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Channel: Infidelidad – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (2) (POR MARTINA LEMMI)

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  Un cúmulo de sensaciones entremezcladas me invadió una vez que la puerta se cerró detrás de él y yo quedé allí en el piso, abatida.  Por un lado angustia porque él se habí
a ido y, a pesar de sus últimas palabras, no me iba a ser fácil tenerlo de nuevo por allí; por otro lado una terrible vergüenza de mí misma: en el hipotético caso de que alguien me hubiera visto durante toda la escena, sólo podía  ocurrírseme que mi imagen debía ser patética.  Además una intensa culpa se apoderó de mí más que nunca, ya que de pronto acudía a mi cabeza el recuerdo de quién era, cuál era mi lugar y cuál era, sobre todo, mi situación conyugal.  Tardé un rato en incorporarme.  Me acomodé el pelo y la ropa, junté mis cosas; estaba a punto de abandonar el lugar cuando la puerta se abrió y experimenté un sobresalto: sin embargo, era la preceptora, la misma que había entrado antes para anunciarme que iniciaría la pasada de los chicos para la revisación.  Era una locura, desde ya, pero me pareció descubrir en la expresión de su rostro que, o bien había oído los gritos de Franco o bien, simplemente, sospechaba por intuición lo que allí había ocurrido.  O tal vez era sólo mi imaginación, la cual, inevitablemente, rayaba en la paranoia.
             “¿Listo, doctora?” – me preguntó.  La noté algo más jovial que antes.
              “S… sí – le contesté -.  Volveré, como acordé con los dueños, pasado mañana para hacer una nueva ronda…”
             “¿Cómo se portaron los chicos?” – me interrumpió.
             Le eché una mirada de hielo.  ¿Hablaba aquella mujer con doble sentido?  ¿O era simplemente que con la culpa que yo tenía ahora todo me sonaba así?
            “B… bien” – volví a tartamudear; me quedé como buscando algo más, algo que completara la respuesta, pero no lo encontré.  Simplemente tomé mi bolso, me despedí de la preceptora lo más amablemente que pude hacerlo en medio de la conmoción que me embargaba y me fui.  Atravesé el patio agradeciendo que no hubiera recreo.  Aun así me crucé con algunas otras preceptoras y con algún directivo.  Mi paranoia iba en aumento: en cada rostro me parecía que estaban al tanto de lo ocurrido y que se divertían  a costa mía.  Rogué no cruzarme con mi esposo; en una situación más normal, hubiera preguntado en qué aula se encontraba para pasar a despedirlo, pero esta vez prefería no hacerlo, no así, no como me sentía: sucia, pecadora, indecente, indigna…  Por suerte la portera estaba en la salida y me abrió la puerta apenas me vio, lo cual me evitó el trámite embarazoso de tener que buscarla por el colegio y, tal vez, cruzarme con alguien más.  Una vez en la calle, con nerviosismo y aun mirando hacia todos lados como si viniera de robar un banco, extraje del bolso las llaves de mi auto y segundos después me estaba marchando a toda prisa del lugar.
           No tengo palabras para explicar cómo me sentía al llegar a casa.  Me parecía que el olor de él estaba impregnado por todo mi cuerpo.  Me duché; me aseé mejor que nunca y estuve un largo rato bajo el agua de la lluvia.  Me perfumé todo cuanto pude y deseché mi ropa a un costado para hacerla desaparecer en un canasto dentro del cual siempre iban a parar las prendas que llevaban como destino el lavadero.  Me sentía tan perseguida que levanté varias de las prendas que allí había y deposité mis ropas debajo, casi sobre el fondo del cesto, lo más lejos posible de la vista y el olfato de cualquiera y, muy especialmente, de Damián.  No pudo dejar de impactarme lo húmeda que estaba mi tanga: casi podía estrujarla.  Hasta me volví a lavar las manos luego de haberla tocado.  Con especial esmero, me aboqué a la tarea de cepillar mis dientes embadurnando prácticamente el interior de mi boca con la pasta dentífrica.  Fue imposible que no me martillara en la cabeza la imagen de que sólo un rato antes era la leche de él lo que llenaba esa misma boca.  Enjuagué, volví a poner pasta, cepillé y así unas cuantas veces.  No quería que  quedara rastro alguno: en parte me dolía porque hubiera querido retener para siempre el gusto de la leche de Franco en mi boca, pero por otro lado temía que Damián se fuera a dar cuenta apenas me besara.
            De hecho, cuando llegó esa noche y me besó, yo estaba terriblemente tensa ante la posibilidad de que percibiera algo; no pareció así, sin embargo.  Y fuimos a la cama como cualquier otra noche; no hubo  sexo desde ya: yo puse (también desde ya) el pretexto de que me sentía cansada.  La realidad era que no podía tener relaciones con Damián después de lo vivido ese día.  Me hubiera sentido culpable.  Y estoy segura de que él hubiera notado algo raro, mucho más que lo que pudiese sospechar ante mi burda excusa del cansancio en el caso de que realmente lo hiciese.  Como no podía ser de otra manera mi trabajo en el colegio surgió como tema de conversación casi obligado; una luz de alarma se encendió en mi interior pero traté de relajarme y tomármelo con la mayor calma posible: después de todo era lógico, siendo que era mi esposo quien me había conseguido el trabajo y que el día que terminaba había sido justamente mi primer día en el mismo.  Traté de sonar lo más tranquila posible, dándole a entender que todo había estado normal y bastante rutinario, sin nada inusual.  Fue como que intenté sofocar el tema de algún modo pero él seguía preguntando; le seguí la corriente porque decidí que si me mostraba hermética o reservada al respecto sería tanto peor y entonces sí que él sospecharía.  El momento de más tensión en la charla fue, por lo menos para mí, cuando me preguntó a qué chicos había hecho la revisión en ese día.  Claro, su curiosidad era lógica teniendo en cuenta que muchos de ellos serían, posiblemente, alumnos suyos.  Arrojé algunos nombres sin apellido, como al azar y fingiendo irlos recordando de a poco; en algunos casos, de hecho, no necesitaba fingir porque de algunos no había retenido los nombres o los apellidos o bien ambas cosas.  Como no daba para ir a buscar los papeles y fijarme, suplí en algunos casos tal detalle por una descripción física, la cual a veces llevó a que Damián identificara al joven en cuestión y otras no.  Hasta allí no hice ninguna referencia a Franco…
          Pero… ¿y qué pasaba si en realidad Damián me estaba tanteando?  Franco era un chico que resultaba imposible que pasara desapercibido debido a su obvia belleza.  Si yo no lo mencionaba o fingía no recordarlo, ¿no generaría en mi marido las sospechas que, justamente, quería yo evitar?  ¿Y qué si él realmente estaba al tanto de que yo había revisado a Franco?  ¿Hasta qué punto iba a creer que mi olvido era realmente accidental?  Así que decidí cambiar la estrategia…
            “Ah, también revisé a un tal Franco”
            Debo confesar que el hecho de nombrarlo me provocó algo de morbo.  Damián se ladeó ligeramente hacia mi lado; fruncía el ceño:
           “Franco… – repitió pensativo – ¿Apellido?”
           “Hmm… no, no lo recuerdo”
            “¿Cómo es?”
           Ahora, decididamente, parecía un interrogatorio.  Viéndolo hoy fríamente, no me parece que estuviera en la intención de Damián investigarme pero en ese momento y envuelta en culpas como yo estaba, era lógico que me llegara a parecer eso.  Traté de no sonar sorprendida o nerviosa.  Me sentí la peor actriz del mundo aunque siempre suelen decir que las mujeres sabemos mentir mucho mejor que los hombres.
            “Hmm… a ver, ¿cómo describirlo? Cabello castaño claro, ojos claritos, creo que verdes…”
             “¿Un pibe muy lindo?” – volvió a la carga Damián.
             Touché.  ¿Qué iba yo a decir?  Si negaba o me quedaba pensando si lo era, no iba a sonar creíble.  Una vez más me asaltó la duda sobre si mi marido me estaba testeando o se trataba de una simple charla producto de su curiosidad.
              “Sí – dije, tratando de sonar segura para ser más convincente -.  Es un lindo chico”
           “Franco Tagliano…” – soltó a bocajarro.
           “Sí, puede ser… – dije yo, manteniendo mi actuación -.  Es como que me suena haber anotado ese apellido.  Sí, casi segura que sí…”
            “Pendejo de mierda” – masculló Damián entre dientes y me produjo un sobresalto en la cama.  Lo miré, pero él tenía la vista perdida en algún punto de la semipenumbra que sólo bañaba la luz de la pecera -.  “Lo odio… y él me odia a mí – continuó -.  Un pendejo agrandado, maleducado, soberbio… Le hago llevar la materia a examen todos los años pero parece que ni le molestara; hasta me da la impresión de que se divierte con eso”
           El comentario, en parte, me sorprendió.  Y en parte no.
           “¿Ah, sí? – pregunté – ¿Tan forrito es?”
           “See… ¿cómo se portó con vos?”
              Estocada directa y seguramente no intencional, pero me hizo mella.  Un sudor frío me corrió por la espalda y un cosquilleo me invadió el sexo.
             “Hmm… bien, normal, qué sé yo…”
              “Encima tiene a todas las pendejas re calientes con él… y a algunas profesoras que se hacen las boludas también…” – continuó refunfuñando Damián.
               “¿Qué te pasa? ¿Le tenés envidia?” – pregunté, con una sonrisa pícara y tratando, con humor, de llevar un poco de agua para mi molino y, de alguna manera, poner la situación al revés.
                “No… – respondió Damián, aun con la vista en cualquier lado y sin que mi comentario pareciera afectarle -.  Yo no tengo por qué tenerle envidia: tendrá todas las mujeres que quiera pero la más hermosa la tengo yo – me tomó la mano por debajo de la sábana -, pero de todas formas… no sé, no sé qué le ven…”
                “Bueno… – volví a sonreír -.  Vos mismo dijiste que es muy lindo”.
                “Sí, pero… no sé… con lo desagradable que es como persona me cuesta creer que haya mujeres a las que les resulte atractivo – se giró hacia mí y apenas pude entrever su rostro en la semioscuridad -.  ¿A vos te gusta?”
                 Revoleé los ojos como haciéndome la tonta una vez más.
                “Mmm… me encanta” – respondí a la vez que lo besaba en la frente imponiéndole a mi respuesta el tono más jocoso que fuera posible.  Funcionó: no pareció ofendido; puso cara de molesto, pero siempre en el mismo tren de continuar con la broma que yo le hacía.
                 Luego me besó, se ladeó y se echó a dormir.  Yo tardé bastante rato en hacerlo.  Era mucha la conmoción que cargaba sobre mis espaldas después de semejante día.  Y debo confesar una cosa: el saber que Franco Tagliano era tan odiado por mi marido… sólo contribuyó a aumentar mi morbo y poner aun más a mil mi libido.
              El día siguiente no fue fácil.  Me tocó hacer clínica a la mañana, luego un par de horas en casa y finalmente consultorio al atardecer, pero la verdad era que no tenía la cabeza para ninguna labor de trabajo ni ninguna otra.  Sólo me daba vueltas y vueltas lo ocurrido en la víspera y, por más que quisiera (y la realidad era que tampoco quería del todo) no conseguía sacar de mi mente el recuerdo de lo ocurrido.  Sentí mareos, estuve algo extraviada, hasta me zumbaban los oídos… Una fuerte carga de culpa me apretó el pecho durante todo el día y cada vez que sonaba el teléfono (tal como ocurrió en varias oportunidades durante el rato que, después del mediodía y hasta las cinco de la tarde, pasé en casa) me asaltó la terrorífica sensación de que iba a escuchar algo así como “¿Doctora Ryan?  La llamamos desde el colegio para pedirle que se acerque a hablar algunas cuestiones”.  Créanme, es una sensación horrenda.  Franco era, después de todo, un chico de sólo diecisiete años, un adolescente.  ¿Hasta qué punto podía yo fiarme de que no iba a decir palabra alguna cuando la realidad es que, a esa edad, si hay algo que les gusta a los mozuelos es presumir de sus conquistas?  Más todavía si se consideraba que yo era la esposa del profesor que, según había manifestado mi propio marido, le odiaba tanto y con quien tan mal se llevaba.  ¿Qué mejor modo de exponer sus triunfos que comentándole a todo el mundo que la esposa del profe le había mamado la verga y hasta había pagado por ello?
           Mi otra gran preocupación era qué iba a hacer yo o bien qué iba a pasar el día siguiente.  ¿Con qué cara volvería al colegio?  ¿Cuántos y qué tanto estarían puestos al corriente de lo ocurrido?  Hay que admitir que, como rumor de pasillo o de patio, la historia de la doctora que le chupó la pija a un pendejo es totalmente morbosa  y, como tal, atractiva para el corrillo.  ¿Y si la historia había llegado a las autoridades?  ¿O a los dueños?  ¿Y qué había con los padres del chico?  ¿Cómo sabía yo que no se trataría de una familia ultra conservadora que estaría ya llamando enardecida a la dirección al haberse enterado de la situación en la cual una “médica pervertida” había involucrado a su hijo?  Tales y otras cavilaciones y pensamientos me absorbieron durante todo el día y hasta pensé en no ir al colegio al día siguiente aunque, por otra parte, también se me ocurrió pensar que si algún rumor realmente había circulado, mi ausencia al trabajo sólo contribuiría a fomentarlo aún más y a generar sospechas y presunciones.
            Así que al día siguiente volví al colegio.  El corazón me latió con fuerza ya en el trayecto desde el auto hasta la puerta de entrada.  Ni qué decir una vez  que estuve dentro del ámbito de la institución.  Me daba la sensación de que todos, pero absolutamente todos, me miraban de un modo especial: ya me pareció eso cuando la portera me abrió y esa incomodidad me siguió acompañando cada vez que me crucé con miradas de alumnos, alumnas, docentes y directivos.  Por momentos, en esos ojos que se me ocurrían punzantes y penetrantes, creí descubrir burla, otras simplemente diversión, otras repulsión, rechazo, condena… O quizás todo, pero absolutamente todo, estaba en mi cabeza.  Por lo pronto, yo no podía hacer otra cosa más que desviar la mirada o, en todo caso, mirarlos de soslayo.  No era, por supuesto, lo más conveniente si lo que quería era verme natural y tranquila, pero no tenía forma de evitarlo.  Lo que sí hice fue tratar de aparentar prisa o preocupación por mi trabajo.  Temí cruzarme con Franco en el patio pero afortunadamente no fue así.  Deliberadamente había elegido llegar al colegio unos minutos antes del recreo para no tener que hacerlo, a pesar de lo cual me crucé con varios alumnos que, tal vez, estarían en hora libre.  Evité pasar por dirección o por administración; no me daba la cara para hacerlo.  Así que fui directamente a lo mío, a mi trabajo… y me encerré en mi aula consultorio, lo más aislada posible de las miradas curiosas o incisivas.  Una sensación semejante a esas películas en las que alguien está en una cabaña rodeada por “zombies”.
           Esta vez Damián no se acercó durante el recreo a saludarme y eso me llenó de las peores sospechas.  Estúpida de mí: en mi paranoia galopante había olvidado que era miércoles y que Damián ese día trabajaba en otro colegio.  Sentí un alivio enorme al recordarlo; definitivamente tenía que tranquilizarme: me estaba enfermando y si los demás descubrían mi nerviosismo podría terminar siendo yo misma quien de algún modo me delatara.
            Desplegué mis papeles sobre mi escritorio.  Básicamente tenía que hacer dos cosas: por un lado entregar las fichas de los varones a los que había revisado cuarenta y ocho horas antes y por otra revisar una nueva tanda que, esta vez, correspondía a chicas, lo cual en parte era una suerte.  Con respecto al primer punto, lo cierto era que no había vuelto a tocar ninguna de las fichas que había hecho: no era fácil realmente; el solo pensar en volver a ver la ficha de Franco me llenaba de temblores y escozores internos.  Pero bueno, había que hacerlo… Y era el momento.  Fui pasando en limpio los datos que había ido recabando el día lunes haciendo una ficha individual para cada chico y, obviamente, dejé la de Franco para el final.  Fue muy fuerte volver a leer y repasar sus datos pero lo loco del asunto fue que en ese momento restalló en mi mente el saludo final que el chiquillo me había dado ese día, casi una sentencia: “será hasta la próxima, doc… Si es un poquito inteligente, se las va a arreglar para tenerme otra vez por acá, je… Y con lo puta que es, no tengo duda de que va a hacerlo…”.  La cabeza me daba vueltas y más vueltas; la vista se me nublaba… Casi salté de mi asiento cuando se abrió el picaporte y entró la preceptora para anunciarme que iba a ir haciendo pasar a las chicas durante las horas siguientes: veinte chicas, idéntico número al de los chicos el pasado lunes.  Di el ok o asentí con la cabeza, no recuerdo, pero lo cierto fue que la preceptora se marchó en pos de cumplir con lo que había anunciado y yo me quedé describiendo garabatos en el aire con mi bolígrafo mientras no sabía aún como cerrar la ficha de Franco en el lugar en que iba el informe de la primera revisión médica.  Cuando finalmente la punta se apoyó sobre el papel, tuve la sensación de que, una vez más, una fuerza desconocida actuaba por mí y se apoderaba de mis actos.
“Presión: 14 -11.  Alta.  Se solicita segunda revisión el día lunes 25”.  Eso fue lo que escribí.  Es decir… mentí, algo que en mi carrera profesional jamás había hecho salvo en alguna oportunidad para no decirle su verdadera situación a un paciente terminal.  Pero esta vez… ¡mentía sólo para tener una excusa a los fines de ver nuevamente a un pendejo de diecisiete años al que le había chupado el pito!  Qué locura… Ésa no era yo… ¿O era yo y no lo había sabido nunca?  Estaba en eso cuando escuché un golpeteo de nudillos sobre la puerta y autoricé el ingreso de la primera de las niñas a las que revisaría esa mañana.
              Una vez más, todo venía transcurriendo sin problemas: venía, dije…   Las chicas fueron desfilando una tras otra y en los casos en que me toca revisar a pacientes del sexo femenino, debo confesar que me invade un tipo especial de morbo, el cual más que por lo sexual (las mujeres nunca me atrajeron) pasa por la competencia y por la sensación de poder que la situación de doctora me da sobre ellas.  Es hermoso para cualquier mujer lograr que otra mujer haga lo que una quiera: rebajarla y demostrarle que una la tiene en sus manos y que es la que dispone, aun cuando no pase de algo muy “light”.  Algunas chicas eran bonitas, otras menos, pero a prácticamente todas las obligué a desnudarse y a adoptar posiciones más o menos humillantes dentro de lo que los parámetros éticos de una revisación médica permite.  Las hice inclinarse, exhibir el orificio anal, mostrar su sexo… Todo ello, admito, me divertía y me divierte, así como el percibir lo avergonzadas que se sienten.
             Pero la rutina de la mañana quedó alterada cuando cayó la decimotercera de las muchachas (no soy supersticiosa, pero el número ordinal pareció un anuncio).  En realidad no me llamó la atención de entrada y, por cierto, no creo que la pudiera haber llamado en nadie.  Bastante gordita y no muy favorecida en lo estético, Vanina (así su nombre) parecía destinada a pasar sin pena ni gloria por el consultorio.  Le hice las preguntas de rutina y las contestó siempre sonriente: no se trataba de una ligera sonrisa con deje de burla como la que había exhibido dos días antes… en fin, ya saben quién; más bien era una sonrisa campechana y afable, aunque paradójicamente la muchacha daba la impresión de ser algo tímida.  Me llamó la atención, eso sí, que de todas las alumnas, fue la única que ingresó al lugar llevando su mochila escolar, pero bueno, quizás era desconfiada y no quería dejarla en el aula; tal vez tuviera dinero o cosas de valor o muy personales, de ésas que a las mujeres no nos gusta que caigan en manos curiosas.  Así que no le di importancia al asunto y ella simplemente colgó su mochila del respaldo de la silla que ocupó.  El primer quiebre en su actitud llegó cuando le pedí que se pusiera de pie y se desvistiera; yo le di la orden mientras tenía la vista sobre los papeles y los interminables casilleros que debía completar, pero cuando alcé los ojos noté que ella seguía en su lugar y aparentemente sin intención inmediata de acceder a lo que yo le había pedido.  En realidad parecía algo ausente y ni siquiera me miraba; fue entonces cuando noté que tenía la vista clavada en su teléfono celular y que su rostro lucía como luminoso y encandilado con algo que veía.  Me pareció una falta de respeto de su parte…
            “Te dije que te pongas de pie y te saques la ropa” – le recordé, algo más enérgica que antes.
             En lugar de contestar a mi requisitoria, giró el celular hacia mí mostrándome lo que estaba viendo.
             “¿Ésta es usted, no?”
              La miré sin entender.  Tuve que aguzar un poco la vista y achinar los ojos porque tenía puestos los lentes para leer mientras que la pantalla del celular era pequeña y, encima, me lo mostraba desde el otro lado del escritorio; no mostró intención de acercarme el teléfono ni mucho menos de alcanzármelo: era como que quería tenerlo consigo y que yo lo viera a la distancia.  Una vez que mis ojos pudieron acostumbrarse a la pequeñez de la imagen pude empezar a definir algo…y, en efecto, ¡era yo!  ¡Era yo, en cuatro patas y de espaldas, moviendo el culo!
            Fue como si me hubieran propinado un puñetazo al mentón.  Una violenta sacudida recorrió todo mi cuerpo y sentí que el mundo se desmoronaba a mi alrededor.  ¡No podía ser verdad!  ¡No podía ser cierto lo que estaba viendo!  ¡Esa imagen correspondía a lo que había ocurrido dos días antes, cuando Franco me hiciera ir a buscar dinero para poderle chupar la pija!
           Supongo que, con la sorpresa y la conmoción, habré abierto la boca casi tan grande como ese mismo día cuando se la mamé.  Volví a mirar a los ojos de Vanina y la pendeja desgraciada se estaba riendo: una risilla inocente en la cual, sin embargo, se podían advertir signos de malignidad y  burla.  Sin dejar de reír, movió la cabeza hacia un hombro y hacia el otro varias veces mientras sacudía la mano en que sostenía el celular.
           Yo no sabía qué decir; mi boca seguía abierta: quería decir algo pero las palabras no me salían.  Cuando finalmente pude hacerlo, tartamudeé, tal como dos días atrás…
             “N… no entiendo… ¿Q… qué es eso?  ¿De dónde lo sacaste?.. ¿P… por q… qué lo tenés vos?”
            “Hmmmm…., no, doctora… – su rostro adoptó un cariz compungido, que, se notaba, era fingido -, no se ponga así, por favor… Relájese y siga mirando que la parte que sigue está buena, jaja”
            Juro que sólo tenía ganas de golpearla.  O de estrangularla.  Saltarle encima y hundirle las uñas en la garganta o en los ojos.  ¿De dónde había salido esta pendeja de mierda que me forreaba con tanto descaro?  Me contuve…, me costó pero lo hice; por otra parte, mis músculos estaban de pronto como agarrotados, impedidos de movimiento.  Volví a mirar hacia la pantallita, tal como ella me dijo.  Y, en efecto, lo que siguió era previsible porque yo no sólo había presenciado esa escena dos días atrás sino que además había sido parte protagónica en ella.  En el momento en el cual yo retomaba la marcha en cuatro patas en dirección a Franco, la filmación se interrumpió.  Era en parte lógico: si Franco era quien me había filmado con su celular (y a juzgar por la perspectiva y el ángulo eso parecía) seguramente había interrumpido la filmación cada vez que yo miraba hacia él.  De ser así, quizás no hubiera más nada… Me equivoqué… Luego de un corte abrupto, volví a aparecer, pero esta vez mamando a más no poder la verga de Franco.  Claro, ahí entendí mejor: yo había cerrado los ojos en ese momento, tal el grado de éxtasis en que me hallaba.  Y fue entonces cuando el muy hijo de puta aprovechó para retomar la filmación.
           Miré otra vez hacia la pendeja.  Mis ojos ahora sólo irradiaban odio.  Ella seguía sonriendo, imperturbable, pareciendo incluso como si mi furia la alimentase:
          “¿Qué pasa, doctora?  No se me ponga así: no es nada del otro mundo lo que hay en este video, jaja… Usted se comió una pija simplemente… ¡Y lo hizo muy bien!  ¡Parecía una ventosa! Ja,ja…”
             Era tanta la rabia que yo sentía que estaba al borde de las lágrimas.  Hasta me saqué los lentes durante un momento para restregarme un poco los ojos.
              “¿Cómo… te llegó eso? – pregunté -.  ¿Todos lo tienen?”
              “Nooo… – negó contundentemente -.  Quédese tranquila.  Franco me pasó esto a mí… Hmmm.. bueno, y a un par más también, jiji… Pero no se haga problema; somos pocos y hay códigos…”
              Códigos, dijo.  Me pregunté qué tantos códigos podía haber entre un grupito de adolescentes entre los cuales un muchacho que presumía de sus logros había hecho difundir un video en el cual una doctora le mamaba la verga.
               “Qué es lo que querés? – pregunté – ¿Por qué me mostrás eso…? ¿Es plata?  ¿Querés eso?”
               “Aaaah, no, de ninguna manera, jaja – soltó una carcajada que era a la vez cándida y demoníaca -.  Ya entiendo para dónde va, doctora… Pero yo no soy como Franco.  No me interesa tanto la plata, jaja…”
              Me quedé mirándola con los ojos encendidos y a la espera de que agregara algo o clarificase un poco más la situación,  pero no lo hacía.  Estaba más que obvio que quería llevarme a que fuera yo quien preguntase.  No me quedó más remedio que darle el gusto, a mi pesar:
               “Bueno… ¿y entonces?”
                Revoleó los ojillos con picardía.  Estuvo a punto de empezar a hablar un par de veces pero se interrumpió, como si le diera vergüenza lo que iba a contar, aunque no pude determinar si se trataba de un pudor real o artificial.  De algún modo, todo parecía parte de un histrionismo propio de alguien que estaba jugando con mi ansiedad y mi nerviosismo.
               “Hmmm…. bueno, a ver… le voy a explicar, doctora… Hmmm, ¿por dónde empiezo? ¡Ay, me cuesta hablar de esto! –  apoyó un dedo índice en su mentón; otra vez una larga pausa y cuando retomó lo hizo hablando más resueltamente -.  Bien, se la voy a hacer corta: yo soy lesbiana”
            Se volvió a quedar en silencio pero mirándome fijamente, como a la espera de que yo dijera algo.  Me encogí de hombros en señal de no entender.
            “Siempre me atrajeron las chicas… – retomó -.  Desde chica, jaja… parece un juego de palabras: “rebundancia” se dice, ¿no?”
            “Redundancia” – corregí con fastidio.
            “Ah, ¿ así es…?  Mire usted; toda la vida lo dije…”
              “¿Podés ir al grano?” – la interrumpí.
              Otra vez el revoleo de ojos y la risita; siguió hablando:
              “Bueno, doctora, verá, la cuestión es que… hmm, usted ya debe darse cuenta, no?  Yo no soy muy bonita ni muy atractiva, ¿verdad que no?”
              Otra vez se quedó en silencio sosteniéndome la vista.
              “ Insisto ¿A qué vas con esto?” – pregunté con cierto hastío, pero a la vez tratando de sonar lo más serena posible; si llegaba a perder el control o la trataba mal, no había forma de saber qué haría esa pendeja con ese celular que tenía en la mano… Ahí estaba, justamente, la cuestión: no era sólo su celular: era a mí a quien tenía en sus manos…
            “Hmm… bueno, a lo que voy… La verdad es que me cuesta mucho acercarme a otras chicas.  Sufrí mucho con eso toda mi vida y sigo sufriendo.   Se imaginará, doctora, que es una carga pesada.  Ya es bastante difícil encontrar otras chicas que estén en la misma que yo y cuando se encuentran… ninguna se fija en mí.  Se fijarían en cualquier otra menos en mí” – su rostro se ensombreció por un momento y adoptó una expresión triste; por primera vez en toda la charla tuve la sensación de que esta vez no fingía.
              “Sigo sin entender” – le dije.
              Otra vez silencio.  Y otra vez el revoleo de ojos que ya para esa altura yo no sabía si era un tic o un recurso escénico.  Miró hacia algún punto indefinido en el techo, luego a la pared: pareció buscar las palabras; finalmente me miró y habló:
              “Usted es una mujer hermosa, doctora”
               Un estremecimiento me recorrió la espina dorsal.  Empezaba a entender.
              “¿Qué me querés decir con eso?”
              “Que muero por ponerle las manos encima a una mujer hermosa como usted – respondió, volviendo a sonreír  y gesticulando con sus manos como si se tratara de garras-.  No es un mal trato, doctora… Usted sólo tiene que quedarse quietita y dejarme hacer.  Y este video muere acá… ¿No está tan mal, no?”
            Touché.  Apoyé las palmas de las manos sobre el escritorio con impotencia.  No podía creer el camino que habían tomado las cosas en sólo cuarenta y ocho horas.  Maldito el día en que acepté el trabajo.
              “La cosa es simple, doctora, muuuy simple…- continuaba ella; era obvio que detectaba mis debilidades y por eso daba más intensidad a su ataque: sabía que mi capacidad de resistencia estaba seriamente deteriorada -. Usted me acaba de decir que me ponga de pie y me desvista.  Ahora soy yo quien se lo dice, jiji… pero ni siquiera hace falta que se desvista… Sólo póngase de pie y quédese como está, con las palmas sobre el escritorio… De su cuerpito y de su ropita me encargo yo, jiji…”
             Supongo que recuerdan lo que mencioné antes sobre el uso de diminutivos, ¿no?: algo que, como médica, suelo usar para humillar o hacerse sentir poco a mis pacientes; una forma de diversión… Pues bien, esa chiquilla insolente, deliberadamente o no, estaba haciendo eso conmigo…
               Me sentí desfallecer, estaba abatida… No había forma de comprender cómo era que me hallaba de pronto en tal situación.  Y lo peor de todo era que sólo me quedaba hacer lo que ella me decía.  Podía intentar manotearle el celular, pero… ¿con qué sentido?  El video había sido capturado por Franco, con lo cual era de descontar que él lo tenía y la propia Vanina había señalado que había otros “pocos” que lo tenían.  ¿Qué podía yo hacer entonces?  Nada, sólo resignarme a aceptar las condiciones que aquella borrega me imponía y sin tener siquiera la garantía de que ella fuera a cumplir con lo pactado.  Y aun en el supuesto caso de que así lo hiciera, ¿qué había de Franco y de esos otros que supuestamente habían recibido o visto el video?  La situación, de tan inabarcable en su extensión, era imposible de manejar…
           Ella caminó alrededor del escritorio.  Yo tenía una mezcla de vergüenza y terror y la espiaba por el rabillo del ojo, pudiendo ver cómo sonreía y me miraba de arriba abajo.  Se ubicó finalmente a mis espaldas: una de las peores situaciones posibles a que los médicos solemos someter a nuestros pacientes; pero esta vez estaba todo invertido.
           “Tiene un hermoso cuerpo, doctora –  habló sobre mi hombro con tono libidinoso -.  Y durante este rato… va a ser mío” – remató sus palabras con un besito sobre mi cuello y un escozor me recorrió de la cabeza a los pies.  Pero eso no fue nada comparable a lo que vendría después.  Luego de sentir su aliento tan cerca de mi oreja, pude percibir cómo se acuclillaba o tal vez se hincaba detrás de mí y al momento comenzó a recorrerme con sus dedos desde mis tobillos y a lo largo de mis piernas.  Me puse tensa como una roca ante el contacto.  Se ve que lo notó.
             “Relájese doctora – me dijo, en tono imperturbable y sereno -.  La vamos a tocar un poquito…, no se ponga tensa… Piense en Franco, jijiji…”
            Me recorrió cada centímetro de las piernas; no dejó nada sin tocar y me masajeó de forma especial tanto las pantorrillas como los muslos.  Cuando ya lo había hecho todo con sus dedos se apoyó con ambas manos contra las pantorrillas y se dedicó a recorrerlas de nuevo, pero ahora con su lengua.  Fue dejando regueros de saliva mientras, aun sin verla, podía yo darme cuenta de que debía estar extasiada y entregada a lo que para ella  debía ser un placer supremo, una especie de fantasía que estaba cumpliendo.  Luego llevó arriba mi ambo y mi corta falda, con lo cual descubrió mi cola, por lo menos en el alto porcentaje de ella que mi tanga dejaba al descubierto.  Calzó un dedo (me pareció que índice) por debajo de la tirita que cubría la raya y llevó la prenda aun más arriba, con lo cual la tanga prácticamente desapareció en mi culo.
            “Qué hermoso culo tiene, doctora – dijo y, a continuación, estrelló un beso en mi nalga izquierda.  No conforme con ello, seguidamente me propinó un mordisco que me hizo arrancar un gritito de dolor -.  Hmmm… para comérselo…”
               Yo no cabía en mí de la vergüenza que sentía.  Se dedicó a toquetearme la cola en toda su extensión y varias veces me recorrió con un dedo la zanjita, de arriba abajo, de abajo arriba… Por momentos me acariciaba, en otros me clavaba las uñas al punto que me parecía increíble que mis nalgas no estuvieran sangrando, en otros me propinaba pellizcos o palmaditas.  Luego, tal como antes lo había hecho con mis piernas, se dedicó a recorrer mi zona trasera con su lengua: mi culo estaba todo ensalivado en cuestión de segundos; cada tanto alternaba con algún beso sobre mis nalgas o bien alguna succión atrapando mis carnes entre sus labios.  Me metió la lengua en la zanjita y me la recorrió toda a lo largo; en un momento la llevó tan adentro del orificio anal que empujó al límite la tirita de tela dentro de mi agujerito.  Y mientras lo hacía pasó una mano por entre mis muslos y me tocó el sexo, siempre por encima de la tanguita; se dedicó a masajeármelo tanto que, al poco rato,  yo estaba mojada.  Rogaba que ella no lo advirtiera pero, ¿cómo no iba a hacerlo cuando lo más probable era que ella estaba haciendo lo que hacía precisamente con el objetivo de ponerme cachonda aun en contra de mi voluntad?
           “¿Qué pasó, doctora? ¿Se hizo pipí?” – preguntó burlonamente retirando por un momento su cara de mi cola.
            Me quise morir, quería hacerlo ahí mismo.  Y ella, notando mi conmoción, aumentó la intensidad del movimiento de masajeo, lo cual me llevó por los aires…  Me estaba matando: la detestaba pero a la vez me encontraba en la encrucijada de que deseaba con tanto fervor que se detuviese como que siguiera.  De pronto hizo lo primero… y sí, me generó una especie de alivio mezclado con desencanto.  Ella se incorporó por detrás de mí: pude sentir su pecho contra mi espalda y su aliento sobre mi nuca; siguió aferrándome fuertemente por las nalgas durante un rato hasta que las liberó, no sin antes propinarles una cachetada.    Dejó caer nuevamente mi falda hacia su posición original y llevó las manos a mi cintura por encima del ambo.  Me capturó prácticamente por el talle y acercó su boca por detrás de mí hasta que sus labios me besaron, primero en mi cuello y luego detrás de la oreja.  Instintivamente hice un movimiento en pos de alejarme y lo notó, pero creo que la divirtió:
               “No se resista, doctora… – dijo, prácticamente susurrándome al oído -.  Usted está en mis manos… Y todo por no aguantarse y comerse una buena pija…”
                Volvió a besarme, esta vez sobre la mejilla.  Lo peor de todo era que en sus lacerantes palabras había mucha razón: yo estaba pagando el precio de haber cedido a la tentación ante un pendejo hermoso.  Qué increíble lo rápido que puede cambiar la vida de una en poco tiempo: costaba creer que habían pasado sólo cuarenta y ocho horas.  Allí me encontraba, siendo tratada como objeto por una gordita adolescente y con tendencias lésbicas terriblemente insatisfechas.  Sin dejar de soltarme el talle (por el contrario, me llevó aun más hacia ella al punto de que apoyó su sexo contra mi culo), me pasó un lengüetazo por la cara.  Fue desagradable… y humillante…  Hubiera querido secarme la saliva del rostro pero era imposible: me tenía prácticamente atrapada.  Más aún: cruzó sus manos por delante de mi vientre y me fue soltando los botones del ambo.  Una vez que lo hizo fue deslizando sus manos por sobre mi remerita musculosa hasta llegar a mis tetas.  Comenzó a manoseármelas por encima de la prenda mientras no dejaba de propinarme besos en el cuello.  Recién en ese momento atiné a hablar: le pedí por favor que parara, le pregunté si no era ya suficiente y si no pensaba en el peligro de que alguien fuese a entrar en cualquier momento o bien si no la extrañarían a ella en su curso en la medida en que se demorara en regresar más de lo que habían hecho sus compañeras.
             “Mmmm… no, doctora, relájese.  Nadie me extraña nunca, jiji… y soy yo quien decide cuando es suficiente” – me contestó, con tono casi maternal; qué irónico, era una adolescente hablándole a una mujer madura.
Era ya harto evidente que yo estaba a su merced.  Quizás fue para demostrármelo que tomó mi remerita por las costuras y la llevó hacia arriba hasta descubrir el corpiño.  Supuse lo que vendría aunque lo cierto fue que ni se molestó en desprenderlo: directamente tomó el sostén y lo levantó, dejándolo por encima de mis tetas descubiertas.
               Así, se dedicó a magrear mis senos con total lascivia.  Al igual que antes hiciera con mis piernas y con mi cola, por momentos los acarició, por momentos los estrujó con fuerza…, pero en este caso alternó con algunas otras prácticas como pellizcar mis pezones o bien trazar círculos masajeando alrededor de ellos.  Contra mi voluntad, me excitó, pero debía ahogar mis gemidos… Ya bastante derrota había sido que me encontrara mojada en mi vaginita.  Luego de un rato de dedicarse a mis pechos, pareció abandonarlos… Me quedé aguardando el siguiente movimiento, pero lo cierto fue que se apartó un poco de mí.  En un principio lo interpreté como posible señal de que mi suplicio había terminado, pero me equivoqué.
               “Quédese así, doctora – me ordenó -.  Enseguida estoy con usted.  Mientras tanto mastúrbese…”
                 Demás está decir que mis oídos no daban crédito ante las órdenes que recibía pero, por extraño que pareciese, al mismo tiempo se iban acostumbrando.  Pareciera que cuando a una la someten a tantas humillaciones, llega un momento en que ya no tiene capacidad de respuesta ni de espanto.  Bajé mi mano hacia mi conchita por delante de mi vientre, pero me interrumpió en seco:
                  “No.  Por detrás – me corrigió -.  Manito en la concha por debajo del culito…”
                  Otra vez los diminutivos.  Los mismos que durante tanto tiempo yo había esgrimido como armas de humillación en el consultorio y que ahora se volvían en mi contra.  Sentía, por otra parte, que yo ya no estaba en condiciones de objetar nada, que no existía filtro para las órdenes de Vanina.  Así que pasé mi mano por detrás hacia mi cola y luego busqué mi vagina… Tal como me había sido ordenado, me dediqué a masturbarme.  La risa de satisfacción de esa chiquilla fue una de las más odiosas que recuerdo haber escuchado.  Pero yo seguía aún intrigada sobre cuál sería su siguiente paso: pues bien, mientras yo seguía dedicada a mi acto de autosatisfacción impuesta, Vanina caminó una vez más en torno al escritorio y se dirigió hacia la silla que algún rato antes ocupara, sobre cuyo respaldo había dejado colgada su mochila.  Hurgó dentro de ella y les juro que deben haber sido los segundos más largos de mi vida puesto que yo no tenía modo alguno de imaginar qué iría a emerger de allí dentro.
                 Finalmente extrajo un objeto alargado que sostuvo en una mano mostrándomelo mientras reía.  Su risa, esta vez, más que maléfica o burlona, me sonó psicótica.  Lo que tenía en la mano era un consolador.
                ¿Qué plan tenía ahora aquella chiquilla para mí?  Me puse muy nerviosa, tanto que dejé de masturbarme y fui reprendida por ello:
               “¡No te dije que dejaras de pajearte!”
                 Elevó tanto el tono de la voz que me parecía imposible que no la hubieran oído desde otras aulas.  Miré nerviosamente hacia la puerta; estaba segura que el picaporte se giraría de un momento a otro.  No obstante, retomé el movimiento de masturbación con mi mano.  Ella sonrió complacida.  Apoyando el consolador a unos centímetros de mí por sobre el escritorio, volvió a sumergir la vista y una de sus manos en la mochila.  Finalmente extrajo un rollo de gruesa cinta que, en ese momento, se me antojó semejante a la que usan los pintores o, tal vez, los embaladores.
                “Como verá, doctora, vine equipada, jiji”
                 Dejando el consolador sobre el escritorio volvió a caminar en torno del mismo hasta ubicarse otra vez a mis espaldas.  Mi vista bajó hacia el objeto fálico que estaba allí, amenazante y delante de mis ojos: me sentí como un condenado a muerte mirando la horca o la guillotina.  La excitación, en contra de mi voluntad, aumentaba a cada instante y llegaba a niveles insoportables pues yo seguía masturbándome tal como me había sido ordenado.
                 “Ya puede parar, doctora” – me ordenó.  Resultaba casi una ironía que siguiera manteniendo el respetuoso trato deusted y no me tuteara; era como que no se condecía con la forma en que me usaba como si yo fuera sólo un objeto.  Pero bueno, tal vez era justamente eso: una ironía; otra forma de rebajarme que consistía en mostrarme en qué me había convertido a partir de remarcarme lo que yo hasta entonces creía ser.
               Eso sí: fue un alivio parar con la masturbación, aun cuando la visión del consolador que se hallaba sobre el escritorio hiciera pensar en la posibilidad de que estaba en ciernes algo mucho peor.  El nerviosismo que se apoderó de mí fue tal que no pude evitar preguntar:
           “¿P… para qué es es…?” – no pude acabar la pregunta porque me tapó la boca con un trozo de la ancha banda de cinta que mencioné antes.
            “Shhhh… Calladita, doctora – dijo sobre mi oído -.  Tengo que amordazarla porque no es cuestión de que se escuchen sus gritos por todo el colegio” – remató las palabras con un fuerte beso sobre mi mejilla.
             ¿Gritos dijo?  Yo no iba a gritar si se trataba de ser penetrada en mi sexo por un consolador… o, por lo menos, creo que sería capaz de contenerlo.  ¿Acaso esa chica perversa estaba pensando en otro plan…?  Me sobresalté al pensarlo.
            Sentí cómo sus manos volvían a introducirse por debajo de mi falda y, ahora, me bajaban la bombachita hasta dejarla a mitad de los muslos.  De algún modo mis peores sospechas comenzaban a confirmarse.   Me propinó otra cachetadita en la cola; luego me apoyó una mano sobre la nuca y otra entre los omóplatos para obligarme a inclinarme sobre el escritorio.  Se hincó a mis espaldas o bien se acuclilló: me di perfecta cuenta de ello porque volví a sentir su respiración sobre mis nalgas.  Presionando con sus dos pulgares me las separó de tal modo de abrir mi agujerito y, a continuación, escupió adentro: lo hizo una vez… y otra… y otra… Introdujo luego un dedo (tal vez el mayor) y recorrió mi orificio por dentro, jugando con la saliva y describiendo círculos que contribuían a dilatar y dejar franqueada la entrada.  Después me dio la sensación de que hurgaba y jugueteaba con dos dedos; luego paró.  Era obvio que su tarea consistía en lubricarme el culo, con lo cual pasaba a ser evidente que el consolador que tenía a tan pocos centímetros de mis retinas estaba destinado a ser alojado allí.
           “A ver, doctora – me urgió -.  Páseme eso que tiene enfrente”
            Claro.  Qué modo más humillante podía haber que pedirme a mí mismo que se lo diera.  Vencida, ya sin fuerzas, tomé el consolador de arriba del escritorio y lo llevé hacia atrás de mi cuerpo para alcanzárselo.  Lo tomó.  Rió entre dientes.  Lo acercó a mi culo.  Jugueteó varias veces sobre la entrada de mi cola.  Volvió a escupir, presumiblemente esta vez sobre el objeto mismo.  Comenzó a introducirlo y di un respingo.  Ella, sin dejar de juguetear en mi retaguardia se inclinó hacia mí hasta que su boca estuvo sobre mi oreja.  Su respiración era la de un psicópata peligroso; sin mirarla, me vino a la cabeza la imagen de un degenerado con sus fauces babeantes.
             “¿Alguna vez le han hecho esa colita, doctora?  Se ve bastante estrecha”
              Cerré los ojos.  Y sí, estaba claro que su plan era hundírmelo bien adentro.  Y la realidad era que no, mi cola no estaba hecha.  Negué con la cabeza; no podía hablar por tener la boca encintada.  Ella rió:
               “Esto le va a doler un poquito, doctora.  Jiji… Cuántas veces le habrá dicho algo así a sus pacientes, ¿no?  Lo que sí es seguro es que a mí me va a encantar, jeje… Abra la colita, vamos…”
                                                                                                                                        CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 3” (POR MOSTRATE)

