sentí cómo sus rodillas contactaban con mi arco del triunfo, ya que el maravilloso lavado de cabeza me había dejado totalmente despatarrado sobre la butaca, y lo presionaban levemente. La joven suspiró ante mi rostro, y mi miembro palpitó en mi entrepierna.
— Ahora te lo tengo que colocar bien —susurró mientras sus manos extendían la tela sobre mi pecho, recorriéndolo para bajar por mi abdomen.
En ese momento, con mi vista incapaz de escapar de la abertura de su camiseta, fui yo quien suspiró.
— ¡Hum, vaya lo que tenemos aquí! —exclamó con sus manos sobre mis caderas y su mirada fija en mi paquete, abultado de forma escandalosa.
— ¡Joder, lo siento! —dije avergonzado—. Es que tu masaje craneal ha sido tan sensual…
— Vaya, vaya… —comentó con una sonrisa perversa—. Si con sólo lavarte la cabeza te pones así…
Sus manos acariciaron mis muslos eróticamente, recorriéndolos de arriba abajo, y volviendo a ascender por la cara interna, dejándome casi sin aliento.
— Pues así no puedo cortarte el pelo —sentenció, reclinada sobre mí, mirándome a los ojos mientras se mordía el labio.
— De verdad que lo siento, no sé qué me ha pasado… Me muero de vergüenza… —traté de justificarme.
— Ummm, no veo por qué tienes que tener vergüenza…
Sus manos se aventuraron más, y recorrieron mis ingles para terminar palpando el impúdico bulto de mi pantalón, recorriendo su longitud mientras suspiraba y a mí me hacía resoplar.
— Si yo te he provocado esto, tendré que ser yo quien le ponga remedio, ¿no crees? —preguntó, desabrochándome el cinturón.
— Joder, Elsa, que he entrado para cortarme el pelo…
— Y te lo voy a cortar —confirmó, desabrochándome los botones de la bragueta a la vez que presionaba mi dureza—, pero después. Antes hay que atender la primera necesidad del cliente, soy muy servicial…
Con la bragueta completamente abierta, tiró de la goma del bóxer hacia abajo, descubriendo mi palpitante erección, que saltó como un resorte al ser liberada.
— ¡Oh, qué preciosidad! —exclamó mientras dejaba mi prenda inferior bajo mis testículos—. Parece deliciosa… —añadió, relamiéndose sus violetas labios.
El lavado de cabeza había sido tan sensual y placentero, la revelación de su escote tan excitante, sus labios tan eróticos, y sus palabras tan provocativas, que no conseguí articular palabra mientras se ponía de rodillas, empuñando mi mástil con su experta mano de uñas pintadas a juego con su apetecible boca.
Lo acarició de arriba abajo, con suavidad, provocándome un estremecimiento que me arrancó un gruñido, y consiguiendo que de la punta de mi glande brotase una transparente gota a la que ella sonrió maliciosamente. Vi cómo su rostro se acercaba a mi falo y su rosada lengua salía entre los violáceos pétalos para deslizarse por todo el tronco de mi herramienta, hasta alcanzar la gota preseminal y llevársela con un brillante hilo hasta los labios, degustándola sobre ellos.
— Ummmm…
«¿Pero qué está pasando?, ¿pero qué coño está pasando?», pregunté para mis adentros, no dando crédito a la situación.
— Para, por favor —dije con un hilo de voz—. Esto no está bien…
— Yo creo que está muy bien —contestó la peluquera, relamiéndose lascivamente mientras su mano subía y bajaba la piel de mi monolito—. No puedo concentrarme en cortarte el pelo sabiendo que te he puesto la polla así de dura. Necesito hacer algo al respecto…
Su apéndice bucal volvió a alcanzar mi glande, acariciándolo suavemente mientras sus carnosos labios se posaban sobre él para darle un beso que me hizo estremecer.
— ¡Oh, joder! —exclamé apretando los dientes—. No sigas…
Evidentemente, si mi convicción hubiera sido firme, y mi fuerza de voluntad férrea, no habría tenido más que sujetar su cabeza y apartarla de mí, enfundando mi vergonzante erección para salir de allí como alma que lleva el diablo. Pero la carne es débil, y más si te sirven en bandeja de plata lo que internamente estás deseando. Y aquella apetecible lolita me estaba ofreciendo algo para lo que yo habría tenido que ser santificado si hubiera sido capaz de rechazar. Y yo no tenía madera de santo.
La visión de sus perfectos labios violetas amoldándose al contorno de la punta de mi balano, era casi más enloquecedora que la propia sensación de su jugosidad en mi piel.
— Uuufff —resoplé, sintiendo cómo hacía caso omiso de mis palabras.
La cabeza de mi verga fue succionada por aquellos pétalos, colándose entre ellos para introducirse en una húmeda y cálida cavidad cuyo maravilloso tacto me dejó paralizado.
«¡Dios, qué rico!», pensaba. «Que pare, que no puede ser… Que siga, ¡que es una delicia!», me debatía internamente.
Los melosos ojos de la peluquera, brillando de pura excitación, me miraron fijamente mientras succionaba con los carrillos hundidos, con la violácea soga alrededor del cuello de mi erecto reo, ahorcándolo con su carnosa suavidad.
Si aquella sensual verdugo no detenía la ejecución, yo no tenía fuerzas más que para aceptar mi condena, así que, en un último alarde por mantener mi integridad y fidelidad a mi esposa, utilicé mis últimas palabras para confesar mi culpabilidad:
— Elsa, estoy casado.
La chica dejó escapar al condenado de tan acogedora prisión, aunque manteniendo su dominio sobre él, teniéndolo firmemente sujeto por su mano. Y su rostro, máscara de vicio y perversión, esbozó una lujuriosa sonrisa, adelantándome lo que su sugerente voz me iba a anunciar:
— Lo sé. He visto el anillo en tu mano, y supongo que la guapa morena con la que ibas es tu mujer —su vivaz lengua acarició mi frenillo, produciéndome un cosquilleo que me puso toda la piel de gallina—. ¡Cómo me ponen los casados!.
No hubo piedad, la sentencia había sido dictada, así que contemplé cómo aquellos labios de gominola envolvían nuevamente mi glande, y lo succionaban para que éste se deslizase entre ellos, mientras la ejecutora me traspasaba con su mirada.
Todo mi cuerpo tembló de placer con la suavidad de su boca sorbiendo mi polla, arrastrándose sobre la lengua de la peluquera a medida que ésta bajaba su cabeza, engullendo la dura carne hasta que la testa de mi cetro alcanzó su garganta.
— ¡Dioooosss! —clamé, apoyando nuevamente la nuca sobre el lava-cabezas.
Mi mente quedó completamente en blanco, anulada por la maravillosa sensación.
La poderosa succión me hizo gemir cuando Elsa comenzó a sacarse mi miembro de la boca, hasta volver a acariciar la punta con sus pétalos, dejándolo salir con el sonido de una botella de vino descorchada.
Volví a mirar su cara de hembra viciosa, que seguía observándome fijamente. No se había perdido detalle de mis reacciones ante su exquisita chupada, sonriendo complacida y jugueteando con mi glande sobre su carnoso labio inferior.
— ¿Por qué me haces esto? —le pregunté, casi sin aliento.
— Porque me gustan los tíos mayores que yo—susurró, haciéndome sentir su cálido aliento sobre mi sensible piel cubierta con su saliva—, y tú estás bueno…
Su inquieta lengua volvió a recorrer todo el tronco de mi vara, enloqueciéndome con el cosquilleo para arrancarme un nuevo suspiro. Pero mi conciencia aún consiguió revelarse para oponer resistencia, aunque ésta sólo fuera verbal:
— Por favor, para. Aún estamos a tiempo… Mi mujer me espera en casa…
— ¡Y cómo me pone eso! —sentenció ella, penetrándose los labios con mi acerado músculo hasta engullir cuanta carne fue capaz.
— ¡Oooh! —me hizo gemir, embargado por el placer—. Es demasiado bueno…
Succionando con gula, Elsa volvió a sacarse mi polla de su boca para estrangularla con sus labios de fantasía, dejándose dentro la cabeza mientras su lengua trazaba círculos acariciando su contorno. Aquella peluquera, sin apartar su incendiaria mirada de mis ojos, me dejó bien claro cuánto le excitaba conducir a un hombre a la infidelidad, y cuánto disfrutaba comiéndose una verga.
Mientras su mano derecha acariciaba el fuste dulcemente, acompañando la golosa chupada, la izquierda tomó mis pelotas, acariciándolas con delicadeza y arañándome ligeramente, con sus largas uñas de color violeta, la delicada piel de mi perineo, extendiéndose la placentera sensación por todo mi cuerpo como una descarga eléctrica.
— Joder, Elsa, si mi mujer se enterara de esto… —dije entre dientes, más para mí mismo que para ella.
La joven, al escucharme, se sintió espoleada, y tragó todo mi sable hasta acoger la punta en su garganta, mientras su mano se deslizaba bajo mi culo para clavar sus uñas en uno de mis contraídos glúteos. La maravillosa mezcla de dolor y placer casi consigue que me corra.
Aquellos increíbles labios, adornados para incitar al deseo y creados para el placer, volvieron a succionar dejando salir parte de mi enhiesta verga para volver a chuparla, bajando su cabeza y deleitándome con el tacto y opresión de su lengua, paladar y carrillos.
— ¡Joder, así me matas! —exclamé, sintiendo que perdía el control de mis actos.
Mis manos fueron a su rubia cabeza, y acompañaron el rítmico sube y baja que inició devorándome, con mi pértiga deslizándose entre sus brillantes de malva, y su cálida saliva escurriendo por la piel de mi palpitante hombría, regalándome los oídos con un evocador sonido de líquidos sorbidos.
Aquello era demasiado. La chica era sexy y glotona, la situación surrealista y morbosa, el acto prohibido y moralmente reprochable, y el placer, simplemente, sublime.
— Joder… Si no paras me corro… Joder, que me corro…
Elsa siguió concentrada en regalarme la felación más increíble de mi vida, aumentando, aún más, su potencia de succión y la velocidad de la mamada.
Sentí cómo todos mis músculos se contraían, la próstata me palpitaba, y una incontrolable explosión liberaba mi tensión con un torrente de leche en ebullición irrumpiendo en aquella increíble cavidad succionante.
— ¡Me corroooooo…! —anuncié con la costumbre de prevenir a mi esposa para que tuviera tiempo de decidir qué hacer con el producto de su práctica.
Elsa lo tenía claro desde el instante en que me acerqué a ella mientras se fumaba un cigarrillo a la puerta del negocio. Siguió mamando, con más ganas aún, disfrutando de los latidos de mi polla hasta el momento en que el géiser eyectó su chorro de hirviente semen en el interior de su boca, estrellándose el denso líquido contra su paladar y garganta para anegar el poco espacio bucal no invadido por mi carne. Sus uñas volvieron a clavarse en mi glúteo, como una espuela en un semental, y mi placer se elevó a la categoría de apoteósico.
En pleno delirio orgásmico, observé cómo aquella lolita rubia se tragaba cuanto podía de mi primera y abundante descarga. Pero mi furor eyaculatorio volvió a inundar su boca para permitirme ver cómo el blanco elixir salía de su cavidad, en enloquecedor contraste con el color de sus labios, rezumando y escurriendo por el tieso tronco de mi polla.
La viciosa joven siguió tragando, sin dejar de deslizar mi brillante miembro por sus jugosos labios, arriba y abajo, deglutiendo el cálido semen que mi hiperestimulada ametralladora disparaba dentro de su boca en menguantes ráfagas. Hasta que mi purga concluyó dejándome relajado, mientras gozaba del cosquilleo y magnífico espectáculo de la glotona peluquera lamiendo los restos de corrida que habían escapado a su voracidad.
Con mi miembro empezando a languidecer, Elsa me subió el bóxer, y yo me abroché el pantalón y el cinturón.
— Delicioso —dijo, limpiándose las comisuras de los labios con un dedo para chupárselo—. Ahora que estás más relajado, ya puedo cortarte el pelo…
— Uufff… —fue lo único que conseguí decir.
La peluquera sonrió satisfecha y con malicia.
— Por favor, siéntate ahí —me pidió señalando un sillón situado ante un amplio espejo—, y dime cómo quieres que te haga el corte.
Incapaz, aún, de creerme cuanto acababa de ocurrir, obedecí como habría hecho en cualquier otra ocasión en que hubiese acudido a una peluquería, sentándome en el asiento ofrecido y dando las indicaciones necesarias de lo que quería.
Elsa, con una profesional actitud, se colocó en sus bien formadas caderas un cinturón con los utensilios necesarios para el desempeño de su trabajo, concentrándose, inmediatamente, en el manejo de las tijeras y el peine.
En mi interior, una amalgama de sentimientos retorcía mi mente mientras, en el reflejo del espejo, observaba las llamativas uñas de la joven perdiéndose entre mis cabellos para ir cogiendo mechón a mechón y someterlo al infalible filo de sus tijeras.
Aún estaba perplejo: ¿quién sería capaz de decir que esa muchacha acababa de practicarme la más excitante felación de mi vida?. ¡Era alucinante!. Como alucinante era que esa lolita me hubiese puesto la polla, con un simple lavado de cabeza, como un bate de béisbol para, después, comérsela ansiosamente; a pesar de mi débil oposición, “obligándome” a disfrutar de un desliz que jamás habría pasado por mi cabeza. Si en ese instante hubiese entrado mi mujer por la puerta, diciéndome que todo aquello había estado preparado para ponerme a prueba y que quería el divorcio, no me habría sorprendido lo más mínimo. Pero no, no hubo entrada teatral.
Elsa, revoloteando a mi alrededor; acariciándome el cuero cabelludo con sus expertos dedos; acercándome al rostro sus pechos mientras su camiseta se abría insistentemente para mostrármelos apretados por el sujetador; ofreciéndome en el espejo la contemplación desde varias perspectivas de su redondeado y firme culo, seguía resuelta en su tarea, completamente ajena a mi batalla interior.
«Dios mío», pensaba yo, «le he puesto la cornamenta a Natalia, ¿pero qué coño me ha pasado?. Nunca le he sido infiel, y nunca pensé que lo sería… No se lo merece… Soy un auténtico hijo de puta…»
«Pero es que esta zorrita casi te ha violado», me contestaba mi yo más oscuro. «¿Qué habría hecho otro en tu lugar?, ¿se habría negado a que este bombón le chupara la polla?. ¡Ya te digo yo que no!. Joder, ¡mírala!, ¡está buenísima y es una calentorra!».
La peluquera, en ese instante, estaba repasándome la patilla derecha, ligeramente reclinada hacia mí. A través del espejo podía ver, de perfil, la excitante curva que su culito describía, como un redondo airbag colocado en su parte trasera. Absolutamente maravilloso.
Nuestras miradas se encontraron en el espejo, me había cazado mirándole la grupa, y me sonrió mordiéndose el labio inferior para pasar ante mí meneando sus nalgas, situándose a mi otro costado, para hacerme inclinar la cabeza e igualarme la otra patilla.
Sentí cómo mi miembro comenzaba a recuperar la vida, sensación que se aceleró con la contemplación del otro redondo perfil de aquellas jóvenes posaderas.
«¿Lo ves?», preguntó mi lord sith interno, «está exhibiéndose para ti. Sabe que tiene un culo de infarto, y no quiere que tú pierdas detalle de él… Un desliz lo tiene cualquiera, tú no tienes culpa de nada, y Natalia nunca se va a enterar de lo que ha pasado aquí. Tú sigue siendo un buen marido, y ya está».
«Eso es», me autocontesté. «Con que no vuelva a hacer nada parecido, el tiempo acabará limpiando mi mácula… Pero… ¡Joder, qué culo tiene la niña!».
Elsa volvió a encontrar mis ojos fijos en el reflejo de su trasero, y volvió a sonreír mordiéndose el carnoso y violeta labio inferior.
Mi incipiente erección siguió abriéndose paso por mi bóxer, hallando la pata del mismo para que mi anaconda pudiese reptar por ella, buscando una salida que no existía.
La peluquera se colocó detrás de mí, dando los últimos retoques al corte para, finalmente, mirarme a través del espejo con sus dedos acariciándome el cabello.
— ¡Terminado! —exclamó con una sonrisa—. ¿Lo ves bien?.
— Perfecto —contesté, sintiendo sus delicadas manos bajando por mi nuca para posarse sobre mis hombros.
En realidad, mi mirada era incapaz de centrarse en mi peinado, mis ojos no podían apartarse de aquellos incitantes labios de caramelo.
Con un cepillo, Elsa limpió con profesional pulcritud los pelos de mi cuello y hombros, haciéndome sentir cierta decepción porque nuestro encuentro llegase a su fin. Especialmente cuando, para mi sorpresa, sopló eróticamente todo mi cuello hasta colar su aliento en mis oídos, produciéndome un estremecimiento.
— Ni un solo pelo que te moleste —comentó, rodeándome para volver a ponerse ante mí mientras se quitaba el cinturón con los utensilios.
Dejó las herramientas de trabajo sobre un mueble junto al espejo y, mirándome de reojo con una sonrisa, comenzó a barrer el suelo a mi alrededor, meneando sensualmente su culito, invitando a que mi vista no pudiera apartarse de él y que mi erección alcanzase su grado máximo, dolorosamente retenida por mis prendas.
— No has dejado de mirarme el culo en ningún momento —dijo al terminar su tarea, poniéndose ante mí con las manos sobre sus caderas.
— ¡Es que es imposible no hacerlo! —exclamé con un resoplido.
La joven sonrió satisfecha, y se reclinó sobre mí para pasar sus manos alrededor de mi cuello, desabrochándome el protector para quitármelo.
— Te gusta, ¿verdad? —me susurró con sus labios casi rozando los míos— Hum, sí, veo que te gusta mucho —añadió al retirarme la tela negra y descubrir el indecoroso abultamiento de mi entrepierna—. Parece que he vuelto a ponerte la polla bien dura…
— Elsa, tienes un culazo y lo sabes —contesté sin querer dar rodeos—. Y no has hecho más que menearlo ante mí… ¡Joder, que ya te he dicho que estoy casado!.
— Y yo te he dicho que eso a mí me pone más cachonda —dijo dándose la vuelta para darme una exclusiva panorámica de sus glúteos enfundados en los leggins.
Con ambas manos al unísono, se palmeó sendas nalgas, observando mi reacción a través del espejo. Mi rostro era una caricatura de lujurioso apetito.
— Así lo ves mejor, ¿verdad? —preguntó, sin esperar respuesta—. El que estés casado no quiere decir que tengas que llevar puesta una venda en los ojos, y a mí me gusta dar a mis clientes los mejor de mí…
— Uuufff, niña, me condenas al infierno…
— Me encanta cómo los casados os hacéis los duros —dijo, acercando aún más sus divinas posaderas a mi rostro—, y luego sois los que con más ganas folláis…
Mi verga palpitaba en su prisión, haciéndome sentir que en cualquier momento sería capaz de rasgar mis prendas y liberarse como el increíble Hulk surgiendo de Bruce Banner.
— Deja de tentarme… Ya tengo suficiente por lo que arrepentirme durante toda la vida —dije sin convicción, clavado en el asiento con mi mirada siguiendo el leve balanceo que esas redondas carnes realizaban para mí.
— ¿Te estoy tentando?. ¡Vaya, no me había dado cuenta! —alegó ella poniendo tono de niña buena—. Entonces no debería hacer esto…
Sus caderas descendieron, y la magnífica redondez de ese prieto culo frotó toda su curvatura sobre mi reprimida hombría, haciéndome resoplar con mi herramienta a punto del colapso.
— Y tampoco debería hacer esto otro —añadió, metiendo sus dedos por la cinturilla de los leggins.
Lentamente, la elástica prenda fue bajando, mostrándome, inicialmente, la tira de su tanga de hilo, para ir descubriéndome unas firmes nalgas de tersa y joven piel que se revelaron para ser las asesinas de lo poco que me quedaba de integridad.
Casi consiguiendo que mi nariz se instalase entre las dos orgullosas rocas, Elsa se agachó para quitarse los zapatos y sacarse la prenda, volviendo a incorporarse tras dejarme sin respiración.
Todo mi ser vibraba ante esa obra de arte de perfectas formas redondas, todo mi cuerpo clamaba por aquel culo respingón y altivo, firme y prieto, terso y suave. Mis ojos no podían dar crédito a lo que ante ellos se mostraba tan generosa y provocativamente, así que, mientras mi enclenque conciencia me gritaba: «¡No lo hagas!, ¡piensa en Natalia!», mi mano derecha alcanzaba el electrizante tacto de uno de los glúteos de la peluquera.
— Uuuummm… —gimió—. No te cortes, que aquí la única que corta soy yo…
Mi mano obedeció sus palabras sin tener en cuenta la censura de mi interior, presionando la consistencia de esa rotunda redondez para confirmar una enloquecedora firmeza bajo la yema de mis dedos convertidos en una garra.
— Eso es —aprobó Elsa, meneando su trasero para acompañar la presión de mis dedos—. Llevas mirándome el culo desde que entraste por la puerta, ¡ya era hora de que me lo cogieras!.
— ¡Joder, esto está mal! —exclamé, apartando mi garra del mejor culo que había palpado jamás.
Aún quedaba algo de dignidad en mí, un reducto de rasgada moralidad que intentaba salvarme de una hoguera que ya había lamido con sus llamas las plantas de mis pies.
— ¡Claro que está mal! —me respondió la joven—. Y por eso es más excitante… Lo prohibido siempre sabe mejor…
«¡Será zorra!», gritó mi paladín interior. «Tiene toda la razón», repuso mi sátiro mental.
Elsa cogió su culo con ambas manos, y se lo magreó con fuerza, volviéndome loco con la contemplación de cómo sus dedos se hundían en sus propias carnes.
— Por lo poco que he visto —dijo sin dejar de masajearse los glúteos—, tu mujer está bastante buena… Pero no tiene un culo como éste, ¿verdad?.
— Verdad… —resoplé.
— Y no tiene tantas ganas de polla como el mío —añadió, llevándose un dedo a la boca para permitirme ver en el espejo cómo sus violetas labios lo chupaban.
La otra mano apartó el hilo del tanga, y el dedo embadurnado de saliva se introdujo entre las dos ribereñas rocas para profundizar entre ellas, mientras la peluquera suspiraba de satisfacción.
Yo asistía atónito al espectáculo, incapaz de moverme por si me despertaba de aquel surrealista y excitante sueño en el que mis fantasías se estaban haciendo realidad, porque, no sólo se daba la circunstancia de que jamás había podido taladrar el lindo culo de mi esposa, sino que nunca había tenido la oportunidad de realizar con ninguna mujer esa práctica que tantas ganas tenía de probar, sintiéndome desde siempre fascinado por esa atractiva parte de la anatomía femenina. Y en ese momento, cuando más lo deseaba, “la ocasión la pintaban calva”, como se suele decir, y nunca mejor dicho.
Entre gemidos, la falange de Elsa se perdía una y otra vez entre sus poderosas cachas, dejándome boquiabierto mientras no podía resistir más la presión de mis prendas inferiores. Así que, mi débil carne, sucumbió a la necesidad de desabrochar mi pantalón para aliviar la tensión, cogiendo mi hinchada verga y recolocándola para estar más cómodo, con ella apuntando hacia las doce a pesar de estar aún retenida por el bóxer.
Aquella lolita me sonrió a través del espejo, satisfecha por comprobar cómo mi inútil resistencia se estaba consumiendo en la hoguera de su lujuria.
— ¿Más cómodo ahora? —me preguntó, manteniendo su perversa sonrisa—. Creo que yo también debería ponerme más cómoda, tengo el tanga empapado.
Para mi deleite, la joven se bajó la íntima prenda y, sin darse la vuelta, me mostró en el espejo su húmeda, hinchada y rosada vulva perfectamente depilada, como una jugosa fruta abierta que acogió, haciéndola suspirar, dos de sus dedos. Se penetró con ellos hasta los nudillos, y los sacó embadurnados de brillante fluido femenino.
— Uf, Elsa… —dije con un resoplido.
Aquellos dos dedos se dirigieron a la grieta entre sus nalgas, y mientras la otra mano tiraba de una de ellas para abrirlas, aquellas mojadas falanges lubricaron la estrecha entrada trasera colándose lentamente por ella.
— ¡Uuuuuhhhh! —aulló mi torturadora—. ¡Qué justitos me entran!.
Entre jadeos, movió su mano, profundizando en su divino culo, realizando giros de muñeca que me demostraron que aquella jovencita era bastante experta en aquella fantasía que yo aún no había podido realizar.
— ¡Qué rico! —exclamó, sacándose los dedos y abriéndose ligeramente las nalgas para mostrarme su ano relajado—. Estoy caliente y dilatada, ¡necesito que me claves tu polla por el culo!.
Ya no hubo lugar para las dudas ni falsas oposiciones. Si no me follaba aquel culo, me volvería loco. Ya no era un deseo, sino una imperiosa necesidad. Me bajé el pantalón y el bóxer hasta los tobillos, dejando mi monolito desnudo, erguido y orgulloso, con todas sus gruesas venas marcándose en el tronco como las de un culturista en pleno esfuerzo.
No tuve tiempo de ponerme en pie, Elsa reculó hasta que sus turgentes posaderas contactaron con mi glande y, apoyándose con las manos sobre los reposabrazos del sillón, comenzó un enloquecedor movimiento de caderas con el que sus prietas carnes buscaron que mi verga se introdujera entre ellas.
— ¡Dioooosss! —clamé con el estimulante roce de la humedecida piel en mi balano.
Mi mano derecha colocó verticalmente mi falo, manteniéndolo erguido para que, como una estaca, se abriese paso entre las suaves redondeces de la peluquera hasta encontrar el estrecho umbral circular y presionarlo, arrancándole un suspiro a su dueña.
— Eso es, guapo, por ahí es por donde me gusta…
Mi otra mano aferró su cadera, y esa tentación rubia empujó poco a poco hacia abajo, jadeando y haciéndome gruñir con la increíble sensación de mi ariete perforando el angosto ojal, deslizándose con toda la suavidad que permitía la lubricante mezcla de saliva y fluido vaginal que la chica se había aplicado.
Sentí la dura carne de mi glande constreñida mientras vencía la natural resistencia del poderoso esfínter, obligándole a dar el máximo de sí para que mi glande pasara a través de él, friccionándose de forma delirantemente placentera, hasta que toda la cabeza de mi cetro horadó ese delicioso ano para instalarse en el cálido y suave interior del recto de la joven.
— ¡Oh…! La tienes más gorda de lo que me ha parecido cuando te la he chupado. ¡Me encanta que entre tan justa!.
— ¡U!f —resoplé entre dientes—. Así es como me la has puesto tú…
Sentía cómo el divino aro estrangulaba el cuello de mi vigorosa herramienta, apretándolo con contracciones que me hacían estremecer. Pero eso no era más que el comienzo, porque la exquisita presión fue desplazándose por mi músculo a medida que las caderas de Elsa descendían devorando mi dureza, estirando mi piel según profundizaba, y tensándola hasta el punto de hacerme pensar que se podría rasgar con una indescriptible mezcla de dolor y placer.
Ella gemía por cada centímetro de macho que perforaba su trasero y dilataba sus entrañas.
Mi mente era un lienzo en blanco, con todo mi ser entregado a la excelsa sensación de penetrar, por primera vez, un precioso culo ansioso por ser profanado con mi adúltera virilidad. Hasta que volví a ser consciente de que estaba haciendo realidad mi más recurrente fantasía, cuando dejé de sujetar mi lanza para que las mullidas nalgas de la lasciva hembra se apoyasen sobre mis ingles, presionándose con todo el peso de la empalada.
— Ooooohhh —gemimos al unísono.
Aquella sensual peluquera, cuyo culo había pedido mi atención desde el primer momento, y cuyo erótico lavado de cabeza me había llevado hasta aquel instante, se quedó ensartada sobre mí, respirando profundamente mientras su ano y sus entrañas se acostumbraban al grueso invasor que las había taladrado.
Yo creía morir de placer, agarrado a las anchas caderas como un borracho a las asas de un cántaro de vino, sintiendo mi polla gloriosamente comprimida, como si me hubiera puesto un condón más pequeño de lo que realmente necesitara.
«¡Mierda, no me he puesto condón!», grité internamente, cayendo en la cuenta de algo que no había tenido cabida en mis pensamientos, enajenado por la incontrolable excitación.
«¡Cállate y disfruta!», me reprendió mi oscuro ego. «No puedes dejarla preñada, y es evidente que está más sana que una manzana, así que goza de su culo como te ha hecho gozar con su boca».
Con el apoyo de sus manos sobre los reposabrazos, y la ayuda de mis manos, Elsa se levantó sacándose la mitad de mi pétrea barra de carne, para volver a descender lentamente hasta que sus glúteos se aplastaron sobre mí.
— ¡Qué rico, nene!. La tienes tan gorda y dura que no voy a tardar en correrme —dijo subrayando sus palabras con un suspiro.
— Joder, es que nunca la había metido por el culo, ¡y el tuyo es increíble! —contesté deslizando mis manos por sus caderas para apretar sus glúteos comprimidos.
— ¿No le das por el culo a tu mujer?. ¡Pues no sabe lo que se pierde!.
Volvió a deslizarse hacia arriba por la acerada barra y, esa vez, se dejó caer sobre mi pelvis.
— ¡Oh! —exclamamos en sincronía.
La sensación de profundidad y estrechez fueron mayúsculos con la brusca bajada, golpeando sus prietas redondeces en mi pelvis para proporcionarme el más intenso placer que jamás había sentido con una penetración, aderezado con la cálida sensación de los fluidos del jugoso coño de la sodomizada escurriendo hasta mis muslos.
Mis manos subieron tomándola por su estrecha cintura y, alentado por esa increíble sensación que nunca antes había experimentado, levanté el liviano peso de la chica hasta dejarle dentro sólo mi glande para, inmediatamente, dejarla caer ensartándose en mi inmisericorde sable.
Ella gritó extasiada, y yo rugí de gusto.
Mis brazos volvieron a levantar su cuerpo, y su culo fue nuevamente perforado con el violento descenso.
— ¡Aaaaaahhhh, cabronazo! —gritó—, ¡me corroooooo!!!.
Empalada hasta el fondo, Elsa se convulsionó sobre mí, desquiciándome con la potencia de sus glúteos y esfínter contrayéndose para exprimir la dureza que la atravesaba, llevándome al borde de mi propio orgasmo, pero sin llegar a provocármelo, dejándome en un maravilloso estado de sobrexcitación.
De no haber sido por la inesperada y satisfactoria felación que la viciosa peluquera me había realizado, apenas, media hora antes, me habría corrido como un caballo.
La joven disfrutó de su momento de gloria, hasta apoyar su espalda sobre mi pecho, permitiéndome ver, por encima de su hombro, y reflejado en el espejo, su rostro de satisfacción.
— Esto es lo que me vuelve loca de los casados —me susurró, mostrándome su reflejo cómo comenzaba a acariciarse el clítoris mientras mi polla seguía clavada en su culo—. En cuanto se os quita la correa, dejáis de ser perritos falderos para convertiros en lobos, y folláis como bestias…
— Eres una zorra y lo sabes, ¿verdad? —le dije tirando de su camiseta para sacársela por la cabeza—. A cuantos tíos casados te habrás follado…
— ¿Zorra por tirarme a los mariditos de otras?. Yo creo que no. Soy generosa, sólo les ayudo a quitarse la correa para que hagan conmigo lo que no hacen con sus mujercitas, y nunca me defraudan…
— Ya veo que disfrutas con ello, incluso en tu trabajo… —comenté desabrochándole el sujetador para acariciar sus pechos desnudos.
— Eres el primer tío que me tiro aquí. Quería cumplir una fantasía y darme un homenaje de viernes por la noche, porque mañana tengo que volver a currar a primera hora.
Amasé sus turgentes pechos, más pequeños que los magníficos senos de mi esposa, pero del tamaño suficiente como para llenar las palmas de mis manos con su forma de manzana. Eran suaves y moldeables, jóvenes y desafiantes, de duros pezones rosados que mis dedos pellizcaban haciéndola jadear. Unas tetas muy bien puestas para disfrutar acariciándolas.
Elevé mi pelvis, aplastando su culo para clavarle bien a fondo mi estaca, y ella respondió despegando su espalda de mi pecho con un contoneo de caderas con el que movió mi verga como un joystick aprisionado en sus entrañas.
— Joder, te siento tan dentro… —susurró con un suspiro.
— Voy a tener que castigarte por obligarme a ponerle los cuernos a mi mujer —le dije yo, sintiendo mi polla como una pieza de embutido.
— Oh, sí, castígame, por favor, que soy muy mala…
Mis manos abandonaron sus moldeables pechos, y bajaron hasta tomarla por el estrecho talle. Las excitantes formas de su anatomía parecían haber sido creadas para que yo pudiera manejarla a mi antojo.
Elsa se reclinó hacia delante arqueando su espalda, exprimiendo gloriosamente la pértiga que la ensartaba, y obligándome a volver a bajar mis caderas. Su cuerpo, oblicuo a mí, dejó de eclipsar el reflejo que teníamos ante nosotros, y pude disfrutar simultáneamente de la sugerente visión de su espalda combada, sacando culo, con mi bayoneta hundida entre sus redondas carnes, y la excitante perspectiva de su rostro dibujado por el placer, con las manos apoyadas sobre sus rodillas, para que sus pechos desafiasen a la gravedad con su voluptuosa juventud, mientras sus muslos separados me mostraban su jugoso coño congestionado y abierto como una flor.
La levanté tirando de su cintura, contemplando cómo sus nalgas recobraban su enloquecedora forma curvada mientras mi tronco emergía entre ellas, quedando sólo enterrado mi balano como la cabeza de un avestruz que pretende esconderse.
— Uuuuuhhh —aulló la loba —, necesitamos un poco más de lubricación.
Nuestras pieles se habían friccionado con una sensación más dolorosa que placentera, pero mi experta amazona sabía perfectamente qué hacer para seguir cabalgando. Parecía mentira que fuese yo quien le sacaba alrededor de quince años. Estaba claro que, a sus veinte y pocos, Elsa había gozado de más experiencias sexuales diferentes que yo, tristemente virgen en aquella práctica que siempre había coronado mis fantasías.
La experimentada sodomita se acarició, entre gemidos, su cueva de placer, regalándome en el espejo la visión de cómo se metía dos dedos en ella mientras sus blancos dientes maltrataban su carnoso y violáceo labio inferior. Con las falanges escurriendo traslúcido zumo de excitación femenina, la peluquera lo aplicó en el estrangulador de mi firme soldado, y lo extendió por toda la barra de acerado músculo, impregnándolo para verse brillante.
En un gesto de lo más evocador, la descarada jovencita se chupó los dedos, deslizándolos por sus lilas labios, para terminar colocando nuevamente su mano sobre la rodilla.
— Ahora —me dijo —, ¡rómpeme el culo, cabrón!.
«Recibiendo órdenes de una chavalita deslenguada que no había nacido cuando yo ya me hacía pajas», pensé. «No es una orden», me contesté, «¡es lo que quieres hacer!».
Tiré de ella hacia abajo, a la vez que volvía a elevar las caderas y, con exquisita suavidad, mi polla se deslizó por el estrecho orificio, perforando ese divino culo hasta embutirse completamente en él con un violento choque de mi pubis con su trasero.
— ¡Aaaggg, qué bueno! —gritó—, ¡sigue así!.
No necesitaba que me arrease, pues la intensa sensación que me embriagó de placer poniendo mi punzón al rojo vivo, era tan excelsa, que mi cuerpo sólo respondía a unos ancestrales instintos que me obligaban a repetir la maniobra para darle a aquella hembra su merecido castigo.
La levanté, y la volví a ensartar golpeando sus nalgas. Y, de nuevo, liberé a mi poderosa broca de la potente presión para taladrar las lujuriosas posaderas de aquella que gemía desgarradoramente.
En continuo sube y baja, di por el culo a aquella sensual y lasciva peluquera, observando cómo sus tetas botaban al ritmo de mis embates mientras, con la boca abierta, gritaba con cada penetración como si la estuviesen matando de puro placer, sintiendo yo el mayor goce que jamás había experimentado.
Sus encendidas mejillas refulgían coloradas; sus melosos ojos, abiertos de par en par, brillaban con la llama de la pasión; sus golosos labios trataban de atrapar el aire que escapaba de sus pulmones; su rubio flequillo se agitaba como en una carrera; sus pechos se balanceaban como boyas en plena marejada; su coño derramaba su cálido jugo sobre mis pelotas, y sus glúteos se aplastaban contra mi pelvis como balones en una prensa hidráulica, mientras ella misma realizaba sentadillas para colaborar con mis acometidas.
Si alguna vez conseguía follarme a mi mujer por el culo, estaba seguro de que no sería de forma tan brutal. Natalia era una mujer ardiente, pero no una fiera indómita como Elsa, que había sacado lo más perverso de mí para gozar sin medida de lo prohibido, convirtiéndome en una bestial máquina de excitante adulterio.
— ¡Oh, cabrón!, ¡oh, cabrón!, ¡¡¡cabronazoooo…!!! —gritó la chica, haciéndome saber que un nuevo orgasmo la embargaba.
Todo su cuerpo se tensó, tirando de mi verga como si ésta pudiera atravesarla hasta salir por su boca, llevándome al límite de mi propia catarsis, pero, a la vez, impidiéndola por la sobrehumana presión con la que ahogaba mi miembro para no permitirme eyacular, llevándome a un momento de locura en el que seguí clavando su culo en mi lanza, tratando de encontrar alivio a un placer que se me hacía insoportable.
El orgasmo de Elsa se prolongó por mi continuo manejo de su cuerpo en la desesperada búsqueda del mío, hasta que ella se relajó y tuve que detener el frenético sube y baja para respirar profundamente, serenándome tras no conseguir atravesar la meta habiendo estado en su misma línea.
— ¡Qué polvazo…! —dijo la satisfecha joven con un suspiro—. Me has hecho correrme como una loca… ¿A que ha merecido la pena ponerle los cuernos a tu mujercita?.
Se levantó con cuidado, desensartándose de mi pica.
— Yo aún no he terminado —contesté, agarrándole uno de sus firmes glúteos para impedirle alejarse de mí.
— ¡Joder, qué pollón tienes todavía! —exclamó sorprendida al ver mi verga, algo amoratada y más dura y tiesa que el obelisco de Lúxor.
— Y no puedo quedarme así —le dije amasando su deliciosa nalga, colorada por la azotaina que había recibido de mi pubis.
— Pero…
— ¡No hay peros! —dije autoritario, levantándome yo también—. ¿No has hecho todo lo posible para que le ponga los cuernos a mi mujer?, ¿no querías soltarme la correa, pedazo de zorra?.
— Uffff , sí —resopló la lasciva joven, mostrándose excitada por mis palabras y actitud—. ¿Y qué vas a hacer al respecto?.
— ¡Te voy a dar por el culo hasta el final!! —dije tomando sus posaderas con ambas manos, estrujándolas con verdadera furia.
— Por favor, no me castigues más, sólo quería jugar un rato… —respondió, impostando voz lastimera a la vez que arqueaba su espalda, volviendo a ofrecerme aquel templo del placer.
Poniéndole una mano sobre el hombro, la obligué a doblarse hasta que las palmas de sus manos se apoyaron sobre el espejo, permitiéndome ver en el reflejo cómo la excitación volvía a incendiar su mirada y dibujaba en sus labios una sonrisa de perversión.
Con la otra mano, apunté con mi glande en la grieta formada por sus apetecibles redondeces y, presionándole el hombro y embistiendo salvajemente con mi cadera, le metí la polla por el culo hasta que nuestros cuerpos restallaron como el látigo de Indiana Jones con el choque de nuestras pieles.
— ¡Me vas a reventar! —gritó Elsa con gesto de sublime disfrute en su rostro.
— ¡Te voy a dar lo que mereces! —alegué, agarrándola con ambas manos del magnífico asidero de sus anchas caderas.
Su ano ya dilatado, y aún suficientemente lubricado, había permitido una penetración estimulantemente justa, pero sin ninguna dificultad. Así que no dudé en golpear ese rotundo trasero, rebotando en su firmeza una y otra vez, mientras mi ariete entraba y salía de él, volviendo a llevarme al estado preorgásmico de minutos antes.
Los gemidos de la peluquera sonaban suplicantes, pero no para que me detuviese, sino para que le diese más y más. Era la zorra más cachonda que había conocido nunca, y realmente quería que le rompiese el culito a pollazos.
Atenazando sus caderas, bombeé sin descanso, como un martillo neumático que taladrase las carnes de aquel joven cuerpo que, increíblemente, aguantaba mis poderosas embestidas entre jadeos y sollozos, los cuales me animaban a torturar con continuos azotes las nalgas de Elsa, vibrando y ondulándose su piel con cada brutal impacto.
— ¡Joder, lo que tiene tu puta mujer en casa!, ¡joder, cómo follas, cabrón!, ¡joder, cómo me matas, cabronazo! —gritaba la deslenguada, volviéndome más loco aún.
Sintiéndome a punto del inminente final, la aferré por la erótica curvatura de su cintura, reduciendo la velocidad para disfrutar de poderosas estocadas más pausadas y largas, hasta que la magnífica presión del cuerpo de la peluquera fue vencido por las palpitaciones de mi polla, haciéndome inyectarle, con un último empujón final que casi la empotra en el espejo, una furiosa corrida con la que me vacié en sus entrañas para llenárselas de mi hirviente leche de macho.
Ese último empujón final, y la cálida sensación estallando repentinamente en su interior, lograron que Elsa alcanzase su glorioso tercer orgasmo, con el que exprimió hasta la última gota de mi varonil esencia, empujando hacia atrás para clavarse, más aún, en mi convulsionante estaca.
— Y así es como un tío casado consigue que vuelva a correrme—dijo sonriendo—. Envidio a tu mujer.
— Eres puro fuego —contesté—. Nunca he follado así con ella…
— Lo sé —afirmó riéndose mientras mi lanza salía del lujurioso templo de su cuerpo.
Tras vestirnos, y como si nada de aquello hubiera pasado, Elsa volvió a su actitud profesional, cobrándome el corte de pelo y difuminando con su jovial desparpajo cualquier atisbo de incomodidad.
La peluquera me acompañó a la calle, regalándome una última y espectacular panorámica de su incomparable culo, nuevamente enfundado en los leggins, mientras se agachaba para volver a subir la chapa del negocio. Quedándose a la puerta, como la había encontrado cuando me acerqué a ella incitado por mi mujer, se encendió un cigarrillo, cuyo humo exhaló con placentero deleite.
— No hay nada como un cigarrito tras un buen… trabajo —comentó haciéndome reír.
Y así, con un guiño y un resuelto: “Hasta la próxima, guapo”, me despidió.
En el camino a casa, mi mente rememoraba una y otra vez cuanto había ocurrido desde que me había despedido de Natalia frente a la peluquería. ¡Era demencial!. Demencialmente excitante, satisfactorio… y perturbador.
El sentimiento de culpa por la infidelidad estaba ahí, punzando mi conciencia, pero la experiencia más increíble de mi vida, haciendo realidad mi mayor fantasía con una jovencita que cualquiera desearía catar, constituía un bálsamo tan potente, que era capaz de relegar la culpabilidad al más oscuro rincón de mi ser. Y por eso era perturbador, porque había traicionado el amor y confianza de mi esposa, lo cual nunca se me habría ocurrido hacer, ¡por un lavado de cabeza!.
Desde ese día, yo ya no volvería a ser la misma persona que era. Aquella peluquera, y su fogosidad, habían trastocado toda mi escala de valores, dándome a conocer una parte de mí mismo que me resultaba territorio inexplorado. Y si había sido tan fácil hacerme caer en la tentación, ¿me convertiría en reincidente?.
— ¡Qué guapo te ha dejado! —exclamó Natalia al recibirme en casa—. Estás radiante. Aunque ha tardado un montón…
— Gracias —contesté pensando: «radiante porque he echado el polvo de mi vida»—. Es que al principio no le funcionaba el agua caliente —alegué lo primero que se me ocurrió—, y hasta que no ha conseguido arreglarlo, he tenido que esperar.
— Pues ha merecido la pena la espera, ¡estás realmente guapo!. Y ahora ya puedo ponerme mi nueva blusa para ti… —añadió en tono meloso.
«¡Mierda, se me había olvidado!, grité por dentro. «¿Y si no se me levanta?. Esa chavalita me ha dejado seco…¡y con la entrepierna oliéndome a hembra!».
— Antes necesito una ducha, para quitarme los pelitos que se me han metido por la ropa —se me ocurrió decir, sorprendido por mi propia brillantez en el momento crítico.
— Claro, claro, pero no tardes, que yo voy cambiándome —concluyó mi mujer.
Me di la vuelta para ir al cuarto de baño, pero Natalia me detuvo.
— ¡Espera, tienes un par de trasquilones en la parte de atrás!.
«Lo raro es que no tenga media cabeza rapada», contesté internamente.
— ¡Vaya! —dije tocándome la nuca—, con lo del agua caliente y la prisa por haberme hecho esperar… Y ni me he dado cuenta de que no me ha enseñado en el espejo cómo me ha quedado la parte de atrás… «Estaba más ocupada en mostrarme cómo le quedaban los leggins en su culazo».
— Pues mañana, como es sábado, te presentas allí a primera hora y que te lo arregle.
— Pero, cariño —protesté ante lo embarazoso que sería el reencuentro con aquella que me había regalado los cuernos para que se los plantara a Natalia en la cabeza—, mañana no quiero madrugar…
— Esto es un estropicio, y te lo tiene que arreglar cuanto antes —adujo mi combativa esposa con severidad, llevando su mano a los trasquilones—. ¿A qué hora abre?.
— A las nueve —contesté, recordando haber visto el horario colgado en la puerta.
— Pues antes de que abra ya estás allí…
«Ale, ya vuelvo a tener puesta la correa».
— …y antes de que lleguen otros clientes, que te dé un buen repaso —sentenció.
«Uf, ya me ha dado un buen repaso, y como el de mañana sea igual…».
— Vale, vale, nena, pero no te enfades. Haré lo que dices —asentí, dándole un beso para dirigirme inmediatamente al baño.
«Llevaré la correa puesta», dije para mí mismo, «pero en cuanto llegue, yo mismo me la quitaré y le daré lo suyo».
Mientras me duchaba, pensaba con una sonrisa cómo parecía que fuera mi propia esposa la que me empujara al adulterio. Suya había sido la idea de cortarme el pelo, que me acercase a aquella atractiva jovencita y me pusiera en sus manos. Y, prácticamente, ella misma me había ordenado volver al lugar del crimen para, antes de que el negocio abriese, reincidir con el cuerpo del delito.
Mientras me secaba con la toalla, Natalia apareció en la puerta del baño, dejándome boquiabierto. Estaba arrebatadoramente sexy, un auténtico cañón. Su bonita melena negra, en contraste con sus brillantes ojos azules y sus rosados labios esbozando una pícara sonrisa, me recordaron por qué me había enamorado de ella desde el primer momento en que la vi. Pero no fue eso lo que hizo que se me cayera la toalla al suelo.
Cumpliendo su palabra, mi preciosa mujercita sólo llevaba puesta la blusa que había comprado aquella tarde. Las redondas y orgullosas tetazas que la naturaleza le había dado, quedaban envueltas por la tela del mismo color que sus ojos, dibujando un prominente busto cuyos puntiagudos pezones se marcaban sugerentemente, demostrando que no necesitaba llevar el sujetador puesto para que la prenda le quedara de muerte. A través del provocativo escote, se podía contemplar parte del contorno de esos poderosos senos, invitando a la vista a perderse en él. La tela se ceñía a su sinuosa cintura, resaltando la voluptuosidad de sus pechos, y terminaba en la parte delantera con dos largos faldones entre los cuales se podía vislumbrar el delicioso coñito de mi esposa, con su vello púbico coquetamente recortado en forma triangular.
La duda de si sería capaz de tener una nueva erección, se disipó al instante. Ante semejante visión, mi verga se desperezó de su merecido reposo, adquiriendo todo su vigor cuando Natalia se dio la vuelta para mostrarme cómo el faldón posterior de la blusa apenas llegaba a cubrir la mitad de su rotundo culo, mostrando, eróticamente, las curvas de sus desnudas nalgas de melocotón, para dar paso a sus bien torneados muslos.
— ¿Estoy bien? —preguntó, dándose nuevamente la vuelta para poner las manos sobre sus caderas, sacando pecho y sonriendo ante la lanza que demostraba mi agrado.
— Natalia, estás para follarte hasta caer muerto —contesté, dando gracias internamente por estar casado con semejante morenaza, capaz de ponerme a tono sin llegar a tocarme.
Cogí la toalla que se me había caído de las manos por la impresión, para no tropezar con ella, y me di la vuelta para colgarla en su lugar correcto.
— ¡Uy! —escuché la voz de mi mujer a mis espaldas—. ¿Qué son esas marcas que tienes en el culo?. Parecen de uñas…
«¡Ups!».
Tras el último grito de él, la respiración, si bien continúa jadeante, baja el ritmo. Está claro que el episodio terminó. ¿Le acabó en la boca? Quiero pensar que Liz haya soltado su miembro en el momento en que él eyaculaba.
“Primero vas a empezar por ponerte en cuatro patas sobre la cama”
Ella, por supuesto, no reacciona… o, más que probablemente, reacciona positivamente a los deseos de él… Puedo imaginar la escena, puedo verla… Finalmente llega el grito de él, prolongado, sostenido… y el de ella, coronado su orgasmo en un tono sobreagudo que, a decir verdad, no le conocí en ninguna de las oportunidades en que tuvimos sexo. Por más que me duela, él la está haciendo disfrutar mucho más de lo que yo pueda haberlo hecho alguna vez… Y él la está disfrutando a ella también…, a mi prometida, a quien se iba a casar conmigo apenas unos días después del fatal momento en que me tocara estrellarme en el auto… Quiero despertar… quiero cortar estas ataduras invisibles que me mantienen atado a la cama…
“El suero ya lo cambié yo… vos encargate de las sábanas”
Durante todo el día siguiente no hay rastros de ella, ningún indicio de que se haya acercado hasta la clínica… Tampoco lo hay del doctor, por cierto… ¿Habrán decidido, ambos, tomarse el día libre? ¿Faltar a sus obligaciones laborales? O tal vez sea sábado o domingo, no sé… El hecho es que aparece recién a la noche: habla algunas palabras con la enfermera que está, en ese momento, haciendo el servicio de habitación y me parece detectar en su tono que está alegre, motivada, que viene de pasarla bomba… Apenas la enfermera se marcha, Liz casi no deja que entorne la puerta de la habitación que ya lo está llamando a Javier…
Acababa de conseguir que mi novio se acostara con mi madre y ahora quería que desvirgara a mi hermana. ¿Cómo había llegado a algo así?
Hola, me llamo María y tengo cuarenta y tantos, un marido fantástico y dos hijos maravillosos, pero cuando ocurrió lo que estoy contando tenía 17, acababa de perder la virginidad con mi novio, actualmente mi marido, que a su vez, la acababa de perder con mi madre. Ya solo faltaba que se acostase con Rita, mi hermana pequeña, dos años menor que yo, para cerrar el círculo. Creo que esto no suele ocurrir en la mayoría de las familias. Probablemente tampoco hubiera ocurrido en la mía si no se hubieran dado una serie de circunstancias. La primera es que nuestro padre nos abandono, largándose con su secretaria. Mi madre entró en una depresión que me hizo temer por el futuro de nuestra familia. La otra es que yo en aquella época llevaba un rollito muy hippie, muy liberado. Además me gustaba mucho el sexo. A penas podía pensar en otra cosa. A mis 17 no era una supermodelo que fuera por ahí rompiendo corazones, pero era graciosa y gustaba bastante a los chicos. No era muy alta ni muy llamativa, pero me consideraba mona de cara, con el pelo castaño algo rizado, y delgadita. Mi hermana y yo nos parecíamos, pero ella estaba menos desarrollada y llevaba el pelo corto con tonos rojizos.
Había notado que a mi novio le excitaba mi madre. Es normal, era, aun es, una mujer de bandera, a Julio, como se llama mi marido, se le iban los ojos con sus escotes. Yo, en mi juventud y bendita ingenuidad, andaba dando vueltas a como se podían conciliar las ideas románticas de amor tradicional, para toda la vida y demás, con las nuevas ideas del feminismo y el amor libre, que en esos años posteriores a la dictadura hacían furor. Quería a mi novio y quería estar con él. Era un cielo: atento, respetuoso y nunca me negaba nada. Además era guapo. Alto, moreno… era más intelectual que deportista, pero a mí tampoco me gustaban los hombres demasiado atléticos, así que no me importaba. Que le mirase las tetas a mi madre no me ponía celosa, más bien me hacía gracia. Yo también les miraba el paquete a otros hombres. A su vez quería tener una vida sexual plena, experimentar cosas, no ser como mi madre, dependiente de un hombre que la había traicionado. Julio y yo aún no habíamos perdido la virginidad. Se la había chupado y él me había comido el coño a mí, pero dar el siguiente paso nos ponía nerviosos. Entonces se me ocurrió: Julio debía acostarse con mi madre. Ella saldría de la depresión y Julio adquiriría las necesarias destrezas para ser un buen amante y estrenarme a mí como es debido. Sin saberlo había inventado la pareja liberal, que obviamente ya estaba inventada, pero que era un concepto revolucionario para mí. Podía tener las dos cosas, estar siempre con mi novio y tener sexo con otras personas, porque si él podía hacerlo con mi madre, yo podría hacerlo en el futuro con quien me placiese. No es que tuviera el deseo concreto de hacerlo con nadie en particular, simplemente no me quería cerrar puertas. Era una idea genial. Solo faltaba que se lo pareciese a él. Que mi madre le gustaba estaba claro, solo faltaba que tuviese el valor de admitirlo… de admitirlo y de intentar seducirla. No sabía si mi madre estaría interesada en montárselo con él, pero seguro que ver a otro hombre interesado en ella, especialmente si era más joven, le haría bien. La secretaria con la que se había fugado mi padre era, obviamente, más joven que mi madre, y esto la carcomía, haciéndole sentir vieja. Que se diera cuenta que podía volver loco a un crio la animaría seguro. Primero tenía que convencerle a él de que lo intentase. Ya veríamos como liaba a mi madre luego. Escogí para planteárselo el momento que me pareció mejor, mientras nos estábamos enrollando. Estábamos en mi habitación. Mi madre no estaba, pero Rita sí, y nos espiaba desde la puerta. No era la primera vez que lo hacía, supongo que tenía curiosidad y que la pobre se aburría. Normalmente fingía que no me daba cuenta y la dejaba mirar. De hecho me excitaba que lo hiciera. Después de un par de morreos, cuando ya sentía la polla de mi novio dura dentro del pantalón se lo plantee.
-Creo que deberías acostarte con mi madre.
-¿Qué?
Me dijo que estaba loca y había momentos en que estaba de acuerdo, pero veía que estaba perdiendo a mi madre y con ella mi familia y no estaba dispuesta a consentirlo. A grandes males, grandes remedios. Si mi padre no sabía apreciarla otros hombres lo harían, aunque para ello el primero tuviera que ser mi propio novio. Le llamé reprimido, traje a colación una anécdota de un día que le había puesto crema a mi madre en la playa y había terminado empalmado, en fin, argumenté mi locura lo mejor que pude. No esperaba convencerlo a la primera, se trataba de meter esa idea en su cabecita y dejar que el morbo fuera haciendo su trabajo. Cuando consideré el trabajo hecho seguimos besándonos. Bajé mi boca hasta su entrepierna con la intención de comerle la polla cuando se me ocurrió otra extravagancia. Mi hermana seguía allí mirando, no necesitaba verla para estar segura de ello. Estaría con las braguitas húmedas, tal vez masturbándose, pensando en la verga de mi novio. Lejos de encelarme eso me ponía cachondísima. Y además podía usarlo en mi favor. Olvidándome de Julio di un salto y me dirigí a la puerta. Rita no lo esperaba y la sorprendí con las manos en las bragas. La obligué a entrar en la habitación ante el pasmo de mi novio que continuaba con el miembro al aire. La pobre Rita estaba atoradísima, apenas podía balbucear una disculpa.
-Tranquila, es normal que tengas curiosidad- le dije yo- Ven, mírala más de cerca. A Julio no le importa.- Al pobre no le había pedido su opinión, pero a juzgar por lo empalmada que estaba su polla, no creo que le importara. Murmuró alguna protesta, pero lo ignoramos. – ¿quieres tocarla?- mi hermana alargó la manita y palpó su miembro. Estaba excitadísima. Puse mi mano sobre la suya y la moví para que le hiciera una paja. Bajé la cabeza y continué con la mamada. Después de un par de chupetones invité a Rita a hacer lo mismo. Era su primera mamada. Mi objetivo era desinhibir a Julio. Si mi hermana podía chupársela, podía tirarse a mi madre. Además a mi hermanita le vendría bien un poco de acción, después de tanto mirarnos. Acerqué mi boca al oído de nuestro semental y le pregunté si le gustaba lo que estaba ocurriendo. Susurró un reproche poco creíble y sonreí para mis adentros. Julio sería como una marioneta en mis manos. Terminamos en un 69 mientras Rita le chupaba los huevos. No tardó mucho en correrse, pero como el caballero que era me siguió lamiendo hasta que me corrí. También masturbó a mi hermana. En el momento del orgasmo las dos terminamos besándonos. Fue un poco raro, pero me gustó.
Esa noche me deslicé a la habitación de mi hermana para hablar con ella, no quería que lo que había pasado le provocara un trauma o algo así:
-Hola Rita. Quería hablar contigo de lo que ha pasado antes.
-No quería espiaros, de verdad, es que oí un ruido y… – estaba guapísima con rubor en sus mejillas y gesto de culpabilidad.
-Tranquila cariño, tienes curiosidad, es normal. No debí sorprenderte de ese modo y menos ponerte en una situación tan incómoda. Lo siento, me dejé llevar.
-Bueno, no fue tan incómoda- confesó ella con una sonrisilla- Julio tiene una buena polla.
-Ja ja, menuda zorrita, ¿ahora te gusta la polla de mi novio?
-¡Eh! ¡Que fuiste tú quien me obligó a chupársela!
-¿Obligar? Si lo estabas deseando…
Reímos las dos y le hice cosquillas. Todo parecía estar bien. Se la veía preciosa, orgullo de hermana aparte, en la penumbra, con su pijama de unicornios.
-Y lo del morreo entre nosotras. ¿Te gusto? No quiero que las cosas se pongan raras entre nosotras.
-Bueno, fue un poco extraño, pero me puso calentísima. No pasa nada, solo jugueteamos un poco.
-Me alegro que lo veas así- le dije y la besé en la mejilla- Estoy cachonda de acordarme. ¿Nos masturbamos?
-Vale. La película está debajo de la cama.
Se refería a una película porno que se había dejado nuestro padre antes de irse. La habíamos visto una docena de veces y aun nos calentaba. Desde la segunda vez que la pusimos que nos masturbábamos con una de las escenas que nos gustaba especialmente. Era un típico trío de dos chicas con un chico. La peli, un vieja cinta vhs, estaba ya pausada en esa escena que apareció en pantalla al darle al play. Las dos chicas se la chupaban a dúo al maromo, como habíamos hecho nosotras con Julio unas horas antes. Esta coincidencia me excitó y empecé a acariciarme la entrepierna. De reojo vi que mi hermana hacia lo mismo. Ellas estaban delgaditas y tenían unos pechos enormes, posiblemente artificiales. El chico tenía un pene desproporcionadamente grande, de unos 25 centímetros. Uf, que polla, comenté. Sí, y mira que tetas tienen ellas, dijo mi hermana. ¿Te fijas más en las tetas de ellas que en la polla de él?, pregunté yo. En las dos cosas. ¿Por qué? ¿Es algo malo?, dijo ella inocentemente. No, claro que no, la tranquilicé yo. No pasa nada. Seguimos masturbándonos, cada vez más cachondas. Estábamos en su cama, como la ropa nos molestaba nos la fuimos quitando. En un momento dado noté su manita en mis tetas, como ayudándome. Yo hice lo mismo por ella. En la pantalla el chico se follaba a la rubia mientras le comía el coño a la morena. Ellas se besaban. En el momento del orgasmo giré la cabeza hasta que mis labios se encontraron con los de mi hermana. Nos morreamos como lo habíamos hecho con mi novio. Me dije que era cosa del calentón, que simplemente nos ayudábamos a corrernos, como buenas hermanas que se hacen un favor. No concebía que a aquello se le pudiera llamar incesto.
Unos días después vi una ocasión perfecta para desarrollar mi plan. Estábamos todos viendo una película en mi casa, o sea, mi madre, mi hermana, Julio y yo. Mi novio estaba entre mi madre y yo. Aunque era verano hacia airecillo y nos tapábamos con una sabana en el regazo. Aprovechando que esto me daba intimidad comencé a tocarle el paquete coincidiendo con una escena de sexo que me había calentado. Entonces se me ocurrió. Mi madre no montaría un escándalo con nosotras delante y menos en su estado. Era un momento ideal para que Julio le metiera mano. Se lo susurré al oído, pero el muy cobarde no me hizo caso. Dispuesta a obligarlo, le cogí la mano y se la coloqué a mi madre en la pierna. El pobre se puso rojo como un tomate, pero no la retiró. Mi madre también estaba azorada, pero tampoco se movía. Allí estaban como dos pasmarotes con la mano de mi novio inmóvil en la pierna de mi madre. En la pantalla un hombre casado le hacía el amor a una putilla. A mi hermana eso le recordó lo que nos había hecho nuestro padre y murmuró algo contra los hombres. Vi en ello una oportunidad e intervine con un comentario a favor de la libertad sexual y la desinhibición. Mi madre, como yo esperaba, se sorprendió y me preguntó directamente defendía la infidelidad de mi padre. Era la ocasión que esperaba. Muy tranquila contesté que no, pero que si él se tiraba a su secretaria, ella también podía tirarse a un jovencito… por ejemplo Julio. De este modo le estaba dejando claro que no me pondría celosa si eso ocurría. A ella le hizo gracia la ocurrencia “fíjate, esta juventud” y esas cosas. Se notaba que se estaba relajando, hasta le dio un beso a Julio en la mejilla. Este se animó y comenzó a mover la mano. Yo se la seguía meneando, cada vez la tenía más dura. Le dije al oído que le metiera la mano en las bragas. Esta vez me hizo caso. Mi madre debía estar calentísima. En un momento dado se levantó, tirando la sabanita por el suelo y dejando el miembro de mi novio al aire y se fue, supongo que a masturbarse sola. Ni siquiera se dio cuenta de que le estaba haciendo una paja a Julio. Rita sí que lo vio y se acercó melosa. Volví a colocar la sabana, metí la cabeza dentro y se la chupé mientras mi hermana y él se besaban. Cuando se corrió en mi boca saber que tendría en la suya la saliva de mi hermana me excitó aun más.
Después de aquel avance me propuse espiar a mi madre masturbándose. Era obvio que eso era lo que había ido a hacer cuando se levantó del sofá. Podía ser interesante para mis fines, tal vez me diera información útil y, en todo caso me daba morbo verla así. Mi hermana estuvo de acuerdo conmigo y me ayudó a vigilarla. Un día que estaba comentando con Julio la jugada de la metida de mano, asegurándole que aquello demostraba que a mi madre le ponía cachonda y que podía tirársela, mientras el ponía escusas, vino Rita excitadísima. Mi novio había venido a comer a mi casa y estábamos pasando la sobremesa en mi cuarto. Lo está haciendo, afirmó. ¿Ahora?, me pregunté, ¿sabiendo que estamos todos en casa, en pleno día? Cogí a mi chico de la mano y seguimos a mi hermana. En efecto mi madre estaba tocándose. Había estado mirando a Julio de un modo un poco raro durante toda la comida. Nos quedamos mirándola por una rendija divertidos. Noté mis bragas húmedas y me puse a tontear con él. Para deleite de Rita que nos miraba de reojo le saque la verga y me puse a meneársela. Mi madre se tensó, aceleró los movimientos y se corrió gritando: ¡Julio! Aceleré yo también y el aludido se corrió en mi mano en silencio. Sin poder aguantar la risa corrimos a mi habitación. Ahora no negaras que esta desando que te la folles, le dije, hasta se masturba pensando en ti. Mi novio no sabía que decir.
El siguiente paso de mi plan me lo sugirió Rita, que ya era mi cómplice sin reparos. ¿Y si los dejamos solos, me dijo, en una playa nudista? Convencer a mi madre de que fuéramos a una con Julio el fin de semana siguiente no sería muy difícil: desde el divorcio estaba apática y hacía lo que queríamos sin oponer mucha resistencia. Ciertamente sería una situación excitante, los dos desnudos entre la arena y el agua. Me pareció una gran idea y nos pusimos manos a la obra. Mama refunfuñó un poco pero accedió. Creo que la posibilidad de verle la minga a mi novio la ponía cachonda. En cuanto a él… como de costumbre se encogió de hombros. Una vez llegamos y nos desnudamos Rita y yo fingimos habernos dejado la crema protectora en el coche y desaparecimos. Les dejamos un rato y, cuando volvimos los vimos bañándose en el mar. Parecían muy juntitos, me resultó sospechoso. El resto del día ni siquiera se miraron. Cuando me quedé a solas con Julio, unos días después, y le interrogué, la sorpresa: se habían enrollado en el agua. Me lo dijo titubeando, como avergonzado. Concretamente se habían masturbado el uno al otro. Le pedí que me diera los detalles y los imitamos, como en una reconstrucción de los hechos. Como habían estado primero jugando en el agua para aliviar tensiones, como habían hablado de nosotras y de lo que pasó el día de la metida de mano, como ella había rozado la polla erecta de él, así como por casualidad, como había empezado a meneársela mientras él terminaba lo que no había podido en el sofá, metiéndole los dedos en el coño. Estuvimos reproduciéndolo todo hasta corrernos en nuestras manos como habían hecho ellos en el mar. Siempre me había preguntado si a la hora de la verdad me sentiría celosa, si Julio y mi madre, finalmente, hacían algo. Era raro, en parte lo estaba y en parte no. Me parecía que habíamos cruzado una frontera peligrosa, pero, por otra parte, era lo que yo quería, y me excitaba muchísimo solo de pensarlo.
Después de ese paso adelante vino uno hacia atrás. Mi madre debía estar nerviosa o avergonzada o sentirse culpable porque dejó de hablarle a Julio y casi también a mí. No dijo nada al respecto, no se oponía a que mi novio viniera a casa ni nada parecido, simplemente lo evitaba, no le dirigía la palabra y si lo hacía él, respondía con monosílabos. Tampoco conmigo se mostraba especialmente dicharachera. No sabía qué hacer. Ya le había insinuado que no me importaría que se acostase con mi novio, pero o no había pillado la indirecta o no se la había tomado en serio. Suponía que insistir en el tema empeoraría las cosas, así que me limité a observar esperando que pasada la tormenta todo volviera a la normalidad y me surgiera una nueva ocasión de avanzar en mi plan. Pasaron semanas y todo seguía igual o, tal vez, peor. Cada día estaba más preocupada. Además la sombra de la depresión que en los felices días de las metidas de mano y masturbaciones en honor de mi novio se había alejado parecía volver a rondarla perseverante. La gota que colmó el vaso la produjo una discusión con mi padre. No recuerdo porque fue, alguna cuestión económica derivada del divorcio supongo. Mientras discutían habían ido elevando el tono y haciéndose reproches estúpidos. En el momento de máxima agitación el cabrón de mi padre le recordó a mi madre lo joven y guapa que era su secretaria y actual amante, y lo vieja y amargada que era ella. Mi progenitora había estallado en llanto y el debate había terminado ahí. Estaba furiosa con él por haber dicho aquello, pero también con ella, por dejar que le afectara de esa forma. Los días siguientes fueron terribles. Mi madre parecía una zombi. Cuando no podía más me encerraba con Rita en mi habitación o en la suya para no verla sollozar y auto-compadecerse y no terminar discutiendo y empeorando aun más las cosas. También me apoyé en Julio desahogando con él las cosas que no podía decirle a mi madre. Uno de esos días en que mama vagaba por la casa como un anima en pena y mi novio había venido a verme perdí la paciencia. Fui hacia ella y le dije todo lo que pensaba. Le dije que aquello no podía herirla así, que no necesitábamos a aquel cabrón en absoluto, que ella era una mujer joven y bella, que si él se tiraba a su secretaria ella podía hacerlo con alguien más joven, con Julio por ejemplo.
-¡No digas tonterías!-me espetó. Le recordé que se masturbaba pensando en él, que hasta le hizo una paja en la playa. Ella no sabía que yo lo sabía, así que se quedó perpleja -¡Estás loca! – me dijo finalmente a falta de argumentos mejores. No pude más y me fui llorando seguida de Rita que trataba de confortarme. Me costó unos minutos serenarme y acordarme que habíamos dejado a Julio a solas con mi madre en medio de semejante follón. Me sequé las lágrimas y cogida de la mano de mi hermana volvimos a la habitación de mi madre. Pensaba que tendría que rescatarlo de una situación violenta. Mientras nos acercábamos me extraño oír unos gemidos. La puerta estaba abierta y en la cama, despreocupados de nosotras, mi novio y mi madre se besaban. Rita y yo nos quedamos petrificadas. Noté que me apretaba la mano. Mis bragas se humedecieron y creo que las suyas también. Julio le chupaba los pezones a mi madre. Esas tetas de las que mi hermana y yo habíamos mamado estaban ahora en sus manos y en su boca. Siguieron desnudándose y besándose, ignorándonos por completo. Ahora ella le chupaba la polla. Noté que Rita se pegaba mucho a mí. Mi madre lamía esa verga que mi hermana y yo habíamos mamado antes. Mama colocó a mi novio sobre ella e hizo que le penetrara. Mi hermana y yo nos abrazamos. Estuvimos mirando hasta que acabaron, después les dejamos solos y fuimos a mi cuarto. Estábamos muy calientes. Rápidamente nos desnudamos y comenzamos a masturbarnos. Pronto noté su manita en mis pechos, la correspondí con la mía y estuvimos un rato haciéndonos un dedo y tocándonos las tetas. En un momento dado no me pude aguantar y me tiré sobre ella. Nos besamos y mi mano sustituyó a la suya entre sus piernas. Ella me correspondió y nos pajeamos la una a la otra mientras nos comíamos las bocas. Nuestros senos se rozaban. Me estaba volviendo loca de gusto… ¡con mi propia hermana! Nunca antes me habían excitado mujeres ni mucho menos de mi familia, pero en aquellos momentos estaba derritiéndome. Encajé mi muslo derecho en su vulva de modo que le quedó el izquierdo en contacto con la mía y comenzamos a frotarnos. Primero despacito, cada vez más fuerte. No sé como mama y Julio no se enteraron, nuestros gemidos cada vez eran más altos y el olor a sexo inundaba la habitación. Así nos corrimos, mojando nuestras piernas.
Al día siguiente en lugar de culpabilidad todo eran sonrisas. Me llevé a Julio aparte y le pregunté: ¿Sigues siendo mi novio, no? ¿No te enamoraras ahora de mi madre?
No seas tonta, se limitó a contestar y nos besamos. Eso me bastó para quitarme los celillos que a pesar de mi convencimiento de que aquello era una buena idea me habían entrado. Esa mañana fuimos de nuevo a la playa nudista. Esta vez nos bañamos los cuatro. Mi hermana y yo empezamos a meterle mano a Julio como en broma. Mi madre nos miraba divertida y murmuraba: estáis locas. De repente se me ocurrió algo: Repetid lo de la paja, que lo veamos Rita y yo. Mama rió. Lo que digo, locas de remate. La playa estaba desierta así que cuando ella puso la escusa de que podían sorprenderlos protestamos las dos. Él, como de costumbre no decía nada, en espera de cómo se desarrollaran los acontecimientos. Tanto insistimos que al final se acercaron insinuantes el uno a la otra. Después de su noche de pasión los dos lo estaban deseando. Mi madre le agarró la polla empalmada por nuestros juegos de antes y se la meneó. Luego se besaron como la otra vez. Rita y yo nos tocábamos bajo el agua sin que ellos, que estaban a lo suyo, se dieran cuenta. Antes de que él se corriera pararon y ella lo abrazó facilitando la penetración. Mi hermana y yo reímos y los jaleamos mientras follaban. Se besaban como locos y las tetas de ella chocaban contra el pecho de él. Era muy excitante mirarlos. Mi hermana me metía el dedito por el coño y yo a ella le frotaba el clítoris. Queríamos besarnos pero mi madre no lo hubiera entendido, ya era un milagro que se estuviera follando a mi novio delante de nosotras. Nos corrimos casi a la vez que ellos y volvimos a la orilla.
Esa misma noche estábamos los cuatro viendo una película con la sabanita en el regazo, como el día de la metida de mano. No necesité que una escena me pusiera caliente para acariciarle la polla a mi novio como en esa ocasión, pero esta vez ya sin disimulo. Él, por su parte, no necesitó tampoco que yo le incitara para meter la mano entre las piernas de mi madre. Esta reía y no paraba de repetir que estábamos locos, pero se la veía más feliz que en años. Mi hermanita nos miraba con envidia sin poder participar, hasta que no se le ocurrió otra cosa que meter la cabeza dentro de la sabana y chuparle la pija a Julio. Estaba sentada al lado de mi madre, así que para llegar hasta su objeto de deseo se recostó sobre de ella, de modo que cuando bajaba la cabeza para meterse la polla de mi chico del todo en la garganta sus pechos rozaban los muslos de nuestra progenitora. ¿Qué hacéis locas? Preguntaba riendo mientras Julio le metía los dedos en el coñito y Rita y yo, que la imité, le comíamos la polla a nuestro macho. Mama no perdía detalle de la doble mamada alucinando ante el que algo así se pudiera hacer. Julio giró la cabeza y comenzó a morrearse con su futura suegra. Luego le quitó la blusa y se puso a comerle las tetas. Cuando ya no aguantó más se levantó apartando nuestras bocas de sus genitales, agarró a mi madre de las piernas, haciendo gala de una iniciativa desconocida en él hasta entonces y se la metió de un golpe. Mi madre se volvía loca mientras mi novio se la follaba delante de nosotras. Me desnudé, froté mis tetas contra el brazo de nuestro semental y le besé profundamente, metiendo mi lengua hasta su garganta. Rita hizo lo mismo desde el otro lado, lo que no impedía que siguieran follando, bajando un poco el ritmo para chuparnos Julio la lengua a mi hermana o a mí alternativamente. Al cabo de un rato nos separamos de él para masturbarnos a gusto ante ese espectáculo de porno en vivo que nos estaban dando. Ellos aprovecharon para acelerar las embestidas y joder cada vez más duro. Mi madre estaba en la gloria y yo era feliz viéndoles. Estuvieron así un rato hasta que los vimos llegar al orgasmo casi a la vez. Nosotras también disfrutamos con nuestros dedos.
Después de aquellos acontecimientos me sentía preparada para perder mi virginidad. Mi madre ya había disfrutado, ahora me tocaba a mí. Para el siguiente fin de semana les pedí a las dos, ella y mi hermana, que nos dejaran a solas a Julio y a mí. Preparé una cena romántica y compré condones. Lo tenía todo preparado. Él comprendió que había llegado el momento y cuando terminamos de cenar me llevó a mi cuarto en brazos mientras nos besábamos. No hizo falta hablar, los dos sabíamos lo que iba a suceder. Me tendió en la cama y se desnudó. Comenzó a besarme despacio, deleitándose. Nos mordíamos los labios, nuestras lenguas se juntaban. Siguió besándome por el cuello, bajó hasta mis senos y los chupó, desprendiéndome de la blusa y el sujetador. Rodeó mis pezones con la lengua mientras me amasaba las tetas, los besó, los succionó… solo con eso ya me dejó al borde del orgasmo. Luego bajó por mi vientre, jugó un rato en mi ombligo haciéndome cosquillas y llegó hasta mi monte de Venus. Aspiró el aroma que salía de entre mis piernas y decidió besarme los muslos. También me mordió las rodillas a la vez que yo, con mis pies, le acariciaba el miembro erecto. Volvió a subir la lengua por mis piernas, esta vez entrando por la cara interna de mis muslos. Llegó a las ingles y las acarició con los labios. Yo a esas alturas ya estaba deshaciéndome en sus caricias y besos. Me pasó la lengua por la vagina, la metió dentro y la movió de un lado a otro. Estuve a punto de explotar. Luego me lamió el clítoris, lo empapó de saliva, lo rodeó con sus labios y lo aspiró. Aquí ya no pude más y me corrí en su boca. Agradecida le besé y noté el sabor de mis flujos en sus labios. Dispuesta a retribuirle le tumbé sobre la cama y fui yo ahora quién le besó en el cuello. Bajé la lengua por su cuerpo hasta llegar a su pene grueso, erecto, magnífico. Le di besitos en la punta mientras lo sujetaba por la base. Al tacto de mi mano lo noté caliente, palpitante… Se la había comido muchas veces, pero esta era especial. La lamí de la punta a la base, le chupé los huevos y, finalmente, me la metí en la boca, la rodee con la lengua y me puse a mamar. Lo hacía como si me fuera la vida en ello, le acariciaba los cojones y succionaba su polla como si fuera a extraer el más preciado manjar. Al cabo de un rato tuve que pararme porque noté que si no se iba a correr y quería que me la metiera, que me desvirgase. Nos besamos de nuevo tiernamente, otra vez me mordió las tetas y me acarició la entrepierna. Me tumbé sobre la cama y separé los muslos. Él acercó la polla a mi vulva y la pasó por mis labios vaginales, luego golpeó mi clítoris con su glande. ¡Vamos, métemela ya!, rogué. Sonrió y me metió la puntita. Lo hacía despacio. La metió un poco más y notó la resistencia. Empezó a dolerme un poco, pero se podía aguantar y estaba muy excitada. Empujo un poco y ¡chas!, ya no era virgen. Unas gotitas de sangre resbalaron por mis muslos. La metió entera y la dejó quieta. Poco a poco me fui acostumbrando a ella y el dolor dejó paso al placer. Comenzó a moverse muy lentamente, era genial, estaba en la gloria. Fue acelerando el ritmo, haciéndolo cada vez más deprisa. Mientras me tocaba las tetas y me besaba. Cada vez le daba más duro, más rápido, más fuerte. Nos corrimos a la vez, fue fantástico, grité su nombre hasta que su lengua en la mía me hizo callar.
Después de esa maravillosa primera vez follábamos tanto como podíamos. Me había hecho celosa y ya no le dejaba tirarse a mi madre ni juguetear con mi hermana: lo quería solo para mí. Pasamos unas semanas como de luna de miel haciendo el amor en cada ocasión que se nos presentaba, contando con la colaboración de mi familia a la que no le importaba dejarnos solos cuando lo necesitábamos. Un día estábamos en la faena cuando con el rabillo del ojo observe a alguien espiarnos. Era mi hermana de nuevo. Desde que había perdido la virginidad la tenía desatendida, nada de sesiones masturbatorias las dos solas y, por supuesto, no la había dejado acercarse a mi novio. Me dio pena y busque con la mirada la aprobación de mi hombre, que también había reparado en su presencia. Él asintió así que la dejé pasar. En aquellos momentos estaba cabalgando sobre él. Atraje a mi hermana hacia mí y la besé. Nuestras lenguas se rozaron mientras tenia aun el pene de Julio dentro. Entonces le susurre al oído a Rita que le besara. Así lo hizo mientras yo seguía montándole. Noté que su polla crecía más en mi coño. Se comían las bocas con pasión. Ella se fue desnudando y ofreciéndole los senos para que los besara y el chochito para que la masturbara. Caí sobre ellos y juntamos las tres lenguas mientras nos corriamos. Repetimos esta especie de tríos en los que mi novio me follaba a mí y hacía correrse a mi hermana con los dedos o la boca un par de veces. También un par de días que no podía estar con Julio acabé masturbándome con mi hermana mientras veíamos la película porno que se había dejado mi padre, como solíamos, o ante el relato de mi pérdida de la virginidad, en que yo no le ahorraba detalles, explicándole explícitamente lo que se sentía cuando una polla te horadaba el coño. Fue en una de esas ocasiones, mientras simulaba que mis dedos eran la polla de Julio y el coño de mi hermana era el mío y la hacía correrse susurrándole guarradas al oído, cuando comprendí que aquello tenía que pasar. Igual que se había follado a mi madre, mi novio debía follarse a mi hermana.
El siguiente fin de semana hablé con él. Es sobre mi hermana, le dije. Quieres que me acueste con ella, interrumpió él. No hay problema. Casi me molestó que pusiera tan pocas resistencias, después de lo que me costó que lo hiciera con mi madre, pero debo reconocer que se veía venir. Además, una vez derribas las barreras, y nosotros ya las habíamos derribado, todo es más fácil.
Recuerdas que tu novia soy yo, ¿verdad?, le dije algo picada. Claro tonta. Eres tú la que ha venido a pedírmelo. Era verdad, no podía negarlo. De igual modo fui a hablar con Rita. Es mi novio, le dije. No va a ser el novio de las dos, ni nada parecido. Tú tendrás pronto tu propio novio. O novia, lo que más te guste. Julio es el mío. Solo vamos a compartirlo por ahora. Para que sepas lo que es tener una polla dentro. Ella asintió en silencio y me besó en los labios. La hice entrar en mi habitación donde mi chico nos esperaba. ¿Queréis que os deje solos? No, se apresuró a responder ella. Quédate. Él no opuso ninguna objeción así que me quedé mirando a un paso de distancia mientras se besaban. Se habían comido las bocas otras veces, pero se notaba que aquella ocasión era especial. No hablaban, solo se acariciaban y se mordían. Se fueron desnudando y yo empecé a tocarme entre las piernas. Estaba excitada de verlos. Él le lamía ahora los pezones a ella. Luego fue bajando la lengua hasta llegar a su coñito. Chupó un rato e hizo que ella se estremeciera, pero no llegó a correrse. Después ella le chupó a él. Lo hizo por todo el cuerpo, hasta llegar a su miembro erguido. Le dio besitos en la punta, se lo metió entero en la boca. Le había enseñado bien. Cuando se tendió sobre la cama con los muslos separados y él acercó su pene a los labios de su vulva, Rita extendió la mano hacia mí. Se la cogí y me la apretó fuerte. Quería compartir esto conmigo y eso me emocionó. Quería mucho a mi hermanita. Julio se la metió con delicadeza. Su experiencia conmigo le sirvió para hacerlo aún mejor. Se estaba convirtiendo en un experto. Cuando noté que ella disfrutaba no pude más y me llevé su mano al coño para que me lo tocara. Ella lo entendió y me metió el dedito como ella sabía, como a mí me gustaba. Mientras follaban no dejaban de besarse. Sus lenguas bailaban al ritmo de sus embestidas. Nos corrimos los tres a la vez. Una lágrima le caía a Rita por la mejilla. La besé con pasión. Después a él. Me tumbé con ellos y quedamos allí abrazados.
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Gabriela… una adorable mujer casada 14
Ya habían transcurrido tres días desde la última y acalorada aparición de don Pedro por la casa de nuestra adorable Gabriela, la rubia recién se comenzaba a reponer psicológicamente de la brutal agresión por parte del despreciable vejete hacia su integridad tanto psicológica como física.
La aun temerosa ex casada, quien esa mañana de día sábado llevaba puesto un simple vestido hogareño color crema con suaves tonalidades floreadas el cual protegía sus curvas, se encontraba sentada en uno de los confortables sofás de su salita con una de sus soberanas y doradas piernotas subida una sobre la otra al momento de estar en forma pensativa sirviéndose un vaso de leche, y ella otra vez se daba a meditar en todo lo que le estaba sucediendo desde que había roto su relación con don Cipriano, y lo desastroso que había sido todo eso (con la vieja Ernestina incluida).
Sus pocas amistades estaban desaparecidas incluyendo a Lidia, su familia no deseaba saber nada de ella como bien ya todos sabemos por el solo hecho de haberse enterado en la escandalosa forma en que ella, Gabriela, había terminado su matrimonio, ni mencionar de que ellos también supieron los pormenores de como Cesar la había sorprendido manteniendo relaciones sexuales entusiasmadamente en su lecho conyugal con un viejo extraño y de lo más ordinario.
En la mente de la rubia también se sumaba su fracasado intento de conseguir un trabajo en la empresa del señor Martínez, su ex jefe, quien ni se la había pensado aquel día para hacerle ver burdamente que él también quería cogérsela a cambio de darle un puesto en su empresa. Gabriela no entendía como aquel hombre supuestamente profesional y con altos estándares de educación podía pensar que ella su ex secretaria iba a ir y acostarse así como así con él, -ella solo había hecho el amor con dos hombres en su vida, se decía, es decir: con su ex marido y con don Cipriano, aunque su mente en el acto le machacó que ahora también estaba en su lista un tercer integrante y que este era el ordinario de don Pedro, por lo que inmediatamente se dijo: –y bueno… con don Pedro también… también se había acostado, pero con él NO había hecho el amor… con él solo… solo se había a… acostado… -se volvió a repetir, -este último solo había tenido buena suerte con ella, solo eso.
Junto con lo último y como para coronar todo lo anterior la contrita rubia creía entender que su asqueroso y suertudo casi cuñado, gracias a las cuatro ocasiones en que ya se habían acostado este estaba casi convencido que podía tener sexo con ella a la hora que a él se le ocurriera solo porque se la había cogido un par de veces, -se decía la rubia, –¿Cómo se le podía ocurrir a don Pedro tal cosa?, -terminó preguntándose al mismo tiempo que le daba un último sorbo al vaso de leche con sus sensuales y rojos labios al momento en que se ponía de pie para ir a dejarlo a la cocina, diciéndose que ella no tenía ningún tipo de vínculo con aquel miserable, lo que había pasado entre ellos solo había sido sexo como amigos debido a su rompimiento con don Cipriano, -solo había sido eso y nada más que eso…, -pensó finalmente en su convulsionada mente en forma malhumorada, además que ya tenía decidido que apenas se apareciera aquella piltrafa de hombre por su casa le pediría las llaves de su camioneta y le diría unas cuantas verdades debido a lo ocurrido entre ellos en la última visita por parte del vejete en la cual se la había casi-violado estando este último totalmente alcoholizado.
Sin embargo a todo lo anterior la rubia Gabriela en muchas oportunidades en esos últimos tres días se daba a cuestionarse a ella misma sabiendo al nivel de descaro en que había llegado en el momento que decidió “acostarse” por las buenas y sin compromisos con el hermano de don Cipriano ( y con todo lo que la famosa palabra “acostarse” implica, sobre todo cuando un hombre y una mujer se “acuestan”, además que por culpa de esto mismo el ordinario de don Pedro se la había violado por detrás).
El fuero interno de la ex casada le aclaraba una y otra vez que al contrario de estar haciendo las cosas bien como ella siempre quiso lo único que estaba logrando era comportarse como una verdadera fulana al estar cometiendo las mismas estupideces de siempre, aun así otra parte de su mente no aceptaba tildarse a ella misma en tan baja condición por lo que la rubia para no seguir torturándose se daba a ponerse a pensar en otra cosa, demás está decir que en esos días nuestra rubia tenía todo el tiempo del mundo para meditar en la acción de su parte de ya haberse revolcado con dos hombres distintos y que no eran su marido.
Debido a lo anteriormente expuesto la deseable ex casada en aquellos momentos, aunque antojable como siempre y en la soledad de su casa, estaba de muy mal humor ya que seguía siendo atacada por los centenares de recuerdos de todas aquellas escandalosas escenas de sexo desvergonzado que mantuvo por más de un año con ambos mecánicos, claro que con el segundo habían sido en pocas ocasiones y en un corto lapso de tiempo, experimentando por primera vez una extraña vergüenza de ella misma, además de sentirse de lo más cabreada por lo nefasto del curso de su vida en ese último mes, mientras que en forma autómata otra vez estando sentada en la salita se daba a revisar su celular desprovisto de contactos, en su conciencia buscaba una y otra vez la fórmula para poder reestablecer el curso de su vida, esto rondaba en su mente desde el mismo día en que don Pedro se la habida violado sin ni siquiera saludarla primero, pero también existía una idea principal que se formaba en su mente y que ella misma se encargaba en disipar por razones que solamente ella entendía, pero su situación era tan delicada que ya no le quedaba de otra.
Desde aquel lejano día en el Pie Grande en los momentos en que la misma Gabriela había despachado a Cesar de su vida por las razones que ya todos sabemos, esta era la primera vez que la rubia en su desesperada situación se daba a pensar en su matrimonio y en su marido: ¿Qué habría sido de ellos si ella no hubiese conocido a don Cipriano? ¿Estaría aun casada con Cesar? ¿Cómo estaría él en estos momentos? ¿Cómo estaría Jacobo, su nenuco? ¿Este último, su hijo, la extrañaría de la misma forma en que ella lo hacía?
Gracias a estas últimas dudas nuestra espectacular hembra en la soledad de su hogar echó a volar su mente en miles de recuerdos evocando gratificantes momentos familiares que en sus mejores tiempos habían calado hondo en su corazón, entre ellos estaban: el día de su casamiento con Cesar; o también la tremenda felicidad que sintió el día en que supo que iba a ser madre por vez primera; por supuesto también estaba el nacimiento de Jacobo su verdadero nenuco, y así tantas otras lindas felicidades que ella irresponsablemente había tirado al bote de la basura solo para largarse con un viejo mecánico con el único argumento de que este poseía un pene más grande que el de su legítimo marido.
–¡¡Oh Dios!! ¿Que hice…? ¿¡porque lo h… hi… hiceee!?, -exclamó Gabriela de pronto con su bello rostro ahora con facciones neuróticas debido a la súbita lucidez de su verdadera situación, esto debido a que otra vez su conciencia le indicaba que ella más que amor por don Cipriano lo que había sentido era meramente pura calentura, y la verdad era eso mismo, esta era la segunda vez que la ex casada caía en cuenta del tremendo error cometido contra su familia al haberse calentado con la verga de un hombre mucho mayor que ella y casado al grado de largarse con él abandonándolo todo, la primera vez que lo pensó y lo sintió fue cuando la habían echado de la sala del hospital para darle el pase a la legitima esposa de un vejete recién infartado.
La quebrada rubia quien en un momento dado dejó el teléfono en la pequeña mesita de centro que adornaba la sala se sintió la mujer más sola y desafortunada de este mundo a sabiendas que se lo merecía, de sus ojos caían amargas lágrimas de verdadero dolor, estaba sentada con sus dos hermosas piernas doradas muy juntitas una de la otra, y con sus codos apoyados en ellas, su dorada cabellera rubia caían en cascada hacia adelante tapándole se rostro de Diosa desdichada, esta era la primera vez que ella lloraba evocando a su familia, por su pequeño Jacobo había llorado mucho en otras ocasiones, pero por lo que era verdaderamente su familia y por la vida que había abandonado incluyendo a Cesar esta era la primera vez que lo hacía.
Una hora después de tan dolorosos momentos la rubia por fin se decidía a realizar para ese mismo día lo que había pensado tras largos momentos de recapacitación, claro que esta idea y tal como se dijo hace un rato ya desde hacían tres días atrás se habían estado formando en su mente, justo del momento después de haberse quedado con toda su ropa hecha jirones, y bien violada por don Pedro en el living de su casa.
Aún era temprano así que tomó lo único que le estaba quedando del dinero que le había dejado su ex casi cuñado en su última visita y junto con ello un juego de llaves de emergencia que tenía en el mueble de su habitación, primero iría a realizar algunas compras al mercado para luego concretar lo que tenía pensado.
La bella Gabriela con aquel sencillo vestido primaveral de color crema con tirantes en sus hombros el cual también dejaba ver solo el inicio de sus apetitosos senos, y tras haberse retocado delicadamente su cutis borrando todo rastro de sus recientes lloriqueos salió de su casa a realizar las compras para los próximos días, además de saber que tomar un poco de aire fresco le ayudarían a ordenar las ideas para lo que tenía pensado hacer para ese mismo día.
Ya en el mercado la ex casada quien ya se sentía algo más serenada no dudó en avanzar entre medio de las muchas personas que lo atestaban para dirigirse a paso seguro al puesto de verduras que ella ya bien conocía, y no lo hizo por nada en particular, lo hizo solo por costumbre, esta era como la cuarta vez que ella compraba en ese mismo local.
En el momento en que Gabriela llegó al puesto mencionado se dio cuenta que ahí estaba el mismo viejecillo insolente que la atendía desde siempre, vio con algo de asco como este no estando al tanto de que ella se acercaba se escupió a las manos para luego sobárselas y que desde una vieja camioneta feriante descargaba un tremendo saco de papas que lo triplicaba en tamaño, la rubia olvidándose de sus recientes aflicciones se preguntó en el acto de que como era posible que aquel hombre de tan precarias condiciones físicas tuviera las fuerzas para cargar semejante saco patatero, lo vio trasladarlo desde la camioneta cargada con todo tipos de verduras y llevarlo hasta su puesto, en medio del trayecto este mandó otro asqueroso escupo amarillento que impactó a casi un metro de donde estaba ella de pie.
El viejo feriano por su lado en el mismo momento en que escupía levantó un poco la vista percatándose de la presencia de una escultural mujer rubia recordándola en el acto, por lo que quiso hacer el intento de detener su faena para halagarla ordinariamente olvidándose de su cargamento, pero no le quedó más remedio que avanzar otro par de metros y descargar el saco en una de las superficies de madera de su puesto.
El moreno y ennegrecido hombrecillo, tanto por el sol como por la tierra de sus patatas y verduras, una vez que vació el saco de papas en el tablero de su local en el acto se quedó embobado mirando a tan fantástica hembra.
El ajado cuerpo y la cara morena y arrugada de aquel viejo sudaban a mares a esas horas de la mañana, este se mantenía con una sonrisa mitad sorpresa y mitad calentura dándose a analizarla no creyéndose que después de su última tanda de leperadas aquel monumento de mujer volviese a comprar a su humilde negocio feriano, y casi se cagó en los mismos pantalones cuando vio que aquella hermosa rubia lo miraba con esa sensual y placida sonrisa con la que él ya en varias ocasiones se había masturbado en el baño de su casa a escondidas de su mujer, recordándola e imaginándose que bañaba aquel bello y afable rostro sonriente con su amarillento y hediondo semen.
El viejo verdulero, aunque trabajador y bueno para negociar con todo tipo de verduras, en realidad era un hombre de lo más vulgar y falto de educación, su nivel de ignorancia era tan grande que al tener a Gabriela con su escultural cuerpazo ante su lujuriosa mirada el juraba de guata que a la rubia esa le había encantado su tanda de palabras con doble sentido, pensaba además que de seguro esta era una de esas tantas putingas que andan faltas de verga y que iban al mercado a calentar a los feriantes a cambio de rebajas en las compras, a su puesto llegaban muchas y él bien lo sabía pero ninguna se le acercaba a ella ni en lo más mínimo ya que veía claramente que esta era una hembra de infarto, con un trasero carnoso, muy bien hechito y bien parado, -¡Ahhhh…!, y con esas tetas grandotas que estaban para desinflárselas a chupetones, ni mencionar esas doradas y soberanas piernotas que eran mejores que las de una modelo según el mismo comprobaba en forma ocular al estar imaginándoselas abiertas de par en par, o en otras palabras sencillamente estaba tasándola corporalmente a su total antojo y en forma de lo más degenerada.
Mientras esto ocurría en el puesto de verduras mencionado en los locales aledaños los otros feriantes, incluidos ayudantes y clientes como siempre, todos tasaban a la rubia con miradas y sonrisas facinerosas comentándose entre ellos de lo muy buena que estaba la hembra esa, algunos de estos ya sabían de la existencia de aquella imponente mujer, y se habían enterado por los mismos resecos labios del viejo verdulero quien en su momento les narró detalladamente sobre la última conversación que había tenido con ella en la oportunidad en que había comprado en su local.
Y en efecto, en el carro en que se vendía pescado que estaba justo al frente del puesto de verduras el pescadero limpiaba y fileteaba unos jureles para una vieja con su ansiosa mirada alternando entre los pescados y ante tan idílica visión en el puesto de su suertudo colega, lo hacía como si estuviese mirando el mejor partido de la Copa del Mundo, solo eran las viejas dependientas de otros locales y mujeres que compraban las que no notaban la presencia de nuestra suculenta Gabriela.
En tanto en el puesto de verduras la mejor venta del día para verdulerillo ya comenzaba:
–Buenos días señor… venía por unas poquitas verduras…, -le saludó Gabriela con esa suave y melodiosa voz femenina que tanto la caracterizaban, a la vez que le hacía el pedido.
El viejo feriano quien se sentía el hombre más feliz de la tierra y estando de lo más caliente al tener en su local a semejante amazona de ojos azules, aunque muy puta para sus cosas según él, no dudó en comenzar con sus recargados halagos y zalamerías lujuriosas, lo anterior lo pensaba porque ahora estaba seguro que a la rubia le habían encantado sus palabrotas de la otra vez, y de seguro que la muy zorra orita venía por mas, pensaba en forma desequilibrada, por lo que no tardó en ponerse manos a la obra:
–Jeje… buenos días mi reina, ps… no faltaba más, vamos y dígame en que puedo atenderla hoy día mi amorcito… jijiji…, -el viejo se la estaba comiendo de pies a cabeza en forma descarada, sus ojos se habían resquebrajado y enrojecido producto de una sinigual excitación que desde hacían años no experimentaba en su arrugado y greñoso cuerpo, ni siquiera el ultimo día en que la había visto cuando le ofreció los pepinos se había sentido tan caliente.
–Véndame por favor dos lechugas y 01 kilo de tomates… solo eso por hoy, -le contestó la rubia semi ruborizada por la osadía de aquel viejecillo moreno y de dientes amarillentos que la trataba como su “amorcito”.
Mientras el salido verdulero seleccionaba dos de sus mejores lechugas para aquella preciosidad decidía que esta era una muy buena oportunidad para medir el terreno, quizás se la podría llevar para adentro de su tienda y ganarse por parte de aquella hembra una muy buena mamada de verga si él le ofrecía que se llevara un par de bolsas llenas de lo que ella quisiera, además que esa rubia no se había hecho ningún problema en volver a su tienda después de haberle dicho casi abiertamente que se masturbara con los pepinos que él le había regalado la vez anterior, -este delicado anillito anda en busca de un grueso dedo vergal, jejeje…, de seguro que el otro día se quedó caliente conmigo después de todo lo que le dije… por algo vino a mi local habiendo tantos otros en este mercado… su papayita debe estar hecha agua deseando mi verga… jeje, –se decía y reía para sus adentros en su cachambrosa mente.
–¿Algo más mi niña hermosa?, -le consultó aun sin atreverse a realizar su indecorosa propuesta, pero con todo lo anterior bulléndole en su cabeza y con la calentura hasta casi saliéndosele por los ojos.
El excitado y atrevido feriano al momento de pasarle a la rubia la bolsa con las dos lechugas mantuvo su mano puesta en la de ella por un espacio de tres segundos como mínimo, se la sintió tan suavecita y delicada que en ese mismo instante sintió moverse su instrumento viril entre medio de sus entierrados pantalones de mezclilla amenazando con comenzar a parársele, y así era, esto al ya creer sentir esa suave manita masajeándole la verga.
–Un kilo de tomates como le dije…, -Gabriela le contestó con nerviosismo al sentir esa mano reseca y toda partida tocar la suya por lo que rápidamente se la retiró a la vez que se daba a buscar dinero para cancelarle al muy fresco vejete, claro que en su mente no figuraba ni en lo más mínimo de lo que estaba ocurriendo debajo de la cremallera del pantalón del osado verdulero.
El viejo por su parte y estando en aquel erótico estado con aquella tremenda mujer caía en cuenta que ella buscaba en su bolso hasta la última moneda para poder pagarle el pedido, por lo que cada vez más se convencía de no estar tan lejos de sus lujuriosas apreciaciones.
–Ps… ¿porque no se adentra más para acá y los elige Usted misma mi cielito lindo?
Obviamente con tal ofrecimiento por parte del feriano este deseaba tener a Gabriela lo más al interior de su puesto posible, una vez que ya estuvieran en acuerdo la dejaría esperándolo en el rincón de su carpa según pensaba, justo atrás de las cajas de plátanos mientras él iba a decirle al gordo que vendía sandias y melones que le mirara la venta mientras él se desocupaba de aquel ardiente tramite con esa tremenda mujer que le había caído desde el cielo, el vejete ya daba por hecho que le iba a resultar con ella.
–¿¡Los puedo elegir yo misma!? -le consultó Gabriela otra vez sonriente y con algo de entusiasmo en su voz, estando muy ajena a las aprovechadoras intenciones de aquel estropajo de hombre aunque en su manita aún tenía la sensación callosa que le dejó la mano del viejo.
–¡Ps…! ¡Si…! ¡¡Pásele… pásele!!
El osado viejo a la vez que le invitaba a pasar más hacia el interior de su puesto miraba en todas direcciones a sabiendas de la envidia que estaba ocasionando entre sus compañeros de labores quienes estaban al pendiente de lo que él hacía con aquella mujer de cuerpo exquisito.
Por otro lado una muy desprevenida Gabriela que otra vez estaba al tanto de la exagerada galantería de aquel hombrecillo no dudó en adentrase hasta donde estaban los cajones de los tomates y otros con alcachofas estos tapaban a la entretenida rubia de su cintura para abajo al igual que al verdulero, este último mientras la deliciosa hembra tanteaba los rojos frutos con sus delicadas manitas no podía quitar su viciosa mirada de aquel empinado trasero, el vestido color crema de la rubia se ajustaba muy bien en su cintura haciendo ver su cuerpo aún más esplendoroso de lo que ya era, fue en eso que el vejete ya no se aguantó más y se acercó a ella quedando solo a centímetros de sus antojables formas femeninas.
El verdulero quien aún no degustaba nada de lo que las atrayentes curvas de aquella Diosa le ofrecían se sintió estar en el mismo jardín del Edén, el fresco aroma floral que provenía del cuerpo de la rubia casi lo hechizaron, sus ojos abiertos como platos estaban ahora clavados en el nacimiento de aquellas dos protuberancias de suave carne según él veía, nunca en su vida había observado tan de cerca un par de tetas tan grandes y tan apetecibles, con esto el viejo estaba totalmente fuera de sus cabales así que ya deseando meterse con ella lo más pronto posible a la parte de atrás de su puesto para que lo deslecharan quiso en el acto realizar la transacción con aquella hembra de ensueño:
–Oiga mi Reina… ps… ps… tengo una cosita que decirle…, -el ansioso viejo mientras le hablaba la miraba a su cara con sus ojos casi saliéndoseles de sus orbitas, y con sus arrugadas manos puestas en posición depredadora, tal como lo hace una bestia el momento antes de abalanzarse contra su tierna y desprevenida presa para devorársela, este creía saber que si esa rubia se decidía a mamársela en la parte de atrás de su puesto a cambio de unas cuantas verduras en muy poco tiempo ambos terminarían acostados en algún motel, pero Gaby por su parte y no estando al tanto de todo lo que ideaba la lujuriosa mente del verdulero solo se daba a examinar y tantear los tomates no imaginando ni en lo más mínimo el alterado y caliente estado psicológico de este.
–Pues dígame don… soy toda oídos…, -le contestó una carismática Gaby quien de un segundo a otro lo miró a su fea cara, ella dado a su personalidad no le daba mucha importancia que aquel vejestorio estuviese tan cerca de su cuerpo y mirándola de una forma de lo más extraña, (o puede ser también que ella ya estaba acostumbrada a que todo tipo de vejestorios la miraran así), de hecho sabía que ese atrevido hombre la estaba mirando más de lo normal y no veía nada de malo en ello, claro que al tenerlo tan de cerca y al estar viéndolo ahora frente a frente esta era la primera vez que la rubia se fijaba, al estar el viejecillo con su bocota abierta, en un llamativo diente amarillento y cariado que resaltaba de los demás en un extremo de su mandíbula inferior, sus demás piezas dentales, o lo que quedaban de ellas, también se veían notoriamente con caries y corroídas, y de lo muy reseca que tenía su arrugada cara morena a pesar de estar sudando, seguramente esto era debido al exceso de sol y al polvo de sus patatas, como tampoco le dio importancia a la hediondez de cuerpo desaseado que expelía el vejete, seguro era por trabajar desde tan tempranas horas, lo justificaba otra vez la radiante rubita.
–Ps… es que te vi rebuscando dinero en tu bolso… y me di cuenta que no andas con mucha lana por estos días…, jijiji…, -reía nerviosamente su ajado interlocutor, por lo que Gabriela en el acto cambió el semblante de su rostro ya que le extrañó un poco el curso de la conversación por parte del viejo.
–¿Porque… p… porque me dice eso…?, -le preguntó extrañada y siempre mirándolo a su fea cara y a sus ojos negros, su diente amarillento sobresalía de sus resecos labios cuando el viejo cerraba su boca, pero el verdulero ya no estaba para darse tantas vueltas en el asunto:
–Ps… tú ya lo debes adivinar mi reina…, -le dijo de una el viejo respirando pesada y profundamente debido al verse asaltado por un acelerado estado de presión sanguínea, su verga ya se había enderezado hacia arriba haciendo presión contra el cierre de su pantalón, pero este seguía en su caliente cruzada: –¿Qué tal si vamos para atrás de mi tienda y le das una buena mamada a mi verga… mira que hiciste que se me parara?, a cambio de eso yo puedo dejar que te lleves todas las cosas que tú quieras de mi local… ¿qué dices?
La rubia de un segundo a otro se quedó pasmada con tal proposición, ¿acaso últimamente todos los hombres con los que ella se cruzaba estaban locos?, ¿cómo se le podía ocurrir a ese viejo flaco y asqueroso que ella le iba a realizar una felación por unas cuantas verduras?, -este sí que estaba chiflado pensó con escándalo al momento de seguir mirándolo directamente a su arrugado rostro de depravado según veía ahora, aun así y debido a la sorpresa del momento solo atinó a volver a preguntarle en forma entre cortada y con las facciones de su cara escandalizadas:
–¿Q… Que… que me está diciendo?
El viejo le respondió al instante, ya casi adivinaba la suavidad de esa rosada lengüita que el notaba de a momentos cuando la rubia le hablaba rodeándole su morado glande mientras esos carnosos labios rojos le estuviesen friccionando la circunferencia de su verga en forma apretada.
El viejo ya estaba salido y no iba a guardar compostura en hacerle ver a la rubia lo que él ya tanto deseaba de ella:
–¡Lo que tú escuchas mamacita…! ¡Se nota a la legua que tú eres una de esas putas buena para la verga y que andas en busca de una como la mía…!
–¿Q… Que… que… -Gabriela otra vez le iba a preguntar semejante estupidez, pero el viejo no la dejó terminar:
–¡No sabes las ganas que tengo de meter mi mano por debajo de tu vestido y manosear este tremendo culo que te cargas…! ¡Vamos! ¿Qué dices… vas a mamármela?, por ahora solo me conformo con una buena chupada de verga y para más adelante le veremos que otras cositas tienes para convidarme, Jejeje, -diciéndole eso ultimo el viejo verdulero no se aguantó más de tanta tentación y posó una de sus flacuchentas manos entierradas en el suculento trasero de la rubia, este lo sintió con la dureza de una esponja recién comprada y de una suavidad enloquecedora a pesar que lo sobaba solo por encima de la tela del vestido.
Gabriela ahora sí que se quedó petrificada, si bien ella se había percatado que ese despojo de hombre que le estaba tocando y tanteando cierta parte de su cuerpo era un pelado de nacimiento debido a las tremendas leperadas que le dijo la última vez que estuvo en su puesto, nunca se imaginó que el muy descarado ahora se iba a dar a manosearla delante de toda esa gente que pululaba en el mercado a esas horas de la mañana y proponiéndole semejantes disparates.
La rubia automáticamente soltó la bolsa con tomates y llevó una de sus delicadas manitas a la parte de atrás de su cuerpo con la única intención de sacar esa mugrienta mano con pepas de zapallo pegadas que le estaba magreando su trasero.
–¡¿Que hace…?! ¡Saque su mano de ahí que puede venir alguien!, -le dijo con cara de espanto debido al atrevimiento del verdulero, su tono de voz era de desesperación.
–¡Ya! ¡Ya no te hagas la santa conmigo cosita rica!, ¡si mira nada más… te cargas unas nalgotas de lo más antojadizas!, ¡si por mi fuera te las estaría sobando y lamiendo por una noche entera… incluyendo tu ojete… ese te lo estaría chupando hasta sacarte todo lo tuyo!, ¡jejejejee!, ¿¡qué dices…!? ¿¡Nos vamos para allá atrás de la tiendita a que me mames la verga por un buen pedido de verduritas!?
La asustada Gabriela le respondió en el acto:
–¿¡Y Usted que se cree que soy yo para venir a decirme tantas asquerosidades!?…, -la mente de nuestra asustada Gabriela a pesar de la conmoción del momento igual le había graficado a lo que se refería el viejo feriano con eso “de sacarle todo lo de ella” al momento de lamerle su orificio posterior, –¡ya déjese de estupideces y saque su mano de ahí…!, -la rubia también miraba en todas direcciones con cara de asustada dándose cuenta que eran muchas las miradas masculinas que veían maliciosamente lo que le estaba sucediendo por debajo de los cajones tomateros, más el viejo ese no dejaba de sobarle las nalgas.
–¡Ps… yo creo que tú solo eres una putita sedienta de verga como ya te dije antes…! ¡De seguro que estuviste una noche enterita metiéndote por la zorra los pepinotes que te regale la otra vez…! Jejeje… se te nota por la forma en que te vistes… y que más encima te vienes a meter aquí al mercado con la sola intención de andar calentándonos a diestras y siniestras para que te hagamos una rebajita en los productos…, así que ya no hagas más teatro y vete a la parte de atrás a esperarme, yo voy y vu…
El viejo no alcanzó a terminar de decir lo que él quería, ya que Gabriela al notar que ese miserable hombre no tenía ninguna intención de dejar de manosearla y al estar escuchando las mismas leperadas que le decían toda clase de viejos desde que se había venido a vivir a esos barrios, con su otra mano tomó firmemente un atado de alcachofas y le asestó con esta una no menor cantidad de alcachofazos que impactaron en la fea cara del deplorable vendedor de verduras quien se vio en la obligación de volver a la realidad y retirar su mano de aquel loable trasero que había estado palpando a su total antojo.
–¡¡ ¿Que se cree viejo asqueroso…?!! ¿¡De dónde sacó que puede venir y tocarme como si yo fuese una cualquiera…!?
–Ps… ps… ¡yo creo que tú eres mejor que una cualquiera, y que tu suave almejita no se debe haber hecho ningún tipo de problema en tragarse esos pepinos que te regalé el otro día¡, ¡¡jajajaaa…!!, -le contestó el viejo quien a la vez soltaba una risotada, aunque ya casi adivinaba que todo su plan se acababa de ir a la mierda, aun así prefirió seguir diciéndole vulgaridades para no desaprovechar el momento, –Dime que acaso no te gustó todo lo que te dije la otra vez en doble sentido… porque me di cuenta que tu si lo entendías perfectamente…
–¡¡Pues pensó mal y usted no se dio cuenta de nada… yo no sé de qué me habla!! –Le aclaró la rubia en el acto y en forma enérgica, aunque sabía que el viejo no estaba lejos de todo lo que decía, además que no iba a dejar que este se saliera con la suya, aun así y con todo, sus azules ojos no pudieron evitar cruzarse con una notoria protuberancia alargada en el sector de la entrepierna del viejo cayendo en cuenta que a este se le había parado mientras la manoseaba por lo que rápidamente sacó su vista de ahí antes que el feriano se diera cuenta de su furtivo análisis –¡¡Y para que le vaya sabiendo…, -una desesperada Gabriela se la pensó como tres veces antes de soltársela, hasta que por fin se la dijo, –…para que Usted sepa… que yo… yo soy una mujer casada y decente…!! ¡¡Y no una cualquiera como ya le dije…!! -la panorámica ocular de la rubia no podía dejar de visualizar la notoria masculinidad del vendedor de verduras mientras le decía lo último.
El muy entretenido feriano se dio cuenta que todos sus amigos estaban mirando en forma burlona aquel engorroso altercado al interior de su puesto por lo que quiso en el acto salir del embrollo, claro que en un momento del alegato creyó haber visto que aquella despampanante mujer que se defendía como podía igual se había dado unos segundos para mirarle su erección, esto lo enorgullecían, por lo mismo quiso terminar en las buenas con la rubia:
–Jejeje… que tal si mejor me pagas los tomates y desp…
–¡¡Ps no le pago nada…!! ¿¡Que se cree!? -le contestó la más enfurecida rubia a la vez que lo empujaba para mantener a ese degenerado lo más lejos de ella, claro que no pudo alejarlo mucho debido a sus escasas fuerzas femeninas.
El aún muy excitado y a la vez entretenido verdulero que estaba bañado con hojas de alcachofa en todo su oscuro cuerpo y sobre todo en la cabeza vio a la aireada hembra tomar la bolsa de lo que ella le había pedido inicialmente y como pasó ella por delante de él en forma altiva, y justo en el momento en que pensaba que la ofuscada hembra ya se retiraba no pagándole el pedido la vio que dio media vuelta y que otra vez se le aproximaba:
–¡¡Deme permiso!! -le exclamó Gabriela aun mirándolo con expresión de ira en su rostro…
–Ps… ps… no faltaba más mi Reina…, -el viejo junto con hacerse a un lado para que no le volvieran a pegar vio como la bella mujer después de volver a pasar delante de él agarró las dos bolsas anteriores en una sola mano, con la otra llenó rápidamente otra bolsa con paltas y finalmente vio de cómo la muy fresca se apoderaba de cuatro atados de alcachofas bajo el brazo.
–¡¡Y no soy su reina…!! ¿¡Me escuchó!? -le dijo finalmente nuestra Gaby antes de retirarse otra vez, pero ahora bien abastecida con la mercancía del sorprendido viejo a quien no le pago nada de lo que se llevaba.
–Si… si… ps… ¡¡vuelva cuando quiera caserita…!! ¡¡¡Usted puede llevarse todo lo que quiera de este humilde “negocito”…!!! ¡¡¡Jijiji!!! -le contestó agarrándose su paquete cuando se refería a su “negocito”, esto se lo dijo en el momento exacto antes de que la rubia diera media vuelta, y así vio Gabriela al viejo agarrándose el paquete pero iba tan enrabiada que prefirió retirarse lo antes posible de ese puesto y no seguir discutiendo con ese asqueroso hombre, al feriano ni le importaba que aquella delicia de mujer tomara de su verdadero negocio todo lo que ella quisiera, solo se daba de mirar bien y devorarse ocularmente todos aquellos atributos femeninos que se iban alejando, atributos que él erróneamente había pensado que iba a degustar aquel día.
Gabriela se retiró totalmente ofuscada de aquel sector del mercado entre las fuertes risotadas de los feriantes amigos del verdulero quienes vieron y sacaron conclusiones de todo lo que ocurrió en el sector de los cajones tomateros, la rubia mientras se alejaba moviendo rápidamente sus deleitosas curvas escuchaba las burlas que le gritaban al atrevido vejete:
–¡Wena viejo putero…! ¡¡Te salió salvaje la yegua esa…!! ¡¡¡¡jajajaaa!!!!
–¡¡¡Jajajaaa…!!! ¡¡¡De que se ríen tropa de pajeros… para que le sepan que esa yegua como ustedes dicen es mi nueva esposa… y me vino a hacer una escenita de celos…!!! —¡¡¡Jajajajaaaa!!! -les respondió el viejo verdulero a carcajada limpia y mirándolos a todos con sus ojos saltones, a este no le afectaba ni en lo más mínimo las burlas de sus amigos, y así también se daba cuenta la rubia que aireada y todo aun escuchaba las risas y las burlas de esos hombres mientras se alejaba.
–¡¡¡Si…!!! ¡¡¡Estaba bien buenota… una verdadera potranca!!! ¿¡De donde la sacaste!?
–¡¡¡jajajaja!!! –¡¡¡jajajaja!!! –¡¡¡jajajaja!!! -eran las multitudinarias risotadas de los viejos feriantes que habían presenciado aquella inusual y caliente escena, lo hacían con sus miradas puestas en las sugerentes formas de aquella fantástica hembra que se iba alejando bien abastecida con los productos de uno de ellos.
Finalmente la rubia Gabriela se alejó furiosa del lugar en donde otro aprovechado viejo la había manoseado escuchando todas esas risotadas y de cómo a ella otra vez la tildaban de yegua y potranca los amigos de este, hasta que finalmente abandonó el mercado y llegó a su casa.
Ya estando la ex casada algo más tranquila por lo sucedido recientemente en el mercado se dio a poner las verduras en el refrigerador y con solo ver los cuatro atados de alcachofas con las otras bolsas que le robó al descarado verdulero su aireado estado anímico se intensifico aún más notándose en su rostro, esto al recordar la expresión sonriente y depravada del entierrado hombrecillo mientras este le manoseaba su trasero, y de cómo este se agarraba el paquete diciéndole que ella se podía llevar lo que quisiera de aquella parte de su cuerpo, pensando finalmente que por lo menos aquella incómoda situación vivida le había servido para ahorrar los pocos pesos que le iban quedando, claro que cuando recordó también ese llamativo bulto alargado e imaginar lo que podría existir ahí debajo de la tela del entierrado pantalón su rostro en el acto adquirió una extraña seriedad, por lo que prefirió dedicarse a lo suyo y a olvidarse de lo sucedido en el mercado.
Pero ahora venía la parte en la cual ella no tuvo tiempo para pensar en su paseo al mercado, mas ya estaba decidido, se dijo para sí misma en un momento en que se encontraba de pie ante el espejo del baño de su casa mirándose entre vanidosa (claro que vanidosa en el buen sentido de la palabra) y preocupada al mismo tiempo.
Estando ya más seria y algo nerviosa, otra vez se dio a maquillar suavemente su cutis, luego cepilló sus largos cabellos rubios y semi rizados, una vez que se sintió conforme con su cometido y ya lista nuestra rubia y casada Gabriela se disponía nuevamente a salir de su casa pero ahora con un destino mucho más particular que al de esa mañana, ahora iría a visitar a su familia tal como lo había estado pensando en esos últimos tres días, a su verdadera y única familia.
El taxi que abordó Gaby en la esquina de su casa no demoró más de 30 minutos en dejarla solo a tres cuadras del edificio en que se encontraba su antiguo hogar, minutos en que la ex casada solo se dio a pensar en cómo sería aquel incomodo momento en que ella llamara a la puerta del departamento en donde gracias a Lidia sabía que aún vivía Cesar con el pequeño hijo de ambos, la nostalgia de aquella triste mañana antes de ir al mercado otra vez se apoderaba de su persona, y sus demonios internos nuevamente comenzaban a hacerla flaquear.
Miles de dudas habían llenado la mente de una muy arrepentida Gabriela en los minutos que duró el viaje en taxi:
¿Cesar al verla le cerraría la puerta en sus narices debido a como ella lo trató en la última ocasión en que se vieron? ¿La tildaría de puta lujuriosa tal como una vez ya lo había hecho cuando este la sorprendió desnuda y manteniendo relaciones sexuales empeñosamente en su propio lecho matrimonial con un hombre mayor? –¡No!, -se respondía para ella misma con su atractivo pero serio rostro puesto fijamente en la ventanilla de los asientos traseros del taxi, diciéndose también que Cesar no era así, él era un caballero y no un ordinario como los últimos viejos con los que ella equivocadamente se había involucrado desde que abandonó a su verdadera familia, incluyendo también a ese asqueroso vendedor de verduras que aparte de manosearla la había mirado como a una cualquiera, además que recordaba claramente que su amiga le había dicho que Cesar aún estaba enamorado de ella, que fue él mismo quien se lo había confesado según las palabras de la propia Lidia.
Por otro lado y que no era un detalle menor la prohibición extra judicial que existía la cual indicaba que ella no podía acercarse a su hijo radicaba en que ella no podía exigir su custodia, o que lo fuese a buscar para salir con él por el día, pero no decía nada de no poder ir a visitarlo por un par de horas, y si Cesar aun la amaba como dijo Lidia quizás… quizás…, -una muy dubitativa Gabriela no se atrevió a pensar más allá de lo que su mente estaba formulando.
Todas esas apreciaciones eran las que seguían atacando la agitada conciencia de Gabriela al momento de ella estar solo a cuadra y media de donde había vivido hace ya más de un año junto a los suyos, sus pasos eran temblorosos y el corazón le latía desbocadamente, estaba solo a minutos de volver a reunirse con su Jacobo y con Cesar pensaba en su convulsionada mente mientras seguía avanzando hacia su edificio con sus piernas casi dormidas y no sintiéndolas debido a su alterado estado.
–Tranquila Gabriela… tranquila… debes pensar muy bien lo que le vas decir a Cesar para que podamos arreglar nuestra situación, – iba pensando la ex casada cuando ya cruzaba las rejas del condominio de edificios donde había vivido antes de la tragedia que ella misma se había buscado.
Todo esto revolucionaban los sentidos de la decidida ex casada quien pretendía para ese mismo día reparar en algo el error cometido contra su familia, hasta que cuando ya estaba próxima a la frondosa plazoleta que existía antes de llegar a la entrada de su edificio la muy sorprendida rubia quedó paralizada por la viva imagen de su pequeño hijo que se encontraba en los juegos de la citada plaza, solo eran metros los que los separaban.
Ahí estaba Gabriela parapetada tras un automóvil respirando agitadamente sin tener el valor suficiente para encontrarse con los suyos, su hijo estaba solo a unos metros de donde estaba escondida, desde su posición veía nítidamente a su pequeño Jacobo tras más de un año de ausencia en el hogar por parte de ella, notaba que su amado retoño estaba un pelito más grande de cómo ella lo había dejado, sentía una tremendas ganas de salir corriendo de su escondite para ir a abrazarlo y llenarlo de besos tal como ella lo hacía en los tiempos aquellos, de pronto y como si todo eso fuese el mejor de los milagros creyó ver que su pequeño cruzaba su mirada con la de ella, en eso lo sintió gritar con entusiasmo y venir corriendo hacia ella:
–¡Mamá…! ¡¡mamitaaa…!!
Un muy dichosa Gabriela salió de su escondite aun con lágrimas de emoción en sus azules ojos, y se dio a esperar el ansiado abrazo de su hijo, y tal como se dijo, eran muchas las lágrimas de felicidad que corrieron por sus mejillas, sabía que Cesar la comprendería y todo ese entuerto que ella misma había ocasionado lo superarían, no le importaba que no fuera inmediatamente, total tendrían todo el tiempo del mundo para hacer las paces, pero lamentablemente todo se le descalabró de un segundo a otro cuando sus azulados ojos vieron en forma horrorizada que su amado hijo Jacobo se lanzaba a los brazos de otra mujer que no era ella y que este, su hijo, la trataba como “Mamá”.
La paralizada Gabriela quien otra vez se ocultó detrás del automóvil para no ser vista vio en forma estupefacta que no a más de 3 metros de donde estaba ella escondida una extraña mujer que nunca en su vida había visto era la que tapaba de besos a su hijo, y que a un lado de ella estaba parado Cesar su ex marido mirando muy sonriente la supuesta y filial escena familiar, fue en eso que la rubia los escuchó hablar:
–Jacobo… despídete de tu “madre” que tu abuela ya está esperando…, -dijo Cesar obviamente dirigiéndose al pequeño.
Gabriela sintió que la estaba atravesando un rayo, o sea, ¿el muy descarado de Cesar ya había encontrado una madre sustituta para su hijo? ¿Y que había con lo dicho por Lidia hace no más dos meses atrás?, Gaby vio que también justo un poco más atrás de Cesar la señora Romina esperaba junto a un taxi a su nieto, a la vez que la escena continuaba entre la extraña mujer y su retoño:
–Jacobito pórtate bien con tu abuelita, en tu mochila puse tus juguetes y tu nueva revista de “Los Increíbles”, -le decía aquella mujer recién aparecida a su hijo, según lo que escuchaba Gabriela.
En eso la quebrada ex casada vio cómo su pequeño besaba a su supuesta madre para luego salir corriendo hacia donde estaba su abuela esperándolo con la mochila en una de sus manos, de un momento a otro, nieto y abuela abordaron el taxi y simplemente desaparecieron de aquella escalofriante escena para la rubia.
Gabriela sintió unas tremendas ganas de salir de su escondite e ir a poner en su lugar al muy estúpido de Cesar por la semejante idiotez que estaba cometiendo, y de verdad que lo deseaba hacer, ¿Cómo se le podía ocurrir dejar que Jacobo llamara madre a otra mujer que no lo era?… ¡Si ella era su madre por Dios!, -se decía Gaby al borde del llanto.
Pero más choqueada aun quedó la rubia cuando vio que la pareja que estaba viendo justo al frente de ella una vez que vieron desaparecer el taxi se abrazaron uno frente al otro, con las manos de Cesar puesta en la cintura de ella y que esta última ubicaba las suyas en los hombros de Cesar, luego y como si todo estuviese sucediendo en cámara lenta se prodigaron un suave beso en la boca en señal de amor mutuo, para después sencillamente caminar lentamente y abrazados hacia la entrada del edificio en donde la impactada ex casada los vio desaparecer.
Gabriela se quedó boquiabierta y sin ser capaz de mover ni un centímetro de su loable cuerpo preguntándose de ¿qué hacía esa mujer con su familia? si ella… ella misma era la verdadera madre de Jacobo y no esa estúpida aparecida, ella aún era la legitima mujer de Cesar, todo esto alteraban su mente y sus sentidos, pero cuando al llevar su vista a un costado de donde estaba plantada vio que a solo metros de su ubicación estaba parado don Carlos Bernabé mirándola con una maliciosa sonrisa.
El viejo conserje se encontraba en esos momentos con un manguera en sus manos regando las plantas de uno de los jardines de la plaza, y junto a él estaban también tres viejas vecinas del edificio, los cuatro cuchicheaban entre ellos y las viejas solo se daban a mirarla de pies a cabeza en forma despectiva y como si Gabriela les diera asco, o al menos así lo percibía la rubia.
A la desdichada ex casada otra vez no le quedaba de otra, disimuladamente intentó secar sus lágrimas de los ojos con los nudillos de una de sus manitas, luego tomó un poco de aire y estiró en forma inconsciente su vestido y dio media vuelta emprendiendo dignamente su retirada hacia la salida del condominio de edificios, claro que por dentro sabía de la humillación que estaba viviendo al haberse encontrado con semejante situación y que para colmo había sido vista por el conserje y gentes de su antiguo edificio.
Más de 10 cuadras caminó la rubia en forma pensativa y autómata, ni siquiera podía recordar la cara de aquella extraña mujer que con toda seguridad debía estar viviendo con Cesar en su propio hogar, o el que fue su hogar se decía seguidamente, además de estar casi segura que los muy sin vergüenzas habían enviado a Jacobo con su abuela para ellos poder acostarse y hacer sus inmundicias sin que nadie los molestara, -¡pero por Dios que descarado e irresponsable era Cesar!, -se decía de a momentos una destrozada Gabriela sin ni siquiera ponerse a pensar en todo lo que había hecho ella cuando solo hace poco más de un año había sido ella misma quien hubo destruido su matrimonio y su familia al haberse calentado con don Cipriano, eso por ahora no figuraba en su mente.
Una hora más tarde la devastada ex casada aún se mantenía dubitativa pero ahora en la soledad de su hogar.
Estando sentada en su living analizaba una y otra vez lo sucedido a la entrada de su antiguo edificio, junto con esto ya se fumaba el tercero de los arrugados cigarros que se le habían quedado a su cuñado en su última visita.
La rubia no sabía qué hacer ni que pensar, su fugaz intento de ir a hacer las paces con su ex marido se habían ido al tarro de la basura con todo lo presenciado en las cercanías del que fue su hogar, aun le quemaba el alma recordar como su propio hijo trataba de mamá a otra mujer que no lo era, y lo segundo, eso de ver a Cesar besándose con otra que no era ella le enervaban los sentidos, y así estuvo otra hora más en donde no podía sacar de su cabeza aquellas enloquecedoras imágenes, de pronto también se preguntaba que a ella ¿qué le importaba con quien se anduviera revolcando Cesar?, si a ella lo único que le interesaba era su hijo, pero a los minutos otra vez se preguntaba si ellos después de haberse besado… ¿se habrían ido a acostar?, la rubia no quería admitirlo, pero aunque según ella le daba lo mismo, la situación igual le molestaba, y claro su mente le indicaba claramente que el Cesar con esa puta que se había buscado con toda seguridad se habían ido a coger después de deshacerse de Jacobo.
Fue que estando la rubia preocupada por todo lo anteriormente descrito cuando sintió el zumbido de su celular adentro de su bolso, rápidamente lo sacó y pudo comprobar de quien se trataba, obvio, era don Pedro, Gabriela le contestó con desgana:
–¿Diga?
Al contrario de Gabriela el viejo se notaba de muy buen humor:
–¡Hola mi putita de tetas grandototas y llenas de lechita solo para mi… Jejeje… tanto tiempo!, ¡Por fin pude reparar ese maldito motor! ¿Cómo la ves rubia…? ¡Jejeje!
–¡Ah mire Usted…! y… ¿Qué quiere ahora?, -le consultó la rubia secamente, con todo lo vivido ese día y por la forma en que la trató el viejo en su última visita lo último que deseaba Gabriela era ponerse a platicar de la vida con aquel miserable hombre.
–¿Cómo que qué quiero…? ¡¡Pues te quiero a ti yeguaaa…!! -el viejo en el acto cambio de humor, no le gustaba que la que había sido hembra de su hermano le contestara de esa forma, además que ahora ya casi la veía de su propiedad.
Gabriela cerró sus ojos en señal de molestia, ya hasta le cargaba que la trataran de yegua, aun así quiso de forma inmediata decirle a ese detestable vejete cuál era su postura después de que este la tomó como si ella fuese cualquier cosa:
–¡Oiga! ¡Escúcheme bien… porque hora soy yo quien le hablara a Usted…! ¡después de lo que me hizo la última vez que vino yo no quiero que nunca más me…
Don Pedro quien había estado pensando en las posibilidades de cómo le contestaría la rubia después de él habérsela casi violado no la dejó seguir hablando, además que él sabía que seguirían cogiendo hasta que él se aburriera, ni decir que también estaba convencido que la rubia esa era adicta a la verga, y más aún cuando le mostraban una de muy buen tamaño:
–¡¡¡Cállate zorraaaa…!!! -le bufó el mecánico como bestia a través del teléfono, por lo que Gaby tuvo que separar el dispositivo inalámbrico de su oído, luego siguió escuchando la aguardentosa voz de su ordinario cuñado que estaba casi gritando desde el otro lado de la línea, -¡¡¡y no me salgas con ese tipo de mamadas…!!! ¡¡¡Uno te llama para ver cómo estas y tú te pones de lo más pesada con uno…!!!
Pero Gabriela aún se mantenía en su misma postura inicial y por ahora no estaba dispuesta a bajar la guardia:
–¿¡¡Y como quiere que lo trate después de lo que me hizo…!!?
–¡¡No chingues rubia…!! ¿¡¡Y qué fue lo que supuestamente te hice yo a ti… puta…!!? ¡¡Mira que no me acuerdo!! -el vejete ahora también ya se estaba calentando con solo escuchar el alegato de la rubia.
–¿¡Oiga… acaso no le da vergüenza más encima preguntarlo!? ¡No se haga el menso… porque yo sé muy bien que Usted lo sabe…!
–¡¡Ahhh claro…!! ¡Tú te refieres a cómo te dejaste encular como una verdadera perra caliente la última vez en que nos vimos! ¿¡Verdad putona…!?
Gabriela aunque no le gustaba acordarse sabía que en aquella ocasión finalmente ella había aceptado la cogida anal con el viejo sin ningún tipo de problemas y con ella gozando como una descerebrada, aun así eso no la convertían en una perra caliente como decía ese viejo desgraciado, sin embargo no pretendía que este tomara ventaja en la conversación, pero con tan solo recordar las miles de sensaciones que la invadieron cuando este se la dejaba ir por atrás aquel día le hicieron ponerse a la defensiva y a comenzar a bajar la guardia casi sin darse cuenta:
–O… Oiga… eso… eso no fue así… y Usted muy bien lo sabe… Usted… Usted me forzó a hacerlo por esa parte… Usted me… me… vi… vio… violó…, -le soltó a sabiendas que el vejete algo tenía de razón en sus últimas palabras, a la vez que este mismo se encargaba de dejárselo bien en claro:
–¡¡Jjejejeje…!! ¡Tú sí que eres una zorra de lo más desvergonzada rubia!, ¿acaso se te olvida como terminaste enculandote tu sola en mi verga mientras rebotabas sobre ella… y que casi nos quedamos pegados cuando estábamos haciéndolo en el suelo de tu casa…? ¡¡Jaja!!
Un incómodo silencio se hizo en la línea telefónica, y al mecánico de la feria eso le encantaba ya que esto significaba que Gabriela no tenía demasiados argumentos para defender su postura, y de hecho no los tenía, hasta que nuevamente el vejete la escuchó hablar:
–Eso… eso que Usted dice no fue así… y si p… piensa…
Pero don Pedro no le daría pie para que la casada se defendiera, además que ya notaba como ella le hablaba en forma entre cortada:
–¡Claro que fue como yo lo dije estúpida… recuerda que tú eres una puta muy buena para la verga… así que ya no te hagas…! ¡Ahora escúchame bien… yo llegaré como en dos horas a tu casa, y tenme preparada la delantera que hoy sí que la ocuparemos… y si te portas bien y me la meneas rico así como tú sabes capaz que nuevamente te la deje ir por el culo!, jejejee…
–¿¡Q… qué… que diceee!?, -Gabriela lo había escuchado y entendido claramente, comprendía que su viejo cuñado ahora pretendía tener sexo con ella de la forma normal, ya que eso de querer este que ella le tuviera preparada la delantera significaba solo una cosa y esto era que ahora deseaba metérsela por la vagina, esa sola parte de la conversación la pusieron de lo más nerviosa, pero de ese nerviosismo rico que siente una persona cuando sabe qué tal vez hará algo malo, sumándole que le ofrecían nuevamente perforarla por detrás, en tanto el viejo y aprovechador mecánico continuaba haciéndole ver sus cachambrosas intenciones.
–¡Lo que me escuchas yegüita… hoy sí que te probaré ese rico tajo que te cargas un poco más abajo de tu ombliguito!! Jejeje… Ahhhh… y espérame de lo más buenota… porque antes de acostarnos te sacaré a tomar unas chelas bien heladitas por ahí, para después volver a la casa y enchufártela así como te dije…
Pero Gabriela no sabía a cómo reaccionar ante las aprovechadoras pretensiones de su casi cuñado, sus verdaderas intenciones de negarse a todo lo que quisiera ese asqueroso hombre con ella imperaban férreamente en su mente, pero en ese mismo instante fue un rico hormigueo vaginal el que la llevó a subir una de sus loables piernotas sobre la otra a la vez que contraía su puchita sintiendo bien rico ahí dentro y como si en cualquier momento le fuese a salir un poquito de agüita caliente de esa parte, eso era lo que estaba sintiendo la sorprendida rubia y todo gracias a las groseras palabrotas de don Pedro, sobre todo esta oración: –“recuerda que tú eres una puta muy buena para la verga…”.
Estando con su teléfono pegado en su oído y con estas nuevas e improvisadas sensaciones en cierta parte de su cuerpo nuestra ex casada se dio a seguir intentando negarse a lo que don Pedro claramente deseaba, en tanto las exquisitas sensaciones en su vagina la obligaban a cambiar de postura en el sillón en el cual estaba sentada, o de a momentos bajaba su pierna para luego subir la otra en donde el rico hormigueo en vez de menguar se intensificaba sobre todo cuando ella contraía su vagina a sabiendas de lo que iba a sentir haciéndolo, aun así se dio a contestarle:
–¡Ay no lo sé…! La… la verdad que yo pensaba que nosot…
–¡¡No me interesan las pendejadas que tú pienses sobre nuestra relación…!! -le cortó el viejo otra vez en forma enérgica y gritándole, –¡Escúchame bien puta… tú solo espérame con la zorra bien olorosita porque esta noche antes de ocupártela también vamos a salir…! ¡Llego en dos horas más…! -y sin más el vejete sencillamente le cortó la llamada.
Es importante destacar que don Pedro estaba desesperado por ver lo más pronto a Gabriela, y su apuro no era tanto por volver a encamársela ya que él creía saber que la rubia en la situación que se encontraba seguiría siendo su mujer por todo el tiempo que él lo quisiera, su apuro ahora iba mucho más allá, don Pedro sabía que lo plazos se iban venciendo y que la vieja Ernestina llegaría dentro de una semana máximo, por lo mismo tenía que de una u otra forma convencer a Gabriela que se prostituyera para él, y había escogido esta misma noche para hablar de negocios con ella, o al menos dar el punta pie inicial del singular negocio que él tenía en mente en donde la rubia iba a ser la principal protagonista, sin mencionar que la sola idea de ver a semejante hembra “trabajando” en la esquina del callejón escogido para tal efecto lo calentaban y lo prendían a mil.
Gabriela estando totalmente ajena de las siniestras pretensiones económicas de su casi cuñado en forma estupefacta vio cómo su teléfono se apagaba al haberse cortado la comunicación pensando en las últimas palabras de don Pedro, este anunciaba su llegada y quería salir con ella quizás para adonde, además entendía que el muy sinvergüenza también deseaba cogérsela por delante, según le había dicho, y todo para esa misma noche, y al aun tener en su mente la viva imagen de ver a Cesar con otra mujer y que ya era un hecho que ellos estuvieran viviendo juntos llevaron a que su mente otra vez le hiciera “click”, ya que la rubia en forma apurada se levantó de su asiento a la vez que consultaba el reloj mural, don Pedro llegaría cerca de las 7 pm, luego de eso se dirigió a su habitación, le habían pedido que estuviera de lo más buena posible, y eso era lo que ella haría, Cesar no se iba a salir con la suya.
Ya en su solitaria recamara la rubia en forma nerviosa buscó en su armario uno de los vestidos más ajustados de los que tenía ya que recordaba claramente que así le gustaban a ese otro viejo que estaba entrando en su vida, sumado a que ella recordaba muy bien que ya en una ocasión este mismo le había dicho que con uno de estos deseaba lucirla delante de sus amigos, por lo que optó por un ajustadísimo vestido negro muy parecido al que se había puesto en la fallida salida anterior cuando lo había amamantado y en donde habían preferido acostarse en vez de salir a servirse algo, ella sabía del efecto endemoniado que este le daría ese vestido a las formas de su cuerpo.
El exquisito vestido elegido por Gabriela ya estaba tendido sobre la cama listo para su uso, este era abotonado desde la altura de su ombligo para arriba por la parte frontal hasta el nacimiento de sus senos, y se ajustaba deliciosamente en la parte de su cintura, este dejaba ver una buena parte de sus bien torneados muslos, claro que no en forma exagerada.
De un momento a otro y en forma apurada pero siempre femenina para sus cosas nuestra rubia se desnudó para luego irse a la ducha, ya que don Pedro le había pedido que estuviera olorosita para cuando el llegara a buscarla, literalmente una perdida Gabriela estaba siguiendo al pie de la letra lo que le habían solicitado, y es que por lo sórdido y enajenante que fue para ella la situación vivida aquella tarde a la salida de su ex edificio donde vivió con Cesar, esto sencillamente le estaban haciendo olvidarse de todo lo que había pensado después de la última visita de aquel caliente vejete.
Gabriela estaba totalmente desnuda mientras se duchaba y enjabonaba todas las curvas de su cuerpo, sus rubios cabellos estaban todos llenos de espuma debido a la gran cantidad de shampoo con que a ella le gustaba tonificarlo, mientras el agua espumosa recorría cada centímetro de su dorada piel.
A los 10 minutos de relajante ducha la rubia creía no estar segura de lo que estaba haciendo, y tal como se dijo, en los tres últimos días ella se había juramentado que nunca más volvería a ser la mujer de su casi cuñado y ahora debido a los sucesos recientemente acaecidos ella estaba bajo el agua totalmente desnuda y preparándose para él, o sea, estaba haciendo todo lo contrario a lo que se había dicho.
Habían momentos de mediana lucidez en que Gabriela se decía que esta vez ella no caería tan fácilmente en las falacias de ese asqueroso hombre, si hasta le daban ganas de salir rápidamente de la ducha para ponerse algo de ropa e irse a cualquier lugar en donde el viejo no pudiera encontrarla, para luego y de un momento a otro sentir en su cuerpo esa cómplice sensación de disfrutar el hacer algo que no se debe hacer, pero en el fondo de toda esta situación era que el fresco recuerdo estampado en su mente de Cesar abrazado frente a frente con otra mujer y besándose de la misma forma de cómo si ellos fuesen la viva imagen de una tarjeta postal del día de San Valentín en el mejor de los atardeceres, solo eso la estaban llevando a cometer otra de las mismas estupideces de siempre.
En todo ese lapso de tiempo en donde eran muchos los sentimientos encontrados que atacaban la conciencia de la ex casada ella ya terminaba de enjuagar su curvilíneo cuerpo por tercera vez consecutiva, luego estuvo otros 10 minutos cepillándose los dientes con abundante crema dental siempre estando bajo la ducha disfrutando del agua caliente, y cuando ya pensaba en cerrar la llave para proceder a secarse, algo en su mente le daba vueltas, don Pedro claramente le había dicho que esta vez lo harían por la delantera, o al menos así le había entendido Gabriela, pero ella aún no estaba segura en dejarlo a que se lo hiciera, y mientras más pensaba la confundida rubia en todo eso, fueron esas mismas ideas las que la llevaron a recordar lo dicho por el ordinario vejete en una de sus últimas incursiones sexuales: “–Me pregunto… ¿cómo te verías encuerada y con el tajo que te cargas entre medio de tus piernotas totalmente depilado?, creo que sería una maravilla…”.
Y no era que Gabriela quisiera sorprender a su cuñado en lo más absoluto, ni siquiera estaba segura si se acostaría con él o no, sino que esto que estaba pensando ahora lo haría nada más que por curiosidad ya que ella nunca antes se la había depilado para nadie, además que sabía muy bien que ella estaba mucho más buena que la mujerzuela esa con la cual su ex marido ahora se revolcaba, su mente era un caos.
Claro estaba que todo lo vivido aquel día aportaban a que nuestra casada se fuese perdiendo cada vez más, en su mente imperaba un mar de confusiones y pensamientos contradictorios, así que ya casi sin pensársela y no midiendo consecuencias para ella corrió la cortina de la ducha y con su manita tomó el bolso que en su interior contenía cosméticos y otros artilugios femeninos en donde ella tenía guardada una máquina de afeitar de esas rosaditas, o sea… ya lo había decidido, se la iba a depilar, o más bien dicho… se afeitaría su vagina tal como lo deseaba don Pedro, pero sin ánimos de prestársela según ella.
Estando ya la rubia aun desnuda pero lista y dispuesta para hacer lo que tenía pensado elevó una de sus bien formadas piernotas a uno de los cantos de la tina y la abrió lo suficiente como para llevar a cabo esa endemoniada tarea, (su imagen desnuda de mujer y con una de sus piernas abiertas era tan endemoniada como la misma tarea) para luego proceder a esparcir una gran cantidad de espuma de jabón en su bajo vientre en donde cubrió todo su triangulo vaginal, y ya sin pensársela más comenzó con aquel enloquecedor y vanidoso ritual femenino.
La rosada máquina de afeitar tomada delicadamente por una de las manitas de Gabriela se deslizaba suave por su dorada piel vaginal una y otra vez, todo esto con ese característico sonido de filamentos sesgando aquel precioso e íntimo césped femenino, también repasando en incontables ocasiones por la sensual zona de la pelvis en donde la rosada máquina de afeitar junto con raspar eróticamente su piel también retiraba de esta en forma impecable a modo de rastrillo numerosos pelitos dorados y encrespaditos.
Las hojas repasaban y cortaban todo a su paso seguidas veces en forma suave en distintas partes del punto vaginal, y luego otra vez por la pelvis que a los pocos minutos de labor por parte de la rubia esta ya estaba casi despoblada de sus bellitos dorados.
En aquel exquisito rito femenino al interior del baño aparte del sonido del agua corriendo también se escuchaba el suave golpeteo de la máquina de afeitar contra el canto de la tina en donde Gabriela dejaba caer sus bellitos dorados, estos a medida que caían a la superficie de la tina se fueron por el desagüe en forma de remolino con el agua que seguía corriendo, para luego volver a pasársela por la vagina y sobre todo repasándose la pelvis la cual a estas alturas ya lucía totalmente desprovista de pelos, la única intención de Gabriela era eso mismo, es decir: dejársela tal cual como luce la vagina de una muñeca de goma, o como la tiene una nena antes de la pubertad.
Fueron más de 15 minutos en donde la rubia estuvo ocupándose solo de su triangulo de amor, hasta que finalmente cuando dejó la máquina de lado junto al shampoo y la jabonera se la enjuagó en reiteradas ocasiones quedándole su cosita totalmente peladita y bien brillante por el efecto del agua y la luz del baño.
Ya estaba hecho, se la había afeitado completamente y en forma impecable.
En el momento en que Gabriela ya se encontraba en su habitación y recién duchada se dio a secar con meticulosidad su desnudo y delineado cuerpo, luego de hacerlo procedió a encremar su piel poniendo mucho cuidado cuando lo hacía en la parte de sus pechos, ya que estos estaban otra vez rebosantes de leche debido a que ya hacía casi una semana que no amamantaba a nadie, (pero por ahora no entraré en ese tipo de detalles), posteriormente a eso también se aplicó crema una y otra vez en la suave superficie de su vagina recién rasurada, y no conforme con ello también se puso en esta todo tipo de lociones y aceites para aumentar su suavidad para luego y finalmente volver a encremarsela, la rubia ni se imaginaba que con su pretenciosa acción femenina si algún pobre mortal fuese a disfrutar de ella (de su vagina) esa noche este con toda seguridad iba a enloquecer de desesperación por devorársela con solo olérsela.
Luego de eso la rubia se ubicó desnuda como estaba frente al espejo, y con sus manos puestas en sus caderas procedió a mirarse en forma presuntuosa desde su ombligo para abajo en distintas posturas, una vez conforme de cómo había quedado su depilado triangulo se dio a secar sus rubios cabellos con el secador eléctrico, su potente imagen desnuda era enloquecedora, sobre todo cuando ya sentada en su tocador comenzó a cepillar su pelo con delicadeza, deseaba verse impecable.
Una vez de haber terminado de cepillar sus cabellos rubios nuestra Gaby puso atención en su ropa interior, sin pensársela mucho optó por un diminuto conjunto de ropa interior de color negro y de finos encajes, la ex casada sabía que con ese color no se le iba a transparentar nada por sobre el vestido, una vez puestos en su cuerpo este lucía infernalmente soberbio, daban ganas de ir y comérsela así tal como estaba, pero claro que estos singulares detalles no los notaba la suculenta rubia, para ella todo eso era lo más normal del mundo al verse en aquellas condiciones, eso todos lo sabemos.
Hasta que finalmente y una vez que terminó por embutir su soberano cuerpazo en el ajustado vestido negro antes mencionado, con mucho cuidado fue ajustando botón por botón hasta la misma altura de sus hinchados senos que por muy llenos de leche que estuvieron para nada lucían desproporcionados a su cuerpo, recordemos también que su vestido le llegaba hasta un poquito más arriba de sus dos pedazos de muslos enseñando una buena parte de ellos claro que sin llegar al escándalo, para finalmente calzarse unas pequeñas sandalias con correas negras de mediano taco.
Gabriela una vez que maquilló suavemente su rostro como ella siempre lo hacía caminó cadenciosamente hasta el living de su casa de donde recogió la cajetilla de cigarros y el cenicero llevándolos hasta la mesa del comedor, (ahora ni siquiera recordaba que hace solo un año atrás ella condenaba el mal hábito del tabaco), luego de eso en forma muy delicada corrió una de las sillas en donde depositó su curvilínea anatomía a la vez que encendía otro cigarrillo a sabiendas que aún faltaban como 20 minutos para que llegara el muy sin vergüenza de su casi cuñado.
La rubia estaba muy bien sentadita y fumaba con expresión de seriedad pensando quizás en qué tipo de cosas. En aquellas sublimes condiciones femeninas en donde otra vez estaba con una de sus piernas subida una sobre la otra lucía sencillamente perfecta, su ajustado y estirado vestido negro (que como bien sabemos era casi 2 tallas menos de su actual número) se moldeaba en sus carnes tan prodigiosamente que mostraba su figura tal cual como era esta cuando ella estaba sin nada de ropa, este realzaba demencialmente las llamativas curvas que ella criminalmente se cargaba.
Pero el ensimismamiento de la rubia fue abruptamente interrumpido en el momento que sintió abrirse la puerta que daba a la calle, era don Pedro que ya llegaba, Gabriela lo miró detenidamente de pies a cabeza hacia el umbral de la puerta abierta, el viejo venía con su mejor pinta de salida, ahí estaba parado mirándola con su sonrisa depravada, la ex casada era testigo de que este otra vez vestía su desgastada camisa plomiza que supuestamente era blanca la cual tenía todo el cuello molido y con restos de mugre, con los mismos pantalones con los que se había ido y calzando sus viejos zapatos negros.
El viejo con solo encontrarse con semejante imagen femenina quedó prácticamente con la lengua afuera, la rubia esa sí que se veía radiante y como una verdadera reina de belleza sentada en su trono con aquel minivestido de una sola pieza que había escogido, junto con calentarse con el solo hecho de estar mirándola, su mente a raíz de todo lo que venía pensando de hace días ya le indicaba todo el dineral que iban a ganar sus bolsillos solo en un poco lapso de tiempo más, y esto era cuando ya la estuviese abiertamente explotando sexualmente.
–Estoy lista…, -fue lo primero que dijo la ex casada a su casi cuñado mirándolo fijamente a la cara una vez que este abrió la puerta principal de su casa y luego de haberlo analizado de pies a cabeza.
–Así me doy cuenta reinita, Jejeje, te ves muy putona así como estas vestidita…, -le fue diciendo el vejete a la vez que se acercaba a ella y rodeaba la silla analizándola con malsana perversión, –entonces… ¿nos vamos?, -dijo este una vez de haber terminado su ardiente análisis, su verga ya sentía muchas sensaciones placenteras gracias al sentido de la visión.
–Como Usted quiera…, -le contestó la rubia aun con desgana en el tono de su voz al momento en que se ponía de pie y tomaba su bolso desde la mesa, cuando lo hacía con una de sus manitas arregló su semi ondulado pelo rubio por detrás de una de sus orejitas, pero el vejete no prestaba por ahora atención a esos interesantes detalles, todos sus sentidos estaban puestos en el cuerpazo de semejante potra, sobre todo en ese culo amplio, bien hecho y respingón, este era perfecto, don Pedro se preguntaba y se decía que ¿como el muy idiota de su hermano pudo haberla descuidado tanto?, –¡¡si la muy putilla de María no le llegaba ni a los talones a este monumento de hembra!!, -fue lo último que pensó en los momentos en que ya hacían abandono de la casa.
A los pocos minutos Gabriela y don Pedro ya habían abordado la camioneta de la rubia, obviamente y como debe ser era el vejete quien manejaba con toda propiedad como si él ya fuese el dueño del vehículo.
–Y entonces… ¿para dónde me va a llevar?, -le consultó Gabriela aun con el semblante serio en su rostro y mirando al viejo mientras este conducía, la rubia por enésima vez se encontraba sentada con una de sus piernas una subida sobre la otra, quedando la suavidad de una de ellas muy cerca de la mugrienta mano de don Pedro que estaba puesta en la palanca de cambios.
El viejo por su parte solo la miraba en forma deseosa alternado su ardiente mirada hacia su cara y esas tremendas piernotas que estaban solo a centímetros de su alcance, hasta que con sonrisa depravada y a la misma vez que le hablaba posó su mano derecha en el suave muslo de la rubia:
–No lo sé aun… ps… da lo mismo… que tal si nos vamos a tomar unas chelitas por ahí…, -le contestó mientras se daba a acariciar la suave extremidad inferior de tan potente mujer, el vejete en esos deliciosos momentos caía en cuenta que las veces anteriores en que había estado con ella (y no precisamente paseando en camioneta) no se había dedicado a saborear y sentir tan exquisitos manjares que nos proporciona la vida cotidiana al tener al alcance semejante ejemplar de mujer, esto solo por la imperiosa ansiedad en que había sucumbido por cogérsela el también, y obviamente tomar de su leche materna.
Por otro lado Gabriela se quedó atónita mirando fijamente la mano del viejo y como esta comenzaba a acariciarle el muslo desde la mitad de este hasta su rodilla en forma rasposa.
A pesar de que la rubia estaba plenamente consciente de que ellos dos ya habían intimado sexualmente en un par de ocasiones, de igual forma ella pensaba que este no tenía el derecho de llegar y tocarla como si ambos fueran novios o algo parecido, ella nunca se lo había dado, lo que había ocurrido entre ellos era toda culpa de don Cipriano y no de ella, se decía, y la forma en que este otro vejete asqueroso la estaba tocando, como si la cosa fuese llegar y llevar, no dejó de molestarla, incluso sintió el impulso de quitar ella misma esa mugrienta y pelada mano de su pierna, sin embargo y gracias a los extraños acontecimientos ocurridos en el transcurso de aquel día sencillamente llevó su mirada hacia la ventanilla y lo dejó, total sabía que al momento en que el viejo quisiera algo más lo frenaría en seco y le diría unas cuantas verdades, verdades que no alcanzó a decirle por teléfono en la tarde porque este mismo no la había dejado, solo se limitó a seguir con la conversación:
–Ay no, cervezas sí que no, con todo lo que me ha ocurrido últimamente prefiero beber algo más fuerte…, además que con las cervezas una queda muy hedionda.
Don Pedro se quedó sorprendido con la respuesta de Gabriela, y en el acto se lo hizo saber, su mano después de haberse saciado en esas suavidades ya estaba de vuelta en la palanca de cambios:
–Ahhh… no mames… pero si mira nada más, te… te estas volviendo una bebedora muy ruda… Jejeje… ¿quién lo iba a creer?
–¿Qué cosa…? -le consultó Gaby en el acto ya que verdaderamente no sabía a qué se refería el viejo.
–Que te gustan las sensaciones fuertes ps rubia, conozco a pocas mujeres que se dan a los tragos duros.
–Nunca he sido buena para beber, solo es cuestión de gustos, la cerveza me sabe muy amarga, además que me da sueño, -en el tono de voz de Gabriela aun predominaba la desgana, al contrario de la de don Pedro que cada vez se entusiasmaba más de acuerdo al desarrollo de la conversación, según él la noche aquella era muy prometedora.
–Que vas a preferir mi yegua… ¿un wisquicito… o un aguardiente?, -le consultó el ansioso vejete, quien ya se veía sentado con ella al interior del boliche de mala muerte al cual la llevaba bebiendo a la par y como dos grandes amigos.
–Oiga si me invitó a salir al menos llámeme por mi nombre y no así como Usted dice…, -en el tono de voz de Gaby cada vez se notaba más el cabreo, incluso ya hasta se estaba comenzando a arrepentir de haber salido con el mal hablado de don Pedro.
–¿Y cómo quieres que te diga…? -le consultó el viejo en forma inmediata, –¡¡si para mi eres una tremenda yegua!! ¡¡Sobre todo así como andas vestida!! ¿O prefieres que te diga mi Potranca? ¡¡pero si te gusta también te puedo llamar Puta!! O… ¡¡Perra caliente…!! ¡¡Jajajaja!! ¿Cuál prefieres…?
–¡¡Me llamo Gabriela, Usted bien lo sabe…!!, -la ofuscada rubia ya estaba deseando que llegaran a un semáforo en rojo para ella bajarse del vehículo e irse para cualquier parte, su viejo cuñado otra vez se estaba poniendo pelado y de lo más odioso.
–¡Ps…! ¡Elige como prefieres que te llame… ya que para mí tú solo eres eso!, Jejeje: ¿¡Yegua… Puta… o Perra caliente!?, yo no voy a llamarte por tu nombre, si es muy largo… quizás a lo más te puedo decir “rubia”…. ¡¡¡Jajaja!!!, -termino riéndose don Pedro, le encantaba decirle peladeces a esa rubia puta que conoció gracias a su hermano recién fallecido.
–Dígame como Usted quiera, me da lo mismo viniendo de Usted…, -le dijo finalmente Gaby ya abandonándose a su suerte, total solo serían un par de tragos y luego tomaría su camioneta y se largaría.
Don Pedro que no era tonto se daba cuenta del estado de animo de la hembra, así que optó por comportarse un poco ya que él sabía que el resultado de sus pretensiones económicas dependían de lo que ocurriera esa noche entre él y la rubia, además que otra vez posó su mano en la pierna de Gabriela y ella solo se limitó a seguir mirando por la ventanilla, eso por ahora era bueno pensó el vejete, muy bueno.
Una vez que llegaron a destino don Pedro estacionó la camioneta de Gabriela en una calle apenas iluminada pero si muy concurrida por todo tipo de personas debido a la gran variedad de locales de entretención nocturna, entre estos habían restoranes, Pubs, y alguno que otro cabaret, locales de muy baja calaña, casi todos eran antros bailables, claro que la mayoría de estas personas que pululaban a esas horas en aquel sector eran hombres en grupos que a la vista saltaba que estos andaban buscando algún local nocturno que ya estuviese en pleno funcionamiento, las miradas de muchos de ellos ya habían dado con la impactante figura de una sensual rubia que en esos mismos momentos se paseaba con un viejo tomada del brazo seguramente también buscando un lugar de entretención según entendían estos.
La festiva callejuela en cuestión estaba ubicada en un viejo y descuidado barrio capitalino, la ex casada aunque miraba en todas direcciones en forma asombrada solo se limitó a caminar en silencio y algo temerosa a un lado del vejete, fue eso mismo lo que la llevó a agarrarse del brazo de este, nunca en su vida había estado en un sector como ese, sus azules ojos veían sorprendidos que en cada local que pasaban en su interior existía ambiente de lo más pachanguero, claro que también se daba cuenta que como todavía era temprano estos aun lucían casi vacíos, solo eran los mozos de los distintos locales quienes deambulaban en su interior barriendo los pisos, bajando las sillas de las mesas, o limpiando vasos para luego ubicarlos en las mesas.
Don Pedro por su lado iba con una sonrisa de oreja a oreja al estar al tanto que apenas dejaron el vehículo aparcado eran muchas las miradas masculinas que se comían el ejemplar de mujer al cual él llevaba tomada desde la cintura y con ella asida férreamente a su brazo.
En tanto la rubia si bien caminaba naturalmente y sin proponérselo mejor que una modelo de pasarela, su estado psicológico era de nerviosismo total, ella nunca se había paseado en algún lugar público con un viejo de tales características, y menos en una calle con harta gente paseándose por sus veredas, por lo que rápidamente cayó en cuenta que con don Cipriano su mundo solo había sido entre su casa y el Pie Grande, salvo la oportunidad en que habían ido al banco y al parque cuando ella le cedió todo el dinero ahorrado por Cesar y por ella.
Fueron como tres cuadras en que la rubia tuvo que aguantar miradas obscenas de viejos horribles que a todas luces se notaba que andaban en busca de acción por esos barriales, otras miradas eran de sorpresa ya que también eran varias las parejas entre hombres y mujeres que miraban sorprendidos como a ella la llevaba abrazada un hombre de lo más asqueroso, y así era.
Hasta que al llegar a una esquina y doblar por esta la inusual pareja ingresó por fin a un antiguo boliche sub urbano que el vejete de vez en cuando frecuentaba.
El local escogido por el vejete era amplio y de lo más anticuado, los mozos que atendían las mesas eran esos típicos señores con panzas prominentes y que usaban chaqueta blanca y corbatín negro tipo humita, claro que en el blanco de sus chaquetas se notaban visiblemente manchas de comida, de vino tinto ya seco y de otros tipos de mugres, aun así el local este era muy frecuentado ya que los precios eran módicos tanto en comidas y tragos, además de tener una pista de baile al medio de las mesas, en resumen se podría decir que este local era un restorán de esos bailables y supuestamente familiar pero de muy bajo presupuesto.
Ya al interior del local antes mencionado Gabriela se dejó llevar por don Pedro, el vejete optó por ubicarse en los asientos de la barra del bar, eran muy pocas las mesas que estaban ocupadas según veía la asombrada rubia una vez que ya estuvo ubicada en la citada barra, la fuerte música de cumbias retumbaba en todo el lugar, por lo que el viejo cuando quiso hablarle tuvo que acercar su asiento muy junto al de la rubia para que ella pudiese escucharlo.
–Ok… orita que ya estamos bien ubicados ¿decidiste que vas a beber?, -le preguntó don Pedro a Gabriela mientras ella no se cansaba de inspeccionar ocularmente el ordinario antro en que la habían metido, a la vez que se sentía un poco invadida por la persona de don Pedro que estaba muy apegado a su cuerpo, pero sin llegar a tocarse.
–Yo creo que un aguardiente estaría bien…, -le dijo finalmente Gabriela sin pensársela mucho.
La persona que atendía la barra era una señora gorda que también estaba encargada de la caja, esta una vez que recibió el pedido por parte del viejo simplemente se dedicó a seguir ordenando su lugar de trabajo ya que sabía en que en muy poco rato el lugar ya estaría repleto de gentes, no sin poner atención en la extraña pareja que se había ubicado en su barra.
–Oye rubia… si aún te encuentras enojada conmigo por lo del otro día… lo que pasa es que me había bebido…
Don Pedro necesitaba si o si calmar a Gabriela, ya que en todo el trayecto la había notado cortante, al igual que en las primeras ocasiones en que se había dado a abordarla cuando recién la conoció, ahora más que nunca necesitaba que ella entrara en confianza con él, pero en esta oportunidad fue la ex casada quien no lo dejo terminar de hablar.
–¡No es solo por eso…! -Gabriela junto con interrumpirlo sacó una servilleta del dispensador que estaba sobre la barra y comenzó a doblarla en la misma superficie del largo y grasiento mesón para luego posar el vaso con aguardiente que le habían servido sobre esta, el viejo notó en el acto una extraña expresión nostálgica en su rostro, por lo que rápidamente se dio a intentar sacar provecho de la situación.
–Ah… ¿no es solo por eso? ¿Entonces porque andas con cara de perra envenenada?
Gabriela al instante lo miró con la misma expresión furiosa con la que lo venía mirando desde el minuto exacto en que el viejo se había aparecido por la puerta de su casa momentos antes, aun así sabía que ella no lograría nada con hacerle ver de lo muy ordinario que era este, así que se la dejó pasar y le contestó:
–Pues ese último día que estuvo en mi casa se lo iba a decir… pero usted llegó todo borracho… y me t… tomó a la fuerza… después hizo lo que tenía que hacer conmigo y luego simplemente se fue…, -Gabriela junto con decirle lo anterior tomó su vaso de alcohol y se lo bebió hasta la mitad, luego lo dejó en la superficie y se quedó mirándolo (al vaso) fijamente haciéndolo girar con sus delicados dedos.
Don Pedro no perdía detalle de aquella extraña conducta de la rubia, a la vez que le repasaba ocularmente su imponente figura, sus curvas eran resaltantes al estar viendo a semejante hembra sentada junto a la barra del bar, y para colmo otra vez la veía con una de sus potentes piernotas una subida sobre la otra, ;).
–¡A si…! ¡¡Jejeje…!! ¡¡Si me acuerdo… pero entonces cuéntame…!! –le dijo el ordinario mecánico después de haberla estado repasando ocularmente, incluso ya le estaban bajando las ganas de ir a cogérsela lo antes posible, pero lo primero era lo primero se decía para sí mismo y conteniéndose sus ardientes deseos, –¿cuéntame cuál es el real motivo del porque andas tan odiosita!?, Jejeje, -ahora se lo preguntaba de esa forma porque ya creía entender que su enojo no era por la bestial enculada que la había puesto la última vez en que se habían visto, o al menos así se lo estaba entendiendo a la rubia.
Y don Pedro no estaba tan lejos de sus apreciaciones ya que era la misma rubia quien se lo iba confirmando debido al curso de la conversación:
–Ps… Porque… porque me ha ido mal en todo…, -le soltó de una al inicio de su conversación, –he intentado que las cosas me resulten… sin embargo todo lo que hago me sale mal… ¿me entiende ahora?, -la rubia se lo quedó mirando fijamente con sus azules ojos tras su acongojada respuesta.
–Ahhh mira que cosas… sí, sí creo entender lo que te ocurre pero no estoy muy seguro, explícame un poco más cómo es eso…, -le contestó el vejete a la vez que se empinaba una botella de cerveza de medio litro y tras darle unas palmaditas en su reluciente muslo, claro que en la tercera palmada no pudo evitar sobárselo un poquito para después retirarla y ocuparse de su cerveza, eso ultimo lo hizo para marcar su terreno ya que el vivaz vejete estaba al tanto de que ya al local estaban entrando todo tipo de personas , y eran varias miradas masculinas que le estaban mirando a su rubia.
Gabriela si bien puso atención a como su casi cuñado otra vez le tocaba una de sus piernas, en esta nueva oportunidad también se la dejó pasar ya que notó que ahora el viejo lo hacía como para darle ánimos a que ella se siguiera explayando en su pesar, y era eso mismo lo que ella necesitaba, necesitaba que alguien la escuchara, por lo que siguió hablándole:
–Bueno Usted ya sabe… lo que ocurrió con su hermano, si me pateo como si yo fuera cualquier cosa, el día en que terminó conmigo me sentí igual que una colilla de cigarro botada y pisoteada en el suelo después de que se la fuman…, -don Pedro la escuchaba atentamente, y la ex casada seguía con su desahogo de emociones: –Luego intenté ir a buscar trabajo y nada… y lo otro… lo otro mejor ni se lo cuento…, -junto con decir lo último la rubia se terminó la otra mitad de su vaso, mientras lo hacía sus ojos estaban llorosos y don Pedro así también lo veía, claro estaba que eso “otro” de lo que se refería Gabriela era lo sucedido en la entrada de su ex edificio.
–Oye rubia… ¿y qué es eso “otro” que no me quieres decir…? vamos dilo… mira que estamos en confianza.
Gabriela otra vez se lo quedó mirando, notó que al menos esta vez la llamó por rubia y no con otro de sus ordinarios apelativos, esto la hizo sentirse un poco más segura, por lo que decidió narrarle al vejete lo sucedido en su última salida.
Por otro lado y ajena a la conversación entre Gabriela y don Pedro, la vieja que los atendía en el acto puso otro vaso con aguardiente frente a la rubia, atendiendo a la señal de “otro” que hizo con sus manos el hombre que la acompañaba, la mujer entendía que ambos estaban enfrascados en una conversación muy seria, pero le llamaba mucho la atención la tremenda diferencia que existía entre ellos, además de notar que la mujer de dorados cabellos que también era muy atractiva en las dos oportunidades en que le había servido el vaso le devolvía una agradable sonrisa de agradecimiento para luego cambiar la expresión de su rostro a seriedad absoluta mientras le hablaba al horrendo hombre que la acompañaba, la señora sabía que este era otro de los tantos viejos ordinarios que frecuentaban el local en que ella trabajaba, pero en sus años de laburo nunca se había topado con una situación parecida, es decir que ingresara a ese tipo de local una mujer de características tan atractivas con un viejo de lo más asqueroso y que hablaran con tanta familiaridad, –Si esta niña pareciera ser de esas que dan el pronóstico del tiempo en la televisión, -pensaba la vieja para sus adentros, -incluso hasta creyó ver que en un momento el viejo ese había osado a tocarle una pierna y que ella por su parte ni se había inmutado, -eso… eso era de lo más extraño se decía la mujer para luego volver a inmiscuirse en sus propios asuntos.
En tanto entre Gabriela y don Pedro la conversación seguía fluyendo en forma espontánea, al menos así era para nuestra casada quien era ella misma la que se comenzaba a explayar al saberse escuchada:
–Lo que pasó… lo que pasó es que quise ir a ver mi hijo… bueno también a mi marido y adivine que…
–¿¡No chingues rubia… y que cosa ocurrió cuando fuiste a realizar semejante mamada!? –le bufó don Pedro al percatarse de lo interesante que se estaba poniendo todo eso con la rubia
Gabriela luego de pensársela si en confiarle al vejete sus aflicciones se decidió y le narró con lujo de detalles lo ocurrido a la entrada de su ex edificio, el vejete por su lado la escuchaba con atención y le hacía preguntas sobre los detalles, hasta que al final de lo narrado por la rubia se dio a darle a conocer lo que él pensaba sobre aquel asunto.
–¡No me digas… y en que mierda estabas pensando cuando se te ocurrió que ese maricon te iba a estar esperando!, ¡lógicamente a él también le dan ganas de culear…! ¡¡Jajajaja!! ¡¡Aunque este sea reducido de verga!! ¡¡¡Jajajaja!!!, -fue todo lo que tuvo para decir don Pedro después de haberla escuchado y terminar riéndose de ella y de su situación.
–¡No sea ordinario Don…! ¡Cesar es tan ingenuo que ni siquiera se debe imaginar las verdaderas intenciones de esa mujer…! -Gabriela aun lo miraba con semblante de aflicción en su rostro mientras le contestaba.
–¡Ahhh… mira!, ¿y cuáles crees tú que serán las verdaderas intenciones de esa puta?
Mientras la conversación llegaba a este punto Gaby ya iba en su tercer vasito de aguardiente y el local poco a poco se había ido llenando de gente, al menos las distintas mesas ya estaban casi todas ocupadas, igualmente los demás asientos de la barra del bar, estos eran ocupados por hombres que se daban a beber y a recrear la visión con semejante pedazo de mujerón que también bebía en la misma barra.
A estas alturas y gracias al alcohol en su mente la rubia ya se mostraba con más naturalidad estando ajena a todas esas ardientes miradas que en esos mismos momentos ya se la devoraban imaginándola desnuda, pero ella estaba bien inmiscuida en la conversación con el vejete:
–No lo sé, yo creo que ella solo desea burlarse de él, quizás herirlo… ella no es la madre de Jacobo… yo soy su mamá…
Don Pedro junto con bajarse otra botella de cerveza hasta la mitad se repasó sus labios para retirarse la espuma, luego de eso se dio a seguir aconsejándola:
–Mira rubia, yo no soy bueno para parlotear sobre estas chingaderas… pero creo que desde un principio tu causa ya estaba perdida…, -el viejo intentó por todos los medios poner algo de seriedad en sus palabras, ya que esto también le servía para sus insanas intenciones.
–¿Y por qué me dice eso?, -le consultó la desprevenida rubia quien ahora también se había cambiado a la cerveza para no embriagarse tan rápidamente, aunque el alcohol ya comenzaba a estimular ciertos sentidos tanto psíquicos como físicos en su exquisito organismo, claro que ella aun no lo notaba.
–Ps… porque fuiste tú misma quien lo mandó a la verga, ¿o ya se te olvido?
El viejo la miraba fijamente esperando las reacciones de Gabriela, ella por su parte solo deseaba salir del paso ante los dichos de su viejo casi cuñado:
–Si… si… p… pe… pero ya estaba enamorada… yo estaba enamorada de su hermano… solo fue por eso…
–No rubia… tú no te enamoraste de nadie tal como ya te lo he dicho… tú simplemente te calentaste… te calentaste con mi hermano y sencillamente los mandaste a todos a la verga… eso fue lo que ocurrió, ya es hora que vayas aceptando eso…
Como ya se dijo anteriormente, nuestra casada ya llevaba en su cuerpecito 3 vasos de aguardiente y una cerveza, fue esto mismo lo que la llevó a encontrarle cierto sentido a las aclaratorias palabras de don Pedro, por lo que solamente se dio a preguntarle mientras lo miraba fijamente a su fea cara:
–¿U… Usted cree? ¿Usted cree que solo fue eso?
–Claro que sí, pero ya dejémonos de pendejadas y dediquémonos a beber, esta es tu noche rubia…, -le exclamó el vejete al oído debido a la fuerte música imperante.
–¡Si…! ¡Es verdad!, ¡Usted tiene razón… ese mal agradecido no vale la pena!, -le exclamó Gabriela de la misma forma refiriéndose a su marido, lo hizo acercando sus rojos labios al oído de su casi cuñado al momento de hablarle.
–¡¡Si rubia!! ¡¡Ese pobre maricon no vale la pena…!! -don Pedro veía desde su posición como la rubia se sonreía plácidamente a la vez que cerrando sus ojos se llevaba la pequeña botella de cerveza a sus labios: –¿de qué te ríes ahora…?, -le consultó rápidamente el viejo:
–Es que le sale gracioso de la forma en que Usted lo dice…
–¿A qué te refieres?
–Eso… eso que Usted dice sobre mi ex marido…
–¡¡Ahhh Jejeje!! ¡¿Qué es un pobre maricon…?! ¡¿Es eso…?!
–¡Solo eso…! ¡Le sale gracioso…!
–Ps… dilo tú misma rubia, eso te hará sentir bien contigo misma… vamos inténtalo…
Don Pedro a estas alturas ya deseaba comenzar a medir el estado mental de la rubia, aun así Gabriela no estaba tan bebida como para caer en aquel juego:
–¿¡Que cosa!? -le consultó a sabiendas de que el viejo ese deseaba que ella se burlara de su marido, aun así y aunque ella no fuera a decirlo la situación igual le entretenía, pero don Pedro continuaba en su afán:
–¡Que el maricon de tu marido no vale la pena…! ¡Vamos dilo!, -le exigía don Pedro quien también estaba entretenido con todo eso.
–¡Jijiji! ¡Ay sí! ¡Mi marido… no vale la pena…!
–¡Pero dilo como corresponde…! ¡Di que es un maricon y que no vale la pena!, ¡¡Jejeje!!
La rubia se lo quedó mirando sonriente, expresión muy distinta a la que tenía cuando el vejete hizo su aparición aquella tarde, hasta que por fin le contestó:
–¿Cómo se le ocurre que yo voy a decir una idiotez como esa sobre mi marido?, -le contestó ahora la rubia mirándolo con un enojo pícaro en su rostro.
–Ps… porque lo es y punto…, -al caliente de don Pedro ya hasta se la había parado la verga con solo imaginar a la rubia burlándose de su marido.
–Bueno… dejémoslo que es un tonto por todo lo que está haciéndome…
El vejete puso atención en lo último dicho por Gabriela, pensó que la muy descarada se estaba haciendo la víctima y culpando a ese otro pobre hombre de toda su situación siendo que había sido ella misma la única responsable y quien la había cagado desde el principio, por lo que decidió dejar su juego de palabras para un rato más, ahora existía una razón más importante que lo convocaba:
–¡Bueno… que sea como tú lo digas rubia…! ¿Otro traguito?
–¡¡Claro que si… pero también pídame un jugo de naranja mire que estoy un poquito mareada… necesito bajar las revoluciones un poco o yo no respondo!, ¡jijiji!
Y claro, si bien Gabriela no estaba borracha, si estaba un poco mareada, y su último dicho no era porque fuera a perder los sentidos debido al alcohol ingerido, sino que lo había dicho porque ya se sentía bastante bien, o más bien dicho es que nuestra casada ya estaba en buena onda y de lo más relajada, si es que así se podría describir su nuevo estado anímico.
Por su lado don Pedro también lo notaba así, fue por eso que el calculador vejete la sacó de la barra de donde estaban y se la llevó a una mesa que se encontraba un poco más apartada del ambiente festivo del restorán, cuando lo hacían el mecánico no dudó en tomarla de su mano para guiarla entre medio de las muchas personas que ya atestaban el festivo local de cenas bailables, a lo que Gabriela tomando esa acción como un gesto de amabilidad por parte del viejo solo le correspondió y se dejó llevar, el mecánico tenía el ego subiéndole a mil debido a estar al tanto de todas esas miradas por parte de sus congéneres que presenciaban en forma de envidiosa lujuria de cómo él llevaba tomada de su mano a una hembra de cuerpo espectacular.
Una vez que llegaron a la apartada mesa el viejo sabía que ahí podrían hablar un poco más tranquilos y con más privacidad, sobre todo por la enloquecedora proposición que le haría a la rubia, así que ya estando en la citada mesa con los tragos más el jugo de naranja, y ya sin tener la necesidad de estar casi gritándose en los oídos el siniestro vejete decidió iniciar su treta:
–Oye rubia… ¿sabes? Hay un asunto del cual necesito hablarte…
–Dígame… le escucho…, -le contestó Gabriela llevándose la bombilla del vaso de jugo a sus labios, ambos estaban ahora sentados frente a frente y separados solamente por la superficie de la mesa con los tragos antes señalados, a la rubia aquel extraño asunto del que deseaba hablarle don Pedro le hacían sentir curiosa.
–Escúchame bien… mira que este asunto es importantísimo y se trata de tu misma situación…, -una malévola sonrisa mezclada con algo de nerviosismo lujurioso se dibujaba en el ajado rostro del mecánico.
–¿¡De mi situación… y es muy importante!? -la rubia junto con hacer la pregunta había soltado la bombilla de sus labios, para luego de preguntar devolverla a estos y seguir disfrutando de su jugo que lo sentía bastante bueno y refrescante.
–Ps… si
–Dígame entonces…, -le volvió a decir Gaby a la vez que realizaba el mismo procedimiento anterior con sus labios y la bombilla del jugo.
–En vista de que te ha ido mal en todo y que necesitas generar recursos para estabilizarte he… he estado pensado en un trabajo para ti…, -le soltó el vejete de una, pero siempre midiendo el terreno que estaba pisando, por nada del mundo quería que la rubia le armara un escándalo en público como ya en una ocasión lo había hecho, en aquella oportunidad lo ridiculizó en el mercado y delante de muchas personas.
–¿Un trabajo para mí?, -ahora Gabriela se puso un poco más seria, sus doradas cejas se habían inclinado hacia arriba producto del aumento de curiosidad y demostrando también con esto seriedad en el asunto, por lo que dejó el vaso de jugo en la mesa esperando que el vejete continuara con su propuesta, su mente aun no imaginaba el tipo de trabajo que estaban a punto de proponerle.
–Exacto… pero más que un trabajo es un negocio, ambos seríamos socios y ganaríamos mucha lana… ¿me sigues?
La ex casada como que ya comenzaba a intuir algo extraño en todo ese asunto, pero su curiosidad también iba en aumento, ya en otras oportunidades don Pedro le hablaba de emputecerla, pero siempre se lo dijo en los momentos en que estaban manteniendo relaciones, por lo tanto la rubia al estar ahora con él en otro contexto no lo asociaba para nada:
–¡Usted y sus cosas!, pero dígame… ¿de qué se trataría ese negocio…?
El viejo junto con mirar en todas direcciones para asegurarse de que nadie los estaba escuchando tomó un poco de aire y quiso decírselo en su propio idioma:
–Ps… solo mírate rubia, si eres la tremenda yegua… o sea… una hembra espectacular, y que podrías estar en las altas esferas… te cargas un culazo y unas tetas trem…
En vista de todas esas palabrotas la casada lo quiso frenar en seco, a pesar de que hasta el momento se sentía entretenida con la invitación de su cuñado no estaba dispuesta a permitirle que la insultara:
–¡Oiga! ¿Me quiere hablar algo serio… o ya va a empezar con sus ordinarieces? –su bello rostro cuando le hablaba estaba entre serio y sonriente ya que notaba la desesperación del vejete.