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A mi novia le gusta mostrar su culito. (3)

Hola amigos. Perdonen que hace rato que no les escribo, pero por razones que ustedes se deben imaginar, despues de lo que paso en mi edificio con mi novia nos tuvimos que mudar a otro departamento. Ya todo el mundo se había enterado de la adicción de ella y para mi era muy avergonzante que me pararan por la calle y se ofrecieran para comerle la cola a Marcela. Además Rubén cada vez que la veía se descontrolaba y le manoseaba el culo estuviese donde estuviese y delante de cualquier desconocido sin que ella pudiera hacer nada para impedirlo.

El límite llegó cuando un día que regresaba del trabajo la encontré a mi novia en la casilla de seguridad del edificio apoyada de frente contra una pared y Rubén a su lado levantandole la pollera y exhibiendole la cola a por lo menos 6 o 7 tipos que yo ni conocía. Todos aplaudían y decían barbaridades mientras Ruben le metía mano desesperadamente y Marcela, que cada vez estaba mas atorranta, se dejaba hacer sin decir nada.

– Ahí llega el cornudo del marido, dijo Ruben apenas me vio entrar.

Se hizo un gran silencio, ella me miró, quiso bajarse la pollera, pero Rubén se lo impidio. Todo giraron para mirarme, mientras Ruben continuó:

– Quedese así señora, muestrele a su marido lo puta que es, sabiendo que lo que estaba diciendo la ponía a mil.

Mientras todos reian, la tome de un brazo a Marcela, la saque de ahí y subimos a nuestro departamento, donde en medio de una discusión le hice prometer que nunca más haría exhibiciones si yo no la autorizaba o si no estaba presente. Ella estaba muy acongojada y me confesó que cada vez se sentía con mas ganas de mostrar la cola y que no podía evitar excitarse tan solo con escuchar alguna propuesta o saber que alguien estaba con ganas de tocarsela y comersela.

Luego de charlar un largo rato coincidimos que esto no podía continuar así . Yo le reconocí que me calienta verla mostrar su colita, pero ya todo se había descontrolado y que había que darle un corte.

Fue ahí donde decidimos mudarnos y cambiar de vida. Ella prometió controlarse ante cualquier insinuación y yo prometí no pedirle más que se exhiba en público.

Fue así que pasaron estos meses entretenidos buscando nueva vivienda y una vez que la encotramos, decorándola y amoblandola.

Teníamos relaciones sexuales “normales” y tratábamos los dos de evitar mencionar algo de lo que habíamos vivido en el pasado. De cualquier forma yo estaba seguro que Marcela recordaba muy bien todo y lo notaba porque en medio de la relación cerraba los ojos y metiedose un dedo en el culito acababa como tres veces seguidas. Yo tampoco puedo negar que estando solo me venían a la cabeza las escenas de mi novia cojiendo con gente extraña, por lo que me terminaba haciendo flor de paja.

Una tarde decidimos ir a una mueblería que nos había recomendado una amiga de Marcela, ya que habíamos planeado cambiar los muebles del dormitorio, especialmente la cama, que por ser bastante vieja, hacia ruido apenas nos moviamos en ella. Cuando llegamos nos recibio un muchacho de unos 30 años:

– Buenas Tardes, me llamo Carlos, en que puedo servirles, preguntó amablemente.

– Buenas tardes, nos aconsejó este lugar una amiga de ella, respondi señalando a Marcela.

– Hola, nos recomendaron que hablaramos con un tal Pedro, dijo ella.

– Es mi padre, contestó él, adelante por favor. Pasó primero Marcela y ahí note como se le iban los ojos directamente a su cola, que dicho sea de paso estaba bien marcadita en esos pantalones de tela finita que tenía puestos.

Nos hizo pasar a una oficina y detrás de un escritorio estaba un señor de mas o menos 65 años que enseguida Carlos nos presento como su padre.

– Buenas tardes señor, nos envía mi amiga Cecilia para que nos ayude a elegir una buena cama, dijo Marcela.

– Ah si, Cecilia me llamó y me dijo que tu vendrías, respondió Pedro, lo que no me dijo es que vendrías con tu marido, continuó.

No entendí porque había dicho eso, pero no le di mayor importancia.

– Vengan pasemos a la parte de atrás que está la fábrica así les enseñaré los modelos de camas que tengo, prosiguió.

Apenas Marcela se paró el viejo le clavó la mirada descaradamente en su culo y siguió admirandolo mientras iba caminando detrás de ella, sin importarle si yo me daba cuenta o no.

Eso me dio un poco de bronca, pero no puedo negar que también me calentó bastante.

Traspasamos una puerta y entramos a un galpon enorme con pedazos de madera y aserrín por todos lados. Había por lo menos 10 obreros trabajando, que a medida que Marcela pasaba por delante de ellos la iban desnudando con los ojos. En ese momento me dí cuenta que esto no había pasado desapercibido para ella ya que note que sacaba la cola más para afuera y la movía muy sensualmente.

Me empece a preocupar cuando se dio vuelta para mirarme y vi en su expresión que ya estaba recaliente. Pensé tomarla de un brazo y regresar otro día, pero la excitación que me producía verla como se mostraba pudo más y no pude mover un músculo.

– Aquí estan los modelos de cama que fabricamos, dijo el viejo, están todas con colchones para que las pruebes, continuó, dirigiendose a Marcela.

– No hace falta, mirándolas nos damos cuenta, dije yo.

– No le creas a tu marido nena, lo mejor es que la pruebes así sabrás cual es la mas cómoda, se dirigió a Marcela, ignorándome por completo.

– Tirate en ésta, a ver como la sentís, continuó, señalando un cama de 2 plazas y media.

Marcela que hasta ahora no había dicho palabra me miró y me dijo con voz entrecortada por la calentura que tenía:

– Mi amor, ¿me puedo acostar en la cama del señor?

Yo quede mudo. Lo mire al viejo que sonreía y vi como todos los obreros dejaron de hacer lo que estaban haciendo y miraban atentamente la escena.

Al no recibir respuesta mía, Marcela se dejó caer en la cama boca abajo con el culito bien paradito.

– Y, ¿que te parece nena?, preguntó el viejo.

– Mucha cuenta no me doy, contestó Marcela.

– Movete un poco, levanta un poco mas la cola y bajala, para ver como se siente de dura, indicó el viejo.

A esta altura ya se le notaba un bulto en el pantalon al viejo y los carpinteros ya se habían acercado bastante formando un circulo alrededor de la cama. Yo estaba inmovil, miraba todo y en lo único que pensaba era en sacar la verga del pantalón porque de lo parada que la tenía me estaba matando.

– ¿Le parece bien así señor?, preguntó Marcela, mientras levantaba el culito y se dejaba caer.

– Asi está bárbaro nena, respondió el viejo, tratandose de acomodar la verga en el pantalón.

– Igual mucha cuenta no me doy, dijo Marcela.

– ¿Nena vos dormís con pijama? Pregunto el viejo.

– No porqué

– ¿Y como dormís?

– En bombachita.

– Por eso no te das cuenta si el colchón es comodo. Te recomendaría que te saques el pantaloncito para probarlo.

– No es necesario, dije yo, tratando de mostrar una autoridad que ya había perdido hace rato.

Ya los obreros se habían acercado más y estaban a menos de un metro de mi novia.

– Señor, yo le aconsejaría que se siente en esa silla y espere allí mientras le hacemos probar la cama a su mujer, me dijo el viejo.

Lo cual obedecí, un poco porque con su mirada Marcela me lo estaba pidiendo y otro porque de la calentura que tenía ya no podía mantenerme en pie.

– Haber nena mostranos como dormís, le pidió el viejo.

Entonces Marcela se desabrocho los botones del pantalon y se los sacó, dejando al descubierto una disminuta bombachita blanca metida casi por completo en su precioso culito.

Se acostó culito para arriba y mirándolo al viejo le preguntó ¿así esta mejor señor?

– Si nena, ahora debes estar bien caliente mostrandonos el culito. Tu amiga me contó que te encanta mostrarlo y yo estaba impaciente en verlo. Veo que a tu marido no le molesta, asi que abrilo bien para nosotros.

Entonces Marcela se puso en cuatro, levantó bien la colita y la puso a merced de quien quisiera mirarla. Mientras el viejo y los empleados se bajaron los pantalones y dejaron ver tremendos miembros totalmente erectos. Esto puso como loca a Marcela que comenzó a meterse un dedo en la concha y a gemir desesperadamente. Se notaba que se había reprimido por mucho tiempo y que ahora estaba más desenfrenada que nunca.

– ¿Tenés ganas que te rompamos la colita nena?, dijo el viejo

– Por favor, chupemela señor, suplicaba Marcela mientras se corria la tanga hacia un costado exhibiendo su oyito abierto.

El viejo no se hizo desear y rapidamente dirigio su lengua al precioso agujerito, mientras los otros comenzaron a meterle mano por todos lados y uno de ellos le ensarto la pija en la boca, la cual mi novia acepto gustosa y comenzó a mamarsela en forma frenética hasta que el tipo no aguantó más y le lleno la boca de leche. Mientras tanto se turnaban con el culo, salia uno y se lo chupaba otro, le sacaban la boca y le insertaban primero uno, después dos y hasta tres dedos. La manoseaban por todos lados. Le sacaron la remera y le chupaban los pechos. Ella solo gemía y pedía mas pijas.

Yo solo miraba como once tipos disfrutaban de la puta de mi novia y me masturbaba y acababa y volvía otra vez a masturbarme.

– Salgan todos, ordenó el viejo de pronto. Cambiense y sigan trabajando que para ustedes se acabó la fiesta.

– No me deje asi señor, por favor necesito una pija en mi colita, le decía Marcela mientras lo miraba con cara de desesperación.

– Si haces lo que te digo, la vas a tener.

– ¿Te gustó mi hijo no?, vi como lo mirabas cuando entraste. Bueno ahora te vas a cambiar, lo vas a ir a buscar al salón de venta, lo vas a traer para acá y adelante mio y de tu marido le vas a pedir que te rompa la colita.

Marcela se levanto, se limpió con una toalla que le acercó el viejo, se vistió y salió caminando hacia la parte de adelante. El viejo me miró y me ordenó que me subiera el pantalón y que hiciera como que nada había pasado.

– Va a ver como le va a calentar que su mujer de la nada le pida a un tipo que le rompa el culo, me dijo.

La idea me había gustado asi que le hice caso.

Me paré junto a el viejo y el hacía como que me explicaba las ventajas de la cama, cuando llego Marcela con el hijo.

– ¿Que necesitás papá?, preguntó

– La señora necesita que le hagas un favor, contestó.

– Usted dirá señora

– Decile nena, ordenó el viejo.

– Quiero que me rompas la colita delante de mi marido y de tu papá, dijo Marcela, mientras se bajaba el pantalón y le mostraba el culito desnudito.

– Vi como me lo mirabas cuando me conociste. Vos me calentas mucho y yo necesito una pija adentro, asi que por favor rompemelo, agregó.

El muchacho no entendía nada. Me miraba a mí y lo miraba al viejo mientras tocaba con vergüenza la cola de mi novia.

El padre le ordenó que se desnudara y Marcela hizo lo propio y se tendió en el colchon. El pibe se acostó a un costado y comenzaron a besarse y tocarse por todos lados. El viejo volvió a sacarse los pantalones y yo hice lo mismo. Mirabamos la escena parados al costado.

– Que puta es su mujer, mire como le gusta la pija de mi hijo, me decía el viejo. Tenía razón Marcela se la tragaba con todas las ganas, y el viejo cada tanto le metía un dedo en el culo enloqueciendola cada vez más.

– Mire como se traga el dedo, que buen culo abierto, seguiá diciendome el viejo.

– Vení nena, chupamela a mi, mientra mi hijo te abre mas ese culito.

Automaticamente Marcela se incorporó, se puso en cuatro, paro la colita y se metió la pija del viejo en la boca, mientras el hijo se puso detrás y la ensartó hasta el fondo. No les puedo explicar como gritaba y se movía. Estaba que reventaba de la calentura. Pedía más y más. El viejo la insultaba, le decia puta, perra, culo abierto y ella se ponía mas a full. Estuvieron asi largo rato, donde ella habrá acabado por lo menos 5 veces, hasta que el hijo le lleno todo el culo de leche y al segundo el viejo le hizo tragar toda su esperma.

Marcela quedo tendida en la cama reventada.