–OK… Ok… tranquila mi reina… la verdad de todo es que este asunto es muy serio, -el ordinario mecánico traspiraba, y como ya se dijo por nada del mundo quería espantar a esa suculenta rubia así que intentó por todos los medios medir sus palabras, –lo que quiero decir es que tú eres una mujer de lujo, te gastas un cuerpazo espectacular y de Diosa… si ni siquiera se nota que ya hayas traído un chamaco a este mundo, ¿ahora lo vas entendiendo?
–¡No…! ¡No le entiendo…! –le respondió Gabriela en el acto, y la verdad era esa, lo único que pasó por su mente fue recordar los tiempos en que don Cipriano le había pedido que trabajara de edecán para promocionar el Pie Grande, por lo tanto su curiosidad se mantenía intacta, –¿Qué tiene que ver todo eso que me dice con el trabajo que me dijo…?
Don Pedro comprendió que ya debía largársela sin tapujos, para que la rubia le entendiera de una:
–Ps sí que tiene que ver pues rubia, y orita te explico con más detalles para que me entiendas clarito, con todo eso que te cargas en tu cuerpecito eres el mejor sueño húmedo de que cualquier hombre en esta vida… no importando cual sea su estrato social…, -el viejo tomó aire para luego seguir explicandole, –o sea… quien te vea o sepa que tú tienes una tarifa para prestar lo tuyo se deslomaría trabajando con tal de tener el dinero suficiente para pasar un rato contigo en una cama por lo menos una vez a la semana, y si es que no es más…, -el viejo mecánico notaba que la rubia ahora lo escuchaba atentamente y en silencio, por lo que siguió explicándole las ventajas económicas que ambos tendrían con ese trabajo si es que ella se atrevía a ejercerlo: –…si aceptaras mi propuesta tendrías la suerte de atender muchos clientes por las noches considerando todo eso que tienes en tu cuerpo… imagina ese dineral que estamos perdiendo en este mismo minuto… ¿lo entiendes ahora?
Gabriela quedó estupefacta por lo que sus oídos acababan de escuchar, claramente le estaban ofreciendo que ejerciera la prostitución, y como es lo normal en este tipo de situación, ella quería estar más que segura:
–No…, c… creo que aún no lo estoy entendiendo… por favor sea un poco más específico… ¿¡que tendría que hacer yo en una cama a diario y con esos hombres para ganar todo ese dineral que Usted dice…!?
–Ps… ps… si esta clarito… lo que te quiero decir es que abiertamente te metas a puta… que te dediques a la prostitución pus rubia… -el facineroso vejete creía darse cuenta que esa ex casada lo miraba al parecer con interés por todo lo que él le estaba diciendo por lo que siguió con su explicación siendo lo más representativo posible: –Estoy segurísimo que tu serías muy buena en este tipo de oficio… si eres una mujer con mucho talento para dedicarse a eso… además que no requerirá mucho esfuerzo de tu parte, solo debes abrirle las piernas a cualquier vato que tenga el dinero suficiente como para metértela, luego te aguantas un rato hasta que este se desleche al interior tuyo y ya…
Tras unos segundos de silencio que para el viejo fueron eternos la rubia se dio a darle su respuesta, y lejos de enojarla esa insólita proposición que graficó en su mente mientras su cuñado le explicaba los pormenores le hicieron caer en un repentino estado de jocosidad, la indecente propuesta del vejete y la por la desvergonzada forma en que este se la argumentaba no le causo más que risa.
–¡¡¡Jijiji jijiji…!! ¿¡Cómo se le ocurre proponerme semejante estupidez…!? ¡¡¡Jijijiji!!! ¡Yo ni loca haría eso…! ¡¡¡Jijijiji!!! -terminó riéndose Gabriela a la vez que tomaba la botella de aguardiente que el vejete había pedido a la mesa y se servía en el pequeño vasito de esos que existen para tal efecto, se lo bebió de un solo toque, aunque risueña y todo la enloquecedora propuesta de igual forma la pusieron nerviosa, pero ella estaba segura de lo que le estaba diciendo al aprovechador de su ex cuñado.
Don Pedro quien no esperaba tal reacción por parte de la rubia le contestó extrañado y algo molesto mientras vaciaba una botella de cerveza de las grandes en un vaso:
–Ps… yo no lo veo tan enajenante… y no sé de qué te ríes… además que yo creo que tu naciste para eso…
Gabriela después de beberse el aguardiente tomó otra vez su vaso con jugo de naranja, la conversación la tenía nerviosa pero también entretenida:
–¿Así que Usted cree eso de mi…? ¿Y porque lo dice…? Jijiji…
El vejete cada vez se ponía más específico para llevar aquella descarada conversación con la rubia, y ella parecía estar en la misma sintonía del vejete:
–Ps… ps… se nota como te pones cuando uno te coge…
Gabriela lo miraba siempre risueña y cada vez se impresionaba más por las comprometedoras salidas de ese vejete, no estaba muy segura a cómo reaccionar, lo que si era es que se la estaba pasando de lujo con todas las estupideces que le hablaba su cuñado con ella siguiéndole la corriente:
–Jiji… ¿cuándo me cogen…? -le preguntó otra vez divertida, –¿y cómo se supone que me pongo cuando me hacen eso?
–Ps… ps coges exquisito rubia… -el viejo junto con ir hablándole se echó con ambos brazos cruzados en el borde de la mesa en señal de lo muy importante que era para él aquella conversación, –mira, yo en mi vida he estado en la cama con muchas viejas y la gran mayoría han sido putas… y ninguna sabía culear ni menearse sobre la verga como tú lo haces a la hora de coger…
–¿A si…? Jijiji ¡Mire Usted! ¿Y qué más? jijiji, -la rubia quien estando ahora apoyada en sus codos y con su barbilla posada en sus manitas era quien se estaba burlando del vejete, no le importaba que este dijera cosas íntimas de ella, y como ya se ha visto, la conversación lejos de espantarla la tenían muy entretenida, por su lado el mecánico seguía en su osadía de poder convencerla y dársela vuelta:
–Entiende esto rubia… las prostitutas comunes y corrientes no se tragan el semen de un hombre así como así, pero las pocas que son como tú, que por lo demás son muy escasas de encontrar van y se lo zampan como si tuviesen sed y hambre al mismo tiempo…, y eso es muy bien pagado en este tipo de trabajo que te estoy ofreciendo, claro que nuestros precios si lo hicieras solo en la forma normal serían re baratos, con esa estrategia de negocio captaríamos muchos clientes y tú siempre tendrías mucha chamba… ¿¡qué dices!? ¿¡¡Aceptas SI o NO!!?
–¡¡¡Jijiji jijiji…!!! -reía otra vez Gabriela sin poder contenerse y tapándose la cara al estar escuchando los insólitos argumentos que tenía ese viejo con tal de hacerla caer en algo tan burdo como de convertirse en una prostituta barata, pero ya era suficiente de escuchar tantos disparates juntos así que recomponiéndose en su silla e intentando ponerse algo más seria se dio a decirle a su cuñado como era la situación al menos por parte de ella:
–Oiga… ya calmémonos un poquito y cuando hable hágalo un poco más bajo mire que lo pueden a escuchar…
–Vale rubia… pero dime… ¿cuál es tu respuesta final? –le preguntó don Pedro con ilusión, ya hasta se la imaginaba en el callejón asignado paseándose solamente en portaligas y estrechándole el paso a eventuales clientes que anduvieran de a pie para negociar con ellos… o acercándose también en forma sensual a los automovilistas enseñándoles lo de ella para tentarlos…, -en tanto la casada ya le daba su respuesta final:
–¿¡Mi respuesta final!? Pero si ya se la dije, mire terminemos esto lo más pronto posible y escúcheme bien…, -Una sonrosada Gabriela, mitad por el alcohol y mitad por la misma situación, se inclinó hacia adelante para poder hablarle al vejete en voz baja y no ser escuchada por alguien más: –Yo el otro día le dije claramente que solo me he acostado fuera de mi matrimonio con su hermano y con Usted… no podría hacerlo con cualquier otro hombre… y menos por dinero… ¡Así que mi respuesta final es NO!, ¡¡No!! Y… ¡¡¡No…!!! ¡¡¡Eso nunca…!!! ¿¡¡Está claro!!?
Junto con aclararle su postura la rubia volvió a su anterior posición y le puso un poco de aguardiente a lo que quedaba de su jugo de naranja, pero el vejete insistía:
–Ps… si yo fuera tú me la pensaría, no sabes el dineral que hay ahí afuera esperando por tus agujeros…, Jejeje…
A Gabriela le llamaba la atención la forma en que el vejete insistía como si lo que le estaba proponiendo fuese algo de lo más normal del mundo, pero a pesar de lo insólita que era la indecente propuesta además de lo pelado que era el vejete para ejemplificar, aun así se animó a hacerle una pregunta que la tenía intrigada con respecto a lo que el viejo deseaba para ella:
–Oiga… y esto se lo voy a preguntar solo por curiosidad eh… para que no piense que me está interesando eso q… que me dijo… p… pero en el caso que yo le hubiese aceptado su… su…, -la ex casada no encontraba las palabras apropiadas para referirse al ofrecimiento de su cuñado con la endemoniada propuesta de que ella abiertamente se prostituyera, –s… su asunto ese que me dijo… de haber sido así… ¿cuál sería su parte en… en… bueno Usted ya sabe… e… en el “negocio”?
La cara del vejete resplandeció como si se hubiese ganado la lotería, la rubia estaba dando una pequeña muestra de interés en el asunto que los convocaba según lo que él notaba, y algo era “algo” por mínimo que fuera se dijo para sí mismo y en el acto, así que no haciéndole caso a su ultima aclaración se dio a darle su respuesta como si ya estuviese dando por hecho que ambos serían socios:
–¡¿Mi parte?! ps… yo pasaría a ser algo así como tu representante, además de manejar tu cartera de clientes…, Jejeje, -le dijo a la misma vez que se llevaba a su bocota un espumeante vaso de cerveza siempre mirándola atentamente.
Para nuestra Gabriela la conversación que estaba llevando con don Pedro era demencial, aun así encontraba muy poca la participación del vejete en un trato como ese encontrando que este era un aprovechador, y así se lo hacían saber sus labios a su supuesto socio:
–¿Solo eso haría Usted…?
–Ps… ps… también vas a necesitar seguridad rubia, -le dijo el viejo después de pensarla rápidamente, –trabajando conmigo te aseguro que no te ocurrirá nada malo en las noches que dure tu turno…, además que si algún cliente quisiera algo especial… no sé… algo fuera de lo común como beber leche directamente de tus tetas por ejemplo, en ese caso ahí estaré yo para asesorarte en cuanto debes cobrarle… vamos… ¿qué dices? ¿Te atreves… a trabajar para mí?, piensa en todo ese dineral que nos espera…
Gabriela junto con sonreírse debido al arsenal de idioteces que le respondía su cuñado pensó que ya era hora de hacerle ver a este cuál era su verdadera postura a lo que le estaba solicitando:
–¡Absolutamente NO!… que se pierda todo ese dineral que Usted dice, no me interesa para nada su ofrecimiento… además que Usted es un exagerado, -mientras le decía lo último la rubia lo miraba fijamente para ver la reacción del vejete, sin embargo aún se mantenía algo sonriente, pensaba además… ¿que podría ella esperar de un viejo tan vulgar y pelado como lo era el chiflado de su casi cuñado?
Con semejante respuesta por parte de Gabriela, el viejo y aprovechador mecánico cayó en un momentáneo estado de frustración, preguntándose en forma mal humorada ¿en que habría fallado si el notó en un momento que ella estaba interesada?, sin embargo no estaba dispuesto a demostrarle debilidad a la rubia e intentó seguir la conversación de la forma más normal posible:
–¿Porque me dices que soy un exagerado?
–Porque no todos los hombres de este mundo son como Usted… solo por eso…
En tanto la conversación que se desarrollaba en la mesa que ocupaban Gabriela y don Pedro, en ese mismo momento y muy cerca de ellos iba pasando un mozo con una bandeja vacía, don Pedro le hizo señas para que este se acercara, el mozo así lo hizo:
–Tráeme tres cervezas grandes, y otro jugo de naranja para la dama, -le ordenó en forma tosca el vejete.
El mozo acató en el acto la orden y se dispuso a ir a buscar el pedido no sin antes pegarle una buena repasada ocular al pedazo de mujerón que acompañaba al viejo ese que le había hecho el pedido.
Por su parte Gabriela sintió algo raro en su mente al ser ella misma testigo de las últimas palabras utilizadas por su cuñado al referirse a ella: “y otro jugo de naranja para la dama…”.
–No te entiendo…, -le dijo el vejete devolviéndola a la realidad después de haber hecho el pedido, este se refería a lo último dicho por la rubia, por lo que ella tuvo que rápidamente ordenar las ideas en su cabeza para no perder el hilo de la plática:
–Claro que no me entiende porque Usted es uno de esos hombres que gustan de pagar dinero para poder tener sexo con mujeres que nunca podrán tener, pero no todos los hombres son así… eso se lo aseguro…
Ahora era el vejete quien miraba a la rubia con su característica risa burlona, obviamente era por lo que le estaba diciendo Gabriela en aquellos momentos, y no se aguantó para darle su respuesta a lo que ella decía:
–Ps… ¿qué me acuerde? Yo no te he pagado un solo peso por cogerte por ambos lados, si hasta te has comido mi propio semen, y tú sí que estas de infarto rubia, así que mejor no hables tantas mamadas juntas además que si yo quiero orita mismo te arrastro a los baños y te culeo tirada de espaldas en el piso aunque patalees, Jejeje, yo sé que tú igual te dejarías y a la larga terminarías culeando conmigo como toda una perra caliente, Jejeje… ¿verdad…?
Solo con esas palabras el vejete puso en jaque a una locuaz Gabriela, y esta misma sonrojándose aún más de lo que ya estaba, e imaginando la escandalosa escena de estar ella siendo cogida por don Pedro en un espacio público la llevaron a rápidamente expresarle:
–¡Don Pedro… que cosas dice! ¿Cómo se le ocurre que yo voy a dejarle a que Usted me lo haga en los baños…? -le dijo en forma incrédula y sonriente al mismo tiempo, a la vez que miraba de soslayo en todas las direcciones posibles por temor a que alguien hubiese podido escuchar semejantes palabrotas.
–Ps… yo sé que te gustaría, quizás tendría que abofetearte un poco, pero como ya te dije… yo sé que igual terminarías cogiendo y dejándote coger Jejeje…
Las salidas y calentonas situaciones que exponía el vejete calaban hondo en la sensualidad de la ex casada, ya que con solo imaginarse a ella cogiendo con el viejo en los baños de aquel local la llevaron a recordar que ella en esos mismos momentos se encontraba con su vagina totalmente depilada, tal como una vez le dijo don Pedro que deseaba saborearla, lo que la llevaron a preguntarse cómo se pondría su cuñado con tan solo vérsela una vez que se la llevara a los baños, o de las ganas que le pondría este al acto sexual una vez que ya estuviesen acoplados a sabiendas del estado de su íntimo triangulo traedor de vida.
Mientras pensaba en todo lo anterior Gabriela solo se dio mirar a su cuñado de reojo, sonriente y adentrando sus rojos labios por el nerviosismo en que la ponía el vejete, mientras tanto el aprovechador mecánico continuaba presionándola y poniéndola a prueba:
–Contéstame rubia… ¿te dejarías culear en los baños?
La ex casada quien seguía mirando en forma cohibida al viejo haciendo extrañas gesticulaciones con sus rojos labios a la vez que tímidamente paseaba su lengüita por ellos demostrándole su nerviosidad no sabía qué respuesta darle con eso de que si a ella le gustaría que se la cogiera en los baños, en eso sintió en su vagina una leve sensación de cosquillas placenteras, lo que la llevaron a rápidamente a recomponerse y a decirse a ella misma que por nada del mundo se podía dar el lujo de estar excitándose con todas esas leperadas que le hablaba el vejete, ella nunca se dejaría que se lo hicieran en un lugar público, y menos en los baños de un local de medio pelo en donde ya habían muchas familias cenando inocentemente.
Pero la verdad era que el viejo sí que ya la tenía excitada con todas sus palabrotas y situaciones escandalosas que le exponía, así que Gabriela otra vez mirando en todas direcciones para asegurarse de que nadie hubiese escuchado al pelado de su casi cuñado quiso salir de inmediato del paso:
–Ehhhh… Ehhhh… C… claro que no me gustaría, además que tampoco me dejaría a que me lo hiciera… b… bu… bueno pero Usted se está desviando de la conversación… lo que le dije… o sea…, -la rubia estaba de lo más nerviosa y ya se sentía algo jugosa, –yo… yo me r… re… refería a los hombres en general… n… no… no todos son como Usted dice…
–¡Claro que todos somos iguales rubia…! -contra atacó don Pedro en el acto, él estaba al tanto del estado de esa ex casada, aun así decidió dejar sus tentativas al margen ya que por ahora sus intenciones con la rubia eran otras, por lo que siguió intentando convencerla: –una cosa es que en ciertas ocasiones nos hagamos los pendejos, y la otra es como somos verdaderamente por dentro…, unos más que otros claro… -terminó diciéndole con convicción.
Gabriela estando ya más calmada rápidamente retomó el hilo de esa inusual plática:
–Mmmm… ahora soy yo quien no le entiende, explíquemelo…
–Ps… por ejemplo y para que le sepas… en este mismo local hay muchos cuates que ya deben pensar que tú eres mi puta, jejejeje, -el vejete le dijo eso con orgullo ya que así la sentía, para él esa rubia ya era su putita personal por la sencilla razón de saber que se podía acostar con ella cuando le viniera en gana, claro que Gabriela a pesar de su reciente acaloramiento momentáneo estaba lejos de sentirse de esa forma, por su parte lo otro ocurrido entre ellos solo había sido por casualidad.
–No… eso no es así… solo los hombres ordinarios como Usted piensan de esa forma, -volvió al ataque Gabriela.
–Claro que lo es rubia… Mira y esto es para que tú misma te des cuenta y saques tus propias conclusiones eh… la cosa es que todos estos vatos que ya te han visto conmigo juran que eres una de estas putillas que andan en busca de verga en este tipo de locales, Jejeje, y si es que ellos tuvieran la más mínima oportunidad de cogerse a una yegua como tú sencillamente lo harían… por las buenas… por las malas o simplemente pagando unos buenos pesos con tal de sentir en sus vergas tu sabor propio… si ya te lo dije… eres una puta espectacular…
La rubia escuchó atentamente cada una de las palabrotas del vejete, con sus apelativos ofensivos contra su persona y todo, sin embargo siguió con la conversación con la mayor naturalidad del mundo:
–¿¡Todos!? ¿¡No lo creo!? También existen los hombres decentes para que lo sepa.
Era increíble notar como Gabriela le dejaba pasar una y otra a don Pedro, que este la tildara de puta o de yegua ya era casi algo normal en el transcurso de la conversación, en tanto el viejo seguía con su singular disertación:
–A ver… mira, esto es solo un ejemplo eh… para que no me mal interpretes… ¿me sigues?
–Le sigo…, -le contestó la rubia con el nuevo vaso de jugo de naranja en una de sus manitas.
–¿Puedes ver a ese pendejo que está parado en la barra justo a unos metros de nuestra mesa?
Gabriela llevó su mirada a la barra y dio con la figura de un hombre de entre 25 y 30 años quizás, muy bien vestido y que se notaba que dedicaba a su contextura unas buenas horas a la semana de gimnasio.
–Si lo veo… ¿y que hay con él…? -le consultó la rubia a su cuñado.
–Luego te digo, antes dime… ¿qué opinas tú de él? O sea… ¿cómo lo encuentras como macho?… ¿te gusta?
–Mmmm… no lo sé… tendría que conocerlo primero… ¿pero porque me pregunta eso? –la ex casada ya se estaba asustando.
–Solo contéstame rubia… ¿a simple vista… te gusta un maricon como ese…? o más bien dicho… ¿le prestarías la concha a la primera a ese cuate si él te lo pidiera?
Nuestra Gabriela luego de mirar con el ceño fruncido demostrando preocupación al aborrecible rostro sonriente de su cuñado y después de volver a estudiar al galán en cuestión le dio su parecer a don Pedro:
–Mmm… es atractivo si… ¡pero eso no significa que en una noche yo voy a ir y acostarme con él…! ¡Y menos por dinero por si se le está ocurriendo algo…!
–No, no es eso… ps… lo que pasa es que ese vato desde hace rato que se anda haciendo el bonito alrededor de nuestra mesa, de seguro que está planeando algo para plantarte unas buenas cachas para esta misma noche, ¿lo habías notado?
Y en efecto el susodicho desde hacían unos buenos minutos que había dado con el espectacular cuerpo de una rubia natural como a él le gustaban, y al verla sentada junto a un viejo que a la legua se notaba que no estaba a la altura de ella se daba a ponerse en posturas varoniles para ver si aquella tremenda hembra lo veía y se decidía a ir a beberse un trago con él a la primera señal que le hiciera, lógicamente para después irse a pasarlo bien a otro tipo de local donde existieran camas.
Pero en la mesa, Gabriela ya le daba su respuesta a don pedro:
–No… no me había dado cuenta… y ¿porque hace todo eso?, – la ex casada preguntaba lo anterior por que también se daba cuenta de que el osado galán de vida nocturna se ponía en posturas varonilmente recargadas obviamente para llamarle la atención a alguien y ese alguien era ella.
–Lo hace porque se siente seguro de sí mismo, por lo que veo es un cazador de hembras nato, y piensa que si tú lo miras a la mínima señal que te haga tal vez tú podrías pararte de esta mesa e ir a pasarlo bien con él… o sea… te quiere culear, Jejeje… ¿Cómo eres tan pendeja que no te das cuenta?
–¡Pero yo no voy a ser eso…! ¡si ni siquiera sé quién es…!, -Gabriela miraba al galante varón en forma extrañada mientras le hablaba al vejete, nunca se había percatado de las estupideces que hace un hombre cuando anda cazando hembras según le decía su vejete amigo, si todo eso era de lo más patético para ella.
La rubia estaba en eso cuando se percató que el susodicho la miraba y le hacía un gesto con la cabeza como invitándola a que se fueran a otra parte, nuestra Gaby reaccionó en el acto haciéndoselo saber a don Pedro: –Oh Dios… c… creo que ahora me está mirando… se dio cuenta que estamos hablando de él… y me hizo señas…, -la ex casada con espanto llevó su mirada en sentido contrario de donde estaba el dichoso varón que en esos momentos juraba que esa hembra que ya a todas luces había dado con sus pectorales debía estar botando al estropajo de hombre que la acompañaba para luego ir a ofrecerle sus curvas tal como lo hacían todas.
–Jejeje tú no te preocupes rubia, tú estás conmigo ahora… ¿quieres que me lo despache…?
–¡Sí! ¡Haga algo!, ¡debe estar pensando que yo quiero algo con él, lo digo por la forma en que mira para acá…!
–Ps… espérame un tantito…
Gabriela vio con estupor como el tosco y viejo mecánico se puso de pie y con su guata caída y todo fue directamente hacia donde estaba su fugaz pretendiente. Desde su posición vio que ya ambos discutían, y que el viejo junto con hablarle lo miraba con su aborrecida sonrisa burlona a la vez de respirar agitadamente, en eso vio que el galán de un momento a otro cambio de postura y que su cara parecía estar preocupada por algo, a los segundos emprendió la retirada hacia la salida del local hasta que se perdió de vista, don Pedro ya estaba casi de vuelta y venía rascándose la guata.
–Te lo dije rubia… esos son solo maricones que no valen la pena, Jejeje, el muy pendejo me dijo que él no se iba si no eras tú quien se lo pedía, decía estar seguro que tu querías irte con él porque que lo había notado en tu mirada, -fue lo que le dijo el mecánico una vez de vuelta y ya sentado a la mesa.
–¡Pero eso no es así…! ¡Si yo estaba hablando con Usted… yo no me iría con un hombre que apenas conozco y eso Usted bien lo sabe…! -Ni Gabriela entendía del porque le estaba dando tantas explicaciones al asqueroso de don Pedro, el asunto era que la rubia por algún extraño motivo sentía que debía respetarlo en cierto sentido, si era su ex cuñado.
–Lo se rubia… yo sé que tú no me harías eso… yo voy a que ese tipo de pendejos son de los que se creen que pueden cogerse a cualquier vieja de buen ver, y como tu cumplías corporalmente con sus expectativas de culeo me vi en la obligación de decirle un par de cositas que le podrían ocurrir si es que no se iba, jejejeje
–Ay gracias Don… de verdad que ese hombre me puso incomoda solo en un rato…, -junto con decirle lo último la rubia en forma natural posó sus dos manitas en las rasposas manos del vejete en clara señal de agradecimiento.
Luego de un momento y estando don Pedro ya al tanto del sincero gesto de Gabriela este ya estaba otra vez con un vaso de cerveza en la mano, su ajada expresión era de cómo si estuviese filosofando sobre la situación recién ocurrida, en eso le habló a su rubia sin hacerle caso a las palabras de agradecimiento por parte de ella a pesar de haber sentido esas suaves manitas sobre las suyas:
–Pero… ¿sabes? Ese vato se creía estar muy seguro de sí mismo, pero también creo que ahora al saber que tiene cero posibilidades de cogerte por sus propios medios…. con gusto pagaría unos cuantos pesos por disfrutar de tu cuerpo y de todas tus cositas por una hora, Jejeje.
Gabriela quien aún miraba en dirección por donde se había perdido el vencido galán pero si escuchando atentamente la aguardentosa voz de su ex casi cuñado en forma espontánea preguntó:
–¿¡Usted cree que él los pagaría!?
La rubia hizo la pregunta casi sin pensársela. Es que tal como lo expresaba el vejete y la forma en que exponía sus viciosos puntos de vista la iban envolviendo en un extraño y prohibido estado emocional que la llevaron a desear saber a ciencia cierta si ese hombre realmente estaría dispuesto a pagar dinero por acostarse con ella por una hora.
–¡¡Si pues… si lo creo…!!, -le contestó don Pedro en forma eufórica ya que nunca imaginó una pregunta como esa por parte de la rubia, sintiendo en su cerebro como nuevamente se reactivaba la vena que unía su sistema nervioso con su verga, lamentablemente para él la rubia rápidamente recuperó la cordura:
–Pero yo… ¡yo no me acostaría con él…! ¡Ni por dinero… ni por nada…! ¡Ya se lo dije…!
El vejete de igual forma con tan solo escuchar la pregunta de Gabriela este ya casi resoplaba de calentura por todo lo que estaba sucediendo, su verga ya estaba semi erecta y desprendía pulsantes gotas de moquillo debajo de sus calzoncillos y pantalones, pero sabía que debía calmarse, la conversación con la mujer que probablemente le haría ganar dinero iba mejor de lo que había pensado en un momento, por lo que se dio a calmarla para no perder el pequeño tramo avanzado:
–¡Si…! tranquila zorrita, si era solo un ejemplo para que me entendieras…, -aun así don Pedro en su fuero interno comprendía que “SI” había dado un pequeño paso en la mente de la rubia, un paso pequeño… pero significativo.
–Aun así… yo… yo creo que los hombres decentes si existen…, -continuó defendiendo su postura nuestra Gaby, –no como ese tipejo con sonrisa de ganador que ya hasta me da asco, -le dijo también para salir del paso claramente refiriéndose al hombre recién despachado, por otro lado ella sabía que había sido indiscreta con su última pregunta.
–No seas pendeja para tus cosas… te digo que no existen… si tú misma ya lo viste… ps…, -el mecánico tras su respuesta terminó moviendo su cabeza en forma negativa debido a la porfía de esa rubia.
A pesar de lo anteriormente sucedido nuestra Gabriela de igual forma se sentía algo cómoda en la compañía del vejete, los grados de alcohol en su mente… o que su cuñado la haya tratado de dama hace un rato cuando este hacía el pedido, y que además este mismo haya sacado la cara por ella en aquel boliche con un hombre que claramente se había equivocado con su persona lentamente la estaban llevando a depender de su ex casi cuñado al menos por esa noche, y no era que Gabriela estuviese desesperada por ir a acostarse con él, es más… esa idea no figuraba para nada en su mente a pesar de que este la ponía nerviosa con todas sus palabrotas y situaciones que le inventaba, pero tal como ya se dijo la rubia simplemente se sentía cómoda en la compañía del viejo, algo así como segura, tal como en alguna oportunidad la había hecho sentir su hermano, algo parecido a eso pero también distinto de alguna forma, y así se notaba por lo desenvuelta que se notaba para continuar la conversación con su cuñado:
–Escúcheme don… ahora yo le mostraré otro ejemplo para que Usted vea que no está del todo en lo correcto…
–A ver… ¿y cuál sería tu ejemplo?
–Aquí mismo en este local… hay muchas mesas en donde hay familias completas cenando, por lo que yo veo esos esposos son todos hombres serios que no piensan como Usted o como ese flaco que Usted acaba de solicitarle que se retire.
–¿¡Estas segura de lo que dices rubia!? -esa pregunta más parecía una amenaza debido a como se lo preguntaba el viejo, pero eso a Gabriela por ahora no le preocupaba.
–Claro que si… si ninguno de ellos me ha mirado, como tampoco miran a las demás mujeres que están en las otras mesas, y eso es claramente porque respetan a sus esposas y a sus hijos… ¿se da cuenta?, ahora es Usted quien pierde, estamos empatados, -le dijo otra vez sonriente.
–No te han mirado a destajo solo porque andan acompañados, además que las otras mujeres no están a la altura de una yegua como tu… pero no sabes los efectos que crearías en ellos si les hicieras creer tener un mínimo de posibilidad de tener algo contigo, ahí verías tu misma lo que es capaz de hacer un hombre con solo creer tener una mínima posibilidad de encamarse a coger contigo, Jejeje, incluso hasta pagando…
Gabriela se iba confundiendo cada vez más con aquella conversación, en su sub consiente no sabía si sentirse alagada o enojarse por cada vez que el vejete la trataba de yegua o cuando hablaba poniéndola a ella en la condición de puta, o también refiriéndose a lo muy buena que era ella cuando se la cogían y así muchas cosas más, el punto era que a estas alturas la balanza en su mente se inclinaba más hacia lo primero que a lo segundo, pero aun así en su persona aun prevalecía la cordura, eso sí que lo tenía muy claro y así también se lo hacía saber a su cuñado:
–No… no lo creo tan así… solo lo dice para salir de paso y para no reconocer que esta vez yo tengo la razón.
La mente del mecánico trabajaba aceleradamente, le gustaba que la conciencia de la rubia estuviera medianamente lucida, así era más entretenido se decía, por lo que rápidamente comenzó a urdir una maquinación lujuriosa para tentar la suerte esperando que la rubia cometiera un error y la puso en ejecución en forma inmediata:
–¿¡quieres apostar…!?
–¿Apostar? ¿Y cómo apostaríamos…?
–Escucha rubia… y para que no te asustes… yo por ahora no te voy a mandar a hacer nada de lo que tú no quieras, esto es solo para que tú misma compruebes el efecto que crea el poder de tu cuerpo en la mente de un hombre.
Gabriela se dio unos segundos a analizar las últimas palabras del vejete, eso de que “por ahora” no la iba a mandar a hacer nada de lo que ella no quisiera significaba que quizás después en alguna ocasión si lo haría, pero lo otro que dijo sobre “el poder de su cuerpo y sus efectos en la mente de un hombre” le gustó un montón haciéndole sentirse bien hembra para sus cosas, entendía que el viejo ese le estaba diciendo literalmente que ella era toda una mujer y en todas sus letras, ineludiblemente todo esto también le hacían sentirse bien yegua, ya que a estas alturas ese apelativo era significado de estar bien buena, su baja autoestima que sintió en todo ese último tiempo, desde que la habían humillado en el hospital donde estuvo hospitalizado don Cipriano, subió hasta la estratosfera con solo escuchar esa simple oración, claro que en el buen sentido de la palabra. De la misma forma como que ya le estaban comenzando a gustar todas esas peladeces que le hablaba su cuñado, estas lentamente la iban trasladando a un agradable estado emocional sintiéndose además bien conectada con aquel aborrecible vejete y todas sus falacias, todo eso la indujo a pensar en tal vez aceptar la apuesta del viejo, además que este mismo había dicho que por ahora no la iba a mandar a hacer nada de lo que ella no quisiera, así que tras analizar las elogiosas palabras del mecánico la confundida rubia se dio a contestarle quizás en forma un poco coqueta:
–Jijiji… creo que Usted ya va a empezar con sus cosas de acostamientos y prostitutas… no le digo que vaya a aceptar apostarle, pero de ser así… ¿cómo sería su jueguito?, -le contestó finalmente.
–Ps simple… elegiré a cualquiera de esos hombres que andan cenando en familia, de esos decentes como tú dices, y tu parte será ir a sentarte a una mesa cercana de cualquiera de ellos y mirarlo…, -Gabriela lo miraba atentamente escuchando aquel insólito juego que le estaban proponiendo, el viejo continuaba, –solo tienes que mirarlo y cuando estés segura de que este sabe de tu presencia y te mire sonríele, solo bastará con eso, ahí verás cómo se empezaran a desencadenar situaciones cuando el pobre bastardo crea tener una mínima posibilidad de tenerte encuerada y abierta de piernas en una cama, Jejeje… ¿te atreves a jugar?
A pesar del confortable estado emocional recientemente descrito de la ex casada ella no pudo dejar de escandalizarse por el atrevido juego que le estaban proponiendo:
–¿M… me… me está pidiendo que le haga creer a un desconocido que me iré a acostar con él? ¿Es eso?, -ahora sí que la rubia comenzó a ponerse nerviosa de verdad.
–Exacto…, -le respondió don Pedro con vehemencia a la vez que la miraba bebiendo cerveza de un vaso, –Pero tranquila, esto será algo así como un experimento, ¿acaso no decías que aún existen hombres serios y decentes?, ps… ahorita saldremos de las dudas… Jejeje…
–¿¡Pero… pero yo no me iré a acostar con nadie… verdad!?
–Jejeje… ahí está la vitamina de todo este asunto rubia… tú dices estar muy segura que todos estos vatos son de muy buenos sentimientos y que respetan a sus familias, te reto a apostar que si es así nunca más te vuelvo a hablar de estos temas y asunto olvidado, pero si el pendejo se atreve a dejar de lado a su familia no importándole nada para irse a entretener contigo… tu deberás acceder a ir a acostarte con él si es que te lo pide, Jejeje, siempre y cuando le cobres o saques algún partido de ello, el cual compartiremos, claro…, ahí comprobarás tu misma que todos los hombres somos iguales, Jejeje.
Don Pedro se daba cuenta de cómo temblaban las manitas de la rubia en el momento de explicarle las lujuriosas condiciones de su apuesta, ya que quizás debido a que cosa la rubia se estaba sirviendo ella misma otro vasito de aguardiente y se lo llevaba a sus labios en forma temblorosa, el viejo seguía estimando que iba muy bien encaminado.
–¿¡C… cómo se le ocurre que yo voy a apostar algo como eso!? –Gabriela junto con contestarle se bebió de un toque la mitad de su trago, y luego otro poco de jugo de naranja y así iba dosificando.
–A ver… ¿de qué te preocupas tanto rubia?, si solo será un juego el cual tu ganarás según lo que me decías, sino servirá también para que veas los efectos que le produces a un hombre cuando lo calientas, Jejeje
Gabriela quien en su momento siguió mentalmente los pasos de ese inusual juego no supo porque se le aceleró el corazón, eso… eso era endemoniado, pero no sabía porque motivos mientras más lo pensaba más interesante le parecía el atrevido juego del cual ella estaba segura que iba a ganar y que nada de eso que decía el vejete iba a suceder, el hombre que escogiera don Pedro para tal experimento quizás se extrañaría a lo más, pero nada más que eso.
–¿Qué me dices finalmente… juegas?, -en los ojos del vejete ya brillaba el fulgor de la calentura, la perversión y el interés económico.
La rubia seguía pensando que el juego propuesto por el viejo era de lo más vicioso, además que ella nunca había hecho algo parecido, ni siquiera en sus tiempos de estudiante en donde los pretendientes le llovían pasó por su mente tentar intencionalmente a un hombre con su femineidad, pero ahora sí que se la estaba pensando, el peligroso juego ideado por don Pedro la atraían misteriosamente, solo eran ciertas convicciones de su personalidad la que la detenían y así se lo hacía saber al vejete:
–¡Ay no lo sé…! ¡¡No sé…!! ¡¡Yo estoy segura de lo que digo… pero si le apuesto sería como jugar con los sentimientos de las personas y eso no me gusta!! -le dijo sonrojada y mordiéndose el labio inferior cuando le daba su respuesta.
–Dices eso solo porque sabes que yo tengo la razón… además que…
–¡Está bien… e… e… entro al juego!, -le cortó de una la ex casada a la vez que seguía confirmándole, –P…pe… pero solo lo haré para demostrarle que Usted está rotundamente equivocado, todos los hombres no son como Usted dice, claro que tengo una sola condición…
–¡Jejejeje…. como tú quieras rubia…! ¿Y cuál es esa condición?
Don Pedro rebosaba de alegría calenturienta ya deseaba ver en primera fila de cómo esa hembra se las daría de zorra con un pobre desgraciado, además que estudiaría la situación para ver hasta qué punto era capaz de llegar esa lujuriosa rubia a la hora de calentar a un macho.
–Yo misma escogeré a la persona… si no es así, entonces no hay juego…, -Gabriela en un punto de aquella endemoniada conversación con su cuñado pensó que este era capaz de haber estado de acuerdo con algún otro hombre para probar si tal vez ella cometía algún error, pero se sabía dueña de la situación, si era así tal como ella lo pensaba don Pedro no iba a querer jugar y le cambiaría la conversación, pero la respuesta del vejete otra vez la pusieron en jaque, ni mencionar que su corazón le empezó a latir desbocadamente:
–¡Ok…! ¡Que sea así como dices…! entonces ¿a qué vato de todos estos vas a escoger?
La muy nerviosa rubia se terminó su vaso de jugo con aguardiente para digerir lo que le estaba ocurriendo, fue ahí cuando supo claramente que la cosa iba en serio, incluso la última y sencilla pregunta de su cuñado con eso de que ella iba escoger a un hombre le hicieron confundirse, no sabía si realmente entrar al juego tal como se había comprometido solo hace unos segundos, o retirarse y darse por perdedora, pero todo esto se diluyó de su mente cuando sin darse cuenta ya estaba analizando todas las mesas para escoger al candidato, de un momento a otro ya estaba nerviosa total, sus azules ojos veían que todos esos hombres que andaban acompañados por sus familias eran todos muy parecidos y ya algo entrados en años, no sabía por cual decidirse para realizar el experimento ideado por su mal hablado cuñado, este mismo esperaba la resolución de la rubia con la calentura a cien por hora y alterándole los sentidos ya que veía que era la misma rubia quien se estaba ofreciendo para ir a comportarse como toda una fulana con un pobre hombre que ella por primera vez veía en su vida, así lo veía él.
–Ya… Ya lo escogí…, -respondió finalmente Gabriela tragando un pequeño cumulo de saliva al mismo tiempo que miraba a su horrendo cuñado.
–Jejeje… ¿y cual se supone que fue el “afortunado”?
–¿¡Qué “afortunado” ni que nada!? –aclaró al instante la rubia ya que entendía que su cuñado al referirse como afortunado al hombre que ella escogiera, este afortunado podría obtener algo por parte de ella en el ámbito sexual, y eso sí que no sucedería, por lo que siguió aclarándole al vejete como serían las cosas, — ¡esto es solo un juego el cual yo ganaré…! yo solo lo entusiasmaré un poco, pero ya verá que el señor que escogí no hará nada de lo que Usted dice al estar con su esposa y su familia a un lado de él…
–¡Si claro…! Jejeje… entonces… ¿Cuál?, -don Pedro estaba más que entusiasmado, deseaba ver a esa putita jugando ahora ¡¡¡ya!!!
–¿Ve a ese señor que está a la izquierda de ese pilar?, -le consultó la rubia en forma disimulada.
–¡Sí! ¡Lo veo…! ¡Es algo pelón creo!, ¡Mmmmm… y al parecer anda con su esposa y su hija por lo que veo!, Jejeje… -junto con decir lo último ahora era el vejete quien se había cambiado al aguardiente, la necesitaba para equilibrar sus niveles.
–E… Ese m… mis… mismo…, -le contestó Gabriela nerviosamente al constatar que este había dado con el personaje escogido.
–¡Ps estamos…! entonces levanta ese trasero y ve a comportarte como toda una zorra con él… ya verás lo que ocurrirá…
–No creo que vaya a pasar nada… Usted perderá…, -le iba diciendo la rubia junto con tomar su pequeño bolso aprontándose ya para ir a acercarse a su víctima.
–Ya lo veremos rubia… ya lo veremos… cualquier cosa que necesites me envías un mensaje, así que ten tu teléfono a mano, así nos comunicaremos, Jejeje…
Gabriela dándose ánimos e intentando calmarse levantó todas sus exquisitas formas, una vez ya de pie y siempre mirando en todas direcciones (quizás en forma temerosa debido a lo que estaba a punto de realizar) tragó de su dulcecita saliva y se encaminó a una mesa cercana a la del hombre que ella estaba dispuesta a ir a torear con la sola intención de demostrarle a don Pedro que el respeto de un hombre por su mujer y hacia su familia aun si existía.
Antes de continuar la narración de lo que iba a suceder con Gabriela (en lo que quedaba del transcurso de aquel día y en los inicios del siguiente) es importante aclarar que para nuestra confundida rubia y en su conciencia ninguno de los actos que estaba a punto de realizar le hacían presagiar que para esa misma noche estas imprudentes acciones y el no tan inocente juego de su cuñado se podrían desvirtuar y quizás hacerle cometer otro gran error en su vida, uno aún más grande y mucho más significativo que los ya cometidos pudiéndola tal vez marcar en forma negativa esa misma noche y para el resto de su existencia.
Continuará
El miércoles posterior a la boda, recibí una llamada del abogado avisándome de que el sábado daba Ana una fiesta de presentación a la familia y que debía asistir. Cuando pregunté de por qué no me lo decía ella, me dijo que pasaba de todo. Que la estaba organizando él para evitar que la familia realizase preguntas no deseadas o revolviese ante los tribunales por la herencia.
El abuelo tenía dos hermanos, ya fallecidos, con dos hijos cada uno. De los cuatro sobrinos, uno murió joven sin hijos, otro se casó pero no tiene hijos y los otros dos, uno tiene hijo e hija y el otro, dos hijos y una hija. Todos estaban deseosos de que Ana no consiguiese la herencia para ser ellos los herederos.
Le pregunté qué debía decirles y me contestó que nos habíamos conocido por una página de contactos donde yo buscaba esposa y ella marido, que nos habíamos gustado y nos encontrábamos muy afines y nos habíamos casado. Que de la herencia me había enterado después y del resto de preguntas sobre mi vida y familia, que dijese la verdad.
La cena y fiesta era en un lujoso restaurante de la ciudad a las 9 de la noche. Yo debía pasar por su casa a las ocho para ir juntos y me avisó que, además de la familia, estarían las amigas que ya conocía y sus maridos, para que me sintiese más acompañado.
Ajusté los cambios de horario con los compañeros y el sábado a las ocho en punto, perfectamente vestido con mí esmoquin, llamaba en el tercer piso de la casa que me había dicho el abogado. Toda la casa pertenecía a la herencia del abuelo. Él se había reservado la tercera planta toda entera y era donde vivía hasta su muerte, teniendo el resto alquilado. Me abrió una muchacha con uniforme de doncella, que se me quedó mirando unos segundos con admiración.
Yo, al ver que no hablaba, le dije:
-Buenas tardes, vengo a buscar a Doña Ana.
Cuando se recuperó, me preguntó directamente:
-¿Don Jomo? ¿Es usted Don Jomo?
-Sí, yo soy.
-La señora ha dejado dicho que la espere en el salón. Que puede tomar lo que quiera con total libertad, o pedírmelo si no lo encuentra. –Me dijo mientras me guiaba.
Solamente tomé agua. Tras una breve espera de tres cuartos de hora, salió ella. Antes, el suave sonido del roce de prendas, detenido cerca de la puerta, me anunció que me estaba observando antes de entrar.
Llevaba un vestido negro, largo hasta los pies, con un escote delantero que llegaba casi hasta el ombligo, cruzado por una cinta, justo bajo las tetas , que impedía que se saliesen o mostrar más de lo debido. Un collar de perlas, imagino que buenas, pendientes a juego y un bolso pequeño y negro, ultimaban su conjunto. En sus manos, un anillo con piedras brillantes, seguro que diamantes y el de casada en la otra.
¿Que qué tal estaba? Psché. El pelo tan corto no la favorecía y los colores de labios y uñas, de color negro también, no me gustaban. El hecho de estar casada y tener más dinero, no la había mejorado.
-Ya estoy. Siento haberte hecho esperar.
-No te preocupes, porque ha merecido la pena. Estás preciosa. –Le dije, como cumplido por un lado y para que no fuese a cambiarse y me tuviese un par de horas más esperando.
-Muchas gracias, eres muy amable.
-¿Nos vamos? –Continué.
-Sí, vámonos. ¿Quieres conducir mi coche?
-Prefiero que no. Todavía no tengo homologado mi carnet de conducir en España. Es una cosa que quiero hacer en los próximos días, y tampoco sé dónde está el restaurante. Si quieres conducir tú, bien, si no, vamos en un taxi.
-Mejor en taxi. Con estos zapatos no puedo conducir. –Dijo mientras me enseñaba unos zapatos negros de altísimo tacón.
Se notó más cuando, al cogerse de mi brazo, quedó su frente casi a la altura de la mis ojos, siendo que el día de la boda apenas me llegaba a la boca. Llegamos al restaurante quince minutos después de la hora prevista, y ya estaban todos allí esperándonos.
Me fueron presentando a la familia, todos tratados como abuelos, tíos y primos. No recuerdo nada de ninguno, excepto de sus dos primas, de 26 y 24 años. Dos bellezas esculturales que me hicieron lamentar el no haberlas conocido antes o ser alguna de ellas la nieta del abuelo.
Los maridos de las amigas, me trataron con amabilidad, pero no podían ocultar su desprecio hacia mí, como si me consideraran un negro africano de algún poblado salvaje de la selva al que le acaban de quitar el taparrabos y vestido para la fiesta. Al final, se quedaron haciendo corrillo, hablando y echándome fugaces miradas seguidas de comentarios por lo bajo, que los hacían reír con fuertes carcajadas.
Los mayores hicieron muchas preguntas sobre nosotros y sobre mi vida, quedando impresionados por mi currículum. Ana no debía de saber nada, porque ponía cara de ignorancia, mezclada con maliciosas sonrisas hacia sus familiares.
Más tarde, pasamos al comedor, donde la cena transcurrió con normalidad, si exceptuamos el comportamiento de los maridos de las amigas, que no pararon de soltar gritos del tipo “Vivan los novios” y “Que se besen los novios” entre comentarios, risas y vasos de vino.
Acabada la cena, hubo baile, que inauguramos mi mujer y yo. Me comentó que bailaba muy bien, a lo que contesté que era una de las cosas que se aprendían en colegios y universidades americanas. También la alabé a ella por lo bien que seguía mis pasos.
Luego bailé con las tías, más tarde con las amigas, de las que Marisa, en último lugar, se encargó de ponérmela bien dura. Llevaba un vestido, corto, negro, de tirantes, con una chaquetilla torera que se había quitado para bailar, y mostrando los tirantes y parte de un sugerente sujetador. Cuando más caliente estaba, interrumpió nuestro baile una de las primas jóvenes que debía de estar mirando y que, en una de las aproximaciones, se me acercó demasiado y pudo comprobar la dureza de mi bulto.
Al terminar de bailar, me excusé y me fui al baño. El baño de caballeros era una habitación alargada, en la que, a la derecha, estaba un lavabo de pila doble, con un expendedor de toallitas de papel, seguido de los urinarios para hombres, y al otro las cabinas.
Al momento, se abrió la puerta y volví la cabeza al notar que no había movimiento, encontrándome a la prima en la entrada, mirando directamente a mi polla, que se veía perfectamente al estar algo separado del urinario.
Al mirarla dijo:
-Perdón, me he equivocado de baño. Pensaba que era el de señoras.
Pero no se movió hasta que vio que terminaba, entonces se dio media vuelta y cerró la puerta. Estaba secándome las manos cuando volvió a abrirse la puerta, y entró Marisa en tromba, arrastrándome hasta una de las cabinas y cerrando la puerta.
Seguidamente, bajó mis pantalones y calzoncillos, bajó la tapa del inodoro y me hizo sentar, todo eso en un momento, sin darme tiempo a reaccionar. A lo que me quise dar cuenta, se había subido la falda y se estaba empalando en mi polla. Venía preparada, pues no llevaba bragas y el sujetador ya suelto.
Había perdido algo de dureza, pero inmediatamente volví a estar a pleno rendimiento.
Me puse a magrear sus tetas con torpeza, pues sus frenéticos movimientos metiendo y sacando mi polla impedían la permanencia de sus pezones en mi boca. Los dos íbamos muy calientes, por eso, no tardé más de diez minutos en correrme, mientras que a Marisa le conté dos orgasmos.
Cuando me corrí, esta vez en su interior y sin condón, ella se levantó, se arregló la ropa un poco y salió corriendo, dejándome con la polla goteando todavía. Me lavé como pude, me vestí correctamente y salí de allí, encontrándome con Ana que iba buscándome porque ya se iban algunos de los parientes y querían despedirse.
-¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todas partes.
-En el baño. Creo que algo me ha sentado mal, ha debido ser una copa de vino que me han obligado a tomar, y como no tengo costumbre…
Me miró de forma un tanto rara, pero no dijo nada. Me tomó de la mano y fuimos a despedir a los que se marchaban. El marido de Marisa se había quedado dormido en la mesa y los de las otras dos, no se tenían de la borrachera que llevaban.
Ellas habían hecho un aparte y Marisa les estaba contando algo que debía ser sobre mí, ya que les pillé alguna vez mirándome.
Cuando las primas se marcharon, se despidieron ambas con un beso en la comisura de mis labios, una a cada lado y tanto ellas como sus padres, nos desearon mucha felicidad.
Cuando nos quedamos solos, ofrecí a Ana el tomarnos una última copa, que aceptó, así pudimos tener unos momentos de intimidad, mientras nos tomábamos unos gin-tonics.
-¿Cómo tienes pensado nuestro futuro como pareja? –Le pregunte.
-Nosotros, como pareja, no tenemos futuro, en menos de seis meses revisarán nuestra situación, me haré heredera y nos divorciaremos. A partir de ahí, seremos dos desconocidos.
-¿Y nuestras relaciones?
-Si te refieres al sexo, no tendremos relaciones de ningún tipo. Puedes irte a la cama con quien quieras. Lo único que te pido es que seas discreto y no se entere nadie. Otras relaciones serán las mínimas y generalmente, procura que sea a través del abogado.
Hasta terminar la bebida, seguí hablando con ella sobre su familia, que los esperaba más ariscos, pero que me habían resultado amables, etc., etc. Aproveché para preguntar a qué se dedicaban sus tíos, que tenían sus propios negocios, qué hacían sus primos, trabajaban en el negocio de los padres, unos vagos con estudios sin terminar y colocados en puestos de dirección que no servían para nada ni intervenían en el funcionamiento de la empresa. Y por fin, lo que más me interesaba, sus primas. Tampoco habían terminado sus estudios. Su trabajo era el gimnasio, las tiendas de ropa cara y las salidas hasta el amanecer o el mediodía siguiente. Estuvo saliendo con ellas hasta que falleció el abuelo y se había casado conmigo.
-Son unas putas. Todas las noches que salíamos, tenía que irme a casa sola, y aunque no lo creas, la muerte del abuelo me afectó bastante, a pesar de la mala relación que teníamos. La soledad me angustiaba y por eso dejé de salir con ellas. ¿No se te han insinuado?
-No sé qué decirte, cuando he bailado un poco con la mayor, que no recuerdo su nombre…
-Cristina. –Me dijo ella.
-Eso, Cristina, parece que se apretaba y frotaba un poco conmigo, pero ya hemos dejado de bailar y no me ha dicho nada, sin embargo tanto ella como tu otra prima…
-Carmen. –Volvió a ilustrarme.
-Eso, Carmen, al marcharse me han dado un beso en la comisura de los labios, y no me ha parecido casual.
-Si, como te he dicho, son muy putas. Es posible que no tarden en llevarte a la cama.
-Te importaría.
-No, pero preferiría que fuese cuando estemos divorciados, para evitar los comentarios entre la familia.
Una vez enterado de lo que me interesaba, continué con preguntas y respuestas menos importantes, para mantener la conversación. A pesar de su sequedad habitual y lo ácida con su familia, era agradable a la hora de conversar y el tiempo se nos pasó volando.
Al terminar, me preguntó si quería que me llevase a casa en su taxi, pero rechacé la oferta y me fui en otro.
Las semanas siguientes fueron bastante normales. Venían las cuatro por la discoteca, a veces un día, otros dos en la misma semana, invitándolas yo a las bebidas, y dándoles un poco de conversación. Marisa me citaba para follar, pero siempre le ponía excusas del trabajo. También Sonia y Marta intentaban resultarme más agradables, lo que me daba una cierta idea de sus intenciones.
Pasó el primer mes y cobré mi segunda paga de manos del abogado, que pasó a incrementar los ahorros, puesto que el sueldo de la discoteca ya me daba para vivir y ahorrar algo.
Ese mes, uno de mis compañeros de piso se iba a vivir con su novia y el otro a trabajar a otra ciudad, por lo que me quedaba solo en el piso. Como no me apetecía buscar nuevos compañeros, le pregunté al abogado si seguía en pie la oferta de vivienda, confirmándomelo e informándome que la propia Ana le preguntaba todas las semanas si sabía cuándo me iba a mudar.
En dos mañanas hice mi mudanza. Mi nueva casa era parte de la de Ana. Era un apartamento con entrada independiente en el mismo rellano y comunicado por el interior con el resto de la vivienda mediante una puerta cerrada. Su uso era como vivienda de invitados, y constaba de dos dormitorios, un baño, cocina y salón de estar con televisión, equipo de música y bar bien surtido.
No coincidía con Ana en las entradas y salidas. Ella trabajaba de día y yo de noche. No hablábamos ni nos molestábamos, la puerta era una barrera infranqueable. Ninguno de los dos teníamos interés por el otro, pero mi vida mejoró en el sentido de que me hacían la limpieza y la cama, tenía la nevera llena y comida preparada cuando me levantaba a medio día.
En la discoteca, mis días festivos los tenía entre semana, durante tres semanas seguidas, y un fin de semana en la que hacía la cuarta. Unos guardaba fiesta sábado y domingo y otros viernes y sábado.
Ese mes lo pasé haciendo gestiones en mi tiempo libre y follándome en la oficina a la que caía por allí. Atendí a las cuatro amigas cuando venían los viernes, invitando como siempre a las consumiciones. Marisa estaba cada vez más insinuante, las otras dos, expectantes y Ana… indiferente.
El sábado del primer fin de semana que estaba en mi nuevo domicilio me tocaba fiesta. Serían sobre las 11 de la mañana cuando llamaron insistentemente a la puerta. Cuando conseguí despertarme y darme cuenta de que era el timbre, me puse unos pantalones, porque duermo desnudo, y fui a abrir.
Me encontré con la sorpresa de que era Marisa la que llamaba, y que nuevamente empezó avasallando. Cerró la puerta y me llevó de la mano directamente al dormitorio, mientras me decía:
-Vamos rápido. Tenemos quince o veinte minutos antes de volver a casa. Le he dicho a mi marido que iba a mirar para ver si encontraba un vestido que necesito.
Rápidamente, se quitó la camisa y la falda, quedando totalmente desnuda. Cuando la dejó en la silla donde había dejado el bolso, vi que de este asomaban las bragas y tirantes del sujetador.
Se lanzó sobre mí a besarme y frotarse, mientras me decía:
-No aguantaba más. Después del otro día, nada es igual. Necesito follar contigo más que el aire para respirar.
Intentó llevarme a la cama, pero yo quería otra cosa. Puse mis manos sobre sus hombros e hice presión hasta que se arrodilló ante mí.
-No me gusta. No he querido hacerlo nunca. Ni siquiera a mi marido.
-Pues vístete y vete. A mí no me gusta que me manipulen y utilicen. Si quieres follar hoy, será a mi manera, como yo quiera y hasta que yo quiera.
-No sé si sabré, pero voy a intentarlo.
Se quedó parada, esperando, hasta que le dije:
-¿A qué esperas? Quítame los pantalones y sácamela.
No tuvo problemas para quitármelos, pero se quedó parada mirando mi polla semi-erecta
-¿Que tengo que hacer?
-Métela en la boca y chúpala como si fuera un helado o un caramelo, también puedes pasarle la lengua a lo largo y lamer el borde del glande…
-No sé hacerlo, me da asco.
O me haces una buena mamada o ya te estás largando y dejándome en paz.
La excitación le podía más que el asco. Cogió mi polla y la empezó a dar besos, dando a la vez pequeños toques con la lengua.
Poco a poco fue pasando su lengua más tiempo y disminuyendo sus besos, hasta que probó a meterse el glande en la boca.
-Así vas bien, pero tienes que metértela entera.
Probaba a meterlo y sacarlo, intentando que cada vez entrase un poco más, aguantando arcadas y náuseas.
Intentaba chuparla como si fuera un helado, tal y como le había indicado, pero no pasaba de meterse poco más del glande. Cogí su cabeza y la obligué a meterse cada vez más trozo, en sucesivas envestidas. Por fin, entre arcadas y gemidos de asco, le entró hasta más de la mitad.
La metía, la dejaba un par de segundos y la volvía a sacar, repitiendo la operación hasta que dejó de tener arcadas, entonces la dejé que continuase sola.
-Hmmm, ¡sí! …así, así, sigue así. Lo haces muy bien. ¡¡Trágatela toda!! – Le decía para animarla.
Me doblé ligeramente para alcanzar sus pezones y acariciarlos rodeándolos con mi dedo y aprisionándolos. Marisa, que ya venía sobreexcitada, añadía gemidos de placer a los ruidos de succión y hacía que incrementase el ritmo.
Yo sentía cómo mi polla llegaba hasta el fondo y la volvía a sacar, como si usase la boca como un coño y se estuviese follando ella misma.
De repente detuvo su acción por un momento para sujetarla con su mano por la parte que quedaba fuera y extrajo el resto de su boca hasta que sólo el glande quedó aprisionado entre sus labios y dejando de succionar.
Movió su cabeza metiendo y sacando el borde del glande de su boca, al tiempo que lo recorría con la lengua. Luego se la sacó totalmente, la recorrió varias veces con la lengua en toda su longitud, terminando con besos en la punta que se llevaron el líquido preseminal que salía y volvió a seguir chupando.
No era ni de lejos la mejor mamada, pero me estaba dando mucho morbo verla arrodillada ante mí, chupándomela, mientras recordaba las risas de su marido y los otros a mi costa.
Solo de pensar que volvería con él y le daría un beso o que se acostaría con él dejando que metiese su polla donde yo me había corrido antes, me llevó al climax. Sujeté su cabeza para meterla bien adentro y me corrí con ganas, haciéndole tragar hasta la última gota.
Fue una magnífica corrida. No solamente por el hecho en sí de correrme, sino por las connotaciones que lo acompañaban. Notaba como salía toda mi leche y como se vertía dentro de su garganta y boca en los intentos que hacía para retirarse y que yo volvía a compensar con más presión sobre su cabeza
Cuando la saqué, ignoré la nueva sesión de arcadas, y babas con restos de mi corrida que caían sobre sus pechos y la tomé como si fuese una pluma para depositarla sobre la cama, lanzándome entre sus piernas para comerle el coño con ansia.
Náuseas y babas se le calmaron de inmediato. Se puso a gemir y luego a gritar, siendo ella ahora la que presionaba mi cabeza contra su coño, aplastando mi nariz contra su clítoris, mientras mi lengua entraba todo lo que daba de si, a la vez que la agitaba pidiendo que no parase y que siguiera .
Crucé mis brazos sobre los suyos para alcanzar sus pechos, acariciarlos nuevamente y frotar sus pezones, ahora erectos y duros como piedras. Su coño era un manantial. Su flujo y mi saliva escurrían por su perineo y ano hasta la sábana, donde formaban ya una gran mancha.
Poco después se corría incrementando sus gritos de placer, que confié en que no fuesen escuchados por los vecinos, pero un vistazo a la puerta, donde se encontraba la criada con una bandeja, que desapareció inmediatamente, me hizo darme cuenta de que por lo menos una persona se había enterado.
Con todo esto, mi polla seguía dura, así que, en cuanto terminó su corrida y me soltó, la agarré de los tobillos, la abrí bruscamente de piernas y la arrastré hacia mí. De un solo empujón le clavé toda mi polla en su coño, donde entró como si fuese un vaso de agua, de lo mojada que estaba.
-Ohhhh Me vas a reventar. No seas tan brusco.
No le había entrado toda, aunque más que la primera vez, pero fui moviéndome despacio y rápidamente se adaptó a mi tamaño.
Entonces fue cuando empecé a machacarla con ganas.
-Ohhh. Siiii. Cómo me gusta. Más fuerte. Rómpeme el coño con ese pollón.
Yo seguí dándole sin parar, mientras la besaba y acariciaba su pecho, hasta que alcanzó su segundo orgasmo. Entonces la hice ponerse a cuatro patas, levantando bien el culo, para volver a clavarla en su coño.
Nuevamente me pareció ver algún movimiento en el pasillo, al otro lado de la puerta, pero no le presté mucha atención.
Conseguí sacarle un nuevo orgasmo, pero no me detuve y me puse a acariciar su ano con mi dedo, echando saliva y frotando en círculos, a la vez que hacía presión para meterlo. Estaba muy apretadito, señal de que nunca había sido usado. Al rato, entraba y salía de su ano con la misma facilidad que mi polla de su coño.
-No puedo más. Necesito descansar. –Me dijo.
-Aguanta un poco más. Yo estoy a punto de correrme. Acaricia tu clítoris. Quiero correrme a la vez que tú.
Los movimientos de su mano rozaban mi polla en sus entradas y salidas, llevándome a borde del placer que ya de por si estaba próximo.
-Me corroooo. –Le anuncié.
-Siiii. Yo tambiéeeen. -Me anunció al sentir mi corrida en su interior.
Unos segundos después, caímos sobre la cama, ella agotada y yo satisfecho y cansado.
Miré hacia la puerta y no vi nada. Debió de ser la criada otra vez, porque Ana tenía que estar en la empresa y nunca venía a comer, y por la hora y el haberla visto con la bandeja, la criada debía haber traído la comida.
-¡Dios mío!, tengo que irme inmediatamente. Que le digo ahora a mi marido. Llevamos casi dos horas y cuarto aquí.
Y salió corriendo al baño. Volvió corriendo, sacó las bragas y el sujetador del bolso y se los puso con rapidez, se vistió, repasó su maquillaje y se marchó con un “te llamaré”.
Me quedé en la cama y dormí media hora más. Luego fui a la cocina, donde extrañamente, todavía no estaba la comida, por lo que me fui a la ducha con la intención de comer algo fuera, pero conforme salía secándome, oí golpes en la puerta que comunicaba ambas casas y después de ponerme la toalla a la cintura, abrí la puerta, que no estaba cerrada.
-Perdone señor, le traigo la comida.- Me dijo la sirvienta, roja como un tomate.
-Pasa, pasa. Cuando vengas, no es necesario que llames. Entra con toda confianza.
-Sssi, Gracias, señor.
Para confirmar mis ya más que claras sospechas, le pregunté.
-¿Ha venido la señora a comer?
-No, señor, no vienen ningún día.
Estaba claro que había sido ella también la segunda vez.
La seguí hasta la cocina, admirando su culo y sus movimientos, algo que ella debió de sospechar. Sea por eso o por lo visto anteriormente, se le notaba nerviosa mientras dejaba todo preparado para mi comida.
Le anuncié que me iba a vestir mientras ella terminaba y cuando volví, ya se había marchado.
Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es
Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.
― Ups… lo siento… ¡De veras que no quería molestar!
Las disculpas de Calenda surgían apelmazadas de su boca. Aún solo con el resplandor del móvil, era posible advertir sus mejillas ruborizadas. Su mente le clamaba por dar media vuelta y marcharse de esa escena tan bochornosa, pero su cuerpo se quedó allí, inmóvil, con los ojos clavados en la boca de Alma, aún manchada de semen, hasta que Cristo le pasó un pañuelo para que se limpiara.
Acabó parpadeando y escapando de aquel extraño trance que la había convertido en una estatua. Murmuró algo y se marchó, dejando a la pareja un poco de intimidad para que se adecentasen.
¡Alma le estaba haciendo una mamada a Cristo! ¿Desde cuando esos dos…? ¡Y lo peor de todo! ¡Le había visto el pene a su amigo!
En una ocasión, el gitano le había hablado de su problema de crecimiento y de cómo había incidido en su vida de una forma brutal. Nunca creyó que fuera de aquella manera… tan pequeña… era como la de un niño. Como un relámpago, una idea pasó por su mente. ¿Sería tan suave también? Su vista dio un vuelco, haciendo que se tambaleara. Se apoyó contra una columna. Había bebido demasiado.
Alma y Cristo surgieron de detrás del cortinaje. La pelirroja besó al gaditano en la mejilla y le hizo un gesto de despedida a la modelo, marchándose. Cristo se acercó hasta ella y Calenda trató de esconder el rostro, cosa que, por supuesto, le fue imposible.
― Perdóname, Cristo. Cuando me dijeron que os habían visto meteros tras las cortinas, pensé que estabais hablando en más intimidad… lo siento… no imaginé que… – explicó ella atropelladamente.
― ¿…que me la estuviera chupando?
― Si – dejó escapar en un suspiro.
― Calenda, mírame… A pesar de todas las evidencias, tú jamás has creído que yo tuviera una vida sexual, ¿verdad? – le preguntó Cristo, a bocajarro cuando ella cruzó la mirada.
La modelo apartó la mirada, de nuevo roja de vergüenza.
― Yo… yo…
― Sé sincera, Calenda, me lo merezco.
― Está bien – dijo, dejando caer las manos sobre sus muslos. Quedó algo encorvada, apoyada contra la columna metálica. – Me has hablado de tu “problema”. Luego, te he visto con Chessy y te portabas con ella como con todas nosotras: atento, solícito, chistoso, y encantador… Creía que esa era tu forma de estar con una mujer.
No podía decirle que le consideraba un Peter Pan, un hombre con alma de niño, que nunca crecería ni aceptaría su papel de adulto. Pero lo que había visto allí detrás, rompía ese esquema por completo.
― Creo que, a veces, no me escuchas ni siquiera, Calenda – contestó Cristo, con voz dolida.
― ¿Podemos hablar fuera de aquí? No me encuentro muy bien y me gustaría sentarme… por favor…
― Te llevaré a tu casa – le dijo él, poniéndose a su lado para que ella se apoyase en su hombro.
― Gracias…
En el interior del taxi, Calenda volvió a disculparse y Cristo agitó la mano, restándole importancia. Lo hecho, hecho está, dijo.
― ¿Desde cuando…? – quiso saber la modelo.
― Ha sido algo puntual, que ha surgido esta noche. Solo somos amigos.
― Ah… ¿Sabes? Por un momento, me sentí celosa…
― ¿Qué? – se asombró el gitano.
― Estoy tan acostumbrada a tenerte a mi lado, para aconsejarme, para escucharme, para divertirme, que cuando vi a Alma allí, arrodillada, quise levantarla tirándole del pelo.
― Bueno, supongo que sería la sorpresa.
― Si, puede ser. ¿Has estado con más chicas de la agencia?
― Si, con la Dama de Hierro.
― ¡Ppppppffffffffffffff! – se tapó la boca Calenda, ahogando la risa.
― Se dice el pecado, no el pecador – la amonestó Cristo, agitando uno de sus deditos ante ella.
― Vengaaaa… porfaaaa…
― De la agencia no, solo Alma, esta noche. Déjenos aquí, por favor.
El taxi les dejó a una manzana del apartamento que compartían May Lin y ella. Antes de subir a éste, Cristo quería saber si las cosas estaban bien entre ellas.
― Me han comentado que May Lin y tú habéis discutido. ¿Quieres hablar de ello?
― Solo es una tontería…
― ¿Seguro? ¿Quién era aquel tipo? ¿Un antiguo cliente?
El bello rostro de Calenda se demudó, cogida en falta. No se esperaba aquella perspicacia de Cristo.
― ¿Cómo…? ¿Quién te ha dicho…?
Cristo meneó la cabeza; se sintió disgustado por lo que eso significaba. Se detuvo ante la puerta del edificio donde vivía la modelo. Calenda se había quedado parada en la acera, algunos metros más atrás, digiriendo la sorpresa.
― Cristo… no es lo que te piensas… bueno, en un principio si, pero…
― No hace falta que te justifiques, Calenda. Es tu vida. Pero creí que ya que tu padre está en la cárcel y que no te puede controlar, dejarías todo eso…
― Por favor, déjame que te lo explique. Es más complicado de lo que parece. Podemos subir y tomarnos un té, como antes. Añoro esas simplezas…
― Está bien – repuso él, relajando la expresión de su rostro. – Un té nos sentará bien.
Calenda comprobó, al soltar las llaves sobre la mesita de la entrada, que las llaves de su compañera estaban allí. Mientras se despojaba de su chaquetita, echó un vistazo en el dormitorio. May Lin estaba acostada en su lado, dándole la espalda. Calenda suspiró, pero se dijo que esa sería una tarea para el día siguiente. Regresó a la gran sala que hacía tanto de sala de estar, comedor, y cocina, encontrándose a Cristo sentado en una de las sillas, con los codos clavados sobre la mesa y las manos unidas por la punta de los dedos. Parecía estar perdido en sus reflexiones.
Sacó la tetera, la llenó de agua, y la puso sobre uno de los calentados eléctricos. Calenda suspiró de nuevo y se sentó al lado del gitanito, temiendo mirarle de frente.
― Ese hombre era un antiguo cliente, como has adivinado. Es un tipo rico de mi país, con el que he estado más veces. en esta ocasión, venía con su ahijado, deseando montarse una fiesta. Estuvo llamando al teléfono de mi padre, pero ese número ha sido dado de baja – dijo en un murmullo.
― Y te encontró en la fiesta…
― Si, así es. May, a quien también se lo he contado todo, se dio cuenta enseguida de lo que pasaba, e intentó interponerse. Temí por ella, te lo juro. No sabe como se las gasta ese tío.
― Y discutiste con ella.
― Tuve que hacerlo. No podía explicarle nada delante de Alma y de Mayra. May no supo entender lo que pretendía hacer y se enfadó, marchándose de la fiesta. Finalmente, pude sacar a ese hijo de puta de la fiesta, antes de que las demás chicas sospechasen algo raro. Pero, una vez en la calle, le dejé muy claro que ya no me dedicaba a eso, que mi padre estaba en la cárcel.
― Hiciste bien.
― ¡Pero el tipo no quiso saber nada de eso! Me quería en su cama por todo lo que mi padre le debe y se puso un tanto violento.
― ¿Qué ocurrió, Calenda? – las finas cejas de Cristo se arquearon con fuerza, amenazando tormenta.
― Nada, Cristo, solo me magreó un rato, entre risas, mientras me preguntaba en que cárcel se encuentra mi padre. Su ahijado salió de la fiesta apenas quince minutos después…
“Después de que Mayra lo rechazara.”, pensó Cristo. Todo coincidía.
― Después subí de nuevo a la fiesta. No quería levantar sospechas. Pero no encontré a las chicas. Cuando empecé a preguntar, me dijeron que tú y Alma estabais detrás de las cortinas y… pasó lo que pasó…
― Si – sonrió Cristo.
― ¿Qué es lo que pasó?
Cristo y Calenda se giraron al mismo tiempo. May Lin se encontraba apoyada contra la alta nevera. Su menudo cuerpo estaba cubierto por una camiseta de los Sex Pistols, aunque mostraba una minúscula porción de su braguita al tener el brazo izquierdo acodado sobre el lateral del frigorífico. En ese instante, se inició el silbido de la tetera. May apagó el calentador y añadió una taza más a las dos que ya estaban preparadas sobre la encimera.
― Me gustaría saber lo qué me he perdido en la fiesta – iteró mientras repartía las tazas.
― ¿Sigues enfadada? – preguntó Calenda con un delicioso mohín.
― Sabes que no puedo enfadarme contigo. Además, he escuchado todo lo que le has dicho a Cristo – le susurro la chinita, inclinándose sobre ella y mordisqueándole la oreja. — ¿Tengo que preguntarlo otra vez? – esta vez se giró hacia el chico.
― Calenda sorprendió a Alma haciéndome una… felación.
― ¿Una mamada? ¡No jodas! ¿Al final se ha decidido?
― ¿Cómo que se ha decidido? – inquirió Calenda, enarcan una ceja. — ¿Qué es lo que sabes tú?
― Bueno, Alma, en más de una ocasión, ha bromeado diciendo que cualquier día se lo iba a comer de una sentada – dijo la chinita, con algo de sorna.
Cristo y Calenda se miraron, atónitos. May aprovechó para escanciar el agua hirviendo en las tazas y cubrir las bolsitas de té.
― ¿Y tú les sorprendiste? Menuda cara se te tuvo que quedar – rió quedamente. Se dirigió a Cristo, señalando a su compañera. — ¿Sabes que te tiene en una especie de pedestal beatificado? Hasta apostaría que cree que no cagas como los demás humanos.
― ¡May Lin! – exclamó Calenda.
― Upsss… que carácter.
Cristo sonrió de forma interna, contento con cuanto estaba descubriendo esa noche sobre Calenda y sus motivaciones, sobre lo que sentía por él. Pero aún así, eran respuestas a unos sentimientos platónicos, que la convertían en una inmejorable amiga. ¡Él no deseaba eso! Bueno, si, pero quería algo más… ¡quería besarla! ¿Conseguiría eso alguna vez? Su demonio interno le aseguró que si, que solo debía esperar y manipular. La prueba la había tenido esa misma noche. Jamás pensó que Alma se prestara a mamársela. ¡Ni en mil años!
Y mientras pensaba en todo ello, se dio cuenta de que tenía la oportunidad delante. Esa noche debía de ser la que iniciara una nueva estrategia, con nuevos aliados. Calenda y May Lin estaban demasiado unidas como para conseguir a la modelo venezolana, sin contar con el beneplácito de su compañera. Tenía que integrarla también, manipularla para que se convirtiera en un apoyo y no en un escollo.
“Ánimo, caló, que tú puedes.”, se palmeó él mismo la espalda.
― ¿Puedo dormir con vosotras esta noche, chicas? Es muy tarde para volver a casa…
“Si cuela, cuela…”
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Cristo llamó al despacho de miss P. con los nudillos. La puerta solo estaba entornada. Dentro, Priscila y Candy revisaban las críticas especializadas a la semana de la moda. Fusion Models Group había aprobado con nota, por su alta participación y la profesionalidad de sus modelos. Entre ellas, destacaban, además de las clásicas encumbradas, la joven venezolana Calenda Eirre, a quien auguraban magníficas oportunidades. Así mismo, este año prestaron especial atención a una “rookie” que venía pisando con mucha fuerza: Zara Buller.
La jefa esgrimía esa crítica en particular, con tal orgullo que parecía que se estaba refiriendo a su hija y no a la chica que calentaba su cama. Aún así, desdeñando esos sentimientos encontrados que Cristo esgrimía hacia su jefa, se alegró un montón por su deliciosa prima.
― Pasa, pasa, Cristo – le indicó miss P.
― Señora, jefa…
― La señorita Candy me ha dicho que hay que preguntarte si aceptas algunos “trabajitos”.
A Cristo no le hizo ninguna gracia aquel retintín, pero se tragó la contestación que pugnó por salir de su boca.
― Verás, Cristo – la jefa tomó la palabra –, el consejo de administración ha elegido un nuevo presidente, uno de los socios inversores, y hay que instalarle un nuevo software para que pueda acceder al servidor desde su casa. Ya sabes que esos programas son exclusivos de la agencia, así que no quiero que ningún cerebrito de fuera meta las narices. Bastante hay ya con los hackers que pululan en esto…
― Comprendo, jefa. ¿Quiere que yo vaya a instalarle el directorio nuevo?
― Exacto, Cristo. No tengo ni idea de que es lo que te encontraras como sistema operativo, o lo que puedes tardar en enseñarle a manejar los nuevos programas. Es un hombre de la “vieja escuela”, digamos…
― Me hago cargo – sonrió Cristo.
― ¿Te parece bien?
― Si, jefa.
― Bien, perfecto. Tómate tu tiempo y haz un buen trabajo, tardes lo que tardes. Te alojaras en su casa.
― ¿Tan lejos está?
― En Southampton, en la ribera oeste del lago Agawan – indicó miss P.
Cristo repaso sus mapas mentales. Nunca había estado en los Hampton, pero las chicas si, con la campaña del calendario de Odyssey, así que asimiló también esa parte de Nueva York.
“¡Coño, eso es el meollo del distrito para ricos!”, descubrió. “Me haré el remolón para pasar un par de días allí.”
Cuando Cristo regresó al mostrador, Alma se dio cuenta de la sonrisita que curvaba sus labios. Necesitada siempre de un buen chisme, le pinchó hasta que Cristo vomitó cuanto sabía.
― ¡Joder, que suerte! – exclamó ella.
― No te creas que voy a broncearme. Voy a instalar unos putos programas de ordenador que hasta un niño de diez años sabe manejar. Seguramente habrá uno de esos estirados ricos, viejo y aburrido, mirando todo el rato por encima de mi hombro.
― Bueno, pero estarás en los Hamptons.
― Lo único que espero es que me den bien de comer, y no me pongan a comer una hamburguesa en la cocina, como un apestado.
― Tranquilo, nene, que te sacarán la vajilla de los domingos – bromeó ella.
― Bueno, me conformo con que tengan criada y esté buena.
― Vicioso.
― Pelirroja.
Mientras Cristo metía en un maletín los discos necesarios para mejorar, actualizar, y posiblemente limpiar, el sistema operativo que encontrase, Alma le daba ciertas recomendaciones para llegar a los Hamptons. Cristo la besó en la mejilla, le pellizcó con descaro un muslo, y se marchó al loft a llenar una mochila con una muda de ropa, el bañador, por lo que pudiera pasar, una toalla y gel, así como unas chanclas. Tomó algo de dinero y dejó una nota para Faely, diciéndole que no sabía cuando regresaría, pero que la llamaría por la noche. Se sentía algo preocupado por su tía, parecía languidecer últimamente, aislada de la vida de todos. No es que nadie le hiciera el vacío, pero los acontecimientos de las últimas semanas habían distraído bastante a Cristo y, por otra parte, Zara aparecía cada vez menos por el loft.
Tomó el metro hasta Jamaica, donde hizo transbordo al Power Montauk, un tren de alta velocidad que cruza todo Long Island, hasta el final de la alargada isla. El trayecto, de casi tres horas, no estuvo mal. Pusieron películas y repartieron aperitivos y refrescos. Además, el vagón era cómodo y bien climatizado. Cristo se relajó y admiró el paisaje. En verdad, a medida que recorría Long Island, se sentía en otro mundo.
Sin embargo, al dejar atrás los cuatro aeropuertos (¡cuatro!) que bordeanla ReservaEstatalBarrens, con sus enormes pinares, la cosa cambió a otra liga. Entrar en Westhampton era toparse con grandes terrenos privados, enormes mansiones, accesos privados, y helipuertos en cada esquina. A partir de ahí, solo hacía que mejorar, añadiendo excesos y fantasías caprichosas al lujo y la extravagancia que ya imperaba.
La pequeña terminal, junto con el largo andén techado, se encontraba en medio de la población, concretamente en la avenida Powell. A ambos lados de la estación se extendía una pequeña zona industrial, en la que destacaban un par de campanarios de iglesias nuevas y los grandes aparcamientos abiertos de unos supermercados.
Cristo tomó un taxi al salir de la terminal, pues no tenía ni idea de donde se encontraba el lago Agawan. Resultó no estar lejos de la estación, pero el acceso era complicado, pues solo había dos entradas al lago, que resultó ser un vasto complejo privado. Cuando el taxista le dejó en la entrada de la finca, se topó con una gran verja y un sistema de comunicación de video. Pulsó el botón y una voz femenina y juvenil le preguntó el motivo de su visita y le pidió que se identificase. Lo hizo, colocando su tarjeta de la agencia ante la cámara. La verja se abrió con un sonoro zumbido y Cristo se colgó la mochila, echando a andar hacia la distante mansión.
Como la gran casa se veía desde la entrada, no había pérdida, pero no pudo imaginar lo grande que era la finca, ni lo lejos que estaba la casa. Estuvo caminando unos buenos quince minutos hasta llegar a la plazoleta central, en la cual se levantaba una grandiosa fuente, con estatuas de sirenas y tritones. La mansión, vista de cerca, le resultó increíble, digna de una finca noble de Inglaterra. Tejados de pizarra, abuhardillados, bajo los cuales se ubicaba el segundo piso; el primer piso parecía tener una altura superior, o al menos así lo hacían pensar las enormes ventanas que se abrían a la fachada. El piso superior solo disponía de las pequeñas ventanitas que se abrían en los antepechos de las diferentes aguas del grandioso tejado.
El piso bajo se abría en grandes espacios acristalados, en su mayoría, salpicando las grandes cristaleras con magníficas vidrieras de colores. En ese momento, una chica uniformada surgió de lo que parecía la entrada principal.
“Pues SI tienen criada y parece que está buena.”, se dijo con humor.
Al acercarse, Cristo comprobó que era bastante joven, una veintena escasa de años, morenita y de sonrisa simpática. El uniforme era rosa y blanco, a medio muslo, y con encajes en las mangas cortas. Todo un merengue con cofia y todo. El cuerpo de la chica no destacaba demasiado con ese uniforme, o bien podía ser que fuera delgadita y menudita.
― Hola, buenos días. Creo que me están esperando – informó Cristo, entregando la nota que Candy le facilitó.
― Hola – le sonrió la chica, con una radiante sonrisa que mostraba unos dientes pequeñitos y parejos. – Acompáñeme. Avisaré a la señora.
“¿La señora?”
La doncella le llevó hasta un amplio salón con chimenea y todo, sobre la que presidía el cuadro de un caballero muy pulcro y sesentón, que Cristo supuso sería el nuevo presidente de administración. Aquí y allá, pudo ver fotos del mismo hombre, acompañado de una mujer muy elegante, de unos cuarenta años.
La misma que carraspeó detrás de él, para llamar su atención.
― Perdóneme por fisgonear, pero me atrajo la atención una belleza como la suya, madame – se excusó, tomando la mano de la señora con rapidez, dejándola boquiabierta con el exquisito trato.
― ¿E-eres el es-especialista de la agencia? – balbuceó la señora, tuteándole por creerle muy joven.
― Así es. A su servicio, pero… debía entrevistarme con su esposo, ¿no es así?
― Si, en un primer momento, él es quien ha sido nombrado presidente administrador, pero ha tenido que viajar a Washington con urgencia y tardará unos días en regresar.
Cristo arrugó levemente la nariz al escuchar el contratiempo. Debería volver a Nueva York tras instalar los programas. Ya le llamarían cuando el presidente regresará y necesitara explicaciones sobre cómo manejar todo.
― Pero decidió dejar que yo misma me ocupara de todo lo concerniente con la moda – sonrió la mujer, sentándose en uno de los blancos sillones, indicando que Cristo hiciera lo mismo. – Mi marido no es hombre de desfile ni tendencias. Solo le interesan los beneficios, los márgenes de producción, y la influencia que se puede conseguir en el mercado. Así que yo seré quien le haga los resúmenes pertinentes, cada mes.
Cristo la miró con atención. Era, al menos, veinte años más joven que su esposo y poseía una de esas bellezas calmadas y elegantes, que mantenían la atención de todo el mundo sobre su persona. Vestía un kimono abierto, de colorido oriental, rojo y dorado, sobre un corto vestido de lino crudo que dejaba al descubierto sus piernas morenas y perfectamente depiladas. Una melenita perfectamente recortada coronaba su cabeza, teñida en mechas de distintos tonos de rubio.
― ¿No eres muy joven para ser un experto en moda?
Cristo sonrío y agitó la cabeza después.
― No soy un experto en moda, sino en Informática. Vengo a instalar algunos programas y accesos de administrador a su sistema operativo, así como enseñar a su esposo, bueno, en este caso, a usted, su manejo. Ya sabe que los informáticos suelen ser bastante jóvenes.
― ¿Eres uno de esos hackers? – se río ella con la pregunta.
― Si hace falta… — contestó Cristo, haciéndola reír de nuevo. Siguiendo un extraño impulso, no la sacó de su error, dejándola creer que era un adolescente.
― ¿Y esos modales que luces? ¿Los has aprendido en la red? – preguntó ella, con un deje de burla.
― No, que va. Formación de empresa. Mi jefa es muy estricta con las formas y sus inversionistas. Tuve que tomar un curso acelerado antes de venir – la mintió con todo desparpajo, notando como la mujer se regodeaba con tal deferencia.
― Está bien. No te entretendré más. Te mostraré el despacho de mi marido y el servidor donde debes instalar esos programas. Después, podremos usarlos desde cualquier equipo de la casa, ¿no?
― Si, señora. Deberé restringir el servidor durante un rato. ¿Molestaré a alguien con ello? – preguntó Cristo, más por saber quien había más en la mansión que por necesidad.
― Ahora mismo solo estamos Marjory y yo.
― ¿Marjory?
― La doncella.
― Ah, claro. Entonces, mejor, podré trabajar más rápido.
― Bien, pero eso será tras almorzar conmigo, jovencito. ¿Cómo te llamas?
― Cristóbal, señora, pero mis amigos me llaman Cristo.
― ¿Cómo el Mesías?
― Soy demasiado pecador para que me comparen a él – contestó él con una risita.
― ¿Pecador? ¿Alguien tan joven? ¿Cómo puede ser eso posible?
― Hay que vivir la vida todo lo rápido que se pueda…
― ¿Por qué esa prisa?
― Porque quiero probar todo lo que puede ofrecerme la vida en plenitud de mis fuerzas, señora, y no renqueando.
“Como algunos que conozco.”, se dijo la señora, cínicamente. “Este chiquillo sabe lo que se dice.”
― Puedes llamarme Jeanne mientras estemos a solas, Cristo.
― ¿Y si no estamos a solas?
― Creo que sabrás lo que hacer, muchachito.
Jeanne Mansfield, segunda esposa de Edward R. Mansfield, se había autoconvencido de que aquel chico no tenía más de dieciocho años, y la sola idea de jugar al gato y al ratón con aquella ricura en su casa, a solas, la estaba poniendo frenética. Jeanne siempre había admirado la juventud, la plenitud de un cuerpo, justo cuando se sienten indestructibles e imparables. Y ahora, al alcanzar los cuarenta, necesitaba sentir esa ansia una vez más.
Disponía de una oportunidad que le había caído del cielo. Un dulce terrón de azúcar con el que darse un atracón. Ese chico era pequeño e infantil, al menos su cuerpo lo era, pero le había demostrado que no era ningún niño mentalmente. Sabía perfectamente lo que hacía y puede que lo que ella pretendía también. Un chico como aquel sería dinámico en la cama, ansioso de experiencias, y la haría desfallecer.
Ahora debía dejarle trabajar para poderle seducir más tarde, quizás a la noche.
Jeanne le llevó al despacho de su esposo y le mostró el servidor que interconectaba todos los equipos de la finca. Varios portátiles se conectaban diariamente a él, tanto el de ella y el de su marido, como la patrulla de seguridad, los jardineros, o la gente de mantenimiento. Los empleados tenían una clave y un acceso limitado, por supuesto.
Cristo dejó varios discos copiándose en el directorio y bajaron hasta un amplio porche trasero, desde el cual se podía visionar la impresionante piscina, y, más allá, en el horizonte, el vasto mar azul.
― Almorzaremos aquí – le informó Jeanne, haciendo un gesto para que se sentase a una mesa redonda, cubierta de un hermoso tapete de tela.
― ¿Suele almorzar con los empleados, Jeanne? – le preguntó Cristo, mientras se dejaba caer en uno de los confortables butacones.
― No, y me irrita bastante hacerlo a solas. Suelo quedar con alguna amiga en un buen restaurante – agitó la mujer una mano, como si no quisiera hablar de ello.
― Teniendo una mansión como esta y el servicio adecuado, yo siempre tendría algunos amigos almorzando conmigo. ¿Y las cenas?
― La mayoría de las veces, mi esposo cena conmigo, pero hay ocasiones, como esta, que tengo que hacerlo a solas. No me gusta salir de noche.
― Una magnífica excusa para disponer una velada con un amante, ¿no?
Jeanne lanzó una carcajada, pero no contestó. Marjory se acercaba con una bandeja, sobre la cual descansaba una botella y dos copas.
― ¿Bebes vino? – le preguntó a Cristo.
― Desde los siete años.
La señora enarcó una ceja, mientras la doncella depositaba su carga sobre la mesa.
― Nací en el sur de España, en la tierra del vino fino y las mejores gambas del mundo. El vino es materia obligada en nuestra cultura – rió él, explicándole su respuesta.
― ¿Eres español? Te hacía latinoamericano…
― Llevo poco tiempo en Estados Unidos, pero me está gustando mucho este país.
― Oh… ¿y has dejado atrás gente que te importa?
― Mi familia tenía demasiados… compromisos como para poder seguirme. Estoy solo aquí – confesó con un mohín que tuvo la facultad de emocionar a la dama.