Yo supe a partir de ahí que mi novia no iba a cambiar más.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

Relato erótico “Seducida por los primos de mi novio 3” (POR CARLOS LÓPEZ)

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Resumen de la primera y segunda parte…
A falta sólo de 3 meses para su boda, Marta es emborrachada y seducida por dos primos mayores de su novio Santi. Afectada por la bebida, y en presencia de su novio ya inconsciente por el alcohol, fue follada por ellos el asiento trasero del coche. Unas semanas después, cuando ya pensaba que el episodio estaba olvidado, los primos de Santi se las ingeniaron para volver a quedar todos juntos para cenar. Justo antes de la cena, el primo Tom ya había hecho una visita en solitario a su casa y la había seducido una vez más.
Tercera parte:
Marta estaba nerviosa y excitada. Una vez más, Tom, el primo de su prometido había dispuesto de su cuerpo con total libertad y ella, no podía negarlo, había disfrutado enormemente. Al bajar al coche, les esperaban enfadados Carlos y Santi. Marta, al llegar, evitó besar a Santi en la boca ya que Tom se había corrido en ella. Carlos se dio cuenta y guiñó un ojo con complicidad a Tom, que la sonrió confirmándolo. Fue un medio beso en la comisura de los labios. Marta se sentía como una puta. Sus expectativas de ser una chica buena esa noche se habían desmoronado. Aún así, se sentía excitadísima y la noche sólo había empezado.
Tom no la había permitido llegar al orgasmo, y ella seguía muy excitada. Incluso temía manchar el vestido al sentarse y se sentó en el asiento trasero del todoterreno extendiendo la falda sin que Santi, que se sentaba delante de ella, lo apreciase. Por su parte, Tom, ya relajado, se puso a hablar con los chicos de cosas intranscendentes. El restaurante no estaba muy lejos. Llegaban tarde. Un camarero les dirigió a la mesa que tenían reservada, indicándoles que había tenido que cambiar su mesa por otra más alejada pues una parte de las mesas las retiraban para dejar espacio para la pista de baile.
Marta se sentía nerviosa. Sabía que la noche aún le depararía algunas sorpresas. Para empezar y, mientras se dirigían en fila hacia la mesa, Carlos le había rozado su cadera a la vez que susurrado al oído “mira tu teléfono móvil que quizá recibas órdenes, Martita”. Ella no pudo reprimir un pequeño escalofrío. Les había tocado la mesa más cercana a la pared. La más alejada de la pista, y en una zona donde ya había un ambiente bastante oscuro. Marta quedó sentada frente a Santi, con Carlos y Tom uno a cada lado. Pidieron una ronda de cervezas y eligieron rápidamente el menú. Era tarde y tenían que terminar antes del comienzo del espectáculo de baile.
Los chicos se pusieron a hablar de sus cosas… fútbol, coches, etc, dejándola a ella fuera de la conversación. La daba un poco de rabia. Después de lo ocurrido en la casa, se sentía plena, guapa, excitada… ya había asumido la situación de que esta noche la harían alguna travesura y estaba nerviosa porque empezase. Pero pasaban los minutos y no la hacían caso. Llegaron sus platos y seguían sin hacerla caso. Juguetona se quitó el zapato y decidió rozar con su pie la pierna que ella intuía que era la de Tom, que siguió sin hacerla caso. Sintió que Santi la miraba fíjamente y por un segundo pensó que la había pillado en algo raro. La dio un vuelco el corazón. Entonces Tom se levantó y ella se dio cuenta de que se había equivocado de dueño de pierna… “uffff es la de Santi… menos mal” pensó. De todas formas retiró el pie, no era con su futuro marido con el que quería “jugar”… al menos esta noche…
 Unos minutos después, fue Santi el que dijo “voy un momento al baño antes de que empiece esto… no sea que luego no se pueda”. Marta, espero el tiempo justo de que su prometido se alejase dos metros, y reprochó a los primos:
–         Jo, no sé para qué queriáis que me vistiera tan guapa. No me estáis haciendo ni caso…
–         Jajaja ¿Cómo que no te hacemos caso? ¿Qué quieres que te hagamos? –dijo Tom-
–         No sé… jugar un poco… -dijo Marta sin atreverse a mirarles directo a los ojos-
–         Pero Marta, eres la novia de Santi… ¡casi nuestra prima! Jajaja –dijo Carlos vacilándola-
–         Jooo
–         ¿Qué pasa? ¿estás excitada?
–         …
–         ¿No contestas ahora?
–         No hace falta preguntar cosas –dijo Marta-
–         ¿quieres jugar Martita? –dijo Carlos-
–         No, si no quiere hablar… no va a contestar –dijo Tom, y añadió mirando a Marta a los ojos- Marta, no hables, pero si quieres jugar quítate las bragas ahora mismo…
–         Jo, no me hagáis esto…
–         No quiere jugar –dijo Carlos a Tom- La mujer del primo exhibe una conducta intachable… ¡muy bien Marta!
La mente de la chica trabajaba vertiginosamente. Por un lado estaba loca por comenzar el juego. Por otro le daba un vértigo. Lo deseaba, pero sabía que no debía. Nunca se habría imaginado estar en una situación así. Estaba excitada al máximo. Sabía que tenía muy poco tiempo antes de que Santi volviese del baño y, sin saber muy bien por qué, hizo la maniobra morbosa más atrevida de su vida. Esperó a que el camarero mirase a otro lado, se levantó levemente un segundo sin atreverse levantar la mirada, y levantando discreta su falda extrajo su prenda íntima. El precioso tanga blanco de seda con un corazón bordado dejó de estar en contacto con su intimidad, y un escalofrío recorrió su cuerpo. El corazón la latía a 200 por hora. Mientras nerviosamente abría su bolso para guardar la prenda. El camarero la miraba ahora con la boca abierta. La había pillado haciéndolo.
–         Dámelo –ordenó Tom-
–         No… -Marta dudó-
–         Vamos –insistió Tom extendiendo la mano, y ella tímidamente cedió y la entrego la prenda oculta en su puño-
–         Esto está empapado Martita –dijo Tom con crueldad-
–         ¿a ver? –pidió Carlos-
Tom entregó sin el menor reparo la prenda de la chica a su hermano. El rostro de ella estaba rojo de vergüenza. No entendía lo que la pasaba. No entendía cómo podía sentirse tan excitada por ser manipulada por los dos chicos, pero lo estaba. Carlos la miraba a los ojos diverdido, mientras entre sus dedos manoseaba el húmedo tejido. Ella no podía sostenerle la mirada. Santi estaba llegando y ella, prácticamente, temblaba.
–         Esto del baile va a empezar ahora… están retirando ya algunas mesas y hay una pareja de bailarines profesionales a punto de salir –dijo Santi al regresar del aseo-
–         Venga pues id terminando la comida –dijo Tom-
–         Yo ya he terminado -dijo Marta- no quiero más que luego no cabré en el vestido de novia…
Lo cierto es que ella tenía un nudo en el estómago y no podía comer nada más. El espectáculo de baile estaba a puntito de empezar, y un “speaker” se puso a presentarlo con un micrófono. Los camareros recogían los platos con rapidez. El suyo la miró descaradamente con una sonrisa extraña. Las luces se fueron apagando y sólo dejaron un haz apuntando a la pista, donde salió una pareja. La chica iba vestida en plan mujer fatal, con falda corta con aberturas laterales que permitían ver el encaje de las medias. Empezaron bailando un tango, con unos movimientos precisos y provocativos…
–         Podriáis abrir el baile de la boda con algo así –dijo Tom-
–         Jaja no des ideas que Marta quiere hacer algo “distinto”, y yo odio bailar –respondió Santi-
–         Seguro que cuando haga el primer baile de la boda se vuelve a la barra del bar… si ya le conozco yo –dijo Marta con una leve amargura-
–         No te preocupes Marta, que allí estaremos nosotros por si te hacemos falta… para algo estamos los primos de tu novio, ya nos conoces ¿no? –dijo Tom guiñando el ojo provocador-
–         Jaja ni que fuera un sacrificio bailar conmigo… -dijo ella restaurando la cordura-
Para ver mejor el espectáculo, Santi había dado la vuelta a su silla:
–         Siento daros la espalda, pero quiero ver bien la falda de la bailarina jaja –dijo divertido-
–         Vale, pues nosotros cuidaremos de Marta mientras tanto –respondió Carlos siguiendo su broma-
–         Jaja mi niña sabe cuidarse sola… dijo Santi mirando hacia atrás y guiñando el ojo a su prometida-
Marta le miró con ternura. Carlos, dejó pasar un minuto, y decidió que era el momento de actuar: sutilmente comenzó a pasar el dorso de sus dedos recorriendo la curva del pecho de Marta sobre la ropa. Marta le miró inquieta, y más aún cuando sacó de su bolsillo y puso sobre la mesa las braguitas de la chica hechas una bola. Eso la dejó alarmada. Pero Carlos hablaba y bromeaba como si nada pasase, retirando su mano de ella o volviendo a recorrer las curvas de la futura esposa de su primo con completa impunidad. Santi, inocente, no se enteraba de nada y hacía comentarios divertidos de los bailarines, secundado por Tom y Carlos. Marta no podía hablar. Estaba alucinada y excitada. Su cuerpo la había traicionado y sus pezones se marcaban clarmente a través de su fino sujetador de seda. Una vez más, los primos habían conseguido crear una situación en la que su mente luchaba entre lo correcto y lo emocionante. De todas formas, ellos tampoco la daban opciones: hacían con ella lo que querían y ahora la estaban metiendo mano impúdicamente a menos de un metro de la espalda de su novio.
La situación era morbosísima. Lo que pasaba sólo podía ser visto desde las mesas adyacentes, pero estaban centradas en el espectáculo. Además, el local estaba muy oscuro ya. Si Santi se diera la vuelta de repente, podría pillar a sus admirados primos, uno a cada lado de su prometida, rozando el bonito pecho de ella, que no hacía nada por evitarlo. Pero Santi no se iba a dar la vuelta. Marta se sentía completamente ruborizada, y no podía evitar tenía la mirada baja.
Con gran alivio para Marta, salió el presentador y anunció que “… y ahora TODOS A BAILAAAAR”. La gente se levantó y se dirigió a la pista. La chica, en un gesto rápido, quiso recuperar su prenda íntima que estaba sobre la mesa, pero Tom fue más rápido y la cogió antes, guardando la prenda en su bolsillo. Tom era muy alto, pero no por eso torpe. Ella le miró suplicante pero la ignoró. Al levantar su mirada, Marta vio al camarero mirándola fijamente con una sonrisa irónica ¿se habría dado cuenta de lo sucedido? ¿también de esto? Ufff, tal como la miraba seguro que sí… era una mirada extraña. Un hombre feo, mulato, pero con unos ojos penetrantes y claros… bueno, pensó, “no le voy a ver en mi vida”.
Carlos aún no se había levantado. Sorprendentemente se mostraba cansado y decía que había mucha gente en la pista y en la barra. Que lo mejor sería no quedarse a bailar y sólo tomar una copa en otro sitio, y marchar a dormir al hotel… Marta, de repente, se sintió muy disgustada. Se estaba dando cuenta de que estaba metida en su papel de chica mala y no deseaba para nada acabar ya la noche. Santi, como siempre, era más complaciente con sus primos:
–         Como queráis. Podriamos tomar una copa aquí al lado que hay un pub –dijo dispuesto a plegarse a sus primos y más si ello conllevaba evitar el baile-
–         Venga pues vamos a ese pub –dijo Carlos-
–         ¡Ah no, ni hablar! Me habéis prometido bailar, me habéis hecho venir guapa y ahora quiero bailar -saltó Marta enfadada-
–         Jajaja así me gusta, aún no te has casado con ella y ya surgen las discrepancias en el “matrimonio” –apuntó irónico Carlos-
–         No, discrepancias no… me habiáis prometido que veniamos a bailar –dijo ella lastimera-
–         Ummm y a tu edad… ¿todavía te crees las promesas de los tíos? “tú sigue que yo te aviso” o “sólo la puntita” –bromeó Carlos de nuevo que se estaba comportando como un imbécil-
–         Jajajajajajajajajajajaja -saltaron los otros-
–         ¡Sois unos cabrones! –dijo ella algo cabreada, era la segunda vez de la noche que la hacían esa broma-
–         No te enfades anda, pero es que no me apetece nada bailar hoy –dijo Carlos-
–         Sí me enfado… luego nos tomamos una copa donde queráis, pero antes tenéis que bailar todos conmigo al menos una vez
–         No seas pesada anda, que en la boda te vas a hinchar a bailar…  -Dijo Santi poniéndose del lado de su primo Carlos.-
Marta estaba indignada. Santi no lo sabía, pero ella sí sabía que el propio Carlos había estado jugando con ella segundos antes, calentándola, y ahora la enfadaba que ya no quisiesen ni siquiera bailar. La cara de ella debía delatarla. Como siempre, Tom intervino para resolver el conflicto. Siempre lo hacía. No sabía si es por la gran estatura de Tom o por la completa seguridad con la la que hablaba, pero irradiaba mando y todos le acababan haciendo caso.
–         Venga, vamos a hacer una cosa: Vosotros os vais al pub de aquí al lado –dijo a Carlos y Santi- y yo me quedo bailando con la supernovia ¿vale? En media hora vamos para allí y todo arreglado.
–         Ok -dijo Santi-
–         Ya no sé si quiero bailar –dijo Marta enfadada-
Pero las dotes de persuasión de Tom hicieron el resto y, en menos de 5 minutos, ya estaban bailando en la pista. Tom lo hacía muy bien, y ella le seguía forzando algún roce no estrictamente necesario.
–         Ummm no podía perder la ocasión de bailar con una chica tan guapa… y sin ropa interior
–         Jo, no seas malo. Siempre jugáis conmigo –dijo ella algo ruborizada-
–         Como no te gusta… –dijo él irónico-
–         ¡Sí me gusta! Pero no está bien
–         ¿quieres bailar o quieres que vayamos ya al pub?
–         Bailar –dijo con voz de niña-
–         Bueno, pues relájate…
Tom bailaba muy bien. No había aprendido en ningún sitio, pero tenía esa habilidad natural. Marta le seguía tratando de concentrarse y no dar pasos equivocados. También había practicado cuando había podido preparando la boda. Ahora el ambiente era agradable. Más calmado en todos los sentidos. Un lugar para bailes clásicos y gente bien. Tom la hablaba al oido… cosas tontas como:
–         Mira, esa señora se parece a mi loro “Curro”
–         Jaja qué tonto eres…
–         Es que tú no conoces a Curro pero se parece –insitía él- claro que su marido no para de mirarte el culo…
–         Joder, es que lo tengo un poco grande… muy redondo y salido. ¡ojalá lo tuviera más plano! –dijo ella-
–         ¿Pero qué dices? Si más bonito no puede ser –contestó Tom mientras bajaba una de sus manazas a la curva del culo de ella, justo al punto donde si siguiese estaría mal visto-
–         ¿De verdad? Dime la verdad Tom… ¿qué te parece mi culo? Pero se sincero…
–         Vale, sincero. De tu culo pienso que en cuanto pueda te lo voy a utilizar –dijo él a su oido- es un culo perfecto para tocarlo, amasarlo, rozarlo, sentirlo apretado y caliente… y si sigues diciendo que es feo te llevo al baño a darte unos cuantos azotes… pero fuertes.
–         Ummm fuertes… qué ricos jaja –dijo ella siguiendo la broma. Estaba contenta por el comentario y algo ruborizada al pensar en los azotes-
–         Pues te sigue mirando el culo, jeje, seguro que es porque antes te ha pillado quitándote las bragas en la mesa… si es que eres lo peor, y todo para provocarnos jaja –bromeaba él- claro, ahora como sabe que vas sin ellas, está frenético.
–         Jajaja ¡no creo que sea por eso! No es él el que lo sabe jaja –dijo divertida- El que lo sabe es el camarero…
–         ¿Qué camarero? –preguntó Tom que se activó de repente-
–         El de antes… ese que también nos mira  -dijo tratando de ser discreta, pero Tom dirigió su mirada hacia él de forma descarada, era un tipo curioso: unos 40 años, mulato muy claro, impecablemente vestido con camisa blanca y pajarita, debía ser dominicano o similar, muy flaco y feo, el pelo corto y rizado le nacía en la parte alta de la frente, y estaba bastante picado de viruela… sin embargo, sus ojos eran penetrantes, almendrados y de un color verde impresionante-
–         ¿Ese te ha pillado? Jajajaja –Los ojos de Tom brillaban ahora con morbo- Vamos a provocarle…
Y sin hacer caso a las protestas de la chica, Tom fue dirigiendola poco a poco, con pasos precisos de baile, hacia la zona que atendía el camarero en cuestión. Ella se resistía pero seguía bailando protestando ligeramente, y Tom la llevaba mucho más apretada a su cuerpo. Pese a ello, el rostro de él era tranquilo, mientras que en ella se podía apreciar un cierto nerviosismo. Marta podía sentir el sólido cuerpo de él sobre sus pechos y eso, no podía evitarlo, la producía un hormigueo en su cuerpo. Tom sabía cómo moverse, cómo actuar, con determinación y cariño. Después de unos minutos, ya no tenía que obligar a Marta a bailar así de pegada, y era ella quien mantenía el contacto suave sobre el primo de su novio, con movimientos disimulados. Los pezones de la chica estaban incrustados en la tela del sujetador. Ella no quería pensar en lo que la estaba pasando. No podía entenderlo, pero Tom sabía como encenderla. Su control de la situación, su constante combinación de actos elgantes y educados, con otros “sucios”, conseguían tenerla de nuevo completamente derretida.
No conforme con ello, acentuaba el estado de excitación de la chica con caricias firmes de las yemas de sus dedos en la espalda de ella, el roce de sus labios en su cuello y oido, y el susurro de suaves palabras directamente allí. La decía cosas del estilo “hoy vamos a hacer una pequeña locura ¿quieres?”…  “lo que pase, sólo lo vamos a saber tú y yo” … “hoy sí que va a ser tu despedida de soltera”…  Marta no contestaba. Solamente bailaba muy muy pegada a Tom y se dejaba llevar a donde él quisiera. Y él, hacía que su baile fuese directamente frente a la mirada clara y directa del camarero mulato desde detrás de la barra. Ella, cuando sentía su mirada penetrante, simplemente cerraba los ojos y se aferraba más a Tom.
–         Estás muy caliente. Vamos a ver hasta donde. –dijo según se aproximaban hacia la barra donde el camarero trabajaba-
–         ¿Qué vas a hacer? –preguntó Marta temerosa-
–         Nada… lo de siempre… jugar, pero sólo hasta donde tú quieras, te lo prometo –dijo Tom tranquilizador-
–         ¿Qué les pongo señores? –dijo él hombre-
–         Nada de beber ¿tienen ustedes algún sitio tranquilo para hablar? –dijo Tom mientras deslizaba por la barra un billete de 50 tapado por su gran mano-
Marta simplemente no quería pensar lo que la esperaba. Sabía que Tom maquinaba algo, pero se sentía excitada y arrastrada por la personalidad tranquila y arrolladora de él. Curiosamente, el camarero tomó las palabras de Tom con la mayor naturalidad del mundo, y entrando por un pasillo, les guió a una puerta metálica rotulada con la palabra “Almacén” y, abriéndola ágilmente con una llave, encendió la luz y dijo “pasen señores”.
Los fluorescentes parpadearon y mostraron un lugar sencillo y limpio. Paredes blancas cubiertas por pilas de cajas de bebidas a distintas alturas y, en el centro de la habitación, una mesa alargada metálica con algunos taburetes bajos donde se podían preparar algunas cosas. Si no tuviera varios metros de larga, parecería la mesa de un quirófano. El hombre cerró la puerta y dijo:
–         ¿Se les ofrece algo más, señores?
–         ¿Te gusta la chica? Dijo Tom mostrándola del brazo sin más preámbulos mientras Marta mantenía la mirada hacia abajo-
–         Claro señor… es guapa la pendeja…  ¿su esposa? –no parecía extrañado por la situación-
–         No, digamos que va a ser mi cuñada… ¿la quieres ver bien?
–         No, por favor… -dijo Marta en un momento de lucidez y con voz casi inaudible-
–         ¿Quieres que nos vayamos, Marta? –preguntó Tom directamente, pero la chica no contestó-
Entonces, puso su gran manaza en el pelo recogido en coleta de la chica y la acercó hacia sí, boca contra boca, dándola un beso intenso. Incompresnsiblemente tierno y salvaje a la vez, y al que Marta correspondía con los ojos cerrados ignorando la presencia del camarero. La otra mano de Tom fue al pecho de la chica, acariciándolo sobre la tela con la misma ternura e intensidad que el beso. Entonces, la mano que tenía en la nuca de la chica la tomó con firmeza del pelo, orientando un poco hacia arriba la cabeza de la chica, a la vez que la lengua de él recorría impunemente todos los rincones de su boca, y pasaba a su cuello para volver a su boca. La mano que estaba en el pecho de ella bajaba recorriendo despacito el cuerpo de la chica como si la tomase medidas para una escultura: las costillas, el abdomen, pasando al culo o a sus piernas, para meterse debajo de su vestido y levantarla impúdicamente la falda hasta permitir al extraño camarero una visión directa de su coñito desprovisto de ropa interior.
En ese momento Tom dijo “Abre los ojos Marta” y pudo observar como el extraño camarero tenía un enorme bulto en su pantalón, y con la mano lo masajeaba sobre la tela, mientras su mirada lasciva estaba clavada en el coño de ella. Tom continuaba acariciándo su piel en el entorno, hasta que con un hábil gesto su mano acabó por cubrir el sexo de la chica presionando uniformemente. Marta no pudo evitar un gemido de placer.
Tom separó su boca del cuello de la chica y dijo al hombre tendiéndole un nuevo billete de 50:
–         Ya es suficiente. Déjenos un cubo de hielos.
–         Como mande señor –dijo el camarero servilmente mientras recogía el billete tendido por Tom-
Tom, cuidadosamente, hizo sentarse a Marta sobre la mesa metálica. Tratándola como a una princesa para, a continuación, súbitamente cambiar su actitud y empujarla hacia abajo hasta que ella quedó tendida boca arriba sobre la mesa, mientras imitaba la voz del camarero:
–         Vamos… pendeja… ya sabías a lo que venías, así que cómela mamasita.
–         Jajaj……. –la hizo gracia que Tom simulase la voz del camarero”
Sin embargo, Marta no pudo reirse más, porque Tom la tapó la boca con una mano, mientras con la otra desabrochaba bruscamente la cremallera de su pantalón y sacaba su polla en un generoso estado de excitación. A continuación metió su polla en la boca de la chica y volvió al acento caribeño: “dale duro mamita… demuestra lo que sabes o vuelvo a llamar a mi compadre…”. Marta, divertida y excitada, movía sus labios sobre la enorme barra de Tom con más ánimo que habilidad, pasando su lengua longitudinalmente y entreteniéndose en la puntita. Sentía como la rigidez de ésta iba en aumento. Él continuaba representando el papel de camarero mulato “Así, pendeja, ya sabía yo que esto te gusta… ¿eh zorrita?”, y apretaba los pezones de la chica entre sus dedos, tirando de ellos sin su delicadeza habitual. Por una extraña razón, cuanto más brusco era él, más caliente se sentía la chica, que lascivamente trataba de que la enorme polla la entrase completa en la boca.
Entonces Tom dio una vuelta de tuerca más a la situación y tomando ambas manos de Marta las sujetó con una suya sobre la cabeza de la chica. Ésta, tumbada boca arriba en la mesa metálica del almacén, estaba completamente a merced del primo de su prometido, caliente como el fuego…  y se iba a casar en menos de 3 semanas!
–         Así que esta novia está caliente? –dijo Tom malvado- pues yo tengo la solución…
Marta mientras tanto, chupaba sin manos la polla de Tom. Torpemente. Y él, estiró el otro brazo, y tomó el cubo de hielo que el extraño camarero había dejado para él. Con la piedra de hielo más grande que encontró, cilíndrica, casi del tamaño del interior de un vaso de tubo, se puso a pintar sobre el cuello de la chica. Marta solo podía gemir. Tom sacó su polla de la boca de la chica y le pasó el hielo por los labios como si fuera un pintalabios. Ella pasaba la lengua por el hielo como si siguiese chupando una polla, cosa que Tom aprovechó para continuar su ataque “Ummm Martita, eso no es mi polla y lo chupas igual… quizá no teníamos que haber echado al mulato jajaja”. Ella cerraba los ojos por vergüenza. Si no tuviera las manos sujetadas por la de Tom le habría pegado con el puño en el pecho. Pero estaba completamente inmovilizada y se dejaba hacer.
Tom era habilidoso también con el hielo. Lo pasaba por el escote de la chica… y bajaba hacia los pezones de ella mojando la tela q los cubría. Los pezones estaban duros como el propio hielo, y destacaban orgullosos como nunca. Luego bajaba el hielo hacia el abdomen, jugando con las costillas de la chica, y recorría paciente las ingles, la línea de sus braguitas que no tenía, o bien depositaba el hielo unos segundos en el ombligo de ella. Marta estiraba las piernas luchando contra la sensación, y a la vez deseando con todas sus fuerzas qué el gigante Tom siguiera hacia abajo. Que la usara. Que la follara. Que la poseyera como si fuera completamente de su propiedad. No podía evitarlo, era completamente de su propiedad.
Él ahora hacía círculos con el hielo alrededor de clítoris de la chica provocándola continuos escalofríos de placer. Cuando notaba que el orgasmo de la chica iba a llegar, paraba en su movimiento y se iba a recorrer otra zona… los suaves muslos de la chica, o subía de nuevo por la piel de seda de su costado a rodear sus pechos, camino del cuello y la cara.
–         Eres un cabrón ¿te lo han dicho? –acertaba a decir Marta-
Mientras Tom aún estuvo unos minutos jugando con ella. Después, soltó una mano de la chica y se la dirigió a su propio coño, instándola a masturbarse para él. El vestido marinero suelto estaba ya completamente levantado y húmedo. Así, tumbada boca arriba, casi se le subía hasta el bonito sujetador blanco de seda, que ahora estaba mojado por él hielo. Él se recreaba mirándo su suave piel. También jugando con el ombligo de la chica. Marta, agradecida y obediente, seguía las órdenes de Tom y se tocaba como si no hubiera nadie delante y estuviera en la intimidad. Estaba a punto de correrse y quería de nuevo la polla de Tom en ella. Hizo ademán de cambiar de posición, pero la manaza de Tom en su pecho se lo impidió, manteniéndola tumbada boca arriba en la mesa metálica
–         Aún no he terminado contigo… -dijo él-
–         Por favor
–         ¿Qué quieres Marta?
–         Fóllameee
–         Repítelo
–         Fóllameeee
–         No te oigo, repítelo
–         Fóllameeee por favor –dijo casi gritando-
–         Luego no digas que no querías eh…
–         Fóllame, fóllame, fóllame, fóllame…. por favorrrrr
–         Dime que eres Marta
–         Soy tu puta, tu guarra, tu zorra… para que me hagas lo que quieras… soy toda tuya… pero por favor fóllame ahora por favor…
La excitación hablaba por la boca de la chica mientras Tom, que había puesto las piernas de ella sobre sus hombros, situaba cuidadosamente su glande entre los labios vaginales de ella, friccionándolos de arriba abajo. Con movimientos suaves y sucesivos fue metíendo su erguido miembro cada vez más profundo en las entrañas de la novia de su primo Santi que gritaba “AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH” “AAAAAAAHHHHHHHHH”. Una vez estuvo clavada hasta el fondo detuvo su movimiento y preguntó:
–         ¿Esto era lo que querías?
–         Síiii
–         ¿Del primo de tu novio?
–         Síiiiii…
–         ¿Para esto querías venir a bailar?
–         Síiiiiiii para esto! Sigue por favor… -rogaba a Tom fuera de sí-
Después de oir eso, la actitud de Tom volvió a cambiar. Empezó a follarla con intensidad. Metódicamente, entraba en el cuerpo de la chica una y otra vez. Cada cosa que hacía era respondida por la chica con gemidos de excitación. Momentos después puso una de sus manos en la cara de ella. La acariciaba dulcemente para, de cuando en cuando, cambiar su papel y meterla varios dedos en la boca, o la darla pequeñas y crueles palmadas en su mejilla. A Marta todo parecía gustale.
La pidió que se tocase el clítoris para él, mientras la contemplaba con una mirada mezcla de perversión y cariño. Estaba tomando cariño a esta preciosa muñeca. Joder. En eso pensaba cuando ella empezó a contraerse y a gritar AAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH MADRE MÍA… MADRE MÍA… ¿QUÉ ME HAS HECHO CABRÓN?   AAAAAHHHHHHHHH…. Ella misma se tapó la boca mientras Tom veía todo su cuerpo convulsionándose en espasmos distanciados varios segundos…Un orgasmo largo que Tom la dejó disfrutar penetrándola lentamente para, cuando ella estaba ya relajándose, empezar unas brutales embestidas sobre el frágil cuerpo de la chica que comenzó a gritar otra vez AAAAAAAAAAHHHHHHHHH.
Justo antes de correrse, Tom sacó su polla y la cubrió con su manaza, depositando su semen ardiendo sobre el abdomen de la novia de su primo. En ese momento había algo más que sexo en las miradas.
Tardaron algunos minutos en recuperarse. Tom, de nuevo, se dio el gusto de ver arreglarse a la chica en aquel almacén que a partir de ahora ambos mantendrían en su memoria. La chica era preciosa. La hizo una concesión más: al salir a la pista bailaron una pieza y, tomados de la mano salieron del bar a buscar a Carlos y a Santi.
No terminaron aquí los episodios, pero eso lo contaré en la siguiente entrega. El día de la boda 😉
Muchas gracias por leer hasta aquí, por vuestros votos y comentarios. También por los correos.
Carlos

Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (3)” (POR ALFASCORPII)

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Mi cuñada, mi alumna, mi amante (3)

– Uffff, ¡qué dura se te ha vuelto a poner!- exclamó mi cuñada apagando el cigarrillo.

– Eres tú quien me pone la polla así de dura. ¡Quítate las botas, que te voy a follar como te mereces!.

Estaba tan excitado de nuevo, y tenía tantas ganas de darle su merecido, que decidí recuperar mi autoridad y demostrar que, a pesar de su seguridad en sí misma, y de haberme dejado llevar por sus encantos, quien tenía el control era yo. Yo aún seguía siendo 10 años mayor que ella, cuando ella aún jugaba con sus muñecas, yo ya me follaba a su hermana, además, yo era su experimentado profesor, ¿y acaso no era yo el protagonista de sus fantasías sexuales, y era ella quien había venido a mí?.

Mi tono autoritario la cogió por sorpresa y la excitó sobremanera, así que rápidamente desabrochó las cremalleras de las botas y se descalzó quedándose totalmente desnuda y de pie delante de mi.

Le di un azote en el culo que le hizo proferir un “¡au!” cargado de excitación.

– Venga, vamos a la habitación, que voy follarte en la misma cama que me follo a tu hermana.

Patty emitió una breve “¡ah!” mezcla entre asentimiento y satisfacción y se dirigió a la habitación de matrimonio que mi mujer ya le había mostrado. Yo seguí tras de ella observando su lindo culito menearse con una pequeña marca roja en el lugar donde le había dado el azote.

Cuando llegamos al dormitorio, la cogí con fuerza de la cintura y le metí la lengua hasta la garganta. Ella me respondió con ardor jugueteando con su lengua en mi boca y devorando mis labios con los suyos. La empujé sobre la cama, y con la polla bien dura observé su maravilloso cuerpo desnudo mientras sus ojos cargados de deseo me pedían que la penetrase.

– ¿Te apetece?- le pregunté.

– Sí…

Acaricié sus pechos y me los comí con ganas, succionando las dos tetas y mordisqueando ligeramente sus pezones mientras ella me alentaba con juguetones gruñidos. Terminé de colocarme sobre ella, y con un seco golpe de cadera le ensarté toda mi verga en su coño hasta que hizo tope.

– ¡Aaaaaaaah!- gritó ella con la embestida.

– Eso es- le susurré al oído-, grita cuñadita, porque voy follarte como nunca te han follado. Te voy a clavar la polla una y otra vez hasta el fondo.

– Sssí, clávamela mássss, por favor.

No necesitaba que me lo pidiese, era lo que más deseaba en el mundo en ese momento. Se la saqué entera y volví a clavársela con fuerza hasta que mis caderas chocaron con las suyas.

– ¡Aaaaaaahhhh!- volvió a gritar-, ¡cómo me clavas tu polla!.

Empecé a bombear su cálido y chorreante coño con fuertes embestidas que ella acompañaba con gemidos entrecortados. Es asombroso cómo su vagina está hecha para abrazar todo mi falo, para masajearlo con maravillosas contracciones, para engullirlo en toda su longitud.

Patty estaba tan cachonda que no tardó en correrse levantando todo su cuerpo con un largo “¡Sssííííííííííííííííííí!”. Pero a pesar del gustazo que me estaba dando, mi resistencia había aumentado en gran medida por las dos corridas anteriores, así que estando aún muy lejos de correrme, le saqué la verga, me tumbé a su lado, y le dije:

– Ahora cabalga sobre mi polla.

Con las mejillas ruborizadas por el orgasmo que acababa de tener, y con la respiración aún entrecortada, mi cuñada obedeció sin rechistar. Se incorporó, puso las rodillas a ambos lados de mis caderas y sujetando mi falo con una mano situó su coño sobre la punta. Lentamente fue dejándose caer introduciéndose el glande, pero yo no la dejé. La agarré con fuerza por el culo y tiré de ella elevando mi cadera a la vez.

– ¡Ooooooohhhh!- gritó cuando se sintió ensartada apoyando sus manos sobre mi pecho.

– Vamos, cabalga mi polla como una puta.

Mi cuñada empezó a mover sus caderas con el ritmo que le marcaban mis manos atenazando su culo, dándome un maravilloso placer que se intensificó cuando se incorporó quedando su cuerpo perpendicular al mío. Toda mi verga estaba dentro de ella y era succionada por los potentes músculos de su vagina. En esa posición comenzó a dar botes sobre mi polla, emitiendo un gritito con cada bote. Yo acompañaba sus saltos con empujones de mi cadera que le incrustaban mi falo una y otra vez. Sus tetas se balanceaban con cada cabalgada ofreciéndome una imagen deliciosa, así que mis manos subieron por sus caderas, recorrieron su cintura y terminaron sobre esas redondas montañas para amasarlas con fuerza.

Qué deliciosa sensación sentía recorriéndome todo el cuerpo, y qué imagen tan esplendorosa era ella cabalgando loca de placer sobre mí, revolviéndose el pelo con las manos y gritando con cada embestida.

Varias veces sentí que estaba a punto de correrme, pero el orgasmo aún no llegaba. Fue Patty quien volvió a correrse de nuevo. Dio un último empujón de su cadera para clavarse mi polla a fondo, su espalda se arqueó y sus brazos se echaron hacia atrás para poder sujetarse agarrándome por los tobillos, y con la cara vuelta hacia el techo profirió un sonoro “¡Sííííííííííííííííííííí!. Inmediatamente cayó rendida y casi sin aliento sobre mi pecho.

– ¡Joder!- exclamó-, ¡qué polvazo!.

– Es lo que venías buscando, ¿no?- le pregunté mirándole directamente a sus fascinantes ojos aguamarina.

– ¡Joder, que sí!. Ni en mis mejores fantasías lo había imaginado tan bueno, pero no he sentido tu corrida quemándome por dentro, y aún tengo tu polla durísima dentro de mí. ¿Tú aún no te has corrido?.

– Ah, preciosa, aún tengo más aguante.

– Ufffff, habrá que ponerle solución- sentenció descabalgándome.

Mi polla emergió de su coño brillante y embadurnada de fluido vaginal, colorada y más erecta que el asta de la bandera. Mi cuñada la cogió por la base y deslizándola entre sus labios se la metió en la boca sin dudarlo. Comenzó a darme una lenta chupada como ya hiciera la vez anterior; yo encantado entrelacé mis manos bajo mi cabeza y me entregué a la maravillosa sensación.

Tras tres profundas chupadas se sacó la polla de la boca y dijo:

– Uummmm, sabe a los juguitos de mi coño.

La miré y sonreí, y acto seguido observé cómo volvía a engullir mi rabo con glotonería. Me quedé observando maravillado por su destreza, pero algo llamó poderosamente mi atención. Por la postura en la que mi cuñada estaba comiéndome la polla, pude contemplar cómo su espalda describía una curva para finalizar en alto en su culito con forma de corazón. Deseé su culo con todas mis fuerzas, y caí en la cuenta de que ella había vuelto a recuperar el control de la situación, un control que yo no estaba dispuesto a otorgarle en ese momento a pesar de sus dotes de felatriz.

Le saqué la polla de la boca, y ella se me quedó mirando con los ojos abiertos de par en par y con sus labios húmedos formando una “o”.

– Déjalo- le dije.

– ¿Es que no te gusta?- me preguntó seriamente contrariada.

– Me encanta, Patty- le respondí cogiendo su cara por la barbilla-, pero quiero tu culo. Quiero follarte por tu maravilloso culo. ¿Es que nunca te lo han follado?.

– Nunca he llegado con ningún tío a eso, pero…

– ¿Pero?.

Una pícara sonrisa se dibujó en sus labios.

– No sabes cuántas veces me he metido un consolador por el culo imaginando que era tu polla la que me penetraba.

– Entonces voy a cumplir tu fantasía y te voy a meter la polla por el culo.

– ¿Lo has hecho alguna vez antes?. ¿Te follas a mi hermana por el culo?.

– No, nunca lo he hecho, ella no se deja porque dice que le va a doler y le da miedo, así que ahora quiero follarme por el culo a su linda hermanita.

– Mmmmm, pero que estrecha es mi hermana. No sabe lo que se pierde. Mi culito es todo tuyo, pero lubrícalo bien.

Se tumbó boca abajo y me ofreció su culo sin dudarlo más. Es tan apetecible que comencé mordisqueándoselo. Separé las dos nalgas e introduje mi lengua por su raja para lamérsela entera, ella rió complacida. Mientras exploraba la raja mis dedos comenzaron a acariciar su coño, que volvió a responder a mis caricias manando sus deliciosos jugos. Mi lengua encontró el agujerito de su ano, estaba muy suave y salado, todavía cerrado. Con movimientos circulares de mi lengua conseguí estimulárselo para que se abriese y la punta de mi lengua pudiese penetrarlo.

Patty estaba disfrutando del placer que le daban mis dedos en su coño y mi lengua en su agujerito secreto, y repetía una y otra vez:

– Así, ahh, así, mmm, así.

Mis dedos empezaron a moverse de su chochito a su culo llevando el lubricante jugo que ella me daba, hasta que introduje mi dedo índice por el estrecho agujero. A ella le encantó. Con movimientos circulares en su interior se lo fui dilatando; aplicando más de su fluido vaginal le metí otro dedo, y luego otro juntándolos dentro de ella. Patty, con sus gemidos, me demostraba que lo estaba disfrutando mucho, lo que me indicó que ya estaba lista para aceptar mi polla, que se mantenía más dura que una piedra, aunque ya se le había secado la saliva que la golosa boca de mi cuñadita le había dejado.

– Ponte a cuatro patas- dije con voz autoritaria.

Ella, sumisa, muy excitada y expectante obedeció rápidamente. La visión, una vez más, era gloriosa, ofreciéndome su culito y su coñito bien mojado.

Me puse de rodillas detrás de ella y penetré su coño suavemente hasta el fondo.

– Mmmm- contestó ella-, pero ese no es mi culo.

– Lo sé, preciosa, sólo estoy lubricando.

Realicé un movimiento circular con mis caderas que a ella le hizo gemir de gusto y saqué el falo recubierto de sus jugos. Lo coloqué entre sus firmes nalgas, y sujetándola por las caderas empujé hasta que mi glande venció la resistencia inicial y se metió en su estrecho agujerito.

– ¡Oh!- exclamó ella.

Lentamente empujé un poco más y mi verga fue abriéndose paso poco a poco por el interior. Estaba bien lubricado y se deslizaba suavemente, pero mi polla se sentía muy estrangulada en el pequeño orificio proporcionándome oleadas de un inmenso placer.

– Oh, oh, oh, oh- repetía ella por cada milímetro de dura carne que penetraba en su culo abriéndose paso.

Ya había metido la mitad de mi polla, pero el placer era tan intenso que no pude reprimir más el deseo de perforar ese maravilloso culo por completo, así que en un acto instintivo empujé con fuerza e introduje toda mi verga por su ojal hasta que mis caderas chocaron contra sus redondas nalgas y mis huevos chocaron contra su chorreante coño.

– ¡Aaaggg, cabrón!- gritó ella-, ¡me la has clavado entera!.

– Voy a follarte duro, como sé que te gusta.

Mi falo estaba totalmente oprimido, lo sentía latir totalmente estrangulado, y me encantaba la sensación, así que empecé a bombear con fuerza. Mi cadera chocaba una y otra vez en sus glúteos y mis huevos en su chochito. Mis poderosas embestidas producían un característico sonido “¡Plas, plas, plas!” en su culo que era ahogado por los gemidos de dolor, pero cada vez más placenteros que Patty emitía con cada embestida.

– ¡Aggg!, ¡me estás taladrando el culo!. Siento tu polla enorme, ¡aaaggg!… la siento toda muy dentro de mí… ¡aaaahhh!, ¡uuuufffff!.

Sus quejas cesaron transformándose:

– Mmmm, la siento toda dentro de mí- repitió.- ¡Aaahhh!, toda tu polla dentro de mí, ¡ahaha!. Mmmm, mmmi cuñado mmme esssstá follando el culo, ¡ssssssííííííí!.


Sus gemidos ya eran de puro placer, y elevaban el tono con cada embestida. Yo estaba disfrutando como nunca, clavándole mi rabo a fondo. Lo tenía tan oprimido que sentía los espasmos previos al orgasmo pero era incapaz de correrme, la presión de su culo me lo impedía, hasta que un poco después, tras unas cuantas embestidas más, me corrí con furia ensartándole mi polla en profundidad, lo que provocó que Patty también se corriese sintiendo mi ardiente descarga en sus entrañas y gritando en puro éxtasis.

Los dos nos derrumbamos sobre la cama exhaustos.

– Gracias por cumplir mis fantasías, profe- me dijo-, has superado todas mis expectativas.

– Patty, eres el polvo más increíble que he tenido nunca.

Tras unos momentos de descanso, vimos por la hora que mi mujer no tardaría en llegar.

Volvimos al salón, yo me puse los calzoncillos mientras observaba cómo ella vestía su hermoso y lujurioso cuerpo con las sexys prendas con las que había conseguido seducirme. Se arregló un poco el cabello y se despidió de mí dándome un ardiente beso y cogiéndome el paquete con su mano derecha.

– Esto habrá que repetirlo, cuñado-profe- me dijo saliendo por la puerta de mi casa.

– Habrá que repetirlo…- suspiré pensativo admirando su culo al marcharse.

Y así fue como despedí a mi querida cuñada, mi alumna, mi amante.

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Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 3” (POR SOLITARIO)

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Miércoles, 10 de abril de 2013

Cuando me levanté, por haber oído voces, vi como Mila, desnuda, arreglaba a los niños, los preparaba para salir, llamaba a Ana y le daba instrucciones para que los llevara al colegio en un taxi, se fuera al instituto y los recogiera por la tarde.

Vi a Ana furiosa gritándole a la madre

Ana.- !Ya estoy harta! ¡Cualquier día te voy a dar un disgusto! ¡Me iré de casa!

Mila.- Ya vale Ana, por favor no grites que me duele la cabeza.

Mila vuelve a la cama, Marga se despierta.

Marga.- ¿Qué son esos gritos? Déjame dormir.

Mila.- Es Ana que va enfadada. No pasa nada, duérmete zorrita.

Marga.- Cualquier día se descubrirá todo y a ver cómo reacciona José.

Mila.- Ana cree que su padre lo sabe todo y lo acepta, lo que no sabe es que su padre está en la inopia, no solo no sospecha, sino que además me facilita, desde hace tres años, tres días de marcha a la semana con sus viajes.

Pobrecillo, encima no dejo que me folle.

Bueno que se fastidie, es muy aburrido.

Marga.- Déjame seducirlo y lo metemos en nuestras movidas…

Mila.- ¿Cómo? Tu lo que quieres es tirártelo. Ni hablar, déjalo así que es más feliz sin saber nada.

Marga.- Riéndose. Pero que puta eres, tú te hartas y a él no lo dejas follar. Déjamelo a mí y veras como te lo espabilo. Además le doy gusto, ya que tú lo tienes abandonado. Que desperdicio de polla.

Mila se tiende sobre Marga, la besa en la boca, le pellizca una teta. Y le introduce dos dedos en el coño.

Mila.- Tú con quien tienes que follar es conmigo. Deja tranquilo a mi marido en su inocencia que es feliz.

Marga abraza a Mila, se revuelcan, se acarician, sus lenguas se entrelazan, metiendo los dedos en el sexo de la otra. Excitando sus clítoris.

Solo se oyen suspiros y gemidos de placer. Mila da la vuelta y se acopla en un sesenta y nueve con Marga, lamiendo sus sexos mutuamente como si fueran un manjar. Una fruta dulce y madura.

Pero, al contrario de lo que ocurría con los tipos de anoche, no había violencia, eran caricias suaves, se acarician todo el cuerpo con la punta de los dedos, se lamen, Mila se tiende boca abajo y Marga la cubre con su cuerpo rozándose, lamiendo y chupando, mordisqueando los muslos, las nalgas.


Baja hasta lamer sus pies y encajar sus muslos en forma de doble tijera mientras se chupan los dedos de los pies una a la otra.

Los orgasmos se repiten, uno, dos, tres…incontables, parece un orgasmo permanente, temblando de placer, se dejan caer desmadejadas una junto a la otra besándose y acariciándose tiernamente.

Algo está cambiando en mí, antes esas imágenes me hubieran asqueado, sin embargo ahora me excitan, mi miembro esta duro y me duele, me lo acaricio y acabo sacándolo del pantalón y pajeándome, llegando a un incontrolable orgasmo.

A las once de la mañana veo entrar a María Helena, la asistenta que ayuda a Mila en las labores de la casa. Tiene llave de la casa, entra directamente a la cocina y luego se dirige a la habitación donde las dos amigas están aun retozando.

Pero, ¿que es esto? ¿Hasta la asistenta sabe lo que ocurre? ¿Yo soy el único gilipollas que no sabe nada?

Qué verdad es que el cabrón es el último en enterarse.

Mariele es una chica colombiana, de 22 años, de estatura mediana, de cara redonda y bonita, pelo negro, con la piel color canela y con un cuerpo apetecible.

No está delgada pero tampoco le sobran las carnes.

La verdad es que yo he tenido algunas fantasías con ella, pero enseguida las he apartado de mi mente.

Mariele.- Buenos días, ya veo que habéis empezado sin mí.

Mila.- No puedes imaginarte lo que hemos estado haciendo toda la noche. Anda desnúdate que algo te tocara.

Se desnuda y se tiende en medio de las dos.

Empiezan a besarla y acariciarla, le lamen y mordisquean unos pechos duros con pezones grandes y oscuros.

Mila se levanta, se acerca al armario y lo abre, en los cajones de su lado cerrado con llave y que yo no he visto nunca, saca algo que al principio no logro identificar.

Pronto lo averiguo, es un arnés con un descomunal dildo montado.

Marga esta besando y lamiendo el sexo de Mariele, la coloca a cuatro patas y se coloca detrás hurgando con la lengua el agujero de su culo. Lamiendo desde el pubis hasta la rabadilla pasando por el chocho y el agujero del culo, donde se entretiene hurgando con su lengua.

Lo aprecio con claridad, de color marrón oscuro, la lengua serpentea por los alrededores y en el centro, oigo sus gemidos como un animalito.

Mila deja caer un chorro de un líquido transparente sobre el aparato. Aparta a Marga, se coloca detrás y comienza a frotar el enorme aparato por la vulva de la muchacha.

Inicia la introducción, lentamente, sin prisas.

Mientras Marga se ha colocado debajo en posición invertida, en un sesenta y nueve, lamiendo el sexo de la muchacha y ofreciendo el suyo para ser chupado.

La penetración ha sido total. Poco a poco ha conseguido introducir el consolador en su coño y comienza un metesaca lento, poco a poco incrementa la velocidad.

Oigo los golpes de la cadera de Mila contra las nalgas de la chica.

Es alucinante, que una muchacha joven como ésta pueda meterse todo ese artilugio en su vagina.

Medirá unos veinticinco centímetros de largo, pero siete u ocho de diámetro.

Y no se queja, los lamentos son de placer.

Levanta la cara del coño de Marga, se vuelve hacia Mila y le sonríe con una cara mezcla de placer y agradecimiento.

Es inaudito.

Y vuelve a hundir su cara sobre el sexo de Marga que la sujeta con una mano y le aprieta la cabeza contra ella, como si quisiera introducirla dentro de su coño.

Me he vuelto a excitar, tengo mi mano en mi verga y me estoy masturbando, lentamente, para retrasar lo más posible el orgasmo.

Quizás esto tenga algo que ver con el comportamiento de Mila. Tal vez sea mi culpa, no he sabido darle el placer que ella necesita como una droga.

Sufro eyaculación precoz, apenas uno o dos minutos tras introducírsela a Mila y me corro. Y ahora no puedo más, me corroo.

Tras recuperarme del orgasmo, el segundo del día, cuando lo normal son dos o tres al mes, vuelvo a mi puesto de observación.

Mila se ha desmontado el arnés y Marga se lo ha puesto, la chica sigue en la misma posición y mi mujer a cuatro patas detrás. Marga folla a Mila por el coño mientras ella introduce la mano entera hasta la muñeca en la vagina de Mariele que explota en un orgasmo brutal.

¡¡Diooooss.. ¡! Y yo creía que lo había visto todo. La escena es para filmarla, grabarla y distribuir las copias por internet como material porno de alto voltaje. Cualquier productor pagaría mucho dinero por la grabación.

Claro, si no estuviera mi familia implicada en ello.

Los gritos, los aspavientos de las tres mujeres hacen vibrar hasta las paredes. Mila con sus múltiples orgasmos, desconocidos para mi hasta ahora, se saca el aparato y se tiende boca arriba mientras Marga le mete los dedos y la palma de la mano en su dilatado coño, Mila se orina, tiritando y retorciéndose como si de un ataque de epilepsia se tratara y la muchacha con su chocho abierto como la madriguera de un conejo lo coloca sobre la boca de Mila que lo chupa y bebe sus jugos.

Brillantes los cuerpos de las tres por el sudor, los fluidos secretados y los orines de Mila, se abrazan, rozan sus cuerpos unas contra otras y caen desmadejadas en la cama.

Se levantan las tres, Mila le dice a la chica que prepare algo rápido para comer y se van las tres a la cocina.

Cuando vuelven, entre bromas y risas pasan a la ducha, donde siguen los juegos y al salir se secan unas a otras, limpian los restos de la cama y el baño y se acuestan a descansar.

Poco después Mariele se levanta, se viste y se dedica a arreglar el piso que está hecho un asco con la orgia de la noche pasada. Cuando termina se marcha.

Oigo murmullos, las mujeres están dormidas, puedo verlas gracias a los infrarrojos de la cámara.

En el salón veo a Ana y los niños, ya han vuelto del colegio.

Al parecer Ana está acostumbrada a estos menesteres porque los ha llevado y recogido.

Ana abre la puerta del dormitorio y entra sin hacer ruido, se acerca a su madre y le mueve el hombro, se despierta y hablan despacio.

Ana sale de la habitación cerrando la puerta y va a la cocina, saca una bandeja con bocadillos para merendar los niños y los lleva a su cuarto para hacer los deberes.

!!Mi hija sabe de las correrías de su madre…La encubre y le ayuda con los niños. Por Diooooss.!!

A las once de la noche se despiertan las dos, se levantan, se visten, al parecer comen algo en la cocina y se marchan a la calle.

Los niños están dormidos.

La puerta de Ana se abre, da una vuelta por el salón, entra en la habitación de la madre y encuentra el arnés en el suelo, se desnuda totalmente, se lo coloca y se tiende en la cama, lo sujeta con ambas manos boca arriba y lo mueve arriba y abajo como si se masturbara.

Se lo quita y lo sujeta con la punta sobre su sexo.

Lo frota, lo lleva a su boca lo chupa y vuelve a ponerlo sobre su

¿Virginal vaginita?.

Lo frota haciendo simulaciones de penetración sin llegar a efectuarla. Dios mío, es muy pequeña, y aquel armatoste podría partirla en dos.

Unos minutos después se encoge adoptando una postura fetal, deja caer el arnés al suelo y se queda dormida en la cama.

La observo, es tan frágil, tan niña, tan indefensa.

Que experiencias habrá tenido y que cosas habrá visto y vivido.

Se me saltan las lágrimas.

Es una locura. ¿Que ha pasado con mi familia?.

Todo estaba bien y de pronto el mundo, mi mundo, se hunde, se viene abajo.

A las tres de la madrugada se abre y se cierra la puerta de la calle, se enciende la luz del salón.

Mila viene sola.

Da algunos tumbos, esta mareada, entra en la habitación, donde se encuentra a Ana durmiendo.

En el baño se desnuda, no trae bragas ni sostén.

Los llevaba al salir. ¿Donde habrá estado la muy….Desgraciada?

Veo su pelo lleno de cuajarones blancuzcos resecos y al intentar peinarse se le enganchan.

Decide ducharse y al ir a acostarse ve el arnés en el suelo, junto a la cama. Lo recoge sonriendo y lo guarda.

Apaga la luz y se acurruca detrás de Ana, abrazándola y quedándose dormida poco después.

Tengo que preparar mi regreso, he de desmontar los equipos de vigilancia y buscar un lugar donde instalarlos para seguir observando mi casa.

Jueves, 11 de abril de 2013

Tengo tiempo para recoger mis enseres, llevarlos al coche y devolverle las llaves a Eduardo.

Lo llamo al móvil, está en su casa, lo cito en la misma cafetería de la otra vez, donde estoy desayunando.

Charlamos, bromeamos, el intenta sonsacarme a quien me he tirado y claro está, disimulo, me río y no le cuento nada.

Llamo a mi amigo Andrés para preguntarle que necesito para una prueba comparativa de ADN.

Quedamos en media hora para vernos.

Tomamos una cerveza y me hace entrega del kit y las instrucciones. Como es lógico me pregunta que pasa. Le pido discreción y me asegura total confidencialidad.

Suelo llegar a casa alrededor de medio día, dependiendo de la ruta semanal con un margen de dos o tres horas.

La que, supuestamente he hecho, esta a tres horas de viaje, suelo dejar el hotel a las diez, a la una y media debo estar en casa.

Mila me recibe como siempre, con un beso, y siento asco. Como siempre cariñosa, amable, preguntándome como me ha ido.

Respondo a las preguntas con el mayor aplomo posible.

Pero me asaltan las imágenes que he visto y tengo grabadas y por un instante pasa por mi mente la idea de estrangularla. Pero me contengo.

Me sorprende la sangre fría que puedo llegar a tener.

La comida está preparada, nos sentamos y mientras damos cuenta de los platos no puedo evitar mirarla y preguntarme.

¿Como puede estar tan tranquila después de los tres días de orgias que ha tenido sin que se le note nada? ¿Cuántas veces lo habrá hecho sin que yo sospeche nada?.

Concentrado en mis negros pensamientos no me doy cuenta de que ella me observa.

Mila.- ¿Que te sucede José? Te veo raro. ¿Va todo bien?

Yo.- !Eh!, ¿Qué? !Ah! Si, si, todo bien, es que vengo cansado del viaje, no te preocupes.

Mila.- Bueno, si quieres te preparo la cama y te acuestas un rato hasta la hora de cenar.

De pronto caigo, joder, tengo que acostarme donde he visto hacer las mayores guarradas del mundo. Bueno, me habré acostado tantas veces sin saberlo que unas cuantas mas ya no van a importar.

Yo.- Bien, si, me tumbare un rato, a ver si me despejo.

Siento nauseas al acercarme a la cama, como cuando la besé, pensando en las pollas que la han follado por la boca, en los culos de tíos que ha lamido y chupado, en las lluvias doradas que habra soportado.

Me siento mareado, a punto de desmayarme.

Mila.- José. ¿Te encuentras bien? Te has puesto pálido ¿Estarás enfermo?.

Yo.- No, Mila, estoy bien, ha sido un pequeño mareo, seguramente consecuencia del viaje. Ya ha pasado.

Me tumbo en la cama vestido, ella me quita los zapatos y se tiende a mi lado.

Finjo dormir, Mila apoya su cabeza sobre mi hombro y se duerme a mi lado. Parece tan inocente, con esa cara de niña, su suave piel.

Veo como suben y baja su pecho con la respiración.

Ahora es tan frágil, si yo quisiera podría hacerle daño, mido un metro setenta y cinco y peso setenta y ocho quilos, quince centímetros más que ella y veinte quilos más.

Aparto estos pensamientos de mi mente.

No puedo evitarlo, la quiero, pero lo que me ha hecho no se lo puedo perdonar, ahora ni nunca.

Tengo que seguir el plan trazado. Sin desviaciones.

Al fin consigo dormir.

Me despiertan los gritos de mis. ¿Mis niños?. ¿Lo serán?. ¿O serán hijos de algún tipo, ligue de una noche de Mila?.

Mila los han recogido mientras yo dormía.

Abrazos, besos.

Pepito y Mili sobre mí en la cama.

Mili.- ¿Que nos has traído?

¡Diosss! ¡lo olvide, todos los viajes les traigo algo a los niños!.

Yo.- No he tenido tiempo, cariño. El próximo viaje os traeré dos regalos a cada uno.

Mili.- Vale papa, pero no te olvides..

.

Yo.- No me olvidare, princesa.

Pepito me besa y se va corriendo.

Me incorporo y estrecho a Mili entre mis brazos, se me pone un nudo en la garganta…No sé si podre soportarlo. La emoción hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Respiro hondo y me seco las lágrimas con el dorso de la mano.

Mili.- ¿Porque lloras papa?

Yo.- Por nada cariño, me ha entrado algo en el ojo.

Se va corriendo a su habitación a jugar.

Voy al salón y enciendo la TV, noticias, culebrones. ¿Culebrones?. ¿Acaso lo que estoy viviendo no supera en dramatismo a la más dura telenovela?. Siempre pensé que se exageraba, ahora estoy convencido de que la realidad supera con creces la más calenturienta imaginación.

Estoy ante la tele pero no la veo, mi mente está en otro lado, en lo que he visto hacer a mi pequeña, delicada y recatada esposa.

Está en la cocina dedicada a sus quehaceres.

!!Como si no hubiera roto nunca un plato!!.

Llega Ana.

Ana.- !!Papa!! !Qué alegría verte!

Me abraza, me besa, acaricio sus cabellos, miro sus ojos color miel, limpios, inocentes.

¿Porque lloraba cuando fué a aquel barrio?.

¿Que secretos guardaba aquella inocente mirada?.

Vuelta a emocionarme. Logro controlarme y pensar en otra cosa.

Yo.- ¿Como te va en el insti?

Ana.- Muy bien papa, muy bien. Voy a sacar buenas notas, no te preocupes, mama me ayuda mucho con los deberes.

La verdad es que siempre he dejado a Mila hacerse cargo de la educación de los niños. Siempre confié en ella. Pero ahora..

Yo.- Vale cariño, confío en ti. Sé que no me defraudaras. Por cierto, pareces cansada.

Ana.- Bueno papa, ya sabes, cosas de mujeres. Jajaja

Yo.- Si Ana, lo entiendo. Pero ¿No tendrás algún problema?

Ana.- Jajaja. No papa, no tengo problemas ¿Por qué me preguntas eso?

Yo.- Por nada hija, por nada, era un simple comentario.

Se va hacia la cocina a ayudar a su madre. Me acerco y las oigo susurrar…

Ana.-Mama, papa esta raro ¿No?

Mila.- Pues ahora que lo dices, yo también lo he notado. Le pregunte y me dijo que estaba cansado, no te preocupes, ya se le pasará.

Ana.- Mama, mañana tengo que ir por la mañana. ¿Como lo hago?.

Mila.-Mañana, cuando se vaya tu padre a la oficina lo hablamos, ahora no.

Ana.- Vale, pero a veces pienso que esto no está bien. ¿De verdad, papa lo sabe?

Mila.- Que si, tonta. Pero le disgusta hablar del tema, tú sigue así y no te preocupes. Todo irá bien.

Regreso al salón y me siento en el sofá, Mila sale y se sienta a mi lado. Vemos la tele, a la que no prestamos atención. Observo a Mila que mira pero no ve la pantalla, parece preocupada.

¿Habrá percibido algo? ¿Se habrá dado cuenta de que yo ya no soy el mismo? ¿O es lo que le espera mañana lo que le preocupa?

Se recuesta sobre mi hombro pasando un brazo por mi espalda. Yo también paso mi brazo por sus hombros y la estrecho contra mí.

Me queda otra prueba. Tenemos que acostarnos juntos.

Normalmente utilizo un pantalón corto de pijama para dormir, pero hoy no podría soportar el contacto con mi piel sobre las sábanas, me pongo un pantalón largo.

Mila me mira extrañada pero no dice nada.