La doncella regresó con dos grandes copas que contenían un suave coctel de mariscos con endivias y piñones. Luego sirvió rodajas de lo que le pareció merluza a Cristo, empanadas y servidas sobre una crema agridulce muy buena. Jeanne llenó las copas de ambos hasta acabar la botella y charlaron amenamente. Tomaron papaya con crema de plátano de postre y Marjory sirvió café, al final, al estilo turco.
― Ha sido toda una experiencia comer con usted, Jeanne – alabó Cristo –, pero ahora debo iniciar mi trabajo.
― Si, no te entretengo más. Iré un rato a la piscina. Si más tarde, deseas darte un baño, puedo dejarte un bañador – dejó caer ella, con sutileza.
Cristo sonrió y se puso en pie, despidiéndose con un ademán de cabeza. Se orientó en el interior de la mansión para encontrar el despacho y, cuando estaba a punto de entrar, un carraspeo le frenó. Se giró y se encontró con la simpática Marjory, la cual le comunicó que si necesitaba alguna cosa, podía llamarla con el interfono del despacho.
“¡Cuanta amabilidad! ¿Es cosa de los ricos o estas dos quieren algo?”
Se sentó ante el servidor, instalado en una de las repisas de la librería del señor Mansfield, y se conectó a él. Instalo un par de programas necesarios y actualizó otros, subrogando enlaces y direcciones hasta conectar la base de datos de la agencia e integrarla en el directorio.
Ahora solo le quedaba enseñar a Jeanne a manejar aquellos programas y responder a sus dudas. ¡Para eso solamente había tenido que viajar al paraíso de esos huevones! Si todo iba bien, podía estar de vuelta en la ciudad esa misma noche. Pasó un antivirus para asegurarse y, mientras tanto, se asomó a la ventana.
El despacho daba a la parte trasera de la mansión y divisaba perfectamente la piscina desde allí, así mismo como a Jeanne, tumbada de bruces en una hamaca. Entonces, pisando el césped con sus zapatitos, la doncella se acercó a su señora, portando unas toallas dobladas y un bote de bronceador. La chica se sentó en el filo de la hamaca y desabrochó el sujetador del bikini de su patrona, dejando su espalda al aire. Vacío un buen chorro de bronceador sobre la piel de Jeanne y se puso inmediatamente a frotar y esparcir la crema. Cristo no le dio importancia. Sus primas hacían lo mismo en las playas de Algeciras. Echó un vistazo a como iba el programa antivirus, y volvió a la ventana. La barbilla le colgó floja en esa ocasión. Marjory le había quitado la braguita del bikini a su jefa y se atareaba, en ese momento, en sobar las espléndidas nalgas de Jeanne. Era algo más que embadurnarla de bronceador. La doncella se regodeaba en su acción, amasando lentamente las pudientes carnes traseras de su señora. Cristo podía ver como descendía sus dedos por el canalillo de las nalgas, sobando plenamente ano y vagina, en largas pasadas. Jeanne, con el rostro doblado hacia un lado, apoyada la mejilla sobre el almohadón de la hamaca, se estremecía de placer. A pesar de estar tan lejos, Cristo podía notar la respuesta del cuerpo de la señora.
“¡Perras cabronas!”, pensó, formando una sonrisa lobuna con sus labios. “¿Lo sabrá su maridito?”
Sin embargo, esa no era la pregunta que las dos mujeres se hacían, mientras los dedos de la más joven tallaban la carne de la más madura, sino: ¿Sigue mirando desde la ventana?
La señora Mansfield era bien consciente de la mirada de Cristo y todo aquello era un espectáculo montado en su honor. El coño de la señora se licuaba literalmente, ansioso por obtener las atenciones de su doncella, también excitada por participar y ser observada.
De hecho, Jeanne estaba muy acostumbrada a las largas sesiones de caricias que su joven criada la obsequiaba a menudo. Se pasaban muchas horas solas en aquella mansión. Era más infrecuente ver algo como lo que estaba sucediendo en ese momento, así, en el exterior, pero hoy tenían un visitante que excitar. De ordinario, las satisfacciones de la señora se realizaban en el interior de la mansión, lejos de las posibles miradas indiscretas de jardineros u otros empleados.
Sin embargo, Jeanne estaba tan dispuesta a provocar al que creía un jovencito, tan deseosa de pervertirle, que no había dudado ni un segundo en pedirle a Marjory que fuera a comerle el coño a la piscina.
Y justo en ello estaba la criadita, inclinada hacia delante, hundiendo la punta de su lengua en la abierta y húmeda vagina, escuchando los estimulantes gemidos de su patrona.
Marjory ya estaba pensando en el momento en que se retiraría a su habitación, para empalarse con su colección de vibradores, pues sabía que la señora no solía tocarla lo más mínimo. Se corría con su lengua y sus caricias, pero no devolvía ni un solo gesto. Privilegio de patrona. Así que la doncellita disponía de tiempo para retirarse a sus aposentos y desahogarse allí de la forma que estimara oportuna. El problema es que, últimamente, la señora Mansfield necesitaba un repaso diario, por lo que ambas andaban todos los días más calientes que los fogones de un orfanato.
No sabía exactamente lo que su patrona pretendía con aquel chico, pero podía intuir que era toda una perversión. Ella no estaba tan segura de que fuera tan joven como aparentaba. Tenía mirada de viejo; lo notó cuando le servía el almuerzo, pero… ¿Quién era ella para comentar nada?
― Aaaahhaah… mi niña Marjory… que b-bien… me lo… comeeeeeeeeeessssssssssss… – susurró su señora en el momento de abandonarse al inminente orgasmo.
Dejó que la señora la asiera del pelo, estrujándole la cofia, y pegara su boca a su entrepierna, con un gemido ansioso. Era como si quisiera volcar en su boca el placer que estaba obteniendo de ella. Dejó a la señora tomando el sol boca arriba y desnuda, y se marchó a toda prisa hacia la mansión.
Cristo dejó que acabara el proceso de análisis del antivirus y se dedicó a fisgonear en el servidor. No había nada extraño, ni siquiera fotos. Configuró los programas a su gusto y, solo entonces, llamó a Marjory pulsando el botón del interfono.
― ¿Si?
― Podrías decirle a la señora que ya he terminado y que me gustaría explicarle cómo va todo esto…
― Enseguida.
Fisgó por la ventana para atisbar como la señora desnuda se levantaba de la hamaca, pero la doncella la vistió con un albornoz que la cubrió por completo. Jeanne tardó aún un buen rato en acudir y, cuando lo hizo, apareció con unos pantalones piratas, una blusa cortita, sin escote, pero que dejaba ver unos centímetros de su cintura bien cuidada, y una cinta ancha en su melenita rubia, a juego con sus pantalones. Además, bajo el brazo, traía su portátil.
― Marjory me ha dicho que has acabado – dijo.
― Si, Jeanne, al menos de instalar. Ahora tengo que ponerla al corriente de que es lo que puede hacer con ellos.
― Te advierto que no soy muy ducha en estos aparatitos. Alcanzo a revisar mi correo, buscar una receta en Internet, o chatear con mis sobrinos…
― No importa. Es muy fácil. Se lo explicaré las veces que necesite.
― Eres un encanto de criatura, Cristo – le aduló, sentándose a su lado, en el gran escritorio de su marido.
Cristo cargó el programa en el coqueto portátil de la señora, conectándose al sistema wifi del servidor, y unos bellos ojos zafiro aparecieron en el centro de la pantalla. Bajo ellos, el nombre de la agencia: Fashion Models Group, NY.
― Esta es la página oficial de la agencia – le dijo Cristo.
― Si, ya la he abierto otras veces…
― Pero, ahora, podrá acceder a secciones que antes estaban vetadas. Podrá acceder a las nóminas, a las cuentas mensuales, y a los proyectos en curso.
― Interesante – le contestó ella, observando su perfil ratonil.
― ¿Sabe acceder a las fichas de las modelos?
― ¿Las modelos tienen fichas?
― Por supuesto. Con sus medidas, algunas fotos de su book personal, sus características y en lo que se especializan. Así, quien desee contratar alguna, puede hacerse una primera idea. También sirven como blog donde pueden exponer preferencias, ideas, y mensajes.
Jeanne mostró un vivo interés por esto. Su oculta perversión se removió en su interior. Podría disponer de belleza y juventud al alcance de sus dedos, modelos de ambos sexos para visionar y quizás manipular.
“¡Oh, Dios, como me lo voy a pasar!”, se dijo, casi relamiéndose.
― Bien, cuando acceda a las fichas, usted, como administradora, podrá seguir la vida laboral de los modelos de la agencia, las notas informativas de la gerente o de la propia señorita Newport, e incluso lo que opinan los distintos clientes o fotógrafos de las modelos.
― ¿Puedo escribir yo una nota?
― No, eso solo queda reservado para el personal de la agencia. Usted puede estar al tanto de todo cuanto sucede, pero no tiene control sobre ello.
― Está bien.
― También podrá ponerse en contacto directamente conmigo, pues yo soy quien actualiza todas estas cosas a diario. Aquí le dejo mi dirección personal y mi número de extensión, por si tuviera alguna duda.
― Oh, piensas en todo, querido – Cristo se envaró cuando notó la mano de la mujer posarse sobre su muslo.
― Los nuevos proyectos están agrupados aquí, en esta sección. Los proyectos confirmados están bien resumidos y disponen de todos los detalles necesarios. A medida que el proyecto queda más en el horizonte, los detalles son menos precisos, poco más que primeras impresiones de los clientes sobre lo que buscan o requieren, o incluso bocetos de agencias publicitarias.
― ¿Tienes despacho en la agencia?
― No, comparto el mostrador de recepción con la chica que lo atiende. Necesito poco espacio para mi trabajo. Una pantalla, un teclado, un ratón…
― Bueno, al menos estarás divertido. ¿Es guapa?
― Lo bueno de trabajar en una agencia de modelos, es que la mayoría de empleados son guapos, incluyendo maquilladores, secretarias y hasta Priscila, la gerente, o la jefa mayor.
Jeanne soltó una carcajada y le volvió a palmear el muslo, pero esta vez lo pellizcó con habilidad.
― ¿Has tenido algún rollete con alguna modelo?
― No, señora, más bien soy como la mascota de la agencia.
― ¿Cómo es eso? – preguntó ella, sorprendida.
― Pues que soy quien les soluciona la papeleta cuando necesitan algo, pero no me tienen en cuenta como hombre. Soy el amigo encantador, el hombro en el que apoyarse…
― Vaya, que mal… eso te supondrá estar todo el día mordiéndote el labio. Tanta confianza, tantas chicas guapas, y no poder desquitarte…
― Ufff… y que lo diga… sudores diarios – se burló Cristo, haciendo un gesto como secándose el sudor de la frente. Se había dejado llevar hasta el terreno que buscaba Jeanne, sin apenas esfuerzo. Podía percibir la excitación de la mujer, incluso tras el desahogo que había tenido en la piscina, un rato antes, pero aún no sabía qué era lo que lo generaba.
― Perdona que te lo pregunte, Cristo, ¿tienes ya experiencia sexual?
Cristo frenó la sonrisa que amenazaba con pintársele en el rostro. Ahora estaba seguro de que Jeanne le creía mucho más joven, apenas salido de la adolescencia.
― Si, algo – contestó bajando la voz.
― ¿Has tenido novia?
― No… nunca.
― ¿Entonces? ¿Ha sido con una amiga?
― No. De la familia.
Jeanne abrió los ojos con sorpresa.
― ¿Allá en España?
― No, aquí, en Nueva York. Vivo con mi tía. La hermana menor de mi madre.
― ¿T-te acuestas con ella? – preguntó la dama con un pequeño silbido.
― A veces, cuando nos sentimos solos…
― ¿Cuántos años tiene?
― Aún no ha cumplido los cuarenta, pero está cerca.
― Una edad perfecta – dijo ella, como si fuese una máxima.
― ¿Por qué perfecta?
― Porque ya se tiene experiencia en la vida a esa edad, y aún se es joven y vital – explicó Jeanne, acariciándole un hombro. — ¿No te parece?
― Si, tiene razón. Mi tía es profesora de flamenco en Juilliard. Es una bailarina profesional y se mantiene muy bien.
Cristo cerraba más y más el invisible collar con el que estaba aprisionando a Jeanne, quien, en el fondo, creía que era ella la que estaba seduciendo al chico. Un buen estafador se aprovecha de tus propios deseos, y Cristo era un magnífico pillo. La dama se felicitaba por su buena suerte. El chico estaba acostumbrado a yacer con una mujer madura, de su edad, por lo que no era insensible a sus maduros encantos. Ya le imaginaba botando entre sus piernas, meneando ese esbelto culito, llenándole el coño de lefa juvenil.
Estuvo a punto de gemir, descontrolada. Tenía que calmarse; no podía fastidiarlo todo ahora.
― Bueno… ¿Te apetece darte un baño? – cambió de tema con rapidez.
― Pues la verdad es que traigo un bañador en la mochila, por si tenía tiempo de ir a la playa.
― Nada de playa. La piscina es mejor y es de agua salina, pero depurada. Cámbiate. Yo haré lo mismo y te acompañaré.
Una vez a solas, en el despacho, Cristo sonrió, mirando su reflejo en el cristal de uno de los cuadros expuestos. Tenía un par de ideas rondando por la cabeza y quería llevarlas a cabo, antes de regresar a la ciudad. Se desnudó, sacó el bañador y las chanclas y metió la ropa en la mochila de nuevo. No supo si esperar o salir, pero en pocos minutos apareció Jeanne, luciendo un pareo completo y casi transparente. Bajo la sutil tela, el sucinto bikini –uno diferente, por supuesto- ocultaba muy poco de sus encantos. Ella le ofreció el brazo y se encaminaron hacia la piscina.
El agua estaba a una temperatura maravillosa y el refrescón, así como realizar un par de largos, le vino estupendamente a Cristo, tras un día de ajetreo y viaje. Jeanne le miraba, sentada en el borde, con los pies metidos en el agua. Cristo nadó hacia ella y se dejó mecer por el agua, los brazos cruzados sobre la losa antideslizante, justo al lado de la mujer.
― Esto es una maravilla. ¿Dónde conceden las hipotecas para comprar una casita así? – exclamó, burlón.
― Normalmente, hay que ganárselo, sea estafando, robando, o heredando – sonrió ella.
― ¿Cómo lo consiguió usted, si puede preguntarse?
Jeanne le acarició la mejilla mojada.
― Tutéame, Cristo…
― Claro, Jeanne.
― En mi caso, me lo gané abriéndome de piernas…
Cristo no respondió, pero dejó que una sonrisa plena y cómplice se dibujara en él.
― Conseguí que mi marido dejara a su primera esposa y se casara conmigo. A pesar de su dinero, era un hombre mal follado.
― ¡Increíble! ¿Cómo es eso posible?
― Puro y tonto puritanismo – soltó la dama, echándose a reír. – Es una raza por extinguirse… lástima.
― No me creo que usted haya sido una…
― ¿Una? – Jeanne alzó un dedo, como advertencia.
― … buscavidas.
― ¡Buena palabra! No, no era una cazafortunas, pero si un poco cabeza loca. Mi familia tenía posibles aunque no a esta escala. Me moría por tener la vida que mis amigas ricas me restregaban por las narices. Gracias a los contactos de mi padre, conseguí un puesto en el círculo de trabajo de Edward. Simplemente aproveché que su matrimonio estaba pasando una mala racha para darle un empujoncito. La verdad es que me enamoré de él, de su prestancia, de su aura de poder… Supongo que tuve suerte y me eligió a mí como la esposa que deseaba. La otra quedó como la madre de sus hijos, que tampoco es mala cosa, ¿no?
― Visto así – Cristo se aferró a uno de los pies de la mujer, que jugueteó con el escaso peso del gitano, haciéndole flotar ante ella. – Y comigo… ¿qué piensas hacer?
Jeanne sonrió. Cristo no era nada tonto.
― Aún me estoy decidiendo…
― Pues deja que te de algunas opciones – musitó el gitano, introduciendo su mano entre las morenas piernas de la mujer. La vagina palpitaba bajo su tacto, como si hubiera estado esperándole siempre.
― Uuuhhh… Cristo…
― ¿Si, Jeanne?
― Quítame la braguita…
Con toda libertad, Cristo deslizó la minúscula prenda piernas abajo, dejando que el agua lamiese las nalgas desnudas. Un triangulito de vello, muy bien recortado para que la propia Jeanne fuese la autora, se presentó ante sus narices, casi como un signo de exclamación sobre la abultada vagina.
― Tienes un coñito precioso… de virgen – la aduló Cristo.
Jeanne enrojeció de placer. Sabía que tenía una vagina bonita, ya se lo habían dicho otras veces, seguramente por no haber parido jamás. Pero aquellas palabras, en boca de aquel jovencito, la pusieron a mil por hora.
― ¿Puedo lamerlo?
Ooooh… ¿Sería verdad lo que decían de los españoles? ¿Qué les encanta comer coños?
― Por favor, niño… hazlo… cómelo…
Y se abandonó a aquella boca ansiosa que amenazaba con succionarla hasta tragarla por completo. Una lengua movediza que no le importaba profundizar cuanto pudiera, extrayendo el fluido molécula a molécula, haciéndola gemir en el proceso. Con delicadeza, Jeanne puso una mano sobre la cabeza de Cristo, apartando suavemente los mechones mojados que caían sobre sus ojos. Contemplar aquella carita infantil, totalmente atareada sobre su vagina, le produjo su primer orgasmo. Fue uno suave y largo, que la estremeció completamente. Metió dos dedos en la boca de su amante, apartándole de esa manera, y le indicó que saliera del agua. Jeanne se puso en pie y le tomó de la mano, conduciéndole hacia la caseta de la sauna y del jacuzzi.
― Vayamos a algún sitio más reservado – le dijo.
Jeanne se introdujo la primera en el gran jacuzzi, quedándose sentada en el liso poyo bajo el agua. Intentó bajarle el bañador a Cristo, a medida que se metía en el agua, pero él la obligó a dejarlo.
― Aún no he terminado contigo – le dijo, asombrándola. – Ponte de rodillas y saca ese culo del agua, querida.
Con alegría, Jeanne se giró, arrodillándose en el asiento y ofreciendo las nalgas que el gimnasio aún mantenía duras.
― Desde el momento en que llegué a esta casa, llevo deseando comerte ese culito – le susurró, posando una de sus manos sobre una nalga.
Jeanne cerró los ojos, totalmente enfebrecida por la calentura. Nadie le había propuesto eso en la vida, aún siendo una de sus fantasías. Jadeó cuando notó la lengua del chico recorrer sus glúteos, desde abajo a arriba. Sus cortos dedos separaban las nalgas de la mujer, dejando al descubierto el agujero más oculto y vergonzoso del ser humano.
Cristo se afanó como nunca, aplicándose sobre aquel esfínter virginal y maduro. Pasaba su lengua para humedecer y luego la volvía a pasar para ablandar el músculo. Picoteaba con uno de sus dedos, arrancando gemidos entrecortados de los labios de Jeanne.
― Dios… esto es sublime – jadeó ella, optando por abrirse ella misma los glúteos. — ¿Quién te ha enseñado a…?
― Sssshhhh… nada de revelaciones, señora… te voy a convertir en una zorra bien follada… en mi putita – musitó Cristo, metiendo el dedo hasta el nudillo.
― Ya soy una… zorra…
― No, nada de eso, Jeanne. Eres una libertina, una poderosa señora que se hace comer el coño por su joven criada… todo un lujo, ¿verdad?
― Mmmmm – la mujer no supo qué contestar. Dicho así, era lo más excitante del mundo.
― Pero voy a hacer de ti toda una guarra, una puta depravada que solo suplicará que le haga perrerías…
― Aaaahhh…
― … que se correrá sin remedio con el sexo más sucio y escabroso que haya conocido…
― Cristooooo… por Dios…
― ¿Sientes como mis dedos te traspasan? ¿Cómo ahondan en tu tripa de puta? Sé que estas deseando que te parta ese culo, ¿verdad? Te da miedo, pero el morbo es mayor… ¡Responde!
― ¡Ssssiiii! ¡Clávamela!
― Aún no, puta. Tendrás que suplicarlo…
Desde luego, a Jeanne le faltaba bien poco para hacerlo. Su grupa se contoneaba, casi sin control, siguiendo el ritmo que los dedos de Cristo marcaban. Ella jadeaba, los ojos cerrados, la barbilla apoyada en el liso borde del gran jacuzzi. Esos dedos que la torturaban, que se hundían en su interior, la abandonaron de pronto. Intuyó que el chico se bajaba el bañador, a su espalda. Jeanne se preparó para sentir su polla traspasándola, llenándola de carne y dolor. No le importó, incluso lo deseaba.
Sin embargo, asombrosamente, no sintió dolor, solo algo de molestia. El pene ahondó algo más que los deditos del chico, pero no le produjo el desgarro que ella esperaba. El pubis de Cristo se acopló contra sus nalgas, haciéndole saber que estaba totalmente en su interior. La aferró por el cabello y agitó sus caderas con ritmo, haciendo resonar el contacto entre las dos pieles como húmedas palmadas.
Jeanne, con la cabeza levantada por el fuerte tirón, se acopló mejor al ritmo, derretida por lo que estaba sintiendo. Primero, no hubo dolor, algo que siempre había temido, por lo que no realizó jamás la sodomía; segundo, el chico se movía como una anguila, conectado a su trasero, y, tercero, una de las manos de Cristo no paraba de pellizcarle fuertemente el clítoris, enloqueciéndola.
― ¡Te estoy follando el culo, zorra! Nunca te lo habían hecho, ¿verdad?
― Noooo… e-eres el prime…ro…
― ¡Pues no se te ocurra apretar, puta, o te cagarás encima de mí!
― Aaaaahhh…
Aquellas palabras brutales la encendían. ¿Cómo podía aquel chico angelical ser tan obsceno? Jeanne nunca se había sentido tan caliente, tan dispuesta a dejarse arrastrar por el pecado y la lujuria. Un minuto más tarde, la mujer se corría como una burra, al sentir como tres dedos asaltaban su vagina, sin contemplaciones. Cristo se salió de su ano y la obligó a girarse, plantándole su pene ante la cara.
― Ahora debes limpiármela, como una buena puta, y hacer que me corra – le dijo, colocando una mano en su nuca.
Jeanne no pudo contestar. Estaba totalmente atrapada por la visión de aquella pollita enrojecida. ¡Por eso mismo no había sentido daño alguno! ¡Era el miembro de un niño, erguido y poderoso, pero el de un infante! Se preguntó cómo podía existir un ser como él, tan perfecto y adecuado para ella. Sus dedos buscaron su coño, sin ser realmente conciente de ello, prisionera de su concupiscencia, de su desatada lujuria, la cual era alimentada y aumentada por su mórbido deseo. ¡Se la estaba follando un bello y dulce angelito, que no era nada inocente!
Se tragó literalmente aquel pequeño pene, sin importarle el acre sabor de su intestino, feliz de satisfacer su sueño. Lo devoró con pasión y cuidado extremo, aspirando cada porción de piel, cada gota de líquido que manaba, hasta que se vacío en su cálida boca, como la estatua real de un Manneken Pis.
Jeanne tragó y degustó el esperma de su ángel, para después correrse nuevamente, merced a sus inquietos y propios dedos. No podía soportar tanta excitación morbosa. Cristo la abrazó con ternura, dejando que la mujer le sostuviera en el agua. Ambos se besaron lánguidamente, dejándose flotar al conectar las burbujas.
― Tendría que marcharme…
― ¿Marcharte? ¿Dónde?
― A Nueva York – sonrió Cristo.
― ¡Ni loco! No me he enterado bien de lo que me has explicado. Mañana daremos un nuevo repaso, a ver si me quedo con la noción. Te dije que era muy torpe para esas cosas – sonrió ella, besándole la nariz.
― Pero… no he traído ropa, ni nada…
― No necesitaras nada. Estaremos todo el día desnudos – bromeó ella, aferrándole una esbelta nalga.
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Tres días después, Cristo regresaba a la ciudad, viajando en uno de los lujosos vagones Bussiness de la línea férrea. Jeanne no había permitido que viajara en algo inferior a eso. Tres días. Ese tiempo era el que había “tardado” la señora en aprender a manejar los programas pertinentes. Cuando Cristo llamó a miss P., esta no quiso escuchar ninguna queja: “Te quedas el tiempo que el presidente estime necesario, ¿está claro?”.
Clarísimo. Jeanne y él se rieron en silencio, activado el “manos libres” del aparato.
― Lo que usted diga, Priscila – contestó él, humildemente.
Estaban desayunando y se fueron a follar junto a la piscina. Parecían conejos. Jeanne estaba en un extraño paraíso, pasando de una sensación a otra, de una técnica guarra a otra aún más asquerosa, que no hacían más que obsesionarla y motivarla aún más. ¿Cómo había podido estar tan ciega, ser tan melindrosa? Cristo la lamía por todas partes, chupaba sus pies, le metía los dedos por cualquier orificio y, luego, se los hacía lamer, disfrutando de su propio sabor.
A la hora de almorzar, lo hicieron desnudos, sentados en el porche trasero. Cristo empezó a jugar sexualmente con la comida, restregándola por sus cuerpos, comiendo directamente de lo que había volcado en su entrepierna, deslizando su lengua por diversos mejunjes aplicados sobre la piel…
Marjory, muy atenta y animosa, les ofreció unos sabrosos batidos reconstituyentes, para permitirles seguir con sus juegos. Jeanne jamás había estado tanto tiempo realizando sexo, y aún menos con esa intensidad. Era como estar bajo el influjo de una fuerte fiebre que la hacía contonear y agitarse, en vez de delirar. Las imágenes, las posiciones, los nuevos juegos, las excitantes palabras, todo se mezclaba en su mente, sin saber cuando, ni dónde, pero manteniéndola enfebrecida y siempre excitada.
Se corrió sin parar durante todo lo que duró su primera lluvia dorada. Mientras Cristo la impregnaba de su orina, ella se retorcía sobre el césped, sin ni siquiera tocarse. Era una zorra asquerosa, una guarra de la más baja estofa, y respondía plenamente a las interpelaciones de Cristo. Era su puta, y siempre lo sería. No quería ser otra cosa. Por él, por lo que era capaz de hacerla sentir, haría cualquier cosa, incluso abandonar a su marido.
Ese era el resultado que Cristo había conseguido al cabo de tres días de folleteo y unas dosis de Éxtasis líquido en el vino, o en el zumo del desayuno: transformar a la señora en una puta perra, que haría cualquier cosa que él le pidiera por puro vicio.
Como premio extra, el segundo día, integraron a la alucinada Marjory en su lecho de fuego. La criadita andaba más que caliente, espiándole por todos los rincones. Cuando Cristo la llamó a la piscina, llegó corriendo, quitándose el uniforme a toda prisa. Cristo hizo que Jeanne dejara de lado aquellas pretensiones de dama esclavista y la puso a comerle el coño a la criadita durante más de una hora, destrozándola a orgasmos. Al tercer día, las mujeres follaban ya como locas, sin remilgo alguno, y usaban cinturones fálicos para dejar descansar a Cristo, quien ya padecía por el agotamiento.
Jeanne no se sentiría nunca más sola, ni abandonada. Conocer a Cristo había cambiado su perspectiva y su filosofía de la vida. Claro que había que mantener todo aquello en secreto, pero lo bueno de los Hamptons era eso mismo: ocultar secretos.
Cuando Cristo abandonó la mansión, dejó a Jeanne durmiendo en su gran cama, aún con un consolador funcionando en su culo. Marjory le hizo mordisquear una tostada y tragar un buen café, mientras le besuqueaba en el cuello. Le hizo una deliciosa mamada, de rodillas detrás de la puerta principal, como colofón de despedida.
Cristo sonrió, conectando su portátil a la red wifi del tren. Con esta aventura, había asegurado aún más su puesto en la agencia, y, además, disponía de un lugar de descanso en los Hamptons, entre los privilegiados.
¡Como le gustaban los Estados Unidos de América!
CONTINUARÁ….
Pasó el segundo mes y el abogado vino a pagarme el tercero, y a anunciarme que ya tenía mi nacionalidad española (no hay nada como el dinero y las influencias), entregándome toda la documentación.
Los siguientes días estuve ocupado obteniendo mi documento de identidad. Me apunté a una academia para recordar y aprender nuevas señales de tráfico y normas de circulación españolas, con el fin de pasar las pruebas de aptitud para homologar mi carnet de conducir.
Las cuatro amigas se hicieron habituales todos los viernes en el local. A Marisa le prohibí ir a mi casa si no la citaba yo, aceptándolo a regañadientes.
Uno de los fines de semana, vinieron a la discoteca las tres amigas, sin Ana. Nuestra falta de comunicación no me permitía saber si era porque se encontraba mal, no le apetecía o si había alguna otra razón.
Me acerqué a ellas para indagar y sin tener que preguntar, me informaron que se encontraba indispuesta y no le apetecía salir. Marisa me hizo una serie de insinuantes guiños ante la atenta mirada de las otras dos, a los que correspondí con una sonrisa mientras les preguntaba qué querían beber. Tomé nota y le dije:
-Ven dentro de un momento y me ayudas con las bebidas.
Asintió y me fui a la barra. Entregué la nota a un camarero con la indicación de la mesa y marche a hablar con otro, con el que hacíamos trabajos “a medias”. Le pregunté si le apetecía follar y ante la respuesta afirmativa, le avisé que entrase en la oficina quince minutos después de mí, advirtiéndole que el culo no se lo tocábamos. Quería estrenarlo yo en su momento.
Cuando vino Marisa a por las bebidas, la invité a visitar la oficina, a lo que accedió con alegría. Nada más cerrar la puerta, ya nos estábamos comiendo la boca, mientras yo soltaba el cinturón de su vestido y ella el de mis pantalones.
Segundos después nos separábamos para sacárselo por la cabeza, quedando con un precioso conjunto que realzaba sus tetas y escasamente cubría su coño.
En un momento terminé de desnudarla y un segundo después mis pantalones y calzoncillos descansaban sobre una silla y dejaban al aire mí polla, dura ya y apuntando al cielo.
Volvimos a besarnos y a recorrer los cuerpos con nuestras manos. Al pasarla por encima de su coño descubrí que estaba muy mojada ya. Y se la hubiese metido de inmediato, pero la hice recostarse sobre el escritorio, que siempre estaba libre de objetos en previsión de estas circunstancias, separé sus piernas con los pies, me agaché entre ellas y abrí sus cachetes para dejar bien a la vista su coño.
Se abría como una flor, y cuando recorrí con mi lengua desde su culo hasta su clítoris, lanzó varios gemidos fuertes.
-Ohhhh. Siiiii. Sigue, es increíble.
Le hice empinar más el culo para que sobresaliera bien su coño y puse mis labios sobre sobre su clítoris para chuparlo y lamerlo. Empezó un ligero temblor, anunciador de su corrida y cambié de sitio, recorriendo su raja a la inversa.
-Nooo. No me hagas estooooo.
Estuve un rato jugando con su coño, ano y clítoris, mientras ella pedía que me dejase de jugar y la dejase correrse.
Mi excitación también crecía, por lo que me dediqué de nuevo a su clítoris hasta hacerla llegar a su primer orgasmo.
-Siiii. Me corroooo.
No había dejado de gritar, cuando ya me había puesto en pie y le había clavado mi polla hasta hacer tope, mientras ella seguía con los restos de su orgasmo y gemía pidiendo más.
Cuando noté que tocaba fondo, pero que quedaba algo más por meter, me detuve un momento y volví a presionar nuevamente, hasta que entró toda completamente. Acto seguido me puse a follarla, mientras ensalivaba mi dedo y me entretenía con su ano. Esta vez, mi dedo, tardó menos en entrar y volví a follarla por el culo y coño a la vez.
Era escandalosa follando. Sus gritos quedaban apagados por la música y no se oían fuera, hasta que la música subió de volumen al abrir la puerta y entrar Guillermo, el camarero, el cual quedó sin pantalones y con la polla al aire en el recorrido de unos tres metros entre la puerta y la mesa.
Marisa intentó levantarse, pero mi mano en la espalda se lo impidió. Intentó forcejear, pero la tenía bien sujeta. Luego la giramos hacia un lado para que quedase su cabeza fuera de la mesa y Guillermo le metió su polla en la boca. Después de eso, se dedicó a disfrutar de todo.
Estuve follándola un rato, hasta que alcanzó su primer orgasmo. Luego cedí mi sitio a Guillermo, pasando yo a ocupar su boca y él su coño.
-Joder, Jomo. Me has dejado esto como el túnel del metro.
-Dale unos azotes en el culo para que te apriete con los músculos.
Los azotes, no demasiado fuertes, parecieron enervarla más, volviéndose a correr nuevamente poco rato después.
Cambiamos posiciones y la hicimos cambiar de postura también a ella, quedando de espaldas a la mesa, con la cabeza colgando por un lado y los tobillos en mis manos, que levantaban y separaban sus piernas mientras mi polla entraba hasta lo más profundo de su ser. Guillermo se la follaba por la boca, aprovechando la posición ligeramente inclinado, para masajear su clítoris.
La sentí temblar varias veces, pero ninguno de los dos paramos. Cuando llegó mi momento, lo anuncié y, sin esperar, clavé la polla hasta el fondo y me corrí. Cuando la saqué, Guillermo cambió de sitio y yo se la metí en la boca para que me la dejase limpia.
Guillermo aún le sacó otro orgasmo antes de correrse él. Después, también pasó por su boca y, una vez limpio, se vistió rápidamente y salió sin decir nada.
Ella se levantó y, desnuda como estaba, se dejó caer en el sillón.
-No puedo más. Eres una máquina follando, y sólo ha faltado el camarero. Por cierto, será discreto.
-Puedes contar con ello. Jamás se comenta nada de lo que pasa aquí. Ni en la oficina ni en la sala.
-No sé qué tienes, pero nunca me había corrido más de una vez y siempre me ha parecido que me faltaba, que ni mi marido ni mis amantes ocasionales me han podido dar. Y ahora sé lo que era: No quedaba satisfecha plenamente.
-¿Por qué no lo hablas con tu marido? Intenta convencerlo para tener sexo en grupo o ir a locales de intercambio.
-Eso no lo consentirá jamás, no sabes lo celoso que es. Permite estas salidas de amigas porque supone que vamos a cenar y tomar algo en una terraza, y aun con todo, consintió después de muchas y duras discusiones.
-¿Vienes aquí en busca de sexo?
-No, pero alguna vez ha surgido algún rollo de una sola vez. Nos preocupa que nuestros maridos se enteren. De todas formas, es muy difícil encontrar a alguien con quien follar, nos limita mucho.
-¿También tus amigas?
-Sí, las cuatro venimos a lo mismo, pero sobretodo, a pasarlo bien.
-¿Saben lo nuestro?
-Sonia y Marta sí, y sé que les gustaría estar en mi lugar, sobre todo, después de contarles lo que disfruto. Ana no sabe nada. No nos ha parecido bien contárselo, a pesar de que sabemos que no hay nada entre vosotros.
-Mejor, y espero que siga así.
Terminamos la conversación, se vistió y salió a la sala. Mientras yo terminé de vestirme y limpiar todo. Menos mal que el sillón era de imitación piel y lo pude limpiar bien, porque lo había puesto perdido con la lefa que escurría de su coño.
Cuando salí, Marisa contaba algo a las otras y me di cuenta de que me seguían con la vista. Al rato, ambas fueron turnándose para ir baño por separado, lo que me dio una idea de lo que fueron a hacer.
Al día siguiente, al salir para ir a trabajar, llamé por cortesía a la puerta exterior de Ana, saliendo la criada, a la que pregunté si Ana se encontraba en casa. Me dijo que no, que había salido temprano y no la esperaba hasta la noche. Me interesé por su estado, comentando lo dicho por sus amigas. Me confirmó que era algo pasajero y se encontraba bien, por lo que me despedí y marché al trabajo.
Siguieron pasando los días, pasó del tercer mes y llegó el cuarto, el abogado me pagó lo establecido. Conseguí homologar mi carnet de conducir y me compré un viejo utilitario.
Los días que tuve fiesta, los dediqué a realizar visitas para buscar trabajo. Ese mes coincidieron mis días de fiesta en viernes y sábado. El viernes me acosté temprano y el sábado me levanté más temprano que de costumbre. A eso de las once, llamaron a la puerta. Una llamada simple, pero estaba secándome después de la ducha y, pensando en Marisa, me puse la toalla alrededor de mi cintura y salí a abrir.
Era Marta. De pié en el rellano, no decía nada. Yo le di los buenos días y ella correspondió. Se la veía nerviosa y miraba constantemente a suelo.
-Hola Marta, ¿qué te trae por aquí?
-Eeeeh. Es queee… Estuvimos ayer en la discoteca y no te vimos, y venía a ver si era porque te encontrabas mal.
-¿Quieres pasar? Acabo de ducharme y me estaba secando. Si esperas un momento te atenderé como es debido.
-Sí, lo que tú digas. -Dijo simplemente.
La hice pasar y la invité a sentarse en salón. Pero recordé la conversación con Marisa sobre que les gustaría estar en su lugar, y viéndola tan tímida, le dije con el fin de animarla:
-Siéntate y espérame un momento. ¿O quieres venir a secarme tú?
-Sí. Lo que tú digas. –Respondió. Yo dudé si el sí era para sentarse o para venir, así que di media vuelta y fui de nuevo al baño.
De reojo vi que ella me seguía y aproveché para quitarme la toalla, quedando desnudo de espaldas a ella. Una vez dentro del baño, me di la vuelta y le ofrecí la prenda para que me secara. Vi que sus ojos estaban fijos en mi polla, en reposo todavía. Tras unos segundos de espera le dije:
-¿Vas a secarme o no?
-Sssi, sí. Perdóname.
Tomó la toalla y empezó a secar mi pecho, hombros y espalda.
-Deberías desnudarte para que no se moje tu ropa. Es mejor que vayas al salón y te desnudes.
-Sí. Lo que tú digas. –Volvió a decir mientras dejaba la toalla en el lavabo y salía.
Yo la tomé y me puse a secarme la cabeza. Mientras lo hacía, recordé una experiencia en Estados Unidos de un curso que conviví con una compañera que era sumisa y que terminó cuando ella se fue a otra ciudad. La forma de actuar de Marta era más de sumisa que de tímida. En las conversaciones en la sala, siempre había llevado la voz cantante Marisa, con intervenciones puntuales de Sonia, pero, en ese momento caí, ella hacía muy pocos comentarios, fuera de palabras como sí o no.
-Ya estoy preparada para continuar.
Su voz me sacó de mis pensamientos, no sin antes decidir que la iba a poner a prueba. Retiré la toalla y se la acerqué, mientras observaba su cuerpo. Descubrí que no solamente era guapa de cara, sino que su cuerpo era bien proporcionado, sus tetas grandes y ligeramente caídas por la parte baja, quedando el pezón apuntando al cielo, un poco de tripita, muy poca, cintura estrecha, caderas redondeadas y abundante pelo en el coño.
Consciente de mi exploración, esperó a que terminase para continuar secando mi cuerpo, eso sí, su cara era un incendio.
-Sobre todo, sécame bien los huevos, la polla, ingle y culo.
Ella fue bajando hasta llegar a esas partes, arrodillándose para mayor comodidad. Mi polla estaba ya en semi—erección, la tomó por la punta, cubriendo el glande con la piel, para secar todo el troco, frotando con suavidad, hasta que tuvo que soltarla cuando se me puso más dura y el glande escapó del prepucio. Luego echó atrás toda la piel y pasó con mucha suavidad por el borde del glande.
Su siguiente paso fue tomarla con la mano para sujetarla bien arriba y secarme los huevos, después llevó la toalla por mí perineo hacia el ano, para lo que tuve que separar las piernas, que secó más tarde.
Una vez seco, quedó arrodillada delante de mí, esperando nuevas instrucciones. Me decidí a probar su sumisión y hasta qué punto estaba dispuesta.
-Hazme una mamada. –Le dije secamente.
-Sí. Lo que tú digas. –Respondió.
Sujetó mi polla con una mano para hacerla descender y acercó su boca a la punta, metiéndose el glande primero, luego la sacó y la recorrió con la lengua para ir mojándola con su saliva. Luego volvió a meterse la punta y menos de la mitad.
-Métetela entera.
-Mmmmm. –Asintió con la cabeza
Intentó tragar más trozo, pero le daban arcadas y se la sacó completamente, rozando ligeramente el glande con los dientes.
-¡Ten cuidado, me estás haciendo daño con los dientes!
-Perdóname. –Atinó a decir.
-Como no pongas más atención, voy a tener que castigarte. Venga, chúpamela bien.
-Sí, ya sigo.
Volvió a metérsela de nuevo, pero no le entraba toda, por lo que sujeté su cabeza y forcé más la entrada. Le dieron más arcadas y volvió a sacársela con un nuevo roce de los diente.
-Pero ¿Es que no sabes mamar una polla? ¿Tengo que enseñarte cómo hacerlo? Vístete, lárgate y vuelve cuando hayas aprendido.
-Por favor Jomo, perdóname. Te prometo que aprenderé. Nunca he visto una cosa tan grande. Enséñame para hacerlo como a ti te gusta.
-¿Qué te enseñe para aprender?, ya lo creo que aprenderás. Aprenderás o tu culo no te va a permitir sentarte hasta que lo hagas.
Me senté en una banqueta que había en el mismo baño y le ordené que se colocase sobre mis piernas para recibir el primer castigo.
Coloqué su culo bien en posición y le hice separar las piernas. Acaricié sus nalgas con suavidad y le solté un golpe con todas mis fuerzas en uno de los cachetes.
-AAAAAAAHHHHHHh
-¿Tampoco sabes cómo recibir un castigo? ¿Sólo sabes quejarte?…
-Perdóname. No lo volveré a hacer.
Volví a pasar la mano por su culo, bajando hasta pasar los dedos por su coño y recorrerlo en toda su longitud. Mi sorpresa fue que estaba más que excitada. Los labios ya estaban entreabiertos y al final, su clítoris sobresalía como un pequeño pene.
-¿Te gusta que te castigue?
Como no decía nada, tuve que darle un fuerte golpe, al tiempo que le decía:
-¡Responde cuando te pregunte! ¿Te gusta que te castigue?
-Sí, pero sobre todo, me gusta sentirme tuya.
-¿No prefieres ser de tu marido?
-Mi marido es muy buena persona y muy trabajador, pero no ha entendido nada de mí. Tampoco se ha preocupado mucho. En los 10 años que llevamos de matrimonio, jamás me ha levantado la voz ni me ha dicho nada, a pesar de que he hecho cosas mal para enfadarlo.
-Mi padre era militar, aunque no de carrera. En mi casa impartía más disciplina que en el propio cuartel. La más leve falta, según sus ideas, era motivo suficiente para ponernos sobre sus piernas, remangarnos las faldas y bajar la braguita para darnos fuertes palmadas en el culo. Mis amigas eran hijas de militares también, y se encontraban en situaciones parecidas. Cuando conocí a mi marido, pensé que sería como mi padre y que me sentiría protegida y arropada por él, pero nada más lejos de la realidad.
-¿Y no has encontrado a nadie, en estos años, que sepa cómo tratarte?
-Solamente tú.
-Pues te falta mucho por aprender. Creo que este será el primero de muchos castigos.
-Espero se digna de…. PFFFFFF.
Otro golpe con todas mis fuerzas, seguido de un descanso, sin que emitiese el más mínimo sonido. Repetí la acción dos veces más en cada lado, y cuando terminé, levanté la vista y me encontré con que la criada estaba mirando extasiada desde la puerta, con la bandeja de la comida en la mano. Pero en cuanto se dio cuenta de que la había visto, desapareció rápidamente. La dejé caer al suelo y le dije:
-Veamos si has aprendido algo. Sigue mamando.
Permanecí sentado, como estaba, ella tuvo que ponerse a cuatro patas para seguir, dejando su culo rojo apuntando hacia la puerta.
Enseguida se oyeron los ruidos de la mamada, pero estaba pendiente de la puerta y de que volviese la criada. Cuando salía, tuve el tiempo justo de hacerle una señal para que se detuviese y luego que esperase.
Se quedó mirando nerviosa, cambiando las manos de lugar a cada momento. Dejé de prestarle atención para dirigirme a Marta y decirle:
-No quiero que uses las manos, y quiero que me mires a los ojos.
Junto a mí, en la ducha, había un cepillo de cerdas duras y mango largo, de los que se usan para la espalda. Lo tomé por el mango y le di un golpe en el culo, al tiempo que le decía:
-Joder, pon más interés. A este paso no vamos a terminar nunca.
Eso la estimuló para moverse más deprisa y aplicar la lengua cuando podía. Poco después volví a darle otro con una nueva arenga. Pero ya estaba en el camino sin retorno y le anuncié:
-Me voy a correr. Espero que no se te caiga ni una gota al suelo y lo tragues todo, o tendrás que recogerla con la lengua después de que te dé una buena paliza.
Entonces sujeté su cabeza para embutir mi polla en su garganta y solté toda mi corrida. No solamente no se le salió nada, sino que cuando la soltó, estaba totalmente limpia. Me puse de pié y le di una palmada en el culo, al tiempo que le decía:
-Vas a ser una buena puta.
Lanzó un gemido y se corrió, cayendo al suelo desmadejada. Hice una señal a la criada para que se marchase ya y me puse a lavarme la polla en el lavabo.
-¿Quieres que lo haga yo? Oí preguntar a Marta.
-Sí, hazlo.
Se levantó, enjabonó mi polla, la aclaró y procedió a secarla. Entre pasada y pasada de toalla, le daba besos y decía:
-Gracias, gracias. Me has hecho muy feliz, gracias.
-Vístete y vete a casa.
-¿Puedo volver el próximo sábado?
-No. Yo te diré cuando tienes que venir.
Con cara de felicidad, fue a vestirse al salón, mientras yo me afeitaba y marchaba a la habitación. Estaba terminando de vestirme, cuando llamó a la puerta. Le di paso y preguntó:
-¿Quieres algo más?
-No,… bueno… sí. Dame las bragas.
Dudó un momento, pero enseguida se dio prisa en quitárselas y dármelas, con la cara roja de vergüenza. Y no era para menos. Estaban tan húmedas que parecía que las habían puesto en remojo. Las llevé a mi nariz y pude oler su esencia de hembra en celo.
-Mmmmm. Veo que estás excitada.
-SSSi. –Dijo mientras se ponía más roja, si cabe
-Veo también que eres bastante puta. Desde ahora no quiero que lleves bragas nunca, y quiero que te depiles el coño totalmente. ¿Me has oído?
-Sssi. Haré lo que quieras. Pero no sé cómo hacerlo sin que me pregunte mi marido.
-Pues búscate la vida. Ahora lárgate y no vuelvas hasta que estés bien depilada y te llame.
No la acompañé a la puerta. Sentí cuando la cerró, a pesar de su cuidado. Terminé de vestirme y me puse a comer.
Después me senté a ver la televisión un rato, pero me quedé dormido en el magnífico sillón frente a ella, y no oí entrar a la doncella, pero me despertó el ruido al recoger platos cubiertos y vasos.
Cuando se marchaba, la llamé:
-Puede venir un momento.
-Sí, señor, dígame.
-En primer lugar, no se su nombre. ¿Puede decirme cómo se llama, para poder dirigirme a usted?
-Marga, señor
-Bien, Marga, como habrá podido ver, en esta casa ocurren cosas que no creo que esté acostumbrada a ver en otras.
-Bueno… Señor… En su casa cada uno hace lo…
-Bien, no se preocupe. Lo importante es que si le ofende, deberemos quedar en una señal para que sepa si estoy ocupado o libre y si no, puede usted pasar y hacer lo que quiera. Solo le pido discreción y que no comente nada con nadie…
-¿Y si la señora pregunta?
-No le estoy pidiendo que mienta. Si la señora pregunta, conteste a lo que pregunte, pero sin más comentarios añadidos. Y si son gente de fuera, ni conteste.
-Lo que usted diga, señor. ¿Desea algo más?
-No, gracias, eso es todo.
Se marchó y yo quedé con mis amigos y me fui también de casa.
No hubo grandes cosas que contar. Solamente que un día hubo un problema eléctrico y tuvimos que cerrar a la una de la madrugada.
Al volver a casa, mientras subía por las escaleras y estaba llegando a mí planta, como hago todos los días cada vez que entro o salgo, como ejercicio, oí que se abría la puerta y se oían voces de despedida.
Me quedé oculto por el último tramo mientras miraba qué ocurría y pude ver a Ana despidiendo a un hombre joven, que resultó ser uno de los camareros del local que ese día estaba de fiesta.
La despedida fue seca, él quería ser amable, pero ella no, él preguntó que cuando se verían y ella le respondió con un seco “ya te llamaré”, Le dijo un seco adiós y cerró la puerta. Segundos después, llegó el ascensor y se marchó.
Pasó el cuarto mes, el abogado me pagó el quinto y los días pasaron normales hasta que llegó el siguiente.
Era época de vacaciones. Hasta Ana se marchó, según me avisó el abogado, que también se iba. Todos tenían vivienda en la playa o en la montaña, y excepto el abogado que volvió al mes siguiente, las mujeres tardaron dos.
En vacaciones follaba menos. Se notaba la ausencia de gente. También había menos trabajo. Los días fueron pasando con normalidad, hasta que el último viernes del mes, aparecieron las cuatro amigas. A las que pregunté por sus vacaciones e invité como era habitual.
En un aparte, quedé con Marta para el siguiente sábado, que ya habría acabado todo.
Pocos días después habían transcurrido los seis meses, llegó el día uno y fuimos citados al notario.
Estábamos Ana, el abogado, una persona que había estado controlando el trabajo de Ana y yo.
-Bien. –Empezó el notario- Vamos a comprobar si se han cumplido las instrucciones previas a la lectura del testamento.
Preguntó si se había contraído matrimonio en este periodo, confirmándolo ella y presentando la documentación correspondiente el abogado. Pregunto su actuación en el trabajo, que fue valorada como buena y añadiendo que aprendía con rapidez.
Despidió al valorador y se centró en el testamento.
Una vez cumplidos los requisitos previos nos leyó los siguientes:
“Querida nieta. Si has llegado hasta aquí quiere decir que has cumplido las instrucciones previas, pero como sé que eres una rebelde y nada tonta, supongo que habrás inventando algo para salirte con la tuya.
Para evitarlo en lo posible, deberás cumplir tres condiciones más. Si te has casado por el procedimiento civil, deberás hacerlo también por la iglesia.
Además, en el plazo de dos años a partir de hoy, deberás ser madre de, al menos, una criatura, que no podrá ser adoptada y tendrá que ser obligatoriamente de tu marido, lo cual deberéis demostrar con pruebas genéticas.
Y en tercer lugar, no podrás interrumpir la convivencia con tu marido en todo este tiempo.
Cumplidos estos tres requisitos y cuando tu primogénito haya cumplido un año, podrás hacerte cargo de la herencia. Si por cualquier razón alguno de estos requisitos no se cumple, la herencia se repartirá entre tus primos segundos.
Quiero que sepas que lo hago por tu bien, para que sientes la cabeza.
Tu abuelo que te quiere bien.”
No voy a contar las palabras que soltó, acordándose de su abuelo. Yo la miraba curioso, hasta que vino a mi mente el problema al que nos podríamos enfrentar.
Cuando se calmaron nos fuimos al despacho del abogado, dos plantas más abajo. Allí tuvimos una reunión para hablar de las nuevas condiciones. Primero hicieron un aparte el abogado y Ana, y luego se reunieron conmigo. Habló el abogado.
-Bien Jomo, tu contrato está concluido y te estamos muy agradecidos. En este momento, podemos ofrecerte dos opciones. Dar por terminado todo, presentar los papeles del divorcio y volver a tu libertad anterior, o una ampliación del contrato con nuevas condiciones.
-¿Cuáles serían esas condiciones?
-Por tu parte, casarte por la iglesia con Ana. Hacer una donación de semen las veces que sea necesario para que ella quede embarazada y esperar hasta que el resultado del embarazo cumpla un año. Después podrás divorciarte, pero renunciarás a todos los derechos sobre el resultado de ese embarazo.
-Como contrapartida, seguirás disfrutando de la casa y tendrás el doble de sueldo y una prima de quinientos mil euros al terminar, manteniéndose el resto de las condiciones del contrato anterior en cuanto a vida independiente y ninguna obligación entre mi cliente y tú.
-Me parece muy bien, y hasta me serviría para afrontar mi futuro con la tranquilidad que da el dinero. Pero hay un problema: Mi bisabuelo era un guerrero Masái, y según me contaron, más negro que el interior de una mina de carbón sin luz. Según las leyes de Mendel, existe la posibilidad de que nuestro descendiente sea negro.
Todos nos quedamos callados. Al final habló Ana.
-Cualquier otro matrimonio blanco o con algún miembro algo moreno, que tenga un hijo negro, puede tener problemas para explicarlo, pero no olvidemos que en nuestro caso, habrá una comprobación genética que lo demuestre.
-Entonces, yo no tengo inconveniente.
El abogado preparó el nuevo contrato, que ambos firmamos, y quedé a la espera de que me avisasen para ir a la clínica para hacer la donación y que organizasen la boda eclesiástica. Todos nos fuimos a comer por cuenta de mi esposa, y de ahí, me fui a trabajar.
Me di cuenta de que tenía un problema. Era viernes, y el viernes anterior había quedado con Marta para este sábado, pero al prolongarse el contrato y las condiciones, me encontraba en una situación complicada.
Cuando las tres, sin Ana, vinieron a la sala, tuve que avisarles, tanto a ella como a Marisa, de las nuevas condiciones y que debíamos suspender las citas, hasta tanto encontrase una solución.
No me libré de follarme a Marisa en la oficina, dejando a Marta con cara de envidia, deseo y pena.
Cuando fue su hora de marchar, retuve a Marta mientras Marisa se iba con una sonrisa en los labios, la llevé a la oficina y la hice recostarse sobre la mesa. Llevaba unos pantalones negros, como de espuma, de cintura elástica, por lo que no me costó nada bajárselos.
Ante mi aparecieron unas bragas negras grandes.
Procedí a quitárselas, pudiendo observar que se había depilado el coño, por lo menos la raja.
-Marta, Marta. Veo que no me haces caso y me obligas a castigarte.
-Pero… voy depilada.
-Pero deberías ir con falda y sin bragas, y no solo las llevas sino que son tan grandes que podría hacerme un traje con ellas. Separa las piernas.
Me quité uno de los zapatos, y con él en la mano, le di un fuerte golpe en el culo. Se levantó a la vez que emitía un fuerte grito.
-No, no, no, no. Así no. Cuando yo te corrija, no debes gritar como una puta barata. Te limitarás a contar los golpes y a darme las gracias por corregirte. Los golpes no contados o no agradecidos, no cuentan y habrá que repetirlos. Y si te mueves, volveremos a empezar.
La coloqué de nuevo y volví a darle un fuerte golpe, esta vez en el otro lado.
-Humm. Uno, gracias por corregirme.
Un nuevo golpe con fuerza en el otro lado.
-Pfssss. Dos, gracias por corregirme.
Y así hasta 6 golpes. Cuando terminé recorrí su empapada raja con mi dedo, hasta llegar a su clítoris, todo endurecido ya, al que dediqué un poco de atención acariciándolo alrededor y frotándolo suavemente un instante, lo que le hizo soltar un gemido de placer
-Mmmmmmmm.
Subí mi mano para meter el dedo medio en su coño y buscar con la yema su punto de placer, moviéndolo en círculos y entrando y saliendo. Unos pocos minutos alternando entre su clítoris y los dedos en su coño, la hicieron estallar en un potente orgasmo.
-Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhh. Mmmmmmmmmmm Me corrroooo.
No dejé mis manipulaciones en su coño, pero ahora, chupe un dedo de mi mano libre y se lo fui metiendo en el culo sin dejar de tocar su clítoris. Terminé con el pulgar de una mano en su culo y el otro pulgar en su coño, frotando a la vez el clítoris con dos dedos, dejándolo resbalar entre ellos.
Unos minutos después, volvía a correrse como una auténtica cerda.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH SIIIIIIIII
Quedó un rato desmadejada sobre la mesa, después de retirar mis manos de su cuerpo. Cuando pareció recuperarse, la hice vestirse, sin las bragas, y la despaché de allí.
Cuando me levanté de la cama el sábado, encontré a Marga dejándome la comida en la cocina al entrar yo. La semana había sido dura. Había follado todos los días con distintas mujeres, en horario de trabajo y a la salida, además de haber hecho muchas gestiones por las mañanas, por lo que iba tan agotado como falto de sueño, así que le dije:
-Marga, hoy estoy de fiesta y no saldré. ¿Sería tan amable de traerme cualquier cosa para cenar?
-Por supuesto, a qué hora…
Acordamos todo y se marchó a la casa. Yo comí, me eché una siesta y salí a hacer unas compras, A la vuelta me puse con el ordenador mirando páginas de dominación y sumisión para recordar viejos tiempos.
Estaba viendo un vídeo, donde el amo educaba a su sumisa, mientras por los altavoces se escuchaba el ruido de los azotes y los gemidos de la esclava, cuando oí la puerta de comunicación de ambas casas.
Sin excesiva prisa, cerré el vídeo y lancé el apagado del ordenador. Al volverme, apareció en la puerta Ana con una bandeja llena de distintas clases de comidas.
-Hola Jomo. Marga me ha dicho que estabas de fiesta y que cenabas en casa. Me he permitido traer yo algo de comer y si te parece bien, cenamos juntos.
-Estaré encantado, Ana. Prefieres la cocina o aquí en el salón.
-Aquí mismo está bien.
Dejó la cena y preparó unas servilletas mientras yo iba a la cocina a por bebidas y vasos.
Mientras cenábamos, íbamos hablando:
-No lo habíamos hablado, pero me comentó Marga que habías preguntado por mí cuando me sentí indispuesta. Muchas gracias.
-Sí, me dijeron que no te encontrabas bien y pasé a preguntar, pero Marga me informó de que era una indisposición habitual y que te habías ido a trabajar.
-De todas formas, te agradezco el interés. También quiero agradecerte lo bien que te portaste con mi familia, a pesar de lo impertinentes que fueron.
-No fue para tanto. Lo pasé muy bien, a pesar de todo. Realmente estuvieron peor los maridos de tus amigas.
-Esperaba que no te hubieses dado cuenta. Tengo que hablar con ellas…
-No te preocupes. La vida va y viene y ya les llegará su hora.
Entonces no sabía cuánta razón tenían mis palabras.
-¿Y qué tal te va? El abogado me dijo que ya tenías la nacionalidad, que ya puedes conducir y que te has comprado un coche
-Sí, se nota dónde hay influencias. Me la han conseguido con mucha rapidez.
-¿Cuáles son tus planes? ¿Piensas seguir en la discoteca?
-No. Ya he empezado a enviar currículums a todos los laboratorios e incluso visitado algunos. Espero encontrar un buen puesto pronto. También estoy en contacto con una empresa de cosmética para distribuir sus productos. Como no necesito correr, voy asegurando pasos.
-Me parece estupendo. ¿Tienes ganas de que esto termine y divorciarte? Imagino que la prolongación de la situación te habrá trastocado mucho los planes
-No. Nuestro matrimonio no me afecta, al contario, me ayuda y como no tengo intención de casarme, tampoco tengo prisa.
-Y novia o pareja, ¿tienes?
-No. De momento no tengo interés tampoco.
-Pero siempre estás rodeado de mujeres, además, he oído que vas bien “armado”. A veces me preguntan si es cierto.
-¿Quién te ha preguntado eso? No hay muchas que puedan querer saberlo y las que lo saben, no creo que lo comenten.
-Fue Marisa, el mismo día de la boda. Bailando contigo se te notó el bulto. ¿No te dijo nada cuando te llevó a casa?
-Sí, pero estaba algo bebida. Y tú que tal. ¿Cómo te va en la empresa? Imagino que tú sí que tendrás interés en que esto acabe. –(Tuve que cambiar rápidamente de tema)
-No creas, a mí tampoco me molesta la situación. No me planteas problemas y tampoco tengo interés por buscar pareja, me preocupa más el engendrar un heredero. Eso no entraba en ninguno de mis planes futuros.
-¿Cuándo celebraremos la boda?
-Eso lo lleva el abogado. Por cierto, ¿de qué religión eres?
-De ninguna, no me han educado en ninguna creencia.
-Es probable que te tengas que bautizar. No todos los curas aceptan matrimonios, o tendré que solicitar un permiso para poder hacerlo.
-Me da igual, lo que resulte más sencillo.
Sonó mi teléfono con la llamada de un número desconocido. Al responder una voz bajita me dijo que era Marta.
-¿Marta? ¿Qué Marta? –No esperaba ninguna llamada de nadie, porque eran muy pocos los que tenían mi teléfono. Una de ellos era Marisa.
Le pregunté qué deseaba y me dijo que solamente era para darme las gracias por el placer que le había dado y lo bien que la había comprendido. Me preguntó si quería algo, que si quería que viniese al día siguiente, yo le dije que no. Que sería yo quien la citase, y que ya sabía que las condiciones eran que la quería bien depilada, con falda y sin bragas y que si no era así, que ni se molestara en venir. Ella me informó de que su marido iba a estar fuera el lunes, de viaje, pero que saldría el domingo por la tarde y que podríamos quedar.
-No. –Le dije. –El domingo noche trabajo y ya te he dicho que seré yo quien te cite.
Tras esto, corté la llamada.
-Veo que estás muy solicitado. –Me dijo Ana.- ¿Tienes relación con mis amigas?
-Sí. –Contesté sin dar más explicaciones.
-¿Te acuestas con ellas?
-Con alguna.
-La que te ha llamado era Marta. –Me pareció notar algo de celos en sus palabras.
-Si
-¿Te estás acostando con ella?
-No. Todavía no. Pero eso es cosa mía. El acuerdo solamente nos obliga a que nuestras aventuras no trasciendan. ¿Te has acostado tú con alguien en este tiempo?
-¡Yo no! -Exclamó ofendida.
-Sólo te devolvía la pregunta. No te estoy fiscalizando. Sabes que puedes irte con quien quieras. Quiero hacerte notar que también me molestan ese tipo de preguntas, sobre todo cuando afectan a otras personas.
-Se ha hecho muy tarde. Recojo esto y me voy.
Le ayudé y recogimos todo en silencio. Le llevé la bandeja hasta la puerta de separación y cuando se la fui a entregar, le pregunté mientras acercaba mí cara:
-¿Un casto beso de despedida entre marido y mujer?
Dudó un momento, y al tiempo que tomaba la bandeja, depositó un beso en la comisura de mis labios. Sin decir nada, pasó a su parte de la casa. Yo cerré la puerta y me fui a ver la televisión.
La conversación, y sobre todo la escena final, me había puesto caliente, por lo que llamé a una de las muy putas de la discoteca, a la que solía follarme a menudo, que no tardó más de 20 minutos en llegar a mi casa.
Nada más llegar, nos fuimos a la cama, desnudándonos por separado. Cuando se quitó el vestido, vi que no llevaba bragas.
-¿No llevabas bragas o te las has quitado por el camino?
-Cuando me has llamado me estaba comiendo el coño un gilipollas pichacorta en el baño de la discoteca. Lo he dejado con la lengua fuera, me he bajado el vestido, he cogido el bolso y he venido lo más rápido que he podido. Me las he dejado en el baño de la discoteca.
No perdimos el tiempo. Venía ya excitada y mojada y yo estaba con la polla dura. Nos tiramos sobre la cama y se la clavé de golpe
-Jodeer. Qué bruto eres. Con semejante pollón deberías tener más cuidado.
-Pero si lo tienes encharcado.
-Déjate de mierdas y fóllame, que llevo tiempo sin probarla.
Me movía despacio, pero ella me apremiaba, así que empecé a machacarle el coño con ganas, se corría casi uniendo un orgasmo con otro. Era (y es) una de esas mujeres multiorgásmicas que se excita con facilidad, se corre rápidamente y sigue lista para continuar.
Eso sí, los gritos que anunciaban su corrida tenían que oírse en toda la ciudad.
Ya cerca de mi final, la hice darse la vuelta y ponerse a cuatro patas. Con la polla bien mojada en su coño, la metí directamente en su ano, avanzando despacio pero sin parar, como había hecho muchas veces antes.
Ahora sus gemidos quedaban apagados por la almohada. Yo me lancé a follárselo con dureza, arrancándole un par de orgasmos más antes de correrme.
Tras un rato de relajo y una ducha, se vistió y marchó rápidamente para ver si llegaba a tiempo de encontrar sus bragas antes de que cerraran la sala.
La acompañé a la puerta para despedirla, y de regreso observé que la luz del salón estaba encendida, y la puerta entornada. Creía que la había dejado apagada, pero cuando entré, vi que Ana dormía en el sillón. Estaba con una bata y un pijama debajo.
Fui a la habitación, cambié las sábanas y volví al salón, la tomé en brazos sin que ella se despertase, lo que me extrañó un poco, la llevé a mi cama, retiré su bata, la acosté y yo lo hice junto a ella.
No pude dejar de observar la mancha de humedad en el pijama y otra más pequeña en la bata.
Cuando vivía en el otro piso, hacíamos apuestas para ver quién roncaba más fuerte y para comprobarlo, nos grabábamos por la noche. De esas grabaciones conseguí imitar muy bien mi sueño.
Me dio la impresión de que no estaba dormida, que solo estaba fingiendo, así que yo simulé dormir, notando al poco rato, un ligero movimiento de la cama muy regular y rítmico. Paralelamente, su respiración se fue acelerando, hasta que todo terminó con un gran suspiro.
Dormir fuera de mis horarios habituales me genera un sueño poco profundo, por eso me desperté de madrugada sintiendo nuevamente el movimiento de la cama.
Cuando me levanté por la mañana, fui directamente a la ducha, desnudo como estaba. Al salir, oí ruido en la cocina y fui a ver cubierto por la toalla, encontrando a Marga colocando el desayuno.
-Buenos días Marga. ¿Le importaría traer el desayuno de Ana? Ha pasado la noche aquí.
Con una sonrisa medio de complicidad medio vergüenza, asintió.
-Sí, señor, ahora mismo.
Volví a mi habitación a vestirme, con cuidado de no despertar a Ana, pero las 12 de medio día era muy tarde para alguien que se levanta normalmente a las 7.
Cuando me di la vuelta me estaba mirando.
-Buenos días, Ana. ¿Has dormido bien?
-Sí, muchas gracias. Y gracias también por traerme a la cama y no dejar que hoy me despertase con dolores por dormir en el sofá.
-No hay de qué. Si quieres, puedes ir a la ducha y luego desayunar conmigo en la cocina o desayunar conmigo en la cocina y luego te vas a tu casa a ducharte.
-Mejor voy a mi casa, me ducho y me cambio y luego vengo a desayunar contigo.
Fue lo mejor, porque olía a hembra desde lejos, y no sé si me hubiese aguantado.
Durante el desayuno me explicó que había vuelto para excusarse por su brusca despedida, y que me había encontrado “ocupado”, pero que como parecía que terminaba, se quedó a esperarme y por lo visto, se había dormido.
No le di importancia, desayunamos y nos separamos.
En los siguientes días, hablé con Marisa y Marta, explicándoles que había hablado con Ana y, sin haber contado prácticamente nada, la sentía celosa, y por el bien de nuestro contrato, les anuncié que no tendríamos contactos fuera de la discoteca hasta que encontrase una solución. No les expliqué que me había pillado follando y no quería que lo hiciese siendo ellas las folladas.
El sábado, aunque no tenía fiesta, pasó Ana con mi comida nada más. Venía con intención de hablar.
-Jomo, estaba pensando si no sería mejor la inseminación natural. Dicen que es más fácil el embarazo, y no resulta tan traumático y frío.
-Pero la inseminación artificial tiene la ventaja de que puedes seleccionar los genes y conseguir que la criatura sea blanca sí o sí.
-¿No quieres acostarte conmigo?
-No es eso. Te recuerdo nuestro contrato. Podrías llegar a denunciarme y perdería todo. Supongo que bastaría añadir una nueva cláusula que nos lo permita.
-¿Me crees capaz de denunciarte?
-Tú no lo sé, pero tu abogado es capaz hasta de inventar pruebas. No nos conocemos lo suficiente para imaginar lo que puede o no puede hacer el otro.
-Con mis amigas no te importa.
-Creo que estás tomando un camino equivocado. No me acuesto con tus amigas.
-Pero me dijiste que sí.
-Te dije que sí, pero ahora te digo que no.
-¿Qué vas a hacer a partir de ahora?
-Tengo que reorganizar mi vida. Este mes tengo concertadas varias citas para mejores trabajos y más acordes con mis conocimientos. Veremos lo que surge y hablaremos. Puede ser que me tenga que marchar a otra ciudad. Pero mantendré nuestro compromiso
-¡Pero no te puedes ir! Tenemos que vivir juntos hasta que nuestro hijo o hija cumpla un año de edad.
-Perdona, es verdad. Creo que me precipité al aceptar el contrato. Cancelaré todas las citas.
-¿Te arrepientes?
-En estos momentos no lo sé. No sé si será para bien o para mal. El tiempo lo dirá.
La invité a compartir mi comida, con el fin de cortar la conversación, y como esperaba, no acepto, marchando inmediatamente.
Esa misma tarde, al ir a trabajar, me fijé en que alquilaban un piso encima de la sala a muy buen precio, como consecuencia de los ruidos que inevitablemente producía. El lunes por la tarde lo visité y alquilé. Constaba de cuatro habitaciones. Dos vacías, una con una cama de matrimonio grande, mesita de noche y un armario y un salón con dos sillones, una mesa de centro, otra mesa alta con cuatro sillas y una tele vieja sobre un mueble aparte, además de baño, aseo y cocina.
Encargué la limpieza a una de las mujeres que hacían la de la sala y quedó todo listo para atender a las amigas.
El siguiente fin de semana festivo para mí, le informé a Marga que no iba a salir, para que me trajese cena, y dediqué el día a preparar papeles y rechazar las últimas ofertas informando la imposibilidad temporal de salir de la ciudad por causas familiares durante largos periodos y eliminar las desestimaciones de los laboratorios que habían respondido negativamente a mis currículums, así como también preparar mi trabajo alternativo como distribuidor de productos de belleza.
-¿No sales hoy?
Miré hacia la puerta, donde se encontraba Ana con Marga tras ella, y le dije:
-No. Me apetece más ver la película que echan por televisión y que no pude ver en el cine.
-¿Quieres que la veamos juntos mientras cenamos?
-Por mi encantado.
Le dijo a la sirvienta que trajese la cena para los dos y se fueron ambas. Mientras recogí todo y prepare mantel, vasos y bebidas.
Yo había dispuesto la mesa contando con ella en el sillón y yo en el sofá. Cuando volvieron ambas y trajeron la cena, Ana movió sus cubiertos y se puso a mi lado sin decir nada.
Venía ya en pijama y bata, yo llevaba una camiseta y un pantalón amplio. Mientras cenábamos, íbamos comentando las escenas de la película y le aclaraba cosas que no entendía, todo ello intercalado con anécdotas del trabajo.
Acabó la película y ninguno hicimos mención de levantarnos. Yo, como anfitrión, no debía, y ella… no lo sé.
Seguidamente comenzó un programa donde intervenían comentaristas políticos, tan interesante que a los pocos minutos, Ana se recostó sobre mí y poco después estaba dormida.
Esperé un poco más e hice la misma acción de la vez anterior. La llevé a mi cama, le quité la bata, la cubrí con la ropa y me aguanté la risa. Luego apagué luces, me desnudé y me metí en la cama también.
Esta vez me puse de costado hacia ella y pasé mi mano por su cintura. Minutos después, ella se giró de espaldas y quedó pegada a mí.
No lo puede evitar, su perfume que llenaba mi nariz, mi mano abrazando su cintura y su culo rozando mi polla a través de la fina tela del pijama, hicieron su efecto y empecé a excitarme.
Mi polla empezó a crecer y terminó presionado su culo con toda su dureza. Estaba seguro de que ella no dormía, pero no hacía movimientos para no delatarse.
Yo me giré hacia el otro lado, separándome de ella y haciendo un gran esfuerzo para dormirme.
Otra vez me desperté de madrugada. Me encontraba boca arriba. Esta vez ella se había girado hacia mí y su mano reposaba sobre mi vientre. Yo me hice el dormido nuevamente y la dejé hacer. Con un par de movimientos, alcanzó mi polla, que reposaba semi-erecta sobre el mismo vientre pero desviada a un lado, recorriéndola con su mano y consiguiendo que alcanzase su máximo esplendor.
Nuevamente me puse de costado, intentando parecer que lo hacía dormido, para quedar fuera de su alcance.
A la mañana siguiente, cuando me desperté empalmado como era lógico, me levanté intentando no despertarla, e iba a salir cuando la oí darme los buenos días. Me giré para deseárselos a ella también, mostrando, sin pudor, mi polla en erección.
-Buenos días Ana. Iba a ducharme. ¿Prefieres ir tú primero, hacerlo después o pasar a tu casa?
-No sé. –Dudó ruborizada. –Mejor paso a mi casa y pido a Marga que nos traiga el desayuno.
Más tarde, ya duchados y vestidos, estábamos desayunando cuando me lanzó la pregunta del terror:
-¿Te puedo hacer una pregunta?
-Por supuesto, dime.
-Jomo, ¿a ti te gusto?
“Jodeeer, y ahora que le digo”.
-Bueno, es algo que no me he planteado. Nuestro contrato me obliga a permanecer impasible. ¿Por qué me lo preguntas?
-Me da la impresión de que me ignoras y esquivas.
-Te recuerdo que ni siquiera este desayuno está incluido en nuestro acuerdo. Si te parece, podemos retomar la conversación cuando haya vencido.
Con eso di por zanjados los comentarios, aunque sé que ella quería seguir.
Me invitó a visitar una exposición, pero decliné la invitación aludiendo que tenía que trabajar. No me interesaba seguir con el tema.
Cuando nos separamos, hice una llamada a Marta para citarla en el piso a las seis de la tarde para estar hasta las ocho, hora en la que ese día entraba a trabajar, coincidiendo que su marido acababa de salir de viaje nuevamente para estar el lunes a primera hora en su destino.
Cuando llegué, ya me esperaba en la puerta. Lo primero que hice fue entregarle una llave del portal para que me pudiese esperarme dentro.
Durante el tiempo transcurrido desde que alquilé el piso, había ido reuniendo objetos que pensaba iba a necesitar con ella.
Fuimos directamente a la habitación, donde la hice desnudar. Nerviosa, fue quitándose el vestido que llevaba y el sujetador. Me había obedecido en todo. Su coño depilado relucía por su excitación.
Mientras terminaba de desnudarme yo, y solamente para ponerla nerviosa, la hice acostar, separar las piernas y doblar las rodillas, anunciándole que le iba a realizar una inspección y a castigarla si encontraba un solo pelo.
Una de las cosas que tenía preparadas eran almohadas gruesas, de esponja dura, con corte en forma de cuña. Coloqué una bajo su culo para levantarlo bien. Me coloqué entre sus piernas y fui pasando la lengua por su monte de venus, encontrándolo suave, a pesar de que se lo había afeitado en lugar de depilación a la cera o laser.
Conforme iba bajando hacia su raja, iba subiendo más su cuerpo.
En uno de los lados, cerca de su raja, había una zona un poco más rasposa.
-Esto no está bien depilado. Voy a tener que castigarte otra vez y seguiremos así hasta que hagas las cosas bien.
-Lo que tú digas.
Proseguí mí recorrido con la lengua, esta vez pasando por las ingles, de un lado a otro, cruzando por encima de su raja, lo que hacía que se excitase más.
-Aquí tampoco está bien depilado. Tendrás un segundo castigo.
-Mmmmmm. Sí, lo que tú digas.
Yo estaba que no podía más y ella era una fuente de flujos. Terminé de recorrer el camino hasta su ano y, aunque encontré más, no comente nada y la hice ponerse a cuatro patas para que no supiese lo que iba a hacer, si castigarla, metérsela por el culo o por el coño.
Una vez bien colocada, le metí la mitad de la polla por el coño, de un solo golpe.
-Oooooooh. Dios mío, qué me has metido. Me vas a romper.
-Solo te he metido la mitad de la polla y ahora te voy a meter el resto.
-Por favor, es muy grande, despaci…Oooooooh me estás partiendo en doooos. Despacio por favor.
-Ya ha hecho tope. Todavía queda un cuarto por meter, pero te habrá entrado antes de irnos.
Empecé a moverme a mi ritmo, sin preocuparme de ella, la sacaba completamente y la clavaba hasta el fondo, sin hacer caso de los gemidos de dolor de ella. Pronto se adaptó a mi tamaño y eso se notó al instante. Los gemidos de dolor se cambiaron por placer, sobre todo cuando mis huevos pegaban con su clítoris
Conforme veía que se excitaba más, fui disminuyendo a profundidad de mis clavadas y por tanto la estimulación del clítoris. No obstante, el roce intenso de su estrecho coño seguía excitándola, pero no más que a mí.
Estuve aguantando hasta que me pareció que se iba a correr, entonces le solté toda mi corrida bien adentro. No hice ningún movimiento hasta que perdió dureza. Entonces la saqué y le di una fuerte palmada en cada cachete.
Impedí que se moviera y me fui al armario donde guardaba las cosas, tomé un vibrador simulando una polla gorda, larga y venosa, muy similar a la mía, volví tras ella y se lo clavé en el coño. Otro más delgado, algo más grueso que un dedo, se lo metí en el culo y puse ambos a funcionar despacio.
Movía su pelvis atrás y adelante, como si estuviese follando a alguien. Yo tomé del armario una paleta y le di un golpe en medio de su culo.
Detuvo sus movimientos y se le escapó un leve sonido, que contuvo a tiempo. Tres golpes más, separados en el tiempo, siguieron al primero.
Me pareció que no era dolor lo que sentía, sino placer. Al contraer sus músculos, las sensaciones de los vibradores se acentuaban. No lo sabría decir, pero juraría que se corrió por lo menos una vez.
Volví a mi armario para recoger unas tiras de velcro que formaban una especie de tanga ajustable, para ponérselo y evitar que se le saliesen los vibradores.
Me metí delante de ella, poniendo mi polla ante su boca y lo entendió a la primera, poniéndose a hacer una mamada, en la que, al estar a cuatro patas y elevada, no podía hacer uso de las manos.
Cuando me di cuenta, faltaba poco tiempo para entrar a trabajar, por lo que le hice dejar la mamada, aceleré mi orgasmo, por otra parte cercano ya, con mi mano y le solté todo sobre su cara.
Fueron tres golpes, uno directo al pelo, otro en su ojo derecho y el tercero sobre sus labios.
Tuve el tiempo justo para salir corriendo, ducha rápida, vestirme y darme cuenta cuando iba a salir que Marta estaba todavía en la cama con los vibradores, emitiendo un gemido constante y babeando.
Le dije que se quitase todo, lo limpiase bien y se fuese a su casa. Si quería podía ducharse antes de irse. Era justo la hora cuando entraba en el local.
“El suero ya lo cambié yo… vos encargate de las sábanas”
Durante todo el día siguiente no hay rastros de ella, ningún indicio de que se haya acercado hasta la clínica… Tampoco lo hay del doctor, por cierto… ¿Habrán decidido, ambos, tomarse el día libre? ¿Faltar a sus obligaciones laborales? O tal vez sea sábado o domingo, no sé… El hecho es que aparece recién a la noche: habla algunas palabras con la enfermera que está, en ese momento, haciendo el servicio de habitación y me parece detectar en su tono que está alegre, motivada, que viene de pasarla bomba… Apenas la enfermera se marcha, Liz casi no deja que entorne la puerta de la habitación que ya lo está llamando a Javier…
Acababa de conseguir que mi novio se acostara con mi madre y ahora quería que desvirgara a mi hermana. ¿Cómo había llegado a algo así?
Hola, me llamo María y tengo cuarenta y tantos, un marido fantástico y dos hijos maravillosos, pero cuando ocurrió lo que estoy contando tenía 17, acababa de perder la virginidad con mi novio, actualmente mi marido, que a su vez, la acababa de perder con mi madre. Ya solo faltaba que se acostase con Rita, mi hermana pequeña, dos años menor que yo, para cerrar el círculo. Creo que esto no suele ocurrir en la mayoría de las familias. Probablemente tampoco hubiera ocurrido en la mía si no se hubieran dado una serie de circunstancias. La primera es que nuestro padre nos abandono, largándose con su secretaria. Mi madre entró en una depresión que me hizo temer por el futuro de nuestra familia. La otra es que yo en aquella época llevaba un rollito muy hippie, muy liberado. Además me gustaba mucho el sexo. A penas podía pensar en otra cosa. A mis 17 no era una supermodelo que fuera por ahí rompiendo corazones, pero era graciosa y gustaba bastante a los chicos. No era muy alta ni muy llamativa, pero me consideraba mona de cara, con el pelo castaño algo rizado, y delgadita. Mi hermana y yo nos parecíamos, pero ella estaba menos desarrollada y llevaba el pelo corto con tonos rojizos.
Había notado que a mi novio le excitaba mi madre. Es normal, era, aun es, una mujer de bandera, a Julio, como se llama mi marido, se le iban los ojos con sus escotes. Yo, en mi juventud y bendita ingenuidad, andaba dando vueltas a como se podían conciliar las ideas románticas de amor tradicional, para toda la vida y demás, con las nuevas ideas del feminismo y el amor libre, que en esos años posteriores a la dictadura hacían furor. Quería a mi novio y quería estar con él. Era un cielo: atento, respetuoso y nunca me negaba nada. Además era guapo. Alto, moreno… era más intelectual que deportista, pero a mí tampoco me gustaban los hombres demasiado atléticos, así que no me importaba. Que le mirase las tetas a mi madre no me ponía celosa, más bien me hacía gracia. Yo también les miraba el paquete a otros hombres. A su vez quería tener una vida sexual plena, experimentar cosas, no ser como mi madre, dependiente de un hombre que la había traicionado. Julio y yo aún no habíamos perdido la virginidad. Se la había chupado y él me había comido el coño a mí, pero dar el siguiente paso nos ponía nerviosos. Entonces se me ocurrió: Julio debía acostarse con mi madre. Ella saldría de la depresión y Julio adquiriría las necesarias destrezas para ser un buen amante y estrenarme a mí como es debido. Sin saberlo había inventado la pareja liberal, que obviamente ya estaba inventada, pero que era un concepto revolucionario para mí. Podía tener las dos cosas, estar siempre con mi novio y tener sexo con otras personas, porque si él podía hacerlo con mi madre, yo podría hacerlo en el futuro con quien me placiese. No es que tuviera el deseo concreto de hacerlo con nadie en particular, simplemente no me quería cerrar puertas. Era una idea genial. Solo faltaba que se lo pareciese a él. Que mi madre le gustaba estaba claro, solo faltaba que tuviese el valor de admitirlo… de admitirlo y de intentar seducirla. No sabía si mi madre estaría interesada en montárselo con él, pero seguro que ver a otro hombre interesado en ella, especialmente si era más joven, le haría bien. La secretaria con la que se había fugado mi padre era, obviamente, más joven que mi madre, y esto la carcomía, haciéndole sentir vieja. Que se diera cuenta que podía volver loco a un crio la animaría seguro. Primero tenía que convencerle a él de que lo intentase. Ya veríamos como liaba a mi madre luego. Escogí para planteárselo el momento que me pareció mejor, mientras nos estábamos enrollando. Estábamos en mi habitación. Mi madre no estaba, pero Rita sí, y nos espiaba desde la puerta. No era la primera vez que lo hacía, supongo que tenía curiosidad y que la pobre se aburría. Normalmente fingía que no me daba cuenta y la dejaba mirar. De hecho me excitaba que lo hiciera. Después de un par de morreos, cuando ya sentía la polla de mi novio dura dentro del pantalón se lo plantee.
-Creo que deberías acostarte con mi madre.
-¿Qué?
Me dijo que estaba loca y había momentos en que estaba de acuerdo, pero veía que estaba perdiendo a mi madre y con ella mi familia y no estaba dispuesta a consentirlo. A grandes males, grandes remedios. Si mi padre no sabía apreciarla otros hombres lo harían, aunque para ello el primero tuviera que ser mi propio novio. Le llamé reprimido, traje a colación una anécdota de un día que le había puesto crema a mi madre en la playa y había terminado empalmado, en fin, argumenté mi locura lo mejor que pude. No esperaba convencerlo a la primera, se trataba de meter esa idea en su cabecita y dejar que el morbo fuera haciendo su trabajo. Cuando consideré el trabajo hecho seguimos besándonos. Bajé mi boca hasta su entrepierna con la intención de comerle la polla cuando se me ocurrió otra extravagancia. Mi hermana seguía allí mirando, no necesitaba verla para estar segura de ello. Estaría con las braguitas húmedas, tal vez masturbándose, pensando en la verga de mi novio. Lejos de encelarme eso me ponía cachondísima. Y además podía usarlo en mi favor. Olvidándome de Julio di un salto y me dirigí a la puerta. Rita no lo esperaba y la sorprendí con las manos en las bragas. La obligué a entrar en la habitación ante el pasmo de mi novio que continuaba con el miembro al aire. La pobre Rita estaba atoradísima, apenas podía balbucear una disculpa.
-Tranquila, es normal que tengas curiosidad- le dije yo- Ven, mírala más de cerca. A Julio no le importa.- Al pobre no le había pedido su opinión, pero a juzgar por lo empalmada que estaba su polla, no creo que le importara. Murmuró alguna protesta, pero lo ignoramos. – ¿quieres tocarla?- mi hermana alargó la manita y palpó su miembro. Estaba excitadísima. Puse mi mano sobre la suya y la moví para que le hiciera una paja. Bajé la cabeza y continué con la mamada. Después de un par de chupetones invité a Rita a hacer lo mismo. Era su primera mamada. Mi objetivo era desinhibir a Julio. Si mi hermana podía chupársela, podía tirarse a mi madre. Además a mi hermanita le vendría bien un poco de acción, después de tanto mirarnos. Acerqué mi boca al oído de nuestro semental y le pregunté si le gustaba lo que estaba ocurriendo. Susurró un reproche poco creíble y sonreí para mis adentros. Julio sería como una marioneta en mis manos. Terminamos en un 69 mientras Rita le chupaba los huevos. No tardó mucho en correrse, pero como el caballero que era me siguió lamiendo hasta que me corrí. También masturbó a mi hermana. En el momento del orgasmo las dos terminamos besándonos. Fue un poco raro, pero me gustó.
Esa noche me deslicé a la habitación de mi hermana para hablar con ella, no quería que lo que había pasado le provocara un trauma o algo así:
-Hola Rita. Quería hablar contigo de lo que ha pasado antes.
-No quería espiaros, de verdad, es que oí un ruido y… – estaba guapísima con rubor en sus mejillas y gesto de culpabilidad.
-Tranquila cariño, tienes curiosidad, es normal. No debí sorprenderte de ese modo y menos ponerte en una situación tan incómoda. Lo siento, me dejé llevar.
-Bueno, no fue tan incómoda- confesó ella con una sonrisilla- Julio tiene una buena polla.
-Ja ja, menuda zorrita, ¿ahora te gusta la polla de mi novio?
-¡Eh! ¡Que fuiste tú quien me obligó a chupársela!
-¿Obligar? Si lo estabas deseando…
Reímos las dos y le hice cosquillas. Todo parecía estar bien. Se la veía preciosa, orgullo de hermana aparte, en la penumbra, con su pijama de unicornios.
-Y lo del morreo entre nosotras. ¿Te gusto? No quiero que las cosas se pongan raras entre nosotras.
-Bueno, fue un poco extraño, pero me puso calentísima. No pasa nada, solo jugueteamos un poco.
-Me alegro que lo veas así- le dije y la besé en la mejilla- Estoy cachonda de acordarme. ¿Nos masturbamos?
-Vale. La película está debajo de la cama.
Se refería a una película porno que se había dejado nuestro padre antes de irse. La habíamos visto una docena de veces y aun nos calentaba. Desde la segunda vez que la pusimos que nos masturbábamos con una de las escenas que nos gustaba especialmente. Era un típico trío de dos chicas con un chico. La peli, un vieja cinta vhs, estaba ya pausada en esa escena que apareció en pantalla al darle al play. Las dos chicas se la chupaban a dúo al maromo, como habíamos hecho nosotras con Julio unas horas antes. Esta coincidencia me excitó y empecé a acariciarme la entrepierna. De reojo vi que mi hermana hacia lo mismo. Ellas estaban delgaditas y tenían unos pechos enormes, posiblemente artificiales. El chico tenía un pene desproporcionadamente grande, de unos 25 centímetros. Uf, que polla, comenté. Sí, y mira que tetas tienen ellas, dijo mi hermana. ¿Te fijas más en las tetas de ellas que en la polla de él?, pregunté yo. En las dos cosas. ¿Por qué? ¿Es algo malo?, dijo ella inocentemente. No, claro que no, la tranquilicé yo. No pasa nada. Seguimos masturbándonos, cada vez más cachondas. Estábamos en su cama, como la ropa nos molestaba nos la fuimos quitando. En un momento dado noté su manita en mis tetas, como ayudándome. Yo hice lo mismo por ella. En la pantalla el chico se follaba a la rubia mientras le comía el coño a la morena. Ellas se besaban. En el momento del orgasmo giré la cabeza hasta que mis labios se encontraron con los de mi hermana. Nos morreamos como lo habíamos hecho con mi novio. Me dije que era cosa del calentón, que simplemente nos ayudábamos a corrernos, como buenas hermanas que se hacen un favor. No concebía que a aquello se le pudiera llamar incesto.
Unos días después vi una ocasión perfecta para desarrollar mi plan. Estábamos todos viendo una película en mi casa, o sea, mi madre, mi hermana, Julio y yo. Mi novio estaba entre mi madre y yo. Aunque era verano hacia airecillo y nos tapábamos con una sabana en el regazo. Aprovechando que esto me daba intimidad comencé a tocarle el paquete coincidiendo con una escena de sexo que me había calentado. Entonces se me ocurrió. Mi madre no montaría un escándalo con nosotras delante y menos en su estado. Era un momento ideal para que Julio le metiera mano. Se lo susurré al oído, pero el muy cobarde no me hizo caso. Dispuesta a obligarlo, le cogí la mano y se la coloqué a mi madre en la pierna. El pobre se puso rojo como un tomate, pero no la retiró. Mi madre también estaba azorada, pero tampoco se movía. Allí estaban como dos pasmarotes con la mano de mi novio inmóvil en la pierna de mi madre. En la pantalla un hombre casado le hacía el amor a una putilla. A mi hermana eso le recordó lo que nos había hecho nuestro padre y murmuró algo contra los hombres. Vi en ello una oportunidad e intervine con un comentario a favor de la libertad sexual y la desinhibición. Mi madre, como yo esperaba, se sorprendió y me preguntó directamente defendía la infidelidad de mi padre. Era la ocasión que esperaba. Muy tranquila contesté que no, pero que si él se tiraba a su secretaria, ella también podía tirarse a un jovencito… por ejemplo Julio. De este modo le estaba dejando claro que no me pondría celosa si eso ocurría. A ella le hizo gracia la ocurrencia “fíjate, esta juventud” y esas cosas. Se notaba que se estaba relajando, hasta le dio un beso a Julio en la mejilla. Este se animó y comenzó a mover la mano. Yo se la seguía meneando, cada vez la tenía más dura. Le dije al oído que le metiera la mano en las bragas. Esta vez me hizo caso. Mi madre debía estar calentísima. En un momento dado se levantó, tirando la sabanita por el suelo y dejando el miembro de mi novio al aire y se fue, supongo que a masturbarse sola. Ni siquiera se dio cuenta de que le estaba haciendo una paja a Julio. Rita sí que lo vio y se acercó melosa. Volví a colocar la sabana, metí la cabeza dentro y se la chupé mientras mi hermana y él se besaban. Cuando se corrió en mi boca saber que tendría en la suya la saliva de mi hermana me excitó aun más.
Después de aquel avance me propuse espiar a mi madre masturbándose. Era obvio que eso era lo que había ido a hacer cuando se levantó del sofá. Podía ser interesante para mis fines, tal vez me diera información útil y, en todo caso me daba morbo verla así. Mi hermana estuvo de acuerdo conmigo y me ayudó a vigilarla. Un día que estaba comentando con Julio la jugada de la metida de mano, asegurándole que aquello demostraba que a mi madre le ponía cachonda y que podía tirársela, mientras el ponía escusas, vino Rita excitadísima. Mi novio había venido a comer a mi casa y estábamos pasando la sobremesa en mi cuarto. Lo está haciendo, afirmó. ¿Ahora?, me pregunté, ¿sabiendo que estamos todos en casa, en pleno día? Cogí a mi chico de la mano y seguimos a mi hermana. En efecto mi madre estaba tocándose. Había estado mirando a Julio de un modo un poco raro durante toda la comida. Nos quedamos mirándola por una rendija divertidos. Noté mis bragas húmedas y me puse a tontear con él. Para deleite de Rita que nos miraba de reojo le saque la verga y me puse a meneársela. Mi madre se tensó, aceleró los movimientos y se corrió gritando: ¡Julio! Aceleré yo también y el aludido se corrió en mi mano en silencio. Sin poder aguantar la risa corrimos a mi habitación. Ahora no negaras que esta desando que te la folles, le dije, hasta se masturba pensando en ti. Mi novio no sabía que decir.
El siguiente paso de mi plan me lo sugirió Rita, que ya era mi cómplice sin reparos. ¿Y si los dejamos solos, me dijo, en una playa nudista? Convencer a mi madre de que fuéramos a una con Julio el fin de semana siguiente no sería muy difícil: desde el divorcio estaba apática y hacía lo que queríamos sin oponer mucha resistencia. Ciertamente sería una situación excitante, los dos desnudos entre la arena y el agua. Me pareció una gran idea y nos pusimos manos a la obra. Mama refunfuñó un poco pero accedió. Creo que la posibilidad de verle la minga a mi novio la ponía cachonda. En cuanto a él… como de costumbre se encogió de hombros. Una vez llegamos y nos desnudamos Rita y yo fingimos habernos dejado la crema protectora en el coche y desaparecimos. Les dejamos un rato y, cuando volvimos los vimos bañándose en el mar. Parecían muy juntitos, me resultó sospechoso. El resto del día ni siquiera se miraron. Cuando me quedé a solas con Julio, unos días después, y le interrogué, la sorpresa: se habían enrollado en el agua. Me lo dijo titubeando, como avergonzado. Concretamente se habían masturbado el uno al otro. Le pedí que me diera los detalles y los imitamos, como en una reconstrucción de los hechos. Como habían estado primero jugando en el agua para aliviar tensiones, como habían hablado de nosotras y de lo que pasó el día de la metida de mano, como ella había rozado la polla erecta de él, así como por casualidad, como había empezado a meneársela mientras él terminaba lo que no había podido en el sofá, metiéndole los dedos en el coño. Estuvimos reproduciéndolo todo hasta corrernos en nuestras manos como habían hecho ellos en el mar. Siempre me había preguntado si a la hora de la verdad me sentiría celosa, si Julio y mi madre, finalmente, hacían algo. Era raro, en parte lo estaba y en parte no. Me parecía que habíamos cruzado una frontera peligrosa, pero, por otra parte, era lo que yo quería, y me excitaba muchísimo solo de pensarlo.
Después de ese paso adelante vino uno hacia atrás. Mi madre debía estar nerviosa o avergonzada o sentirse culpable porque dejó de hablarle a Julio y casi también a mí. No dijo nada al respecto, no se oponía a que mi novio viniera a casa ni nada parecido, simplemente lo evitaba, no le dirigía la palabra y si lo hacía él, respondía con monosílabos. Tampoco conmigo se mostraba especialmente dicharachera. No sabía qué hacer. Ya le había insinuado que no me importaría que se acostase con mi novio, pero o no había pillado la indirecta o no se la había tomado en serio. Suponía que insistir en el tema empeoraría las cosas, así que me limité a observar esperando que pasada la tormenta todo volviera a la normalidad y me surgiera una nueva ocasión de avanzar en mi plan. Pasaron semanas y todo seguía igual o, tal vez, peor. Cada día estaba más preocupada. Además la sombra de la depresión que en los felices días de las metidas de mano y masturbaciones en honor de mi novio se había alejado parecía volver a rondarla perseverante. La gota que colmó el vaso la produjo una discusión con mi padre. No recuerdo porque fue, alguna cuestión económica derivada del divorcio supongo. Mientras discutían habían ido elevando el tono y haciéndose reproches estúpidos. En el momento de máxima agitación el cabrón de mi padre le recordó a mi madre lo joven y guapa que era su secretaria y actual amante, y lo vieja y amargada que era ella. Mi progenitora había estallado en llanto y el debate había terminado ahí. Estaba furiosa con él por haber dicho aquello, pero también con ella, por dejar que le afectara de esa forma. Los días siguientes fueron terribles. Mi madre parecía una zombi. Cuando no podía más me encerraba con Rita en mi habitación o en la suya para no verla sollozar y auto-compadecerse y no terminar discutiendo y empeorando aun más las cosas. También me apoyé en Julio desahogando con él las cosas que no podía decirle a mi madre. Uno de esos días en que mama vagaba por la casa como un anima en pena y mi novio había venido a verme perdí la paciencia. Fui hacia ella y le dije todo lo que pensaba. Le dije que aquello no podía herirla así, que no necesitábamos a aquel cabrón en absoluto, que ella era una mujer joven y bella, que si él se tiraba a su secretaria ella podía hacerlo con alguien más joven, con Julio por ejemplo.
-¡No digas tonterías!-me espetó. Le recordé que se masturbaba pensando en él, que hasta le hizo una paja en la playa. Ella no sabía que yo lo sabía, así que se quedó perpleja -¡Estás loca! – me dijo finalmente a falta de argumentos mejores. No pude más y me fui llorando seguida de Rita que trataba de confortarme. Me costó unos minutos serenarme y acordarme que habíamos dejado a Julio a solas con mi madre en medio de semejante follón. Me sequé las lágrimas y cogida de la mano de mi hermana volvimos a la habitación de mi madre. Pensaba que tendría que rescatarlo de una situación violenta. Mientras nos acercábamos me extraño oír unos gemidos. La puerta estaba abierta y en la cama, despreocupados de nosotras, mi novio y mi madre se besaban. Rita y yo nos quedamos petrificadas. Noté que me apretaba la mano. Mis bragas se humedecieron y creo que las suyas también. Julio le chupaba los pezones a mi madre. Esas tetas de las que mi hermana y yo habíamos mamado estaban ahora en sus manos y en su boca. Siguieron desnudándose y besándose, ignorándonos por completo. Ahora ella le chupaba la polla. Noté que Rita se pegaba mucho a mí. Mi madre lamía esa verga que mi hermana y yo habíamos mamado antes. Mama colocó a mi novio sobre ella e hizo que le penetrara. Mi hermana y yo nos abrazamos. Estuvimos mirando hasta que acabaron, después les dejamos solos y fuimos a mi cuarto. Estábamos muy calientes. Rápidamente nos desnudamos y comenzamos a masturbarnos. Pronto noté su manita en mis pechos, la correspondí con la mía y estuvimos un rato haciéndonos un dedo y tocándonos las tetas. En un momento dado no me pude aguantar y me tiré sobre ella. Nos besamos y mi mano sustituyó a la suya entre sus piernas. Ella me correspondió y nos pajeamos la una a la otra mientras nos comíamos las bocas. Nuestros senos se rozaban. Me estaba volviendo loca de gusto… ¡con mi propia hermana! Nunca antes me habían excitado mujeres ni mucho menos de mi familia, pero en aquellos momentos estaba derritiéndome. Encajé mi muslo derecho en su vulva de modo que le quedó el izquierdo en contacto con la mía y comenzamos a frotarnos. Primero despacito, cada vez más fuerte. No sé como mama y Julio no se enteraron, nuestros gemidos cada vez eran más altos y el olor a sexo inundaba la habitación. Así nos corrimos, mojando nuestras piernas.
Al día siguiente en lugar de culpabilidad todo eran sonrisas. Me llevé a Julio aparte y le pregunté: ¿Sigues siendo mi novio, no? ¿No te enamoraras ahora de mi madre?
No seas tonta, se limitó a contestar y nos besamos. Eso me bastó para quitarme los celillos que a pesar de mi convencimiento de que aquello era una buena idea me habían entrado. Esa mañana fuimos de nuevo a la playa nudista. Esta vez nos bañamos los cuatro. Mi hermana y yo empezamos a meterle mano a Julio como en broma. Mi madre nos miraba divertida y murmuraba: estáis locas. De repente se me ocurrió algo: Repetid lo de la paja, que lo veamos Rita y yo. Mama rió. Lo que digo, locas de remate. La playa estaba desierta así que cuando ella puso la escusa de que podían sorprenderlos protestamos las dos. Él, como de costumbre no decía nada, en espera de cómo se desarrollaran los acontecimientos. Tanto insistimos que al final se acercaron insinuantes el uno a la otra. Después de su noche de pasión los dos lo estaban deseando. Mi madre le agarró la polla empalmada por nuestros juegos de antes y se la meneó. Luego se besaron como la otra vez. Rita y yo nos tocábamos bajo el agua sin que ellos, que estaban a lo suyo, se dieran cuenta. Antes de que él se corriera pararon y ella lo abrazó facilitando la penetración. Mi hermana y yo reímos y los jaleamos mientras follaban. Se besaban como locos y las tetas de ella chocaban contra el pecho de él. Era muy excitante mirarlos. Mi hermana me metía el dedito por el coño y yo a ella le frotaba el clítoris. Queríamos besarnos pero mi madre no lo hubiera entendido, ya era un milagro que se estuviera follando a mi novio delante de nosotras. Nos corrimos casi a la vez que ellos y volvimos a la orilla.
Esa misma noche estábamos los cuatro viendo una película con la sabanita en el regazo, como el día de la metida de mano. No necesité que una escena me pusiera caliente para acariciarle la polla a mi novio como en esa ocasión, pero esta vez ya sin disimulo. Él, por su parte, no necesitó tampoco que yo le incitara para meter la mano entre las piernas de mi madre. Esta reía y no paraba de repetir que estábamos locos, pero se la veía más feliz que en años. Mi hermanita nos miraba con envidia sin poder participar, hasta que no se le ocurrió otra cosa que meter la cabeza dentro de la sabana y chuparle la pija a Julio. Estaba sentada al lado de mi madre, así que para llegar hasta su objeto de deseo se recostó sobre de ella, de modo que cuando bajaba la cabeza para meterse la polla de mi chico del todo en la garganta sus pechos rozaban los muslos de nuestra progenitora. ¿Qué hacéis locas? Preguntaba riendo mientras Julio le metía los dedos en el coñito y Rita y yo, que la imité, le comíamos la polla a nuestro macho. Mama no perdía detalle de la doble mamada alucinando ante el que algo así se pudiera hacer. Julio giró la cabeza y comenzó a morrearse con su futura suegra. Luego le quitó la blusa y se puso a comerle las tetas. Cuando ya no aguantó más se levantó apartando nuestras bocas de sus genitales, agarró a mi madre de las piernas, haciendo gala de una iniciativa desconocida en él hasta entonces y se la metió de un golpe. Mi madre se volvía loca mientras mi novio se la follaba delante de nosotras. Me desnudé, froté mis tetas contra el brazo de nuestro semental y le besé profundamente, metiendo mi lengua hasta su garganta. Rita hizo lo mismo desde el otro lado, lo que no impedía que siguieran follando, bajando un poco el ritmo para chuparnos Julio la lengua a mi hermana o a mí alternativamente. Al cabo de un rato nos separamos de él para masturbarnos a gusto ante ese espectáculo de porno en vivo que nos estaban dando. Ellos aprovecharon para acelerar las embestidas y joder cada vez más duro. Mi madre estaba en la gloria y yo era feliz viéndoles. Estuvieron así un rato hasta que los vimos llegar al orgasmo casi a la vez. Nosotras también disfrutamos con nuestros dedos.
Después de aquellos acontecimientos me sentía preparada para perder mi virginidad. Mi madre ya había disfrutado, ahora me tocaba a mí. Para el siguiente fin de semana les pedí a las dos, ella y mi hermana, que nos dejaran a solas a Julio y a mí. Preparé una cena romántica y compré condones. Lo tenía todo preparado. Él comprendió que había llegado el momento y cuando terminamos de cenar me llevó a mi cuarto en brazos mientras nos besábamos. No hizo falta hablar, los dos sabíamos lo que iba a suceder. Me tendió en la cama y se desnudó. Comenzó a besarme despacio, deleitándose. Nos mordíamos los labios, nuestras lenguas se juntaban. Siguió besándome por el cuello, bajó hasta mis senos y los chupó, desprendiéndome de la blusa y el sujetador. Rodeó mis pezones con la lengua mientras me amasaba las tetas, los besó, los succionó… solo con eso ya me dejó al borde del orgasmo. Luego bajó por mi vientre, jugó un rato en mi ombligo haciéndome cosquillas y llegó hasta mi monte de Venus. Aspiró el aroma que salía de entre mis piernas y decidió besarme los muslos. También me mordió las rodillas a la vez que yo, con mis pies, le acariciaba el miembro erecto. Volvió a subir la lengua por mis piernas, esta vez entrando por la cara interna de mis muslos. Llegó a las ingles y las acarició con los labios. Yo a esas alturas ya estaba deshaciéndome en sus caricias y besos. Me pasó la lengua por la vagina, la metió dentro y la movió de un lado a otro. Estuve a punto de explotar. Luego me lamió el clítoris, lo empapó de saliva, lo rodeó con sus labios y lo aspiró. Aquí ya no pude más y me corrí en su boca. Agradecida le besé y noté el sabor de mis flujos en sus labios. Dispuesta a retribuirle le tumbé sobre la cama y fui yo ahora quién le besó en el cuello. Bajé la lengua por su cuerpo hasta llegar a su pene grueso, erecto, magnífico. Le di besitos en la punta mientras lo sujetaba por la base. Al tacto de mi mano lo noté caliente, palpitante… Se la había comido muchas veces, pero esta era especial. La lamí de la punta a la base, le chupé los huevos y, finalmente, me la metí en la boca, la rodee con la lengua y me puse a mamar. Lo hacía como si me fuera la vida en ello, le acariciaba los cojones y succionaba su polla como si fuera a extraer el más preciado manjar. Al cabo de un rato tuve que pararme porque noté que si no se iba a correr y quería que me la metiera, que me desvirgase. Nos besamos de nuevo tiernamente, otra vez me mordió las tetas y me acarició la entrepierna. Me tumbé sobre la cama y separé los muslos. Él acercó la polla a mi vulva y la pasó por mis labios vaginales, luego golpeó mi clítoris con su glande. ¡Vamos, métemela ya!, rogué. Sonrió y me metió la puntita. Lo hacía despacio. La metió un poco más y notó la resistencia. Empezó a dolerme un poco, pero se podía aguantar y estaba muy excitada. Empujo un poco y ¡chas!, ya no era virgen. Unas gotitas de sangre resbalaron por mis muslos. La metió entera y la dejó quieta. Poco a poco me fui acostumbrando a ella y el dolor dejó paso al placer. Comenzó a moverse muy lentamente, era genial, estaba en la gloria. Fue acelerando el ritmo, haciéndolo cada vez más deprisa. Mientras me tocaba las tetas y me besaba. Cada vez le daba más duro, más rápido, más fuerte. Nos corrimos a la vez, fue fantástico, grité su nombre hasta que su lengua en la mía me hizo callar.
Después de esa maravillosa primera vez follábamos tanto como podíamos. Me había hecho celosa y ya no le dejaba tirarse a mi madre ni juguetear con mi hermana: lo quería solo para mí. Pasamos unas semanas como de luna de miel haciendo el amor en cada ocasión que se nos presentaba, contando con la colaboración de mi familia a la que no le importaba dejarnos solos cuando lo necesitábamos. Un día estábamos en la faena cuando con el rabillo del ojo observe a alguien espiarnos. Era mi hermana de nuevo. Desde que había perdido la virginidad la tenía desatendida, nada de sesiones masturbatorias las dos solas y, por supuesto, no la había dejado acercarse a mi novio. Me dio pena y busque con la mirada la aprobación de mi hombre, que también había reparado en su presencia. Él asintió así que la dejé pasar. En aquellos momentos estaba cabalgando sobre él. Atraje a mi hermana hacia mí y la besé. Nuestras lenguas se rozaron mientras tenia aun el pene de Julio dentro. Entonces le susurre al oído a Rita que le besara. Así lo hizo mientras yo seguía montándole. Noté que su polla crecía más en mi coño. Se comían las bocas con pasión. Ella se fue desnudando y ofreciéndole los senos para que los besara y el chochito para que la masturbara. Caí sobre ellos y juntamos las tres lenguas mientras nos corriamos. Repetimos esta especie de tríos en los que mi novio me follaba a mí y hacía correrse a mi hermana con los dedos o la boca un par de veces. También un par de días que no podía estar con Julio acabé masturbándome con mi hermana mientras veíamos la película porno que se había dejado mi padre, como solíamos, o ante el relato de mi pérdida de la virginidad, en que yo no le ahorraba detalles, explicándole explícitamente lo que se sentía cuando una polla te horadaba el coño. Fue en una de esas ocasiones, mientras simulaba que mis dedos eran la polla de Julio y el coño de mi hermana era el mío y la hacía correrse susurrándole guarradas al oído, cuando comprendí que aquello tenía que pasar. Igual que se había follado a mi madre, mi novio debía follarse a mi hermana.
El siguiente fin de semana hablé con él. Es sobre mi hermana, le dije. Quieres que me acueste con ella, interrumpió él. No hay problema. Casi me molestó que pusiera tan pocas resistencias, después de lo que me costó que lo hiciera con mi madre, pero debo reconocer que se veía venir. Además, una vez derribas las barreras, y nosotros ya las habíamos derribado, todo es más fácil.
Recuerdas que tu novia soy yo, ¿verdad?, le dije algo picada. Claro tonta. Eres tú la que ha venido a pedírmelo. Era verdad, no podía negarlo. De igual modo fui a hablar con Rita. Es mi novio, le dije. No va a ser el novio de las dos, ni nada parecido. Tú tendrás pronto tu propio novio. O novia, lo que más te guste. Julio es el mío. Solo vamos a compartirlo por ahora. Para que sepas lo que es tener una polla dentro. Ella asintió en silencio y me besó en los labios. La hice entrar en mi habitación donde mi chico nos esperaba. ¿Queréis que os deje solos? No, se apresuró a responder ella. Quédate. Él no opuso ninguna objeción así que me quedé mirando a un paso de distancia mientras se besaban. Se habían comido las bocas otras veces, pero se notaba que aquella ocasión era especial. No hablaban, solo se acariciaban y se mordían. Se fueron desnudando y yo empecé a tocarme entre las piernas. Estaba excitada de verlos. Él le lamía ahora los pezones a ella. Luego fue bajando la lengua hasta llegar a su coñito. Chupó un rato e hizo que ella se estremeciera, pero no llegó a correrse. Después ella le chupó a él. Lo hizo por todo el cuerpo, hasta llegar a su miembro erguido. Le dio besitos en la punta, se lo metió entero en la boca. Le había enseñado bien. Cuando se tendió sobre la cama con los muslos separados y él acercó su pene a los labios de su vulva, Rita extendió la mano hacia mí. Se la cogí y me la apretó fuerte. Quería compartir esto conmigo y eso me emocionó. Quería mucho a mi hermanita. Julio se la metió con delicadeza. Su experiencia conmigo le sirvió para hacerlo aún mejor. Se estaba convirtiendo en un experto. Cuando noté que ella disfrutaba no pude más y me llevé su mano al coño para que me lo tocara. Ella lo entendió y me metió el dedito como ella sabía, como a mí me gustaba. Mientras follaban no dejaban de besarse. Sus lenguas bailaban al ritmo de sus embestidas. Nos corrimos los tres a la vez. Una lágrima le caía a Rita por la mejilla. La besé con pasión. Después a él. Me tumbé con ellos y quedamos allí abrazados.
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No recuerdo nada del accidente. Tampoco sé en qué día vivo. Pero me han dicho que he estado en coma más de dos meses, setenta y dos días exactamente, y que tengo daños irreparables en el cerebro que limitan en más de un 95% mi movilidad, además de afectar a mi capacidad para hablar. Afortunadamente, me han dicho, los daños no han afectado a la parte cognitiva, así que comprendo todo lo que me dicen y, en un período de tiempo que será largo y con la gimnasia físico-mental adecuada, podré recuperar parcialmente mi aparato motor, así como la capacidad de hablar.
¡Afortunadamente, han dicho! Sí, he tenido mucha suerte. No puedo verbalizar ningún vocablo, algo que aprendí a los pocos meses de llegar a este mundo, y soy incapaz de rascarme un brazo si me pica, de hurgarme en la nariz si me sale de los cojones, ni de agarrarme la polla para mear. Pero he tenido mucha suerte, porque mi cerebro sigue trabajando como siempre, podía haber quedado como un vegetal, me han explicado, y gracias al esfuerzo de mi órgano superior que no podrá repararlo todo pero algo podrá remendar, el resto de mi cuerpo podrá obedecer sus órdenes por lo que tarde o temprano dejaré de ser una puta lechuga para convertirme en… un arbusto, tal vez, que mece las ramas o un girasol, capaz de girar el torso.
Así me encuentro cuando vuelvo al mundo de los vivos. Como si esto fuera vivir. He sido afortunado, dicen. ¿Qué sabrán ellos de ser afortunado? Afortunada era mi vida hasta hace dos meses.
Aunque no recuerdo nada del accidente ni de las horas previas, no sé cuántas horas o días han desaparecido de mi memoria, sí recuerdo perfectamente cómo era mi vida antes de verme postrado en esta cama de hospital privado.
Estaba casado con Lola, una mujer atractiva, apasionada, hija de un industrial importante de la ciudad, que comía de mi mano y bebía de la fuente que le pusiera delante, ya me comprendéis, además de serme muy útil en las relaciones sociales pues es el mundo en el que se ha criado.
Tenía mi propia empresa, la sigo teniendo pero si la dejo en manos de mi mujer, Carlos, mi socio, aprovechará la escasa experiencia de mi esposa para hacer con ella lo que le dé la gana. Con ella me refiero tanto a Lola como a la empresa, así que puedo quedarme sin compañía en un santiamén, no sé si también sin compañía femenina.
Pero el trabajo no lo es todo en esta vida, así que estaba a la espera de recibir el Maserati GT plateado que encargué cuando me harté del Audi R8 blanco que he conducido este último año. Dice Lola que ya lo tenemos en el garaje, pero es evidente que la afortunada que lo conducirá será ella.
También recuerdo perfectamente las tías con las que me he liado. Será por estar postrado en esta cama, pero soy capaz de rememorar con una nitidez extraordinaria, ya no las caras de las chicas, algo que suelo olvidar a los pocos días, si no olores, sabores, sonidos. Y os aseguro que han sido unas cuantas durante los últimos meses. Una mulata norteamericana que la chupaba de vicio, sonoramente, una rubia con cara de mojigata que chillaba medio histérica cuando le comías el coño, la hija de Gustavo, un vecino, que debe ser la adolescente más promiscua de toda la urbanización…
El sexo con Lola también lo recuerdo, claro.
Si mi nueva situación ya es desesperante, por no decir deprimente, un persistente dolor de cabeza me acompaña desde que me he despertado. No llega a jaqueca pero son molestos pinchazos que me nublan la vista y enlentecen mis movimientos. Movimientos mentales, claro, porque corporales…
Afortunadamente, la medicación ha ido haciendo su trabajo y con el paso de las horas la cabeza va aminorando los martillazos. No desaparecen, ya me han avisado que aún tardarán, pero acabarán remitiendo, porque he sido muy afortunado.
***
Nunca he estado en la cárcel, ni creo que vaya a ir nunca, menos en mi estado actual, aunque tal vez algún competidor o, incluso, algún ex amigo pueda opinar que lo merezco, pero ¿cómo se le llama a quedar encerrado en un cuerpo que no reacciona? Tetraplegia, dirán. Pues no. No soy tetraplégico porque he tenido mucha suerte y mi espina dorsal no ha quedado afectada de modo irreversible. Es mi cerebro el que debe sanar y ponerse a trabajar. ¡A trabajar! Eso ha dicho la doctora. ¡Hija de puta! Mi cerebro lleva una semana trabajando a destajo, carcomiéndome pues no puedo hacer nada más que ver la televisión, aunque mi vista se cansa a las pocas horas y me mareo, o escuchar de mi familia todas las falsedades que van soltando para animarme. Ni que fuera un crío de cinco años.
Pero esta noche ha pasado algo curioso. Mi memoria se ha vuelto prodigiosa, capaz de recordar detalles nimios, insignificantes, de situaciones que no tenían más enjundia o que directamente había olvidado. Esta desconocida capacidad parece que también está activa mientras duermo, pues he soñado, algo extraño en mí, y lo he hecho con una intensidad que nunca había sentido. Es más, lo de esta noche no ha sido exactamente un sueño. Ha sido el nítido recuerdo del último polvo que pegué con Lola.
No fue una de mis mejores actuaciones. Ya hace tiempo que mis mayores esfuerzos amatorios los ofrezco fuera de casa, pero me había fallado un plan con una modelo que me presentaron en una feria, tenía a Lola a mano y, como otras veces, la utilicé de calmante. Acababa de llegar a casa, más pronto de lo esperado, pero como siempre ella me recibió risueña, entregada. Me serví una copa mientras mi amantísima esposa me preguntaba por la jornada, expectante ante otro de mis relatos adornados de éxito y triunfo. Estaba sentada en el sofá Verzelloni de tres piezas, ladeada, atenta a mi declamación, vestida con aquel salto de cama beige Vogue que le regalé en Navidad ceñido a su espectacular cuerpo, así que detuve el cuento, me acerqué mirándola fijamente y cuando llegué a su altura, pregunté imperativo:
-¿Por qué no me sacas la polla y tú también me demuestras de qué eres capaz?
Me miró sonriente, feliz por sentirse deseada por la sucia mirada del hombre que ama fijada sobre su par de tetas perfectas, contenta por satisfacerme. La sacó y la engulló, con amor, conociendo mis gustos y esmerándose en ello. Me encanta que la niña de papá me deje seco. Pero al poco cambié de parecer, a pesar de que nunca he tenido queja de sus excelsas habilidades. La aparté del biberón, le di la vuelta tomándola de la cintura para tener aquel culo en pompa, con las rodillas al filo del Verzelloni, le levanté el camisón para admirar el par de apetitosas nalgas, le bajé el tanga a medio muslo y embestí, agarrándola de las tetas en un primer momento, del cabello cuando quise babearle la cara.
Lola llegó al orgasmo antes que yo, siempre he pensado que se corre haciéndome feliz, así que cuando sus espasmos se fueron aplacando, salí de su sexo para cambiar de objetivo. Empujé su cabeza hacia abajo, gesto suficiente para que sepa qué quiero, así que antes de que le separara las nalgas, rogó, con cuidado, por favor. Fui con cuidado al principio, hasta que mi excitación y la dilatación de su recto me llevaron a joderla sin misericordia.
El final del sueño me ha despertado, con un compendio de sensaciones completamente sorprendentes. Por un lado, estoy convencido que el sueño ha durado exactamente el mismo tiempo que duró el polvo, ni un segundo más, ni un segundo menos. Por otro, he podido sentir en las yemas de los dedos el tacto de la piel de Lola, la turgencia de sus pechos, la finura de su lacio cabello. He notado perfectamente como mi polla entraba en ella, como era lamida, como rozaba húmedas paredes, el estrecho anillo. También he olido mis fluidos, pero sobre todo los suyos, así como la atmósfera cargada de una sesión amatoria.
Pero lo que más feliz me ha hecho ha sido despertarme con la polla dura como una roca. Así lo he sentido, aunque no puedo confirmarlo pues mis manos son incapaces de apartar la sábana y la oscuridad de la habitación me impedía ver mi hombría enhiesta. Por eso y por el pañal de geriátrico que me decora. El dolor de cabeza, además, parece que va remitiendo y ahora, esperando anhelante que me traigan la mierda de papilla que en el hospital llaman alimento, casi no me molesta.
***
Llevo tres noches seguidas soñando. Ayer fue la rememoración exacta del primer polvo de mi vida, a los dieciséis años, con una pelirroja medio borracha en la playa de S’agaró. Oyéndola esta noche he descubierto que era holandesa. No me di cuenta hace veinte años.
Esta noche he vuelto a sentir los vigorosos labios vaginales de Débora, la catedrática de Economía Social con la que estuve liado mientras yo estudiaba tercero de carrera. No sabía chuparla y tenía las tetas pequeñas, pero su sexo era una trituradora. ¡Qué tiempos aquellos!
Aquí llega Doña Gertrudis. Se llama Rosa, pero le pega más un nombre de institutriz de post guerra. Por edad, pero sobre todo por su gesto serio, su actitud distante y sus maneras de sargento de hierro. Me trae el desayuno del que me hará algún comentario pretendidamente simpático que no me hará ni puta gracia, pero moveré los labios tratando de mostrar una sonrisa. Creo que no llego a tanto pero debo hacer gimnasia muscular, así que por eso lo hago. Me dará de comer como si de un mocoso de un año se tratara, expeditiva, sin apenas cruzar palabra, retirará la bandeja y volverá a los pocos minutos para desnudarme y lavarme. ¡Vaya mierda de trabajo!
La enfermera es lo suficientemente fuerte para mover sola mis 70 kilos de peso, suponiendo que siga pesando lo mismo, así que me tiene desnudo en un santiamén. Ha cerrado la habitación de modo que nadie pueda entrar. Me explicó que lo prefiere así pues es más cómodo y rápido para ella, ya que no tiene que desvestirme y lavarme por trozos. Bien por Rosa, parece que ha descubierto las ventajas económico-logísticas de la cadena de montaje de Henry Ford.
Me dejo hacer, llevo días dejándome hacer, así que me limito a observar cómo trabaja, asintiendo con un leve movimiento de párpados cuando me hace algún comentario. Sí, como en las películas.
Y entonces sucede. Cruza mi mente como un fogonazo. Real como la vida misma, así lo siento aunque no lo es. Estoy completamente desnudo, boca arriba, mientras mi cuidadora me está pasando una esponja húmeda por todo el cuerpo. Ha ido bajando desde el cuello, ha pasado por mi pecho, mi estómago, mis piernas y ahora sube hacia mis partes inertes.
Eso es lo que ven mis ojos. Mi mente ve nítidamente como Rosa, que aún no tiene edad para ser mi madre pero estará cerca de la menopausia si no la ha pasado ya, agacha la cabeza, lame mi miembro de abajo a arriba hasta llegar al glande, lame de arriba a abajo hasta llegar a mis huevos que también son ensalivados, para retornar lentamente a la cabeza de mi mástil y engullirlo.
Abro lo ojos, tanto como mi musculatura facial permite, pero los tengo abiertos. Si me concentro soy capaz de ver la realidad, Rosa pasándome la esponja por los testículos después de haberme abierto un poco las piernas, pero si cierro los ojos, los labios de la madura mujer me están haciendo una mamada al menos tan experta como las de Lola. Es tan real la sensación, que gimo. Mudamente, sin que nadie me oiga, hasta que la voz de la mujer me saca de mi ensoñación.
-Ya estamos aseados, como debe ser, preparados para comenzar un nuevo día. –Entonces, como si por dejar de frotar mi cuerpo apagara un interruptor, el juego acaba.
***
Lola tarda casi una hora en aparecer. Rato que he pasado completamente aturdido. Pensando, tratando de encontrar una explicación a lo sucedido. ¿Tan desesperado estoy que necesito fantasear con la madura enfermera que me cuida? ¿Se trata de alguna variante del síndrome de Estocolmo en su vertiente sexual? Dudo que la doctora se refiriera a esto cuando me exhorta a trabajar la mente, entre otras cosas porque no lo he buscado. Además, el hecho de que haya empezado sin razón aparente y que haya acabado de un modo abrupto, aún me tiene más desconcertado.
Mi mujer entra en la habitación tan alegre como es capaz. Está acostumbrada a esconder sus emociones, pues en los ambientes que se ha movido desde pequeña es necesario, pero la conozco demasiado bien para que me engañe. Si bien es cierto que se va haciendo a la idea y su estado de ánimo va mejorando cada día que pasa.
Me besa y por primera vez mis labios logran darle una forma a mi boca parecida a un beso, algo que ilumina su semblante, por lo que me felicita efusivamente. Tan contenta está que repite la operación varias veces, dichosa. Mi sexto o séptimo beso ya no es tan heterodoxo, así que detiene el ejercicio, sin dejar de congratularme.
Como cada mañana me cuenta qué ha hecho las últimas horas, chismes del vecindario, así como temas del trabajo, de mi empresa, que me demuestran que no tiene ni puta idea y que, como era de prever, Carlos la está manejando como más le conviene. No puedo hacer nada aquí postrado, pero me obligo a retener en mi mente todo lo que me cuenta para estar listo el día que abandone este infierno.
Al rato llegan mis suegros, a los que les cuenta que ya soy capaz de besar, lo que celebran como si hubiera comenzado a caminar, pero la cara del padre de Lola es un poema. Lo ha sido las tres veces que ha venido y preferiría que no me visitara, la verdad, pero no puedo decírselo. No sé el rato que permanecen en el hospital, pero agradezco que se vayan cuando lo hacen.
Entonces sucede de nuevo. Lola se ha sentado en la cama, a mi lado, tomándome de las manos mientras me está contando no sé qué de no sé cuándo ni de no sé dónde. La única ventaja que tiene mi estado es que puedes no estar haciéndole ni puto caso a alguien y que éste no se dé por aludido. Aunque mis ojos hablan por mí, dice mi esposa, pues se te ven más vivos, más expresivos.
Será cierto, si ella lo percibe, pero lo que no sabe es que la visión que acaba de cruzar mi mente es la razón que los ha activado.
Lola está bailando en un local de salsa, sensualmente, provocativamente. No sabía que le gustara este tipo de música pues nunca la he visto bailarla, ni siquiera escucharla. El local está concurrido, lleno sin ser agobiante, por una mayoría de clientes de raza negra o mulatos. Caribeños, supongo, pues es su cultura musical. Un tío muy oscuro de piel, el más negro del antro, se le acerca siguiendo el ritmo. Mi mujer, no sólo no lo rechaza, le sigue el juego entregada, acompasando su baile al de él, cada vez más próximos, cada vez más unidos.
El baile dura un buen rato, al menos resuenan en mi cabeza dos canciones completas que no recuerdo haber escuchado en la vida, aumentando la sensualidad del mismo, entrelazando manos, separándolas para que el hombre la tome de la cintura, de las caderas. Las piernas quedan enlazadas, intercaladas, de modo que un muslo de cada uno roza sin rubor el sexo del otro. Las manos del caribeño descienden desde la cintura hasta llegar a las nalgas de mi fiel esposa, que las detiene en un gesto coqueto, infantil, claramente impostado. La diferencia de altura, le ha obligado a bajar la cabeza para susurrarle al oído lo bien que baila, lo guapa que está, las ganas que tiene de acariciarla. Lola sonríe juguetona, dejándole avanzar pero a pequeños pasos. Se dejará seducir pero no es una chica fácil.
El tonteo sigue un rato hasta que el calor es insoportable. Él le propone salir a tomar el aire. Ella acepta, sabedora que fuera ya no habrá marcha atrás.
Cruzan la pista agarrados de la cintura mientras el desconocido sigue adulándola. Salen al exterior, atraviesan una estrecha terraza menos concurrida que la pista de baile y se adentran en la playa. Ahora ya se están abrazando. Él camina de espaldas, ahora la voltea para que sea Lola la que ande sin ver. Trastavilla, pero los fuertes brazos del negro la sujetan. Ríe divertida, también excitada. Se miran a los ojos. Se besan. Los carnosos labios del hombre abrazan a los de mi esposa que responde entregada. Nota las poderosas manos del joven asiéndola de las nalgas suavemente.
El beso dura una eternidad, tiempo suficiente para que ambas lenguas se conozcan, para que multitud de sabores se mezclen. Al separarse, sus miradas se comunican interrogantes. La respuesta es inmediata. Cogidos de la cintura de nuevo, ladeados, besándose cada pocos pasos, se encaminan hasta el final de la playa donde las rocas los cobijarán. Allí, en penumbra pero sin plena oscuridad, vuelven a besarse, más intensamente, más ansiosamente pues la primera muralla ya ha sido derribada. Mientras Lola toma del cuello a su próximamente amante, éste la aprieta contra sí tomándola de las nalgas. Le encanta sentir las potentes manos acariciándola suavemente.
Es ella la primera en desabrochar un botón. Lleva una camisa clara, de lino. Cuando ha abierto varios ojales sus manos recorren el fibrado torso del hombre, sintiendo su fuerza. Él tampoco se ha quedado atrás. Le ha levantado el vestido, virginalmente blanco también, para acariciar directamente la tersa piel de sus perfectas nalgas. Los besos profundos continúan, hambrientos, pero mantenerlos se torna más difícil pues las respiraciones mutuas se están acelerando.
Tal vez por ello, Lola separa los labios y le ofrece el cuello, que el hombre ataca con fiereza, recorriéndolo, arrancando suaves gemidos a la entregada mujer. Una mano ha abandonado la nalga para recorrer el pecho acariciándolo al principio, sobándolo a continuación. Los labios han descendido desde el cuello hasta el nacimiento del busto que pronto queda visible pues la mano que lo poseía ha bajado la tira del vestido y del sujetador. La lengua lo recorre, descendiendo con decisión, hasta que lame el pezón, lo muerde, lo chupa, lo engulle. Mi mujer gime, profundamente, mientras el negro mama como un niño de leche.
La ha notado varias veces. Bailando, abrazados, rozándola. Ahora quiere tocarla, así que baja la mano derecha, la izquierda sigue acariciando su nuca, hasta notarla en toda su plenitud. Será un tópico, pero este negro tiene una buena polla. La agarra con decisión, la soba de arriba abajo, la mide. Quiere sentirla, quiere quitarle el pantalón y notarla en la palma de la mano. Le desabrocha botón y bragueta mientras él tira del vestido para que caiga al suelo. Afortunadamente las rocas los ocultan pues ha quedado prácticamente desnuda al aire libre.
Como si de una competición se tratara, ambas manos llegan a la meta casi al unísono. Ella ha abierto las piernas para facilitarle el paso, a la vez que el calor de un miembro orgulloso le abrasa la mano. Menuda polla me voy a calzar, piensa. La masturbación es recíproca, suave pero intensa, hasta que ella cede. Siempre le ha resultado fácil llegar al orgasmo, pero la maestría táctil de su amante combinada con la excitación de sobar un miembro descomunal han sido definitivos.
Necesita unos segundos para recomponerse, para volver a acompasar su respiración, para estabilizar las piernas que siguen tiritando, así que se ve obligada a soltar la caliente barra de carne para apartar la oscura mano de su pubis. El hombre la mira satisfecho, orgulloso de la labor desempeñada, expectante ante la recompensa que se merece.
No sólo se la ha ganado. Ella también quiere ver de cerca el trofeo. Le besa, desciende por su cuello, lame su pecho, suciamente, pringándolo, hasta llegar al ombligo donde se detiene para que sus manos liberen definitivamente al protagonista de la velada. Buf, exclama cuando aquella cantidad ingente de músculo, venas y sangre negra casi la agrede. Debería jugar un poco con él, con su impaciencia, pero es incapaz, el ansia le puede. Golosa abre la boca.
¡Se ha acabado el espectáculo! Súbitamente, como si acabara de despertar, le hubieran dado a un interruptor o cortaran la emisión para poner anuncios. Noto mis ojos abiertos como platos, desconcertados, tanto por la nítida visión como por su abrupto final. Hasta que vuelvo a oír a Lola, a mi izquierda, pues se ha levantado de la cama y está rebuscando entre un fajo de revistas de decoración que ha traído.
-Aquí está. –Pasa varias páginas hasta que llega a la meta. Me la tiende, elevada, acercándola a mi cara para que pueda ver un dormitorio de matrimonio de paredes claras presidido por un tatami de nogal con un estante a cada lado, sin duda, incrustados en el propio somier. -¿Qué te parece? ¿Te gusta?
Asiento con los párpados, aunque no sé qué coño me está enseñando. Ella, en cambio, sonríe encantada. Le apasiona la decoración, está suscrita a varias revistas, y desde que nos casamos se ha gastado un dineral en su hobby. Continúa con su charla sobre los cambios que deberemos hacer en casa cuando vuelva, en pocas semanas, afirma, pues deberemos adaptar nuestra habitación a mi estado del que saldré pronto porque ya tiene apalabrado al cuidador-rehabilitador que me ayudará a volver a ser el que era.
Apenas la escucho, ansioso por volver a la visión anterior, pero ésta se ha desvanecido, algo que me tiene completamente pasmado. En ese momento, además, aparece la doctora con Doña Gertrudis, la enfermera, y otro médico más joven.
Desde que el primer día se dieron cuenta que comprendía todo lo que me decían, se comunican conmigo con normalidad, haciéndome preguntas que solamente puedo responder asintiendo. Después de que Lola les cuente radiante mis avances con los labios, me obligan a moverlos para confirmar que mi musculatura comienza a responder a los estímulos. Si pudiera les diría que tengo otro músculo desbocado, pero ni puedo expresarlo ni puedo estar seguro de ello, aunque yo lo sienta duro como una piedra después de la sesión voyeurística. ¿A esto se refiere la gente cuando habla de paja mental? Pero solamente logro sentirme como un puto mono con tanta mueca labial.
En media hora me quedo completamente solo. El equipo médico me ha dedicado más tiempo de lo normal, la abultada factura que debemos estar pagando así lo justifica, y mi mujer ha quedado para comer con Marisa, una amiga, así que se despide prometiéndome volver en un par de horas. También me ha dicho que el Maserati es una gozada.
Durante las tres horas y media que estoy solo, solamente interrumpido por un enfermero nuevo muy joven que me da la papilla, trato de dormirme para volver al sueño, pero no lo logro pues estaba despierto, así que no sirve de nada tratar de soñar. Además, no acabo de comprender de qué se trata.
¿Son simples fantasías de mi subconsciente? No creo, pues Doña Gertrudis no encaja dentro del perfil de las felatrices que yo elegiría y ver a mi mujer liándose con un negro en una playa desconocida tampoco entraría dentro de mis fantasías más recurrentes. Si tengo alguna que incluya a mi mujer, tal vez sea haciendo un trío con su hermana o con la propia Marisa, por ejemplo.
¿Se trata de episodios reales vividos por ellas? Espero que no, pues no me gustaría nada saber que Lola me ha sido infiel. Sé que con mis habituales escarceos no es justo pensar así, pero así lo siento. Aunque descarto rápidamente esta idea pues la enfermera no me ha hecho ninguna mamada desde que me han ingresado, al menos estando yo despierto. Además, creer algo así implicaría que me he convertido en un mentalista capaz de leer las mentes de la gente que me rodea. No digo que me disgustara, pues te otorga un poder casi ilimitado, pero han sido dos episodios que han ido y venido sin yo poder controlarlos.
Y luego están los sueños. Reproducciones exactas de actos pasados, estos sí son reales, rememorados con una nitidez excesiva. Otro hecho inexplicable que para mí significa la cuadratura del círculo.
Al entrar en la habitación, Lola se disculpa por el retraso pues se siente culpable por dejarme solo más rato del previsto, pero ya sabes cómo somos cuando Marisa y yo nos ponemos a charlar y bla, bla, bla. Me besa varias veces, logro corresponderle, y me detalla pormenorizadamente la comida, tanto que me deja planchado y me entra sueño. Baja la persiana para atenuar la luz, sale de la habitación para pedir que no nos molesten pues me he dormido, dice, y vuelve para hacerme compañía.
Logro dormir algo, aunque no demasiado. Cuando me despierto la veo sentada en el butacón de la esquina chateando con el Iphone 6+. Tarda un rato en darse cuenta pero cuando lo hace se levanta cariñosa, abrazándome. Al principio creo que es debido al peso de su cabeza apoyado en mi cuello, pero no es así. He logrado mover el cuello unos milímetros. Lo intento de nuevo. Sí, señor. Otra vez. Mis ojos se encuentran con los de mi esposa, grandes, húmedos, eufóricos, ante otro paso de gigante en mi recuperación. Eso dice ella. Cuando logre dar un paso de pie, ni que sea del tamaño de un ratón, tal vez me sienta un gigante.
Me rodea efusiva hasta que acaba por tumbarse a mi lado, ladeada, mientras me susurra que pronto estaré bien, que recordaremos todo esto como una vieja pesadilla, aderezado con lo mucho que me quiere y me necesita. Me da varios besos en la mejilla y en la oreja, mientras me confiesa las ganas que tiene de que nos acostemos de nuevo. Lamiéndome el lóbulo, me pregunta si no me apetece una mamadita, y posando su mano sobre mi paquete añade, no sabes las ganas que tengo de vaciarte estos huevos que debes tener a punto de reventar.
Y se hace la luz.
Los perfectos pechos de mi amadísima esposa se mecen libres al compás del cuello que se mueve adelante y atrás mientras un oscuro cilindro cárnico la profana. No sólo chupa con ganas. Engulle, saborea, paladea, se relame, tragando con ansia la descomunal polla del negro. No sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, pero vuelvo a ver en la distancia mientras soy incapaz de escuchar las palabras que me susurra cerca del oído.
La mamada dura un rato, un buen rato, el tiempo suficiente para que Lola pueda probar hasta el último poro de aquella piel, testículos incluidos, lamidos con hambre, llegando incluso a testar su garganta, pues quiere saber cuánta polla es capaz de alojar en ella. Un par de arcadas le muestran el tope, pero no se da por vencida. Hasta que lo nota. Las convulsiones del escroto, la retracción de los testículos, el temblor del miembro, señal inequívoca que va a descargar. Bebe golosa el cálido néctar hasta que el manantial se seca.
Ahora es él el que necesita un pequeño descanso, pero ella no piensa darle tregua. No solamente los negros son los mejor dotados. También son los más resistentes y los que más aguantan, se dice a sí misma. Aunque tiene poco tiempo, pues a las doce la carroza se convertirá en calabaza, no piensa desaprovechar la oportunidad de ser empalada por tamaña monstruosidad, así que se incorpora, se da la vuelta apoyando las manos contra la roca para ofrecerse a su dios de ébano. Éste le rompe el tanga, apunta y entra.
Nunca ha sentido nada igual. Nunca ningún hombre la ha llenado como lo está haciendo este desconocido. Nunca ha sentido todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su sexo activadas como en este momento. El orgasmo es brutal, tanto que es interminable, llevándola a una espiral desconocida, de continuos clímax de distinta intensidad, que la hacen temblar, gritar, mientras el joven percute potente.
Para cuando el hombre eyacula en su interior, en su matriz, está segura de ello, no sabe cuántas veces se ha corrido. Sean decenas o sea una sola pero interminable vez, nunca nadie la ha elevado hasta los cielos como este joven negro ha hecho. Pero se separa de él, rápidamente pues las campanas empiezan a sonar anunciando la medianoche.
***
He pasado la noche en blanco. El espectáculo que mi mente me ha brindado protagonizado por mi mujer me tiene alteradísimo. Puedo mover párpados, labios y un poco el cuello, pero siento convulsiones en todo mi ser, pues una nueva idea ha nacido en mi cabeza y me tiene loco.
Tal vez mi subconsciente pueda leer secretos inconfesables de las personas que me rodean. Tal vez, mi mujer se lió con un negro estando yo en coma. Tal vez, la enfermera me hizo una mamada cuando yo aún estaba vegetativo. Tal vez… sí, ya lo sé, soy muy afortunado por poder leer la mente de las personas, pero ¿qué pasa cuando no quieres leerla? ¿O no te gusta lo que ves?
He decidido tomar cartas en el asunto, pues siempre he sido una persona resuelta que encara los problemas de frente. El ataque es la mejor defensa, pienso, así que debo averiguar si ha ocurrido o no. Pero no puedo hablar y mis párpados, por más activos que estén, difícilmente llevarán a mis conversadoras a sacar el tema. A Lola le preguntaría directamente, pero a Doña Gertrudis… también. ¡Qué coño! Soy el cliente y estoy pagando.
Además, la enfermera podría confirmarme que mi miembro es otra parte de mi cuerpo que ya ha renacido. ¿Pero cómo lo hago? No me queda otra que estar muy pendiente de sus movimientos cuando me asee, a ver si mi pene reacciona.
Pero no noto nada cuando lo hace y, forzando el cuello un poco más, lo miro atentamente mientras trabaja. Y no reacciona. Es desesperante, pero lo peor es que tengo que oír de nuevo lo afortunado que soy ante los mínimos avances que mi cuerpo va logrando.
Así estoy, más deprimido que vegetativo, cuando entra Rita, mi cuñada, dos años menor que Lola y con la que siempre he tenido buena relación. Esta mañana, me informa, mi mujer no puede venir pues tiene una reunión con Carlos y unos clientes, no sabe cuáles y su hermana tampoco se lo ha dicho, como tampoco me lo dijo a mí ayer, así que me hará compañía mientras la esperamos.
Su presencia no me incomoda pues es una joven agradable y muy risueña que, en mi estado, tiene la virtud de no mirarme con pena ni incomodidad, pero mi mente está en otros menesteres. También es una mujer decidida, más que Lola, así que lo primero que hace es interesarse por mis progresos y ayudarme a ejercitar mi musculatura para avanzar. Así, igual como me ha pedido la doctora hace escasos minutos, debo mostrarle como muevo los labios y el cuello. No es mucho, pero es más que hace unos días. Lo conseguiré, me anima, pero a este ritmo voy a necesitar años antes de ponerme de pie.
Como si me leyera el pensamiento, me pide que trate de mover manos y pies. Ante mi imposibilidad, opta por la musculatura más pequeña.
-Concéntrate en un dedo de la mano derecha e intenta moverlo. –Lo hago pero es en balde. Entonces toma mi mano, masajeándome los dedos, estirándolos, dejándolos inertes sobre la suya. –Venga, prueba de nuevo.
Concentro toda mi energía en el dedo índice, poniendo todo mi empeño en algo tan simple como levantarlo un milímetro, cuando cambio de dimensión.
El cuerpo de Rita yace, completamente desnudo, sobre un lecho satinado que debe ser de la habitación de un hotel. ¡Qué buena está la cabrona! Tiene un cuerpo muy parecido al de su hermana, aunque le saca una talla de sujetador. Con las piernas completamente abiertas, mira a su amante expectante, ansiosa. Pero no es Gonzalo, su novio con el que lleva años prometida, el que se le acerca. Ni siquiera es un hombre. Una joven rubia, también desnuda, se le acerca gatuna alabando lo guapa que es y el maravilloso cuerpo que muestra.
Se funden en un tórrido beso, en un abrazo que las une como un solo ser, jadeantes, entregadas. La desconocida toma la iniciativa bajando por su cuello hasta aquel par de esculturas que engulle glotona, mientras su mano ha bajado hasta el cuidado sexo de Rita que acaricia diligente. Ésta gime con fuerza, sintiendo su ser profanado por dedos expertos y una lengua hambrienta. Se lamenta cuando la amante abandona sus pezones, pero es momentáneo, pues sus labios han descendido hasta su entrepierna. Si los dedos la estaban llevando en volandas, la lengua la transporta al Paraíso.
¡Dios! Ningún tío se lo ha comido como se lo está comiendo la chica. No pares, no pares, llévame a término, piensa, mientras suspira sonoramente. La compañera no se detiene cuando las caderas empiezan a convulsionarse, al contrario, la sujeta de una nalga para controlarla mientras dedos y boca la hacen rugir poseída.
La rubia asciende de nuevo, permitiéndole recobrar el aliento, lamiendo su estómago, sus pechos, sus pezones, su cuello, hasta besarla de nuevo, profundamente. Sabe a coño, a su coño, el primero que prueba en su vida, algo que la excita más aún si cabe. La morrea con ansia, secándole los labios de flujos femeninos, hasta que la chica se separa, incorporándose, acerca su pubis a su cara y le pregunta:
-¿Alguna vez te has comido alguno? –Rita niega con la cabeza, tímida, cuando oye la orden. –Este será el primero. Cómemelo.
El sabor no le desagrada, aunque la sensación no es la misma que ha tenido al besar su boca pringada. Es intenso, ligeramente ácido y muy viscoso. Nada que ver con comerse una polla, algo que hace más por obligación, convencida que una mujer debe hacérselo a un hombre, que por gusto.
Lamer los jugos que emana la vagina, recorrer los labios hinchados, jugar con el clítoris con la punta de la lengua como le acaba de hacer a ella, le encanta, la excita. Nada que ver con hacérselo a un tío. Esto es una delicia. Ávida, degusta la húmeda flor hasta empaparse de su néctar. Tanto está disfrutando, que cuando la rubia se convulsiona agarrándola de la cabeza para que no se aparte, siente una pequeña descarga en su propio sexo. No es un orgasmo, pero es muy placentero.
La amada se deja caer de lado resoplando, felicitándola por el trabajo hecho. Lo has hecho fenomenal, ¿seguro que era tu primera vez? Asiente orgullosa, besándola de nuevo, ansiosa por recorrer ella también el cuerpo de la chica. Ésta se deja hacer, contenta de someter a una hetero. Aunque le parece que la joven morena que se ha follado es más lesbiana de lo que ella quiere reconocer.
Rita vuelve a la carga. Se siente segura de sus actos, así que busca el segundo asalto. Esta noche será única para ella y la quiere perfecta. Quiere volver a comerse un coño, le ha encantado, y quiere volver a correrse, ha sido la hostia. ¿Cómo será llegar al orgasmo mientras practicas un cunnilingus? Sólo hay un modo de saberlo.
Se tumba invertida sobre la chica rubia, encaja sus piernas alrededor de la cabeza de la joven, introduce la suya entre las de ella y hacen el amor. Estaba en lo cierto. Si hace quince minutos ha llegado al Paraíso, un 69 con otra mujer te lleva a recorrer toda la Galaxia. Es tan potente el clímax que la sacude que acaba completamente mareada. Y feliz.
-¡Lo has logrado! ¡Lo has hecho! –exclama Rita radiante. Abro los ojos automáticamente encontrándome con los suyos que sonríen más que sus labios. –Has movido el dedo. ¿Lo has notado?
Niego con los labios en un gesto extraño que más bien suele expresar desconocimiento, pero ella insiste, apremiándome, venga hazlo de nuevo. Tiene razón, mi dedo índice se eleva la barbaridad de un milímetro. ¡Joder, qué afortunado soy!
Por más que Rita me anime, es una evidencia que he necesitado dos semanas para lograr movimientos mínimos de mi cuerpo. Únicamente mis párpados responden a la velocidad supuesta, aunque los labios cada vez se mueven con menor esfuerzo. Así que ahora, el siguiente paso en mi recuperación será martillear con mi dedo como si clicara un ratón de ordenador.
Pero mi cabeza está en otro sitio. Nunca hubiera imaginado que a la modosita Rita, pues aparentemente siempre ha sido más conservadora que Lola, le chiflaran los bollos. Empieza a gustarme este juego de los secretos, aunque lo de Lola se me ha clavado en el estómago.
Hablando del Rey de Roma, reina en este caso, por la puerta asoma. Preciosa, elegante, guapísima como siempre, aunque mancillada, pienso. Compartimos espacio los tres en que mi mujer se me lanza a abrazarme cuando Rita le comenta el último avance, con qué poco se contenta, pienso, hasta que nos quedamos solos. Comemos juntos, yo la papilla que ella misma me da, ella un menú de hospital, decente en su opinión que a mí se me antoja un manjar de dioses, mientras me cuenta la reunión de la mañana con unos inversores italianos. Por primera vez en varios días, no me alarma lo que me cuenta, pero tengo un mal presagio respecto a ella y Carlos.
***
En tres días no ocurre nada especial. Mi rutina hospitalaria se mantiene inmutable con la salvedad que mis ejercicios gimnásticos van dando sus frutos. Soy capaz de levantar el dedo índice casi un centímetro y mi cuello ya logra girar mi cabeza cuando quiero expresar negación, aunque lo haga a cámara lenta.
Cuando me quedo solo, por las noches, sigo dándole vueltas a mis nuevos poderes. La verdad es que me anima a seguir luchando pues en mi fuero interno me convenzo de que si la información es poder, conocer los secretos inconfesables de la gente de tu entorno te dota de un ascendente sobre ellos con el que puedes someterlos a tu antojo. Y esto, en el mundo de los negocios, es un poker de ases. No, si al final será cierto que he sido afortunado.
Pero no logro controlarlo. No veo lo que quiero, solamente lo que aparece, sin avisar, aunque después de mucho analizarlo, me he dado cuenta que las imágenes surgen cuando la persona me toca. Pero debe ser un gesto sostenido. Así ha ocurrido las tres veces.
Lo incomprensible es por qué no se ha repetido. Doña Gertrudis me lava cada día, pero solamente en uno tuve la visión. Lola no deja de tocarme, acariciarme, de darme la mano ni medio segundo y en cambio no he vuelto a sentir ni ver nada. Debo aprender a dominar mi poder, pero ¿cómo?
Tal vez, mi propio aburrimiento me esté llevando a ver películas donde no hay nada. Tal vez sea mi mente la que está inventando fantasías en un cerebro que está más estropeado de lo que me han dicho. Pero entonces, ¿cómo me explico la perfección del recuerdo, cómo puede ser tan detallado? ¿Y qué hay de los sueños? Cada noche he recordado, soñando, episodios de mi vida amorosa con mayor detalle de lo que percibí en su día, haciéndolo. Tiene que significar algo. Tengo que averiguarlo.
Hasta que me llega otra oportunidad.
Mercedes es mi suegra. Es una buena mujer de la que no tengo ninguna queja. No sé si se parece más a Lola o a Rita. Supongo que ambas tienen características de su madre, una señora de clase alta que ocupa su tiempo entre actos benéficos y encuentros con sus amigas. Se acerca a los 60, así que ya no es ningún bellezón, pero lo fue, sin duda. Aún hoy, conserva un atractivo que ya gustaría poseer a mujeres diez o veinte años más jóvenes. Una vida tranquila y el dinero suficiente para cuidarse le han ayudado.
Ha venido un par de veces por semana en las que se ha mostrado atenta y optimista. Hoy me está dando conversación, sin esperar más respuestas que mis monosilábicos parpadeos, pero sé que le caigo bien, a pesar de no provenir a su círculo social. Su marido, en cambio, siempre ha sido más distante conmigo.
Lola vuelve a estar reunida con Carlos y alguien más, así que esta tarde mi cuñada ha venido acompañada de su madre. No se quedarán mucho, me han avisado, pero Rita atiende una llamada de Gonzalo que está de viaje en Brasil, así que me deja solo con ella un buen rato. El suficiente.
Repite los ejercicios que ha visto en su hija hace unos minutos, masajeándome los dedos de la mano para estimularlos, mientras me va contando chismorreos del barrio. Como hice días atrás, cierro los ojos y me concentro en su tacto. De nuevo, empieza la función.
Mercedes está incrustada en un vagón de metro o tren en hora punta. Me sorprende, pues dudo mucho que una mujer de su posición haya utilizado alguna vez el transporte público durante los últimos cuarenta años. Viste elegante, con un vestido entallado de una sola pieza azul turquesa, zapatos de tacón Manolo Blahnik, es su marca de cabecera, y las elegantes pero discretas joyas doradas que la caracterizan.
El habitáculo está lleno, pero no es agobiante. Ella está de pie, agarrada a la barra vertical que preside la plataforma. El convoy se detiene en una parada que no sé identificar, se apean un par de viajeros pero entran una decena. Ahora está más lleno, tanto que dos manos más se han agarrado a la barra, hombres ambos, pero sigue manteniendo el suficiente espacio para que no se le echen encima.
El tren reanuda su marcha pero extrañamente ya no se detiene, como si la siguiente estación estuviera a muchos kilómetros de distancia. El hombre que tiene a su izquierda mueve la mano que lo sostiene un poco hacia abajo, hasta que roza la de Mercedes. Ella no dice nada. Él aparenta no haberse dado cuenta. La mujer mira al frente, aunque debería llamarle la atención, pero no se atreve. Nota los ojos del individuo clavados en su cuerpo, sucios, recorriéndola. Se siente incómoda pero no intimidada. Un hombre corriente como este no tiene nada que hacer ante una dama como ella.
Pero sí lo hace. Mientras su mano izquierda se posa sobre la suya, oprimiéndola en la barra, la derecha se acerca a su muslo hasta que lo toca. Nota claramente dedos procaces acariciándola, ascendiendo por su extremidad. Sabe que debe pararlo, sabe que debe afearle el comportamiento pues esto es un abuso. Pero es incapaz de reaccionar.
La mano ha recorrido el muslo hasta llegar al nacimiento de su nalga. Esto es demasiado, piensa para sí, pero no lo es para él, que abre la mano y toma toda la nalga, meciéndola, sopesándola. En vez de gritar, de apartarla, de abofetearlo, suspira profundamente ante tamaña osadía. ¡Qué se ha creído este cretino!
Se ha creído, sabe, que la mujer que ha entrado en aquel vagón de metro es tan sucia como él y que no lo detendrá hasta que él, ambos, lleguen a puerto.
La desfachatez del individuo es tal que no se contenta con sobarle la nalga izquierda a conciencia. Cambia a la derecha, vuelve a la izquierda, repite en la derecha, para lo que debe moverse un palmo para acercarse más a la nerviosa mujer.
Siente calor, mucho calor. Su respiración se ha acelerado, sus aún bonitos pechos se han hinchado, su entrepierna se ha humedecido. Siente el aliento del hombre cerca de su oído. Pero no puede evitar separar un poco las piernas cuando la mano del hombre desciende por la parte posterior de su muslo derecho buscando el bajo del vestido. Cuando llega a él, Mercedes se tensa, anhelante aunque temerosa. No debería estar aquí. No es su lugar.
La mano ha atravesado la cabaña. Ahora la siente claramente sobre su piel, ascendiendo. Seguro que la falda también se está alzando, pero mostrar sus piernas a cualquiera que esté al tanto del juego la excita más de lo que la avergüenza. Cuando los dedos llegan a su nalga desnuda se siente morir. Debe reprimir un gemido, que ahoga en su garganta. Los dedos dan paso a la mano entera que vuelve a sopesar la masa aún joven.
Cambia de nalga. Y es entonces cuando el hombre repara en la sucia mujer con que ha topado. No hay ninguna tela que separe ambas carnes, no nota la tira del tanga que esperaba encontrar. La muy zorra ha entrado en el metro sin bragas para que él la sobe a su antojo. Viste como una dama, se comporta como una mujer elegante, pero no es más que una furcia.
El hombre se acerca un poco más a ella, casi sin dejar espacio entre ambos. Se entretiene palpándole las nalgas hasta que decide dar un paso más. Centra la mano para que su dedo corazón se cuele en la raja. Nota el ano pero no se detiene. Continúa hasta que el chapoteo de un coño empapado lo recibe ansioso.
Ahora sí gime Mercedes. Ya no puede evitarlo. Intenta moderarse, ser prudente, pero ¿cómo puedes pedirle prudencia a una zorra que entra en un vagón de metro para ofrecerse al primer pervertido que la asedie?
Abre las piernas un poco, menos de un palmo, suficiente para facilitar la labor del invasor. Este, a través de sus dedos, no se detiene. Acaricia su sexo con calma, introduciendo un dedo, sacándolo, mientras la señora se derrite, gimiendo con ganas, indiferente a los demás viajeros.
No tardará en llegar al orgasmo, lo siente cerca, pero el desencadenante es un gesto aparentemente sutil. La cercanía del hombre ha propiciado que note su aliento cerca de la nuca, cálido, sucio, y que el brazo que lo sujeta a la barra roce ligeramente el poderoso pecho de Mercedes. Tampoco lleva sujetador. Es tan fina la tela que su pezón la atraviesa claramente. Ella gira el torso ligeramente, escasos centímetros, suficientes para que el tenso bíceps del hombre lo roce.
La penetración digital, la masturbación, la está llevando al final del trayecto. La fricción con el enardecido pezón, la hace estallar. Sin poder evitarlo, jadea como una cualquiera mientras sus piernas se tambalean, anegando los dedos del desconocido.
El episodio de mi suegra me deja descolocado. Hay algo que no cuadra en todo esto. No puede ser cierto. Es irreal. El vestido existe, se lo he visto puesto, así como los zapatos, el bolso y las joyas. Pero si ya me parece increíble que la señora Mercedes entre en un vagón de metro, que lo haga sin ropa interior y se deje sobar por un desconocido roza el absurdo.
***
La tercera semana postrado en la cama trae pocas novedades. Físicamente, ya son dos los dedos que puedo mover, gordo e índice, lo que me permite agarrar pequeños objetos con ellos, pero es la mano de Lola lo que más cojo. Otro paso agigantado según la feliz valoración de mi amada esposa, una mierda según mi más atinada percepción. Pero debo seguir escuchando lo afortunado que soy.
Psíquicamente, el avance es distinto. Cada noche sigo soñando, recordando, con una claridad meridiana episodios de mi vida sexual, desordenados, con una atención al detalle que nunca había sentido cuando aún era un ser vivo. Una compañera de universidad que me tiré en el baño entre clase y clase, un polvo rápido con una colega en el despacho del que entonces era mi jefe, un trío con dos clientas en una feria comercial, incluso la primera paja que me hice a los trece años después de que una amiga de mis padres nos visitara y mostrara más canalillo del que mis aceleradas hormonas podían soportar.
Pero no he vuelto a tener ninguna visión. Gertrudis me asea cada mañana con su innata simpatía. Lola, Rita y mi suegra vienen a menudo, me tocan, mi mujer me abraza constantemente y ahora que notamos ambos el tacto del otro, no suelta mi mano ni que le prendan fuego, pero nada de nada. Me tiene muy desorientado. Una parte de mi piensa que he podido ver episodios secretos de la vida de las cuatro mujeres, pero la felación de la enfermera y el viaje en metro de Mercedes no pueden ser reales. Un pensamiento al que me agarro como a un clavo ardiendo pues significaría que mi mujer no me ha engañado. Pero ¿por qué aparecieron? ¿Por qué han cesado?
Por otro lado, han pasado más personas por esta habitación. Tres camilleros, alguno de los cuales también me ha tocado el rato suficiente como para que haya podido ver sus experiencias o recuerdos o lo que sean. Tal vez solamente puedo sentirlo en mujeres. ¿Y la doctora qué entonces? Aunque bien pensado, nuestro contacto físico nunca ha pasado de breves segundos. A diferencia de los enfermeros, no es cariñosa. Los médicos no suelen serlo. A lo mejor, el poder únicamente queda restringido a mi familia. Pero Doña Gertrudis desecha esa teoría.
La quinta semana supone un punto de inflexión importante en mi recuperación. Me trasladan a casa. Nuestra habitación ha cambiado, decorada según la imagen que Lola me mostró semanas atrás. La cama de matrimonio es más pequeña, 1,35cm de ancho cuando la que teníamos era de 2 metros, pero así cabe cómodamente una cama de hospital de estructura basculante pues Lola dormirá conmigo sí o sí, en la misma habitación de momento, juntos en la nueva cama de matrimonio cuando logre ponerme de pie, pues ya no me queda mucho, afirma.
Es cierto que ya muevo ambos brazos, aunque aún no tengo fuerza suficiente para sostener objetos, por más tensos que note mis dedos presionándolos. Ya muevo el cuello con cierta normalidad, así que puedo asentir o arbitrar un partido de tenis, pero las piernas aún no me sostienen. Pero no tardaré mucho, afirma el fisioterapeuta que viene dos horas cada día, pues la columna ya está tomando vigor, dejando de ser una raspa de pescado para convertirse en un tronco, me dice jocoso en una de las sesiones.
-La verdad es que has sido afortunado –sentencia, -pocos viven para contarlo después del accidente que tuviste y los que sobreviven, no se recuperan con la velocidad con que tú lo estás haciendo.
¡No te jode! pienso. Otro con la puta intervención de la Diosa Fortuna. Afortunado no es el que sobrevive gracias a ella, afortunado era yo cuando me follaba a todas las diosas del Olimpo.
Los sueños se mantienen puntuales pero no sé cuánto durarán pues me he tirado a muchas tías en mi vida aunque a experiencia diaria tarde o temprano llenaré el cupo. Ya había olvidado las visiones cuando aparecen de nuevo, en la séptima semana.
Elías, así se llama el fisioterapeuta que me atiende en casa, ha venido un par de veces acompañado de una chica rubia de ojos claros. Debe rondar los treinta años pero su cuerpo es pequeño con pocas formas lo que, unido a una cara de facciones infantiles, la hace parecer mucho más joven, casi adolescente. Sorprendentemente, es una mujer fuerte, capaz de sostenerme de pie obligándome a concentrar toda mi energía en los pies, en los tobillos, en las rodillas, pues estamos a punto de lograrlo, me anima. Su jefe se ha ido, cumplidas las dos horas contratadas, pero la chica ha querido quedarse un rato más pues hoy lograré que des tu primer paso, sentencia.
En eso estamos, de pie apoyado en su hombro, mi cuerpo tenso, recto como un palo, mientras mi cerebro ordena infructuosamente a mis tobillos que se muevan, cuando cierro los ojos y lo veo.
Un callejón oscuro, sucio, con papeles y alguna bolsa tirados por el suelo, cerca de un contenedor gris, de los antiguos. Si no fuera porque pertenecen al mobiliario urbano de Barcelona, el escenario podría ser el de cualquier película americana. Entonces oigo los gritos, agudos pero apagados. Berta, que es como se llama la chica, es arrastrada hacia el fondo del callejón por un hombre alto y delgado. Viste el uniforme blanco, zuecos incluidos, lo que me lleva a pensar que el suceso se produce cerca de la clínica de rehabilitación en la que trabaja. La chica patalea, forcejea con ambas manos tratando de soltarse del abrazo del oso que llega a levantarla del suelo, pero nadie acude en su auxilio. No hay nadie en el callejón ni nadie se asoma a la entrada de éste. Superado el contenedor, el hombre la tira al suelo, violentamente, haciéndola impactar dolorosamente con la espalda contra el pavimento. El golpe la aturde un par de segundos pero basta con notarlo acorralándola de nuevo para que la chica reanude la lucha.
-Estate quieta zorra, si no quieres que sea peor para ti.
Pero ella no obedece. Mueve los brazos descontroladamente tratando de sacarse de encima el apestoso cuerpo de aquel malnacido que la ha inmovilizado sentándose a horcajadas sobre su cintura. Si estuviera un pelín más abajo trataría de soltarle un rodillazo en la entrepierna, pero aunque hace el gesto, su extremidad no llega. Lo que sí asoma es la mano derecha del individuo que ha logrado superar la resistencia de las de la chica y cae con brutal violencia sobre su mejilla izquierda. Su cuello gira automáticamente, por poco su cabeza no impacta contra el suelo, y la cara le arde. El sabor metálico de la sangre le anega la garganta. Debe haberme roto algún diente, es capaz de pensar, mientras nota que los brazos van perdiendo fuerza.
El agresor la amenaza de nuevo, estate quieta si no quieres que te haga daño, mostrándole el puño a escasos milímetros de los ojos, mientras aparta las muñecas de la chica con la mano izquierda para proceder a rajar la bata. Por favor, suplica la joven, cerrando los párpados a través de los que caen las primeras lágrimas.
Al tercer tirón el hombre se da por vencido. El tejido es demasiado grueso y no se rompe con la facilidad que esperaba, así que saca una navaja del bolsillo, cuyo brillo en la oscuridad provoca otro grito de la enfermera acompañado de tópicos ruegos, no me hagas daño, por favor. Pero no la clava en la piel. Prefiere perforar el algodón reforzado que se rasga con suma facilidad detrás del que asoma un sujetador blanco, inmaculado. Cuando el filo del arma se cuela entre los juveniles pechos de la chica para rasgar la prenda interior, ésta junta los codos tratando de evitarlo, pero una mirada amenazante del hombre es suficiente para apartarlos. El tirón es respondido con otro grito que nadie más a parte de ellos dos oye. Sin soltar la navaja, sujeta con dos dedos, las manos del cerdo asqueroso toman los breves pechos amasándolos con agresividad, pellizcándole los rosados pezones.
Desde que asomó el arma, Berta ha cerrado los ojos, incapaz de mirar, evitando sentir como aquel delincuente hace con ella lo que le apetece. No tarda en mover su cuerpo hacia el sur, sentándose ahora sobre los muslos de la joven para cortar también la tela del pantalón. Desciende un poco más, ahora posándose sobre las rodillas para terminar el corte. Por un momento, la chica piensa que ahora es el momento, el escroto del hombre está a tiro de sus rodillas pues ha tenido que incorporarse ligeramente para tirar de la prenda y acabar de rajarla, pero notar el cuchillo tan cerca de su sexo la frena. La aterra fallar y que se lo clave en el corazón de su feminidad.
No ha notado frío cuando le ha arrancado el sujetador, pero cuando su entrepierna queda expuesta nota claramente la corriente de aire que la recorre. El agresor se acomoda entre sus piernas, abriéndoselas para contemplar sediento toda su intimidad, sin que ella oponga la menor resistencia. Que acabe lo antes posible, ruega.
Oye como el hombre se desabrocha la ropa, en un acto interminable, hasta que acomoda su cuerpo al de ella, apunta y, al cuarto empujón, entra. No puede evitar gemir, de dolor, de asco, pero el delincuente le acerca la boca con la que también la agrede.
-Venga zorrita, que te va a gustar.
Afortunadamente, la vagina no está completamente seca, así que la penetración no es tan dolorosa como temía. Tampoco el hombre tiene un pene grande por lo que el trago es físicamente soportable. Otro cantar es la melodía que lo acompaña, una serenata de guarradas casi susurradas que la hieren mucho más que la barra de carne.
-Eso es zorrita, eso es, muévete a mi ritmo. Te gusta, te está gustando. Ningún medicucho te ha follado como yo lo estoy haciendo. Por fin te folla un macho de verdad, eso buscabas en el callejón, ¿verdad? una buena polla que te llene ese coñito de zorra que tienes…
Hasta que no llegan los estertores del orgasmo, el hombre no ceja en su retahíla de caricias verbales. Berta nota claramente los disparos en su interior, acompañados de pequeños gemidos, lastimeros, aunque el hombre los confunda con placer.
Besos en el cuello y lametones en la cara son la última humillación que tiene que padecer, antes de que el hombre la abandone, despidiéndola con un sé que te ha gustado zorrita.
Durante unos minutos se queda inmóvil en el suelo, parcialmente desnuda, desmadejada, notando la semilla de aquel hijo de puta en su interior. Poco a poco se va serenando, recobrando una respiración relajada, abriendo los ojos, mirando hacia la entrada del callejón por si alguien viene en su ayuda. Pero está sola.
Vuelve la mirada hacia el cielo, fijándola en la única estrella que asoma en el firmamento. Sus manos tiran los girones de la bata para taparse, pero cuando lo hace, éstas toman vida propia, soltando la tela y acariciando sus pechos, pellizcándose los durísimos pezones con saña, sintiendo el dolor que le atraviesa el esternón.
Incapaz de apartar la vista de la estrella, su mano derecha recorre su abdomen mientras la izquierda mantiene activos ambos pitones, castigándolos alternativamente. Supera el estómago y recorre el pubis, lentamente pero sin demora, hasta que llega al vértice superior de sus labios vaginales. El dedo índice lo acaricia suavemente hasta superarlo para accionar el clítoris. Una descarga recorre su espina dorsal, del coxis al occipital, arqueándola, separándole las piernas, exponiendo obscenamente su sexo. Como aprendió a hacer en su pronta adolescencia, mientras el dedo gordo se apoya en el pubis y el índice mima el botoncito del placer, los otros tres recorren sus labios de abajo arriba, de arriba abajo, abriéndolos, estimulándolos, hasta que el corazón se adentra en su vagina. Está asquerosamente pringosa, pegajosa, rellena de un flujo invasor mucho más denso de lo habitual.
Su mano izquierda abandona sus mamas para colaborar con la derecha en su expedición. Espera a que los dedos diestros abandonen la cueva para colar los zurdos, pues los primeros viajan por el espacio sórdido de aquel callejón hasta acercarse a los labios de su dueña que se abren y chupan con ansia la ácida semilla del malnacido.
Retornan los derechos mientras los izquierdos son bebidos con creciente ansia. De nuevo los primeros, de nuevo sus mellizos.
La enfermera Berta está estirada en aquel sucio callejón boca arriba, semi desnuda, con las piernas completamente abiertas, moviendo rítmicamente las caderas, mientras la succión de sus grasientos dedos acallan los soeces vocablos que su garganta escupe. Eso es zorrita, te gusta que te folle ¿verdad?, te gusta que te folle un macho, que te trate como mereces, como una zorra… Hasta que el orgasmo la estremece intensamente, curvándola exageradamente, penetrada vaginal y oralmente.
El estrépito me devuelve al mundo real. He caído al suelo, de espaldas. La enfermera está agachada a mi lado, parece que no ha llegado a dar con sus huesos en el suelo, pero trata de levantarme tirando de mí con todas sus fuerzas. Lo logra, sonriente pues he dado el paso.
-Lamento el golpe, pero ha valido la pena –sonríe. Sí ha valido la pena, pienso para mí, pero solamente respondo con otra sonrisa, que cada vez es más amplia.
***
He tardado exactamente 11 semanas en volver a caminar. Llamémosle caminar a mover un pie delante de otro con el cuerpo prácticamente erguido apoyándome en un andador de geriátrico o en un adulto que me hace de muleta.
La semana siguiente logré articular la primera palabra. Lola, eso oyó mi mujer y eso quise decir, pero yo solamente oí dos vocales unidas: oa. La semana 16 fui capaz de ir solo al lavabo, por fin me desembaracé del humillante pañal, y la 18 ya me movía por casa con cierta autonomía.
Eres muy afortunado me repetían todos viéndo moverme como un puto anciano de 115 años, incapaz de sostener una cuchara sin mancharme toda la ropa o de mandarlos a todos a la mierda pues mi lengua no obedece las órdenes de mi cerebro con la efectividad que solía.
Pero soy muy afortunado. Tan afortunado, que además de la lengua, el otro músculo que no ha reaccionado aún es el más importante en cualquier hombre que se precie. El cerebro, sí también, pero me refiero a la polla. Un colgajo inerte que ni siquiera las constantes atenciones de mi mujer, una de las mejores felatrices del mundo, una de las razones por la que me casé con ella, no logra despertar. Cuando la retiro con un gesto y un gruñido que quiere ser una palabra, me mira con aquella tristeza que sólo yo capto, pues la adorna de falsa felicidad, animándome, con frases tan tópicas como que Roma no se construyó en un solo día.
Pero el instinto me avisa de que estoy a punto de perderla. No como esposa, no como pareja. Como amante, pues aunque ella lo niegue, empieza a desesperarse. ¡Qué bien me vendría ahora confirmar que mis visiones son profanaciones de mentes ajenas! Pero el pálpito que surgió en mi interior al poco de despertar del accidente, avisándome que Carlos podía quitarme algo más que la empresa, comienza a intensificarse en mi estómago, señal inequívoca de que el Diablo está al acecho.
No hay mucho que pueda hacer aún, pero al menos pararé el golpe, pienso. Puedo mover brazos, manos y dedos, aunque aún no con demasiada fuerza, pero sí la suficiente para acariciar y masturbar a mi mujer. También puedo usar la lengua así que la semana número 20 Lola estalla en un necesitadísimo orgasmo encajando su feminidad sobre mi cara mientras adopto la versión cómica de Rintintín. ¿Es así como se sentían las tías a las que ponía de rodillas, como perritos falderos?
***
Ha pasado medio año desde mi afortunada vuelta al mundo. Soy capaz de expresar frases pseudo inteligibles, aunque me es casi tan costoso como escribir mis ideas en la tablet. Casi no se me cae comida de la cuchara cuando como, logro pinchar con el tenedor, pero cortar con el cuchillo aún es misión imposible. Al menos soy capaz de agarrarme la polla cuando meo, porque de momento no sirve para nada más. De allí que para mitigar los probables avances de mi socio en su opa hostil sobre mi mujer, que acumula mucha necesidad, me haya convertido en el Yorkshire de mi casa, el perrito comecoños que toda abuela que se precie necesita.
Hoy visitamos a la doctora que confirma que mis procesos son estimables, se nota que siempre has sido muy deportista y te cuidabas, que he sido muy afortunado pues no las tenían todas consigo los primeros días pero que viendo la evolución, mi esfuerzo y el cariño de mi esposa, la mira sonriéndole, tuvieron claro que iba a lograrlo.
La visita dura más de media hora. La doctora va desgranando de dónde venimos, dónde estamos y dónde llegaremos, todo muy filosófico aunque se refiera a mi recuperación, pero yo tengo la mente en otro sitio pues no está comentando nada que no sepa o que no me hayan repetido ya un centenar de veces el equipo médico o los fisios. Lola me sujeta la mano con intensidad, feliz ante cualquier comentario positivo de la galena, pero yo estoy trazando un plan en mi cabeza que sé que va a funcionar. Estoy convencido.
Salimos de la consulta despacio, a mi ritmo, todos sonrientes y asquerosamente educados, pero antes he logrado arrancar a la doctora la promesa de atenderme ante cualquier cambio imprevisto. Parece una nadería, pues se trata de una clínica privada cuyo desorbitado precio les exige satisfacer al cliente hasta límites casi pecaminosos, pero la inteligente mujer capta el tono de mi mensaje pues la recuperación de mi sexualidad ha sido uno de los temas tratados.
Dos semanas después estoy solo en la consulta. He aprovechado que Lola tenía una reunión de trabajo para salir solo de casa, tomar un taxi y presentarme en la clínica sin decírselo. La doctora sí estaba avisada pues concerté la visita directamente con ella, comprendiendo que prefería tratar temas tan espinosos sin mi esposa delante, pues di a entender que su necesidad me presionaba.
-Es habitual que algunos pacientes con graves traumatismos cerebrales tarden más tiempo del esperado en recuperar una movilidad completa de la totalidad de su cuerpo. Suele ser parcial, como en tu caso, pero no tienes de qué preocuparte. No hay daños físicos en la zona y tu cerebro nos ha demostrado tener voluntad de regenerar…
-No van por ahí los tiros –la corto balbuceando más que hablando con el aplomo que solía. Y me tiro a la piscina. –¿Se dan casos de alucinaciones o visiones en lesiones como la mía?
-Pueden… -duda –…el cerebro es aún hoy el gran desconocido del cuerpo humano…
Como me cuesta hablar, prefiero realizar un ejercicio práctico pues estoy convencido que será más esclarecedor, así que, cortándola de nuevo, le pido que se levante y se siente en la silla de mi derecha, la que usó Lola en la anterior visita. Me mira sorprendida pero accede. Al tomarla de la mano, me rehúye automáticamente, incómoda pero le pido calma, pues necesito su contacto para explicarle lo que veo.
Tendría cojones que ahora no tuviera ninguna visión, pues quedaría como un loco ante la mujer, pero mi interior, tanto el subconsciente como el consciente no me van a fallar. Lo presiento.
En pocos segundos se enciende el decorado. Textualmente, pues veo un escenario, adusto, de teatro de barrio o de pequeña sala de cine viejo. Se lo voy relatando a la doctora con la lentitud propia de mi estado pero trato de ser descriptivo. Su mano presiona la mía con intensidad cuando comienzo mi relato.
La mujer está de pie, vestida deportivamente, camiseta amarilla, pantalón corto azul y zapatillas blancas, recogiendo su cabello claro en una cola de caballo. Sobre el escenario solamente hay una colchoneta de gimnasio verde militar muy gastada por el uso, al lado de un potro. La doctora mira hacia la colchoneta con intención de realizar una voltereta o algún ejercicio gimnástico pero se detiene a la espera de las indicaciones del maestro que se acerca cruzando el sombrío patio de butacas. El hombre es alto y corpulento pero no parece el típico especimen de sala de fitness, más bien parece el profesor de educación física de la escuela. Al menos viste un chándal del mismo verde que la colchoneta con el nombre de una congregación educativo-religiosa estampado en la espalda.
Le ordena hacer la primera voltereta, con lo que queda sentada de espaldas a él. Ahora la segunda, hacia mí, lo que la deja sentada de cara al docente. De nuevo hacia adelante, de nuevo vuelve. Así media docena de veces, hasta que la chica se detiene cansada, mirando fijamente al profesor, respirando aceleradamente.
-¿Qué miras? –pregunta el hombre, pues la chica ha levantado la vista pero no la ha posado en los ojos de su interlocutor. La ha detenido más abajo, bastante más abajo, donde asoma un bulto que se ha ido hinchando a medida que ella se retorcía sobre el colchón.
Nada, balbucea, pero el docente impone su autoridad apremiándola a responder. Nada, repite avergonzada, hasta que el hombre baja el elástico del pantalón y le muestra un miembro ancho y muy oscuro.
-Mira qué me has obligado a hacer. Ahora deberás pagar por ello.
Lo siento, suena un hilo de voz, pero ella ya sabe qué debe hacer para compensar al señor profesor. Acerca su cuello ligeramente, sin levantar el culo de la colchoneta, abre la boca y toma su penitencia.
-Basta. –La doctora me ha soltado la mano con violencia, levantándose de la silla escandalizada. -¿Cómo puedes saber eso?
No es fácil calmar a un ser humano que ha visto hurgar en sus secretos más íntimos, pero lo intento. Le explico que desde que desperté, sueño repeticiones exactas de momentos sexuales de mi vida y que en cinco ocasiones, he tenido estas visiones que también parecen recuerdos.
A medida que se va calmando, razona, clavándome aquellos ojos avellana tan intensos que la caracterizan, sin duda valorando qué sé y qué puedo ver. Hasta que me lo pregunta. También quiere saber quiénes han sido las otras cuatro víctimas. Le respondo tratando de calmarla.
-Las visiones son incontrolables para mí. Han venido y se han marchado para no volver jamás, como si solamente tuviera una oportunidad en cada caso. –Me pregunta quién de nuevo. Se lo explico, dejando a Lola para la última pues quiero que comprenda mi inquietud. Comprende que he visto algo referido a mi mujer que no me ha gustado, así que su nerviosismo se va relajando.
-No se trata de ningún recuerdo.
Vuelve a sentarse en la silla y ahora es ella la que me toma de la mano permitiéndome continuar. Me sorprende pero su gesto me deja claro que consentirá la visión hasta el límite que considere apropiado.
La doctora, sentada en la colchoneta, parece más joven debido al atuendo escolar pero las facciones de la cara y el cuerpo son las de la mujer de treinta y largos que está sentada a mi derecha. La penitencia a la que el maestro la ha castigado avanza obscenamente, con calma pero sin pausa, pues la joven alumna conoce su lugar, su cometido y el desempeño esperado. Pronto, los sonidos de succión son acompañados por soplidos masculinos, señal inequívoca que el hombre se acerca a la meta, pero la joven no se detiene. Tampoco pierde el ritmo, ni siquiera cuando los bufidos del gigante anuncian el final del castigo.
La doctora me ha soltado de nuevo, preguntándome otra vez cómo lo hago. No lo sé, respondo sincero. ¿Puedes avanzar en la visión? Tampoco lo sé, repito tomándola de nuevo del brazo.