Ella utiliza un largo camisón que la cubre desde el cuello a los tobillos. Ahora entiendo porque. Así esconde las marcas que le producen en su cuerpo las prácticas aberrantes a las que se entrega.

Aun así veo en su cuello una moratón debido a los chupetones recibidos. Siento un escalofrío. Me meto entre las sábanas y me tiendo de lado dando la espalda a Mila. Ella apaga la luz y se acuesta abrazándome por detrás. Baja la mano hasta coger mi pene, que permanece arrugado. Cojo su mano y la aparto. No puedo evitar el asco que me produce su contacto.

Mila se vuelve de espaldas en silencio. Espero.

Compruebo que duerme y me levanto, con el kit de ADN en mis manos me acerco a los niños que duermen y les hago un frotis en la boca. Los dos pequeños no se dan cuenta pero Ana se despierta cuando ya he terminado.

Ana.- ¿Papa? ¿Qué haces?

Yo.- Nada cariño, creí oírte hablar y he venido a ver que te pasaba, sería una pesadilla.

Duérmete.

Le di un beso en la frente y me acosté. Mila seguía dormida.

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noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: “Seducida por los primos de mi novio 4” (POR CARLOS LÓPEZ)

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Breve resumen de lo anterior…
A falta sólo de 3 meses para su boda, Marta es emborrachada y seducida por dos primos mayores de su novio Santi. Afectada por la bebida, y en presencia de su novio inconsciente por el alcohol, fue arrastrada a un episodio sexual por los dos primos de su novio. Semanas después, en una cena programada por ellos, Tom, el primo mayor se las ingenió para follarsela en el almacén de un restaurante.
Ese extraño día, Tom, el primo de Santi se las había ingeniado para que un siniestro camarero del restaurante les dejase permanecer en un almacén. Tom, antes de hacerla el amor, la había exhibido al siniestro camarero, la había tratado como una propiedad suya y eso, a ella, le había provocado una excitación tal que nunca había imaginado sentirse así. Además, siendo tratada así, con una mezcla de cariño y dominación que la hacía excitarse cada vez que lo recordaba. Santi, su prometido, era todo ternura y ella le adoraba, pero… pero no podía evitar el sentimiento que tenía con Tom. Estaba hecha un lío. Más aún teniendo en cuenta que su boda era sólo en unos días.
Desde el día siguiente a lo sucedido, Marta tenía una necesidad absoluta de aclarar la situación y, en cuanto pudo quedarse sola en casa, le llamó por teléfono.
 
–         Tom
–         Hola Marta, no sé por qué pero esperaba q me llamases
–         No quiero seguir con esto, Tom… no es que no me guste, pero no debo, joder que me caso el sábado con tu primo –dijo Marta con un toque de desesperación-
–         Ya lo sé, no debemos –dijo Tom comprensivo-
–         Entonces ¿por qué lo hacemos?
–         ¿Quieres saber la verdad?
–         Sí
–         Pues porque no lo podemos evitar. Me vuelves loco Marta y… supongo que el morbo nos atrae aún más.
–         Jo –Marta comenzó a sollozar-
–         Marta… Marta, no te preocupes, Martita, ya no va a pasar más ¿vale?
Ella aún siguió sollozando unos segundos hasta que las palabras de Tom la fueron calmando. Marta seguía fascinada por la habilidad de Tom, el primo de su novio, para guiar su voluntad. Tanto para ponerla más caliente de lo que nunca había estado, como el día del restaurante o del concierto, como para calmar su ansiedad por la boda. No deja de pensar en por qué produce en ella esa sensación de protección. Podría ser su altura y fortaleza física, o la diferencia de edad, o que tenía el mismo punto de dulzura de su novio Santi, pero con un fuerte toque de autoridad o de hombría… No lo sabía, pero era un hecho. En los días previos a la boda había hablado con Tom varias veces. Ella misma le llamaba. Prácticamente le necesitaba, su tranquilidad, su tono de voz. En esas conversaciones calmadas, ya como amigos y sin ninguna referencia sexual, habían tomado mucha confianza y, de hecho, había sido el más firme apoyo ante los nervios de la boda. Quizá el único.
A pesar de que en las llamadas ni siquiera se habían mencionado los episodios sexuales que habían mantenido, ella esperaba a que Santi no estuviese cerca para hacerlas. Esa clandestinidad y la voz de Tom hacían que ella, sin poder evitarlo, sintiese un ligero cosquilleo recorría todo su cuerpo ¿Se puede querer a dos personas a la vez? Realmente, Marta está enamorada de Santi, se sigue sintiendo loca por él, por su inocencia casi de niño, su alegría casi continua, su entusiasmo en todo lo que emprendían, su sonrisa… pero Tom la fascinaba. Ojalá pudiese fundir en Santi algún aspecto que Tom tenía.
Marta sabía perfectamente, y alguna vez Tom se lo había dejado entrever, que su vida es así. Que siente ese irrefrenable interés por el sexo y no lo puede evitar. Para él es un juego, y lo practica con cierta asiduidad. Tom siempre la había transmitido un cariño que no conllevaba exclusividad. Sin mencionarlo expresamente y, por lo que Santi le contaba ignorante de la realidad, Tom tenía varias amantes. A pesar de todo, de Santi, de su boda, de su vida… Marta no puede evitar que esto la produzca cierta rabia.
Con estos pensamientos y reflexiones y, sin dejar de estar pendiente de la multitud de tareas, recados y compromisos previos a una boda, fueron pasando los días. Cada vez estaba más rodeada de gente, y cada vez con más íntimo deseo de escuchar la voz de Tom. En los 3 días previos a la boda no habló con él… y el gran día llegó. Allí estaba Marta, a las 10 de la mañana en el salón de la casa de su madre, rodeada de peluqueras, maquilladoras, madre, hermana, tías y alguna amiga… y en lugar de pensar, como todas las novias, que la estaban dejando una cosa mal de maquillaje o de peinado, su cabeza daba vueltas a que menos mal que el coche lo conduciría finalmente un tío suyo, porque Santi quería que fuese Tom el que les condujese el coche… ufff ya lo que faltaba.
 
Marta había elegido un traje sencillo que resaltaba los rasgos de su cuerpo. Era morena, alta y más bien delgada. Le gustaba decir que sus medidas eran casi perfectas y su culito era respingón. El traje era blanco blanco, con tirantes anchos y cuello redondo dejando escote pero no demasiado, muy entallado en su parte de arriba de brocado y bámbula, y con una falda mucho más suelta con del mismo tejido bámbula de algodón natural. Bajo el vestido había elegido una ropa interior sencilla, de raso y algodón, muy blanca, tirando a lisa pero con bandas de pequeños encajes atravesando la tela y, claro, las medias de seda blanca con ligas elásticas en los muslos, pero sin mucha parafernalia.
Para el pelo llevaría un recogido, dejando caer mechones rizados a los lados de su cara. Finalmente llevaba unos pendientes de su madre, de oro y, con una perla del tamaño de un garbanzo pequeño colgando de una pequeña cadenita que tintineaba suavemente según caminaba.
La hora de salir de casa se acercaba vertiginosamente y, poco a poco, ya iba quedando todo dispuesto. Finalmente, fue conducida a la iglesia y salió del coche sintiéndose una princesa. La música nupcial también ayudaba. Según caminaba por el pasillo hacia el altar donde la esperaba Santi, no pudo evitar deslizar sus ojos a los lados y localizar a Tom. Enfundado en un traje gris oscuro, camisa blanca y corbata estrecha oscura, destacaba por su altura entre la gente. Parecía un guardaespaldas. A pesar de todo, Marta se reafirmó en que Santi era realmente el hombre de su vida, el que la había pedido en matrimonio, y el que la esperaba nervioso en el altar y también guapísimo.
El resto de la ceremonia transcurrió sin mayor contratiempo. Fue una boda típica, sencilla, y con toda la carga de emotividad habitual. Al salir de la iglesia, sonriente y de la mano de Santi, soportó estoica la lluvia de granos de arroz y pétalos de rosa. Había tenido suerte, y el sol lucía radiante regalándoles un espléndido cielo azul. Era la mejor manera de empezar una vida en común. Entonces empezó el aluvión de besos, abrazos, enhorabuenas, felicitaciones y parabienes, que ambos novios atendieron desplegando simpatía y felicidad. Carlos y Tom, los primos de Santi, llegaron a ellos cuando ya quedaban pocos invitados más, y se fundieron en largos y cariñosísimos abrazos con su primo. Le felicitaron por haber conseguido “atrapar” a una novia tan guapa, y bromearon con él como habían hecho toda la vida.
Al llegar a Marta, Carlos la besó cariñosamente las mejillas y alabó lo guapa que estaba. Tom hizo lo propio, felícitándola por el enlace y por el marido tan bueno que tenía… “el mejor”, y dijo con un guiño que ella sabría cuidarle. Marta le dio las gracias por el apoyo en los últimos días, y Tom acercó su boca al oído de la chica como para decirle un secreto mientras reía. Ella captó el perfume habitual de Tom y una extraña inquietud le recorrió la columna vertebral, mientras Tom, rozando voluntariamente el oído de la novia con sus labios susurró “… al terminar la sesión de fotos y antes de comer, con cualquier excusa en cuanto puedas di que subes a tu habitación y ve a la 304 que es la nuestra”.
Marta sintió un escalofrío. Una vez más la conocida mezcla de sensaciones que experimentaba cuando Tom la provocaba para algo. El contraste entre el deber y el deseo, pero esta vez era un abismo. El corazón se le aceleró de repente. Casi se le salía por la boca. Iba a articular palabras, pero no salían de su garganta. Por el contrario, sus manos no soltaban las de Tom. Quería decirle que no, pero no podía. Mas gente llegó a seguir besando a la novia y ella, tuvo que soltar y simular normalidad mientras su mente seguía dando vueltas sabiendo que iba a caer en la trampa una vez más.
Sacando fuerzas de flaqueza y, mirando continuamente a su marido, Santi, al cual adoraba, consiguió que la sesión de fotos en unos jardines de la ciudad resultase perfecta. Más aún, por alguna extraña razón, el rostro de la chica era expresivo, anhelante… especialmente amoroso con Santi.
Al llegar al hotel, con la excusa de ir al aseo y recomponerse un poco, se escabulló en el ascensor, dirigiéndose directamente al lugar indicado por Tom: Habitación 304. Al llegar mostró dignidad:
 
–         ¿Qué quieres Tom?
–         Besar bien a la novia
–         Ya no se pue….. –comenzó a decir Marta con agresividad, cuando el beso del chico la cortó la palabra “puede”-
Marta se resistía al beso poniendo sus manos sobre el pecho del Tom, pero éste la tenía bien asida y no dejaba que sus bocas se separasen. Realmente, Tom sabía besar. Nunca nadie se lo había hecho tan bien. Marta, tras unos segundos iniciales de lucha, se fue entregando a él conformándose con el pensamiento de que sería el último beso que le daría. En apenas un minuto pasó de rechazo a una actitud neutra y, posteriormente, a recorrer con sus manos el pelo oscuro de Tom, mientras él continuaba sosteniendo el beso con pasión no exenta de dulzura.
Pero el beso duró más. Fue un beso largo. Un beso que exploraba todos los lugares de la boca de la chica y provocaba un cosquilleo agradable sobre sus sensibles labios. Pasaba de profundo a ligero, y de húmedo a delicado. Justo cuando Marta había dejado de luchar física y mentalmente, pasando a un estado de mente en blanco, él separó su boca de la de ella sin soltarla de sus brazos. Mirándola a los ojos dijo:
–         Un beso de 5 minutos…. Me lo merecía, ¿no?
–         Eres un cabrón –dijo ella en un susurro-
–         No te enfades Marta… esto es una especie de despedida –dijo Tom con una mirada inocente que hizo ablandar a la chica-
–         Bésame otra vez… sólo una última vez más de algo que no va a volver a ocurrir –dijo Marta con un cierto gesto de tristeza-
 
Esta vez Tom atrajo delicadamente el cuerpo de la chica sobre él. Sin brusquedades. Una de sus grandes manos presionaba la espalda de la chica contra él, mientras la otra acariciaba la piel desnuda de su cuello.  Poco a poco los labios del chico se fueron distrayendo en distintos lugares del rostro de ella, con mucho cuidado de no deteriorar su maqullaje y siempre para volver a su boca. Pasaba a sus párpados con extrema suavidad, o a su barbilla… a las proximidades del oído de la chica provocándola un escalofrío, para volver a sus labios suave o salvajemene. La mano derecha de Tom rozaba el tejido del vestido de novia y siguiendo cada una de las curvas de su pecho. Como siempre, combinaba pasadas suaves con otras más firmes, a la vez que sus labios se mostraban finos y delicados, o hambientos y salvajes cuando tocaban los de ella o su oído.
La respiración de Marta se había acelerado. Tom cada vez era más firme en sus caricias y ella deseaba que su gran mano recorriera y envolviese su pecho como sólo él sabía hacer. Pero él recorría todo su cuerpo. Tan pronto la deslizaba a las caderas de la chica, pasaba a acariciar su trasero sobre el vestido blanco, o subía de nuevo al cuello y dejaba deslizar los dedos por el escote hasta el inicio de sus pechos. La siguiente vez que esa mano bajo, llegó hasta el mismo centro sexual de ella, presionándolo sobre el vestido y haciendo que de la garganta de la chica se escapase un sonoro gemido. Entonces él no lo pudo evitar, y comenzó a recoger la falda de la chica para llegar a sus piernas, sintiendo el suavísimo tacto de las medias de seda.
–         No… por favor –dijo ella jadeando y sabiendo que realmente que él siguiera era la cosa que más deseaba en el mundo-
–         Déjame sentirlo… sólo una vez más -dijo él también con la voz entrecortada-
Y sin resistencia de Marta, la caricia fue subiendo lentamente por las cálidas piernas de la chica, recreándose en la piel desnuda de sus muslos, y el contraste de ese tacto con el encaje de sus ligas y sus medias. La maliciosa mano de él buscaba producir ligeros roces sobre la zona más sensible del cuerpo de ella, que cerraba las piernas queriendo evitarlo para, a los pocos segundos, volverlas a abrir invitándole a seguir.
Pero Tom tampoco necesitaba ningún permiso para nada. Cuando él quiso, hizo que su gran mano tomase posesión del sexo de la chica, sintiendo el calor de su hendidura sobre el tejido ya muy húmedo de sus braguitas de novia. Mientras sus labios se buscaban ansiosamente, las yemas de los dedos de él se deslizaban sobre la humedad viscosa que rezumaba del ansioso coñito de la chica. Él ya conocía cada rincón, y guiaba sus caricias por los gemidos y la respiración de Marta.
El vestido de novia hacía que la escena fuese brutalmente morbosa: Tom besaba dulcemente el cuello de la chica, presionándola contra él con una mano, mientras la otra mantenía subido el vestido blanco de novia y la masturbaba con furia ya dentro de sus braguitas de encaje y raso. Ella apoyaba su boca sobre el hombro de él, amortiguando sus gemidos, y a punto de estallar en éxtasis. Pero él no cejaba en su empeño y sus dedos completamente lubricados con los jugos de la novia se deslizaban hábilmente tanto por dentro como por fuera de la cavidad vaginal de Marta. Aún guardaba un as en la manga y, cuando Tom notó el temblor previo al inminente orgasmo de la chica, ademas estimuló con el dedo meñique la zona anal de ella. En ese momento, Marta sentía el corazón palpitar en su propio clítoris y no podía contener la corriente de placer que la invadía.
Marta juntó sus piernas atrapando entre ellas la mano del chico, y estalló entre convulsiones en un tremendo y largo orgasmo para el que no se cortó en emitir “AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH JODEEEEEEEEEEEERRRR JODERRRRRR MMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAHHHHHHH”. Finalmente, la chica quedó prácticamente desmadejada entre el cuerpo y los brazos de Tom. La proximidad de los cuerpos hizo que ella fuera conscitente de que su compañero de juegos no se había quedado relajado, y suavemente empezó a pasar su mano sobre los pantalones de él. Aunque dijo:
–         Nos temenos que ir… jijiji
–         Nooo –dijo él sujetándola-
–         Anda déjame
–         Pero no irás a dejarme así… así no puedo bajar –dijo Tom mostrando la forma de su polla en estado máximo de excitación dentro del pantalón-
–         Bueeeeno, pero date prisa eh…
Ella, en un gesto de arrojo se arrodilló ante él, que ya estaba abriendo con ansiedad su pantalón y sacando su duro y excitado miembro. Marta, juguetona, marcó un beso con el carmin de sus labios en los blancos calzoncillos del chico para, sin perder un seguindo, comenzar a pasar su lengua con ansiedad por el morado glande. Miraba juguetona hacia arriba mientras Tom podía apreciar los rizos con laca, y el pasador plateado del peinado de novia.
–         Quiero que te subas el vestido Marta
–         ¿Así? –dijo la chica divertida mostrando su trasero bajo la falda-
–         Joder… cómo me estás poniendo
Contestó Tom mientras con su mano hacía que la cabeza de la chica se moviese con ansiedad. Una de las manos de ella mantenía subida la falda del vestido, mientras la otra pajeaba la base de la dura polla de Tom mientras la boca engullía su verga desde la punta hasta donde la llegaba la garganta. Marta quería dar satisfacción a Tom. Deseaba corresponder al placer que la había proporcionado, pero quería que fuese rápido. Los pendientes de oro tintineaban con el movimiento de su cabeza, y Tom gruñía cerca del orgasmo. La visión de Marta en esa situación, vestida de novia, le tenía completamente fuera de sí. “AAAGGGGGGGGGRRRR BUUUUUFFFFFFFF apartate que no quiero salpicarte”, dijo él entre jadeos. Pero Marta introdujo más la verga dentro de su boca y se puso a tragar a gran velocidad los borbotones de semen que Tom la estaba regalando.
“UUUUUFFFFFFFF…. AAAAAAHHHHHHH…. Martaaaa” decía Tom mientras la chica recogía con su dedo un poco de líqudo blanco que había quedado en la comisura de sus labios y la chupaba golosamente, mirando al primo de su nuevo marido.
De repente algo los sobresaltó. “Plac, plac, plac, plac plac, plac, plac, plac, plac plac, plac”. No se habían dado cuenta, pero desde el pasillo de entrada a la habitación, y con la puerta entreabierta estaba Carlos aplaudiendo la “actuación” que le habían brindado. Carlos y Tom compartían habitación en el hotel.
–         Umm mucho mejor que una peli porno –dijo irónico-
–         Joder, qué susto me has dado cabrón –dijo Tom-
–         Jajaja no te quejes que te he dejado correrte a gusto
–         Venga, vámonos… -dijo Marta mientras se arreglaba el vestido estirándolo con las manos-
–         Joder que todavía falto yo… -protestó Carlos mostrando la forma de su polla excitada en el pantalón-
–         ¡No puedooo! ¿quién os creeis que soy? ¿vuestra puta? –Marta se estaba poniendo nerviosa y sabía que tenía que regresar-
–         ¿Tú qué crees? –dijo Carlos, aunque por suerte Marta ya no le oyó… se había metido al cuarto de aseo-
–         Venga, venga… Carlos joder… deja a Marta tranquila –dijo Tom a su hermano-
–         Quiero sus braguitas…
–         Jaja, eres un cerdo… ahora te las doy –dijo Tom a su hermano mientras se metía al baño detrás de la chica-
Tom entró al aseo y Marta, a través del espejo, le dirigió una mirada de afecto. Marta estaba ante el lavabo y estaba componiendo bastante dignamente su peinado y su maquillaje. Nadie diría que acababa de pasar lo que había pasado. Tom se situó detrás de ella y la besó suavemente en el hombro, sin estorbar los movimientos de la chica.
–         Estás preciosa Marta
–         Gracias
–         Más guapa imposible…
Marta le dirigió otra mirada de cariño, mientras él se había agachado detrás de ella y, sin pedir permiso subía sus manos dentro de sus piernas.
–         ¿Qué haces?
–         Quiero un recuerdo tuyo… -dijo Tom-
–         Pero ¿queeeé? –Marta protestaba melosamente mientras él deslizaba sus preciosas braguitas de raso y encaje bajandolas por sus piernas-
–         Sssshhhhh calla que con tantas capas en la falda nadie se va a dar cuenta…
–         Jooo –dijo Marta poniendo voz de niña pequeña, pero sin impedir que Tom se las quitase mientras ella se maquillaba-
–         Vas a estar más guapa aún con un toque de rubor en tu carita de buena, jaja
–         Pero si están empapadas… -dijo ella más en un gemido que en una protesta-
Tom, ignorando las protestas de la chica, extrajo su prenda íntima y, besándola de nuevo en el hombro, salió del aseo tirando la prenda a su hermano Carlos, que automáticamente se la llevó a su rostro.
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La tarde iba discurriendo con la normalidad habitual en una boda. Después de unos momentos de jaleo, poco a poco la gente se iba emborrachando y los invitados menos allegados se iban marchando. Había una zona de barra libre donde estaban principalmente los hombres, y una zona de baile con orquesta donde predominaban las mujeres. Dado que a Santi no le gustaba bailar, se pasaba el rato cerca de la barra donde servían las bebidas y era cumplimentado por todos los invitados. Brindaba con quien se lo pedía, abrazaba a todos los que se iban despidiendo, y atendía la conversación de sus amigos más cercanos que le acompañaban.
Marta, por su parte, estaba en la zona de baile con los grupos de chicas, aunque también atendía a todo el mundo que se acercaba y, de vez en cuando se acercaba a su reciente marido para besarle. Estaba feliz. También, sin poder evitarlo, lanzaba alguna mirada hacia la zona donde destacaba por su altura Tom. En una de las canciones lentas que pusieron, Tom tomó a la novia del talle y se puso a bailar con ella:
–         Pero qué guapa estás cuñada… -dijo susurrando-
–         Eres un malvado… no puedo parar de pensar que estoy sin ropa interior
–         Así estás más guapa, con ese brillo de chica mala en tus ojos.
–         Sí, pero la sensación es extraña… a ver si Santi no se da cuenta cuando lleguemos a la habitación…
–         Jaja no te preocupes… con todo lo que está bebiendo Santi, esta noche no creo que se acuerde ni de que se acaba de casar, ni de que tú estás con él en la cama.
–         Jooo, intenta que no beba mucho –dijo la chica-
–         No sé si eso es ya posible…
Carlos acompañaba a Santi casi en todo momento. Tom lo hacía a ratos, pues otros ratos bailaba en la pista con las invitadas y, claro, también con Marta. Había vuelto la complicidad entre ellos. Había contratada barra libre y el calor de la noche hacía que todos bebiesen mucho. Especialmente Santi que no paraba de brindar con unos y con otros, y mezclaba Cava con su combinado de Whisky habitual. Marta estabe empezando a sentirse molesta porque notaba que su recién estrenado marido, Santi, no la hacía caso y estaba bebiendo demasiado. Incluso en alguno de sus encuentros se lo advirtió, pero él aseguró “Voy bien, no te preocupes”. Las horas iban pasando. Ya habían entrado bien en la madrugada y, poco a poco, la gente abandonaba el hotel. Sólo se alojaban allí los novios, que tenían reservada la Suite Nupcial, y algunos invitados de fuera de Barcelona. Éste era el caso de Tom y Carlos.
Justo en el instante en el que los últimos invitados se despidieron, Marta se dejó caer en el sofá del salón casi agotada. Santi se notaba que iba muy bebido, y se fue a los aseos.
–         Bueno, pues ya eres parte de nuestra familia –dijo Tom- ahora te tenemos que cuidar
–         Jijiji Tom, tú siempre me has cuidado –dijo la chica-
–         Oye y yo también, ¿eh? –dijo Carlos-
Pasaron unos minutos, y Santi no volvía. Marta, con un gesto algo cansado, dijo que iba a buscarle y los primos la acompañaron. Al llegar al aseo, Santí, vestido de novio, estaba inclinado sobre el lavabo echándose agua insistentemente sobre la cara. Estaba lívido. Acababa de vomitar todo lo comido y bebido durante la tarde.
–         Ya estoy mejor –decía con voz aún entrecortada-
Le ayudaron a sentarse y, después de pedirle una infusión y asegurarse de que su primo estaba bien, Tom se ausentó alegando que tenía un asunto que resolver sobre el que no quiso dar detalles a pesar de la insistencia curiosa de Marta. Carlos no quiso quedarse con los recién casados y también se fue acompañando a su hermano.
–         Joder Santi… te has pasado de beber –dijo Marta enfadada, cuando ya se habían quedado solos-
–         Nooo, me he reservado un poco: Recuerda, esta noche tengo algo que hacer… -replicó Santi con una sonrisa pícara-
–         Ah no no… hoy no
–         Ah sí sí, lo tenías prometido. Hoy me entregarías tu culito. Llevo años esperando este momento jajajaja casí me he casado por ello.
–         Eres un cabrón –dijo Marta medio enfadada medio divertida de las palabras de su ya marido-
Así siguieron hablando los ya marido y mujer en le sofá de ese salón. Marta se había quitado los zapatos y Santi se había soltado dos botones de la camisa. Él parecía sentirse un poco mejor y entre bromas empezaron a besarse. Santi insistía en que hoy la iba a quitar la virginidad de su agujerito, que ella se lo había prometido. Ella sabía que se lo debía pero estaba algo enfadada y tenía un cierto miedo a hacerse daño. Los besitos tímidos al principio se fueron convirtiendo en besos más intensos. Santi hacía a Marta besar su pecho y ella correspondía.
 