Entonces la chica oye otros sonidos, más lejanos que los que emite el profesor, pero también intensos, molestos, como el frito de un disco mal grabado que ensucia la canción. Son murmullos. De otros hombres, profesores sin duda que se acercan famélicos a través del patio de butacas. ¿Cuántos serán? ¿Media docena? ¿Una? ¿Dos docenas? Debería detenerse, piensa, hacerle eso a un hombre atenta contra las buenas costumbres de cualquier señorita que se precie, pero hacérselo a varios supera en mucho la indecencia. Pero no puede detenerse. Ese mismo pensamiento la excita con una intensidad malsana. Más cuando el inductor de tamaña tropelía inunda su boca.
Varios hombres la rodean cuando se separa del profesor pero la chica no puede, no debe, repetir el acto recién finalizado con cada uno de ellos. Así que se deja caer de espaldas sobre la colchoneta, expectante a que los hombres tomen la iniciativa. Muchas manos, al menos una docena, la tocan, la soban, hasta que las más atrevidas la desnudan para palpar su piel, para hurgar en su inocencia. La chica se deja hacer abriendo las piernas, excitada, esperando recibir también ella su premio.
El primero que se acomoda entre sus extremidades es el profesor de Literatura. Lo siente entrar, profundo, cálido, mientras las manos de los otros no cesan en sus caricias…
-Estás detallando con una fidelidad casi fotográfica una de mis más íntimas fantasías –anuncia la doctora soltándome para acabar con el espectáculo. La miro sorprendido, como el que sale de un sueño porque han encendido la luz bruscamente. Pero la realmente sorprendida es ella, pues sus ojos abandonan mis ojos para posarse en otra parte de mi anatomía, volver a ascender e invitarme a comprobar mi estado con un gesto de cabeza.
Bajo la mirada, pues noto presión sanguínea en mi pene, sensación que no es nueva para mí que en anteriores ocasiones no ha significado nada, pero el bulto es visible a través del pantalón. La toco, me la agarro por encima de la tela de lana de verano y sonrío feliz. Sí señor, es ella, ha vuelto.
Hago el gesto de levantarme en busca de mi mujer para mostrárselo, ¡qué coño mostrárselo! para ensartarla como solía, cuando la doctora me detiene. Su mano también se ha posado en mi masculinidad, dirige la mía hacia su feminidad, anunciándome que recordar su fantasía más íntima la ha puesto caliente como una perra.
Mi yo de las últimas treinta semanas quiere salir de la consulta pues sería lo correcto. Pero mi yo afortunado, el que no esperaba la intercesión de la Diosa Fortuna sino tirársela a la menor ocasión, decide quedarse pues nunca le ha amargado un dulce y nunca ha dejado escapar una presa, menos si está tan buena y dispuesta como la doctora.
Mis movimientos son lentos, así apenas he logrado desabrocharme el cinturón cuando mi compañera de confidencias se sienta a horcajadas sobre mí con la falda por la cintura y las bragas en el suelo, abriéndome la cremallera y sacándome la renacida barra. Se encaja, dejando caer su peso, repitiéndome lo caliente que la he puesto.
Ella marca el ritmo, lento, profundo, como la mamada que le realizaba al profesor de educación física, ella marca la pauta, desabrochándose la blusa para que el par de perfectas tetas adornadas con un pequeño lunar que he contemplado en la visión queden en mi cara, apetitosas, exuberantes.
-Cuando el profe de Lite acaba de follarme, corriéndose en mi interior, me folla el de Mates que se corre en mi estómago, después el de Filo que lo hace en mis tetas, después el de Lengua, el de Sociales, el de Música –va recitando sin dejar de moverse cadenciosamente, -hasta que estoy tan pringosa que les doy asco, me levantan en volandas y me encajan boca abajo sobre el potro. De espaldas no puedo ver quién me folla, pero noto como el líquido caliente me mancha una nalga, la columna, la otra nalga…
Los suspiros le impiden continuar, su musculatura vaginal aumenta la presión sobre mi pene, gime, y grita suavemente cuando siente mi semen anegar su sexo. No he podido aguantarme, no he sido capaz de retrasarlo, también esto tendré que reaprenderlo, pero no le importa pues al poco rato llega a un orgasmo intenso que la deja desmadejada sobre mi cuerpo.
Sentado en la consulta médica, sosteniendo a la doctora que no sólo me ha devuelto al mundo de los vivos sino que además me ha aclarado qué significado tenían las visiones de mi subconsciente, tranquilizándome, vuelvo a sentirme afortunado.
Pues siento que volveré a mi vida anterior, y ésa y no ésta es la vida de un hombre afortunado.
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Autor de MUJERES IMPERFECTAS
Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad. Son 12 relatos inéditos con un personaje común.
=”MsoNormal” style=”text-align: justify;”>https://www.amazon.es/MUJERES-IMPERFECTAS-episodios-peculiaridades-imperfectas-ebook/dp/B01LTBHQQO/ref=pd_rhf_pe_p_img_1?ie=UTF8&psc=1&refRID=MCH244AYX1KW82XFC9S2
Soy inmigrante en este país. Nací en Johannesburgo, ciudad de Sudáfrica, cercana a Pretoria, la capital. Tengo 32 años, soy muy alto, mido 2,10 metros, herencia de mis bisabuelos. Él, un guerrero Masái que se casó con una mujer médico alemana que había ido a su poblado como misionera. Su hijo estudió también medicina en Alemania y volvió casado con otra alemana. Luego emigraron a Sudáfrica. Todos eran muy altos.
Mi padre, también muy alto, estudió medicina en España y se casó con una compañera de la facultad de medicina, de origen americano, que coincidieron en los finales de la carrera, volviendo ambos, al terminar los estudios, a Johannesburgo.
He estudiado en dos universidades americanas y una española. Soy doctor en ciencias químicas, biología y biomedicina. Durante mis estudios, he trabajado en algunas de las más importantes empresas y laboratorios americanos, que me proporcionaban los suficientes ingresos, para que, junto a las becas deportivas, pudiese mantenerme totalmente, sin ayuda de mis padres.
Al terminar, volví a mi casa para poner en práctica mis conocimientos, encontrándome que, en mi país, no hay prácticamente nada sobre ello, y menos en biomedicina, que es mi pasión.
Cuando mis padres decidieron ir a las zonas donde el ébola estaba más activo, decidí que me marcharía yo también. Ir a Estados Unidos, no me llamaba mucho, pero fui para probar y fue una experiencia poco gratificante. Más tarde, mis padres fallecieron víctimas de la enfermedad, aproveché que tuve que volver a Johannesburgo para dejar el trabajo que no me gustaba.
No tengo problemas económicos, porque mis padres me dejaron una herencia, que si bien no era multimillonaria, si era importante y estaba invertida en sitios donde obtenían buena rentabilidad.
Desde pequeño y durante muchos años, pasaba mis vacaciones en España, en casa de amigos de mis padres, donde hice grandes amistades, tanto entre los hijos de éstos como con otros conocidos y que fueron los que me convencieron para venir y dejar mi soledad.
Entré en el país con un visado de turista, que limitaba mi estancia a 6 meses. Mi intención era casarme con alguna mujer que se aviniese a ello y adquirir la nacionalidad. Gracias a mi altura y corpulencia, no tardé mucho en encontrar trabajo de relaciones públicas en una discoteca a la que acude gente de nivel medio alto y entre 20 y 40 años, por supuesto, sin contrato de trabajo.
Y aquí empieza mi historia, la que quiero contar. Ah!, se me olvidaba, el rugby y el taekwondo me han dado una corpulencia no excesiva y una elasticidad cuando me muevo, que junto a una cara que gusta a las mujeres, me hace tener mucho éxito entre ellas.
Ya en las universidades no tenía problemas para llevarme compañeras a la cama y ahora, en este lugar, mucho menos. Raro es el día que no me llevo a casa a una u otra. O a la oficina, donde tenemos preparado un hueco para follarnos a las que se ponen a tiro.
El jefe, al verme ya desde la primera vez, me encargó de la seguridad y hacer de relaciones públicas, animando a la gente, sobre todo mujeres, a beber, bailar y volver otro día. Esto me permitía buscar entre ellas a una posible candidata a un matrimonio temporal.
Frases como: “No conocerás a alguna que esté dispuesta a casarse conmigo para conseguir la nacionalidad”, “Estarías dispuesta a hacerlo, para divorciarnos en unos meses” , “Podríamos llegar a un acuerdo económico”, “Podría calentarte en la noches frías”, sobre todo a solteras mayores o viudas, muchas de las cuales habían catado mis 25 centímetros.
A los cinco meses, seguía sin encontrar pareja, incluso me anunciaba en las páginas de contactos con fines matrimoniales, pero nada.
Desde el principio de mi estancia, venían con cierta periodicidad un grupo de cuatro amigas, todas cercanas a la treintena, que gustaban de beber mucho, bailar mucho y calentar a los hombres mucho, para luego irse solas a su casa.
De mis conversaciones con ellas, me enteré de que Marisa, una rubia teñida, de buenas tetas y mejor culo, muy machacada en gimnasio y que no me hubiese importado follarme, estaba casada con un gestor administrativo, al que no le gustaban mucho esas salidas “de amigas” y que por eso se iban temprano (una o dos de la madrugada). Lo ayudaba en su despacho en un horario bastante cómodo entre las 10 y las 17 horas.
Sonia, buen cuerpo, también de gimnasio, pero menos espectacular que Marisa, casada con un director de banco.
Marta, casi gemela de Sonia, amigas porque los maridos trabajaba en la misma sucursal y secretaria a media jornada en una empresa de importación de no sé qué.
Y por último, Ana, soltera, no fea, pero tampoco guapa, del montón. Con el pelo cortado a lo chico, que perjudicaba su imagen en lugar de beneficiarla, seca, parecía estar siempre de mala leche, a la que prestaba atención solamente por cortesía.
Prácticamente terminado mi quinto mes de estancia y justo cuando empezaba mi trabajo, nada más abrir la sala, entró un tipo de esos que te hacen preguntarte “¿Qué hace aquí, si no pega con nada?”
Vi cómo se dirigía al camarero más cercado, le decía algo y éste señalaba hacia mí. Lo primero que pensé es que se trataba de alguien que venía a anunciarme que debía volver a mi país, y me dispuse a capearlo como pudiese.
-¿Jomo Metzler? –Es mi nombre. El apellido lo tomó mi abuelo de su madre cuando fue a estudiar a Alemania.
-Sí, yo soy. ¿Qué desea?
-Soy Alfredo Martín, abogado. ¿Me permite unas preguntas?
-Usted dirá.
-¿Es usted Jomo Metzler, de Johannesburgo, Sudáfrica, hijo de…, estudios en…, etc., etc.?
Me quedé alucinado. Sabía mis notas, los sitios donde había vivido, con quién, hasta los partidos de rugby que había jugado, los campeonatos de taekwondo que había ganado.
Tuve que confirmarle todos ellos, aunque algunos no tenía ni idea de si eran correctos. Sabía más de mí que yo mismo. Tras confirmarlo, preguntó:
-¿Está usted buscando una esposa con intención de conseguir la nacionalidad española?
Eso me mosqueó. Pensé que era un inspector de algo
-¿Por qué me pregunta eso?
-Porque tengo una oferta que hacerle. ¿Le interesa que hablemos?
Le dije que sí y lo llevé hasta la oficina, mucho más discreta que la sala, donde me expuso el motivo de su visita.
-Mi cliente me envía para concertar con usted un matrimonio. Al igual que usted, ella tiene necesidad de contraer matrimonio, aunque por causas distintas.
-Y qué causas son esas. No me estará metiendo en un lío.
-No, no se preocupe. Todo es legal. Su abuelo, fallecido recientemente y con el que no mantenía muy buenas relaciones a pesar de que vivía con él, la ha nombrado heredera de su fortuna, al ser huérfana desde muy joven. Pero para recibir la herencia, debe de cumplir una serie de condiciones.
-La primera, que ya está cumpliendo, es que tiene que trabajar en el negocio para cobrar un sueldo y poder vivir gratuitamente en la casa familiar, debiendo ser evaluada cada seis meses en su trabajo y por tanto su continuidad en la empresa.
-La segunda es que debe casarse antes de dos años de la apertura del testamento, y ahí entra usted. Mi cliente le hace la siguiente oferta. Si se casa con ella, recibirá una paga mensual de mil euros, limpios, sin ningún tipo de gasto, y compatible con su trabajo. El contrato durará seis meses, hasta la siguiente evaluación, donde ella, si la pasa, quedará libre y si no y si le sigue interesando, negociaremos un nuevo contrato con las instrucciones del notario.
-Podrá vivir en su vivienda habitual o en la vivienda adjunta a la casa de ella, en este caso gratis, durante el tiempo que dure el matrimonio y dos meses más para que busque nueva vivienda.
-No tendrán contacto entre ustedes, salvo el estrictamente necesario en salidas sociales o familiares, que son pocas, y las de la boda y visitas al notario.
-No buscará acercarse a ella ni forzarla a relaciones. Si se pasa lo más mínimo, será acusado de acoso o violación, terminará el contrato y será expulsado del país o encarcelado.
-Además…
-Mire, no siga. Acepto. No puedo dejar pasar la oportunidad. ¿Cuándo es la boda?
-Puesto que acepta, firme estos documentos, que son el contrato de separación de bienes y su renuncia a pedir indemnizaciones, los documentos para del divorcio, sin fecha por el momento y algunos otros documentos legales, porque no me ha dejado decirle que le tramitaremos la nacionalidad española desde mi despacho, sin coste para usted.
-Hoy es lunes y la boda podría ser el próximo lunes en los juzgados. Si me da su número de teléfono le indicaré cual en un par de días y le confirmaré todo. ¿Alguna pregunta?
-Pueeeessss… ¿Cuándo conoceré a la novia?
-El día de la boda, si no es necesario antes. Y preséntese con traje y corbata.
Y así quedó todo. Yo seguí trabajando, aunque en una situación extraña. Mi mente estaba divagando sobre mi futura esposa, a la que imaginaba de mil formas, desde la más guapa y sensual, hasta las más horrorosa y cutre.
Recibí la información de la boda. Podía llevar a dos o tres familiares o amigos, la boda era a las 14 horas, exigiendo puntualidad, y luego habría una comida en un famoso restaurante.
Yo acudí con mis dos amigos de correrías, con los que compartía piso y, algunas veces mujeres, para que actuasen de testigos. No sabía si existía algún familiar mío, por parte de mis abuelos.
Llegamos muy pronto y nos sentamos a esperar entre bromas y elucubraciones sobre mi futura esposa. Estaban al tanto de las circunstancias y se alegraban de que por fin podría dedicarme a la profesión para la que estaba preparado, aunque eso significaría el tener que separarnos.
Estábamos mirando a la puerta de entrada, viendo pasar a unos y otros, cuando aparecieron Marisa, Sonia, Marta y Ana, perfectamente vestidas y arregladas. Lo que menos esperaba.
Marisa estaba preciosa. A la luz del día era más impresionante que en la semioscuridad de la discoteca. Su vestido verde, ajustado a sus curvas y por encima de la rodilla, sus altos zapatos de tacón, su peinado terminado con un precioso sombrero Desee que no estuviese casada y fuese ella con la que me iba a casar. Las demás, también estaban muy bien.
-Hola, ¿Qué os trae por aquí? –Pregunté a Marisa.
-JAJAJAJAJAJAJA Lo mismo que a ti. –respondió.
-Vienes a alguna boda.
-JAJAJAJAJAJAJA Siii, a la tuya.
-Pero… Si no os había dicho nada.
-JAJAJAJAJAJAJA Qué torpe eres. Venimos de parte de la novia.
-¿Sabéis quién es?
-JAJAJAJAJAJAJA –La carcajada fue general, excepto Ana, que solo sonrió.
-Por supuesto. ¿Tú todavía no? No te preocupes, que ya falta poco.
En ese momento, llegó el abogado y estábamos saludándonos cuando nos llamaron para entrar a la sala. Mientras las mujeres terminaban de hablar con el abogado, nosotros entramos para ir a nuestros sitios.
En la sala había numerosas sillas ordenadas en filas y separadas por un pasillo de entrada. Había cuatro más al frente, delante de un pequeño estrado. Uno de mis amigos me acompañó hasta mi sitio, sentándome en el centro y dejando a mi derecha dos sitios libres, sentándose mi amigo en la de mi izquierda.
Si no hubiese estado sentado, seguramente me hubiese caído al suelo cuando Ana se sentó a mi lado y Marisa al otro.
Ana contenía la sonrisa, pero para Marisa era imposible. Aunque intentaba ocultarlo, se le escapaba de vez en cuando, y en todo momento, su cuerpo no dejaba de agitarse. Me volví ligeramente, para encontrarme con que Marta y Sonia estaban igual que Marisa.
Estaban sentadas en el lado del pasillo detrás de la novia, y el abogado detrás de mí.
Apareció el Juez, echó su discurso, nos hizo las preguntas de rigor, preguntó si llevábamos anillos. Yo dije que no. Ni lo había pensado. Pero el abogado se acercó he hizo entrega de un par de anillos nuevos. El de ella, le iba perfecto, el mío se me caía si no lo sujetaba. Por fin, nos declaró marido y mujer y firmamos los papeles.
A la salida, las mujeres nos echaron arroz y como no sabía el por qué, me explicaron que era una costumbre para atraer la suerte y la abundancia a la nueva pareja.
De ahí fuimos a tomar unas cervezas y descubrí que el abogado era muy buen conversador, y que junto a Marisa, Marta y Sonia, hicieron que el tiempo pasara rápido y de forma amena. Solamente Ana permanecía como apartada, con escasas intervenciones y sonrisas casi forzadas ante las frases y comentarios hilarantes.
La comida en el mismo tono, alargándose la sobremesa, para terminar en la discoteca, donde las obsequié con barra libre, que mis amigos aprovecharon al máximo, desapareciendo de mi vista durante toda la noche.
Inicié un baile con Ana, y luego estuve bailando con Marisa, Marta y Sonia, sobre todo con la primera, hasta altas horas de la madrugada. Al principio, bailes muy separados, luego nos fuimos aproximando. Marisa se daba vueltas y frotaba su culo contra mi polla, consiguiendo que rápidamente se me pusiese dura. En cuanto la sintió, ya daba igual el ritmo de la música. Echaba manos a mi culo y se apretaba bien, obligándome a poner mis manos por encima de sus hombros o su culo.
Cambiaban de vez en cuando con Marta y Sonia, que no se apretaban de forma tan escandalosa, pero también les gustaba sentir mis 25.
Ya cerca de las cuatro de la madrugada, anuncié que me iba a mi casa, pues al día siguiente volvía a trabajar y tenía que estar descansado. Marisa dijo que ella también se iba y que, puesto que iba a tomar un taxi, me acercaba a mi casa. Marta y Sonia dijeron que se venían con nosotros, pero Marisa les dijo que mejor acompañasen a Ana.
Ana, por su parte, me dijo la primera frase del día:
-Si quieres, mi casa tiene un ala independiente que está preparada para ti.
A lo que le contesté.
-Gracias. Te lo agradezco mucho. Cuando tenga empaquetadas mis cosas, me cambiaré.
Y cogiendo a Marisa suavemente por la cintura, salimos de allí, camino de mi casa. Cuando llegamos, pagó el taxi y se bajó conmigo.
-¿Dónde vas? ¿Vives por aquí?
-No, yo vivo en el otro lado de la ciudad. Tira para arriba, que hace rato que lo estoy esperando.
-¿No tienes que ir pronto a casa?
-Hoy he dicho a mi marido que me quedaría con Ana, por si intentabas acercarte a ella. Pero date prisa que no puedo más.
No me hice rogar y subimos a nuestro piso compartido. Mis amigos no estaban todavía. Se lanzó sobre mí, comiéndome la boca mientras me quitaba la chaqueta, me iba desabrochando la camisa, los pantalones y deshaciendo el nudo de la corbata. Yo hacía lo mismo con la cremallera de su vestido y el broche del sujetador, al tiempo que la empujaba hacia mi habitación.
Caímos sobre la cama, pero me puse en pie inmediatamente para dejar caer toda mi ropa en un instante y terminar de sacarle el vestido a ella y las bragas.
Desnudos ambos, nos ubicamos juntos en la cama acostados de lado, siguiendo con nuestros besos, mientras la abrazaba y le hacía sentir la presión de mi polla, ya dura de nuevo, contra su vientre.
Llevó su mano hasta ella y la frotó con la palma y dedos mientras decía:
-Mmmm. Estoy deseando sentirla dentro de mí. Bailando se notaba de buen tamaño, pero en directo es impresionante. Nunca había tenido una así. Pero no pienses mal, no he sido infiel a mi marido muchas veces.
Mis manos recorrieron su cuerpo tocándole los duros pezones, acariciándolos, jugando con ellos e incluso pellizcándolos. Luego pasaba a sus pechos, de tamaño ligeramente mayor que lo que abarcaba mi mano, y bajando hasta acariciar sus muslos por fuera , intentando volver por su interior, mientras ella se giraba hasta ponerse boca arriba, para permitirme llegar hasta su entrepierna, separándolas mientras me iba acercando a su centro.
Mi boca atacó sus pezones, que habían quedado libres, lamiendo y chupando con ganas, hasta que, poco a poco, fui bajando para llevar mi boca a su coño recorriendo con mi lengua los bordes de su raja, abiertos y húmedos,
Levantaba su pelvis para intentar dirigir mi lengua al punto que a ella le interesaba y que yo impedía que alcanzase. Sin embargo, ese gesto me vino bien para meterle primero un dedo y luego dos en su encharcado coño y moverlos dentro y fuera hasta que alcanzó su orgasmo en menos de un minuto, gimiendo con fuerza y alzando más su cuerpo.
Mientras se relajaba, mi lengua seguía su recorrido, dando vueltas por la parte que mi mano me permitía y que quedaba limitada a algo más de la zona de su clítoris. En cuanto se relajó un momento, puse mis labios sobre su clítoris y primero con mi lengua y luego succionándolo, volví a excitarla de nuevo. Varias veces me pidió:
-Por favor. Métemela ya. La necesito dentroooo.
Pero la ignoré, hasta que su coño fue otra vez un mar de líquidos. Entonces, cuando me lo volvió a decir, tomé un preservativo del cajón, me lo puse y fui metiéndosela despacio.
-Pfff. Pfff.
Soplaba mientras sentía como la iba llenando. No me detuve hasta que no pude meterla más. Todavía quedaba algún centímetro fuera. Esperé a que se acostumbrase…
-Ufff. Me siento llena. Nunca había tenido algo tan enorme.
-¿Ni tu marido ni los amantes tienen algo parecido?
-Todas han sido muy normalitas. La de mi marido casi ni me acuerdo, viene tan agotado a casa que se va a la cama directamente, bastantes noches hasta sin cenar, sobre todo cuando tiene que quedar con clientes, que muchas veces hacen que llegue de madrugada.
Ya más relajada, empecé a moverme, sacando y me tiendo mi polla despacio, pero empujando al llegar hasta el fondo, consiguiendo que al poco nuestras pelvis chocasen, dejando oír el plas, plas del choque, solamente apagado por los gemidos y frases de ella, que no callaba.
-Uhaaauuuu. Cómo la siento.
-Siiii. Sigue, sigue.
-Ohoooo. Me voy a correr otra vez
-Siii. No pareess. Me corroooo. Ahaaaaaaaaaaa.
A pesar de su corrida, yo no paré y seguí machacando su coño. Me arrodillé entre sus piernas, levanté su cuerpo colgándolo poniendo sus piernas sobre mis hombros, y coloque mi dedo junto a su clítoris para dar vueltas a su alrededor, bien próximo a él.
Metía mi polla con fuerza y eso hacía que mi dedo presionase más, como si golpease, para luego sacarla despacio.
Seguía lanzando las mismas frases repetitivas, añadiendo de vez en cuando:
-Jodeeerr, Cabróoonn. Me voy a correr otra veeeez.
No se las veces que se corrió, pero fueron bastantes. Cuando yo estaba listo para correrme, le avisé:
-Yo estoy a punto también. Voy a correrme ya.
-Siiii. Córrete. Hazme llegar contigo.
Aguanté un poco, aceleré los movimientos y ataqué directamente su clítoris. No tuve que esperar nada. Pronto dijo:
-Siii. Me corrooo. Córrete conmigo. Lléname de leche.
Le hice caso y me corrí. Fue una corrida larga, proporcional al tiempo que había estado follándola. No le hice caso en lo de llenarla de leche. Se la saqué y retiré el preservativo, luego fui al baño, lo tiré, me lavé y volví junto a ella.
Estaba boca abajo y parecía dormida, pero cuando me acosté junto a ella, giró la cabeza y me miró con una sonrisa en los labios. Acaricié su espalda hasta llegar a su culo, lo que le producía gratos estremecimientos. Así estuvimos un buen rato.
Más tarde, me puse a recorrer con besos su espalda con intención de follarme su culo. Ella alargó su mano y tocó mi polla, dura otra vez.
-¿Ya estás en forma otra vez? Yo estoy que no puedo más. Nunca me había corrido tantas veces. De hecho, solamente una vez por polvo. Tampoco había disfrutado de una polla como la tuya ni tanto rato…
Entonces miró el reloj de mi mesita y dijo:
-Huy, las cinco y media. Me voy. Aún llegaré antes de que mi marido se levante.
-¿Y si está despierto?
-Le he dicho que me quedaría con Ana por si acaso, para que no intentases aprovecharte de ella. Le diré que hemos estado hablando y bebiendo y como tú te has ido a tu casa, no era necesario quedarme más y me he vuelto a casa.
Riéndome, la tomé de la mano, tiré de ella y nos fuimos a la ducha juntos, donde volví a acariciarla y a dejar que mi polla pasease por su raja. Volvió a calentarse y pretendió echar el último, pero en venganza por lo anterior, le di una palmada en el culo y la mandé a vestir.
Tara salió de la ducha, se secó cuidadosamente el cuerpo con la toalla y se aplicó la crema de
avellanas frente al espejo. A pesar de que ya no era una jovencita seguía sintiéndose orgullosa de su cuerpo. Sus ojos seguían siendo grandes, de un verde azulado intenso y sin arrugas o bolsas bajo ellos. Su cutis era fino y terso, su nariz pequeña y recta y sus labios gruesos y suaves. Se los repasó con la lengua mientras levantaba su espesa melena negra con sus manos.
Se giró ligeramente y se miró el cuello largo, con la piel tersa, sin arrugas ni descolgamientos, Satisfecha bajó la vista y se observó el cuerpo bronceado y voluptuoso y cogió un poco de crema. Con lentitud la extendió por su cuello, sus clavículas y por su pecho, rodeando su busto y finalmente cerró los ojos y se pasó las manos por los pechos y el vientre deseando que fuese su marido el que la estuviese acariciando.
Con un suspiro sus manos se deslizaron suaves entre sus piernas y dándose la vuelta observó su culo aun redondo y tieso gracias a las largas sesiones de aerobic. Orgullosa se puso de puntillas y observó como su culo se convertía en dos perfectos hemisferios morenos y tersos sustentados por dos columnas esbeltas y tensas.
Se acercó a un sofá y poniendo un pie sobre el asiento se aplicó la crema con esmero por las pantorrillas y los pies. Con una sonrisa satisfecha se miró por última vez y se dirigió al armario. Tuvo que ponerse de puntillas para llegar a la caja que estaba en el altillo. Con cuidado la puso sobre la cama y tras quitar el polvo de la tapa la abrió con cuidado.
Después de quince años, aun recordaba con total nitidez la última vez que se había puesto aquel conjunto. Estaba muerta de miedo, ella, una joven criada entre algodones en una antigua mansión del sur de Virginia, se iba a casar con un hombre que casi le doblaba en edad, un rico abogado del norte que ayudaría a sostener los vicios de su antigua y derrochadora familia.
Con suma delicadeza sacó el conjunto y lo extendió sobre la cama para admirarlo. Tenía tiempo de sobra, Jack no llegaría hasta las siete y el servicio había preparado la cena y se había ido a casa para dejarles solos en un día tan especial.
Tras echarle un vistazo se dirigió hacia el amplio ventanal y observó cómo se arremolinaban las nubes creciendo en la húmeda y cálida atmosfera. Abrió la ventana esperando que entrase un poco de brisa fresca, pero solo entró una bocanada de aire pesado y caliente. Exactamente igual que aquel día de mayo.
Cerrando la ventana se dirigió de nuevo a la cama. Con lentitud cogió el sostén blanco y comprobando que estaba como el primer día, se lo colocó satisfecha al ver que le sentaba casi tan bien como en aquella ocasión. Tras ello se colocó las suaves bragas, un poco pasadas de moda, pero aun suaves y bonitas.
Mientras se colocaba el ligero y las medias cerró los ojos y se encontró de nuevo en aquella habitación que olía a azahar rodeada de sus damas de honor que la vestían y reían emocionadas.
La ceremonia fue preciosa. A pesar del calor, la gente se emocionó y disfrutó al ver como la hermosa e inocente damita del sur se casaba con el hombre maduro, apuesto y adinerado del norte.
Apenas lo había visto un par de veces antes de la ceremonia, pero su porte apuesto, su pelo veteado de gris en las sienes y su sonrisa bondadosa le hicieron sentirse segura y protegida.
Tras el convite Jack la cogió en sus brazos y la llevó a la pista del baile. Flotó por la pista con los brazos de su esposo en torno a su talle, girando al ritmo del vals. Recordaba como si fuese ayer como al terminar casi se desmayó víctima del champán, el calor y la emoción.
Jack se dio cuenta inmediatamente y la sacó de allí en volandas dejando que sus padres les disculpasen.
Su flamante esposo entró en la habitación portándola en sus brazos para a continuación depositarla suavemente sobre las sábanas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él solícito.
—Sí, gracias, solo fue un momento, ahora estoy bien. —dijo incorporándose.
—Será mejor que dejemos la noche de bodas para mañana. —dijo Jack intentando no parecer demasiado decepcionado.
—¡Oh! No, de veras que estoy bien.—dijo levantándose de la cama y colocándose frente a él, poniéndose de puntillas y dándole un beso.
Enseguida notó como su marido respondía a su beso con suavidad acariciándole la cara y el cuello y poniéndole la piel de gallina. Recordaba con total perfección como se había sentido a la vez excitada y temerosa. Era la primera vez que estaría desnuda ante un desconocido. Tras romper el beso, la joven se dio la vuelta invitando a Jack a que le desvistiese.
Aquel hombre, tan íntimo y tan desconocido a la vez, deslizó las manos por su espalda mientras iba bajando la cremallera. Cuando terminó, el vestido blanco resbaló por su cuerpo y cayó inerte a los pies de la joven.
Recordaba perfectamente cómo se quedó quieta, un poco cohibida por su desnudez. Con suavidad Jack la cogió por los hombros y la volteó observando su cuerpo joven y acariciando la lencería que ocultaba con profusos bordados sus partes más íntimas.
Tras escrutarla a placer tomó su cara y mirándole a sus ojos la besó de nuevo. Esta vez no fue tan tímida y exploró la boca de su marido con su lengua. Un intenso sabor a Whisky y a tabaco le inundó excitándola. Sin darse cuenta de lo que hacía apretó su cuerpo contra el de su esposo. Jack respondió bajando sus manos y estrechando con ellas su culo a través de las finas bragas.
Paulatinamente el mareo se fue esfumando y se sintió tan excitada por las sabias caricias del hombre que no pudo evitar un gemido. Esa fue la señal que Jack estaba esperando para subir las manos por su espalda hasta llegar al sujetador y soltar el cierre.
Se cogió las copas aun un poco indecisa, pero Jack le apartó las manos con suavidad dejando a la vista unos pechos redondos, del tamaño de grandes pomelos con unos pezones pequeños y rosados.
Antes de que pudiera hacer nada, Jack cogió uno de ellos y se lo metió en la boca. La sensación fue indescriptible, el pezón se erizó inmediatamente enviando chispazos de placer por todo su cuerpo. Gimió y se apretó contra su esposo deseando que aquellas caricias no terminasen nunca.
Tras unos segundos se separó con un suspiro y esta vez fue ella la que empezó a desnudar el cuerpo de su marido. Con dedos hábiles le aflojó el nudo de la corbata y le quitó el traje hasta dejar a Jack en calzoncillos. El hombre sonrió al ver cómo era incapaz de reprimir una sonrisa nerviosa al ver a su esposo casi totalmente desnudo.
Jack se bajó los calzoncillos y dejó que ella observase su polla crecida aunque no totalmente dura. Se acercó y la rozó tímidamente con su mano. Con una mirada Jack le animó a continuar y ella se arrodilló y cogió la polla entre sus manos.
El miembro se enderezó casi inmediatamente amedrentándola ligeramente, pero su abuela ya había tenido una conversación con ella hacia un par de semanas y le había dicho lo que tenía que hacer.
Aun un poco temerosa, abrió la boca y besó y lamió su glande con suavidad. Con satisfacción notó como la polla de Jack crecía en su boca y se ponía dura y caliente como el hierro al rojo a la vez que el hombre soltaba un quedo gemido. Se sintió un poco extraña con el miembro de Jack en su boca, pero los roncos suspiros de placer de su marido la animaron a chupar cada vez más fuerte hasta que su esposo la tuvo que apartar para no correrse antes de tiempo.
Con suavidad la ayudó a levantarse y la tumbó boca arriba sobre la cama. Ella esperó con las piernas tímidamente cerradas. Jack se inclinó y con suavidad tiro de sus bragas para sacárselas. Ella le dejó hacer temblorosa aunque tampoco hizo nada por ayudarle.
Con una sonrisa Tara se tumbó sobre la cama y acariciándose los muslos recordó como al sentirse totalmente desnuda se tapó el sexo con las manos. Con suavidad Jack las apartó dejando a la vista la suave mata de pelo oscuro que ocultaba su pubis para a continuación separar sus piernas acariciando y besando el interior de sus muslos y la entrada de su coño.
No era la primera vez que se acariciaba entre las piernas, pero el hecho de que fuera otra persona la que lo hiciese, el morbo de sentirse tan deseada y las hábiles caricias y lametones de Jack hicieron que el resto del mundo se diluyera y solo existiera el placer y el deseo que embargaban su cuerpo.
Tuvo que morderse los labios para mantener la compostura y no suplicarle que la empalase con su polla de una vez.
Su marido se dio cuenta del deseo de la joven y con una sonrisa pícara se dedicó a acariciar y mordisquear sus piernas, sus tobillos, sus medias…
Sentía como todo su cuerpo hervía y a duras penas reprimía el deseo de bajar sus manos y abrir los labios de su vulva para mostrarle a su esposo su coño encharcado de de deseo.
Por fin Jack se dejó de juegos y se colocó entre sus piernas. Excitada hasta un punto del que nunca se había creído capaz, abrió un poco más sus muslos para acogerle y creyó derretirse cuando la polla de su marido contactó con la entrada de su vagina.
Con suavidad Jack guio su polla a la entrada de su sexo, se inclinó sobre ella y comenzó a besar y chupar el lóbulo de su oreja mientras le tanteaba el virgo con suavidad.
De repente Jack le mordió con fuerza el lóbulo de la oreja, Tara abrió la boca para quejarse pero entonces se dio cuenta de que tenía toda la longitud de la polla de su esposo en sus entrañas. El dolor se pasó en un instante sustituido por los relámpagos de placer que irradiaban desde su coño haciendo que su cuerpo entero hirviese de deseo.
Tras asegurarse de que estaba bien, Jack comenzó a entrar y salir cada vez con más fuerza. Estaba tan sorprendida por la avalancha de sensaciones que se limitó a dejarse hacer incapaz de hacer nada más que mirar a su marido a los ojos y gemir suavemente.
Con una sonrisa malévola Jack le cogió por las piernas y tiró de ellas hacia arriba a la vez que se separaba permitiendo a su esposa ver como la polla entraba y salía de su cuerpo.
Sus movimientos se hicieron más rápidos, secos y profundos. Creyó que aquel hombre iba a partirla por la mitad. Cuando se dio cuenta había perdido toda compostura y estaba gritando y animando a su marido a follarle cada vez más fuerte hasta que la sensación de mil agujas de placer clavándose en todo su cuerpo le hicieron perder el resuello.
Su marido soltó sus piernas en ese momento y volviendo a tumbarse sobre ella, siguió penetrándola a la vez que le besaba hasta que con dos últimos y salvajes empujones se corrió dentro de ella.
Sintió la oleada de semen caliente llenar sus entrañas y jadeando clavo sus uñas en los costados de sus marido susurrándole palabras de amor a los oídos.
Tara no pudo evitar llevarse las manos a su sexo recordando aquella noche. Con una sonrisa recordó como se había mostrado deseosa, acosando a su marido para que le hiciese el amor durante toda la noche y consiguiendo que la follase tres veces más antes del desayuno.
Una fuerte racha de viento empujó el ventanal abriéndolo de golpe. El ruido la sobresaltó sacándole de su ensoñación y Tara se apresuró a cerrarla antes de que entrase polvo o hojas muertas. Mientras aseguraba la puerta observó como las nubes, cada vez más pesadas y negras, se acercaban. La tormenta no tardaría en llegar.
Efectivamente, el primer rayo descargó cinco minutos después y el suave repiqueteo de la lluvia pronto se convirtió en una oleada incontenible.
En ese momento el teléfono sonó sobresaltándola.
—Hola cariño. —dijo su marido al otro lado de la línea.
—Hola Jack a qué hora llegarás.
—Lo siento, por eso te llamaba, mi amor. Sé que esta es una noche especial, pero estoy en los juzgados, uno de nuestros clientes, Phil Easterbrook, no sé si te acordarás de él, se ha metido en problemas.
—Claro que me acuerdo de él. ¿Cómo no voy a conocer a vuestro mejor cliente?
—Bueno, el caso es que ha tenido un lío en un restaurante, se ha negado a pagar la cuenta y cuando han intentado retenerle la ha emprendido con el mobiliario y han acabado deteniéndole. Parece que iba con un par de copas de más y a insultado gravemente a una agente que vino a poner paz, con lo que ha terminado en comisaría. Me temo que llegaré bastante tarde.
—¡Vaya! —dijo Tara sin poder disimular su desilusión— Tenía preparado algo especial para este día.
—Lo siento cariño, pero Phil no se fía de nadie más. Iré en cuanto pueda.
—No te apures. Creo que será mejor que te quedes a dormir en el bufete, aquí está descargando una tormenta de las buenas, lo más seguro es que corten la carretera por la noche.
—De acuerdo mi amor. Lo siento mucho.
—No te preocupes tonto. Te voy a enviar algo para que te consueles cuando te eches a dormir. Un beso.
—Un beso mi amor.
Tras colgar el teléfono fijo cogió su smartphone, se hizo una foto frente al espejo y se la envió por wasap. La respuesta fue toda una serie de iconos enfurecidos de su marido por no estar en casa acariciando y besando a su esposa.
Con una sonrisa satisfecha se acercó a la cocina para calentar la cena. Estaba a punto de elegir el trozo de pato que iba a calentar cuando el timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos.
Se dirigió a la puerta con naturalidad cuando se dio cuenta de que se dirigía a abrir vestida únicamente con la lencería. Pidiendo un momento a la persona que estaba al otro lado de la puerta corrió al armario del dormitorio de donde sacó una bata de seda color gris perla preguntándose quién demonios se atrevería a salir de casa con aquella tormenta.
Corriendo tanto como se lo permitían las sandalias de tacón que se había puesto se dirigió a la entrada y abrió la puerta. Al pie de los peldaños, bajo una cortina de agua, un hombre joven y moreno, de pelo largo y negro esperaba pacientemente a que la puerta se abriese.
—Hola perdone que le moleste —dijo el desconocido chorreando agua—pero he tenido una avería con el coche y mi móvil no tiene cobertura. Me preguntaba si podría prestarme su teléfono un instante para hacer una llamada.
—Por supuesto, pero pase, no se quede ahí bajo la lluvia. —dijo ella abriendo la puerta totalmente para facilitarle la entrada— Realmente hace una tarde de perros.
Cuando el desconocido subió los peldaños que le daban acceso a la casa Tara comprobó que era alto y corpulento, debía medir casi uno noventa. Su tez era cobriza y sus ojos ligeramente rasgados haciéndole pensar a la mujer que el desconocido probablemente tuviese antepasados de sangre india. El pelo negro y largo chorreaba agua empapando los hombros de su camisa haciendo que esta se pegase a la piel revelando una musculatura impresionante.
Durante un momento un relámpago de miedo atravesó su cuerpo como un escalofrío, pero la sonrisa de agradecimiento del desconocido, cálida e inocente le hizo sentirse como una tonta.
—Adelante, le traeré también una toalla para que se seque un poco. —dijo ella dejando al hombre en el recibidor mientras iba en busca del inalámbrico.
Tras un par de minutos volvió con el teléfono y una toalla. El hombre le esperaba prácticamente en la misma postura en la que le había dejado. Mientras se acercaba se fijó de nuevo en su rostro duro y anguloso, de labios estrechos y pómulos salientes que le daba un aspecto hierático. El hombre recibió la toalla con una sonrisa cálida y dulce que provocó en Tara un ligero e inexplicable escalofrío. Tras secarse la cara, el cuello y su pelo negro le devolvió la toalla y cogió el inalámbrico. El hombre lo manipuló tecleando un número y lo acercó a su oreja poniendo cara de extrañeza.
—Lo siento, pero parece que no hay línea. —dijo devolviéndole el teléfono para que Tara lo comprobara.
—Vaya, pasa a veces con las tormentas, seguro que algún árbol habrá caído sobre el tendido del teléfono. Tengo un móvil, pero me temo que no servirá de mucho aquí, no tengo cobertura y solo lo utilizo para enviar wasaps por medio del wifi de la casa. —dijo ella disculpándose— me temo que no podemos hacer nada de momento.
—Bueno, gracias de todas formas, —dijo el hombre con un mohín— creo que no voy a tener más remedio que caminar hasta el pueblo más cercano…
—De eso nada. —dijo ella en un arrebato— Estas tormentas son muy violentas, pero no suelen durar mucho. Te quedarás hasta que haya dejado de llover y luego podrás irte.
Sin dar tiempo a reaccionar al hombre le llevó a la cocina y le dejó sentado en una silla mientras se dirigía a la habitación a por un poco de ropa seca. Rápidamente escogió un chándal viejo de su marido que hacía tiempo que no usaba por quedarle demasiado grande y volvió rápidamente.
Cuando llegó de nuevo a la cocina, le vio curioseando entre sartenes y las cacerolas. Le dejó mirar unos instantes más antes de entrar con un suave carraspeo. El hombre levantó la vista y sin aparentar embarazo ninguno se acercó a ella dejando pequeñas huella húmedas tras sus pasos.
—Te he traído un poco de ropa seca. —dijo Tara un poco sonrojada— Espero que te valga es lo más grande que tengo.
El hombre la recogió de sus manos e inspecciono el chándal viejo con curiosidad. Tras un instante se impuso un incómodo silencio. El hombre pareció dudar un momento levantando la vista por encima de la cabeza de Tara como buscando algo pero sin atreverse a pedírselo. Tras unos segundos la mujer se dio cuenta y sonrojándose por su torpeza, le indicó dónde había un baño donde podía secarse y cambiarse de ropa.
Mientras el hombre desaparecía camino del servicio ella se apresuró a poner mesa para dos, calentar el pato y descorchar una botella de vino tinto.
Acababa de poner el vino en el decantador cuando el desconocido apareció por la puerta. El chándal le quedaba algo justo, ciñéndose a su cuerpo potente y musculoso como una segunda piel, haciendo que Tara no pudiese evitar admirarlo y sentir un pequeño chispazo de deseo en sus entrañas.
—Ahora ya pareces un ser humano. —dijo ella sonriendo y recogiendo su ropa húmeda para meterla en la secadora.
—Por cierto, me llamo Dan Hawkeye. —dijo el hombre sonriendo agradecido.
—No eres tú el único al que se le ha estropeado el plan. Tengo cena para dos y me temo que mi cita me ha dado calabazas, así que se me ha ocurrido que podrías acompañarme. —dijo ella sentándose e invitando al hombre a hacer lo mismo.
Al sentarse la suave bata de seda le jugó una mala pasada y se abrió dejando a la vista la pierna de Tara hasta casi la altura del muslo. Se apresuró rápidamente a cerrarla, pero enseguida supo que Dan había visto suficiente. Sonrojada, se centró en trinchar el pato y servir un par de tajadas en el plato de su invitado.
Dan se comportó con naturalidad, aparentando no haber visto nada y probó el pato alabando a la cocinera. Movida por una extraña necesidad de exhibirse le dijo al hombre que lo había hecho ella misma y le sirvió un poco de vino.
La cena transcurrió en una atmosfera irreal. Dan no dejaba de observarla con esos ojos pardos y expresivos y con una sonrisa tranquila en su cara mientras ella llevaba la conversación incapaz de estar callada. Así averiguó que Dan era descendiente por parte de madre de una influyente familia de apaches Chirikahua y se dedicaba a tallar la madera y a trabajar el cuero. Mientras comía pato el hombre le contó un par de bonitas leyendas de su pueblo que se remontaban a cientos de años. Tara escuchó las historias mientras observaba la piel cobriza y los músculos que hacían relieve en el tejido del chándal, notando como los pequeños chispazos de deseo se iban convirtiendo en una oleada cada vez más intensa.
Intentando liberarse del hechizo del desconocido se levantó y se dirigió al frigorífico para sacar un par de copas de mousse de chocolate.
Dan se acercó a ella como un fantasma, sin hacer el más mínimo ruido y cuando se dio la vuelta con las dos copas de mousse en la mano a punto estuvo de tirarlas al encontrárselo de frente a escasos centímetros de ella.
Tara levantó la vista y sus miradas se cruzaron. Con un escalofrío creyó adivinar pequeñas vetas rojas fluctuando entre las fibras de color pardo de sus iris.
Aprovechando la distracción Dan aproximó sus manos y cubrió con ellas los pechos de Tara, sobresaltándola y haciendo que unas gotas de mousse saltaran de la copa manchando el brillante suelo de mármol.
Incapaz de defenderse Tara sintió como el hombre sopesaba y estrujaba sus pechos deleitándose en su calor y su suavidad. El frescor de sus manos atravesó el fino tejido de la bata y el sujetador e hizo que sus pezones se endureciesen inmediatamente.
Sin apartar los ojos de ella recorrió sus hombros, sus flancos, sus caderas y su culo haciendo que el cuerpo de Tara respondiese y se incendiase a su paso.
En ese momento Tara dejó de pensar en lo que estaba haciendo y suspirando se humedeció los labios y abrió la boca invitando al hombre a hacerla suya. Dan no se hizo esperar y abrazándola la besó inundando su boca con el sabor del pato y su nariz con el olor a cuero y húmedad de su cuerpo y su pelo.
Tara aun con las copas en la mano se dejó abrazar devolviendo el beso con entusiasmo con todo su cuerpo incendiado de deseo.
El sonido del timbre le sobresaltó de nuevo. las copas cayeron al suelo rompiéndose y esparciendo su contenido entorno a ellos.
El timbre volvió a sonar insistente así que Tara esquivó como pudo con sus sandalias el chocolate y los cristales rotos y se dirigió al recibidor. Se miró en el espejo y se limpió el carmín corrido antes de abrir la puerta.
—Hola Matt. —dijo saludando al sheriff tratando de no expresar con sus gestos la excitación que le quemaba por dentro—¡Vaya noche de perros!
—Ya te digo —respondió el Sheriff echando un vistazo al torrente de agua que caía del cielo mientras se sacudía el impermeable y escurría el agua que se acumulaba en su sombrero.
—¿Qué te trae por aquí?
—La tormenta, —respondió Matt mientras un relámpago iluminaba el cielo nocturno— El rio está creciendo rápidamente y pronto os quedareis aislados por unas horas. Intenté llamar por teléfono a los vecinos, pero parece que ha caído algún poste así que he tenido que salir a avisaros en persona.
—Gracias Matt, afortunadamente Jack tiene trabajo y no tendré que preocuparme por él esta noche.
—¿Estarás segura aquí sola? —dijo Matt con cara de sincera preocupación.
—No te preocupes por mí, querido, si yo no puedo salir tampoco habrá nadie que pueda entrar.
—En eso tienes razón —dijo el sonriendo.
—En fin, gracias por preocuparte, Matt. Te invitaría a un café, pero como Jack no llegará hasta mañana estaba a punto de irme a dormir…
—Lo entiendo, Tara, en noches como estas no hay mucho más que hacer y aunque quisiese no me puedo parar a tomar nada. Debo apresúrame si quiero avisar a todos los vecinos antes de que el vado esté impracticable
Tras un par de minutos más de charla intrascendente el sheriff se caló de nuevo el sombrero y salió a la tormenta camino de su coche. Justo antes de hacerlo el sheriff se dio la vuelta:
—Una última cosa, a unos doscientos metros camino arriba hay un coche parado sin nadie dentro. Parece que ha tenido una avería. ¿Ha pasado alguien por aquí pidiendo ayuda?
—La verdad es que sí —respondió Tara— Hace unos minutos alguien llamó a la puerta, pero acababa de salir de la ducha y la tormenta empezaba a descargar con fuerza. Lo siento, pero como estaba sola me dio un poco de miedo y no abrí la puerta. Quién quiera que fuese no insistió mucho y se fue. —dijo ella rezando para que el bueno de Matt interpretase los escalofríos que sentía a la mezcla de miedo y culpabilidad por haber dejado a alguien tirado.
—Lo entiendo. No te preocupes, reaccionaste con normalidad. Seguramente continuaría hasta casa de los Dawson. En fin voy a seguir la ronda. Cierra puertas y ventanas y no abras a nadie. Mañana todo volverá a la normalidad.
Tara despidió a Matt, cerró la puerta y se apoyó en ella cerrando los ojos aliviada.
Por un momento se preguntó qué diablos estaba haciendo. Por primera vez un hombre que no era Jack había acariciado sus pechos, y le había gustado. Las manos del desconocido, frescas y suaves le habían excitado, pero lo que hacía estaba mal. No debía. Amaba a su marido.
Abrió los ojos dispuesta a resistirse pero se encontró de nuevo con aquellos ojos oscuros e hipnóticos y toda su determinación se esfumó en un instante. Dan alargó las manos para coger las suyas y tirar de ella. Con una seguridad que le asustó y a la vez le excitó le guio por las escaleras de la antigua mansión con paso firme hasta el dormitorio.
Mientras subía por las escaleras no paraba de pensar en que aquello era una muy mala idea. No se le ocurrían más que razones para no hacer aquello, pero era como verse empujada por una ola. Nadar contra corriente era imposible y solo le llevaba a la extenuación.
El dormitorio estaba tal y como lo había dejado, con la caja de la lencería sobre la cama. Dan soltó la mano de Tara y se acercó a la caja. La abrió y sacó el velo de novia. Tara intentó protestar, pero Dan con una sonrisa le quitó la bata y le colocó el velo con una habilidad que no esperaba de un hombre.
Tara esperó allí en ropa interior sintiéndose de nuevo como aquella niña asustada y a la vez expectante. Dan acercó una mano y con una mirada extraña acarició su mejilla a través del velo. Tara se quedó quieta con los brazos pegados al cuerpo tratando de controlar el ligero temblor que el desconocido le producía con su presencia.
El hombre bajó las manos y acarició el cuerpo de Tara con suavidad poniéndole la piel de gallina. Tara suspiró y dio un ligero respingo cuando él recorrió con sus dedos las trabillas del portaligas hasta el interior de sus muslos.
Los ojos pardos de Dan observaron sus labios húmedos y entreabiertos y adelantándose a los deseos de Tara apartó el velo y le dio un beso largo y húmedo. Tara respondió al beso a la vez que abrazaba al joven y apretaba su cuerpo contra él. De nuevo el frescor de su cuerpo contrasto con la fiebre que dominaba el suyo.
La tempestad seguía azotando los ventanales, intentando colarse por las rendijas de las antiguas ventanas e iluminando la estancia con continuos relámpagos y el fragor de los truenos, pero ella solo sentía el contacto de aquellos dedos fríos y suaves.
Cuando se dio cuenta estaba devorando la boca y el cuello del hombre mientras le quitaba la ropa hasta dejarlo totalmente desnudo. Sin vacilar un solo segundo se arrodilló y cogió la polla del hombre entre sus manos. Era gruesa y a pesar de estar erecta estaba sorprendentemente fresca como el resto de su cuerpo.
La acarició y se la metió en la boca. Apartó el velo que había caído de nuevo sobre su cara y levantó la vista buscando los ojos de Dan mientras chupaba con lentitud el miembro, repasándolo con la lengua, mordisqueándolo y cubriéndolo con su tibia saliva.
El joven suspiró quedamente y se agachó para soltarle el sujetador. La prenda cayó al suelo y Tara sintió como sus pechos se bamboleaban libres de su prisión mientras ella seguía acariciando y besando la polla de Dan.
Poco a poco se fue irguiendo dejando que sus pechos rozasen primero los muslos y luego el pene del hombre. Tara lo colocó entre sus pechos y dejó que el desconocido empujase con suavidad entre ellos.
Tras un par de minutos Dan cogió a Tara por los hombros, la obligó a levantarse y la empujó contra la pared. Los labios del joven se cerraron sobre su cuello y bajaron hasta sus clavículas, sus axilas y sus costillas hasta llegar a sus pechos.
Todo su cuerpo se estremeció de placer cuando su lengua y sus dientes rozaron sus pezones provocándole pequeños chispazos de placer. Con su lengua acarició las venas violáceas que destacaban en la piel de sus pechos siguiendo sus tortuosas trayectorias.
Con un nuevo empujón apretó su cuerpo contra ella. Tara se frotó contra él sin dejar de pensar que se estaba comportando como una perra en celo. En vez de avergonzarse aprovechó una pequeña tregua que le dio el hombre para separarse y dándose la vuelta quitarse las bragas.
Tara giró la cabeza sobre su hombro derecho buscando al hombre, pero no vio a nadie. Confundida giró la cabeza hacia delante de nuevo y se encontró con su cara.
Sin dejarle tiempo para que intentase comprender cómo se había desplazado tan rápido Dan la cogió entre sus brazos, la levantó en vilo y tumbándola sobre la cama la penetró.
La polla del joven entró en su interior y se clavó profundamente, fría y dura como la muerte. El coño de Tara se estremeció envolviéndola con su calor. Entrelazando las manos con las suyas comenzó a penetrarla con movimientos rápidos y secos. Tara, poseída por un intenso placer, solo podía gemir y ceñir con sus piernas las caderas del hombre.
Soltando las manos, Dan levantó sus piernas y las admiró y acarició el suave tejido de las medias sin dejar de follarla. Tara cruzó las piernas para intentar que su coño abrazase la polla de Dan más estrechamente mientras él besaba y mordisqueaba los dedos de los pies por los huecos de sus sandalias.
Con un movimiento brusco Tara se separó y dando la vuelta a su amante se subió a horcajadas. Con una sonrisa maliciosa frotó su vulva contra la polla de Dan unos segundos antes de volver a metérsela. Irguiéndose comenzó a subir y bajar por aquella polla disfrutando de su dureza y gimiendo cada vez que llegaba hasta el fondo de su vagina.
No pensaba en nada, solo estaba concentrada en sentir el placer que irradiaba de su sexo y se extendía por todo el cuerpo haciendo que todo él hormiguease de excitación. Sin dejar de saltar sobre el hombre se cogió los pechos, se los estrujó y se retorció los pezones gimiendo y jadeando. Cuando Dan hizo el amago de acercar sus manos a ellos, Tara se inclinó y cambiando el metesaca por amplios movimientos circulares puso los pezones a la altura de su boca.
Dan aprisionó uno de sus pezones con sus dientes y lo mordió con fuerza. Tara gritó dolorida, pero no hizo amago de apartarse y siguió moviendo sus caderas cada vez más fuerte hasta que no aguantó más y se corrió.
Con un empujón el desconocido la apartó y la tumbó boca abajo. Con la polla aun dura y hambrienta se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo sofocado por el reciente orgasmo. Tara cerró los ojos y disfrutó de las suaves caricias sintiendo como su cuerpo volvía a reaccionar a una velocidad que nunca había experimentado.
Se sentía una puta y una traidora, pero no podía evitarlo. Con el cuerpo de nuevo ardiendo de deseo se tumbó boca abajo sobre la cama, poniendo una almohada bajo sus caderas y abrió ligeramente sus piernas. Dan se inclinó entre ellas y le besó y le mordisqueó el sexo aumentando su excitación hasta que se vio obligada a suplicarle que la follara.
Dan cogió su espeso pelo negro con una mano mientras que con la otra guio su miembro al cálido interior de su sexo. Todo el cuerpo de Tara se estremeció conmovido por el placer que le produjo. Complacida sintió como el joven se tumbaba sobre ella y la penetraba con suavidad.
Sin dejar de empujar cada vez más fuerte, Dan acarició su cuello, su mandíbula y su cara.
Tara empezó a gemir de nuevo cada vez más excitada, podía sentir la sangre corriendo por sus venas a toda velocidad. Con un ligero tirón de su cabello, Dan le ladeó la cabeza y le besó el cuello, primero con suavidad y luego con más fuerza mordiéndoselo suavemente.
Tras un par de minutos notó que el miembro de su amante comenzaba a irradiar cada vez más calor. En ese momento los empujones de Dan se hicieron rápidos y violentos haciendo que Tara se corriese en cuestión de segundos.
El orgasmo fue tan intenso que se olvido hasta de respirar. Dan siguió penetrándola y mordiéndole el cuello, prolongando su orgasmo y llenándole el coño con su semilla.
Con un suspiro Tara se relajó e intentó separarse, pero Dan seguía agarrado a ella y chupando su cuello. Intentó separarlo, pero él no la dejó y fue entonces cuando notó que algo iba mal. Se sentía débil y mareada.
Intentó revolverse, pero el hombre la tenía inmovilizada con el peso de su cuerpo y no pudo hacer otra cosa que debatirse inútilmente, aterrada, mientras sentía como su conciencia se iba esfumando poco a poco hasta perderse en la negrura de la inconsciencia.
Un rayo de luz se filtró entre las cortinas hiriendo sus ojos con un brillo anormalmente intenso. Tara se incorporó y un ligero mareo le despertó una serie de confusos recuerdos, aliviada de que todo hubiese sido un sueño se levantó y se dirigió al ventanal abriendo las cortinas. La tormenta había pasado y la mañana era tan espléndida que tanta luz le hizo recular hasta el fondo más oscuro de la habitación.
Deslumbrada se dirigió al baño para refrescarse un poco la cara. La imagen que le devolvió el espejo le obligó a agarrase al lavabo para no caer. Estaba sumamente pálida y al ladear la cabeza vio dos pequeñas punciones en el cuello.
El ruido de las llaves en la cerradura le sobresaltó y tan rápido como el mareo se lo permitió metió el velo y la ropa interior dentro de la caja para luego atarse un pañuelo al cuello y meterse en la cama.
No le costó demasiado fingir que tenía una terrible migraña. Jack sonrió ajeno a la traición de la que había sido objeto y cerrando las ventanas y las cortinas se tumbó a su lado procurando que estuviese lo más cómoda posible.
Jack acariciaba su cara y besaba su frente con cara preocupada mientras Tara deseaba los besos y las caricias de Dan. El sentimiento de traición se veía ahogado por el irresistible deseo de estar de nuevo con el desconocido.
Su marido se ofreció quedarse con ella pero Tara insistió en que debía volver a la oficina y encargarse de los casos que tenía pendientes. En el fondo Jack estaba ansioso por volver al trabajo y terminar con el asunto que le había impedido llegar a casa la noche anterior, así que comió algo con ella en la cama y se fue a la oficina mientras Tara veía con satisfacción como las nubes densas y oscuras empezaban a arremolinarse de nuevo. En lo más profundo de su ser sentía que su amo no tardaría en volver y ella le esperaba con impaciencia.
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Ufff…….cada vez la llama crece en lugar de disminuir…….siento que pierdo el control sobre lo que está pasando y muestra de ello, es que de últimas fechas, quería ir acabando esos encuentros con mi amigo Alfredo, e incluso pasó por mi mente renunciar al trabajo y dedicarme a mi hogar, pero por alguna u otra situación, algo se atravesaba y el tiempo pasaba sin dar punto final. Además de lo anterior, el destino me ponía una prueba más: De unas fechas para acá, justo mi esposo, empezaba a reforzar sus fantasías de verme atractiva y de imaginarme cogiendo con Alfredo. Sus palabras eran para mí, droga que me prendía mucho y me inquietaba al grado de enloquecer de deseo por coger más y más.
Las palabras de mi esposo, seguían generando cosquilleo en ambos, pero más aún, mi esposo increíblemente, era el que estaba poniendo más leña al fuego últimamente y ello estaba dando pauta a que incluso, ahora la situación se torne mucho más morbosa que antes!! Siii, así como lo leen….más morbosa, porque ahora mi esposo es quien quiere que nos reunamos los tres deliberadamente, con tal de poner a prueba sus celos, o por ver hasta dónde puede ser el o yo, capaz de alimentar el morbo a esa fantasía, o no sé si para ponerme a prueba al estar en medio de los dos, o simplemente para orillarme a caer en alguna trampa. Él dice que quiere creer en mí y que para ello, salgamos los tres como muestra de que hay más amistad que deseo de parte de mi amigo!.
Ante eso…..como frenar esta situación??
Por ello, después de la última salida con mi esposo, y la insistencia más firme sobre la fantasía que rondaba en su cabeza, no hizo más que generar una enorme excitación en mí, lo que provoco que mi mente comenzara a abrirse a una posibilidad…..la posibilidad más loca hasta ahora en esta aventura: Compartir una noche de diversión entre mi esposo y mi amigo-amante conmigo…..los tres juntos, con el riesgo de todo!. Y es que no es lo mismo que mi esposo y Alfredo se encontraran en la escuela, donde la multitud de la gente impedía un contacto más directo, a que ahora, estuviéramos solos los tres, conviviendo, tomando e incluso hasta bailando con ambos. Eso sí es morbo puro!
Pues continuando con este Relato, después de la juerga con mi esposo, nos levantamos ya muy tarde…….de hecho fui la primera en abrir los ojos, y al ver la hora, abrí mis ojos desorbitadamente….eran las 4 de la tarde!!!. Me quede en mi cama acostada por un momento, repasando hechos y palabras de la noche anterior, y de manera increíble, logre empaparme nuevamente, sin embargo mi conchita estaba aún hinchada de tanto haber recibido de todo en una sola noche. No quise tocarme aunque ganas no me sobraban, pero fui muy prudente y rápidamente me levante y continué mi camino hacia el baño. Apenas voltee hacia la cama y note que mi esposo comenzaba igualmente a despertar. Entretanto mi mente se revolucionaba con pensamientos contradictorios y nada claros en lo que abría la regadera.
Comencé a desvestirme en lo que el agua caía deliciosamente y en tanto, detrás de la puerta, escuche la voz de mi esposo, serena y locuaz.
-Ohhhh mi amor……..eres una mujer excepcional…….tal como la deseamos todos los hombres!!-
Escucharlo me hizo sonreír en tanto el agua de la ducha ya estaba caliente, y me metí debajo del potente chorro que de inmediato actuó como fuertes brazos que me hicieron temblar del gusto. Cerré los ojos mientras dejaba que mi cuerpo se fundiera con la lluvia y el vapor por el calor que emanaba; llené mi boca de agua caliente y la expulsé con fuerza como si ello aliviara mis pensamientos y mis manos no dejaban de frotar mi piel, que se mostraba muy sensible por todo….por los recuerdos y por el agua misma.
Inesperadamente la puerta se abrió y la silueta desnuda de mi esposo apareció.
-¿Qué…qué haces? Balbuceé sorprendida por su actitud.
-¿Shhh… mi amor, acaso no tienes un lugarcito para tu esposito?-
Ahogó mis tímidas protestas con un beso, pegando la piel de su cuerpo con el mío.
-¿Mmmmm me tienes encantado, y quiero sentir tu piel untada a la mía, quiero estar contigo así de pegadito, sintiendo tu piel, tu calor, tus mimos!-
Concluimos esa ducha entre roces, provocaciones, probadas y sonrisas y estuvimos después, descansando ampliamente. Más tarde cenamos sin hablarnos demasiado, apenas algunos comentarios vacíos y poco más. Después de un rato de televisión evasiva, nos fuimos al dormitorio a reponer ese desvelo de encanto como pareja.
-¿Estás muy callado hoy?- Interrumpí de pronto.
-No, solo un poco cansado- Contesto sin demasiada convicción.
-Has estado un poco distraído hoy mi amor-
-¿Qué?-
-Digo que has estado un poco distraído hoy…antes, en la ducha, casi me desmayas con tu lengüita sobre mi cosita- Dije con una sonrisa traviesa.
-No sé, no me di cuenta, quizás,…….me refiero a la distracción que dices……..de lo otro, sabes que me encanta tu sabor a mujer sensual!-
– Gracias mi amor…….¿Sabes qué? …….me tienes derretida!!……..anoche y ahora, con todo lo que me has dicho y hecho, me tienes atada!!….encantada!!! no recuerdo si lo habías hecho antes, pero estuve sumamente encantada-
-Bueno, ya sabes que en esos momentos uno dice cualquier cosa y…-
-Mmmmm cualquier cosa no ¡!!……. la excitación te hace decir y hacer muchas cositas…….se te va la lengua y comienzas a decir cosas que no se si son producto de la calentura o me tratas de decir algo más – y entonces, de manera muy traviesa, metí mi mano debajo de la sábana para acariciarle su pene.
-No déjalo por favor, que estoy demasiado cansado-
-Está bien cariño, no te preocupes, de todos modos ya me has acabado hoy y anoche ……..me sacaste toda la fuerza, todo el morbo y todas las inquietudes como mujer, y es que me habías dejado tan cachonda que de pronto, mi cuerpecito pide algo más y no podía quedarme así-
Y con aquellas palabras me dejó un beso en la mejilla y se dio vuelta con un “hasta mañana mi amor……ambos estamos rendidos y hay que tomar fuerzas”.
Esa noche descansé bastante poco, en la penumbra miraba la silueta de mi esposo, desnudo; por una parte quería olvidarme de todo lo demás, pero al mismo tiempo sabía que era difícil apartar las imágenes que me habían dejado los días anteriores.
Se llegó el día lunes, mi esposo comenzó sus actividades normales y yo, tal vez motivada por lo que mi esposo me había dicho, esa semana me atreví a vestir más atrevida que otros días a mi trabajo, y mi esposo, fue claro testigo en silencio desde el primer día, y creo que por ello, decidió llevarme al trabajo diariamente, incluso en algunos días, hasta me llamaba antes para avisarme que pasaría por mí al trabajo….eso si era muy evidente.
A la mañana siguiente durante el desayuno, intercambiamos algunos diálogos de rutina. Mi esposo parecía contento y mientras estaba preparando el desayuno me acerqué a la cocina y solté el comentario que me daba vueltas desde la noche anterior.
-Sabes…..no puedo evitar recordar lo bien que la pasamos hace algunas noches…….todo lo que me hiciste me tiene hasta ahora loquita……y todo lo que me has dicho, no puedo quitarlo de mi cabeza…….me excita mucho escuchar todo lo que dices y todo lo loquito que te pones cuando estamos juntos…….no sé si lo haces en juego o estas tratando de decirme algo más, pero…….no puedo evitarlo……me gusta lo que dices!!! – Dije entre una interrogación y una afirmación.
-Bueno cariño, tú también has estado muy ardiente, tal vez más que otras veces-
-¿Qué fue lo que te puso tan cliente?- Continué.
-¿Qué fue? ¿Una sola cosa? Jaja no…seguramente un conjunto de ellas, fuimos subiendo de tono poco a poco y no te olvides que venía juntando desde hace días-
-Bueno pero tienes que admitir que la fantasía de imaginarme o verme con otro, te puso muy caliente y eso disparó un orgasmo increíble- Ya la semana caminaba y me vi muy osada en abrir el tema que desde hace días, deseaba reactivar en mi esposo.
Yo no podía dejar que mi esposo se fuera a trabajar sin que me dijera nada, por lo que volvía a retomar la plática para motivarlo y me dijera lo que yo quería oírle decir -Pero cuando estábamos en el clímax me dijiste que querías verme coger con otro y era indudable que eso te ponía bastante caliente porque estabas durísimo y no parabas de darme placer!!!!……..eso te daba mucho morbo-
-Cariño…ya me lo habías dicho el otro día después de habérmela chupado en el carro…”en esos momentos uno dice cualquier cosa”. Además, si la fantasía funciona para ambos, tanto mejor…..al cabo es solo una fantasía o no?.-
Sus palabras eran como si les restase importancia o fueran en cierto modo evasivas, al menos así sonaban para mí y nuevamente me ponía entre la espada y la pared, ya que por lo visto, el sí tenía claro el objetivo…….solo fantasía!!.
Eso me apagaba los ánimos, pero el morbo que ya traía conmigo, me dominaba y me hacía buscar un pretexto para lograr cumplir mi deseo. Por ello, me puse de pie y me dedique a servir más café y a recoger algunos platos de la mesa. Volví a sentarme y en esos minutos me quedé en silencio, como si disfrutara mi bebida caliente. Mi esposo tomó su taza y al concluirla, aproveche para volver sobre el tema.
-Volviendo al tema mi amor………te quiero confesar algo……..no puedo negarte que estos pasados días, me has excitado muchísimo y tal vez por ello ves en mi rostro una sonrisa de felicidad……te lo agradezco……pero luego me pregunto qué fue lo que hiciste para satisfacerme?……no encuentro la respuesta…….lo único que tengo presente de ti, es que cuando hacemos el amor……….comienzas con tus fantasías………te pones muy excitado y me excitas a mí también……….pero no puedo negarte que todo lo que me dices, me provoca muchas preguntas………por ejemplo, más allá de la fantasía…¿Qué es lo que realmente te excita?……….Imaginarte cosas…..saber cómo sería si fuera cierto……..verme coqueta…….o…..incluso que todo lo que me dices, se convirtiera en realidad???……….no lo sé mi amor…….no tengo respuesta y pues solo puedo decirte que te veo muy excitado……y eso me gusta mucho……me hace feliz verte feliz.
-Por favor Diana ¿qué te ha dado ahora por hacer ese tipo de preguntas?.- Me inquirió mi esposo, lo que me hizo sentir que ahí lo atrape dejándolo desarmado.
-No lo sé mi amor…..esa noche la pasamos de maravilla…..y en la cama cuando terminamos….me puse a pensar en todo esto y yo no encontré respuesta……tómalo solo como una duda de tu esposita mi amor-
-Cariño, si hiciera algo así supongo que te lastimaría y no tengo esa intención-
-Esa no es la cuestión mi amor…….además imagínate que si fueran realidad tus fantasías, podrías o no enterarte…….o como dice el dicho…….“ojos que no ven…”-
-Me sirves otra taza de café?- Me puse de pie y en tanto le di la espalda a mi esposo, una sonrisa broto de mis labios……creo que lo puse entre la espada y la pared. Regresé a la mesa y me senté, dándole su taza. –Y bien mi amor?……que me dices?- Le solté el anzuelo.
-Que rico café mi amor…….pues…….verás, …..te voy a confesar algo que tal vez nunca lo hemos platicado…….cuando tenía veintitantos años me lo pasé muy bien y no me privé de nada, pero hubo algo que me marcó y mucho, y eso fue que entre esas libertades que tuve, una amiga de la familia, casada ella, me sedujo y me llevó a la cama, haciéndome gozar como con ninguna jovencita en ese entonces……..no sabes lo que pasaba por mi mente, al encontrarme con su marido en las reuniones de familia, y ella coqueteándome mucho, y su esposo sin darse cuenta…….eso me marcó porque me excito mucho el juego y el morbo que eso provocaba, y ahora, aún recuerdo esas escenas, esos rostros y esas actitudes……me pone a mil recordar esa infidelidad y aunque nunca te lo he dicho, es algo que traigo sembrado en mi……….por eso es que no puedo dejar de pensar que una mujer tan hermosa como tú, seas objeto de deseo de otros hombres. Siempre te lo he dicho, pero no te había comentado lo que había dentro de mí. Pero ya que repentinamente estás tan interesada en este tema, que te puedo decir, que a nivel de fantasía es normal creo yo……siempre un poco de dolor en la relación, provoca mayor excitación y tal vez para excitarme, algo de aquellos años viene a mi mente, pero en ese momento, en ti veo reflejado el rostro de la infidelidad y eso me excita muchísimo…….además, he leído y según estadísticas, las mayorías de las gentes, tiene la fantasía al imaginar a su pareja, en la cama con otra persona distinta…….. y no me dirás que eso te sorprende porque muchas mujeres y muchos hombres tienen esa clase de morbo. ¿No lo tienes tú?-
-Fantasía…puede ser- le contesté muy secamente…..en realidad me interesaba sacarle toda la información a mi marido.
-Pues eso es mi amor……. una fantasía…..una fantasía que tengo dentro de mí porque lo viví en carne propia, y no puedo negarte…..me excita mucho ver el rostro de una mujer infiel, cuando es penetrada por otro hombre……….no tienes idea de lo que es ver el rostro de una mujer en esa situación……..te vuelve loco solo ver la expresión de una mujer cuando otro hombre va entrando en ella…….creo que es lo más excitante de todo…….es una imagen que no puedo describirte………es como ver algo que te hipnotiza de por vida……..ese rostro de gusto y placer no puede uno borrarlo de su mente………y por eso, cuando te hago el amor ……….trato de alargar el mayor tiempo posible el momento de metértela……disfruto mucho tu rosto…..disfruto mucho como gozas…….y cuando te la meto lentamente…….me dejas increíblemente extasiado al ver como tu rostro se tuerce de placer……..me gusta ver como disfrutas cuando mi verga se va toda dentro de ti…………ver tu boca abrirse…..tus ojos perderse y como echas tu cabeza hacia atrás en respuesta a una aceptación plena……..no tiene palabras……es mágico simplemente y en ese momento no puedo dejar de imaginar que es el mismo rostro de aquella mujer cuando le era infiel a su esposo!!!!…….me entiendes ahora????…….por eso mi amor…..no puedo dejar de tener esa fantasía contigo y lo único que te pido es que la compartas conmigo…..quiero que tu también goces de esto que es tan divino………., no pasa nada, más aún, quizás tengamos mejores encuentros íntimos, no crees?-
-¿Y cuál es tu fantasía en ese sentido?- Quería ir a fondo con el tema porque me parecía que mi esposo estaba abriéndose para tratarlo.
-Mmmm…bueno……creo que ya te lo expuse……….cuando te hago el amor, me gusta ver tus expresiones y como disfrutas, pero cuando rompemos el amor y empezamos a tener sexo, me enloqueces, y me haces imaginar que así como gozas cuando tenemos sexo…….cuando te veo con los ojos cerrados, tu boca abierta y disfrutando, como si estuvieras perdida, en ese momento, mi mente comienza a imaginar si así sería tu comportamiento si otro hombre te estuviera cogiendo!!! …. y solo ver tu rostro y escucharte, me excita mucho!!!…………cual es mi fantasía?…..esa mi amor……que en tanto hacemos el amor tu y yo, me imagino que estas cogiendo con otro hombre…….me excita verte disfrutando de una buena cogida y me excita imaginarte y eso me prende a tal grado, que me excita mucho en ese momento……y cuando jugamos o te digo mi fantasía y tu juegas también, me encanta escucharte decir que si te gustaría probar a otro hombre, o igual, me excita mucho oírte hablar en nuestro juego, que te gusta ser una puta con los hombres…….me excita escucharte en tanto en mi mente, todas las imágenes tuyas estando con otro hombre, dan vida a una enorme excitación mi amor……..me excita imaginarte que eres infiel con ese hombre que trae ganas de cogerte!!!!………..
-……..te refieres a…………Alfredo?- Le dije seria a mi esposo sin esperar a más. .
-Tu y yo sabemos que ese hombre, desde que te conoció, no deja de mirarte y más ahora que trabajas con él, está más que extasiado de tenerte a su lado…….soy hombre y te puedo asegurar que todos los días, está más que excitado mirándote……debo decírtelo mi amor…….lo traes prendido y contigo en su oficina…..se sacó un diez!!!
-Estás loco mi amor, como crees!!!!. Le mentí
– Eso es lo que tú crees y siempre me has dicho que estoy loco o que estoy viendo cosas donde no las hay…….por eso, me he atrevido, con todo el dolor o celos, como quieras llamarle, a que salgamos un día los tres…….un día de copas…..una noche de copas, para que tú misma te des cuenta de las miradas de tu amigo hacia ti, o de sus pretensiones……..tanta es mi fantasía mi amor, que deseo comprobártelo, en que tu amigo está loco por ti y es más………sabes porque deseo que salgamos los tres un día a tomar la copa?…….
– Nnnnnoooooo……porque? Le conteste ahora si extrañada, pero feliz porque finalmente hice que mi esposo tocara el tema que quería yo, porque los días pasaban y no lo veía con ánimos de reunirnos los tres como me lo había propuesto.
– Porque deseo que ese día, te vistas muy atrevida o si puedes, hasta más atrevida que otros días, incluso hagamos locuras, y más que excitarlo a el…….me excites a mí …..tu sabes que soy muy visual y me excita ver…..y si te veo atrevida y provocativa, puedes estar segura que me tendrás bastante empalmado mi amor……..no tienes idea del gusto que me daría ver sus reacciones de no poder hacer nada, y así mismo, te des cuenta, de que el no necesita más que una señal tuya para llevarte a la cama!…….pero como te digo, quiero que al que excites sea a mí, para que al terminar, nos vayamos tu y yo a hacer el amor a un Hotel, donde ambos sabemos que el simple lugar, ya es morboso de por si…..y ahí, tengamos una noche sexual loca……recordando todo y fantaseando todo……en tanto nos damos un gustazo haciendo el amor tu y yo……hasta rebasar la línea y coger como locos!!!!
-Eso quieres mi amor?………pero…….te…..te has puesto a pensar si algo saliera mal?……te has puesto a pensar si algo se nos saliera de control?…..Ya te dije la noche pasada que en el juego, algo puede salir mal y ……..que haríamos?
-Pues chiquita……….como vamos a saberlo?…….pues atreviéndonos no crees?……además……si algo sale mal…….creo que no sería tan malo no crees?’……finalmente el aparte de ser hombre……creo que es tu amigo no?……y un verdadero amigo……lo demostrará siendo caballerosamente discreto.
-¿Eso significa………que…….si algo sale mal…….en realidad…..no sería tan malo……..o ….o que tratas de decirme cuando dices que si algo sale mal……..con el no sería malo?-
-¡No lo tengo claro mi amor! Solo sé que me pone muy cachondo verte en una situación comprometedora, ………pero……si quieres saber más de mis fantasías, tendrás que averiguarlo cariño, que ya te he dado más información de la que hubiera imaginado, y ahora ya sabes porque no puedo quitarme esa idea de mi mente…….me estoy excitando y además, se me hace tarde……tengo que ir a mi trabajo, nos vamos?- se puso de pie, fue al baño a lavarse los dientes y al tomar sus cosas solo me dijo que me llevaba al trabajo y que me esperaba afuera en el auto.
Mi esposo se fue a trabajar después de dejarme en mi trabajo, pero las palabras de mi esposo, rondaban en mi mente a cada momento. Se llegó esa noche y, estábamos cenando en casa y sin aún mover nada, recibí un mensaje de Alfredo a mi celular. Al leerlo enfrente de mi esposo, note un rostro entre enojado y dudoso: el mensaje decía: “Diana, te informo que mañana, firmaré un importante contrato, con el cual, tendremos trabajo para muchos meses”. Eso hay que celebrarlo a la brevedad!!!!. Te dejo que organices el plan pero si puedes avisarme a la brevedad para no perder más tiempo”.
El mensaje lo leí tal cual, porque afortunadamente, no traía nada comprometedor, y por el contrario, se veía muy institucional. Solo por eso me atreví a leérselo a mi esposo ehhh.
-Como ves mi amor? Tu qué harías?- Le pregunte a mi esposo para que no se sintiera desplazado.
-uhmmmmm………mañana es viernes…….es quincena por cierto verdad?…………pues pudieres proponer que ……les invite una comida a sus trabajadores y en tu caso, como su mano derecha, que …….nos vayamos de copas?- En cuanto dijo eso, tomo su vaso para darle un sorbo prolongado y pararse de la mesa, dándome la espalda, para ir a la barra y servirse más jugo.
Yo me quede con los ojos abiertos, el vaso a medio camino a mi boca, sorprendida por su comentario!. No dije nada, y solo esperé que regresara a la mesa. Me dejo impactada…….tenia bien claro lo que habíamos platicado antes y ahora, me lo estaba reafirmando!!……Que debía hacer yo???
Al sentarse mi esposo, y dando un trago más a su jugo, me preguntó: -Ves bien mi propuesta o tienes algo más en mente?….Yo lo comento porque si es un contrato jugoso, creo que todos los trabajadores deben ser partícipes de ese éxito no crees? …….creo que esa noticia los motivaría aún más!!…….y en tu caso, pues, tú has sido pieza importante en el crecimiento de la empresa, y creo que eso amerita no solo una comida, sino un brindis-
Sin palabras que decirle, me pare de la mesa y llevando conmigo los vasos a la cocina, hice más tiempo para meditar aún más sus palabras y mi respuesta. Regrese y sentándome solo le comenté a mi esposo: – Ok, le propondré tu idea….ahora le mando el mensaje, y espero lo que diga.- Le di la jugada para que estuviera consiente de que la idea, había salido de mi esposo y no de mí.
Sin más, ahí frente a mi esposo, le mande el mensaje a Alfredo desde mi celular, sabiendo que mi esposo quería estar presente: “Muchas felicidades!. Te lo mereces y creo que tus trabajadores también son parte importante de este proyecto. Porque no los invitas mañana a comer y ahí les das la noticia?…….en mi caso, estaré con mi esposo porque me invito unas copas en la noche……a menos que quieras alcanzarnos y ahí, brindamos los tres…….tal vez una noche de copas, como ves?- Este texto ya no se lo leí a mi esposo y solo le dije que le mande lo que había propuesto respecto a los trabajadores.
Alfredo no tardo nada en contestar: -“Excelente propuesta!!….la comida para los trabajadores es buena idea……creo que merecen ser considerados verdad?….. y la idea de alcanzarte con tu esposo para brindar, me encanta la idea, los alcanzo a ustedes y ahí, creo que si amerita una noche de copas……una noche….loca!”-
Sin más, le leí parte del mensaje a mi esposo:-“Ok que le parece bien la idea, y que tú digas, donde nos vemos mañana y él nos alcanza”-
Como nunca, vi un brillo enorme en los ojos de mi esposo y una muy leve pero dibujada sonrisa en su rostro, lo cual trató de ocultar, simulando que bostezaba y se paraba a la cocina!. Que significa ello??…..No supe ni quise preguntar, y solo me puse de pie para beber lo último de mi vaso.
A la distancia, escuche que mi esposo me decía -Ok está bien, dile que mañana le decimos para ver donde conviene…..o si el conoce algún lugar, que es bienvenida su propuesta-. De mí, solo recibió un ok.
Sin decir nada y apareciendo un silencio inaudito, nos fuimos a la recamara. Ambos nos acostamos y sin decir nada, quedamos de frente el uno al otro. Nos vimos, sin decir más, nos besamos intensamente, tanto así, que sin decir más, terminamos teniendo un polvo igualmente intenso. Más que tener sexo, hicimos el amor….muy relajado, besos y una sola posición.
Finalmente amaneció y nos alistamos para salir ambos, cada quien a su trabajo y nos preparamos para la velada que suponía habría de ser de buen nivel, como en otras anteriores ocasiones que había ido con él a brindis.
Mi esposo en su trabajo, yo en el mío, y Alfredo en su negociación. A eso de las 11 am, recibí la llamada de Alfredo, para avisarme que notificara a los trabajadores, que ese día, las actividades se cerraban a la 1:30 pm, y que los citara en el Restaurant Bar “Fiesta Latina” a las 2 pm. Sobre la reunión de nosotros, no dijo nada y eso me mortificó más. Sin embargo, de inmediato llamé al personal y les transmití el mensaje de Alfredo, y todos felices, pararon sus actividades para irse al lugar citado. Me preguntaron si yo me iba con ellos a lo que les dije que en mi caso había pedido el día desde antes y que ya tenía planeado irme antes de la hora de salida. Así fue y llegada la hora, el personal comenzó a retirarse y yo comencé a cerrar la puerta del taller. Sin embargo me sentía intranquila……Alfredo no me mandaba nada ni me decía que plan con nosotros. Así me tuvo en suspenso cerca de hora y media más. Finalmente cuando recibí un mensaje. Era Alfredo:-“Dianita, te parece si le dices a tu esposo, que te lleve al Bar de mi amigo?….tú sabes cuál verdad?…….ahí los alcanzo más tarde, te parece?- Apenas leer ese mensaje, mi cuquita dio un brinco natural como antes no lo había hecho. Algo presentía y me puso realmente nerviosa pero también excitada!
Tratando de calmar mis ansías, fui por mis hijos a la escuela, y desde ahí llame a mi hermana, para pedirle que me aceptara esa noche a mis hijos. Mi hermana gustosa aceptó y sin esperar más, apenas salieron de la escuela mis hijos, nos fuimos a nuestra casa para que se prepararan su equipaje para ese fin de semana. Al tener mis hijos sus cosas listas, de inmediato se subieron a mi camioneta y nos dirigimos con mi hermana, y para calmar mis ansias, me quede un momento platicando con ella.
Eran ya las 5 pm. Le mande un mensaje a mi esposo del lugar que propuso Alfredo, y mi esposo sin chistar, acepto de inmediato, pero su respuesta no solo fue un “estoy de acuerdo”, sino que mandó un segundo mensaje, diciéndome: -“Mi amor, no sé qué vayas a hacer hoy, pero hoy, más que nunca, quiero que te prepares para que juntos hagamos una noche sumamente especial…….tu sabes lo que me excita, yo sé lo que tienes, y no quiero que te sientas limitada por mi hoy…….por el contario…….quiero que hoy me demuestres porque eres mi esposa y porque eres capaz de seducirme y motivarme”-
No necesité preguntar más…..yo sabía todo lo que tenía que hacer!, Solo le contesté con un emoticons de carita sonrojada y otra con un beso.
Para ello me despedí de mi hermana, encargándoles a mis hijos y partí rumbo a mi casa. Sin esperar a más, me fui directo a la ducha, donde lo primero que hice, fue dejar que mi cuerpo de humedeciera y procedí a depilarme absolutamente todaaaa. Sobre mi piel no había vello alguno!. Me sentía ahora si, absolutamente desnuda. De inmediato, procedí a maquillarme muy hermosa, como si fuera a una cena de gala, y sin esperar a más, me enfunde en un micro vestido blanco de tirantitos y un amplio escote al frente, tan entallado que ni un pliegue se notaba sobre mi cuerpo y tal parecía que estaba literalmente pintado a mi piel. Una brevísima tanga que apenas si cubría mi intimidad pero por lo entallado que me quedaba, si dejaba entrever unas ligeras tiritas que rondaban mi cadera, y para cerrar con broche de oro…..una zapatillas altísimas y una cadenita de oro sobre mi tobillo, haciendo resaltar el atractivo de mis piernas. A pesar de ello, no me vía nada vulgar y por el contrario, muy seductora. Como notarán……no llevaba sostén!…..indudablemente……verme era desearme!!!
En cuanto llegó mi esposo por mí, solo opté por ponerme una gabardina negra que impedía ver cómo iba vestida. Mi esposo al verme, solo me dio un beso pero nunca pregunto que llevaba debajo. En el camino, platicamos de mil temas, como tratando de restarle importancia al momento, aunque tal vez por dentro, ambos íbamos muy nerviosos de lo que esa noche podría pasar.
En cuanto llegamos al Bar del amigo de Alfredo, el dueño nos reconoció de inmediato, pero no hizo ninguna mención…..desconozco si Alfredo le haya llamado o le haya adelantado algo. No quise tampoco investigar más.
El Lugar ya estaba lleno, y el espectáculo incluyó un monólogo bastante bien montado y un número con un grupo de música típicamente alegre, que más tarde apoyó de fondo a la pista de baile. El Bar, parece una plaza de toros, con diferentes niveles e incluso algunos sitios imitando palcos y en el centro la pista, de forma tal que había desniveles. A nosotros nos colocaron en un lugar muy privado, muy discreto y en un nivel un poco arriba de los demás, por lo que, con el juego de luces, no éramos muy evidentes pero nosotros si teníamos la mejor vista, ya que desde que llegamos, el mesero nos reconoció y el mismo dueño del lugar, nos recibió y fue quien nos dirigió a ese lugar.
La noche transcurría tranquila entre diálogos superficiales para pasar el tiempo entre mi esposo y yo, en lo que bebíamos esa botella de whisky. Fue como a las 10 de la noche, entonces cuando a la distancia, vimos que llegó Alfredo. Ambos nos quedamos en silencio. No quisimos decir nada ni mover nada. Solo tomamos nuestro vaso y dimos un gran trago de whisky, lo que hizo que el mesero se acercara a prepararnos otro vaso.
Alfredo de inmediato fue a saludar a su amigo y estuvieron un breve tiempo platicando y de pronto la sangre se me heló, al ver como volteó hacia donde estábamos nosotros, y con su vaso en la mano, comenzó a caminar entre la multitud hacia muestra mesa.