Él cada vez bajaba más su mano. De la cintura a la cadera de su ya mujer. Estaba excitándose con los labios de ella sobre su piel, e insistía en tocarla bajo el vestido. Marta se lo impedía “Santi… aquí no, que puede venir alguien”… pero la razón era otra. Marta no se podía dejar tocar por su marido porque su prenda íntima había sido robada por los primos de él. Que la descubriese Santi sin bragas no era la mejor manera de iniciar un matrimonio.
Con todo, ambos se sentían cada vez más excitados y bromeaban sobre lo que podría pasar en la habitación. Por una parte a ambos les estaba gustando el riesgo de ser sorprendidos. Por otra, Santi insistía en subir a estrenar el culito de su recién estrenada esposa. Finalmente Marta dijo “Venga, vamos y según como te portes cumpliremos o no la promesa… jiji pero tienes que tener mucho cuidado, que soy tu mujer y no me puedes hacer daño”.
Santi se levantó de golpe. Al levantarse, sintió un mareo repentino y casi se cae de la borrachera que llevaba. Tuvo que apoyarse en la chica y respirar unos segundos antes de emprender el camino al ascensor. Mientras lo esperaban se besaban, ahora con amor. Dentro del ascensor y a pesar de ser de cristal, subieron besándose y tocándose impúdicamente sobre la ropa. Se notaba que él iba bastante afectado por la bebida. No obstante, Marta ya le había tocado sobre el pantalón comprobando que, aún en ese estado, su maridito estaba “en forma”. Ella a él le impedía hacer lo mismo. Aunque imaginar la situación en el ascensor la ponía cachonda, no quería que la sorprendiese su marido sin bragas.
Con todo, Santi continaba bromeando al oído de su mujer con que la va a “follar el culito” y que “por eso se ha casado”. Al llegar a la habitación, dijo Santi:
–         Voy al baño un segundo, ve preparándote para cuando vuelva jaja
–         Jajaja llevo preparada mucho rato ya… date prisa –contestó la chica guiñando un ojo… ya se había animado a lo que iba a venir-
Marta se quitó el vestido de novia y se envolvió en un albornoz blanco del hotel. Esperaba, pero Santi no salía. Pasaron 5 minutos y no salía. Pasaron 10 y Marta ya preocupada llamó a la puerta sin recibir contestación. Decidió entrar a buscarle y le encontró medio dormido, con la cabeza metida en el wc y… habiendo vomitado de nuevo. Estaba inmóvil y la chica se asustó. Intentó moverlo. Él, manchado de vómito, contestó con lengua de trapo “Déjame aquí cariño”, quedando tumbado en el suelo del aseo. Marta apretó los puños de rabia. Ni en la peor de sus pesadillas se imaginaba así su noche de bodas. No tenía ni fuerzas para moverlo a la cama. Soñaba con una noche especial el día de su boda y Santi lo he estropeado. Entonces rompío a llorar de desesperación.
Unos minutos después, ya más tranquila, decidió que tenía que pedir ayuda para llevar a Santi a la cama. Como no quería dar un escándalo familiar, optó por llamar por teléfono al familiar con el que más confianza tenía: Tom. Pero éste estaba “ocupado” y Carlos cogió el teléfono “¿Qué te pasa? Princesa”… la chica le contó la situación.
–         Pues Tom está ocupado… hemos ligado y ahora le toca a él, jajaja –dijo Carlos divertido-
–         ¿qué habéis ligado…? ¿los dos? ¿con una? Joder, qué cabrón –no sabía por qué pero la dolió que Tom ligase- ¿con quién?
–         Se dice el pecado pero no el pecador… jajaja la pecadora en este caso
–         Cuéntamelo… ¿qué la haceis? Qué malos sois, pero Tom es… Tom es un cabronazo
–         Jaja dímelo a mí que estoy esperando a que termine para poder acostarme tranquilamente
–         Pues ven tu a ayudarme por favor… -hubiera preferido a Tom, pero tuvo que pedírselo a Carlos-
Al cabo de unos minutos llegó Carlos. Empujó la puerta de la habitación que estaba entreabierta y vió, frente a él, a Marta sentada en un sillón, vestida con el albornoz y con las piernas cruzadas. Miraba hacia él con la mirada intensa. En su mano sostenía una copa de cava. La botella que había puesto el hotel para los novios estaba ya por la mitad. Sólo había podido ser Marta quien se la había bebido lo que faltaba… y en pocos minutos.
–         Hola primita –dijo Carlos sonriendo- ¿Dónde hay que cargar “la mercancía” jaja?
–         Si te refieres al estúpido de tu primo, está en el baño… pero antes de que trabajes, que sepas que a mí me gusta pagar por adelantado –dijo Marta-
–         Jajajajajajaja
–         … y no tengo dinero –dice ella abréndose un poco el escote del albornoz dejando ver el comienzo de sus preciosos pechos-
–         Me parece bien, primita… voy a echar un vistazo a Santi y vuelvo contigo…
Carlos se dirigió al aseo de la suite perseguido por Marta que, algo bebida, se abría el albornoz e insistía en que primero tenía que atenderla a ella. Carlos comprobó cómo Santi dormía en el suelo, roncando y cayéndole un poco de saliva de la boca. Santi estaba bien, durmiendo la borrachera.
Entonces Carlos se dio la vuelta sobre Martita, que estaba a su espalda intentando que no atendiese a Santi. Sujetó las manos de la chica y la tomó del pelo con algo de rudeza, juntando sus labios en un beso húmedo y largo. El sabor de su boca era cava. En menos de 10 segundos ella estaba frotando su joven cuerpo contra él. El albornoz se había abierto y quedaba a la vista, únicamente tapado por el liguero y las medias de novia.
–         Qué guapa estás Martita, pareces una puta profesional… ¿o prefieres ser una actriz porno?
–         Jijijiji es lo mismo, ¿no quieres que sea tu puta hoy?
–         Jajaja me muero de ganas. Que sepas que llevo toda la tarde con tus bragas en el bolsillo Martita. Tocándolas con mis dedos que me huelen a tu coñito…
–         ¿te las ha dado Tom? Jaja qué cabrón
–         Eres nuestra puta. Por eso las tengo.
–         Síii… y al imbécil de mi marido que le den por culo –dijo ella dejando notar que el cava la estaba afectando-
–         ¿dar por culo? ¿pero no era eso lo que te tenía que hacer él a ti? ¿estrenar tu culito? Jajaja si no para de contárnoslo
–         Pero ¿te lo ha contado? ¡joder! ¿con qué cabrón me he casado?!
Carlos no contestó. Podía defender a su primo pues, si Santi era un cabrón, ella era una putita viciosa a la que llevaban semanas follándose. No obstante, no quería polemizar porque sabía sabía que ese culito iba a ser suyo… ya casi lo era. Lo estaba pellizcando con la mano entera mientras besaba el cuello de la chica, de la mujer de su querido primo.
Seguían besándose intensamente en el aseo, tocándose entre ellos junto a Santi que roncaba en el suelo. Curiosamente, no era la primera vez que Carlos abusaba de ella con Santi delante. El albornoz se había desplazado de los hombros pero no había caído al suelo aún. En los gestos de Marta había ansiedad. Se comportaba como una guarra y, cuanto más rudeza y dominio había en Carlos, más excitada y salida se sentía. Empezaba a tener una gran ansiedad por ser follada, y se ofrecía como una gata en celo. Comportarse así la excitaba, pero esta vez lo hacía para hacer pagar a su marido la borrachera el día de su boda.
–         Vamos a la cama –dijo Carlos-
–         No aquí –contestó ella
–         ¿Aquí?… pues bájate a comerme la polla ahora mismo Martita –Ordenó Carlos-
No hubo que repetírselo dos veces. Marta se arrodillo sobre el propio albornoz y, mirándose a un gran espejo que había en el cuarto de baño de la suite, se metió golosamente entre sus labios la polla de Carlos. No era la primera vez que lo hacía. En ese momento ya estaba bastante grande. Carlos la decía frases soeces “Así putita así… qué bien lo haces”… “Eres una guarra Martita”… “cómo te gusta comerla, se te nota… “ummmmm así sigue…déjala bien lubricada que va a hacer falta…”… “ummm puta”.
Las palabras guarras de Carlos la excitaban. No podía evitarlo. Marta pasaba de tener los ojos cerrados, a mirar al macho al que estaba dando placer, y a mirarse en el espejo como estaba arrodillada ante él vestida con su liguero de novia. Joder, pensaba… vaya noche de bodas. Carlos la tomó del brazo y la llevó a la encimera de mármol del lavabo inclinándola sobre ella
 
 
–         Vamos Martita… dime qué quieres que haga
–         Quiero que me folles… que me folles delante del cornudo de mi marido –La chica estaba muy excitada, sentía el frio del mármol bajo sus pechos-
–         Ummm abre las piernas putita. Obedece. ¡Vamos! –Marta obedeció la orden-
–         Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh joder… me estás partiendo… uuuummmmmm
Carlos había metido su herramienta en la vagina de la chica. Sin contemplaciones. A pesar de su lubricación ella sentía como la llenaba. Cómo la abría. Carlos comenzó a moverse rítmicamente. Sujetaba el pelo de Marta y la obligaba a verse en el espejo del lavabo… A verse a sí misma como era follada como una vulgar putita delante de su marido. Las tetas de la chica se movían al ritmo de las sacudidas de Carlos. AHH… AHH… AHH… AHH
–         ¿Esto es lo que querías? Marta
–         Síiiiii
–         ¿Qué te follen bien en tu noche de bodas?
–         Siiiiii cabrón… tú lo haces bien
–         Pero esto no era lo que te tocaba en tu noche de bodas Martita… en tu noche de bodas tocaba otra cosa…
–         AAAAJJJJJJJJJJJJ ¿qué hacessss?  -exclamó Marta-
La chica había sentido un chorro frío en su culito. Carlos había cogido de la encimera un bote con crema hidratante cortesía del hotel. Había soltado un chorretón sobre el agujerito de la chica… sin dejar de follarla el coñito, la estaba lubricando su culo. Primero metió un dedito. La crema hacía que entrase con mucha facilidad. “Prométeme que vas a tener cuidado” dijo la chica… “ssssshhh calla”… contestó él con autoridad. Pero realmente estaba teniendo cuidado. La crema hidratante hacía su función y Marta estaba siendo dóblemente penetrada “Ummm por favor… qué rico… ¿qué me haces?¡cómo me gusta!”.
Así estuvieron unos minutos. El la penetraba el coño con fuerza, a la vez que invadía su culito virgen con el dedo. De repente, Carlos lo sacó y Marta sintió que le faltaba algo. Pero fue el tiempo justo de lanzar otro chorrito de crema, esta vez casi directamente dentro del agujerito de la chica que se iba dilatando “aaaaaaaaaahhhhhhhhh”. El frescor de la crema la causó de nuevo sensación. Ahora Carlos había metido ya dos dedos en el estrecho agujerito. En ellos sentía como su propia polla empalaba la vagina de la chica sin descanso. A Marta ya casi no le sostenían las piernas… todo su cuerpo la empezó a temblar. Iba a sobrevenirle un orgasmo. Entonces Carlos la tiró del pelo… la hizo levantar la cabeza y mirarse al espejo. “Mírate putita… ummm estás preciosa así”.
Entonces, justo antes de sobrevenirla el orgasmo, Carlos súbitamente sacó su polla y sus dedos del cuerpo de la chica. Marta se sintió vacía. En el momento justo la había dejado con las ganas.
–         Por favor sigue… por favor… por favor… follameeeee
–         No me convences… tienes que hablar más sucio Martita. Pero muy sucio. Para mí. Tienes que ser una novia guarra…
–         Siiii soy una novia guarra… una guarra… sigue por favor… fóllame el culito el día de mi boda
–         Ummmm eso me gusta más… ábrete el culito con las manos zorra, vamos… para mí.
La chica obedecía ciegamente las órdenes. La visión de Carlos era fascinante… la novia de su primo el día de su boda completamente emputecida para él… entregada… sometida… cachonda… abriendo los cachetes de su culo  y deseando ser empalada… Él estaba también muy muy caliente. Aún así, con calma, apoyó su glande morado y húmedo en el agujerito virgen de Marta, metiendo  hasta el capullo…
–         AAAAAAAAAAHHHJJJJJJ
–         ¿Qué pasa Martita? Jajaja ¿qué te hacen?
–         ¡¡Sigueeee Cabrón!! –Marta estaba fuera de sí- despaciooo
–         SSSSHHH lo sé… sé lo que quiere esta niña –decía susurrando, mientras ella había echado la mano atrás tomando la muñeca del chico-
–         Síiii
–         ¡Las manos sobre la mesa, Marta!
 
 

Ella obedecía. Había perdido la noción del tiempo. Hacía todo lo que la mandaba Carlos. En sus fantasías a veces aparecía un hombre que la usaba sin contemplaciones y tomaba su cuerpo como si fuera suyo… y éste era el momento de hacerlo realidad. Mientras, Carlos metía y sacaba despacio su polla del culo de la chica. Cada vez un poco más profundo… Una de las manos del chico tomaba el pelo de Marta.  Tan pronto la presionaba un poco la cara contra la encimera de mármol, como la levantaba la cabeza para mirar en el espejo quien y como la follaba. Acompañaba los movimientos con una fricción de su mano sobre la columna de ella. Sentía como ella estaba teniendo escalofríos…
–         Ahora te vas a correr para mí, putita
–         Síii –ella sólo gemía-
–         Vas a ser una putita obediente y vas a correrte para mí
–         Siiiiiiiiiiii
–         ¡Vamos! –dijo el chico simulando cara de enfado, y dando una fuerte palmada en el culo desnudo de la novia-
–         AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHJJJJJJJJJJ
–         AAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHJJJJJJJJ
–         JODER JODER JODER….
–         Vamos zorra… córrete que yo te vea…
Carlos ya se había quedado quieto. Su duro miembro invadía el culito de la chica penetrándolo hasta el fondo. Sentía el calor… la presión… pero sobre todo los espasmos de la chica que estaba corriéndose apretando los puños. Notaba como la chica perdía la fuerza en las piernas, como se corría gimiendo apoyada sólo en el abdomen en el mármol y en su propia polla que estaba a punto de estallar.
–         SSSIIIIIIIIIIII
–         Joder Marta… Te voy a llenar de leche
–         SIIII  SIGUE… fóllame… lléname de leche…. UUUUMMMMM
–         Toma… toma  ¿es lo que querías?
–         Siiiiii joder siiiii
Dijo la chica apoyada en la encimera del lavabo viendo la cara del primo de su novio según se corría y sintiendo como las contracciones de la polla de él la llenaban de líquido ardiendo… Él se inclinó hacia delante, quedando su pecho pegado a la preciosa espalda de la novia. Ambos sudorosos y jadeando. Tras unos minutos así colocados, el chico besó a la novia en la mejilla, acariciando cariñosamente su pelo… entre los dos llevaron a Santi a la cama de la suite y se despidieron…
Marta y Santi ya estaban casados. Ella seguía siendo usada por los primos de su marido…
Muchas gracias a todos l@s que me han leído. Ser capaz de escribir todos estos relatos ha sido una experiencia muy curiosa para mí. Os deseo lo mejor.
Carlos
diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (3) (POR MARTINA LEMMI)

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   Mi nerviosismo se empezó a convertir en terror.  Esa locura tenía que parar ya mismo.  Pero acudió enseguida
a mi mente el video en el que yo le chupaba la verga a Franco, así como también la amenaza de que el mismo fuera exhibido por todo el colegio si es que aún no lo había sido.  Me llevé las manos a la zona del orificio para separar los plexos y al instante en que lo hice, prácticamente sin más trámite, la endemoniada jovencita empujó el consolador adentro.  Los ojos se me llenaron de lágrimas y tuve unas ganas incontrolables de gritar pero mis potenciales alaridos no pasaron de un “mmmmmm” ahogado.  Agradecí en ese momento que Vanina me hubiera amordazado la boca.  Ahora, la perversa gordita me acariciaba por entre los bucles detrás de mi oreja y no paraba de darme besitos sobre la mejilla.  De manera acompasada empujaba y extraía, aunque nunca del todo, y en cada nueva arremetida iba más adentro: no le llevó demasiados intentos lograr que todo el objeto estuviera adentro de mi culo.  El dolor era insoportable.  Me vino a la cabeza una sensación muy semejante a cuando uno está intentando defecar pero se encuentra terriblemente constipado: sólo es una analogía; la sensación era todavía peor.
             “Sí, hermosa, ya sé que duele – me decía siempre maternalmente -.  Pero es necesario que se vaya acostumbrando para cuando le metan una verga de verdad… Acuérdese que cuando llegue ese momento, doctora, me lo va a agradecer”
             Durante un buen rato no lo movió pero sí mantuvo presionado el objeto de tal modo de mantenerlo allí instalado.
             “Así el culito se abre bien… Y se va acostumbrando…” – explicó.
            Por cierto, el dolor era muy agudo pero la pendeja tuvo razón en lo del acostumbramiento: paulatinamente mi ano se fue habituando a tener ese elemento extraño en su interior y el dolor fue mermando, aunque nunca llegó a desaparecer.  Pasado un rato, Vanina recomenzó con el trabajo de penetración anal hacia atrás y hacia adelante.   Y, extrañamente, el dolor fue dejando, en cierta forma, paso a la excitación… o mejor dicho, ambos fueron aprendiendo a convivir.  Por supuesto que el que yo pudiera sentir excitación al ser penetrada en el culo por una pendeja con un consolador no dejaba de ser, cuando menos, degradante.  Otra vez agradecí tener mi boca encintada: ya no era sólo el temor a que mi garganta despidiese gritos de dolor que resonaran haciéndose oír por los pasillos y las aulas del colegio; ahora también era que no quería que Vanina oyera, de mi parte, gemidos de placer por debajo de los hirientes quejidos.  Cuando se cansó de penetrarme por la cola, extrajo sin demasiada delicadeza el falo artificial y con su mano libre tanteó mi concha.  Uno o dos de sus dedos me hurgaron sin ningún respeto.
            “Está mojadita, doctora – dijo la pendeja dejando escapar una risita -.  Momento ideal para que le den una buena cogida…”
            Un momento.  No podía permitir que me penetrara con el consolador por la vagina después de haberlo hecho por la cola: era contrario a las mínimas normas de higiene que yo, tantas veces, exigí en mis pacientes.  Pero no podía hablar y si me detenía a quitarme la cinta de la boca, sería tiempo más que suficiente como para que la gordita introdujera el objeto en mi concha.  Intenté incorporarme pero ella pareció adivinar mi movimiento y me aplastó contra el escritorio con una mano justo en el centro de la espalda; la presión que ejercía allí me impedía cualquier intento.  Probé otra cosa: llevé la mano hacia atrás para detener su intento de introducirme el objeto… pero sólo tanteé el aire y no encontré nada.  En ese momento ella debió apoyar el consolador en alguna parte (no supe dónde) y quitó de encima mío la mano que me sostenía presionada por la espalda; ello podría haberme dado la chance de zafarme pero estuve lenta de reflejos o bien ella lo hizo todo demasiado rápidamente: en cuestión de mínimos segundos tomó una de mis muñecas y la apoyó sobre la otra para así dar varias vueltas en torno a ambas con la misma cinta que, momentos antes, había utilizado par a silenciarme.  Y así, con las manos encintadas a mi espalda, ella me tenía completamente a su merced.  Sentí una palmada en la cola:
          “Quieta” – me dijo secamente.
            Y a continuación, sin que mediara nada más, entró con el consolador en mi concha y juro que fue como si el objeto llegara a mi estómago: era imposible, desde ya, pero ésa fue la sensación.  Comenzó entonces a penetrarme alocadamente, con un movimiento continuo que se fue acelerando.  Yo ya no podía controlarme: estaba viajando hacia el orgasmo más humillante de mi vida mientras los gemidos pugnaban por salir de mi boca sin conseguirlo.  El ritmo se fue haciendo cada vez más frenético y la excitación aumentaba de idéntico modo; me sentí cerca, muy cerca: de un momento a otro mis flujos estarían chorreando por mis piernas y buscando el piso, todo para alegría y beneplácito de la muchachita que me sometía a tan vergonzante ignominia.  Pero, no sé si por bondad o por crueldad, en el momento justo en que yo estaba a punto de estallar, retiró el objeto.  Podía pensarse que todo había concluido pero no fue así.  Me aferró por los cabellos alzándome la cabeza hasta sentir su aliento en mi oreja nuevamente; luego me tomó por los hombros y me giró, con lo cual quedé encarada con ella.  Sus ojos llameaban: es indescriptible poner en palabras lo que irradiaban; si dijera que mostraban “deseo” sería sólo dar al lector una pobre imagen que se quedaría muy lejos de lo que yo percibía en esos momentos.  Me apoyó una mano en el esternón y me empujó hacia atrás, con lo cual caí de espaldas contra el escritorio; se abalanzó sobre mí mientras blandía el consolador en una mano cual si se tratara de un arma.  Me abrió el ambo, cuyos botones ella misma había soltado momentos antes y, así, mis pechos quedaron expuestos ante ella puesto que el corpiño aún seguía levantado por sobre ellos.  Clavó la vista en mis senos y prácticamente los devoró: primero se mordió el labio inferior y luego la vi relamerse.  Se abalanzó sobre mí enterrando la cabeza entre mis tetas: les pasó la lengua una y otra vez insistiendo muy especialmente en los pezones y la zona de alrededor.  Luego se prendió a uno de ellos en una succión que me transportó ignoro a qué mundo; una vez que se cansó, atacó el otro pezón.  Estuvo así un buen rato.  Después apoyó nuevamente el consolador sobre el escritorio y, con sus manos, me aferró por las caderas haciéndome levantar mis piernas.  Una vez que me tuvo en la posición en que ella quería, volvió a tomar el fálico objeto y atacó sin piedad mi vagina. Otra vez el movimiento frenético y alocado; otra vez el delirio y el éxtasis.  Con su mano libre me arrancó la cinta de la boca.  Me pareció una locura hacerlo justo en ese momento en el cual la cogida del consolador arreciaba nuevamente y era de esperar que mis gritos y gemidos de placer fueran a hacerse incontrolables.  Pero Vanina tenía su propio plan: me miró durante unos segundos y luego apoyó su boca contra la mía con fuerza, enterrándome la lengua sin que yo pudiera hacer nada al respecto.  Yo seguía con mis manos atadas a mi espalda y, por más que quisiese, no podía hacer nada para detenerla.
           Jamás pero jamás había yo sido besada por una mujer.  Qué podía imaginar que un día eso ocurriría y, peor aún,  que la responsable sería una adolescente gordita muy poco favorecida por la naturaleza o por la estética.  Y sin embargo allí estaba ella, con su lengua buscando mi garganta… Y con el consolador  buscando llevarme al orgasmo.  Por cierto, éste se acercaba… cada vez más, cada vez más, ya estaba al caer; yo quería gemir pero no podía: la lengua de Vanina prácticamente me lo impedía.  Y la cogida del consolador fue in crescendo…y más, y más, y más… Hasta que, claro, ocurrió lo inevitable: el orgasmo llegó y me encontró en un estado de conmoción que me hacía estar en cualquier planeta en tanto que mis fluidos, al poco rato, comenzaban a bañar mis piernas.  Ella me siguió besando durante largo rato aun después de que mi estallido llegara; cuando finalmente dio por terminado el beso, separó su boca de la mía pero me tomó por las mejillas y me las estrujó con una sola mano, obligándome así a prácticamente hacer una trompita con mi boca.  Estrelló sus labios contra los míos un par de veces, como si le costara despedirse… pareció como que se estuviera despidiendo o, al menos, dándole un cierre a los hechos.  La realidad era que Vanina siempre parecía tener un as más en la manga y si ese beso había sido un cierre, sólo lo había sido parcialmente para dar paso a la siguiente etapa, la cual, por cierto, llegó rápidamente y sin previo aviso.  En un brinco que bien podría haber sido propio de una rana, saltó sobre el escritorio cayendo con sus rodillas a ambos lados de mi rostro.  Se alzó la falda plisada y en ese momento descubrí, desagradablemente, que no tenía bombacha, no sé si porque no la tuvo nunca o porque se la habría quitado en algún momento mientras había estado “trabajando” a mis espaldas.  Prácticamente me asfixió y sentí el aroma y el gusto de su vagina en pleno rostro aplastándome tanto nariz como boca.  La sensación de no poder respirar me llevó maquinalmente a querer sacármela de encima pero era imposible: mis manos estaban encintadas a mi espalda y aplastadas tanto por el peso mío como, ahora también, por el de Vanina.
           “Ahora quiero tener yo mi orgasmo – anunció en un tono nuevamente imperativo pero ya no tan jocoso o burlón sino más bien severo, mucho más serio.  De hecho fue la primera vez en que no me tuteó -.  Chupame la concha, vamos…”
Más allá de la asfixia, me producía un fuerte desagrado tener una vagina así de inserta en mi cara.  Si por alguna razón no me especialicé en ginecología fue porque no podía ni pensar en pasarme la vida viendo conchas.  Y, sin embargo, allí estaba, con mi rostro aplastado por una… y sin posibilidad de hacer nada con mis manos.  Lo peor de todo era que no había demasiada forma de no hacer lo que me decía… y no se trataba tan sólo del maldito video o la amenaza de difundirlo: lo cierto era que yo me estaba asfixiando y, al estar mi nariz totalmente aplastada, no me quedaba más remedio que abrir la boca.  Y en la posición en que ella me tenía, no había casi forma de que su concha no entrara prácticamente en la misma apenas despegaba yo mis labios.  El sexo oral que la pendeja estaba reclamando era casi inevitable.  No me quedó más que abrir la boca bien grande, la cual, de ese modo, se vio invadida por su sexo.  Casi como paso obvio, sólo me quedaba entonces sacar la lengua bien larga… y, como ella me ordenaba, lamer, chupar… No se pueden dar una idea de lo chocante y desagradable que la situación era para alguien que nunca había tenido sexo con mujeres: por momentos hasta hice arcadas.  Aun así, tenía que conformarla: quería que me liberara lo antes posible de su peso además de que,  obviamente, no diera curso a la difusión del video.  Así que, tan rápidamente como pude, comencé a darle lengüetazo tras lengüetazo por mucho que mi estómago se quejase, puesto que en la medida en que ella acabara rápido, más satisfecha quedaría y antes me liberaría.  Vanina comenzó a gemir y casi sin solución de continuidad sus gemidos se fueron mutando en alaridos.  ¡Dios mío!  Acudió a mi mente otra vez la terrible idea de que la puerta se abriera de un momento a otro y alguien viniera a ver qué estaba ocurriendo, alertado posiblemente por esa pendeja de mierda que gritaba como una marrana.  Traté, no obstante, de hacer de tripas corazón y ponerle a mi labor toda la sangre fría que fuese posible a los efectos de que su orgasmo llegase lo antes posible.  Ella estaba desenfrenada y fuera de sí: ya ahora gritaba  de manera desencajada y yo hubiera querido disponer de algún medio para callarla… Por suerte llegó el momento final… Un solo grito prolongado y un aflojarse de la presión sobre mi cara fueron claros indicadores de que la pendeja estaba teniendo su orgasmo; ello, claro, sin mencionar, el desagradable flujo de líquido que invadió mi boca… Fue tal la arcada que hasta temí vomitar boca arriba y morir asfixiada.

Ella se incorporó un poco y, por primera vez desde que se apeara sobre mi cabeza, pude verle el rostro: los ojos cerrados y la boca abierta en un jadeo que había quedado en suspensión permanente, como congelado… No bajó la vista hacia mí; sólo se bajó del escritorio, primero una pierna, luego la otra.  Yo, al igual que ella, estaba totalmente exhausta.  Durante algún rato quedé como estaba, de espaldas sobre la superficie del mueble y con las manos encintadas atrás; sólo ladeé un poco la cabeza por si, como temía, terminaba vomitando.  No ocurrió.  Ella se acomodó la ropa;  la seguí con los ojos mientras volvió hacia la silla en la cual se hallaba su mochila: tanto el rollo de cinta como el consolador desaparecieron en el interior de la misma y, seguramente, se confundieron con un montón de útiles colegiales entre los cuales estarían fuera de contexto pero a la vez camuflados.  Se secó la transpiración de la frente.