Hasta ese momento ni mi esposo ni yo sabíamos que hacer. El silencio se apoderó de nosotros, esperando que Alfredo llegara a la mesa. Y cuando así se dio, Alfredo llegó hacia mí, y me extendió su mano para saludarme, pero aprovecho para agacharse a darme un beso en la mejilla muy cortésmente; De inmediato se dirigió a mi esposo y extendiéndole la mano, lo saludo. Sin dirigir más la palabra, se sentó a mi lado izquierdo en tanto mi esposo, estaba a mi lado derecho. Como para romper el hielo, alzó el brazo con su bebida y dando el brindis, bebimos el contenido de nuestros vasos. Alfredo tomo la palabra y comenzó las preguntas de rigor, que como estábamos, como nos había ido, como cerrábamos la semana, y a mí, como habían tomado la noticia los trabajadores, y de ahí, aprovecho para informarnos del proyecto recién firmado, y comenzó a darnos detalles de todo lo que ello implicaba, y ello sirvió para extender la plática, romper el hielo y generar plática con mi esposo.
Pensaba que yo estaba manejando la situación, pero cuando los comencé a ver que estaban ya platicando más entre ellos y comenzando a beber más desinhibidamente, supe que en realidad ellos estaban teniendo el control del momento.
No sabía si me arrepentiría de lo que pudiere darse esa noche o no, pero al paso del tiempo, el hielo se había roto un poco más y ya nuestro ambiente era más animado. Mi esposo más abierto y Alfredo, pues no le quedaba más que mostrarse ligero. Ahora no había lugar para dar marcha atrás.
Estaban dando ya las 12 de la noche, y se agotó la botella de Whisky, por lo que Alfredo hizo una seña al mesero, y al acercarse éste, comenzó a platicar con Alfredo, momento en que mi esposo aprovecho para dirigirse a mí y con un aire sensual que yo bien le conocía se acercó a mi oído y me susurró:
-Estas hermosa mi amor………no te has quitado para nada ese abrigo ehhh……eso me hace pensar que vienes muy inquietante ehhhh!……..pero sabes que me gustaría?……….que ahorita que quieras ir al servicio, no nos digas nada, y solo te quites el abrigo y vayas………pero allá adentro, me gustaría que te quites la tanguita que seguramente traes puesta; Quiero admirar a mi mujer……quiero que me tengas empalmado de solo saber que no traes nada abajo………quiero que me hagas sentir desde ahorita, que tendrás hoy una noche llena de verga!! (mi esposo ya mostraba que no estaba en su juicio por el lenguaje que comenzaba a manejar y como arrastraba su lengua me indicaba que estaba ya con el alcohol en la sangre), y que tu tanguita ya no te hará falta-. Me dio un suave beso y se regresó hacia el mesero quien para ese momento le estaba ya sirviendo un nuevo vaso de whisky.
Allí me quedé desconcertada y algo nerviosa, con una sonrisa dibujada pero falsa, para dar otra apariencia, pero en realidad, estaba desconcertada y muy nerviosa, sobre todo porque Alfredo a cada momento, me lanzaba miradas coquetas y cuando mi esposo se distraía, me guiñaba el ojo, o incluso por debajo de la mesa, me rozaba la gabardina. Todo ello, intenté ocultar hablando de otros temas, pero era imposible distraerme de lo que realmente estaba sucediendo entonces, sobre todo porque al igual que ellos, yo comenzaba a sentirme algo mareada, motivada o desinhibida.
Al cabo de unos minutos, no pude evitarlo, y tuve necesidad de ir al sanitario…….estaba levantándome, cuando mi esposo se dio cuenta, pero sin decirme nada, me guiño el ojo, y recordé su recomendación. Ahí, en medio de los dos, me puse de pie y sin ponerles atención, como minimizando la importancia, me fui desabrochando la gabardina, y al abrirla y dejarla sobre mi silla, voltee a ver a mi esposo, quien sin palabras, con los ojos y la boca enteramente abiertos, quedó hipnotizado. Le sonreí y con mi mano, le toque la barbilla, dándole una leve caricia. No quise voltear a ver a Alfredo para no evidenciarlo, aunque sabía que estaría impactado también, y limitado para decirme o verme todo lo que el quisiera por la presencia de mi esposo, pero me di la vuelta y con lentitud pero con seguridad, me dirigí al sanitario ( ya no necesitaba preguntar porque conocía el lugar).
Ya en el sanitario, me metí a un privado y ahí hice pis, pero me detuve más de lo debido, porque justo me llegó un mensaje a mi celular. Era Alfredo:-“Pero que bellísima te ves ahora Dianita!!!. No sé si me estas poniendo a prueba o no, pero, no te aseguro quedarme quieto…….créeme que no respondo de mi ehhh”-
Ese mensaje me puso más nerviosa. Concluí de hacer pis, y me puse de pie, y estando un momento así, solo alce mi pierna para retirar mi tanga. Estaba absolutamente desnuda y mi cuerpo delataba la falta de sostén, mis pezones muy marcados y debajo, no había marca de ninguna prenda……… salí rumbo a la mesa apretando fuertemente mi mano donde llevaba mi tanguita bien envuelta.
Para ese momento, el ambiente estaba ya muy prendido y ya algunas parejas habían salido a bailar y se movían por la pista, haciendo que mi visión fuese confusa. No estaban lejos pero a veces me perdía entre los movimientos de la gente.
Finalmente llegue a mi mesa y mi esposo no me quitaba la mirada de encima, como si estuviera a la expectativa o tratando de darse cuenta que en efecto no traía nada abajo. Alfredo, por su cuenta, se puso de pie y se fue directo a la barra, momento en que mi esposo aprovecho para decirme al oído:-“Mi amor, no sé qué decirte!…….nunca imagine que vestirías así……..no digo que te veas mal……..solo digo que nunca imagine que te atreverías a tanto ehhhh……..pero te ves hermosísima!……me has dejado impactado en verdad…….Me dejas sin palabras……..me tienes sumamente prendido…….nervioso……contrariado……..pero quiero que sepas que me ha gustado mucho verte vestida así………..y creo que a tu amigo también porque en cuanto fuiste al baño, no pudo contenerse y no dejo de mirarte hasta que te perdiste entre la gente!!!….- Cuando me dijo eso mi esposo, yo ya lo sabía……Alfredo me lo había dicho por medio del mensaje!!
Después de algunos minutos, llegó Alfredo a la mesa. Detrás de él, venía el mesero, pero traía en una charola, tres vasos con whisky. En cuanto los vi, algo paso por mi mente. Porque no nos sirvió del whisky de la botella que teníamos en la mesa??. En ese momento supe que esos vasos, ya venían preparados con la especialidad de la casa!!
Mi esposo ni cuenta se dio y en lo que el mesero ponía esos vasos en la mesa, Alfredo aprovecho un instante, para decirme al oído:-“Dianita, esta noche, que sea una noche loca!”-
En cuanto se retiró el mesero, Alfredo tomo el vaso y elevándolo solo dijo: “Mis amigos…..quiero brindar por el éxito hoy logrado…….quiero que bebamos este vaso, de un solo trago, porque bien amerita, que disfrutemos hoy”.
Yo con dudas, pero excitada a la vez, sabía lo que ello implicaba. Mi esposo, en cambio, desconociendo lo que ese vaso podría contener, lo tomo y mirándome, me dio la señal de que tomara el vaso también. No lo dude ya en ese momento. Los tres levantamos los vasos, y tras un largo “Saluuuuddddd”…..nos bebimos todo lo que tenían esos vasos.
En ese momento, Alfredo se paró para ir al sanitario y mi esposo me tomo de la mano para sacarme a bailar. Ya en la pista, y yo con mi mano cerrada, le dije:
-“Recuerdas lo que me pediste?”-
-“hummmmmmm……….recuérdame mi amor!”-
Y sin decirle más a mi esposo, solo le tome de la mano y abriéndola, le deposite mi tanguita en su mano. Mi esposo al sentir eso, bajo su mirada, abrió su mano y descubrió mi regalo. Levantó su mirada, sin decir nada, se me quedo viendo y me dio un beso enorme, que le correspondí sinceramente.
En eso vi que Alfredo llegó y se santo en la mesa y no me quitaba la mirada de encima. Estaba dicho que estaba dándose un gustazo con solo verme a detalle.
Mi esposo estaba empalmado, lo vi y sentí por el constante roce de su entrepierna y la mía. Finalmente termino la canción, y nos fuimos a sentar. Justo en ello, pusieron una canción que me vuelve loca y sin pensarlo, comencé a cantarla y a moverme, pero mi esposo no hizo mucho por seguirme o pararse a bailar nuevamente conmigo, y ese momento, tome mi vaso de whisky y levantándolo les dije que brindáramos- Saluddd!- Y en cuanto dimos el trago, Alfredo se puso de píe, y sin decir nada, me tomo de la mano, para sacarme a bailar, y llevarme así, hasta la pista.
La pista se llenó nuevamente, haciéndonos un poco hacia atrás casi arrinconándonos al final de la pista, pero desde ahí lograba ver a mi esposo, que sin más, no me quitaba la mirada de encima. Yo sabía que estaba espectacular, con aquel vestido ceñido al cuerpo, aquellos tacones que me alzaban la figura y mis pechos que eran para hipnotizar a cualquiera. Recordé que además me había quitado la tanguita haciendo que mi culo destacara mucho más. ¿Acaso lo habría notado Alfredo ya? Imaginé que ya Alfredo, estaría echándome un ojo, y seguramente deseándome brutalmente. Volví a quedar de frente a donde estaba sentado mi esposo, y lo noté que incluso ahora, se había puesto de pie, con el vaso en su mano, y viéndome con detalle, como si no quisiera perderme de vista. Quise ponerlo nervioso y me acerque a Alfredo para hablar de trivialidades y decírselas cerca de su oído por el alto volumen de la música. A lo que lógicamente mi esposo desde donde estaba, ni sabía que platicábamos pero si me vería seguramente untada a Alfredo y muy cerca de su rostro! Esas imágenes son tan sensuales como provocativas y a todo hombre le gusta sentirse incomodo ante una situación así. Mi esposo dio muestras de ello, ya que en lo que yo le decía a Alfredo, algunas trivialidades en el oído, mi esposo, no dejaba de verme a la distancia y bebía con mayor velocidad su copa.
El juego se había vuelto picante y peligroso. La mezcla de morbo y celos que le provocaban a mi esposo, por la situación era incomparable con nada que había sentido antes. Me estaba excitando y mucho!
No me di cuenta que la pista quedo totalmente llena, y noté que mi esposo, intentaba simular su vista cada vez que nos buscaba entre las parejas de la pista; Nos veía juntos, tocándonos, las manos de él sobre mí, las manos mías sobre él. Parecía que estábamos disfrutando, en tanto nos hablábamos al oído, ¡podía vernos!. Los celos lo mataban, ¿o era placer?. Esa era siempre mi duda, pero en ese momento caí en cuenta de algo……..si fueran celos contundentes, primero no hubiera permitido siquiera ir donde estuviera Alfredo…….menos aún proponerme vestir como iba el día de hoy. El silencio de mi esposo, el brillo en sus ojos al verme, eran más que claros………mi esposo se excita tan solo de verme con mi amigo y siente placer verme en brazos de el mismo, y su fantasía, lo había llevado a poder ver más de cerca, algo que hasta entonces solo se imaginaba. En ese momento vi las cosas de otra forma!
El sonido, el ambiente y el juego de luces, estaba a lo máximo. De pronto, sin saber cuándo, una distracción me hizo perder de vista a mi marido. Alfredo aprovecho un instante de oscuridad en la pista y el alejamiento de la mirada de mi esposo, para hacerme subir las escaleras hacia el segundo piso de ese bar.
Me deje llevar, y los nervios me comían…..nunca había estado en una situación como éstas, donde mi esposo esta tan cerca de mí, viéndome, y siendo testigo de mi cercanía con mi amigo.
No sabía qué hacer. Alfredo solo me tomo de la cintura, y plantándome un enorme beso en la boca, me hizo perder la noción, y sin más, solo me dijo al oído:-“Dianita, hoy vienes súper hermosa,…….no sé qué este pasando ni que piense tu marido, pero no me importa…….estoy decidido a todo esta noche contigo……..con o sin tu esposo aquí, hoy te voy a dar una cogida, que querrás no despedirte!. Es más…….se me ocurre que cuando nos vayamos a despedir, voy a pedir al mesero que nos tome algunas fotografías, y tú vas a posar muy sensual para mi…..que tu esposo vea que otro hombre toca a su mujer………también te sacaremos fotos con tu esposo para que no diga nada, pero con él, te mostraras normal………..-
En cuanto me dijo eso Alfredo, no supe que decir, solo me tomo del talle, bajamos las escaleras y ahí note que mi esposo estaba deambulando entre la pista, seguramente ya estaba buscándome, aun cuando no fue más que un par de minutos, los que nos perdimos de su vista.
Casi estuve a punto de entrar al lavabo de señoras pero no quería alarmar a nadie y menos aún hacer el ridículo, como para disfrazar un poco la situación.
Mi mente volaba a mil por hora; ¿cuánto tiempo había pasado desde que me atrapo Alfredo? Ya dentro del baño, recibí un mensaje. Era de mi esposo:-Donde estas mi amor?……..de seguro estarás por ahí mamando una la verga, como una Puta…..eso eres…… mi esposa y una puta!
Nunca había oído a mi esposo decirme eso y me tenía sorprendida, pero ya el alcohol dentro de su cuerpo y lo morboso del asunto lo justificaba y más que enojarme, hasta me sacó una sonrisita……Casi tropiezo pero me tranquilizo al seguir leyendo: -“jajaja no te preocupes mi amor….. tu amigo está aquí y preguntando también por ti”-.
-Cariño, ¡Estoy en el sanitario! ¿Estás bien?-
-¿Estoy bien, pero dónde estabas? Te estuve buscando – me envió otro mensaje
– bailando con Alfredo y no digas que no me viste porque estuve observando que no me quitabas los ojos de encima-
-Pero eso fue hace tiempo-. Protestó con torpeza.
– ya sabes que el baño de las mujeres hay mucha gente, …..Quieres venir por mí?? ¿Algún problema?-
-No me avisaste nada, y te fuiste con tu amigo ehhh!”-
-Me estuviste viendo ehh!…….o ya no te gusto verme con él??…..si quieres, ahorita me siento, me pongo mi gabardina o mejor aún…..ya nos vamos ehh-
– no supuse que desaparecerías con él-
-El juego no proponía que fueras testigo ¿Verdad?-.
Desarmado de argumentos y derrotado con sus propias dudas, asimilé la situación de mi esposo, buscando tranquilidad y decidí esperar a volver con él, para cerrar el tema.
A pesar que lo ocurrido se me había escapado de las manos, al menos ahora tenía derecho a preguntar directamente.
No fue necesario acudir a ninguna fórmula para volver al tema, apenas llegue a la mesa, donde en efecto estaba Alfredo y mi esposo platicando. Entonces me acerque al oído de mi esposo, y solo le dije:
-Como te dije, fue un éxito porque desde un principio no dejó de mirarme el culo y no te voy a negar que me dijo muchos piropos pero todos muy respetuosos ehhh…..lo que quiero comentarte y a lo mejor ya te lo dijo a ti, que viene contento de la firma de ese nuevo proyecto, pero que quiere detallar algunos puntos conmigo, y aunque ahorita estamos celebrando, que ……….que ojala cuando nos vayamos, permitas que él me lleve a casa aunque tu vayas detrás de nosotros, porque quiere irme dando unas instrucciones para el lunes- Me mostré resuelta, audaz y morbosamente atractiva, ya que le metí mi lengua en el oído de mi esposo, excitándolo más de lo que ya estaba.
Entonces, movido por un irrefrenable alud mezcla de celos y deseo imperioso, mi esposo quedo en silencio, y sin decirme nada, nos pusimos de pie como si fuéramos a bailar pero mi esposo, me empujó contra la pared y se abalanzó sobre mí como un poseso, besándome el cuello y la boca. Dado que estábamos como dije, en un lugar muy privado u oscuro, aprovecho la ocasión para darme un leve jalón de mi vestido por los hombros, provocando que las tiritas de mi vestido, se escurrieran y cayeran sobre mis hombros, dejando un escote tan pronunciado que solo verme, parecía que estaba desnuda. Mis pezones estaban sumamente endurecidos clamando por una boca que los probara ya!.
Pegada así en ese rincón privado, mi espalda a la pared y mi esposo de espaldas a la pista, pudo notar que Alfredo se paró y dijo que iba al baño. Estábamos en pleno agasajo ahí solos, y sinceramente, mi esposo y yo, estábamos ya muy excitados; las manos de mi esposo no dejaban de tocarme toda y su boca de recorrer mi piel, momento en que mi esposo, extrajo su verga totalmente erecta y pude atraparle en una de mis manos para acariciarla, y la mano de mi esposo, tocaba mi culo por encima de la minifalda.
.Ahhh…ohh…asi…así…me gusta…….te ves muy puta mi amor……me tienes loco……me está gustando lo que veo- Mi esposo envuelto en un ardiente deseo, gozaba pero sus palabras dando muestras de que todos estábamos gozando.
Entre espasmos de placer súbito y casi momentáneo, pude ver que venía Alfredo y detrás de él, el mesero, por lo que pude retirar un poco a mi esposo diciéndole que venía gente. No me di cuenta ni me dio tiempo de arreglar las tiritas de mi minifalda que estaban caídas sobre mis hombros dejándolos muy sensuales.
Apenas llegó Alfredo pero con el Mesero: -“Nos puedes tomar unas fotos por favor?-
Y sin decir más, se acercó a mí y a mi esposo, que aún jadeaba pronunciadamente, y nos dijo que nos tomarían unas fotos. El alcohol, la excitación y el momento, nos tenía a todos en llamas. Me puse en medio de los dos, pero Alfredo de inmediato, se colocó detrás de mí, y me enrollo con sus brazos sobre mi cintura, más bien tirando mis caderas hacia las suyas y apretándome contra el mismo. Yo lo único que hice, fue tomar de la mano a mi esposo, en lo que sentía como la hombría de Alfredo, me rozaba por completo mis caderas por detrás. En una de las fotos, no hice mucho, pero sentí como la mano de Alfredo, estaba posada encima de mis caderas, de forma tal que seguro la fotografía había captado el momento en que su mano estaba más por debajo de lo permitido y otro de sus manos, mucho más arriba de mi cintura casi sosteniendo la base de uno de mis senos. Las fotos comenzaron a tomarse en grandes cantidades, y en un momento dado, mi esposo me soltó la mano y se hizo a un lado en lo que el mesero seguía tomando más y más fotos. Mi esposo sentado y mirándome, y yo con mi amigo, abrazándome, adoptando poses, mismas que fueron subiendo de tono al grado de que hubo varias de esas fotos sumamente sugerentes, ya que en algunas, Alfredo estaba sentado, y sus manos enrollándome pero de las caderas, lo que hacía que sus manos estuvieran totalmente postradas sobre mis nalgas, y en otras más, me hacía sentarse en sus piernas. Otras más, totalmente detrás de mí, y ambas manos enrollándome por la cintura, en lo que mis manos elevadas hacia atrás, enrollando su cabeza, y nuestros cuerpos sumamente pegados!!. Yo estaba que escurría de placer, por tanto morbo y la mirada de mi esposo, entre perdida por el alcohol y lo morboso y excitante del momento.
La foto más atrevida, pero creo que ya estábamos desatados, fue cuando totalmente de frente el uno del otro, y abrazados, me tenía con su mano derecha, como abrazada por la axila, pero sus dedos, tocaban mi seno, lo cual se ocultaba por mi brazo mismo, y con la mano izquierda, de plano, encima de toda mi nalga aprovechando que ese ángulo, mi esposo no tenía visibilidad!!. Nuestras mejillas absolutamente pegadas y aunque ambos mirando a la cámara, nuestro aliento se percibía muy muy cerca.
Apenas terminamos esas fotos y Alfredo sin soltarme de la cintura, pago la cuenta, sin esperar a que mi esposo aportara algo, aunque mi esposo, baste decir, estaba ya más borracho que nosotros. Y sin soltarme de la cintura, Alfredo, tomo mi gabardina y dándosela a mi esposo para que él se la llevara, le dijo a mi esposo que ya nos retirábamos. Así, yo sin mi abrigo, mi amigo Alfredo llevándome de la cintura y mi esposo por delante caminando con mi gabardina en sus manos, nos retiramos.
Apenas salimos, pedimos los autos, y sin decir más, Alfredo le dijo a mi esposo que él me llevaba a la casa porque quería darme unas instrucciones para el lunes y que nos fuéramos juntos.
Mi esposo con un poco más de lucidez, se acercó y nos cambió la jugada:
-“Noooooo…….no los sigo……..Alfredo quiero hablar contigo!:-
Baste decir que realmente los tres ya estábamos muy tomados. Yo pensé lo peor, pero cuando los vi alejar, no paso más de 4 minutos, cuando regresaron. Alfredo tomo su celular y me dijo que me tomaría unas fotos con mi esposo. Entonces mi esposo, se me acercó y sentí que quiso imitar las poses que vio adentro cuando nos tomaron las fotos, pero nunca segundas partes fueron buenas y nada fuera de lo común. Sin esperarlo o tal vez mi esposo no recordaba que adentro del Bar ya me había tomado varias fotos con Alfredo, me pidió tomarme una foto con Alfredo. Para este momento, Alfredo iba por todo, y yo, …..yo ya quería todo……estaba demasiado excitada y de plano, Alfredo me abrazó por detrás, repegándose todo el paquete en mis caderas, y una de sus manos, casi al nivel de mis senos. El mismo Alfredo pidió otra foto pero ahora, pidió un tipo selfie, indicándole a mi esposo se pusiera adelante, yo en medio y Alfredo atrás de mí. Solo vi el destello de su celular, más no como salió la fotografía. Mi esposo se subió a su auto y se marchó. Yo me quede estupefacta….con los ojos y boca abiertos!…. no sabía que había pasado pero Alfredo sin pedir permiso, volvió a abrazarme y solo me dijo:
-“Tranquila Dianita……..mas no se puede pedir…..sabes que me dijo tu esposo?…….Que te tiene una sorpresa……que él se adelanta y que yo te lleve…..por cierto, quieres ver la última foto?”. Al enseñármela, no cabía en lo que había tomado…..mi esposo casi con los ojos cerrados, yo en medio de los dos y Alfredo detrás de mí, dándome un beso en el cuello!!
Yo no cabía en mi sorpresa, pero no dije nada. Sin embargo si note que Alfredo hacia más tiempo del debido antes de retirarnos de ese lugar. Sin embargo, vi que recibió un mensaje en su celular y sin decirme nada, solo dijo:-Ya vámonos.
Eran ya las 5 de la madrugada, y me hizo subir a su auto y antes de arrancarlo, me dio tremendo beso y sus manos no dejaron de toquetearme toda, logrando prenderme nuevamente. Yo estaba chorreando de tanta excitación por todo lo vivido, y sin arrancar aun el auto, se bajó los pantalones, y ahí en el estacionamiento, me cargo, poniéndome frente a él, sentada dándole la espalda al volante, y sin decir más, me dejo caer, ensartándome su verga hasta el fondo!.
Ohhhhh…..mi cabeza dio un giro de enorme placer y mi cabello se revolvió al sentir tremenda tranca dentro de mí. Yo al sentir eso, me torcí de placer y sus manos bajaron mis tirantes, para comerme las tetas sabrosamente, en lo que comenzó a bombearme muy rico. No me dio tiempo de reclamar nada, de decir nada, de negarme a nada. Y así ensartada, echó a andar el auto, y lo puso en marcha…….eran ya las 5 de la madrugada………..pero sin decirme nada, apenas salimos del estacionamiento tan lentamente como podía el manejar, llevándome en esa posición, y en ese momento, note que se metió a un hotel!!. Ahí me puse loca porque no era ese el plan, pero en tanto me azotaba yo, más placer le daba a Alfredo por mis movimientos bruscos y yo totalmente empalada por mi amigo……después de unos instantes de gemir ambos, él no me dejo y solo me dijo: “Tranquila”.
Llegamos al estacionamiento del Hotel, y ahí continuó cogiéndome en esa posición, para después darme vuelta y dejarme de frente al volante, mirando hacia afuera, y me estaba dando una cogida de alto nivel dentro de su carro y ahí estacionados.
De pronto, me saco su verga y sin metérsela debajo del pantalón, bajo del auto, para irse al lado de mi puerta y abrirme la misma, quedando el de frente a mí, y jalándome levemente mi cabeza, para que mi boca quedara cerca de su verga, situación que no pude evitar, y le propine tremenda mamada ahí, sentada dentro del auto y Alfredo afuera parado. No sé cuánto duramos así, pero nos separamos y me hizo bajar. Me enrollo en sus brazos y me dirigió hacia el interior del Hotel…..entramos y nos fuimos al elevador, y ahí dentro, aunque rápido, me dio unas metiditas más, recargándome de frente a la pared del elevador y medio agachada, para él desde detrás, darme ese mete-saca!. Apenas salimos del elevador, y me llevo a una habitación, donde ahí afuera, me puso contra la pared nuevamente, poniendo mis manos en la pared, las piernas entreabiertas, y por atrás, me la volvía a meter hasta el fondo, haciéndome gemir de gusto. Yo estaba desbocada, sin saber que hacer pero solo gozando. Me hizo desfallecer ahí en el pasillo al tener los dos un orgasmo intenso y conjunto. En cuanto terminamos jadeantes y muy agotados por la posición, reposamos unos segundos, tras lo cual, de pronto, volvió a abrazarme por entre la cintura y caminamos apenas cinco paso, y toco una puerta. Al abrirse, me quede con los ojos abiertos:- Ahí estaba mi esposo!!!!
Que está pasando!!- paso por mi mente, y sin decir nada, solo escuche decir al Alfredo:
-“Mi amigo, apenas recibí tu mensaje como me dijiste, y te traje a tu esposa, sana y salva…….Dianita………disfruten una noche loca…….su noche de copas!!!!.
Y dándome un beso en la mejilla, se despidió de ambos y se marchó, dejándome con mi esposo ahí, en ese Hotel, quien me tomo de la cintura, me metió y apenas cerro la perilla……nos fundimos en una lluvia de besos llenos de excitación!!
Mi esposo y yo, nos duchamos juntos antes de ir a la cama y volvimos a echarnos otro polvo bajo la ducha, jugando una vez más con nuestras fantasías.
Ya en la cama, con la serenidad que deja el sexo después de disfrutarlo a pleno, le pregunté lo que quería saber, aunque en el fondo conocía la respuesta.
Mi amor…….porque me dejaste sola con él?……no me dijiste nada!!…….no sabía que hacer!! …..me sentí muy enojada contigo…..te marchaste así como así……– para esto, mi esposo en silencio, vi que volteo su mirada hacia un costado de la recamara de ese Hotel, y vi que tenía colocada su cámara de vídeo, y así de espaldas, lo escuche decir, sin responderme nada:
-¿Te lo has cogido mi amor?-
Me giré con sensualidad y determinación hacia mi esposo.
-Si quieres que te responda, tiene un precio mi amor…….que me dejes cogérmelo y lo haré ahora mismo pero, (hice una breve pausa) ¿Estás seguro que quieres saberlo cariño, estás convencido que necesitas conocer lo que ocurrió esta noche?-
-Ohhh mi amorrrrr…….tengo que confesarte que he luchado hoy contra mí mismo, y no he parado de estar sumamente excitado…….me atreví a dejarte sola con él, en lo que venía a reservar esta habitación porque como te lo dije, quiero que esta noche sea una noche loca y hagamos locuras tu y yo solos……no te negare que los nervios me comían…….no he dejado de estar chorreando de lo excitado que me has puesto hoy!!!!……..definitivamente mi amor…….qué pedazo de mujer tengo; maravillosa, sensual y que placer me das mi chiquita………me tienes loco…..así me gustas y así quiero que seas siempre!!!.
Dudé un instante palpitando sus palabras, pero de inmediato supe lo que realmente deseaba.
-Sabes mi amor,………..hoy he disfrutado como nunca………..y sabes??….. si dudas no me importa………….prefiero seguir jugando……. Prefiero que tu mente sea la que imagine todo lo que pudo haber pasado………….y si gustas, jugamos a que yo te confieso que Alfredo me subió a su carro y no pudo evitar tocarme toda y meter un dedo en mi panochita, y me toco toda…….toco a tu mujer todo lo que quiso……. me cogió muy rico y ese hombre me tiene echa toda una puta……….prefiero que sigamos así……….o….tu qué opinas?…-
-Te amo mi amor……..quiero lo que tú quieras……si quieres confesarme lo que viviste hoy…….te escuchare con atención…….si no quieres decirme nada, no te obligaré, pero si quieres que simplemente sigamos con la duda y nuestras mentes se imaginen todo lo que desean……pues también mi amor………te confesaré que hoy me gusto ver todo lo que ví……no puedo negarte que desde que te vi, estuve empapado y empalmado……me sentiste y supiste hacer todo a manera que me provocaste sentimientos encontrados……me gusto ver como estabas con otro hombre……..pero prefiero seguir jugando…….Quieres tú que sigamos así???…..o quieres probar realmente???
(Continuará…)
Esa noche maldita estaba de copas mientras mi marido se había ido a ver el fútbol con unos colegas. Quizás por eso, me sentía sola a pesar de estar con unas amigas. Cabreada por llevar casi una semana sin follar, miré a mi alrededor, mientras soñaba inconscientemente en vengarme de mi hombre por preferir a 22 tíos corriendo detrás de una pelota a mí. Nunca le había sido infiel pero en ese momento pensé que no me importaría echarme en brazos de un desconocido.
Justo en ese momento, decidí ir a por una cerveza y mientras me acercaba a la barra, descubrí que el único sitio libre estaba junto a un hombre alto, bastante mayor pero que curiosamente me miraba sonriendo.
Os confieso que me pareció conocido pero no caía en quién era y por ello cometí la tontería de decirle hola.
-Hola preciosa, te estaba esperando- contestó con una voz gruesa y varonil que contra mi voluntad, me puso los pezones como escarpias.
-¿Nos conocemos?- respondí alucinada mientras entre mis piernas comenzaba a arder un pequeño incendio.
El tipo en cuestión, soltando una carcajada, respondió dejando caer su mano entre mis muslos:
-Todavía no, pero si no me equivoco esta noche nos vamos a conocer profundamente.
En cualquier otro momento, le hubiese cruzado la cara con un bofetón por insinuarse de esa forma pero esa noche algo me lo impidió y más excitada de lo que nunca reconoceré a alguien contesté:
-Estoy casada.
Esa confesión pareció no importar al desconocido y llamando al camarero, le pidió dos whiskies. Impactada por mi reacción y mientras notaba como su mano acariciaba sin reparo mi pierna, solo pude murmurar que me apetecía una cerveza.
-Conmigo, beberás lo que yo diga- respondió usando una autoridad que me resultó atrayente.
Callada y muerta de vergüenza, me quedé sentada temiendo que alguna de mis amigas se percatara del modo en que ese tipo me estaba metiendo mano.
«¡Que voy a decir!», pensaba al tiempo que se iba acrecentando la hoguera que amenazaba achicharrar mi sexo.
Lo peor fue notar justo cuando el empleado me ponía la copa, un dedo recorriendo la tela del coqueto tanga que me había puesto y sin ser capaz de protestar, solo atiné a beber un sorbo, quizás deseando que eso apaciguara lo que estaba sintiendo.
Desgraciadamente para mí, ese sujeto sabía que ocurría en mi cuerpo y acercando su boca a mi oído, comentó:
-Abre tus piernas.
«¿Qué estoy haciendo?», me pregunté en el interior de mi mente mientras obedeciendo separaba las rodillas, aun sabiendo que eso le iba a dar un mejor acceso a mi encharcado coño.
Mi inesperado amante aprovechó mi entrega para introducir una yema debajo de mis bragas y sin importarle la presencia del resto de la gente, empezó a masturbarme. Un gemido me salió de dentro confirmando mi disposición a ser manoseada por ese misterioso hombre y tratando de tapar lo que ocurría debajo de la falda, puse mi bolso encima.
-Por favor, pueden vernos- casi sollozando, murmuré.
-Me da igual- respondió dejando entrever su carácter dominante.
No supe en ese momento que fue lo que me empujo a permanecer ahí, si las ganas de vengarte de mi marido o la calentura que ya me envolvía, lo cierto es que con la respiración entrecortada, le imploré que se diera prisa.
-Acompáñame- contestó y dejando su silla, ante mi desconcierto, ese maduro se dirigió al baño sin mirar hacia atrás.
«¿Qué coño se creé? Me está tratando como una puta», mascullé indignada sin darme cuenta que respondiendo a su llamada, me levantaba y corría tras él.
Justo cuando estaba a punto de entrar, la cordura me hizo dudar pero ya era tarde porque cogiéndome de la cintura, sentí como ese desconocido me lanzaba dentro y cerraba la puerta.
-¿Qué haces?- por primera vez, muerta de miedo, protesté.
Sonriendo, el maduro contestó:
-Voy a follarte.
Nada más escuchar su afirmación, comprendí que era cierto pero nunca me esperé que sin dirigirme la palabra, ese maldito me diera la vuelta, me subiera la falda y bajándome las bragas, de un solo empellón, me penetrara.
-Dios- conseguí decir mientras todo mi ser temblaba de placer al sentir mi conducto hollado por un pene que ni siquiera había visto ni tocado y para colmo, de cuyo dueño desconocía hasta el nombre. Lo que si sabía es que lo tenía enorme por la forma en que una y otra vez, ese tipo machacó mi coño.
Con treinta años, casada y con varios novios en mi haber, comprendí que me habías encontrado con un verdadero portento cuando todas mis neuronas comenzaron a vibrar y olvidando que me podían oír fuera, le empecé a gritar que no parara.
-No pienso hacerlo- escuché que respondía mientras mi cuerpo era zarandeado con violencia y mi cara era aplastada contra los azulejos del baño.
La rudeza con la que la verga de ese sujeto campeaba en el interior de mi chocho me tenía tan excitada como confundida. Nunca jamás nadie me había usado de esa forma, se podía decir que ese capullo me estaba violando y a pesar de que lo lógico hubiera sido que hubiese intentado huir, todo mi ser deseaba que no terminara ese suplicio.
«¡Qué asco me doy! ¡No me pudo creer que lo esté gozando!», sollocé en mi mente mientras mi cuerpo disfrutaba.
En mitad de ese placentero suplicio, mi amante afianzó su ataque cogiéndome de los pechos. Al sentir sus garras clavándose en mis tetas mientras su pene destrozaba mi cordura a base de fieras embestidas, me llevó a un estado de lujuria sin igual:
-Cabrón, ¡me estás volviendo loca!- alcancé a decir totalmente entregada. Jamás había experimentado algo igual, el placer de ser tomada en ese lugar, la humillación de haberme entregado a un tipo anónimo y la destreza con la que me estaba follando, hicieron que mi coño pidiera más.
-Todavía no he terminado- contestó “mi agresor” al oír mi suplica y pellizcando duramente uno de mis pezones, me exigió que me moviera.
Obedeciendo, bombeé mis caderas hacia adelante y hacia atrás siguiendo el ritmo de la dura verga que me hoyaba mi sexo. Mi nuevo entusiasmo le pareció poco y mostrándome su disgusto con un azote sobre una de mis nalgas, ese cerdo me obligó a incrementar mi bamboleo.
-Me vas a romper- chillé al sentir su pene golpeando contra la pared de mi vagina.
Para entonces todo mi mundo estaba concentrado en lo que ocurría dentro de mi coño y en el violento asalto al que estaba sometido y por eso no me importó que ese maldito estuviera castigando mi culo con duros manotazos. Es más cada uno de esos golpes incrementaron el placer que sentía y sin poder hacer nada por evitarlo, me corrí cuando sin avisar experimenté que mi conducto se llenaba de su semen.
-No te corras adentro- protesté sin dejar de moverme.
Nada pude hacer por evitarlo. Mientras todo mi cuerpo era sacudido por ese cúmulo de sensaciones, ese maduro me sujetó de la cintura y me obligó a ser receptáculo de su simiente.
-¡Por favor! – supliqué al recordar que no estaba tomando la píldora y que podía quedarme embarazada.
Obviando mi sufrimiento, el desconocido vació sus huevos en mi interior con decisión. Solo cuando se sintió satisfecho, sacó su verga y buscando mi completa humillación, la puso frente a mi boca y soltando una carcajada, me ordenó:
-Límpiamela.
Como un zombi sin voluntad, saqué mi lengua y comencé a lamer ese enorme tronco con un fervor que me dejó aún más consternada porque, no en vano, me percaté que seguía excitada y que en lo único que podía pensar era en que volver a sentir ese pene incrustado dentro de mi chocho.
El inexpresivo sujeto advirtió el fuego que me estaba consumiendo al notar que me estaba excediendo y que en vez de estar limpiando de mis restos su verga lo que realmente estaba haciendo era mamársela. Haciéndome saber que me consideraba una guarra, se guardó la polla y cerrando su bragueta, murmuró:
-Me apetece una copa- tras lo cual salió del baño dejándome todavía más despreciada.
Vejada, ofendida, desdeñada, avergonzada… todo apelativo era poco para definir mi estado. Roja como un tomate y casi llorando, volví a la mesa donde mis amigas seguían sentadas. Afortunadamente, ninguna me había echado de menos porque la verdad no sé si hubiese podido aguantar un interrogatorio.
«Soy una puta barata», pensé de mí al sentir el esperma del maduro discurriendo por mis muslos, «¿cómo es posible que lo haya permitido».
Sin respuesta que explicase mi actitud, me sorprendí buscando entre la gente al cincuentón.
«Vete a casa, ¡no vayas a hacer una tontería!», mi conciencia me aconsejaba pero negándome a hacerla caso, me quedé como anclada a mi silla al ver que el desconocido estaba pagando su cuenta.
Como perra sin dueño, me lo quedé mirando deseando que me hiciera una seña para que lo acompañara, aunque eso significara mi perdición. Lo más humillante de todo es reconoceros que durante el par de minutos que tardó en vaciar su copa, estaba sufriendo pensando en que me dejaría tirada.
Por eso cuando, pasando por mi lado, ese cabrón me susurró al oído que le acompañara, pegué un grito de alegría y sin ponerme a pensar en que dirían mis conocidas, agarré mi bolso y le seguí.
-¿Dónde vamos?- pregunté al pisar la calle.
-A seguir follando- fue su lacónica respuesta mientras me empujaba dentro de su coche.
Ni siquiera en ese momento recapacité en lo que estaba haciendo y con todas mis hormonas en ebullición, esperé callada en mi asiento mientras ese hombre me llevaba a un destino desconocido.
Lo creáis o no, en mi mente solo había un pensamiento:
“Estaba emocionada con su promesa que me iba a follar”.
Durante todo el trayecto, el silencio se adueñó del vehículo pero eso lejos de enfriar mi calentura, la exacerbó porque sin otra cosa que hacer me puse a pensar en lo que se avecinaba y en las sorpresas que me depararía ese maduro.
Por mi imaginación y como si fuera una película, pasaron diferentes opciones en las que me dejaba usar por él. En unas, me vi cautiva, sometida y violada, mientras en otras yo llevaba la voz cantante y usando el trabuco que ese tipo tenía entre sus piernas, satisfacía hasta la última de mis fantasías.
«No tardaré en saber», medité al oír que me decía que estábamos a punto de llegar. Curiosamente en ese instante, me entraron las dudas sobre cómo reaccionaría mi amante al verme desnuda y empecé a temer que no le gustara mis gordas tetas o que le repeliera observar mi sexo totalmente depilado.
«A lo mejor le parezco una guarra», dudé, «las mujeres de su generación suelen llevar el chocho poblado de pelos».
Pero entonces ese tema pasó a un segundo plano al ver que ponía el intermitente y aparcaba al lado de un edificio que conocía a la perfección.
-¿Qué hacemos en mi casa?- pregunté indignada creyendo que había sido burlada por ese maduro y temiendo que actuara en connivencia con mi marido.
-También es la mía- respondió cerrando mi boca con sus labios mientras una de sus manos se hundía entre mis piernas.
La angustia se mezcló con el morbo de saber que ese sujeto era mi vecino y actuando como hembra en celo, dejé que sus yemas torturaran mi clítoris mientras se reía diciendo:
-Siempre tuve ganas de follarme a la pelirroja del cuarto.
La lógica me decía que saliera de allí sin mirar atrás pero lo que realmente ocurrió fue que mis pezones se me pusieron duros como piedras al oírle. Os parecerá ridículo pero saberme deseada por él, me puso como una moto y dejándome llevar, como una energúmena tanteé el bulto de su entrepierna. No me costó comprender que era mucho más grande que el de mi marido y soñando con el placer que con semejante aparato me podía dar ese maduro, quise un anticipo por lo que intenté bajar su bragueta.
-Quieta ¡puta!- me gritó –Aquí ¡mando yo!
Ese insulto me dejó paralizada y cachonda. El sujeto comprendió mi estado y sacándome casi a rastras de su coche, antes que me diera cuenta me encontré dentro del ascensor de mi edificio.
Una vez allí, sin importarle que alguien pudiera vernos, me ordenó que le hiciera una mamada. Mi calentura era tal que no dudé en obedecer y al ver que se cerraba la puerta, me arrodillé frente a él.
-Date prisa, no tengo toda la noche- dijo sacando la polla de su pantalón.
Tras la sorpresa inicial, cogí su pene entre mis manos y al comprobar que era todavía más enorme de lo que me había imaginado, conseguí murmurar antes de llevar mi boca ese trabuco:
-Es enorme.
Mis palabras le hicieron gracia y mientras seguía calibrando su tamaño, soltando una carcajada insistió en que empezara dejando caer sus pantalones al suelo del ascensor.
Poseída por el morbo que me daba hacérselo en ese lugar, restregué mi cara sobre su polla y agarrándola entre mis manos, comencé a besuquearla sin apartar la mirada de sus ojos.
-Pareces una actriz porno en vez de una mujer casada- susurró el muy cabrón al notar que empezaba a lamer su extensión.
Muerta de vergüenza, noté que mi coño se humedecía y no queriendo alargar el momento, no fuera a llegar otro vecino, sin dilación engullí ese maravilloso falo hasta topar con sus huevos. Confieso que para entonces me sentía una puta y eso me calentó tanto que deseé demostrarle que no se había equivocado al suponer que además de infiel era una consumada devoradora de pollas.
-Se la mamas a todo el que te lo pide o solo al cornudo de tu marido- murmuró satisfecho al comprobar que sin que me lo tuviera que pedir, le estaba comiendo los huevos.
Sacando su verga de mi boquita y mientras le hacía una paja, contesté:
-Solo al cornudo.
Su carcajada resonó en el estrecho habitáculo mientras con sus manos me obligaba a embutir por completo su pene hasta el fondo de mi garganta.
«¡Me encanta!», alcancé a pensar cuando presionando mi cabeza hacia adelante y hacia atrás, empezó a follar mi boca cada vez más rápido.
La sensación de sentirme un coño de alquiler me hizo soñar con ser, aunque fuera por una noche, su sumisa y deseando que se hiciera realidad, aceleré mi mamada mientras fantaseaba con ese carnoso capullo deslizándose por mis tetas. Mi vecino pareció leer mi pensamiento porque llevando sus dedos hasta uno de mis pechos, pellizcó mi pezón.
-Uhmmm- sollocé presa del deseo- ¡déjame hacerte una cubana!
El sujeto escuchó mi ruego y asumiendo que podía dar un paso más en mi conversión en puta, me levantó del suelo y girándome, usó su corbata para vendar mis ojos mientras susurraba en mi oído que esa noche me iba a hacer conocer otra clase de sexo.
Su tono provocó que mi coño terminara de anegarse y sintiendo como mi flujo rezumaba de mi cueva, desbordándose por mis muslos, a ciegas dejé que me condujera fuera del ascensor. Sin saber que se proponía ese maduro, permití sumisamente que me llevara por el pasillo hasta que el ruido de unas llaves me hizo saber que estaba abriendo su casa.
«Estoy loca», pensé al sentir que me cogía en sus brazos y que violentamente me depositaba sobre una cama.
A pesar de ese duro trato, no dije nada cuando sentí que me ataba las muñecas al cabecero porque bastante tenía con tratar de no chillar que me follara como a una guarra. Tampoco me quejé cuando ese sujeto inmovilizó mis tobillos, dejándome con las piernas abiertas sobre el colchón.
Sentirme indefensa acrecentó mi calentura y sin necesidad que me tocara, me corrí al escuchar su profunda voz decir:
-Solo una puta como tú lleva el coño depilado.
La vergüenza que sentí con ese imprevisto orgasmo se volvió angustia cuando sin pedirme opinión, colocó sobre mi boca una mordaza. Viéndome incapaz de quejarme pero sobre todo al ser consciente que era imposible cualquier huida, por primera vez, me arrepentí de haber aceptado su compañía.
Estaba temblando de miedo cuando de pronto noté que un objeto grueso y frio se introducía en mi coño. Todavía no me había hecho a la idea de tener ese objeto dentro de mí y por ello intenté repeler otra nueva agresión, al sentir mi ojete se vio violentado por otro artefacto.
-Tranquila putita, ahora los enciendo- escuché que me decía muerto de risa. Segundos después cumplió su amenaza y mis dos agujeros se vieron zarandeados por la intensa vibración de esos dos consoladores a pleno rendimiento.
«Esto me ocurre por infiel», sollocé aterrorizada temiendo por mi vida.
Reconozco que me terminé de asustar cuando escuché que salía de la habitación, dejándome sola a expensas de las dos pollas de plástico que vibraban sin parar en mi interior.
«Tranquilízate, solo está jugando contigo», me repetí una y otra vez mientras se incrementaba mi nerviosismo.
El sonido de esos aparatos fue mi única compañía durante largos minutos. Contra mi voluntad, poco a poco la acción de ellos en mi sexo y en mi trasero me llevó a un estado de excitación tan grande como mi miedo.
«Me voy a correr», comprendí al notar que mis caderas tomaban vida y se empezaban a mover siguiendo el estímulo de esa maquinaria. Tal y como preví, no tardé en sentir mi cuerpo colapsando y llorando deseé que ese maldito volviera y me follara.
Justo cuando todas las neuronas de mi cerebro estaban disfrutando de un prolongado clímax, sentí que alguien volvía al cuarto. El placer que sentía junto con el pavor que me paralizaba al no saber qué era lo que iba a hacerme, me hicieron suplicar mentalmente que ese suplicio terminara.
Desgraciadamente, comprendí que mi captor tenía otros planes cuando sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, sentí su lengua recorriendo los bordes de mis pezones.
Sé que no tuvo sentido pero al experimentar esa húmeda caricia sobre mis pechos, me tranquilicé y comencé a disfrutar de ese asalto con una pasión desaforada.
«¡Qué gozada!», exclamé en silencio cuando sin dejarme de mamar, ese maldito empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos.
Aunque era consciente que era inmoral, sentí un latigazo en mi entrepierna al notar esa caricia. La forma tan sensual con la que me pellizcó mis areolas, asoló mis defensas y convencida que no podía más que dejarme llevar suspiré totalmente cachonda al sentir su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda.
La temperatura de mi cuerpo subía por momentos. Ese tipejo me tenía al rojo vivo y por ello creí morir al sentir que sus dedos se hacían fuerte en mi trasero.
«¡Diós!», gemí en silencio al saber que si seguía con esas caricias iba a correrme: «No quiero» pensé temiendo que mi cabeza sería incapaz de pensar con claridad, si seguía tocándome.
Fue entonces cuando ese siniestro amante mordió mi oreja y bajando sus labios por mi cuello, lo recorrió lentamente. Os reconozco que me estremecí cuando mientras una de sus manos había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas, la otra comenzaba a sacar y a meter el consolador que tenía en mi coño.
Mi captor comprendió que me tenía en sus manos al observar cómo mi cuerpo se movía al ritmo con el que machacaba mi coño y apiadándose de mí, me quitó la mordaza.
-Cabrón- susurré sin quejarme, agradecida que me hubiese liberado.
El sujeto castigó mi insulto mordiéndome los labios y pellizcando mi pezón. Reconozco que incrementó mi deseo y comportándome como una cerda en celo, me corrí sobre las sabanas mientras le imploraba que me hiciera suya.
– ¡No aguanto más!- exclamé al sentir noté una mano bajando por mi estómago mientras la otra me acariciaba las piernas.
Traté de evitar que siguiera por ese camino juntando mis rodillas pero ese maldito lo evitó dando un fuerte manotazo en el interior de mis muslos.
-Uhmm- sollocé indefensa mientras las abría de par en par y dándole entrada, temblé de placer mientras sentía a mi vecino separando con sus yemas los pliegues de mi sexo.
Al escuchar mi suspiro, debió de comprender que era incapaz de negarme a cualquier ataque por su parte y por ello comenzó torturar mi clítoris mientras retiraba el consolador de mi chocho.
Completamente entregada, intenté morderle como un último intento de evitar que retirara ese artefacto que estaba haciéndome disfrutar pero entonces ese cabronazo, deslizándose por mi cuerpo, me besó los bordes de mis pliegues.
-Fóllame- grité al notar que volvía a recoger mi botón entre sus dedos.
Haciendo caso omiso a mi petición, hundiendo su cara entre mis muslos, se dejó de prolegómenos y sacando su lengua, se puso a lamer y a morder mi indefenso coñito con una tranquilidad que me dejó pasmada. Completamente excitada, comprendí que no podría seguir aguantando mucho más. Al borde del colapso, moví mis caderas deseando que me tomara. El debió notar mi urgencia y acelerando el ritmo de su boca, me llevó desbocada hacia mi enésimo orgasmo.
-Úsame- aullé avergonzada mientras trataba de controlar mis convulsiones agarrándome a las ataduras que mantenían presas mis muñecas contra el cabecero de la cama.
A modo de respuesta, mi odioso vecino metió con suavidad dos dedos en mi coño, provocando un nuevo suspiro y sin dejarme que me acostumbrara a ese nuevo asalto comenzó a follar mi culo con el consolador que todavía mantenía en mi ojete.
-¡Necesito que me folles!- conseguí gritar antes de verme nuevamente inmersa en el placer.
Una dulce carcajada llegó a mis oídos. Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al darme cuenta que era la risa de una mujer y temblando de vergüenza comprendí que de alguna manera mi vecino me había vendido. Incrementando mi turbación, me quitó la venda de mis ojos y descubrí que la zorra que me había estado acariciando era casi una niña.
-¡Suéltame! ¡Puta! ¡No soy lesbiana!- sollocé mientras intentaba infructuosamente desprenderme de los grilletes que me tenían maniatada.
La desconocida, con una sonrisa en sus labios, me susurró:
-Antes de saber quién era, ¡no te quejabas!
Mi desconsuelo se magnificó al saber que era cierto pero lo que realmente me dejó paralizada fue darme cuenta que en ese momento y aunque no quisiera reconocerlo, la humedad de mi entrepierna me estaba traicionando al estar todavía cachonda. Incapaz de huir, la vi incorporarse y coger un arnés de un cajón.
-¡Hija de perra! ¡Ni se te ocurra!- chillé aterrorizada al ver que con estudiada lentitud, se lo colocaba en la cintura.
Mis quejas no tuvieron efecto en la muchacha, la cual con un extraño brillo en sus ojos, colocó la punta de ese enorme glande en la entrada de mi cueva mientras susurraba en mi oído:
-¡Qué ganas tengo de follarte!
Su amenaza no tardó en hacerse realidad y con un movimiento de sus caderas, forzó mi entrada de un modo tan lento que pude sentir el paso de toda la piel de su tranca rozando mis adoloridos labios mientras me llenaba.
-¡Maldita!- aullé con la respiración entrecortada cuando ese pene de plástico chocó con la pared de mi vagina.
Ese insulto fue tomado por esa rubia como el banderazo de salida y acelerando el ritmo de sus embestidas, convirtió mi coño en un frontón. Sabiéndome expuesta y violada, sollocé humillada al saberme dominada por el placer. La mujer, asumiendo que no podía hacer nada por evitarlo, siguió apuñalando mi interior con su estoque.
-Sigue, zorra. ¡Sigue follándome!- grité declarando de ese modo mi claudicación al sentir que todas las células de mi cuerpo estaban a punto de colapsar.
La cría se rio al escuchar mi petición y actuando como jinete aventajado, montó mi cuerpo con renovada pasión mientras usaba mis pechos como agarre. Al sentir sus garras en mis tetas, no pude aguantar más y cual ganado al ser sacrificado por el carnicero, me corrí chillando. Mi orgasmo fue brutal, nunca en mi vida había sentido algo tan desgarrador y por ello creo que perdí el conocimiento.
Y digo creo, porque de pronto me vi sin ataduras sobre las sábanas. Mi sorpresa se incrementó al descubrir que estaba sola en la habitación. Avergonzada recogí mi ropa y me vestí dándome toda la prisa que pude, temiendo que mi vecino o la puta que me acababa de violar volvieran.
Al salir del cuarto, encontré en el salón al maduro tomando una copa mientras la rubia le hacía una mamada. Desgraciadamente, ese maldito me descubrió mientras intentaba escurrir el bulto.
-Putita, espero que hayas disfrutado- comentó sin hacer ningún intento por evitar mi huida y justo cuando salía por la puerta, escuché que me decía:- Mañana cuando se vaya tu marido a trabajar, ¡te quiero aquí!
No pude contestar y escapé casi llorando. Ya en el descansillo, traté de analizar las razones que me habían llevado a serle infiel a mi marido de ese modo pero me fue imposible porque no en vano esa noche me había sometido a un pervertido, me había violado la zorra con la que vivía y para colmo, ¡me había gustado!
Las lágrimas que en ese momento poblaban mis ojos ratificaron mi vergüenza al saber que aunque no quisiese reconocerlo al día siguiente, ¡volvería irremediablemente a entregarme a esa pareja!
Esta obra es originalmente del escritor mexicano Ragnas1, la presente entrega es solo una versión alternativa, aunque prácticamente es la misma historia, con la gran mayor parte del texto idéntico a la obra original. Solo se agregaron eventos un poquito más intensos, y como también se cambiarán a futuro en las dos próximas entregas situaciones que eventualmente pueden ser distorsionadas, o mal interpretadas. Homenaje al gran Guerrerocharrua.
Saludos. Roger David.
Gabriela… una adorable mujer casada 1 (vRD)
Gabriela caminaba de un lado a otro pensando que hacer, pensaba si estaba haciendo lo correcto.
Muy en el fondo sabía la respuesta, aunque las circunstancias fueran especiales no debería hacer lo que estaba por pasar.
Estaba a punto de salir con un hombre que no era su marido, sin embargo no lo traicionaría, eso jamás y menos con tan despreciable sujeto.
Rápidamente cogió el teléfono, deseando que no fuera demasiado tarde para cancelar aquella cita extramarital, argumentaría cualquier cosa, pero cuando comenzó a marcar las teclas escuchó sonar el timbre, se maldijo a si misma, había sido muy lenta.
Se preguntó si aun habría marcha atrás.
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Semanas antes.
No había sido un buen día para la bella Gabriela.
Su jefe estuvo de mal humor, incluso con ella, lo que significó más trabajo.
Se preguntaba si era su culpa, si tal vez las constantes negativas a salir con él finalmente le pasaban la factura.
Todos en la oficina sabían que el señor Martínez, su jefe, intentaba cortejarla pero ella al estar casada y feliz solo lo toreaba, le daba alas (como comúnmente se dice en México) se reía jovial y pícaramente ante sus insinuaciones, todo esto con afán de conservar su empleo.
Sumida en estos pensamientos estaba cuando el sonido de un claxon la despertó.
–Apúrele señora…!, -escuchó decir una voz proveniente del automóvil que tenia detrás de su camioneta.
A sus 26 años Gabriela de Guillen podía decir orgullosa que era una mujer plena y feliz, casada desde los 20 con el amor de su vida, Cesar Guillen, un hombre que conoció a los 18 años y del cual rápidamente se enamoró y comenzaron a salir juntos. Al paso de 2 años se casaron y un año después dio a luz a un hermoso y saludable niño llamado Jacobo.
Gaby (como comúnmente la llamaban) aprovechaba los pocos minutos en los que podía estar sola para reflexionar sobre sus sueños, su familia, su trabajo, en fin todas esas cosas que las labores cotidianas no se lo permitían.
Pero hoy era diferente, debía recoger a su hijo con su “adorable suegra”, el solo ver la cara de esa señora la ponía de malas, no se llevaban muy bien.
Reflexionando sobre su enemistad con Doña Romina llegó a la conclusión de que por ella (Gaby) no había empezado, siempre quiso tratarla bien pero al parecer doña Romina no quería lo mismo.
En esos momentos sin querer pisó el acelerador de su camioneta y para su mala suerte salió del carril y fue a impactar con un coche que estaba estacionado en la acera.
–Dios…!, -pensó Gaby algo aturdida y sacudida por el golpe, era la primera vez en su vida que chocaba.
Luego de unos momentos observó como un sujeto bajó del carro, a la distancia lo notó molesto, muy molesto. El tipo maldiciendo en voz alta se dirigió a encarar a quien lo chocó.
Estaba un poco asustada, pero al ser una persona honesta se dispuso a afrontar las consecuencias de su error.
En un instante el sujeto ya estaba frente a su camioneta. Fueron solo segundos en que el aireado estado de aquel energúmeno pasó a ser de maravillado por la sola visión que tenia frente a él.
Los ojos del viejo se clavaron en el tierno rostro de Gabriela, con esos hermosos ojos azules, su tez blanca, sus labios carnosos de un intenso rojo carmesí, su hermoso y lacio cabello rubio hasta por debajo de los hombros, finamente maquillada.
Jamás en su vida aquel tipo había visto un rostro tan hermoso.
Ella también lo vio. Era un tipo gordo, bastante ancho, alto, de alrededor de 50 años, bastante desalineado, llevaba puesto un overol de trabajo que se veía bastante sucio y con manchas de aceite y grasas.
–Buenasssss… señito…, -dijo el hombre, al cual Gaby vio, con lo que rápidamente pensó que era un viejo verde de esos que usualmente se topaba en las calles, olió el fétido aliento de su boca, por lo visto no era un hombre muy limpio.
–Discúlpeme señor…!, fue un completo error de mi parte…!, -Se disculpó la preocupada chica quien aun se encontraba sentada en el asiento del conductor.
–Tranquilícese mi reina, Jejeje, si no es para tanto, primero presentémonos, mi nombre es Cipriano, y ¿el suyo princesa?, -el hombre estiró su mano tratando de que la mujer le devolviera el saludo.
Era impresionante como al verla el hombre cambio su humor, si se hubiese tratado de un hombre probablemente hubiese existido pelea, pero no con ella, no con semejante pedazo de hembra, pensaba el entusiasmado hombre.
–Tiene razón, que mal educada soy…, -dijo Gaby llevándose las manos a la cara. –Mi nombre es Gabriela…, -la joven mujer casada al igual que el viejo estrechó su mano en señal de presentación, a pesar de que el hombre no le daba buena impresión ella no era prejuiciosa, pensaba que tal vez debajo de ese vulgar exterior se encontraba una buena persona.
–Bueno, -dijo el viejo Cipriano, –ahora si vamos a hablar de lo que pasó…, -el sujeto hablaba en tono sugerente que Gaby entendía, sin embargo estaba acostumbrada a esas actitudes de parte de hombres de todas las edades, por lo cual no le dio importancia.
Gabriela abrió la puerta de su auto y de una manera muy sensual (sin proponérselo, ya que así era ella naturalmente) bajó de su vehículo.
El viejo tenía los ojos como platos al poder observar en total plenitud la figura aquella espectacular mujer.
La veía de arriba y hacia abajo, sus impactantes piernas, su vientre plano resultado de mucho tiempo de gimnasio, su enorme trasero el cual parecía querer romper el apretado pantalón de mezclilla con el que estaba cubierto, subiendo más arriba su mirada vio los impactantes cantaros de miel de la chica, tan majestuosos como imponentes, completamente erguidos a pesar de su exagerado tamaño. En fin Gaby era una chica de concurso.
La dulce, pero a la vez sexy voz de Gabriela lo despertaron de sus lascivos pensamientos.
–Por favor discúlpeme señor, fue un grave descuido de mi parte…
–No te preocupes muñeca, al parecer mi carro no sufrió más que una abolladura, -dijo el viejo Cipriano señalando su auto, –el que si quedó mal fue el tuyo, mira nomas.
Era verdad, su camioneta era la que se había llevado la peor parte, no sabía qué hacer, uno de los pocos problemas que acarreaba su matrimonio era el tema económico por el cual estaban atravesando.
Cesar, su marido hacía poco tiempo que había perdido su trabajo, solamente se sostenían de lo que ella ganaba como secretaria, que no era mucho y para acabar de amolarla el moderno vehículo aun no terminaban de pagarlo.
–Señor… -dijo Gabriela, –le reitero mi disculpa, pero…, -dudó en seguir, sin embargo lo hizo, –en este momento estamos cortos de dinero, le propongo dejarle mi número de teléfono y domicilio y en 1 mes yo le pago el desperfecto… ¿siiiiiiiiii?, -esto último lo dijo en tono coqueto (este tipo de actitudes no las hacía a propósito, es solo que en toda su vida al ser acosada por los hombres inconscientemente había aprendido que su belleza podía abrirle algunas puertas, y por ende ciertos beneficios.
El viejo estaba que no se la creía, estaba algo indeciso, no sabía si el forro de mujer que tenía en frente estaba coqueteando con él o era su imaginación, en cualquier caso no quería dejar de verla.
–No te preocupes Gaby, -esta fue la primera vez que el viejo la llamó por su nombre. –Déjeme decirle que está al frente del mejor mecánico del rumbo… jajaja…!, -reía orgulloso el viejo mecánico mientras colocaba su mano en su prominente barriga
–En serio?, -preguntó Gaby con verdadera curiosidad, y es que así era ella, curiosa, coqueta, alegre, divertida, la típica chica que siempre llama la atención, y no solo por su cuerpo, si no por ser una persona muy agradable y carismática, aunque ser así de desinhibida algunas veces acarreaba problemas, mas de una vez había cacheteado a alguien por mal interpretar su actitud, por creer que podían llegar a mas con ella, justo como el viejo Cipriano lo hacía en esos momentos.
–Claro que si reinita… déjame revisar el motor de tu camioneta que al parecer fue lo que más se madreó…
–Muchísimas gracias Don Cipriano…!, -dijo esto mostrando aquella sonrisa de dientes perfectos que enloquecían a cualquier hombre y que obviamente el viejo Cipriano no era la excepción
–Sin cuidado chiquita… ahora súbete a la camioneta y dale contacto cuando yo te diga…. -Gabriela estaba tan acostumbrada a que la mayoría de los hombres la llamaran de esa manera (chiquita, reina, nena, mami etc.) que ya no le daba importancia y obedeció.
Sentada en el asiento del conductor Gabriela veía como Don Cipriano revisaba su motor, rogando a dios que cuando le ordenase que prendiera el motor, si prendiera, cosa que desafortunadamente no ocurrió, maldijo para sus adentros, ¿cómo era posible que aunque ella provocó el choque su camioneta era la que se llevó la peor parte?
–Quedó más madreado de lo que pensé mi seño…, -le vociferó don Cipriano ubicado delante del motor descubierto.
–Maldición…!, -dijo Gaby en voz baja pero lo suficientemente claro como para que el viejo pudiera escucharla, a la vez que recargaba su cabeza en el volante haciendo sonar el claxon.
–Tranquilícese mi reina… cuénteme a ver qué le pasa…?, -dijo Don Cipriano notando la pesadez de la chica.
–No es nada señor…, -le contestó aquella rubia de ensueño aun apoyada en el volante de la camioneta y mirando fijamente hacia el frente de ella.
–Claro que me preocupo, además que una chica tan linda como tú no debe desobedecer a sus mayores…, -el viejo dijo esto con una sonrisa que dejaba ver su boca carente de algunos dientes. El ordinario mecánico era todo un lobo de mar en los asuntos de mujeres, sabía como tratarlas, como alegrarlas, como seducirlas y estaba dispuesto a poner toda su experiencia en marcha con tal de llevarse a la cama a su nueva “amiga” (aunque también era verdad que era la primera vez que intentaría seducir a alguien tan tremendamente buena como lo era Gaby, sus otras conquistas estaban a años luz de esta nueva que pretendía).
Gabriela le devolvió la sonrisa y sin mucha resistencia le contó sus problemas al viejo, por alguna extraña razón pensó que podía confiar en él.
Platicaron acerca de la perdida de trabajo de su marido, la colegiatura de su hijo, la falta de seguro de la camioneta, el hecho de aun no haber terminado de pagarla e incluso Gabriela le comentó sobre los problemas con su suegra.
–Bueno chamaca… lamentablemente no puedo ayudarte con todos tus problemas, pero al menos puedo hacerlo con el de tu camioneta, -el mecánico estaba claro que esa era la forma perfecta para poder llegar a la chica, es por ello que el mismo le había cortado la corriente al vehículo antes de pedirle a Gabriela que encendiera el motor.
–En serio…?, -le dijo Gaby con la mirada llena de esperanza, sin saber que estaba siendo timada por aquel horrendo viejo.
–Claro… que si…!, -le contestó este…
Sin pensarlo Gaby se abalanzó sobre aquel hombre que acababa de conocer abrazándolo fuertemente con el único motivo de agradecerle el favor que este iba a hacerle.
Los delicados brazos de Gabriela no podían rodear el obeso cuerpo de su nuevo amigo, pero a Gaby no le importó, a pesar de no saber cómo tenía pensado ayudarla el hombre se había portado de maravilla, ella había provocado el accidente y parecía que era al revés.
Don Cipriano se encontraba en la gloria ya que podía sentir en su pecho los grandes melones de Gaby, y al ser él más grande que ella y al estar en ese abrazo le bastaba con mirar hacia abajo para poder recrearse la vista con el espectacular par de nalgas de la chica, su olor a feminidad le encantaba, a ingenuidad, a mujer, hacía un esfuerzo sobre humano para no tocarla de manera indebida.
Los hombres que pasaban cerca de ellos miraban incrédulos lo que ocurría, aquella bella mujer repagada totalmente al fofo cuerpo de ese viejo hombre.
Hasta que la hermosa Gabriela se despegó del obeso mecánico para desgracia de él.
–Mira reinita, esto es lo que haremos, aquí no tengo las piezas para arreglar tu camioneta, -dijo don Cipriano mirando fijamente a la hermosa Gaby.
–Me la llevo a mi taller, la arreglo y te la tengo lista en unas 2 semanas…
–Dos semanas…!?, -preguntó algo desilusionada la joven mujer casada.
–Lo siento, pero no puedo antes, las piezas que necesito son difíciles de conseguir, ahora si tu quieres te la puedes llevar para otro taller. –El viejo cruzaba los dedos para que la chica no decidiera esto último, y si es que lo hacía el ya tenía pensado como contraatacar y bajar su periodo de entrega a una semana.
Gabriela dudó por unos momentos, ¿cómo le explicaría a su marido la ausencia de su camioneta?, no quería contarle que por un descuido había conseguido una nueva deuda, eran tiempos difíciles y el dinero no les sobraba, pensó en que tal vez pudiera llevarlo con otro mecánico, pero a la vez pensó que quizás el viejo hacía eso para tener cierto seguro de que le iba a pagar, además que habría que ver si en otro taller aceptarían reparársela y esperarla a que ella reuniera el dinero, así que aceptando su error aceptó.
–Está bien señor, pero como dije antes no tendré dinero para pagarle sino hasta final de mes… ¿me saldrá caro?…
El viejo Cipriano no daba más de dicha con la determinación de la bella Gabriela, si ya hasta se la imaginaba toda encuerada y pagándole con una noche de sexo el favor que él le iba a hacer, claro que esto solo eran sueños, y él lo sabía, ya que se notaba que la chica no era suelta de cascos, pero aun así él lo intentaría.
–No se preocupe por el dinero, después nos arreglamos, -le dijo finalmente volviendo a recorrerla de pies a cabeza, ahora con mas lujuria que antes.
–De veras señor…?. Pero es que me da pena… todavía que yo lo choco y usted es el que va a salir perdiendo…, -la bella Gaby tenía sus brazos cruzados lo cual resaltaba aun mas sus prominentes pechos.
–No se apene señito… mire que yo también tuve algo de culpa…, -cosa que no era cierto pero quería quedar bien con esa bella mujer que aun lo tenía aturdido.
Aun indecisa la joven señora término aceptando el trato con aquel desconocido solo por evitar problemas con su marido, además y pensándolo bien ella no se estaba aprovechando del señor, pues tarde o temprano terminaría “pagándole”.
El viejo llamó por celular a su ayudante con las órdenes de traer la grúa lo más rápido posible, mientras el charlaba con la chica como si se conociesen de años, extrañamente existía una química muy buena entre ellos.
Por un lado Gabriela veía al hombre como un agradable señor quien la estaba ayudando tras un grave error.
Por el otro el viejo veía a la chica como una posible pareja sexual no importándole que ya le había contado que estaba casada y con un hijo. Estaba tan buena que el viejo haría todo lo posible por llevársela a la cama.
Gabriela miraba desesperadamente su reloj, estaba retrasada para recoger a Jacobo, y sabía que al llegar con su suegra habría algún tipo de pleito.
En ese momento llego la grúa.
De ella bajó un chico de alrededor de 18 años, bastante chaparro, moreno, al parecer bastante naco (o al menos esa impresión le dio a Gabriela) y al igual que Don Cipriano muy sucio.
El chico ni siquiera intento disimular las miradas obscenas que dirigía hacia Gaby.
–Ay mi jefe… me despertó, estaba durmiendo bien chingón… aunque por esta mamacita lo entiendo… jajaja…, -dijo el joven dirigiéndose primero al mecánico y después mirando lascivamente a Gaby.
Lo que recibió el pobre chamaco por este vulgar comentario fue una fuerte bofetada de parte de su jefe.
–Respeta a la señora chango, (ese era su apodo) –le dijo don Cipriano a su ayudante, -discúlpate orita mismo o ya verás.
A regañadientes el chango se disculpó, le pareció extraña la actitud del viejo jamás se había comportado así.
–Disculpa aceptada…, -dijo Gaby mostrando su encantadora sonrisa a la vez que extendía su mano queriendo estrechar la del chango, -Soy Gabriela mucho gusto.
El chango completamente extrañado contestó el saludo.
–Me… Me llamo Pablo, o el chango para los cuates…, -el chamaco se mostraba sorprendido por la actitud de la encantadora y joven mujer.
–Chango…? Déjame adivinar… Mmmm… te dicen así porque de niño andabas por las ramas, jaja… -Gabriela se rio encantadoramente para ambos.
Era bastante obvio que no era por eso, si no por lo tremendamente velludo que era el chamaco, sin embargo al muchacho le agradó que pasara esto por alto.
La chica estaba tan acostumbrada a ese tipo de piropos como el que le dijo el chango que ya no se ofendía, al contrario prefería llevársela bien con las personas, pero si tenía que ser sincera le agradó la manera en que Don Cipriano lo reprendió por el comentario.
Intercambiaron unas cuantas palabras más, cuando la chica se disculpó con ellos pues ya iba muy tarde, se dirigió a su camioneta y sacó su cartera para tomar el dinero e irse en taxi, y para su mala suerte se dio cuenta que no traía nada de dinero.
Eso era el colmo de la mala suerte, estaba segura que este era uno de los peores días de su vida.
La casa de de su suegra aun estaba algo lejos, podría irse caminando, llegaría sin muchas dificultades, el problema surgía al pensar como regresar a su casa, para ese momento podría ya estar oscuro y no quería exponer a su hijo a la inseguridad de la ciudad.
Otra opción era pedirle a su suegra que la llevara a casa, o que le prestara dinero para un taxi, inmediatamente deshecho esa idea, prefería regresar caminando que pedir algo a su horrible suegra.
Estaba en una encrucijada, afortunadamente para ella el viejo Cipriano lo notó y no le costó mucho hacer que la chica le contara de nuevo sus problemas.
–No te preocupes lindura, yo te puedo llevar…, le dijo don Cipriano no creyéndosela ni el mismo por las oportunidades que se le estaban dando tan fácilmente con semejante Diosa, oportunidades que aun no lo llevarían a algo más con ella, pero que si le permitían inmiscuirse en su vida en forma acelerada.
–No don Cipriano… usted ya ha hecho demasiado por mí… no puedo permitirlo, -negaba Gaby con su cabeza.
–Déjame decirte un pequeño secreto…, -el viejo con mucha confianza se acercó al oído de Gaby (confianza que ella misma le estaba comenzando a dar sin saber el peligro que corría con aquel lujurioso depredador). Al estar tan cerca de ella el viejo sentía que perdía el control, quería besar su oreja, succionar su tierna boquita, tirarla allí mismo al suelo y despojarla de su estrecha ropita y encajarle su verga por la vagina, si ya hasta se la imaginaba de lo hermosa que debería ser esta al igual que su dueña, sin embargo se contuvo, debía ir con calma.
–Yo también odio a mi suegra…, -le susurró finalmente Don Cipriano.
La chica soltó una gran carcajada y al final terminó aceptando, se dirigió hacia su camioneta para ver si no olvidaba algo.
Mientras el viejo charlaba con el chango dándole las últimas instrucciones.
–Bien, ya sabes derechito al taller, no quiero enterarme que andas dando vueltas por ahí dándotelas de galán con las colegialas.
–Si lo sé señor… por cierto… en verdad creé tener alguna posibilidad con ese forro de vieja…?, -le preguntó el chango quien ya se había dado cuenta del porque de la “buena” actitud de su jefe.
–A huevo mi changuito… acaso no has visto como me mira…?, -le respondió el viejo, -de volada se ve que sabe elegir a los que la tenemos grandota, jejeje.
–La neta que se me hace que ella es así con todo el mundo mi jefe, -le contestó el joven quien estaba en lo cierto, así era Gabriela, sin proponérselo hacía pensar a los hombres que podían llevársela a la cama cosa que hasta ahora no había pasado.
–A la verga con lo que tu creas pendejo…!, pero de que me la cojo me la cojo… o que ¿alguna vez te he fallado?, -el viejo decía esto refiriéndose a que siempre que se proponía cogerse a cualquier vieja lo hacía.
–Pus no… nunca mi jefe, pero es que esta viejita está en otro nivel…, nomas de verle las nalgotas ya se me para a mi también.
–Si, a mí también chango…, lástima que tu nunca te cojeras a una así, Jejeje.
Estas palabras molestaron al joven, estaba cansado de que Don Cipriano lo hiciese en menos.
–Ni usted tampoco…, -le respondió el chango…, –es más le apuesto lo de siempre a que no se la lleva a la cama.
–Sale y vale…, -dijo Don Cipriano que en su cara ya se le notaba una viciosa calentura por solo estar realizando semejante apuesta con tan deliciosa hembra.
–Recuerde que me tiene que traer alguna prueba… –Y además debe de ser por las buenas no vale forzarla, que por ahí hay rumores, -terminó diciéndole en tono inquisitivo el chango.
–Tu tranquilo mi Monkey que cuando tenga mi verga entre medio de esas piernotas me acordaré de ti… jajajajaja.
En ese momento vieron como la escultural Gabriela se acercaba a ellos con su provocativo andar y ambos separaron rumbos.
–Otra vez le digo que muchas gracias señor Cipriano, ¿Quién diría que de algo tan horrible como un accidente encontraría a una persona tan buena como usted?, -la desprevenida casada estaba en verdad agradecida de aquel hombre que en forma tan desinteresada le estaba ayudando.
–Lo sé reina, y ahora sube rápido a mi auto que aunque chocado aun funciona…, -Gabriela se sonrojó al recordar que ella había causado el accidente, y esto era lo que precisamente el viejo quería lograr refregándole en su cara que era ella quien lo había chocado a él.
Ambos se dirigieron a la casa de Doña Romina mientras hablaban de cosas vánales, con las metas muy distintas, ella pensando que de todo esto probablemente obtendría una nueva amistad, además de perder dinero y el imaginando que encontraría a su nueva zorra para usarla en la cama.
–Quién es ese hombre con el que vienes?, -le preguntó doña Romina cuando Gabriela se disponía a salir por la puerta con dirección al carro de Don Cipriano con Jacobo en brazos pues ya era algo tarde y el pequeño había caído dormido.
Gaby notó el tono con el que su suegra dijo estas palabras, como queriendo insinuar algo.
–El es un amigo…, -le dijo Gaby en tono cortante, ella no le debía explicaciones a nadie y menos a su suegra.
–Ahaaaa ya veo… otro de tus “amiguitos”, no?.
Gaby se detuvo en seco, el día ya había sido lo suficientemente malo sin tener que aguantar aquello…
–Está insinuando lo que creo señora?, -respondió la rubia mirándola visiblemente molesta.
–Hay no, como crees…?. Solo te pido que cuando estés haciendo tus cochinadas con ese hombre le tapes los oídos al pobre de Jacobo… no queremos que crezca traumado.
Era la primera vez que la señora Romina hacía un ataque tan directo, por lo general se limitaba a hacer comentarios sugerentes sobre la fidelidad de Gaby hacia su hijo (Cesar), pero esta vez había dicho claramente que tendría relaciones con otro hombre.
Gaby no entendía la razón por la que su suegra la odiaba, jamás había sido infiel… ni siquiera en su etapa de novios, recordaba cuando la conoció, se portaba bien… El típico trato de suegra y nuera, nunca habían sido las grandes amigas pero al inicio se trataban con respeto. Gaby no supo cuando fue que todo cambio, sabía que ella no lo había iniciado.
–Sabe algo suegrita…? vallase a la mierda…!, -dijo Gaby, sabía que esas simples palabras le traerían graves problemas con Cesar, pero en ese instante no le importaba.
–Muy bonito… linda boquita Gabrielita…, no sé qué te vio mi Cesar antes de casarse contigo, -le respondió la vieja Romina mirando de arriba hacia abajo a la chica y con una sonrisa como de asco volvió a decirle, –bueno a parte de las tetas y las nalgas.
Gaby ya no soportaba seguir escuchado tantas tonterías y muy molesta cruzó la puerta, mientras se alejaba podía escuchar las tonterías que bufaba su suegra.
El viejo Cipriano esperaba a la chica sentado en el cofre del auto, jamás en su vida había estado tan excitado como en esos momentos, el solo pensar que podría cogerse a su nueva amiga lo tenía calientísimo.
Y entonces la vio acercarse rápidamente, escuchaba los gritos provenientes de la suegra.
Notó las lagrimas escurrir de sus bellos ojos (debido al tremendo coraje) y sin pensarlo 2 veces la abrazó. Quería volver a sentir su fresco y bello cuerpo cerca del suyo y que mejor oportunidad que esta, aunque lamentó que debido al niño no pudo repagarse tanto como quería.
–Tranquila chica…, -le dijo el viejo mientras acariciaba su sedoso cabello.
–Eeeess… es una e… es… estúpida…, -tartamudeaba la joven casada sin intención de separarse del viejo, de alguna manera el abrazo le hacían sentir bien.
Todo esto pasaba mientras eran observados por Doña Romina quien de brazos cruzados meneaba su cabeza de forma negativa: –“Como puedes cambiar a mi hijo por ese asqueroso sujeto”, -pensaba.
Doña Romina era una mujer que enjuiciaba antes de preguntar, en su mente ni se asomaba la idea de que Gabriela acababa de conocer a aquel hombre, para ella ya eran amantes.
Don Cipriano quedaba de frente a Doña Romina y le lanzó una mirada burlona y triunfante. Romina y Cipriano se miraban en los momentos en que el viejo aun mantenía a Gabriela abrazada contra su pecho, el asqueroso vejete se encargaba de que la vieja viera que el tenía a su nuera en sus brazos todo lo que él quería, con esto ultimo sabía que todo lo que ocurriera de aquí en adelante solo lo beneficiarían a él: –“Señora… Si supiera lo rico que algún día lo pasaremos su nuerita y yo cuando estemos acostados…”
Con una mirada de desprecio Doña Romina se alejó de ellos y se metió en su hogar, mientras Cipriano, Gaby y el pequeño Jacobo se dirigían al fin a casa.
–Muchísimas gracias por todo Don Cipriano…, -dijo Gaby bajando del auto con su hijo en brazos.
–Tranquila mi reina… No pasa nada…
–No sé cómo pagarle todo lo que ha hecho hoy por mi…, -le decía Gaby con sinceridad, –bueno… si lo sé…!, no se preocupe le pagaré hasta el último centavo.
–Cuando puedas nena…, solo recuerda que tu camioneta estará en unas 2 semanas.
–Está bien señor… y me despido porque mi marido debe estar muy preocupado por nosotros (refiriéndose a ella y su hijo).
La atractiva y joven madre de familia comenzó a caminar en dirección al edificio donde se encontraba su apartamento, con la libidinosa mirada del viejo clavada en aquel espectacular trasero que movía como una diosa.
El viejo se tocaba la verga por encima de su pantalón mientras decía en voz alta.
–Tranquilo… en unos días más vas a estar dentro de esa pendeja, -arrancó su auto después de que ya no pudo ver a la rubia y se fue de allí.
El camino para Gaby fue difícil, su hijo ya no era un bebe, los últimos meses había ganado peso (no es que el niño fuese gordo, pero estaba pesado), además vivía en el 4 piso y el elevador no funcionaba desde hacía varias semanas.
Durante el camino se topó con varios vecinos que la saludaban eufóricamente, muchos de ellos con tal de pasar algunos momentos cerca de ella se ofrecieron a ayudarla con el niño, a lo cual se negaba, sabía que si hubiese aceptado se exponía a un nuevo pleito, ahora con su marido.
Estaba segura que su suegra ya lo había llamado, contándole quien sabe que cosas acerca de lo sucedido en su casa.
Cesar era un hombre celoso, a sabiendas del mujerón que tenía como esposa y eso lo carcomía, algunas veces cuando estaba solo se imaginaba que Gaby se conseguía otro hombre y lo dejaba, aunque cuando estaba con ella se reprendía por tener esos pensamientos al verla tan cariñosa, tan atenta, tan amorosa y entonces sabía que él lo era todo para ella, y el también la amaba, más de lo que había amado a otra persona en su vida.
Más tarde que temprano Gabriela llegó a su departamento introdujo su llave en la cerradura y entró.
No le sorprendió ver a su marido sentado en el sofá con semblante serio.
–Hola mi amor…, -le saludó Gaby con la esperanza de que no se encontrara de mal humor… no tenía ganas de otra pelea.
Cesar no respondió el saludo, se dirigió hacia ella y tomó a Jacobo en sus brazos, para después alejarse de allí y llevarlo a su habitación (la de Jacobo).
Para ella esto solo podía significar una cosa, habría pelea, así que esperó a que regresara, ella no quería discutir, pero tampoco era una dejada si quería pelea la iba a encontrar.
Esperó sentada en el sofá de la sala cuando vio aparecer a Cesar.
–Me llamó mi madre…, -atinó a decir Cesar mirándola seriamente a su cara.
–Otra vez esa vieja bruja…, -dijo Gaby frunciendo el seño en señal de molestia.
–No le digas así, es mi madre y lo sabes…, -Cesar estaba muy ofendido.
–Y cómo quieres que le diga…!?, si no deja de meterse en nuestros asuntos…
–Me dijo que estabas en el carro de un hombre… ¿Quién era?, -inquirió Cesar con el gusanito de los celos.
–Un conocido…, -dijo Gaby muy suelta de cuerpo, además que la palabra conocido para ella le sonaba a poco por lo atento en que se había comportado don Cipriano con ella en aquel día.
–Qué…!? Un conocido…!? Realmente quieres que me trague eso…!?, -los celosos gritos de Cesar llenaron la sala.
Gabriela al instante se puso de pie para intentar acallarlo, ambos quedaron frente a frente.
–Baja la voz que despertaras al niño…
–A la mierda con eso…!, y como quieres que me ponga cuando mi mujer se está revolcando con quien sabe quien…!!.
La respuesta de Gaby fue una sonora cachetada, jamás en su vida su marido le había hablado así, era la primera vez que la tachaba de adultera, y estaba segura que era por culpa de su suegra solo dios sabía que fue lo que le contó.
A Cesar le dolía mas el orgullo que aquel golpe, el solo imaginar que Gaby estuviera en brazos de otro lo enloquecían.
–En verdad crees que sería capaz de engañarte con otro…!?, mírame a los ojos y dímelo…!!, -la chica hablaba en tono alto, no importándole que alguien la escuchara, cuando ese tipo de acusaciones venían de su suegra no le afectaban tanto, pero viniendo de su marido era diferente.
Así lo hizo Cesar, miró fijamente los bellos ojos azules de Gaby y vinieron a su mente todas aquellas ocasiones en que había cuidado a él y de su hijo, lo tierna que era cuando se enfermaba, lo amorosa que era la mayoría del tiempo y la respuesta le llegó pronto a su mente. No, Gabriela jamás lo engañaría, o al menos eso pensaba en ese momento.
–Noo…, discúlpame mi amor…, -le decía ahora algo temeroso de la reacción de Gaby, –es que tu sabes lo mal que me pongo, tu eres mi vida y no sé qué haría sin ti.
–No me vengas con eso ahora, primero me insultas y después me vienes con esto…!. -Gaby aun estaba molesta, se notaba por la posición de sus hombros.
Cesar pidió una vez más disculpas, incluso se arrodilló, y como a Gaby no le gustaba verlo así, humillándose, terminó por perdonarlo.
–Mi amor… tengo unas preguntas…, sin pelear ni nada pero… Qué hacías en el auto de ese hombre?, -trató de que su voz sonara lo más tranquila posible, aunque sintiera celos.
Gabriela no quería contestar esa pregunta, no quería decirle a su marido que por su estupidez ahora tenían más deudas, así que hizo lo que cualquier ser humano haría: Mintió.
Le contó que su mejor amiga Lidia le había pedido prestada su camioneta por unos días porque iba a salir de la ciudad, a fin de cuentas ya lo había hecho antes y a Cesar aunque le molestara terminaba aceptándolo, siguió diciendo que el hombre era tío de Lidia y que muy amablemente al ver que no tenía como regresar se ofreció a llevarla.
La intuición de Cesar (o quizás los celos) le decía que algo andaba mal, su historia cuadraba, pero había algo extraño, a fin de cuentas lo dejaría pasar, viniendo de Gaby no sería nada grave.
La reconciliación de la feliz pareja no tardó mucho en llegar, esa misma noche tuvieron una sesión de sexo marital, y como siempre las sensaciones fueron contrastantes.
Cesar como siempre había terminado completamente satisfecho (y como no si aparte de ser una belleza Gaby era tremendamente fogosa en la cama).
Por otro lado tenemos a Gaby, la sensual chica, desnuda viendo detalladamente a Cesar quien plácidamente ajeno a todo esto dormía.
A pesar de ya llevar mucho tiempo casados Gaby no dejaba de sorprenderse de la belleza de su marido, un hombre alto, fornido gracias a las horas invertidas en el gimnasio, rubio, en fin era el estereotipo de belleza de las películas, alguien digno del tremendo cuerpazo de Gabriela, sin embargo había algo mal, nunca había logrado satisfacerla sexualmente y esto se debía a 2 razones.
El primero: Gaby pensaba que era debido a la falta de originalidad y talento a la hora de moverse, de sentir, de disfrutar de cada rincón de su cuerpo, y la segunda era el tamaño del miembro de su marido, si bien era cierto que nunca había visto otro, por platicas con sus amigas se podía dar una idea de lo pequeño que era, no obstante ella lo amaba demasiado como para quejarse por eso.
Sin embargo el mayor problema para ella, aun que en forma inconsciente, era eso último: Cesar la tenía muy chica.
Sabía en el fondo que debía hablarlo con él, que era un problema que tal vez tenía solución, pero también existía la posibilidad de que sus palabras pudiesen dañarlo, y eso era lo que menos quería.
……………………………………………………………
Los siguientes 2 días transcurrieron de manera normal en la vida de nuestra bella protagonista, no fue sino hasta el domingo por la tarde cuando recibió una llamada.
–Bueno…, -Dijo Gaby al no reconocer el numero de quien llamaba.
–Que bella voz tiene muchachita, -dijo la voz del otro lado del teléfono.
–Como es de juguetón Usted…, -dijo Gaby al percatarse de que se trataba la voz del viejo Cipriano.
–Que quiere que le haga…?, cuando estoy hablando con la mujer más bella del barrio… -dijo el viejo como tentando la situación.
–Mmmm…, Solo del barrio?- respondió coquetamente la chica sin ninguna mala intención, es solo que estaba acostumbrada a recibir los piropos muy subidos de tono, y cuando uno le agradaba por lo general seguía el juego.
–Usted sabe que no reinita…! Usted sabe que es la mujer más bella de la galaxia…, -el viejo lentamente tomaba más confianza, pero sin llegar a ser vulgar, no quería perder su oportunidad.
–Ya ve como es señor… va a hacer que me sonroje…
–Sonrójese todo lo que quiera…. De todas maneras estoy diciendo la puritita verdad.
Era extraña la gran confianza que habían adquirido en unos pocos momentos que habían estado juntos. Gabriela no veía con malos ojos la actitud de don Cipriano, pues como ya se dijo, ella estaba acostumbrada a ser admirada por el sexo opuesto.
Los siguientes minutos pasaron de la misma manera con don Cipriano alabando la belleza de Gaby y ella cada vez mas sonrojada hasta que llegaron al punto de la llamada.
–Bueno nena… no quiero incomodarte, pero llamaba para ver si has conseguido el dinero…
Gabriela dudó un momento… por lo bien que se llevaba con el viejo no pensó que le cobraría tan pronto.
–Ande señor… la verdad es que aun nada…
–No te preocupes, y no pienses que te estoy cobrando, lo que sucede es que me surgió un problema y rápidamente pensé en ti, si aceptas te perdonaría la deuda.
–Qué clase de problema?, -le consultó Gabriela con la esperanza de librarse de la deuda.
–Déjame contarte todo desde el principio.
El viejo Cipriano tomó aire y empezó.