           “Me ha cumplido un sueño, doctora – dijo -.  No sé si volveré a tener en mis manos a una mujer tan hermosa en mi vida.  No creo…”
           Yo no podía decir palabra.  Tenía ahora la boca liberada pero conseguir articular algo que fuera inteligible después del momento vivido era impensable.  Me incorporé del escritorio como pude pues mis manos seguían encintadas.
             “Más le vale que se mantenga callada, doctora – sentenció -.  Una, porque no creo que le guste que se sepan de usted estas cosas.  Segunda, porque lo más posible es que la acusen a usted de acoso y no a mí.  Tercera… bueno, je, no se olvide que tenemos el videíto con las cositas que hizo con Franco.”
                 La risita socarrona, a la cual ya empezaba a estar yo acostumbrada, rubricaba cada una de sus frases.  Se acercó a mí y me liberó las manos rematando con una palmada sobre mis nalgas.  Finalmente se echó la mochila a la espalda y se marchó.  Antes de trasponer el vano de la puerta, se llevó tres dedos de la mano derecha  a sus labios y me arrojó un beso…
               Y allí quedé, una vez más abandonada en mi consultorio improvisado, tal como ocurriera dos días atrás.  El corazón me comenzó a latir a toda prisa en cuanto empecé a pensar que de un momento a otro entraría otra de las chicas a las cuales yo tenía que revisar.  Me acomodé presurosamente la ropa: yo estaba con la bombacha baja y con los pechos al aire.  Una vez que hube puesto nuevamente todo en su lugar me dediqué a acomodarme el cabello.  Justo a tiempo: otra borreguita estaba entrando al lugar…  Le dije que esperara y salí del aula para avisar a la preceptora que iba al toilette.  ¡Por Dios!  Tenía que sacarme de la boca el gusto a Vanina (o a vagina); inclusive el olor de las partes íntimas de esa chica debía estar impregnado en todo mi rostro e incluso en mis cabellos.  Cuando puse sobre aviso a la preceptora, no pude evitar pensar en si habría o no escuchado los espasmódicos gritos de esa adolescente cuando yo le practicaba sexo oral.  Me aseé todo lo que pude y no sé cuántas veces me enjuagué la boca.  Volví finalmente a retomar mi trabajo.
             El resto de la jornada laboral transcurrió sin sobresaltos.  La realidad fue que casi no presté atención a las chicas que siguieron y que lo que quería era sacármelas de encima lo antes posible e irme.  No podía dejar de pensar en la degradación que había sufrido ni de maldecir internamente a Franco.  ¡Qué pendejo hijo de puta!  Me había filmado y, de ese modo, me dejaba convertida en un juguete: de él, de Vanina y de vaya una a saber cuántos más que estuvieran al corriente de lo ocurrido o que hubieran visto el video.
              Cuando me retiré, lo hice en un mutismo y hermetismo todavía mayores a los de dos días antes.  Me subí al auto y me marché presurosamente del lugar.  El resto del día estuve encerrada en casa.  Llamé a la recepcionista de mi consultorio para avisar que cambiara los turnos, que me sentía mal.  En parte era cierto, desde ya, sólo que no se trataba de ninguna dolencia fisiológica.  Recién durante la tarde me di cuenta que con mi prisa en irme no había entregado las fichas en el colegio.  A la noche hablé con Damián, una vez que él estuvo en casa.  No podía ni mirarlo a la cara; no sé si notó algo o no, pero entre nosotros hubo cada vez menos palabras y, una vez más, fue una noche sin sexo.  Estaba haciendo las cosas mal, lo sé.  Tales cambios en la rutina sólo podían generar sospechas en la medida en que se volvieran reiterados con el correr de los días; Damián no era tonto y se daría cuenta de que yo no había vuelto a ser la misma desde el lunes en que regresé de mi primer día de trabajo en el colegio.  Lo que sí hice fue arreglar con él para que llevara las fichas al día siguiente: no me daba la cara para presentarme en dirección o en administración.  Antes de dárselas, estuve mirando detenidamente cada una y me detuve particularmente en la de Franco a quien, de acuerdo a lo que allí se leía, yo volvía a citar nuevamente para la semana siguiente.  Estuve cavilando largo rato acerca de qué hacer, si dejarlo así o corregir el informe.  No ver más al increíblemente hermoso muchacho sería una forma de empezar a quitármelo de la cabeza en la medida en que ello fuera posible después de todo lo ocurrido… pero ese guacho de mierda se había burlado de mí, me había filmado y había presumido de lo que conmigo había hecho ante sus compañeros o amigos, vaya  a saber ante cuántos.  Dejé todo como estaba: necesitaba hablar con él… y decirle unas cuantas cosas.  Que viniera a mi consultorio la semana entrante.  Simplemente cerré el sobre.
           Por suerte no volvía al colegio hasta el próximo lunes; las revisaciones tenían lugar los días lunes, miércoles y viernes y justo se daba que el viernes era feriado.  Esos cinco días sin pisar el colegio me vinieron bien para tratar de poner mi cabeza en orden nuevamente aunque, desde luego: ¿hasta qué punto?  Le había mamado la verga a un chiquillo de diecisiete años a quien además le di dinero y había sido manoseada y penetrada vaginal y analmente con un consolador por una adolescente lesbiana psicótica.  Traté de que en el fin de semana hiciéramos cosas: la idea era distraerme.  El sábado anduvimos con Damián por la feria de artesanos de Plaza Francia y por algún que otro bar de Recoleta.  El domingo fuimos de paseo al delta.  Pero si mi idea había sido que tales actividades me hicieran olvidar las situaciones vividas, la realidad fue que sólo operaron como distractores muy parciales e, inevitablemente, volvía a martillarme en la cabeza el hecho de que el lunes había que volver al colegio.  Ese fin de semana, también y para alejar sospechas, volví a tener sexo con Damián: como es de imaginar, no fue mi performance más feliz, pero al menos servía para que mi conducta no empezara a generar dudas en él.  Eso sí, no logré evitar que, cuando estábamos entre las sábanas, apareciera más de una vez la imagen de Franco Tagliano… El precioso Franco Tagliano, a quien yo debía volver a ver el lunes.
            Y el día fatídico llegó.  Había dejado a Franco para el final a los efectos de que la eventual turbación que su visita pudiera producirme no boicoteara el resto de mi actividad en la mañana.  Para no generar sospechas, no era Franco el único chico al que había pedido ver por segunda vez: había otros dos, pero a él, por supuesto, lo había ubicado al final.  ¿El postre, tal vez?  Difícil decirlo… Difícil tratar de imaginar qué ocurriría cuando él estuviera ahí: si mi furia por lo que había hecho lograría imponerse sobre el deseo enfermo que ese chico me generaba o si, por el contrario, la razón, al igual que ocurriera una semana atrás, sucumbiría ante los carnales dictados de la pasión.  Estuve nerviosa durante toda la mañana, como imaginarán.  Y mi corazón fue incrementando su ritmo en la medida en que los muchachitos iban pasando y se iba acercando el momento de verlo nuevamente a él después de una semana.
            Y el turno le llegó.  Cuando entró por la puerta, fue como si de pronto volvieran las mismas sensaciones de aquel lunes en que lo vi por vez primera; diría que aumentadas, habida cuenta de todo lo que después había ocurrido y de la ansiedad que se había adueñado de mí durante toda esa semana que había mediado entre ambos momentos.  Él entró, esta vez, sonriente ya desde el principio.  Ese deje de burla, tan característico en él, me seguía atrayendo con su influjo pero además me irritaba sobremanera.
           “Buen día, doc… ¿cómo…?”
          “Sentate” – le corté con sequedad.
           Se mostró sorprendido o, al menos, eso me pareció.  Aun así, nunca abandonó la sonrisita socarrona y todo lo que hizo fue abrir los brazos en jarras.
           “¡Epa!  ¡Cómo estamos!  ¿Qué nos pasó hoy?  ¿Dormimos mal?”
            “Sentate” – insistí.
             Se me quedó mirando en silencio sin dejar de sonreír ni por un instante.  Se llevó la mano derecha a la sien como si imitara un saludo de corte marcial.
            “Como usted diga, doc”
             Se ubicó entonces en su silla, encarado conmigo.  Yo lo miraba: una vez más, no podía creer que fuera tan hermoso.  Ni el odio que me había generado en los días previos en que no lo había visto era capaz de eclipsar el viril hechizo del que era dueño. Viéndolo y teniéndolo enfrente, con todo lo que su personalidad irradiaba, era como que todos mis cálculos acerca de cómo sería el momento del reencuentro se vinieron abajo.  Más aún: se hacía perfectamente entendible la pérdida del sano juicio que yo había sufrido ante él una semana antes y que tantas culpas me había generado luego, con el correr de los días.  Claro: era mucho más fácil tratar de pensar fría y racionalmente cuando no se lo tenía enfrente.  Traté, no obstante ello, de mantenerme lo más racional que fuera posible o, al menos, aparentarlo.
            “Explicame qué es esa historia del video” – le espeté secamente.
             Abrió la boca como si soltara una carcajada sin sonido.
             “Ah… eso era… – dijo -.  Le pido mil disculpas, doc… Cayó en manos que no debía caer y… bueno, lo demás supongo que ya más o menos lo sabe”
             “Pero me filmaste – le increpé enérgicamente -… y no me dijiste una palabra”
              “Je, sí, le vuelvo a pedir disculpas, doc… Lo que pasa es que no quise decirle nada para que usted se comportara lo más naturalmente posible.  Piense que en ese momento usted era una perra alzada que quería verga y si yo la ponía al tanto de lo que estaba haciendo…hmm… tal vez no se comportaba de la misma forma.  No sé si me explico…”
             “No me hables así” – repuse enérgicamente, harta e incrédula ante tanta insolencia.
              “Bueno, doc… No se enoje.  No se me ponga así.  Usted pagó por un servicio y yo se lo di.  Usted quería que le llenara de leche la boquita y yo lo hice.  ¿Qué hay de malo en eso?  Es más: por algo estoy acá otra vez, ¿no?  ¿O va a hacerme creer que si me llamó de vuelta no es porque quiere tener mi pija en su boquita de nuevo?”
Me quité los lentes y me restregué los ojos.  Conté hasta diez para no mandarlo a la mierda.  Era eso lo que tenía que hacer, desde luego, pero debía recordar todo el tiempo que él y algunos de sus compañeritos, o todos, tenían el video.
               “¿Cuántos lo vieron?” – pregunté.
              “El tema fue que Vanina, sin que yo me diera cuenta, me manoteó el celular de adentro de la mochila… Y bueno, fue ella la que…”
               “¿Cuántos lo vieron?” – insistí, tajante.
               Se quedó pensativo unos segundos.  Frunció los labios.
                “La verdad es que yo no sé a cuántos se lo pueda haber mostrado la enferma retardada ésa.  Yo, por mi cuenta, no se lo mostré a nadie, pero por lo menos a cuatro de mis amigos les llegó.  Lo que pasa es que… en fin, usted ya sabe cómo es esto.  Yo no sé a cuántos se lo puedan haber mostrado ellos ni tampoco Vanina o las amistades de la “torta” esa…  Ese tipo de videos se hacen populares muy rápido”
               Coronó su respuesta con una sonrisa que, esta vez, fue abierta y de oreja a oreja.  Yo sólo me sentí morir.  Tenía ganas de llorar.  Mi carrera, mi futuro, mi vida… todo había quedado en manos de unos chiquillos con las hormonas a mil.  Ni siquiera importaba si su versión era cierta, si realmente era verdad que le habían sacado el celular de la mochila o si él mismo se había encargado de difundirlo.  Lo verdaderamente importante era que todo mi prestigio se caía a pedazos ante mis propios ojos.  No aguanté más y comencé a lagrimear.
               “¡No, doc!  ¡No se me ponga así! – dijo él con tono de conmiseración -.  No va a pasar nada… El profesor Clavero no se va a enterar de esto y…”
               “¡No nombres a mi esposo!” – rugí, perdiendo el cuidado de no ser oída desde fuera del aula.  Rompí abiertamente en sollozos.  Mi rostro desapareció entre las palmas de mis manos.
                 Él se quedó en silencio durante un rato.  Lo único que se escuchaba en la habitación eran mis gimoteos y mi llanto.  De pronto fue como que noté algo… un tacto, un cosquilleo, como que me estuvieran tocando la pierna.
                 Levanté la vista hacia él con los ojos inyectados en rabia.  Me miraba sonriendo como siempre y, por supuesto, yo no podía ver sus manos porque estaban por debajo del escritorio, jugando con mis piernas.
                “¿Qué hacés?” – pregunté, entre dientes.  Mi llanto había dejado lugar a la ira.
              “Solamente trato de que se sienta bien, doc… – contestó él con un encogimiento de hombros  y sin dejar de toquetearme-.  Me pone muy mal ver a una mujer llorando… y más todavía a usted.  Siento muchísimo lo que pasó…”
              Qué pendejo extraño.  Ahora mostraba una cara dulce, muy diferente del talante dominante y soberbio que exhibiera una semana antes.  De todas formas, aun en la delicadeza, siempre se advertían por debajo destellos de la insolente perfidia que le caracterizaba.  Algo infinitamente maligno parecía subyacer en su dulzura.   Lo cierto era que, tanto cuando mostraba una cara como la otra, el chico conseguía el mismo efecto sobre mí: hacerme pelota, destruir mis defensas… Y, una vez más, perdí control de mis actos.  Le retiré la mano de mis piernas pero me puse en pie y crucé hacia el otro lado del escritorio.  Él, sin dejar de estar sentado, se ladeó ligeramente hacia mí.  Yo llevé algo hacia arriba tanto el ambo como la corta falda y, sin más trámite, me senté en su regazo.  Lo tomé por la corbata, lo atraje hacia mí…y lo besé.  Era lo que realmente tenía ganas de hacer: besarlo durante minutos, horas, días…, besarlo por siempre, tal el influjo que ese muchachito tenía sobre mí.  Entré con mi lengua en su boca y se la enterré hasta el fondo.  Cuando ya no di más, la extraje un poco y me dediqué a morderle el labio.  Luego fue él quien ingresó con su lengua cuan larga era en mi boca mientras me sostenía aferrándome por las nalgas y me llevaba aun más hacia sí, ubicándome justamente donde él me quería: allí donde mi sexo se tocaba con el suyo, como si ambos se llamaran mutuamente por debajo de las prendas que aún nos cubrían.  No sé durante cuánto tiempo nuestras bocas permanecieron unidas.  Yo no tenía absolutamente ninguna noción al respecto.  Sólo sé que en un momento separé mis labios de los de él únicamente para mirarlo a sus hermosos ojos.  Me sostuvo la mirada:
             “¿Qué puedo hacer por usted para reparar mi error, doc?”.
              Me mordí el labio inferior y le propiné un beso en los de él, esta vez corto y más delicado, aunque no exento de lascivia.
               “Vos sabés bien lo que podés hacer, pendejo”
                Largó una risita.  Se mostró sorprendido, aunque creo que fingía.
               “Ja… No, doc, le juro que no…”
               “Cogeme, pendejo” – lo corté.
               Esta vez rió estruendosamente.
              “Jajaja… Está bien, doc… – concedió, divertido -.  Me parece una buena forma de compensarla.  Que tenga una buena dosis de pija y sin pagar un peso… Está bien – repitió -, me parece un trato justo…”

Se incorporó de la silla y, al hacerlo, prácticamente me alzó en andas, siempre sosteniéndome por mis nalgas.  Me sentó sobre el escritorio y volvió a introducir su lengua en mi boca pugnando por tocarme la garganta.  Liberó una de sus manos de mi cola y la llevó hacia uno de mis pechos, masajeándolo por debajo del ambo pero por encima de la remera.  Yo, con mis manos, busqué el cinto de su pantalón y se lo solté.  Deslicé luego una de ellas por debajo  del bóxer y le acaricié suavemente pene y testículos: se lo puse durito y me encantó.  Cuando dejó de besarme me tomó por la cintura y me giró.  Otra vez quedé de bruces sobre el escritorio tal como ocurriera unos días antes cuando Vanina había hecho lo que quiso conmigo.  Franco introdujo sus manos por debajo de mi falda y en un rápido movimiento me dejó sin tanga.  A partir de ese momento todo se dio muy precipitadamente.  Antes de que pudiera darme cuenta de algo su magnífica verga estaba entrando en mí cuán grande era.  No pude evitar levantar un poco espalda y cabeza mientras mis manos y mi vientre seguían sobre el escritorio; abrí mi boca en todo su tamaño en un reflejo involuntario, como si quisiera tragar todo el aire de que fuera capaz.  Luego lo solté, volví a inhalar… y así sucesivamente.  Franco, mientras tanto, se encargaba de cogerme y era una verdadera máquina sexual.  Fue aumentando el ritmo de la embestida aceleradamente y en sólo cuestión de segundos la intensidad del bombeo era insoportable pero a la vez me llevaba al placer en su máxima expresión.  ¡Por Dios!  Nadie, pero nadie me había cogido así… ¿Qué tenía aquel chico endemoniado de sólo diecisiete años?  No me dio respiro… Por momentos quería decirle que esperara o que bajara la intensidad pero no había forma de que las palabras acudieran a mi boca: sólo brotaban gemidos y quejidos que mezclaban dolor y placer.  Era paradójico porque a la vez no quería que se detuviera… nunca.

           Imposible saber cuánto rato me cogió, pero el frenético ritmo no bajó en ningún momento.  Yo ya no podía contener mis gemidos que se iban convirtiendo en gritos.  En ese momento volví a recordar el contexto: el colegio, el pasillo, estudiantes y profesores en las aulas o tal vez la preceptora al otro lado de la puerta, vaya una a saber si con una oreja contra la misma.
            “Mové el culo, puta… – me espetó él mientras me estrellaba un par de palmadas sobre la cola con tal fuerza que estoy segura que me dejaron colorada la zona del impacto -.  Mueva el culito, doc…, mueva el culito como la putita que es…”
            Sus palabras volvían a recuperar el tono insolente de una semana atrás y debo confesar que eso me provocó a un mismo tiempo indignación y calentura.  Era una sensación nueva, por supuesto, jamás experimentada con ningún hombre y mucho menos con mi esposo.  Me encantaba ser el objeto sexual de aquel chiquillo adolescente con aire arrogante.  Es que… no era un chiquillo, tampoco un hombre… Esa bestia desenfrenada que no paraba de penetrarme no podía ser comparada a ningún hombre con el que hubiera intimado en mi vida.  Era una bestia justamente; un animal prácticamente: un macho semental hermoso y dominante.  Y, como tal, él sabía perfectamente cómo degradarme en mi condición de mujer y hacerme sentir que ya ni siquiera eso era: en mi vida hubo hombres que me hicieron sentir mujer; pero Franco era el primero que lograba hacerme sentir como una hembra.  Una hembra en celo.  Cuando momentos antes él mismo utilizara la expresión “perra en celo” para referirse a mí, me había producido en mi interior sensaciones extrañas y contradictorias, porque la realidad era que así me había yo sentido una semana atrás y así me sentía, ahora, pero aumentado por cien: como una perra en celo…
          Llegué al orgasmo tres, cuatro, cinco veces… no tengo idea.   ¿Es que nunca iba a acabar ese pendejo hijo de puta?  ¿Hasta cuándo pensaba tenerme ensartada a semejante ritmo?  Jamás me llegaron señales auditivas ni de ningún otro tipo que me pudieran indicarme que él se hallaba medianamente cerca del orgasmo.  Eso sí: no paraba de proferir entre dientes insultos y sonidos guturales.  De pronto retiró su verga de adentro de mi conchita.  Caí de bruces nuevamente sobre el escritorio, pensando que todo había terminado…, pero al igual que otras veces me equivoqué.
           “Me dijo Vanina que te estuvo preparando un poco el culito… ¿Es así?”
            Los ojos se me abrieron de par en par.  ¿Hablaban entre ellos sobre mí entonces?  Ahora que lo recordaba, la propia Vanina me había dicho que la penetración con el consolador en mi cola era necesaria para prepararme para el momento en que mi culo recibiera una buena pija.  Quizás no había sido una frase pronunciada al azar después de todo.  Quizás… todo fuera parte de un plan.  Un siniestro plan elaborado entre los dos.  De cualquier modo que fuese, lo cierto fue que él empezó a juguetear con la cabeza de su pene sobre la entrada de mi cola.

“N… no – balbuceé -.  Por favor… Eso nooo”

              “¿Así que nunca te hicieron el culo? – preguntó él haciendo caso omiso de mis ruegos -.  ¿Tan inútil es el profesor?”
             Yo no salía de mi asombro.  Él prácticamente jugaba con el manual en mano: un manual que la gordita lesbiana le había ayudado a confeccionar.
               “P… por favor, Franco… te lo ruego… No, por favor”
               “¿Sabés una cosa? – continuó él, siempre ignorándome -.  Hiciste bien, je… – me palmeó la cola -.  Hiciste bien en guardar este culito para que fuera estrenado por una pija como la que se merece…”
               Rubricó sus palabras jugando nuevamente con su verga sobre mi agujerito.  Un mar de contradicciones se sacudió dentro de mí.  Quería que la retirara, pero a la vez deseaba que siguiera adelante…
               “P… por favor… – insistí -.  Te lo pido, Franco.  No…”
                Fue entonces cuando su siguiente reacción no fue justamente la que yo hubiera esperado… Si yo, hasta ese momento, había estado rogándole que cejara en sus intenciones, lo había hecho (tal vez inconscientemente) a sabiendas de que él no desistiría nunca de su propósito.  Por el contrario y para mi sorpresa, retiró el miembro de mi culo.
              “Muy bien, doc… como quiera…” – dijo.
                Qué pendejo hijo de su madre.  Qué guacho de mierda.  Le gustaba jugar conmigo al punto de hacerme desear y rogar: disfrutaba de  hacerme sentir que yo era una puta ya que con eso, él le arrebataba a mi culposa conciencia casi el único consuelo que le quedaba: el de poderme creer que yo, en realidad, me resistía…  Quedé allí, tal como estaba; no me moví…
                “¿Qué pasa, doc? – preguntó él -.  Vaya vistiéndose… Podría venir alguien”
               “¡No!” – exclamé yo.
               Fue prácticamente un reflejo: algo mecánico e impensado.  Me arrepentí al instante de haberlo dicho pero lo cierto era que la palabra había brotado de mi boca casi como si hubiera sido llevada hasta allí por otro, no por mí.
                “¿Qué ha dicho, doc?” – preguntó, imprimiendo a su voz un tono que quería sonar intrigado pero que denotaba una fuerte carga de burla.
                Cuánta vergüenza sentía yo.  Después de todo, no sé cuál era la sorpresa cuando sólo una semana antes le había dado dinero por chuparle la pija.
               “N… no, no te vayas” – balbuceé.
               “Ajá… ¿y por qué quiere que me quede, doc?”
               Touché.  Larga pausa.  Aspiré.  Dudé mil veces acerca de si decir lo que realmente tenía ganas de decir.  Finalmente hablé:
               “Quiero que me hagas el culo, pendejo”
                “Jajaja – rio con estruendo, lo cual resonó de un modo cavernoso adentro de la sala… (y tal vez también fuera de ella…) -.  Qué pedazo de puta, doc… Pero le aviso que acá la cuestión no es lo que usted quiera o no quiera.  Yo ya le di una buena cogida para compensarla por lo de la filmación.  Todo lo demás es extra…”
                Otra vez el silencio.  Permanecí cavilando sobre sus humillantes palabras.
             “¿Tengo que pagar?” – pregunté, con la dignidad ya hacía rato en cero y tocando niveles infinitamente más bajos e impensables para mí hasta poco tiempo atrás.  Eso, junto con una cierta ingenuidad que denoté al preguntar, pareció divertir a Franco.
              “Parece que ya entiende cómo es la cosa, doc, jeje”
              Yo aún estaba con el bajo vientre apoyado contra el escritorio.  Mi bolso estaba al alcance de la mano y dentro de él, la billetera.  Esta vez me ahorraría la engorrosa y degradante marcha en cuatro patas para ir a buscar el dinero.  Tomé el bolso y hurgué adentro en busca del mismo, pero Franco me cortó en seco:
              “Podemos dejarlo de lado – dijo -.  Usted ya entendió que por esta pija hay que pagar y eso está bueno… pero podemos llegar a un arreglo.  Yo le hago el culo y usted no pone un peso… pero me tiene que pedir por favor”
 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 4” (POR MOSTRATE)

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A mi novia le gusta mostrar su culito. (4)

Luego de lo vivido en la mueblería comenzó a rondarme la idea de separarme de mi novia. Sabía que lo que había pasado no tenía vuelta atrás y me había dado cuenta que ella no podía reprimir por mucho tiempo ese incontrolable deseo que le producía mostrar ese precioso culito que tiene. Cada vez la veía con mas necesidad de exhibirse y ya no le importaba si eran conocidos o si eran jovenes, al contrario me demostraba que, cuando estabamos juntos, y alguien le miraba la cola, cuanto más desconocido, viejo y asqueroso era más caliente la notaba y estoy seguro que si no la contengo en esas situaciones se desnudaría en cualquier lugar y pediría a gritos unas cuantas pijas en su culo.

Tengo que reconocer también que las situaciones con ella vividas me calentaron terriblemente y verla mostrar su colita de solo pensarlo me la pone dura. Esto hace que todavía no haya tomado la decisión de dejarla.

Mientras todo esto pasa por mi cabeza nuestra vida continua y hoy quiero contarles como siguieron nuestros días despues de la terrible cogida que le pegaron a mi novia en la mueblería.

Como les conte en el ultimo relato, nos fuimos a vivir a otro lugar y como es costumbre luego de habernos mudado les presentamos nuestra nueva casa a familiares y amigos.

Los que les voy a relatar sucedió el sábado pasado, cuando se me ocurrió invitar a mi jefe y algunos compañeros de oficina a cenar ya que todos los días me insistían para conocer mi nuevo hogar. Tanta insistencia por parte de ellos me hacia pensar que mas que conocer mi casa, tenían ganas de ver a Marcela, la cual ya conocían de los eventos que organizaba la empresa. A pesar de esto no pude negarme y la reunión se llevo acabo.

Fue así como fueron llegando uno a uno mis 6 compañeros entre los que estaban Eduardo y Leonardo que, como les conté en el primer relato, los escuche hablando del culito de mi novia y le tenían unas ganas bárbaras. Mi jefe de unos 65 años fue el último en llegar. Este era el único que no conocía a Marcela ya que era nuevo en el puesto y todavía no había asistido a ningún evento.

Todos se sentaron repartidos, algunos en los sillones del living y algunos a la mesa, mientras yo les servía unos tragos. Charlabamos amenamente cuando hizo su aparición Marcela, que, como toda mujer, se había retrasado en arreglarse. Pidiendo disculpas por la tardanza se acercó a cada uno de los invitados y los saludo con un beso en la mejilla, salvo a mi jefe que cuando se lo presenté le dio la mano.

No puedo explicarles como a medida que saludaba a uno los otros le clavaban disimuladamente los ojos en su cola, incluyendo a mi jefe. No era para menos, Marcela tenía puesta una pollerita de algodón blanca cortita y bastante ajustada, la cual dejaba adivinar la disminuta tanga que tenía.

Mi novia, luego de saludar se dirigió a la cocina y regreso con dos platos de sandwiches de miga, que apoyo en la mesa ratona del living, para lo cual, tuvo que agacharse un poco, lo que le provocó a mi jefe un excelente primer plano del culito, que ya sin disimular se lo miro descaradamente. Al darse cuenta de esto, Marcela, lo sacó un poco mas para afuera dándole un espectáculo que mi jefe, por la expresión de su cara, se notaba que no podía creer. Esto no pasó desapercibido para mis compañeros que se miraron entre sí con sonrisa complice.

– Sientese acá por favor, se dirigió mi jefe a Marcela, haciendole un lugar en el sillón.

– Que bonita mujer que tiene, continuó, dirigiendose a mi.

– Gracias, conteste, mientras mis compañeros la miraban de arriba abajo con cara de degenerados afirmando lo que mi jefe decía.

– Es que se pasa varias horas por semana en el gimnasio, continué, mientras Marcela se sonreía.

– ¿Se nota?, preguntó ella, al tiempo que se levantaba y daba una vueltita.

– Vaya si se nota, contesto Leonardo, desnudándola con la vista.

Todos rieron

– De otra vuelta por favor, le pidió mi jefe.

Ella así lo hizo, esta vez ya sacando más la cola para afuera y con cara de relajo.

Yo comencé a preocuparme por lo que podría pasar, pero no puedo dejar de reconocer que verla mostrarse delante de 7 tipos me había empezado a producir una erección.

– Me imagino que con esa colita parada las cosas que le deben decir en la calle, prosiguió mi jefe.

– Y, si, respondió Marcela, notándose ya excitada.

– ¿A su marido no le molesta que la miren? Continuó.

– No, a él le gusta, ¿no mi amor?, me pregunto ella, que seguía parada en el medio de todos.

Se hizo un total silencio y todas las caras giraron hacia mi esperando una respuesta. Yo a esta altura ya estaba bastante caliente, por lo que le conteste:

– Como yo se que a ella le gusta, para mi esta bien.

– ¿Así que le gusta que la miren?, pregunto mi jefe, a lo que Marcela asintió.

– ¿Y que es lo que mas te gusta que te miren?, pregunto Leonardo.

– La cola, dijo ella, parándola todavía más.

– Se ve que es muy linda, pero con la pollera no se ve muy bien, porque no se la levanta un poquito así podemos admirarla mejor, dijo mi jefe.

– ¿Me dejas mi amor que me levante la pollera delante de los señores? Me pregunto, notandosele que la situación la había calentado.

Automáticamente después de escuchar esto note como todos ya se estaban tocando disimuladamente la entrepierna.

– Si tenés ganas, conteste yo, con una erección que ya era imposible de disimular.

Marcela giro dándole la espalda a mi jefe y se levanto la pollera dejándole ver la mitad de los cachetes.

– ¿Le gusta señor? Preguntó, mirando a mis compañeros que estaban de frente.

Mi jefe no contestó. Miraba el culo de Marcela sin poder creerlo.

– Date vuelta que nosotros también te queremos ver, dijo Leonardo.

Marcela giró y apunto la colita a mis 6 compañeros, se levanto un poquito mas la pollera, dejando ver la disminuta tanguita blanca y mirando a mi jefe con cara de viciosa le preguntó:

– ¿Cuanto hace que no ve una colita tan linda?

– Hace mucho señora, le respondió, mientras se manoseaba el bulto a través del pantalón.

Leonardo no aguanto mas y me preguntó sin sacar la mirada del culo de Marcela:

– ¿Jorge te molesta si me bajo el pantalón?

Yo estaba esperando que alguien fuera el primero en decirlo porque con la erección que tenía tampoco aguantaba mas tener el pantalón puesto. Así que mi respuesta fue afirmativa. Todos nos desabrochamos los pantalones y en segundos estaban todos con sus miembros totalmente erectos en la mano.

Marcela los miro disimuladamente uno por uno y ponía cara de tonta. Cuando se dio vuelta y vio el de mi jefe se noto en su cara la sorpresa y no pudo disimular mas la calentura que le produjo ver tremendo pene. Era realmente impresionante media como 28 cm. Pero lo mas sorprendente era su grosor, no bajaba de los 5 cm.

– ¿Le gusta lo que ve? Le pregunto mi jefe mientras sacudía terrible pedazo de carne.

Marcela no dijo palabra, solamente asintió con la cabeza sin dejar de mirarlo.

– ¿Le gustaría tocarlo? pregúntele a su marido si la deja, continuo mi jefe.

– Mi amor ¿me dejar tocarle la pija al señor?, me preguntó, mientras se lamia los labios.

Yo, de lo caliente que estaba, me salió un si casi inaudible.

– Pero antes me tiene que dejar tocarle la colita, así que dese vuelta, bájese la bombachita hasta las rodillas y saque ese culito para afuera, le ordenó.

Marcela obedeció de inmediato, y en un segundo estaba mostrándole a mi jefe su colita toda desnuda y a mis compañeros le mostraba la conchita que ya a esta altura estaba toda húmeda.

Mi jefe estiro la mano y empezó a acariciarle suavemente los cachetes. Mientras esto pasaba mis compañeros se pajeaban freneticamente mientras Marcela los miraba y se lamia los labios con una cara de puta que solo tiene cuando esta con una calentura de aquellas, y hoy era ese momento.

– Agáchese un poquito, le pidió mi jefe. A lo que mi novia respondió de inmediato.

Así mi jefe con las dos manos le abrió los cachetes y dejo al descubierto su agujerito.

– Que lindo y abierto que tiene el culito señora, dijo mi jefe, ¿le gusta que se la metan por ahí?, siguió.

– Mucho, contestó Marcela dando vuelta la cara y mirándole la tremenda pija.

– ¿Tiene ganas de tocar este pedazo?

– Déjeme por favor, suplico ella. A lo que mi jefe le contestó.

– Aquí la tiene.

Marcela se dio vuelta , se puso en cuatro entregándoles una vista fabulosa a mis compañeros, agarro la pija de mi jefe y mientras la miraba con deseo, comenzó a pajearla.

– Como le gusta la pija a su mujer, me dijo mi jefe mientras me miraba.

Mientras tanto Leonardo se animó y le metía mano al culo de mi novia. Los otros se fueron sentando en el piso haciendo un circulo alrededor de ella y comenzaron a tocarla por todas partes.

– Te dije que era una putita, le dijo Eduardo a Leonardo, mira como le gusta que la toquetiemos.

– ¿Puedo darle un besito a su pene señor?, pregunto ella a mi jefe, que ya lo tenia totalmente parado y era de un tamaño antinatural.

– Si, pero antes sáquese toda la ropita así mientras se entretiene con mi verga, puedo mirarla mientras los muchachos le meten la lengua en todos lados.

Con solo escuchar eso, Marcela comenzó a gemir y a morderse el labio inferior, mientras se incorporaba y se sacaba el top y la pollera quedando solamente vestida con un par de medias cortitas de color rosa.

Volvió a ponerse en cuatro, tomo con las dos manos el pene de mi jefe y comenzó a darle besitos, comenzando por los testículos y subiendo hasta llegar a la cabeza. Ahí se detuvo, lo miro a los ojos a mi jefe, abrió al máximo la boca y comenzó a chuparlo con desesperación.

– Eso señora, muéstrele a su marido como le gusta comer pijas grandes, le decía mi jefe.

– Levanta bien el culito putita que te lo voy a ensartar, le ordenó Eduardo, que ya estaba de rodillas detrás de mi novia.

Marcela, sin sacarse el miembro de la boca, se arqueó lo mas que pudo y abrió más las piernas, ofreciéndole a Eduardo un primer plano de su hoyito abierto.

Eduardo me miró y me dijo:

– Mira como le voy a romper el culito a tu señora. Ahí nomás, le escupió el ano, le apoyo la punta de la pija y de un saque se la introdujo toda.

Mmmmmmmmsi, gritó Marcela, demostrando el placer que le estaba causando tener un pene en la cola.

Ver a mi mujer como seguía muy entretenida con la pija de mi jefe, mientras Eduardo le bombeaba con locura el culo y los otros la manoseaban por todos lados, esperando su turno, me hizo llegar a mi primer orgasmo.

Luego de un rato Eduardo le dejo el lugar a Leonardo y este a otro, y así uno a uno pasaron todos por el culito de mi novia.

De repente mi jefe la levantó de los pelos y la sentó sobre sus piernas de frente a él, la besaba en la boca y mientras la manoseaba toda le dijo:

– Ahora va a parar el culito para mi que es mi turno.

– No, eso no, la va a lastimar, dije yo.