–Como ya te había dicho, tengo un taller, todo iba muy bien con la clientela pero hace unas cuantas semanas un nuevo taller abrió muy cerca de aquí y empezamos a perder clientes…. –No teníamos idea de que chingados hacer para volver a tener clientela hasta que se me ocurrió una idea…
–Cuál idea?, -preguntó Gaby.
–Contratar edecanes… tú ya sabes… de esas chavas buenonas que bailan afuera de los negocios.
Gaby aun no entendía que le estaba proponiendo.
–El problema aquí es que ya teníamos contratadas a 2, pero para mi mala suerte una sufrió un accidente y no podrá venir, y para acabarla de chingar la agencia donde las contraté no me puede mandar otra, dicen que no tienen disponibles, -mentía el viejo.
Gaby quien por fin tenía una idea de lo que quería el viejo, y tratando de zafarse preguntó.
–Y no puede llamar a otra agencia?.
–Si…, pero el problema es que estoy pagando un dineral por esta chica, ya la vi y es una hermosura, y en las demás agencias no tienen a nadie que le llegue a los talones.
–Y entonces…?, -la voz de Gaby sonaba preocupada.
–Entonces es cuando entras tú… Eres una hermosura de mujer, y si suples a la chica que se enfermó nuestra deuda quedará saldada.
El silencio reino por unos instantes mientras Gaby meditaba la situación.
–No creo señor, soy una mujer casada y no me parece correcto exhibirme, si mi marido se llegara a enterar inmediatamente me pediría el divorcio.
–Ándale… solo son 2 semanas Gabrielita… solo eso y por las mañanas, -le suplicaba el viejo.
–No se…, -la bella mujer casada estaba indecisa, solo tendría que hacer de edecán por 2 semanas y terminaría su deuda, era un buen trato, si estuviese soltera lo habría tomado sin protestar.
–Tu marido no tiene por que enterarse, será nuestro secreto…, -el viejo sonaba muy angustiado, sentía que la escultural mujer se le escapaba.
Después de unos angustiosos momentos la chica terminó aceptando.
–Está bien señor, pero solo porque usted me cae muy bien, jajaja…, -se rio con su dulce voz.
–Muchísimas gracias Gabrielita, y a propósito tu…”me caes mejor”, -dijo Don Cipriano en doble sentido cosa que Gaby no entendió.
–Déjame darte mis datos para que mañana llegues aquí temprano nena…
–Está bien señor…
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A la mañana siguiente Gabriela se encontraba afuera del taller de Don Cipriano, tuvo que hablar con su jefe pidiendo sus dos semanas de vacaciones por adelantado, su jefe aceptó, aparentemente las cosas estaban de su lado, sin embargo un sentimiento de angustia la recorría, la calle estaba en muy malas condiciones, era muy temprano y no pasaba mucha gente ni coches.
Llevaba alrededor de 15 minutos esperando a las afueras del “Pie Grande”, así se llamaba el taller mecánico. Por un momento le dio la impresión que el nombre parecía más de Cabaret que de taller mecánico, pensaba en irse, a fin de cuentas nadie la había recibido, sabía que estaba mal, como era posible que una mujer casada como ella estuviera pensando en exhibirse ante una bola de extraños.
¿Qué pensaría su marido?, ¿Qué pensaría su hijo?, definitivamente estaba mal, la espectacular rubia dio media vuelta cuando escuchó que se abría el gran portón café.
–Hola señora Gabriela…!, -le saludó eufóricamente el chango.
–Buenos días Pablo…, -le respondió Gaby devolviéndole el saludo.
–Bu… buenos días…, -el chango se extraño de cómo una espectacular mujer como ella recordara su nombre.
Aun con aquellas ropas, se podía ver a la perfección la escultural figura de Gabriela, dotada de una belleza espectacular que la naturaleza le concedió y cuidada gracias a las horas de gimnasio invertidas, decir que era espectacular es poco, ese bello rostro digno de una muñeca de porcelana con sus ojos azules y esos labios rojos que brillaban como la sangre, contrastaban con el deseo que despertaba su anatomía.
Su cuerpo digno de las pajas mentales de todo el que la conocía, con su trasero perfecto, voluminoso, parado respingón, y sus enormes melones, fantasía obligatoria de grandes y chicos, de amigos y familiares.
–Pero no se quede allí señito… pásele al fondo, la otra chica ya llegó…
Gabriela se quedó unos momentos sin articular palabra, su mente era un caos, sabía que no debía hacerlo, pero necesitaba saldar la cuenta de su camioneta.
–Okey Pablo, muchas Gracias…, -y con su sensual movimiento de caderas fue al lugar señalado, recorriendo un húmedo y ancho pasillo de paredes grisáceas.
El lugar olía mucho a gasolina, aceite a todos esos olores característicos de los autos, el recorrido era largo y mientras avanzaba se topaba con lo que pensaba eran trabajadores, todos eran similares, vestían ropas maltrechas, sucias y feas, tipos bastante normales, notaba la lasciva mirada de todos y cada uno de ellos, a lo cual ella respondía con un agradable “buenos días”.
Gabriela abrió lentamente la puerta del camerino improvisado que Don Cipriano había montado y cuando lo hizo vio a una chica morena sentada en una silla, vestida con un diminuto short y una pequeña blusa de tirantes.
La chica no se dio cuenta de la entrada de Gabriela puesto que estaba muy ocupada arreglando su cabello en el espejo.
Gaby quien por naturaleza era curiosa se quedó sin hacer ruido observando a la joven.
Notó que se trataba de una chica bastante normal, no era la belleza que creyó encontraría tras la llamada de Don Cipriano, veía su cuerpo, unos pechos de tamaño medio, para bajar a un estomago del cual se notaba una ligera pancita, observo su rosto, era una niña, según Gaby no pasaba de los 18 o 19 años, lo que pudo ver de su rostro le agradó, era una chica bastante bonita, pero dentro de lo que cabe normal.
La joven volteo a ver a la rubia y fue Gaby quien rompió el silencio, como siempre;
–Hola, me llamo Gabriela y creo que somos compañeras…, -le dijo mostrando su bella sonrisa de dientes relucientes.
–Mu… mucho gusto señora, mi nombre es María…, -dijo la joven levantándose de la silla y estrechándole su mano. A Gaby no le agrado que se dirigiera a ella como señora, porque a fin de cuentas a que mujer le gusta que le recuerden su edad.
–Bien María, pero a partir de hoy llámame por mi nombre Okey…
–Si “señora” esta bi…, -en ese momento hubo un silencio, para después ambas empezar a reír.
–Si Gaby está bien.
Gabriela al instante supo que se llevarían muy bien.
Pasadas las presentaciones María le indicó a Gaby donde se encontraba su ropa, la cual tomó, y la extendió sobre una pequeña mesita en la esquina del cuarto.
Sin ningún tipo de pudor la escultural rubia se despojó de su blusa deportiva y su brasier, después de manera muy sensual (sin proponérselo) deslizar lentamente su pantalón deportivo.
–Disculpa, no sé si te importara que me cambie aquí…, -dijo Gaby cubriendo sus pechos con un brazo y con el otro cubriendo su intimidad.
Gaby tenía la costumbre de hacer eso con sus amigas, entre ellas no había secretos y menos algo tan simple como verse desnudas, pero recordó que no todas las mujeres eran así.
–Para nada Gaby, con confianza…
Para ser honesta el cuerpo de Gaby impacto a María, jamás en su vida había visto cuerpo tan perfecto como ese, y eso la cohibió, la avergonzaba saber que cuando estuviesen fuera nadie la vería por ver a esa espectacular mujer.
–Te pasa algo María…?, -le preguntó Gaby…
–No nada… puedo hacerte una pregunta?
–Ya la hiciste…, -rio Gaby, comentario que agrado a María
–No… ya en serio… te has hecho alguna cirugía?, -le consultó María intentando sonar lo más natural posible, no quería enfadar a su compañera.
Gaby se extrañó, llevaba poco de conocer a María jamás imaginó que le preguntaría eso,
–No, la verdad no, así me hicieron mis papás, -dijo orgullosa de su anatomía, a la vez que se veía en el espejo.
–En… en serio?.
–Claro… en mi familia las mujeres siempre hemos sido así, aunque mi madre dice que yo si exageré…, -ambas rieron.
–Qué padre tener un cuerpo como el tuyo…, -le decía María en tono melancólico sabiendo que ella no era ni la mitad de hermosa que Gaby.
Gabriela notando que tal vez al presumir su cuerpo había hecho sentir mal a María dijo:
–Pues ni creas, es una verdadera friega en el gimnasio, además todos los hombres se te quedan viendo de manera extraña, -la sonrisa de Gaby era muy amistosa.
–Ha de ser bien chido que los hombres te quieran por tu cuerpo, así como poder conseguir lo que quieras.
Este último comentario si preocupó a la rubia, siempre había sido de la idea que lo más importante de las personas era el interior, no se había casado con su esposo por ser un hombre bien parecido, lo había hecho porque a pesar de sus defectos, también tenía grandes virtudes.
–Créeme no está tan bien…, -le decía Gaby, -lo que importa es lo que llevamos dentro.
–Siiii…!, lo que llevamos dentro de la tanga y dentro del bra…, -respondió María.
A pesar de la lección que Gaby quería impartirle a María no pudo evitar reírse.
–Bueno apúrate, Gaby que ya casi es hora de salir…
–Sí, pero donde está el dueño del taller?, -preguntó Gaby refiriéndose a Don Cipriano.
–Mi tío llega más tarde, pero tranquila que ya me dio órdenes de que hacer…
–Tu tío…?, -preguntó Gaby…
–Así es, acaso no notas el parecido familiar…?.
Jamás en su vida Gaby lo habría adivinado, don Cipriano era un hombre muy feo y la chica era hasta cierto punto bonita.
–Pues la verdad no…, -respondió Gaby.
–Ay… gracias a dios…, -comentó María a lo que ambas rieron fuertemente.
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Gabriela y María bailaban sensualmente a las afueras del pie grande, con sus ajustados atuendos, al ritmo del reggaetón.
La bella rubia al principio le daba pena estar allí bailando para extraños, pero conforme pasaba el tiempo iba adquiriendo confianza, hasta que llegó a la conclusión de que no era tan horrible como pensaba, a fin de cuentas a ella le encantaba bailar, le encantaba esa música, su compañera era muy agradable, e incluso le hacía gracia como alguno que otro despistado había sufrido ligeros accidentes menores por voltear a verlas.
Ya había conocido a todo el personal, aunque hubiese deseado recordar el nombre de todos solo recordaba al chango o Pablo y a Francisco un chico de unos 20 años que era novio de María.
Debía admitir que la estrategia al parecer estaba dando resultado, había muchísima gente rodeando el taller, era verdad que muchos solo iban a verlas, pero otros en verdad entraban por sus autos.
En el poco tiempo que llevaba allí Gabriela ya había recibido más de 20 números de teléfono, los cuales ella aceptaba por educación aunque claro nunca llamaría a esos hombres, cuando alguien preguntaba su número ella cordialmente se excusaba (mintiendo) diciendo que si la compañía se enterara perdería su empleo.
Mientras a unos cuentos metros de distancia el chango, Francisco y Don Cipriano hablaban tranquilamente.
–No mamen gueyes… ya no aguanto, me la quiero coger ya…!, -decía el viejo Cipriano
–Sí señor, esta re buena la señora, mire nada mas como nos mueve esas nalgotas…, -decía Francisco señalando a la rubia mientras bailaba la macarena meneando su trasero de una forma hipnotizante, y si a eso le sumamos el diminuto short que usaba era una visión impactante.
–Esas nalgotas van a ser mías muchachos, pero todo depende de que salga bien el plan, y que no la cagues muchachito…, -dijo don Cipriano volteando a ver a Francisco.
–Si ya lo sé señor…, -fue lo único que pudo responder el joven.
Y como si Gabriela pudiera escucharlos sin perder el ritmo se acercó a ellos y jalando a Don Cipriano lo incitó a que bailara con ella, el no perdería la oportunidad de dar una pequeña manoseada a tan sensual mujer, así que ni tonto ni perezoso la acompañó.
Los hombres que estaban allí reunidos no podían creer como tan horrible viejo estaba dando llegues a la chica, la cual al parecer ni se daba cuenta, y así era Gabriela ni se imaginaba nada de eso, notaba como el viejo se repegaba a ella, pero así se bailaba.
–La neta que lo vas a hacer wey…?, -le preguntó el chango a Francisco.
–Pus si wey… por qué?
–Es que la seño es a toda madre wey…, -en el poco tiempo que el chango llevaba de conocer a Gaby ya le había cogido cariño.
–Si we pero el patrón se la quiere echar, y quien no…, nomas mírala esta re buena.
–Pero si lo logra le arruinará la vida, hasta donde se está casada y con chamaco y toda la cosa, imagínate si a tu mamá o a tu hermana le quieren hacer algo así, es mas no te vayas tan lejos, imagínate si a María se la quiere chingar otro wey.
Francisco se quedó en silencio pensando.
–Tú sabes que necesito feria y el patrón me ofreció una buena, además María está de acuerdo…, -respondió finalmente Francisco.
El chango ya no dijo nada, sabía que ni ninguna cosa lo haría cambiar de opinión, ambos se quedaron allí embelesados viendo a la buenísima de la casada.
…………………………………………………..
Pasaron las horas, su primer día había pasado de maravilla, le había encantado el sentimiento de libertad, de sentirse deseada, de poder sobre los hombres y ahora llegaba el momento de regresar a casa y obviamente Don Cipriano se había encargado de ofrecerse para llevarla.
Desde el primer momento en que llegó al taller el viejo no se había separo de ella, y para los próximos días tenía pensado que fuera igual, cosa que a Gaby no le molestaba, más bien la hacía sentirse segura, y siempre era agradable estar con alguien.
Don Cipriano quería que Gaby se acostumbrara a él, que en el momento en que la penetrara no existiese resistencia de su parte, quería seducirla, quería apartarla de su familia, quería que ese forro de mujer fuera solo suyo, pero también quería que fuera por las buenas, quería que ella lo deseara y no le importaba valerse de trucos y de engaños para lograrlo.
Don Cipriano dejo a Gaby a dos calles de su edificio, para que su marido no se diera cuenta de que llegaba con él.
La rubia caminó hasta su casa, había sido un día muy placentero y ansiaba que llegara el próximo.
–Hola mi amor…, -le saludo Cesar al ver entrar a Gaby, –luces un poco cansada.
Gabriela no le contó a su esposo que pidió sus dos semanas de vacaciones, pues no quería que se enterara de lo que hacía, se sentía mal de ocultar algo a su marido, pero había llegado a la conclusión de que era lo mejor para ambos.
–Si amor, fue un día duro.
En ese momento entró corriendo Jacobo.
–Mamá… mami…, -le decía completamente emocionado.
–Hola mi amor…
Gabriela cargó a su pequeñín entre sus brazos, en esos momentos era lo único que le importaba.
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Los siguientes días transcurrieron de la misma manera, con Gabriela acudiendo a su “trabajo” en el taller, esto claro sin que su marido se diera cuenta.
Estrechaba sus relaciones con los que ya consideraba sus amigos es decir con María y el chango, pero con el que cada vez se sentía más unida era con Don Cipriano, en tan poco tiempo había llegado a considerarlo como un padre, quizá gracias a la falta de uno en su infancia, no lo sabía pero ya le tenía mucho cariño.
Con los demás trabajadores llevaba una relación cordial, notaba la manera en que la miraban pero ya estaba acostumbrada, no fue sino hasta el jueves, un día antes de cumplir con su contrato lo que cambio todo.
Ese día María no acudió al trabajo, Don Cipriano le explicó que estaba enferma, por lo cual había salido como edecán sola, notaba algo extraño en el día, durante toda la tarde no vio a ningún otro trabajador, excepto a Don Cipriano, el chango y Francisco, cuando preguntó porque a Don Cipriano este le respondió que no sabía, pero que cuando lo supiese se iba a desquitar, cosa que era mentira ya que él mismo les había dado el día libre.
Gabriela ya se encontraba en el pequeño cuarto donde se cambiaba de ropa para regresar a casa, se veía en el espejo modelando, tomando su rubia melena por encima de su cabeza, la casada a fin de cuentas era vanidosa.
Inspeccionaba su cuerpo en busca de alguna imperfección.
De pronto se abrió la puerta, y frente a ella apareció Francisco con un cuchillo en la mano, Gabriela no sabía que estaba pasando, además estaba segura de haber puesto el seguro de la puerta.
–Francisco…!, -exclamó la rubia preocupada pero tratando de no demostrarlo, mientras de manera muy despacio retrocedía, hasta que topó con la pared.
Francisco no decía nada, su rostro no mostraba emoción alguna, simplemente se dedicó a acercarse a la rubia.
–Qué es lo que quieres Francisco…?, -preguntó con un tono en su voz de lo más valeroso qué pudo demostrar.
El chico no le contestó, solo aprisionó con su cuerpo el de ella.
Aléjate de mi cerdo…!, -la chica trataba de empujar sin buenos resultados el fuerte cuerpo del joven quien la contenía.
–Por favor que alguien me ayude…!!!, -gritaba desesperadamente la chica para que alguien la escuchara y la socorriera.
El joven seguía sin pronunciar palabra alguna, solo emitía sonidos guturales, mientras colocaba la navaja en el cuello de la rubia.
–Calla nena, o te puede pasar algo malo…, -le decía Francisco visiblemente nervioso, y comenzó a deslizar su lengua por el tierno cuello de ella.
–“Oh Dios”… me van a violar…!!, -pensaba desesperadamente la casada en aquellos terribles momentos. –Por favor ayúdenme… me están tocandoooo…!!!, -seguía rogando la chica en su mente, instintivamente cerró los ojos y rezó por estar en otro lugar, p porque todo aquello fuera solo un terrible sueño.
En ese momento sintió que unas manos apretaron sus formidables pechos, palpándolos, sintiéndolos.
–Noooooooooooo…!!!, -gritó la rubia ahora con desesperación.
–Tranquila putita… todo va a estar bien…
Las lágrimas inundaron el bello rostro de Gaby, no quería ser violada en ese lugar.
De repente y sin previo aviso unas manos tomaron al joven y lo empujaron hacia un lado.
La bella Gabriela observó aliviadísima, aunque desconcertada lo que pasaba.
Junto a ella y sin saber cómo se encontraba Don Cipriano, que a pesar de ser un viejo, también era bastante corpulento y le era bastante sencillo combatir con el joven.
–Qué crees que haces pendejo…!?, -le gritó el viejo colocándose frente a la chica en señal de protección, lo cual ella agradeció y repagándose a él permanecía expectante.
El joven no dijo nada, rápidamente se levantó y echo a correr.
El viejo quiso ir tras él, pero no pudo puesto que Gabriela extrañamente jaló su brazo por temor a que Francisco ahora pudiera hacerle daño a él, además que no quería estar sola.
La rubia lo abrazó, sus bellos ojos seguían expulsando lágrimas, pero esta vez eran lágrimas de alegría.
–Muchas… Muchas gracias Don Cipriano…, -le decía Gaby sin imaginar que ese abrazo calentaba de sobremanera a el viejo, sentir su voluptuosa anatomía era enloquecedor.
–Tranquila chiquita… haría todo por ti…, -fue la primera vez que Gaby creyó ver en su mirada algo más que amor paternal.
Don Cipriano la tuvo unos minutos entre sus brazos, era la primera vez que experimentaba un deseo tan intenso por alguien, ni siquiera por su esposa había sentido tanta excitación y quería disfrutar cada segundo de aquello.
Por su parte Gaby se sentía segura, ese hombre la había salvado de lo que hubiera sido la peor experiencia de su vida.
O al menos eso creía.
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Esa noche Gaby aun se sentía intranquila, sabía que el peligro había pasado, pero aun estaba nerviosa, lo cual Cesar notó, sin embargo ella se negó a contarle la verdad y argumentaba que eran problemas de trabajo sin importancia.
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Don Cipriano había sugerido a Gabriela que se tomara el día siguiente, para que se tranquilizase, sin embargo ella se negó, en parte porque en verdad se estaba divirtiendo y en parte como agradecimiento a su salvador, no iba a defraudarlo con el trabajo.
Ese viernes llegó al taller y notó que las cosas volvían a la normalidad, los trabajadores regresaron, al igual que su compañera y amiga María.
Con mucha pena la rubia contó a su amiga lo que paso el día anterior en el taller con Francisco (novio de María).
–Te platico esto en parte porque eres mi amiga y quiero desahogarme, y por otra porque un tipo como ese no te merece…, -el rostro de Gaby reflejaba verdadera preocupación.
El rostro de María era sereno, pero a la vez preocupado.
–No… No es lo que crees amiga…, -defendió María a su novio.
–Que no es lo que creo…!?, si me tocó, estuvo a punto de…, -no pudo terminar la oración.
–Ahora no puedo contarte mas, espera unas horas y lo diré todo…, -le prometió María a Gaby y sin decir más salió del cuarto apresuradamente.
Gabriela estaba desconcertada, a qué se refería? Que es lo que iba a contarle?, al menos por el momento a fin de cuentas en unas horas lo sabría.
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Terminado su último día ambas chicas regresaron al cuarto donde se cambiaban de ropas, y cuando entraron el chango las esperaba.
Gabriela rápidamente se puso a la defensiva, después de lo que paso el día anterior prefería estar preparada.
María noto la actitud de su amiga y dijo:
–Tranquila, yo le dije que viniera, lo que te vamos a contar es muy serio y de antemano te pido que nos perdones.
–Pus si… yo también…, -dijo el chango…
–Toma asiento Gaby porfa…, -le pidió amablemente María.
Cuando todos estuvieron sentados continuaron:
–Qué es lo que me quieren decir?, no me dejen en ascuas…
–Lo que sucedió ayer, fue todo un error…
–Estas equivocada, no fue ningún error…!!!, -Gaby había alzado su voz, después de lo que paso ayer le molestaba que aun tratara de defender a su novio.
–Disculpa, no me explique bien, ambos (refiriéndose al chango y a ella) sabemos que lo que nos cuentas es cierto, pero las cosas no son lo que parecen.
La rubia estaba muy confundida.
–Trataré de ser lo más clara que pueda, verás Francisco jamás quiso hacerte daño, pero fue obligado por alguien…, -María y el chango intercambiaban miradas ansiosas.
–Por quién…!?, -preguntó Gabriela en forma temerosa, pero a la vez ansiosa por saber mas de aquello que le estaban diciendo.
–Por el patrón…, -contestó rápidamente el chango.
Eso fue como un balde de agua fría para nuestra aun inocente casada.
–Qué…?, -a pesar de lo que le dijeran le era difícil asimilarlo.
–Así es Gaby, mi tío planeo todo eso, y lo peor de todo es que nosotros lo sabíamos…, -se notaba el arrepentimiento en la voz de María, sin embargo Gabriela no estaba muy convencida de que le dijesen la verdad.
Abruptamente se levantó de su asiento y visiblemente molesta dijo:
–No… no puedo creer que después de lo que me pasó ayer, se atrevan a hacerme una broma como esta…!
–Créeme Gaby, me gustaría mucho que fuera una broma, pero no lo es.
–Pues lo siento mucho mi reina, pero no puedo creer que un hombre como Don Cipriano haya planeado eso, y además ¿con que fin?, -Gaby continuaba con el mismo tono desafiante.
–Shhhh…!!!, -decía el chango con su dedo índice en la boca temiendo que alguien pudiera escucharlos.
–Por favor Gabriela, veo que estas muy alterada, mejor lo dejamos para otro día…, -propuso María.
–No, no me callo, o me cuentas ahora mismo que pasa, o Don Cipriano se va a enterar que le levantan falsos…, -amenazó Gaby, con ese tono que denotaba lo enfadada que estaba, ese hombre había sido muy bueno con ella, no dejaría que mintieran sobre él y menos en algo tan grave.
–Bien, quería contártelo con tacto, pero si así lo quieres…, -María respiró aire profundamente. –Mi tío esta prendado contigo, en otras palabras te quiere coger…, -el bello rostro de Gaby se dibujo una cara de sorpresa, mientras la chica continuaba aclarándole la película, –El está obsesionado con acostarse contigo, -le decía María mientras el chango movía su cabeza en señal afirmativa.
–Estás loca…!, en serio crees que me voy a tragar eso…!?, si él ha sido bien buena gente conmigo…, -Gaby seguía sin creer en sus palabras.
–Es verdad Gaby… si no que se muera mi jefecita…, -le decía ahora el chango creyendo que con esto la convencería.
–Disculpen, pero se me hace una reverenda estupidez, en cualquier caso… ¿por qué contármelo ahora?
–Porque eres a toda madre, nosotros (el chango y María) te hemos tomado mucho cariño y no se nos hace justo que mi tío te juegue chueco, pues tienes un hijito y un esposo que por lo que cuentas amas y te aman, además tampoco se me hace justo con mi tía, ella también es una buena mujer que no se merece que le pongan los cuernos.
Gabriela sabía que Don Cipriano estaba casado, y por la manera en que él le había hablado acerca de ella no creía que nunca se le ocurriera engañarla.
María contó a Gaby como su tío le había prohibido acercarse al taller el día anterior, amenazando con correrla de su trabajo si no hacía caso, también que había dado el día libre a los trabajadores (recordemos que a Gaby le contó que no sabía por qué no fueron a trabajar).
El chango por su parte contó como Don Cipriano había apostado a él llevársela a la cama, la manera en que aparentaba ser frente a ella y como en verdad era a sus espaldas.
Y lo más importante, le contaron lo que había pasado con Francisco, el era un buen muchacho quien desafortunadamente tenía a su madre muy enferma en el hospital y Don Cipriano se aprovechó de esto para obligarlo a atacar a la rubia, así el llegar de último momento y quedar como un héroe frente a ella, le había prometido que si todo salía bien le daría una gran suma de de dinero y la promesa de poder regresar a su trabajo después de que Gaby se fuese.
–En verdad no puedo creerles, Don Cipriano es un buen hombre…!, -la rubia no sabía si en verdad podía creerles… o a lo mejor no quería.
–Ojala nos hubieras creído a la primera, pero en fin parece que tendremos que mostrarte como es mi tío en realidad.
A continuación pasaron a contarle lo que harían.
María le dijo que ambas se esconderían en el closet, que escuchara atentamente todo lo que diría su tío, de lo demás se encargaba el chango.
Gabriela terminó aceptando, con la amenaza de que si no les creía le contaría todo a Don Cipriano.
Quería llegar al fondo de todo eso, ahora solo faltaba que hiciera su aparición Don Cipriano
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Escucharon ruidos provenientes de la entrada, lo cual los alertó de que Don Cipriano acababa de regresar, por lo cual María incitó a Gabriela a que ambas se escondiesen en el closet, cerraron la puerta con seguro para así evitar que Don Cipriano las descubriera, mientras sucedía esto el chango sería el encargado de desenmascararlo atrayéndolo hacia el cuarto para que Gabriela lo escuchara.
–Qué quieres chango…?, -preguntó Don Cipriano, a la vez que con su mirada buscaba rastros de Gaby
–No pus, solo le quería informar que Gaby se sentía mal…. Se llevó su camioneta (recordemos que ese día su camioneta al fin estaba lista).
–No hay pedo mi changuito, a fin de cuentas ya la tengo comiendo de mi mano, jajajaja…!!
La rubia desde su escondite podía escuchar toda la conversación, le sorprendió el comentario de Don Cipriano, pero a fin de cuentas aun no había dicho nada tan malo, por lo que continuó escuchando atentamente.
El chango sabía que para que Gaby les creyese debía escucharlo como en verdad era, así que se atrevió a preguntar.
–Y cómo va lo de la apuesta jefecito?.
–Eres un imbécil, es el dinero más fácil que voy a conseguir, -presumía Don Cipriano.
–Apoco es tan fácil?, -la voz del chango se retumbaba en la pequeña habitación.
Mientras en su escondite Gabriela no entendía que hablaban, pero la respuesta llegó en instantes.
–Verás mi chango, frente a Gabrielita soy un héroe, si no fuera por mi Francisco se la hubiera cogido…, -dijo Cipriano seguido de una carcajada.
Por unos instantes reino el silencio entre los 2 hombres, el chango no sabía que mas decir, hasta el momento Don Cipriano no había dicho nada comprometedor y sabía que solo era tiempo para que Gaby dejara de seguir el plan y saliera del closet, afortunadamente el no tuvo que decir más.
–Sabes lo que me caga?, -preguntó Don Cipriano, –me caga haber tenido que darle tanto dinero a ese pendejo para que siguiera mi plan, pero cuando recuerdo las espectaculares nalgas de Gabrielita y como me las voy a coger se me olvida todo lo demás, jajajaja…!!!, -las palabras de Don Cipriano estaban cargadas de lujuria, una lujuria que lo comía por dentro.
–No mames chango, si está re buena…, -dijo don Cipriano refiriéndose a Gaby.
–Si jefe, es… está… muy bonita… pero…, -en otra situación el chango hubiese usado otro adjetivo mas subido de tono, pero al saber que Gaby los escuchaba se contuvo.
–Pero qué…?, preguntó Cipriano con un tono molesto.
–Está casada señor, y además tiene un hijo, o sea tiene una familia…
–A la mierda con su familia, ella es un mujerón y a simple vista se ve que le encanta la verga.
Estas palabras calaron hondo en el corazón de Gaby, quien con su oído pegado en la pequeña puerta de madera del closet escuchaba claramente la manera en que Don Cipriano se expresaba de ella.
–Y a mí lo que más me sobra es eso… VERGA… Jajajaja…!!!
El viejo notó el nerviosismo en la cara del chango, ahora que estaba seguro que Gaby lo había escuchado se preguntaba como reaccionaria, tenía miedo que tal vez saliera del closet y encarara a su jefe, a fin de cuentas ella era ese tipo de mujer, se preguntó si había sido un error arriesgar su trabajo por su amiga.
–Qué te pasa pendejo…?, te noto raro…
–Nada señor…, solo me preguntaba ahora que es lo que va a hacer con Gaby…?, -mintió el chango.
–Mañana es mi día de suerte chango, ella me contó que su marido no va a estar mañana (era verdad finalmente Cesar había conseguido trabajo y tenía que salir de la ciudad), así que la invitaré a salir, y en la noche la vamos a pasar rico… jajaja…!!!
–Y usted cree que ella quiera salir, llevan solo 2 semanas de conocerse…
–Desde luego, como te dije soy su héroe, así que no se negara, y si lo hiciese pues solo sería cuestión de insistirle…, chango, te voy a contar algo pero esto si no se lo cuentes a nadie, ni siquiera a María.
–Por qué no quiere que se lo cuente?, -el chango estaba intrigado.
–Porque esas dos se han vuelto muy amigas, y tengo miedo que esa niña la valla a cagar…, -decía Don Cipriano sin imaginarse que ya lo había hecho.
–Se lo prometo señor…, -el chango cruzó sus dedos mintiendo, esto claro sin que Don Cipriano lo viese.
–Verás, tengo pensado traerla aquí mismo y colocar una cámara allí…, -dijo Cipriano señalando a la ventana, –oculta por supuesto, y extorsionarla de alguna manera con él.
Gaby no creía lo que escuchaba, donde había quedado ese señor buena gente que conocía, acaso desde que la conoció ese era su plan?, y porque ella?, porque no le importaba tratar de destruir a su familia para quedarse con ella?.
Pasaron los minutos y Gaby cada vez estaba más asqueada, de escuchar la manera tan soez como Don Cipriano se refería a ella, las posiciones que según el harían, las veces que se vendría dentro de ella, incluso escucho como quería embarazarla.
No aguantaba más, quería salir corriendo y decirle sus verdades a ese hombre que la había engañado haciéndola creer que era un buen tipo, sin embargo se contuvo, lo había prometido.
En cierto momento Don Cipriano se despidió, dejando en manos del chango cerrar el changarro y se fue hacia su casa.
Tiempo después ambas chicas salieron del closet al escuchar arrancar el carro de Don Cipriano.
–Honestamente lamento que te hayas enterado de esta forma, y te vuelvo a pedir disculpas por que nosotros lo sabíamos, -dijo la joven María mientras el chango asentía con la cabeza.
El chango y María guardaron silencio unos instantes no sabían cómo reaccionaría Gaby, el silencio era muy incomodo hasta que Gaby lo rompió.
–Les agradezco que al final hiciesen lo correcto…, aunque debo admitir que estoy algo molesta con ustedes…, -ella se conocía, sabía que en pocos días se le olvidaría de lo malo que hicieron, pero al que no podría perdonar era a Don Cipriano.
–Dónde está mi camioneta?, -preguntó Gaby secamente dirigiéndose al chango.
–A dos cuadras de aquí…, -dijo el chango entregándole las llaves y apuntando la dirección.
–Creo que no es necesario que diga esto, pero no le digan a Cipriano que ya se dé su “plan”.
Ambos asintieron y vieron como se alejaba de ellos, no dijeron nada sabían que era mejor dejarla sola por el momento.
Incluso en esa situación y siendo su amiga el chango no pudo evitar clavar su mirada en las nalgotas de la chica.
“Que buenas nalgas… que buenas nalgas…”. Pensó el chango.
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Gaby conducía su camioneta con dirección a casa, mientras pensaba sobre lo ocurrido recientemente.
No entendía porque alguien trataría de separarla de sus 2 grandes amores (su hijo y su marido), y mucho menos entendía que lo hiciera por algo tan banal como el sexo, así era, aquel hombre solo la quería para tener sexo, no para hacer el amor con ella, sino para saciar sus más bajas pasiones, y eso la asqueaba, la enojaba la manera en que se había hecho pasar por un buen hombre solo para meterla en una cama.
Y decidió que no podía quedarse así debía vengarse de alguna manera.
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Mientras daba vueltas en su cama, a solas recordaba que hacía algunas horas que su marido se había ido, su hijo plácidamente dormía en la habitación contigua, ese día había sido duro, al principio le fue difícil aceptar que aquel hombre al cual casi había llegado a querer como un padre la traicionara de esa manera.
Se percató que su pequeño celular vibraba en señal de que estaba entrando una llamada, lo cogió del buro que tenía del lado derecho de su recamara matrimonial, con la esperanza de que se tratase de su marido, su decepción fue tal al ver en la pantalla que la llamada entrante era de Don Cipriano.
Dudó un momento en que hacer, quizá debió hacer lo más lógico y no contestar, a fin de cuentas ya había pagado su deuda y tenía su camioneta de regreso, sin embargo la vida pone trampas en el camino y la rubia cometió uno de los mayores errores de su vida: contestó.
–Bueno…, -respondió Gaby a la llamada.
–Hola Gabrielita… como estas?, -preguntó Don Cipriano.
Le resultaba increíble como ese hombre al que hace solo algunas horas hubiese protegido de cualquier cosa ahora le provocase tan profundo asco, sin embargo no lo demostró.
–Muy bien señor, estaba aquí dormidita, solita, con frio…, -actuaba en forma extraña.
–Estas solita porque quieres nena, tu nomas dime y voy y te caliento…, -se atrevió a decir el viejo, en cualquier otro momento Gaby hubiera colgado, pero después de esa tarde quería darle una lección así que siguió el juego.
–Es usted todo un coqueto señor… jajaja…!, -Gaby fingió una risa tímida.
Pasaron unos instantes en que reino el silencio entre ellos, pero el viejo sintiendo falsamente que había logrado ganar terreno no quitó el dedo del renglón.
–Entonces que nena… voy a tu casa para “hablar”?
–Pues si me gustaría… pero me siento malita… pero también me siento solita, ay señor no se qué hacer…, -la actuación de la chica era tan convincente que el hombre creía que le estaba coqueteando.
–Fácil… voy para allá y yo te sobo tus heriditas…, -el viejo comenzó a usar los mismos diminutivos que usaba Gaby.
Don Cipriano creía que ya la tenía entre sus manos, en su imaginación ya la veía desnuda mamándole su verga.
–Ay no señor, que pensaran mis vecinos si ven que a estas horas un machote como usted entra en mi casa y mientras mi marido no está, pensarían de mi lo peor…, -Gabriela sabía que lo que más le gustaba a los hombres era que los alabaran.
–Mándalos a la verga a todos…, -le decía el viejo preso de la lujuria.
La rubia esbozó una maliciosa sonrisa, podía sentir una viciosa calentura proveniente de las palabras del viejo quien cada vez se esforzaba menos por aparentar en hablar de la enfermedad de Gabriela.
–Me gustaría Don, pero verá, esas son las contras de estar casada, una no se divierte tanto como quisiera…, -el viejo no podía creer lo aventada que era Gaby por lo que pensó que tal vez estaba malinterpretando las cosas, así que preguntó.
–A aaaa… que te refieres?, -tartamudeo el viejo, ansioso por saber la respuesta.
–Ya sabe Don, si por mi fuera lo invitaría a mi casa, le daría un rico masajito y la pasaríamos rico, todo para mi HEROE…, -Gabriela se sorprendió de lo sensual que sonaba, además de lo rápido que estaba pensando en esta situación.
El viejo estaba en shock claramente Gabrielita, la mujer que más había deseado en su vida le estaba proponiendo acostarse con ella.
–Además Don, mi hijito esta aquí en casa y que diría si me ve con otro hombre que no es su papi…, -el corazón de Gabriela se rompía al hablar de sus 2 grandes amores en esta situación.
–Si, te entiendo nena, pero tu entiéndeme a mí, si vieras lo dura y grande que tengo mi verga por ti… Ufff…!!!, -Gabriela no imaginaba que en ese instante el viejo masajeaba fuertemente su mástil peneano.
Qué asco le provocaban a Gabriela esas palabras, pero debía soportarlas, al menos de momento.
–Tengo una idea nena… que tal si paso por ti y nos vamos a otro lugar, al que tú quieras
–No Don, no puedo dejar a Jacobo solo… pero… pero qué tal si lo dejamos para mañana?
–Mañana?, -preguntó con un tono esperanzador el viejo.
–Si… mañana paso en la tarde a dejar a Jacobito con mi estúpida suegra (esto le salía del corazón) y por la noche tenemos todo el tiempo del mundo para nosotros dos solitos, ok pero claro, con 2 condiciones…, -la voz de Gaby era tan sensual que ni un padre podría resistirse.
–Cuáles?, -preguntó el viejo.
–La primera es que nos vallamos a un lugar retirado de mi casa, no queremos que un vecino chismoso nos eche a perder la noche verdad?, -inquirió Gaby cargada de sensualidad.
–Ni lo mande dios mi reina… ni lo mande dios…!
A pesar del asco que ahora sentía por Don Cipriano no podía evitar sentir algo de gracia por la calentura que notaba en el viejo y su diversión aumentaba cuando imaginaba lo decepcionado que estaría el viejo al final de la noche.
–Y la otra… -prosiguió Gaby, –es que llevemos mi camioneta, después de que la arregló el mejor mecánico del mundo quiero presumirla.
–Claro… lo que tu desees mamacita…!!
–Mañana pase por mí a las 8, y de aquí nos vamos, entendido?
–Entendido, ya no puedo esperar…
“Viejo puerco, si a ti no te importó intentar arruinar mi vida a mi no me importará arruinar la tuya”, pensó Gaby.
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La mañana siguiente Gaby sentía un extraño sentimiento de culpa, de cierta manera había aceptado salir con un hombre que no era su marido, sabía que no llegarían al terreno sexual y que en verdad su plan era dejarlo en ridículo pero para lograrlo debía hacerse pasar por una obediente chica quien quería todo con él y debía mostrarse coqueta, dispuesta, sexy y eso de cierta forma ante ella lo hacía parecer como una ligera infidelidad.
Para aminorar la culpa, toda la mañana se dedicó a consentir a su nenuco (como le decía de cariño a Jacobo), lo llevó al parque temprano, después a desayunar a McDonald y terminaron por ver una película infantil.
Terminado esto y con su plan puesto en marcha como había dicho a Don Cipriano paso a dejar a Jacobo con su abuela.
Y la misma cantaleta de siempre la señora reclamándole a Gaby, decía cosas como que apenas su hijo no estaba y ella aprovechaba para salir con sus “amigas”, clara insinuación de que no iba con sus amigas.
Sin embargo ese día Gabriela no respondió, no tenía ganas, ya se había cansado de pelear con su suegra, o quizás era porque en ese día algo de razón tenía la vieja.
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Entrada la tarde la rubia comenzó a alistarse para su “cita”, se bañó, se perfumó, cuidadosamente eligió la ropa que iba a usar, intentando lucir tremendamente sexi.
Para esa noche Gabriela había decidido usar sus mejores ropas, las más caras y las que mejor resaltaban su voluptuosa anatomía.
Primero eligió un diminuto pantie y un brazier muy pequeño ambos de color negro.
Se colocó la tanga, la cual era tan pequeña que parecía que solo vestía un diminuto hilo a la altura de sus caderas pues sus formidables nalgas la cubrían por completo.
El diminuto brazzier parecía reventar, al tratar de contener la majestuosidad de las suaves tetasas de su dueña, después de su closet tomó un diminuto vestido que le llegaba por encima de sus muslos mitad negro de arriba y mitad gris de la parte de abajo sin mangas, que dibujaba a la perfección sus nalgotas y sus enormes pechos, rizó su rubio cabello y se colocó los típicos productos de belleza que usan las mujeres, posteriormente se maquilló (aunque no lo necesitaba) y por ultimo su puso unas finísimas zapatillas de tacón negras.
Al terminar se vio en el espejo de cuerpo completo que tenía en el baño, ella lo sabía, se veía espectacular.
–Así que por estas es por lo que me querías separar de mi familia…, -se decía en el espejo mientras con ambas manos tomaba su espectacular trasero.
–Pues verás que esta es más que unas nalgas…, -terminó por decir y sonreír para sí misma.
Se acercaba la hora, y su corazón latía cada vez más rápido, no sabía si hacia lo correcto.
Gabriela caminaba de un lado a otro pensando que hacer, pensaba si estaba haciendo lo correcto.
Muy en el fondo sabía la respuesta, aunque las circunstancias fueran especiales no debería hacer lo que estaba por pasar.
Estaba a punto de salir con otro hombre que no era su marido, sin embargo no lo traicionaría, eso jamás y menos con tan despreciable sujeto.
Rápidamente cogió el teléfono, deseando que no fuera demasiado tarde para cancelar aquella cita extramarital, argumentando cualquier cosa, comenzó a marcar las teclas cuando escucho sonar el timbre, se maldijo a sí misma, había sido muy lenta.
Se preguntó si aun habría marcha atrás.
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El viejo al ver la voluptuosa silueta de lo que el imaginaba sería su compañera sexual de la noche no pudo evitar sentirse el hombre más afortunado del mundo.
Ella por el contrario sintió repugnancia al ver al viejo, el cual vestía de camisa negra a cuadros, un pantalón de mezclilla azul y botas vaqueras.
–Buenas noches seño…, -le dijo en tono muy sugerente el viejo.
–Buenas noches señor…, -respondía Gaby lanzándole una sonrisa coqueta, prometedora, sexi.
La rubia rápidamente tomó su bolso que estaba encima de la mesita de planchar y en un instante se dirigió a la salida, no quería que ese hombre pisara un centímetro de su casa.
La rubia cerró la puerta y metió la llave con intención de poner el seguro.
–Plashhh…!!!, -fue el sonoro resultado de la aparatosa nalgada que el hombre propinó a la sensual casada, no conforme con eso el hombre no retiró su mano, sino que la dejo allí masajeando el glúteo de la chica.
–“Demonios, que hago…!?, me está tocando” -pensaba la chica presa de la desesperación, en ese momento quería propinarle un golpe, sin embargo si quería seguir con su plan debía soportarlo.
–No sea tentón…, -fue lo único que atinó a responder con su sensual sonrisa, retirando con su mano delicadamente la de él.
En el rostro del hombre solo se podía apreciar la sonrisa de un hombre que se cree ya vencedor, que está seguro que será una gran noche.
–Ya no aguanto Gabrielita…, dame un adelantito…, -las grandes manos del hombre la atrajeron hacia él, a pesar de oponer resistencia de poco sirvió, el viejo era muy fuerte.
La chica era capaz de percibir, el calor que emanaba de ese gordo cuerpo, en ese momento supo que era inútil resistirse, debía ser inteligente.
–No… Aquí no… nos pueden ver… Jijijiji…, -reía nerviosamente Gaby.
–No te hagas del rogar, aunque sea un besito para tu héroe…
El hombre tenía aprisionada a la mujer con sus dos manazas, las cuales las tenía situadas a unos centímetros por encima de sus carnosas nalgas, solo le bastaba un movimiento para palparlas, para sentir esa dureza con la cual había soñado todas las noches desde que la conoció.
No aguanto más y las tomó, las estrujó, las sintió en toda su gran dimensión, eran mejor de lo que las imaginaba, duras pero a la vez suaves, impactantes.
Gabriela en verdad estaba preocupada porque alguien pudiese verlos (algún vecino), estaba en una situación comprometedora.
No tenía de otra, coquetamente poso sus labios en los del viejo, y en un instante los retiró.
Ese pequeño beso bastó para excitar aun más al viejo.
–Ay señor, vámonos a otro lugar…. Para poder darle el masajito que le prometí ayer, y le aseguro que esta noche terminará con un final feliz…, -le susurró esto en la oreja izquierda de Don Cipriano.
El viejo viendo fijamente a la chica, tomó su mano y prácticamente jalándola la ínsito a que lo siguiera con dirección a la salida del edificio, ya no quería esperar más, se la iría a coger.
……………
El viejo condujo a un hotel que se encontraba alrededor de 20 minutos del edificio donde vivía la chica, lo hizo en la camioneta de ella, pues una de las condiciones que puso Gaby dictaba que usaran su camioneta.
La primera propuesta del mecánico había sido llevarla a su taller, pero Gaby recordando lo que dijo el día anterior, acerca de que pondría cámaras, se negó argumentando que ya tenía conocidos por esos lugares.
El viejo por más que insistió no pudo hacerla cambiar de opinión, así que decidió llevarla a otro lugar.
El viaje resultó horrible para la chica, tuvo que soportar todo tipo de piropos bastante subidos de tono, además de eso el viejo al estar completamente seguro de que ya tenía en la cama no dejaba de masajearle sus poderosas piernas, y lo peor no era eso, lo peor para Gaby era tener que fingir que lo disfrutaba, tener que utilizar su risa estúpida para que el viejo no sospechara, aunque en cierto momento se sintió culpable, reflexionó sobre lo que estaría haciendo su marido mientras ella se dejaba manosear por un sujeto que podría ser su padre, pero no había marcha atrás debía enseñarle a ese hombre que con la señora Gabriela Ramos de Guillen no se juega.
Estacionaron la camioneta cerca del hotel, era un edificio muy antiguo, no se podía decir que era horrible pero era bastante precario, al menos la fachada, unos cuantos pisos que se notaba llevaban años sin una pintada, un letrero enorme con la palabra motel en rojo parpadeando, exceptuando la o que no funcionaba.
Gabriela veía parejas entrar y salir (aunque eran más las que entraban dada la hora), y sintió vergüenza, en su cabeza lo sabía, ellos eran la “pareja más dispareja”, las parejas que veía eran por lo general de la misma edad y características, a diferencia de ellos.
Sentía que todas las miradas estaban posadas en ellos, y no estaba muy alejada de la realidad, los hombres se preguntaban como ese asqueroso sujeto podía traer de la cintura a tan encantadora chica, si es que le había pagado algo y si fuera así debía ser mucho dinero.
Las mujeres rápidamente pensaban lo más lógico que era una puta.
Llegaron con el recepcionista.
–Muy buenas noches…, -dijo el recepcionista quien inmediatamente notó la belleza de la chica.
–Necesito una habitación…, -respondió el viejo, se notaba que estaba apurado.
–Cama matrimonial o individual?, -preguntó el empleado del hotel.
–Acaso no estás viendo pendejo?, -respondió el viejo molesto, a la vez que con la mirada señalaba a Gaby.
–Disculpe señor…
El empleado entregó las llaves de la habitación, Don Cipriano la pagó y ambos se retiraron en dirección a ella, con la mirada del recepcionista clavada en el sensual bamboleo del trasero de la casada, en esos momentos deseo tener cámaras en las habitaciones.
……………………………..
Con cierta dificultad Don Cipriano metió la llave en la chapa y abrió la puerta, la ansiedad por coger con Gaby era demasiada.
Entonces la rubia pudo ver la habitación, no era muy amplia, pero tampoco era demasiado pequeña, tenía solo lo necesario para lo que la necesitaban las parejas, una cama en el centro pegada a la pared, algunos muebles y un cuarto al fondo, el cual ella pensó que era el baño.
Los pensamientos de la rubia fueron interrumpidos por la voz del viejo quien decía:
–Ahora si chiquita… vamos a disfrutar como recién casados…, -lentamente Cipriano se acercaba a ella, quien no sabía qué hacer, debía pensar rápido o estaría en peligro, sabía que un hombre excitado era capaz de cualquier cosa.
Tal vez ustedes se preguntarán que es exactamente lo que Gabriela pensaba al meterse a la boca del lobo, al exponerse de esa manera con aquel hombre que deseaba todo con ella, esto era simple, ella no podía dejar las cosas así, no podía permitir que se burlara de ella y menos de su familia, era una mujer independiente, capaz de valerse por sí misma, cuando alguien intentaba dañarla ella era capaz de defenderse y en este caso no era la excepción.
Su plan consistía en exponerlo frente a todos, que su mujer se diera cuenta de que clase de hombre era y para ello tenía guardada una sorpresa.
–Esperece un tantito Don… que le parece si primero le doy el masajito que le prometí ayer???, -preguntó Gaby con esa voz cargada de ingenuidad.
–Lo que tu desees mi reina…, -contestó Cipriano…
“Viejo cerdo…. Mientras tu estas aquí con otra mujer tu pobre esposa debe estar preocupadísima por ti” pensaba Gaby “pero lamentarás haber aceptado mi propuesta”, fue en ese instante que Gaby se dio cuenta que Don Cipriano se había quitado su camisa a cuadros, era una visión asquerosa, la prominente barriga de Don Cipriano subía y bajaba debido a su respiración agitada, sus gruesos bellos de lejos parecían mugre y suciedad, definitivamente era un tipo asqueroso.
–No…!, -exclamó Gaby dándose cuenta que el viejo intentaba quitarse el pantalón para luego quitarse su ropa interior.
–Qué te pasa reina?, -preguntó Don Cipriano no entendiendo su reacción.
Gaby dándose cuenta que había reaccionado mal dijo:
–Vaya al baño, quítese su ropa y póngase una toalla…
El viejo quien aun no entendía por qué no se podía desnudar allí se quedó inmóvil hasta que Gaby prosiguió:
–Me excita la espera… quiero sorprenderme con su gran pene…
Don Cipriano sonrió, era a primera vez que escuchaba a tan sensual mujer hablar sobre su miembro.
–Te aseguro que mi verga no te decepcionara chiquita… en unos instantes te haré gritar como una loba.
Se acercó peligrosamente a la anatomía de Gabriela, quien rápidamente se puso a la defensiva, pero el hombre fue más rápido, de un jalón la atrajo hacia él y le plantó un tremendo beso, que la asqueada casada recibió de mala gana, su mente se debatía entre empujarlo y seguir besándolo, debía guardar las apariencias, debía hacerle creer que le gustaba.
El viejo era hábil, y llegaba a lugares profundos en la boca de la rubia, aprovechaba para masajear el cuerpo de lo que él creía que ya era su amante.
Le encantaba posar sus manos sobre el gran trasero de la chica y subirlas por la estrechez de sus caderas, creía sentir como la joven mujer se resistía, pero no lo suficiente como para alejarlo así que continúo.
El olor que el hombre desprendía de su boca era asqueroso para Gabriela, mezcla de alcohol y tabaco, dos de las cosas que más odiaba en la vida.
Pero algo estaba pasando dentro de ella, algo extraño, ese hombre era el típico mexicano, machista, sucio, infiel mujeriego cosas que odiaba en un hombre, pero en ese momento en sus brazos se sentía extraña, la manera en que el hombre la besaba sin contemplaciones y sin pedir su permiso no le molestaba tanto como creía, se sentía protegida, deseada, en fin como una mujer, algo que con su esposo no había sentido jamás.
Con tal de seguir su plan devolvió el beso, su lengua comenzó a jugar con la de Don Cipriano, sus manos que hasta ese momento estaban sobre las de él intentando quitarlas dejaron de hacer presión para colocarlas en el cuello de Don Cipriano, lo mismo sus azules ojos que en un principio se abrieron como platos ante semejante besuqueo poco a poco y en forma lánguida se fueron entre cerrando, y cuando al fin ella se abrazó al obeso cuerpo del macho por fin cerró completamente sus ojos para seguir besándolo y siendo besada.
El viejo entonces cargó de las nalgas a la chica con la intención de llevarla a la cama, sin separar sus labios ni un milímetro.
Fue en eso cuando de la bolsita de Gaby sonó su celular, señal de que alguien estaba llamando, esto alertó a la rubia quien rápidamente separó sus labios de los del hombre volviendo a la realidad y recordando también su enajenada venganza.
–Bájeme Don…, -pidió Gaby, estaba muy agitada debido al magreo de antes.
–Déjalo que suene preciosa… continuemos con lo que hacíamos, besas riquísimo…, -decía Don Cipriano intentando nuevamente basarla, a lo que ella movía su cabeza para no permitírselo.
– Noo… Por favor puede ser mi marido…, -suplicaba Gabriela.
A pesar de su excitación el hombre obedeció, no quería hacer enojar a esa culona y perder su oportunidad.
Como un rayo Gabriela sacó su celular de su bolsa, efectivamente se trataba de Cesar.
La culpa la inundó, como era posible que segundos antes se estuviera besando con otro hombre. Esa llamada la había vuelto a la realidad, lo que quería hacer era estúpido, debía salir de allí…
Vio como Don Cipriano se metió en el baño, pero aun estaba indecisa.
Lo más sensato hubiera sido no contestar, pero presa del nerviosismo lo hizo.
–Quién es la nena más linda del mundo?, -preguntó Cesar en tono muy cariñoso.
–Soy yo… qué quieres cesar?, -Gabriela quería aparentar serenidad, sin embargo nunca había sido buena para mentir.
–Disculpa por querer saber cómo esta mi mujercita.
–Estoy bien… si me llamabas solo para eso voy a colgar…, -Gabriela trataba de terminar esa llamada lo más rápido posible, no notaba que estaba siendo muy brusca.
–Dónde estás?, -preguntó Cesar.
–Como que donde estoy…!?, estoy en casa…, -mintió Gabriela.
–Pues según mi mamá le dejaste cuidando a Jacobo…
Gabriela había olvidado ese detalle, cometió un grave error.
–Está bien… estoy en casa de Lidia (su mejor amiga), estamos en una reunión de chicas.
–A ya entiendo, pásamela…, – Dijo Cesar…
–Qué…? quieres que te la pase…? para qué…?, – Gaby estaba consternada por su petición.
–Para saber qué me dices la verdad…
En ese momento dos sentimientos predominaban en la sexy rubia.
El primero era el miedo de que quizá Cesar pudiera descubrir su mentira, que aunque no planeara acostarse con aquel hombre si supiera cual era su plan, de igual manera se enojaría.
En pocos segundos el miedo había sido sustituido por el coraje, por el hecho de que su esposo no confiaba en ella, porque estaba segura que su suegra le había llamado y contado mentiras, ¿porque siempre le creía más a su madre que a ella que era su esposa?
–No… No te la voy a pasar, si me quieres creer bien, si no pues ni modo chiquito.
–Qué me la pases…!!!, – gritó desde el otro lado del celular Cesar…
–No lo haré…, -Seguía firme Gaby.
–Sabes que haz lo que quieras… mi madre tenía razón.
En ese momento Cesar colgó el teléfono.
Esas últimas palabras calaron hondo en ella, su suegra nunca la había bajado de puta, estaba seguro que a eso se refería Cesar, lo cual la hizo enojarse aun más.
Olvido completamente querer salir de allí, quería desquitar su enojo con alguien y ese alguien acababa de salir del baño desnudo solamente con una toalla sujeta a su cintura.
–Listo mi héroe para su masaje?, – preguntó Gaby con esa voz coqueta que la caracterizaba.
El hombre sabía que no tenía que decir nada, lo que hizo fue pasar por un lado de la rubia y recostarse boca abajo en el colchón.
Gaby subió a su espalda, llena de bellos y de manera muy sensual frotó sus manos sobre ella.
Debido a la posición en la que estaba su minivestido mostraba casi totalmente la majestuosidad de sus piernas.
Don Cipriano dejaba escapar ligeros gemidos de placer, Gabriela era muy hábil, practicaba los masajes seguido con su esposo, reflexionó y se dio cuenta que era la primer vez que hacía eso con otro hombre…
–Qué bien lo haces mamacitaaa…!, – bramaba el viejo.
–Soy buena…?, – preguntó Gaby haciendo un ligero puchero, como queriendo parecer niña mimada.
–Si… si eres y estas buenísima… Ya me imagino lo bien que has de coger nena…, – al viejo ya no le importaba guardar la compostura, a fin de cuentas se creía ganador.
Ante este comentario Gabriela soltó una ligera risa, quería calentarlo a tal punto que el viejo no aguantara más y en ese momento se iría, no sin antes llevarse un pequeño regalo.
Las manos de Gabriela por momentos rozaban por encima de la toalla el trasero del viejo, notaba que le gustaba por la manera en que el viejo se contorsionaba.
El viejo se sentía en la gloria, ese mujerón encima suyo propinándole un masaje que muchísimos hombres quisieran, se sentía algo incomodo en esa posición, pues su verga completamente erecta ejercía presión sobre el colchón, causándole ligero dolor.
–Puedo hacerle una pregunta?, – Gabriela quería ver que tan caliente estaba el viejo…
–Claro reina… lo que quieras…
–Desde hace cuanto tiempo quiere llevarme a la cama?, – se aventuró a preguntar.
El viejo tardó un momento en responder, pero al notar que las manos de Gaby dejaban de masajearlo respondió:
–La neta… desde la primera vez que te vi, ya sabía que terminaríamos en una habitación de motel…
–En serio?, – Gaby estaba incrédula de la honestidad del viejo.
–Claro… todavía lo recuerdo… incluso recuerdo como ibas vestida…
–Jajajajaja…, – rio Gabriela, honestamente ese comentario le causó gracia.
–No le creo señor…, – siguió la rubia.
–Pues créelo, te recuerdo con ese ajustado jeans que resaltaba tus nalgotas, y esa blusita blanca que no podía contener tus chichotas.
Gabriela seguía con su labor, por momentos se recostaba completamente sobre el viejo haciéndole sentir sus pechos, le gustaba la manera en que se sentía dueña de la situación, creía poder manejar al viejo a su antojo.
–Una última pregunta señor… Cuando hacía el amor con su mujer… pensaba en mi…?, – esa pregunta en verdad le causaba curiosidad, desde que se enteró de cómo era el viejo en realidad.
–Siiiii…, cada vez que se la metía a mi esposa en mi cabeza estabas tú preciosa, y ahora por fin te voy a meter mi verga…
“Pinche viejo verde “pensaba Gabriela.
–Ahora me toca preguntar a mí… Qué tan chiquita la tiene tu esposo…?, – dijo el viejo sin inmutarse.
–De… de donde ha sacado eso..!?, – contestó Gaby contrariada en parte porque la conversación hubiese girado hacia su marido y además porque había acertado. Según ella Cesar la tenía chica.
–Me lo imagino… para que una hembra como tu engañe a su marido quiere decir que no te coge como debería, o que la tiene chiquita… Jejeje.
–Nooo… como cree…? hago esto porque usted me salvó, – decía Gaby sintiendo que perdía el control de la situación.
–No tienes por qué mentir preciosura… Y déjame decirte que mi verga es muy grande, digna de una amazona como tú…
Gaby se quedó un momento inmóvil, debía calmarse debía recuperar la compostura o el viejo podría descubrir que tramaba.
–Ay… no sea presumido…, – dijo sensualmente la chica.
–No es por presumir, pero todas las mujeres que me han probado repiten, y tu mamacita no vas a ser la excepción.
A Gabriela ya no le estaba gustando ese juego. O quizá le estaba gustando demasiado por lo que llegó a la conclusión de que era hora de terminar todo el teatrito.
–No se mueva de aquí… no voltee…
Don Cipriano sintió como la casada bajaba de su espalda, y obedeció.
Gabriela sacó de su bolsa dos pequeñas vendas negras.
Regresó lo más rápido que pudo y nuevamente subió a la espalda de Don Cipriano.
–Qué trama señora Guillen?, – preguntó el viejo.
–Un pequeño juego…, o no le gustan los juegos?, – decía la chica mientras amarraba la venda en los ojos del viejo impidiendo que viera algo.
–Me encantan los juegos…, – se notaba claramente la excitación del viejo.
Gabriela tomó los brazos del mecánico, el cooperó de lo contrario la rubia nunca los hubiera movido, los juntó en la espalda y los amarró lo mejor que pudo.
Cuando terminó Gabriela se bajó de él y se ubicó a unos pasos de la cama.
–Ahora sí, dese la vuelta… Sin quitarse la venda….
El viejo acató órdenes de la que según él iba a ser su hembra en pocos minutos, y giró sobre sí mismo para quedar boca arriba.
Y fue entonces cuando Gabriela notó el enorme bulto que se dibujaba perfectamente bajo la ajustada toalla de baño, por lo visto Don Cipriano no mentía,
–Eres una traviesa… Ya no la hagas larga y siéntate en mi verga… te va a gustar…, -dijo Don Cipriano…
Gabriela no respondió, había llegado el momento.
Tomó su celular, su intención era grabar al viejo, tomar fotos y entregárselos a su esposa, esa era su venganza, exponerlo ante su ser más querido (o al menos eso pensaba que era Gaby)
Comenzó a grabar:
–Quiere que me siente en su verga…?, – preguntaba Gabriela en tono sugerente.
–Siiii… ensártate tu sola en ella… se que es lo quieres…
–Ay no… pero qué pensaría su mujer…?, – decía la rubia masajeando la pierna del viejo con una mano mientras con la otra no dejaba de grabar.
–A la verga con esa pendeja… No te llega ni a los talones de lo buenísima que estas…!
Increíblemente a Gabriela le estaba gustando sentirse así, deseada, sentir que tenía el control de la situación, sentir que ese hombre haría cualquier cosa por estar con ella.
Sintiendo que había grabado lo suficiente como para exponerlo frente a su esposa pensó que era hora de retirarse, cerró su celular, y tratando de hacer el menor ruido cogió su bolso y caminando de puntillas llegó a la puerta, empezó a jalar la perilla con la voz del viejo a sus espaldas quien creyendo que aun estaba con él seguía diciendo obscenos piropos a la rubia.
Entonces fue que Gabriela cometió uno de los más grandes errores de su vida.
La rubia pensó que quizá no era suficiente con exponerlo frente a su esposa, y si lo hacía ante todo el mundo, podía subir el video a internet, claro tendría que modificarlo para que no se escuchara su voz, pero creyó que no era lo suficientemente vergonzoso, a fin de cuentas solo era un hombre en toalla diciendo vulgaridades y se decidió, iba a capturarlo desnudo.
Quizá lo más sensato hubiera sido irse, pero el morbo la venció.
–Ya me voy a quitar esta venda Gabrielita para que cojamos…, -decía el viejo
–No, aun no, espere un tantito…
La rubia se abalanzó sobre Don Cipriano quien seguía en la misma posición, dejo su celular en el buro que estaba junto a la cama.
–Ahora si mi héroe… es tiempo de que ya me muestre su gran herramienta…, – decía Gabriela en tono sarcástico, cosa que el viejo no notó, la chica aun se negaba a creer que fuera tan grande como parecía debajo de esa toalla, quizá era una ilusión óptica o quizá la toalla hacia mas bulto del debido.
Gabriela subió encima del viejo, gateando como felina, sin saber que era una posición peligrosa, en esta posición Don Cipriano pudo haberla penetrado con facilidad, pero el juego le estaba gustando.
Definitivamente era la mejor noche del viejo, sentía las manos de la casada masajear su pecho y como lentamente descendían, junto con ella hacia su virilidad. Rozó la barra de carne del viejo por encima de la toalla, le gustaba calentarlo.
–Vamos chiquita… quítame la toalla y mámamela…, – decía el viejo totalmente excitado.
“viejo estúpido… no sabe que todo esto ira a internet”
Gabriela colocó sus delicadas manos en el borde superior de la toalla de baño, cerca de donde se notaba el gran bulto, de manera muy lenta comenzó a jalarla hacia abajo.
–Don… espero que no me decepcio…, – Gabriela no pudo terminar la oración, la toalla cayó a los pies del hombre y frente a ella se encontraba totalmente erecta la verga más grande que había visto en su vida.
Si bien solo había visto la de su marido, esta era completamente diferente, casi la triplificaba en tamaño y en grosor, contrastaba completamente el rubio miembro de su esposo con la morena y nervuda verga que estaba frente a ella, a Gaby le pareció que no era normal que tuviese tantas venas, eran demasiadas, todo esto cubierto por una oscura mata de gruesos pelos negros enroscados.
La rubia retrocedió, ese viejo asqueroso no mentía en verdad su pene era muy grande.
Por un instante la chica no supo qué hacer, estaba embelesada por esa herramienta masculina, ver su tamaño, grosor, la manera en que apuntaba al techo en forma estoica pulsando aceleradamente, y saber que estaba así por ella, que estaba así de dura para entrar en ella, un extraño sentimiento brotó en su interior: quería tocársela, sentírsela, chupársela.
“Y si lo hacía”, si se la tocaba, si la besaba o se la mamaba…?, a fin de cuentas quien se enteraría?, estaban en un hotel alejados bastante de los lugares que frecuentaba, solos, haría daño a alguien jugar por unos momentos con esa barra de carne?, por un momento en verdad pensó en chupársela, pero inmediatamente llegaron los recuerdos de su familia y se reprendió por siquiera pensarlo.
“Que estas pensando Gabriela… eres una mujer CA-SA-DA… Con 1 hermoso hijo” pensaba la rubia…
–Ya no me hagas esperar chiquita… ya mámamela…, – estas palabras hicieron volver en si a la hermosa mujer.
–Un momentito Don…, – la chica nuevamente agarró su celular y tomó fotografías de ese hombre en esa situación tan comprometedora.
–Qué te parece mi verga mamacita… impresionante verdad?, – preguntó el viejo orgulloso de sí mismo.
–Aja…, – respondió en voz baja la rubia, se avergonzaba de sí misma puesto que le daba la razón al viejo.
–Estoy más que seguro que la tengo mucho más grande que el cornudo de tu maridito, – sin saberlo el viejo había dado en el clavo.
Al escuchar como el viejo hablaba de Cesar, rememoró las palabras que momentos antes habían intercambiado y la manera en que este terminó prácticamente por llamarle puta.
Esto hizo hervir la sangre de la rubia “en verdad me crees una puta” pensaba “pues déjame darte una lección”, de alguna manera la chica se excusó en esto para subir al mullido colchón, y colocarse por encima del viejo, quedando su femenina intimidad a escasos centímetros de aquella monstruosa verga, pero la verdad era una sola y esta era que estaba excitada, ya tenía lo que quería, podía retirarse y completar su extraña venganza, pero estaba caliente, quería seguir jugando un poco mas con ese hombre y sintiéndose segura de que el hombre no podía desatarse continuo, no pensaba tener sexo con él pero quería volverlo loco, y a la vez disfrutar un poco.
Don Cipriano estaba enajenado con el sensual perfume que emanaba el cuerpo de la casada, ese aroma de feminidad, de mujer, de hembra casada, cada vez se sentía más cerca de cumplir con su objetivo que se había propuesto desde el día que conoció a la rubia: COJERSELA.
Apoyándose en sus rodillas la rubia escaló un poco sobre el fofo cuerpo de Don Cipriano y se levantó (quedando de esta manera hincada de rodillas sobre el viejo), podía sentir en su voluptuoso trasero las contracciones de tan descomunal falo, la manera en que prácticamente rogaba por entrar en ella.
–Qué tanto me desea?, – preguntó Gabriela al oído de Don Cipriano de la manera más sensual que pudo haber hecho.
–Muchísimo estas buenísima…, – el viejo ponía todas sus fuerzas en desatarse, ya estaba harto quería poseer a la chica ya.
–Diooss…!, – exhaló Gaby cuando una descarga eléctrica recorrió su cuerpo, la verga de Don Cipriano pareció atorarse en el canal que separa las nalgas, causándole placer.
Ambos estaban ante la situación más excitante de sus vidas.
Don Cipriano, jamás había estado con una mujer tan hermosa como Gabriela, a lo mas que se había acercado, era a contratar una que otra puta, que no se acercaban a la belleza de la rubia, y ni que decir de su mujer
Para Gabriela era la primera vez con alguien con una verga tan grande como la de Don Cipriano, Cesar no se acercaba al tamaño e esa herramienta, y aunque estaba segura que no llegaría a más, le gustaba estar en esa posición, acariciando el velludo pecho del viejo.
Así continuaron los siguientes minutos, Gaby susurrándole palabras de lo más sugestivas y el viejo rogando que ya no lo martirizara.
Gabriela sintió como el viejo se levantó junto con ella unos centímetros del colchón, no le dio mucha importancia, la excitación de la chica crecía cada instante, pero también sabía que cada minuto que pasaba su tiempo allí se acortaba, y muy pronto tendría que separarse de esa situación que extrañamente le resultaba tan gratificante.
Sorpresivamente las grandes manazas del vejete cogieron las nalgotas de la casada, este había logrado desatarse, las estrujó con tanta fuerza que Gabriela soltó un quejido mezcla de dolor y de placer.
Tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta que el viejo había logrado desatarse, al parecer la casada no era buena haciendo nudos.
–No… no… no… señor… p… por… f… fa… favorrrrr…, – dijo Gabriela incitándolo a que no siguiera tocándola, pero con un tono y un tartamudeo que denotaban lo caliente que estaba, el viejo notando esto no paró.
Las manos del viejo se introdujeron por debajo del micro vestido sintiendo la suave piel del trasero de la excitada hembra, por momentos intercambiaba caricias entre su trasero y sus tersas piernas.
–No mames reinita… que pinches y suavecitas nalgotas tienes…, – bufaba el viejo a la vez que le propinaba sonoras nalgadas. –Plaffff…!!! –Plaffff…!!!!.
Gabriela sabía que estaba mal dejarse tocar y nalguear por ese hombre del cual intentaba desquitarse, pero también era cierto que se sentía tan bien, y creyendo que en el momento que ella quisiera podría detenerlo lo dejo hacer.
No se dio cuenta de cuando fue que el viejo subió su minivestido hasta su cintura, dejando expuesto su fenomenal trasero solo cubierto por la diminuta tanga.
Con ambas manos Don Cipriano se deshizo de la venda de sus ojos y por primera vez en largo tiempo vio a tan escultural mujer.
–Esto… e… esto no está bien… d… de… déjeme señor…, – decía esto para no sentirse tan culpable por las caricias, pero en su voz no había indicio de que quisiera que el viejo parase.
El minivestido de Gabriela cada vez subía mas, el viejo era muy hábil y había logrado subirlo hasta que prácticamente solo fungía como un brasier.
Que espectacular visión hubiera tenido cualquiera que en ese momento entrase por la puerta, aunque para suerte del viejo no habría nadie que los interrumpiera.
Gabriela se sentía como en otro mundo, como en una realidad alterna donde la esposa y madre feliz no existían, ¿Dónde había quedado la mujer que hasta hace algunos minutos detestaba a aquel viejo?, ahora en esta ardiente dimensión se sentía como una vulnerable hembra a segundos de ser ofrecida al mismísimo mino tauro, y eso la excitaban aun mas.
–Me encantan las viejas que usan estas tanguitas así de chiquitas, – decía el viejo separando un poco el hilo dental de Gabriela.
–Mjmjmj…, – fue lo único que pudo pronunciar la chica, quien se había recostado completamente sobre Don Cipriano con su cabeza posada a un lado de la de él en el colchón.
Los hábiles dedos del viejo buscaron la intimidad de la casada, la encontraron y de manera muy lenta comenzaron a abrirse paso por sus pliegues, ante la cooperación de la rubia quien no hacía nada por oponerse.
El viejo mecánico entonces pudo sentir la poca cantidad de vello púbico que tenía la rubia en esa parte, se preguntó si así era o se depilaba, aunque lo que más le importaba es que la estaba tocando, y la notaba húmeda.
“O dios que rico” pensaba la chica sintiendo los gruesos y tiesos dedos del mecánico restregándole la entrada de su vagina, aunque sabía que estaba haciendo mal.
No fue una tarea tan difícil, la íntima fisura de Gabriela estaba lubricada por sus líquidos, Cesar jamás se atrevía a masturbarla con sus dedos, le parecía algo inmoral, por lo que la chica al ser una situación diferente a lo que estaba acostumbrada lo dejo hacer.
Estas bien apretadita pendeja…, – decía el viejo, para luego llevarse sus dedos a su boca y lamerlos, de esta forma lubricarlos y volver a su labor.
Gabriela lanzaba eróticos gemidos inentendibles, estaba disfrutando mucho, cada vez que los dedos del viejo tocaban su vagina una descarga eléctrica la recorría de la cabeza a los pies.
Ella estaba sorprendida de la poca o nula resistencia que estaba poniendo, quería hacerlo pero sentía delicioso, su vagina comenzó a desprender fluidos a la vez que el viejo aceleraba su mete y saca.
–Dioooooss… mío…, – murmuraba Gabriela al separar la cabeza del colchón, los dedos entraban y salían rápidamente haciendo que la casada vibrara, jamás en la vida había sentido tan rico.
–Ya… pa… paree… p… porrr favorrr…, – ahora gritaba como una loca, esta vez en verdad quería que parara, por fin había juntado fuerzas para oponerse, pero tal vez era demasiado tarde.
El viejo sentía en su piel como los fluidos de la chica escurrían en abundancia, esto confirmaba que lo estaba haciendo bien.
–Noooo… poorr… favor…, – los gritos de Gabriela cada vez se hacía más fuerte, sus tímidas manos fueron al encuentro de las de él en un afán de impedir que siguieran avanzando.
No lo consiguió, el hombre era muy fuerte.
–Meee… me vooooy.. aaa … co… corrreer…!!!, – incluso ella estaba preocupada de lo fuerte que estaba gritando y lo peor es que cada vez sentía más rico y las ganas de correrse ya casi la superaban,
–Pinche Gaby… estas re buena… vente todo lo que quie…, – las palabras del viejo fueron interrumpidas por la boca de Gabriela, quien lo beso en un afán de acallar sus propios gritos ante el mayor orgasmo que hasta el momento había tenido en su vida y del cual estaba siendo víctima.
Mientras en un hotel muy alejado de donde estaban los dos amantes, Cesar reflexionaba plácidamente es su cama sobre lo que pasó antes con Gabriela:
“Soy un estúpido, Gaby esta en todo su derecho de enojarse conmigo, como se me ocurre pensar que ella me mentiría”, pensaba Cesar completamente arrepentido sin imaginarse lo que pasaba con ella y el viejo mecánico.
“Tengo que llamarla y disculparme” cogió el teléfono y marcó a su esposa.
Los líquidos de la chica fluían por su vagina y llegaban hasta Don Cipriano, su cuerpo se contorsionaba con espasmos de placer, sus lenguas se entrelazan, mientras ella notaba como el viejo seguía masajeando sus nalgas, de alguna extraña manera se siente libre, plena, feliz.
La casada escucha nuevamente su celular, probablemente es Cesar de nuevo, hace por separarse del viejo, pero esta vez no lo logra.
El remordimiento va inundando su ser, ¿Cómo era posible que se haya dejado llevar tan fácilmente por sus deseos, ella una mujer a la cual nunca le habían importado esas cosas.
–De… De… jeme…, – decía Gabriela, mientras su teléfono seguía sonando insistentemente.
Pero el viejo no le hacía caso, en vez de eso intentaba besarla, a lo cual ella se negaba, pero siendo el viejo más fuerte terminó por conseguirlo.
El beso es largo, su saliva se mezcla, sus lenguas se buscan, ambos están excitados… el teléfono sigue sonando testarudamente, pero a ella ya no le importa, simplemente lo deja sonar por minutos eternos hasta que este deja de timbrar, Cesar se ha cansado de intentarlo, ya se disculpara cuando regrese.
Tras unos buenos minutos de intensos besos que les quitan el aliento don Cipriano no quiere separarse de Gabriela, ella hace un esfuerzo para alejarse de ese infiel beso, finalmente lo logra, ambos deben respirar.
La casada esta mucho más exaltada que el viejo, sus pechos suben y bajan de manera hipnotizante, fue un orgasmo maravilloso, pero ella sabe que se dejó llevar, que nunca debió pasar eso y menos con tan despreciable hombre.
Hace por retirarse, ha llegado la hora de terminar con esa locura.
Sus bellos ojos azules están al borde de las lagrimas había sido infiel.
Sin embargo se pregunta: Cómo era posible que en esos pocos momentos con el viejo hubiera disfrutado más que toda su vida marital con su marido?.
Don Cipriano se da cuenta que su princesita quiere irse, no se lo permite la aprisiona sosteniéndola de esas amplias y suaves caderas que tanto le gustan.
–Me tengo que ir señor…, – dice Gabriela aun con la respiración agitada, por primera vez en la noche era consciente que estaba semidesnuda frente a un hombre que podría ser su padre, sus mejillas enrojecieron de vergüenza.
–A donde nalgona…!?, esto apenas empieza, – Don Cipriano se levantó de su posición y se sentó en el colchón, levantando como si se tratara de una pluma a la buenísima de Gaby sentándola frente a él, de esta forma la casada quedó a unos pocos centímetros de la erecta virilidad del hombre.
El corazón de Gabriela latía a mil por hora, había sido muy estúpida al pensar que el viejo la dejaría ir así como así, sus bellos ojos azules se clavaron en el pene del viejo, no entendía cómo es que momentos antes había querido sentir el pene de ese hombre entre sus manos, ahora que lo veía más de cerca se dio cuenta que era un monstro, si el viejo intentaba meterla estaba segura que la partiría en dos.
–No… déjeme…. Aléjese de mí…, – la nuevamente preocupada hembra trataba de empujar el seboso cuerpo de Don Cipriano sin resultados.
El viejo mecánico no entendía porque la casada se comportaba así, momentos antes estaba bastante cooperadora, aunque si debía ser sincero no le importaba, a fin de cuentas tenía allí a la mujer más sensual que había conocido en su vida, semidesnuda a unos escasos centímetros de su verga, por nada del mundo la dejaría ir.
–Por favor señor Cipriano… déjeme… soy casada…, – le decía Gabriela sin resultados.
La cara del viejo era de un completo degenerado, y era entendible, tener a semejante mujer así como la tenía volvía pecador al más santo.
Cogió la diminuta tanga de la chica y de un jalón la rompió y se la quito a su dueña, ella soltó un ligero alarido por lo brusco de la acción.
Fue entonces cuando el momento más esperado por el viejo llegó, era hora de penetrarla, tomándola de su formidable trasero la levantó y la dirigió a hacia su enhiesto miembro, la casada al darse cuenta comenzó a gritar:
–Nooooo…!! Me va a destrozar…!!! Por favor Noooo!!!, – sin embargo sus suplicas fueron en vano, muy lentamente el viejo la fue penetrando, mientras ella no paraba de quejarse. –Dueleee…!!! Noooo…!!! Nooooo!!!!, – Gabriela tratando de tener algún lugar del cual apoyarse abrazo al viejo, su cabeza la puso junto a la de él.
Con un gran dolor la casada ya había logrado tragarse más de la mitad de esa verga.
–Estas bien apretadita pendeja… esto que se siente es increibleeee…!!!, -le vociferaba el viejo Cipriano con sus ojos bien abiertos mirándola a su cara asustada.
Gabriela ya no decía nada, su cuerpo se arqueo por la fuerza del viejo, guardaba sus fuerzas para tratar de resistir el dolor, el cual llego muy pronto, el viejo la dejo caer ensartándose la porción que le faltaba de un tirón.
El grito de la chica no se hizo esperar.
–Ahhhhhhhh… me dueleeeeeeeeeee…!!!!!!!!
–Tranquilízate nena… verás que en unos momentos te acostumbraras a la verga y pedirás mas de ella…, – el viejo acariciaba el sedoso cabello de la rubia de forma muy paternal, cosa que agrado a Gaby, la hizo sentir un poco más segura.
Ya totalmente ensartada el viejo la liberó de sus manos, sabía que lo que menos quería la casada era moverse por lo tanto no se separaría, aprovechó este momento para terminar de retirar el minivestido, con una mano estiró hacia arriba los brazos de la chica y con la otra se lo quitó.
Se veía tremendamente sensual, solamente con su brazier negro sentada en la verga de un hombre mayor, era simplemente espectacular.
Gabriela no podía creerlo, el viejo había ganado, estaba dentro de ella, se sentía como una estúpida, como la peor de las mujeres, cómo había permitido que todo eso pasara?
El viejo sintiendo que ya había esperado lo suficiente para que la estirada vagina de Gaby se adaptara empezó a mover su pelvis, sintiendo un placer inmenso, cuantos días y cuantas noches había soñado con esto y al fin se le había cumplido.
–Nooo… no se muevaaaa…!, – la cara de la rubia era mezcla de dolor y de placer, pero en ella ya no había dolor se había adaptado muy rápido a ese falo, lo que no quería era excitarse más, estaba sintiendo muy rico.
–Lo ves nena… tu panochita ya se adaptó a mí… puedo sentir como me succiona la vergaaaa…, – decía el viejo muy agitado y ya con su cara mojada de traspiración..
–Nooo… eso no es… ciertooo…, – Gabriela lo negaba ahogadamente tratando de así sentirse menos culpable.
El viejo mordió la oreja de Gabriela, la lamía, la saboreaba, mientras el placer de ella va en aumento.
Encaja sus cuidadas uñas en la gran espalda del viejo haciéndolo sentir un dulce dolor.
Don Cipriano cada vez se mueve más rápido, esta enloquecido por Gabriela, al igual que ella que hace esfuerzos sobre humanos para no demostrarlo, en su mente y en su corazón estaba Cesar, pero a pesar de que ella ya se movía levemente aceptando esa relación extramarital no le daría la satisfacción al viejo.
–AAHHHHHHHHHHH…!!!!, – Gabriela no pudo dejar escapar un sonoro gemido.
–Me encantas como culeas estúpida…!!!. Qué rica panchita es la que te cargas zorraaa… y por fin estoy probando su sabor…, – la calentura del momento hacía que el viejo insultara a la rubia y sorprendentemente a ella le gustaba, le gustaba sentirse utilizada por ese hombre, ser su zorra, tal como él se lo decía, y estar indefensa ante él.
La manos del viejo cogieron a la excitada y joven mujer de su espectacular trasero, la subía y la bajaba sobre su larga y gruesa verga venuda, sus fluidos se unían, sus cuerpos se frotaban, el viejo sentía en su fofo pecho como los melones de Gaby se apretaban.
Don Cipriano hace por besarla nuevamente, ella lo rechaza.
Su resistencia ya casi es nula, la verga de Don Cipriano está por romperla, esta la lleva a lugares que no creía que pudiera alcanzar, está experimentando el mayor placer vivido.
Ya no le importa nada, olvida completamente a su esposo, a su hijo, su vida y se entrega completamente al sexo desenfrenado con ese hombre que apenas conocía hace un par de semanas.
–AAAAAAAAAAHHH…!!!!- Grita como una loca Gabriela y es ella, quien ahora busca la boca de Don Cipriano, él la acepta y se funden en un apasionado beso, sus lenguas juegan, se buscan, se sienten mientras se ponen a culear en forma apasionadamente desquiciante.
Don Cipriano nota como ya no tiene que cargar a Gaby para seguir penetrándola, ella se está ensartando por sí sola, el sonido del plock…! Plock…! que hace el trasero de Gaby al golpear al viejo es maravilloso, excitante.
Las manos del viejo abandonan el trasero de Gaby y cogen los melones de la rubia por encima del brassier.
–Quítatelo…, – ordena el viejo separándose de aquel beso.
Gabriela desvía la mirada, se siente apenada, pero no deja de mover sus caderas, el placer es inmenso, ella quiere seguir sintiendo rico.
Obedece y desabrocha el seguro de brassier, se lo quita y lo arroja a una esquina de ese cuarto que huele a sexo.
Ante Don Cipriano se muestran majestuosamente las tetas más grandes que había visto nunca, grandes, voluminosas, con dos pequeños pezones rosados bastante duros muestra de la excitación de su dueña, se mueven de arriba hacia abajo, nota como de ellos escurren gotas de sudor haciéndolos ver más apetecibles.
El viejo las estruja bruscamente, las amolda a sus callosas manos…
–Que pinches chichotas te gastas putona…, – Don Cipriano abre lo más grande que puede su boca y se los come.
–Ahhhhhhahhhhhhhh…!!!!, – Gabriela no paraba de gritar, de gemir, de mostrar su excitación, en aquellos delirantes momentos le encantaba que esa hedionda boca le succionara sus tetas.
El viejo no se la cree, que rica está la rubia, es una diosa… es su diosa…!
Pasan bastantes minutos con ellos culeando. Gabriela se meneaba vigorosamente sobre la obesa cintura del viejo que la empalaba, con todas las fuerzas que ejercía en su cuerpo concentradas desde su cintura para abajo, apretando, frotando, comprimiendo y succionando con su vagina esa temible vergota que estaba probando, ambos están en su límite, exhaustos, sudorosos, pero aun excitados.
–PORRR FAVORRR… YA ACABE CON ESTO…!!!- Gabriela no se daba cuenta lo fuerte que gritaba a la misma vez que ella sola se movía violentamente sobre el cuerpo de don Cipriano, la gente que pasaba por fuera del cuarto podían escucharla gritar, o como así mismo oír el acelerado jadeo de ambos cuerpos excitados.
–Voy pendejaaa…!!!, -el viejo ya queriendo acabar se salió de ella, la levantó la puso baca arriba en la cama y subió en ella.
Estos pequeños instantes de calma sirvieron para que Gaby se calmara un poco.
–Ahí te voy nalgonaaaa…!, – le dijo Don Cipriano colocando su aun erecto miembro en la lubrica entrada de la vagina de Gaby.
–Esppeereee…!, – lo detuvo Gaby desde su posición poniendo sus manitas en la peluda panza del viejo Cipriano…
El viejo puso una cara de curiosidad.
–Noo… no se venga cortado dentro… Cuando vaya a eyacular salgase por favor…!, -Gabriela sabía que resistirse era inútil, es mas ni siquiera estaba segura de querer detenerlo, pero pensaba en su vida pues no quería que la dejaran embarazada.
Don Cipriano no respondió, de un solo golpe introdujo toda la extensión, de su descomunal falo.
–Mmmmmffffffss… r… ri… cooooo…!, – gimió excitantemente Gaby con sus ojos fuertemente cerrados ante tan brutal pero deleitosa acción para su venerable cuerpazo que ya a estas alturas lo resistía todo.
El viejo dejo caer todo su peso en la casada, ella tiene dificultades para respirar, el hombre es muy pesado, pero aun así se mantiene con sus mulos totalmente abiertos y recogidos en señal de aceptación de coito.
Es por eso que el rápido mete y saca del pene del hombre la vuelve loca, lo abrazó, sus suaves manos daban tiernas caricias a su espalda, y nuevamente mientras cogían se besaron pero ahora con verdadera pasión.
La cama parece venirse abajo, la cogida que el hombre le estaba poniendo al voluptuoso cuerpo de Gaby era de antología.
El placer y los deleitosos escalofríos enloquecen a la rubia y aprisiona al viejo con sus piernas, queriendo y permitiéndole que entrara más en ella.
Su vagina y su pene parecen ser uno solo, parecen haber nacido el uno para el otro, ambos sexos se derretían y se fusionaban.
El tiempo pasa, 30 minutos en aquella posición, pasan los 45 y ninguno de los dos tiene idea de cuánto tiempo ha pasado, como tampoco quieren terminar de hacerlo, solo se concentraban en seguir sintiendo el placer.
El voluptuoso cuerpo de Gabriela no puede más a llegado a su límite, se tensan todos sus músculos, los contrae e intenta abrazarle en forma completa la verga con su vagina, y cuando cree lograrlo explota en grandes espasmos de placer, literalmente está sufriendo un espectacular orgasmo.
–Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!!!!!!, – Grita en forma desesperada con su cara irreconocible debido a su ahora rictus orgásmico por todo lo que estaba sintiendo.
Al sentir que su hembra tuvo el orgasmo tan deseado por ella Don Cipriano no pudo más y al igual que la chica llega a su límite.
La vagina de Gabriela que no dejaba de escurrir líquidos, sintió como la verga que aun la penetraba hacia movimientos extraños.
–Salgase Donnnn, – dijo Gabriela en un momento de sensatez notando que el viejo iba a eyacular.
Don Cipriano haciendo caso omiso, no se salió y deposito toda su semilla en la rubia.
–Noooooooo…!!!!- el grito de la chica era de temor, aun así su vagina no dejaba de chupar ese falo que vomitaba semen a raudales casi en su misma matriz.
–Acepta mi corrida pendejaaaa…!, – la voz del viejo resuena en todo el cuarto mientras esta eyaculando dentro de ella.
El espeso líquido era abundante, viscoso caliente para Gaby era la primera vez que sentía otro que no fuera el de su marido.
Totalmente exhausto el viejo se separó de la chica y sin proponérselo cae dormido, ha sido la mejor cogida de su vida.
Ella yace en el colchón boca arriba, completamente desnuda con sus bellas piernas bien abiertas, su cabello rubio alborotado y el rímel corrido, de su vagina escurre el liquido seminal del viejo, esta exhausta, a la vez que cae en cuenta que se la acaban de culear.
A medida que su excitación bajaba, la culpa ocupo su lugar, era una estúpida, había terminado cayendo en las redes del viejo, había sido infiel, no solo a su marido, también a su hijo y lo peor le había gustado.
(Continuará)