– Dígale señora las ganas que tiene de tener este pedazo en su colita, dijo mi jefe.

– ¿No me va a doler?, le pregunto a mi jefe.

– Un poquito al principio pero después le va a encantar, se lo prometo, le contestó.

– Dejame probarla mi amor, nunca tuve algo así en mi colita y la verdad es que me muero de ganas que tu jefe me la rompa toda, me pidió.

– Arrodíllese y abra bien su culito, le ordenó.

A lo que Marcela le hizo caso inmediatamente. Todos los demás, incluso yo, hacíamos un circulo alrededor de ella, esperando ver como iba a entrar tremendo miembro en su culo.

Mi jefe se arrodillo atrás y le golpeaba la cola con la pija mientras le decía: – Pídame que le rompa el culito señora, a lo que Marcela le contestaba con voz de relajada: – Por favor señor destróceme la cola. Este dialogo los había puesto a todos a mil. Mis compañeros se masturbaban freneticamente.

– Antes quiero ver como se chupa una pija y se traga toda la lechita, continuó mi jefe.

Marcela levantó la cabeza y le manoteó el pedazo a Leonardo, que era el que tenía mas cerca, lo hizo agachar y se la metió en la boca. No aguanto mucho, enseguida la lleno de semen, que mi novia muy obediente tragó hasta la ultima gota.

– Muy bien señora, ahora va a gozar como nunca, le dijo. Apartó los cachetes con las manos y le comenzó a introducir la cabeza. Ella solo gemía y pedía mas.

– ¿La quiere toda adentro?

– Si, por favor, contestó, a lo que mi jefe embistió hasta que le pegaron los testículos en el culo.

– Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh siiiiiiiiiiiiiiiiiii, fue el grito de Marcela.

No podía creer que la pija de mi jefe había desaparecido en el culito de mi novia. De pronto mi jefe comenzó a bombearle, primero despacio, después le daba con todo. Marcela se arqueaba del placer que le causaba tener terrible pedazo de carne adentro.

La escena era tan caliente que muchos de mis compañeros no aguantaron más y acabaron sobre la espalda de mi novia.

Mi jefe estuvo cabalgando como diez minutos, tiempo en que Marcela por lo menos tuvo 5 orgasmos.

– Mire como le lleno el culo de leche a su señora, me dijo mi jefe, mientras le acababa adentro.

De pronto la saco y ella se dio vuelta y se la limpio toda con la lengua. La seguía mirando y tocando con deseo, como si se hubiera quedado con ganas.

Todos se cambiaron y se despidieron de mi novia con un beso en la boca; Ella seguía desnuda y chorriando semen por el culo. Mi jefe le agarro el culo con las dos manos mientras le metía un beso de lengua y dirigiéndose a mi me dijo:

– Me parece que su señora se quedó con ganas, así que, si no le molesta, pronto vuelvo a comerle la colita nuevamente.

– Ojalá sea pronto, respondió mi novia, acariciandole el bulto.

Yo me quede pensando como iba a regresar al trabajo.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com


Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (4) (POR MARTINA LEMMI)

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        La verdad que ya no se sabía qué cosa era más degradante.  Rogar por sexo anal era una humillación tanto o
más grande que pagar para que me lo hicieran.  Pero yo estaba ultra caliente.  Y ya para esa altura no había obstáculo que se me interpusiese con tal de conseguir la verga del pendejo en mi cola.  Ni aun si ese obstáculo era mi dignidad.  Así que inspiré, tragué saliva y recité, casi como si se tratara de una oración o alguna perorata legal.
             “Por favor Franco… ¿Puede usted hacerme la cola?”
             El pendejo rió, como ya era costumbre en él.  Me estrelló una palmada en la nalga.
             “Casi bien, doc, casi…” – dictaminó.
               Me quedé un rato en silencio a la espera de que aclarara mejor qué era lo que faltaba a mi pedido, pero no dijo nada, así que yo misma pregunté:
               “¿Qué es lo que está mal…?”
              “La cola no – me corrigió -, el culo…”
 
              Ok.  Tragué saliva nuevamente…
              “Por favor, Franco, puede usted hacerme el culo?”
             “Puede usted hacerme el culo como la puta que soy…”
             El pendejo de mierda nunca estaba conforme.  Siempre parecía conseguir que mi dignidad cayera un escalón más abajo.  Y, sin embargo, no había forma de que yo dijera que no a sus imposiciones.
              “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
                Una vez más rió con satisfacción.  Mirando de soslayo vi que buscaba algo en el bolsillo del pantalón que tenía por las rodillas.  No llegué a ver qué extrajo pero un instante después me estaba embadurnando mi orificio con su dedo untado en algo, lo cual me hizo volar por los aires, tanto que no pude evitar cerrar los ojos y abrir la boca en una exhalación de placer.  ¡Y pensar que eso era sólo el prólogo de lo que se venía!  En efecto, sólo pasaron unos pocos segundos y su precioso miembro se abrió paso en mi culo.  Logré ahogar algunos gritos pero otros se me escaparon: todo mi cuerpo se agitó como si estuviera siendo presa de una gigantesca convulsión.  Y, al igual que hiciera momentos antes con mi concha, el joven comenzó el bombeo continuado, pero esta vez dentro de mi cola.  Me atrapó con ambas manos de mi cintura mientras que yo hacía lo propio con el escritorio, el cual comenzó a zamarrearse como si se tratara de una cuna ante cada arremetida que él daba hacia mi interior.
            “Eso, putita, así… – me decía, mascullando las palabras como en una mezcla de rabia y disfrute -.  Disfrutá de la verga que tenés adentro y agradecé el honor de que tu culo sea desvirgado por un macho de verdad y no por eso que tenés por marido… Él nunca podría hacerte esto…”
             Era extraño.  Las ofensas contra Damián me dolían en el alma pero a la vez me excitaban de una manera especial.  Y lo cierto era que en ese momento el estar siendo penetrada analmente por Franco provocaba en mi interior un morbo único: era como sentir que él era mi dueño, mi verdadero poseedor… Ese día comprobé la verdad de uno de los grandes mitos que circulan acerca de la sexualidad: que cuando un hombre penetra por la cola a una mujer que nunca ha sido abordada de esa forma, se convierte en su dueño.  Eso era lo que él era para mí en ese momento; así era como yo lo sentía…
            Siguió dándome y dándome; el dolor era ya insostenible pero el placer también.  De pronto sentí que su torrente caliente corría dentro de mi cola y el saber de la excitación de él fue suficiente para activar al doble o triple la mía.  Así que no pude evitarlo… pero acabé… y penetrada por detrás.  Él se dejó caer encima de mí y ese acto graficó aun más el sentimiento de posesión.  Su pecho quedó largo rato pegado a mi espalda y pude sentir cómo ambas transpiraciones se mezclaban y formaban, corriendo piel abajo, riachos de lujuria y placer.  Su mentón se clavó sobre mi nuca y su respiración me entró por la oreja: otro modo más de penetración…
          No sé durante cuánto tiempo se mantuvo en esa posición.  Quizás no haya sido más de un minuto pero yo sólo deseaba que no se interrumpiera nunca, que quedáramos para siempre fundidos así, con él teniéndome ensartada en su verga por la cola.  De hecho, cuando se separó de mí y retiró su miembro, sentí como si me estuvieran cortando un pedazo…
         Giré levemente la cabeza hacia él y vi que comenzaba a acomodarse la ropa con aire indiferente, como si sólo hubiera cumplido con un trámite.  Bueno, quizás eso era para él y después de todo estuviera acostumbrado a menesteres como el que acababa de cumplir.  Pero como ocurría con todo en ese pendejo increíble, esa indiferencia también me calentó, pues con actitudes como ésa me reducía aún más a la condición de objeto.  Supe que la sesión había terminado así que, aun a pesar de lo extenuada que estaba, comencé yo también a vestirme.
            “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
             No pude evitar un sobresalto en el preciso momento en que estaba calzando una de mis piernas en la tanga.  Lo que acababa de escuchar era… ¡mi propia voz!  Me costó unos instantes darme cuenta de que era así porque, a decir verdad, sonaba como distorsionada o metálica.  Giré la cabeza rápidamente hacia Franco y de inmediato tuve la respuesta: el pendejo estaba allí, sonriente y arrogante como siempre, sosteniendo en su mano derecha su teléfono celular, con el cual, por supuesto, me había grabado.
             Le eché una mirada de hielo:
 
              “¿Otra vez van a chantajearme?” – pregunté.
             “Jaja, no… No se preocupe doc… Esta vez no va a caer en manos de nadie.  Lo que pasó la otra vez fue un accidente… Bueno, no sé si accidente…, digamos que todo fue culpa de la gorda torta ésa, pero…”
             “¿Sólo me grabaste o volviste a filmarme?  ¿Es sólo audio o también hay imagen?”
               “Jeje… un poquito de todo, doc… Es que cuando usted está en esa posición…, bueno, ya sabe cómo… está tentadora para cualquier camarita, jaja… Pero no va a pasar nada; de verdad se lo digo: no se preocupe…”
                De momento no dije ni objeté más nada.  No por conformismo sino por abatimiento.  Ya empezaba a entender que no correspondía a la naturaleza de Franco el no salirse con la suya ni el no tener a otra persona en sus manos… Una vez que hubo acomodado el nudo de su corbata y puesto el faldón de la camisa adentro del pantalón, encaró hacia la puerta.
                “¿Y qué va a pasar con los otros?” – le pregunté antes de que llegara a salir del lugar.
                  Se volvió y me miró como sin entender.
                 “La filmación… – aclaré -; se supone que ha llegado a otros chicos, ¿no?  ¿Qué va a pasar con ellos?  ¿Cómo puedo fiarme?”
                  “Ah… eh, bueno, en realidad no, doc…, no puede fiarse lamentablemente.  De todas formas yo le prometo que voy a hablar, al menos con los que más conozco, para convencerlos de que no lo sigan difundiendo… Con respecto a las amistades de Vanina, ya no sé qué decirle, doc… Si quiere hablo con ella; es lo más que puedo hacer”
                Otra vez volvió a encaminarse hacia la puerta.  En el preciso momento en que apoyaba la mano sobre el picaporte se detuvo.
                 “Una cosita, doc… – dijo -.  Si hablo con los chicos y ellos piden condiciones…hmm, en fin, supongo que usted entenderá que no está muy bien parada como para decir que no…”
                 Lo miré con odio.
                 “¿De qué hablás?” – pregunté con sequedad.
                “Nada, doc, sólo eso… – me guiñó un ojo y abrió la puerta para retirarse -.  Que tenga un buen día, doc…, usted y su marido”
               Una vez más, volví a mi casa llena de culpas.  El resto de la semana fue exactamente eso: culpas y más culpas.  Es que cuando estaba en la soledad de mi casa o bien en mi consultorio comenzaban a desfilar las imágenes de todo lo ocurrido y sólo podía sentir vergüenza pero, además, todo me producía una gran incredulidad, como que fuera un sueño o una pesadilla de la cual tenía que despertar.  No había forma de aceptar que todo había sido real.  Y sin embargo así era…
              La paranoia del teléfono regresó más viva que nunca; cada vez que sonaba era como un flechazo para mí: siempre temía oír, al otro lado de la línea, la voz de alguna de las autoridades del colegio.  Pero ya para esta altura no era sólo el teléfono, era también la televisión.  Temía ver y oír en cualquier momento “el increíble caso de la médica abusadora de menores en un colegio privado”.  Era en esos casos, ante ese tipo de temores, cuando menos podía creer que hubiera llegado adonde lo había hecho, que hubiera puesto en peligro mi profesión, mi nombre y mi matrimonio de ese modo y sólo por una calentura.  Pero la gran sorpresa, la terrible sorpresa, me la terminó dando el celular.
                Había pasado ya más de una semana después de mi último encuentro con Franco.  Luego de eso todo había discurrido por carriles más o menos normales y yo había cumplido con todas mis obligaciones revisando a nuevas tandas de chicos y chicas y confeccionando las fichas correspondientes.  Cuando sonó el celular, descubrí que se trataba de un mensaje de voz, lo cual me pareció extraño.  Fui, por lo tanto, al buzón de voz y, para mi estupor, escuché lo siguiente:
             “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
             Desde luego, era mi voz…
 
             Las piernas me temblaron a más no poder.  Volví a escuchar el mensaje de voz prestando especial atención al número desde el cual había sido enviado: no lo reconocía.  No tenía en mi directorio nada parecido y, obviamente, era lógico: ¿quién de mis amistades podía tener ese audio?  Si de alguien había venido, por supuesto, era de Franco, o de alguno de sus amigos… o quizás fuera la gordita lesbiana haciendo de las suyas nuevamente… Pero, ¿cómo habían obtenido mi número?  ¡Dios! ¿Hasta dónde llegaría la pesadilla?  Me quedé helada, de pie en el medio de la sala de estar.  De pronto sonó el teléfono, el fijo.  Corrí hacia él: Damián estaba en casa en ese momento pero estaba arriba; no tenía tiempo de llegar a atender pero la desesperación que me embargaba era tal que quería atrapar ese tubo ya mismo.  Lo levanté; bajé la vista mecánicamente hacia el visor del aparato y marcaba anónimo.
                “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
                  Otra vez el mismo mensaje.  Otra vez mi voz.  No sé si fue mi imaginación pero me pareció escuchar una respiración al otro lado y tal vez una risita ahogada pero no lo supe a ciencia cierta; no llegué a preguntar quién era que ya había colgado.  Todo me daba vueltas; de pronto veía borroso y me zumbaban los oídos.  Alguien estaba decidido a hacerme pagar el precio de mi infidelidad de aquel primer fatídico día de trabajo en el colegio.  La frente se me perló de sudor.  ¿Y ahora qué?  ¿A quién acudir?  ¿Cuál sería el siguiente paso?  Tenía que pensar, pensar, pensar… Claro, llamar al número que me había quedado registrado en el celular: ése tenía que ser el próximo movimiento de mi parte.  Salí a la galería exterior, lejos de los oídos de Damián quien, a todo esto, seguía arriba y no había dado señales de nada.  No tenía por qué, desde luego: sólo había sonado el teléfono después de todo, algo que ocurría a menudo.
 

Marqué el número en mi celular y llamé.  Nadie contestó.  Era obvio que sería así.  Debería usar otro número para llamar, ¿pero el de quién?  Involucrar a cualquier tercero en ese asunto implicaría ponerlo al corriente de todo lo ocurrido o, en el mejor de los casos, abrirle la puerta para que se enterase.  No, no debía haber otras personas de por medio.  Yo debía encargarme de las cosas.  Otro chip.  Eso era.  Llamar desde mi teléfono pero utilizando un chip diferente; de esa forma no reconocerían la línea y contestarían.  ¿Por qué pensaba en plural?  No sé;  la verdad era que me taladraba la cabeza la idea de que era una confabulación entre varios.  No sé por qué, pero eso era lo que me parecía.

                    El terror se apoderó de mí durante lo que restaba de ese día y el siguiente.  Estuve presta a correr a atender el teléfono cada vez que sonó antes de que Damián pudiera hacerlo e hice todo lo posible para que él no quedara solo en casa en ningún momento.  Por suerte, nuestros respectivos horarios hacían que lo normal fuera que estuviéramos los dos o bien estuviera yo sola.  De todas formas, no volvió a haber novedades al respecto.  Logré conseguir otro chip de ésos que se venden baratos por cualquier lado y así llamé al número utilizando una línea diferente.  Nada.  No me contestaron.  Fuera quien fuera el que estaba detrás de todo estaba bien obvio que sabía y calculaba cuáles serían mis próximos movimientos.  De ser así, era lógico que no contestase un llamado de un número desconocido ya que era bastante posible que se tratara de mí.
                  Mi cabeza ya no daba más.  Sólo me quedaba hablar con Franco, pero… ¿cómo hacerlo?  ¡Un momento!… ¿Cómo no lo pensé antes?  Tanto su dirección como su número de teléfono debían figurar en la ficha.  Pero la había entregado.  Sólo me quedaba volver a pedirla con alguna excusa y de esa forma sacar esos datos.  Luego, desde ya, tenía que actuar con mucho sigilo.  El chico viviría con sus padres y eso era un elemento a tener en cuenta.  No se podía pensar en llamar y decir algo como “hola, soy la doctora Ryan… atendí a su hijo Franco en el colegio y me gustaría hablar con él”.
 
              Al otro día me tocaba volver a trabajar en el colegio.  Y tuve que jugar mis cartas con el mayor cuidado de que era capaz.  Solicité la ficha para revisar algunas cosas, pero a los efectos de disimular pedí unas cuantas, dentro de las cuales estaba obviamente incluida la de él.  Conseguí la dirección y el número de la casa.  Probé llamar una vez desde un locutorio pero me contestó alguien que, aparentemente, sería su madre.  Podría a continuación haber pedido hablar con él pero no me atreví.  ¿Quién era yo y cómo iba a justificar mi llamado?  No podía, por cierto, hacerme pasar por una compañera de colegio porque mi voz delataba claramente mi edad.  Volví a intentar más tarde y me contestó una voz también femenina pero más juvenil: ¿una hermana?  No había modo de saberlo pero en todo caso volví a cortar.  Decididamente seguir llamando sólo contribuiría a ponerlos en alerta o a levantar sospechas.  Lo mejor tal vez sería llegarme hasta el lugar y estacionar en algún lugar estratégico, relativamente cerca.  En algún momento Franco aparecería.
            En efecto, permanecí casi dos horas estacionada sobre su misma calle, a unos ochenta metros de la casa, un chalet de tejas francesas.  Mientras estaba allí medité acerca de lo loco que era todo: ¿qué hacía yo espiando a un adolescente?  Por otra parte era notable hasta qué punto había llegado mi desesperación como para estar aguardando por un joven que posiblemente nunca llegaría o bien estaría ya hacía rato adentro de la casa.  De hecho, ya empezaba a oscurecer y sería mejor retornar a mi propia casa antes de que llegara Damián: no era tanto el riesgo de que sospechara algo a partir de mi ausencia (las médicas siempre contamos con ventajas cuando se trata de presentar excusas para estar en otro lado) sino sobre todo el pánico de que el teléfono sonara sin que yo estuviera allí para ganarle de mano en atenderlo.  Ya estaba arrancando el auto… cuando distinguí a Franco…
            El corazón me saltó en el pecho.  Por primera vez lo vi lucir un atuendo diferente al uniforme del colegio.  Estaba de remera y jean, muy sencillo y de entrecasa, pero siempre igual de hermoso y apetecible.  Arranqué el auto; perdí tanto el sentido de la realidad que, en el momento en que dejaba el lugar junto a la acera para avanzar hacia él, no vi un Fiat Palio que justo pasaba por al lado y le impacté en el guardabarros.  El tipo se bajó del auto enardecido; yo estaba terriblemente nerviosa y superada por la situación: más no podía pasarme.  Creo que en el momento en que abrí la puerta y me bajé, se calmó un poco: ésos son los casos en que sirve ser una mujer hermosa.  Traté de sonar lo más apaciguadora posible; le pedí mil disculpas por mi torpeza y le dije que no se hiciera problema por lo del seguro aunque, si lo pensaba fríamente: ¿qué diría ante Damián?  ¿Cómo podría mentir acerca del lugar en que había sido el siniestro si tenía que hacer la denuncia ante el seguro a los efectos de que ese hombre pudiera cobrar?  Él no paraba de decirme que yo no podía salir andando así como así, sin mirar, etcétera… Yo, por mi parte, no paraba de pedirle disculpas y estaba en eso cuando, en un momento determinado, noté que alguien se había acercado para ver qué ocurría… Y al girar la vista hacia mi derecha, me encontré con Franco…
           El pendejo estaba allí y me miraba fijamente: lucía preocupado pero a la vez sereno.  No era, por cierto, el único que se había acercado.  Era un barrio tranquilo pero aun así unos cuatro o cinco curiosos se habían arracimado en torno al lugar del accidente; la mayoría se alejaron rápidamente al comprobar que se había tratado de un toque sin importancia pero la realidad era que, de entre todos los que allí estaban, yo sólo tenía ojos para Franco…
           “¡Hola, doc! – me saludó -.  ¡Qué sorpresa!  ¿Está todo bien?”
            Yo seguía mirándolo estúpidamente; tuve que tragar saliva y juntar fuerzas para poderle contestar:
             “S… sí, sí… – otra vez el maldito tartamudeo -.  Todo bien Franco… ¿Qué hacés p… por acá?”
             “Vivo acá” – respondió señalando hacia la casa que yo, más que sobradamente, sabía bien cuál era.
              De pronto me había olvidado de mi interlocutor principal quien, por cierto, pareció impacientarse.
              “Bueno… ¿me va a dar los datos del seguro?”
             “S… sí, sí, claro… ya se los doy” – contesté y metí medio cuerpo adentro del auto para buscar un bolígrafo y un papel.
              “Bueno, doc, yo la dejo… – saludó Franco -.  Me alegro de que no haya sido nada y esté todo bien…”
              “¡Esperá!” – le espeté en un tono que sonó más desesperado de lo que me hubiera gustado pero que en ese momento no logré contener.
                Dirigí la vista hacia Franco a través del parabrisas y pude ver que se había detenido y me miraba fijamente y con intriga.  Le hice con la mano un gesto de que me aguardara.  Le di finalmente al conductor del otro vehículo los datos que necesitaba y le volví a reiterar que se quedara tranquilo, que mi seguro le cubriría todo.  Era tal la conmoción que yo sentía que me olvidé de pedirle sus datos para hacer mi propia denuncia y fue él mismo quien me recordó que debía hacerlo.  Me sentía estúpida; no sé qué pensaría de mí ese tipo pero yo tenía la esperanza de que atribuyera mis despistes a la turbación por el accidente mismo y no a la presencia del jovencito a quien, al parecer, no conocía.   De hecho, eché un par de miradas de soslayo a Franco y me dio la impresión de que se estaba divirtiendo con mi turbación.  Una vez que logré desembarazarme del tipo (no fue fácil) quedé cara a cara con el muchachito.
          “Subite al auto” – le dije.
 

Él pareció sorprendido por mi tono imperativo y, a decir verdad, yo también me sorprendí.  Ni siquiera le di opción a la negativa ya que me ubiqué al volante y permanecí aguardando a que él, simplemente, subiera.  Permaneció unos segundos sin hacer ni decir nada; luego entró y se sentó a mi lado.  Durante algún rato no hubo palabra alguna: sencillamente giré la llave y me alejé de aquel lugar en el cual, dado que se trataba del vecindario del chico, podía haber muchas miradas indiscretas.  No sé durante cuánto tiempo conduje pero llegué casi hasta los límites de la ciudad, en una calle muy tranquila a escasas cuadras de la avenida General Paz; ya había oscurecido.  Estacioné junto al cordón de la acera y giré la vista hacia Franco:

           “Decime qué es lo que está pasando” – le requerí, manteniendo mi tono enérgico y demandante.  Él se encogió de hombros; súbitamente daba una cierta imagen de indefensión o, en el mejor de los casos, incomprensión.
           “No sé de qué me habla, doc”
          “Estoy recibiendo mensajes de voz” – repuse ásperamente.
           Una vez más puso cara de no entender.
            “¿Mensajes de voz? ¿Y qué dicen?”
            “Soy yo… Es mi propia voz la que aparece en esos mensajes – yo sonaba algo fuera de mí y Franco mantenía la misma actitud de incomprensión; como no decía nada, seguí hablando -.  Es la grabación… La grabación que me tomaste con tu celular, ¿te acordás?  Donde yo decía…”
              “Donde usted me pedía por favor que le hiciera el culo” –me interrumpió Franco quien, con un revoleo de ojos, dio señales de comenzar a entender.  A la vez, su recordatorio de lo que yo había dicho funcionaba de un modo especialmente hiriente contra mi dignidad, con lo cual, como siempre parecía ocurrir, el pendejo estaba volviendo a tomar control de la situación.  Cada vez que yo creía habérselo arrebatado, él se encargaba de esfumarme esa ilusión muy rápidamente.
              “S… sí – bajé la vista con vergüenza -.  Ésa… – estuve unos instantes en silencio pero volví a arremeter con enegía -.  ¿Sos vos el que me está jodiendo?”
              Franco desvió la vista y miró hacia algún punto indefinido en la noche.
              “Sos vos, pendejo de mierda… ¿No? – insistí.
             “No, doc… – negó con la cabeza aun sin mirarme -.  Yo no hago esas cosas, ya se lo dije”
             “¿Volvieron a sacarte el celular?  ¿Es la gordita torta ésa?”
             “No, doc, no hay forma.  Esta vez me cuidé bien.  No tomó el celular en ningún momento”
             “¿Y entonces? – yo estaba furiosa, no cabía en mí -.  ¿Qué me vas a hacer creer esta vez?”
             “Yo no le quiero hacer creer nada – me contestó volviendo a mirarme -.  Le estoy diciendo la verdad: esta vez no hubo nadie que tomara el celular de mi mochila ni nada por el estilo…, a menos…”
            “¿A menos…?”
             Franco tragó saliva; parecía estar recordando.
             “Al otro día de que usted me pidió que yo le rompiera el culo – el maldito pendejo siempre se encargaba de humillarme -, me quitaron el celular por estarlo utilizando en clase”
 
             Touché.  Eso sí que fue una verdadera bomba.  Estoy segura de que la cara se me contrajo en un rictus de espanto.
             “¿Q… quién?  ¿Un profesor???” – pregunté.
             “Una profesora en realidad”
             Me llevé las manos a la boca mientras mis ojos estaban a punto de lagrimear.
             “¿Qué profesora?” – pregunté, anonadada e incrédula ante lo que oía.
             “Patricia Quesada… de psicología.  ¿La conoce?”
              Negué con la cabeza.
               “Pendejo boludo – dije entre dientes -.  ¿No tenías nada mejor que hacer que estar utilizando el celular en clase?  ¡No se puede!  ¡Era obvio que te lo iban a quitar si te veían!”
              “S… sí, no me di cuenta, pero de todas formas…”
             “¿Y qué pasó después?” – pregunté, más imperativa que nunca.
             “¿Perdón?”
             “¿Qué pasó con el celular?  ¿Cómo siguió la historia?” – yo estaba más que impaciente.
              “Ah, eso… Bueno, mire, por reglamento, si a uno le quitan el celular por estarlo utilizando en clase, se lo pasan a la preceptora y de ahí a dirección… Se envía una nota a los padres en el cuaderno de comunicados y uno de ellos se tiene que hacer presente en el colegio para recuperarlo.  Si no es así, no lo devuelven”
               Un torbellino se arremolinó en mi cabeza.  Sólo desfilaron nombres, personas con rostro o sin rostro, directivos o parientes… Un mar de manos por las cuales podría haber pasado el maldito celular con el cual él me había grabado y donde vaya a saber si no estaría aún la filmación del primer lunes.
             “¿Y quién fue de tu casa al colegio para buscar el celular?” – pregunté, abatida y con mi rostro enterrado entre las palmas de mis manos.
             “Hmm…, mi papá, creo… ahora que me lo pregunta no sé bien.  Yo sólo recibí mi celular en casa, con un buen reto como siempre… Pero, doc… no se ponga así…”
             “Estoy recibiendo mensajes, ¿entendés, pendejo?  Alguien se está divirtiendo conmigo gracias a esa grabación en tu celular”
            “Sí… entiendo cómo debe sentirse, doc…, pero no sé, no me parece que ni en mi casa ni en la dirección del colegio se hayan puesto a revisar el celular…”
            “Nunca tenés control de ese celular, parece – le increpé, mezclando indignación y pesadumbre -.  Ya la otra vez te lo sacaron y ni siquiera te diste cuenta por lo que decís…”
            “Sí, pero… ¡ah! – se interrumpió, como si súbitamente se hubiera acordado de algo -.  Estuve hablando con los chicos, por lo menos con los cuatro que conozco…”
             Aparté las manos de mi rostro y le miré, esperando que fuera más explícito.
              “Bueno… – continuó al notar mi silencio -.  Los chicos se comprometen a no difundir ese video.  Dicen que hasta ahora no lo han hecho…”
             “¿Hasta ahora? – ladré, prácticamente -.  A ver… vamos por partes: ¿cómo podemos saber si realmente dicen la verdad en eso de que no se lo han mostrado a nadie?  Y en segundo lugar, ¿cómo es eso de “hasta ahora?”
 

“Hmm… bueno, a ver… con respecto a si lo mostraron a otra gente o no, no tenemos más remedio que creerles, ¿ no le parece?  O sea, no tenemos forma de saber si dicen la verdad o mienten… Y con respecto a lo otro, hmm… ellos consideran que si usted quiere que ellos mantengan el video en secreto y no lo den a conocer, debería pagar un precio”

             Touché.  Otro duro golpe más.  ¿Hasta cuándo tendría que seguir pagando por mi infidelidad?
             “¿Quieren plata? – pregunté, furiosa -.  Quieren plata, ¿verdad?  Bueno, entonces es corta… Preguntales cuanto quieren… O bien yo les ofrezco a ver si están…”
              “No, no – me interrumpió, gesticulando desdeñosamente con las manos -, no quieren plata, doc… Quédese tranquila”
               Una vez más lo miré sin entender.
               “¿Y entonces?” – pregunté.
               “Hmm, bueno… – vaciló un momento -.  A mí me parece que lo que piden es, dentro de todo, razonable.  Y usted puede dárselo.  Verá… están preparando una fiesta para el próximo “finde”… Y les gustaría tenerla a usted como invitada principal”
              Un terrible escozor me recorrió de la cabeza a los pies.  Los ojos se me inyectaron en rabia e impotencia:
             “¿Eeh?… ¿Q… qué clase de fiesta?  ¿De qué estás hablando?”
            “Ellos ya se lo van a decir cuando llegue el momento.  Por eso sería importante que se pusiera en contacto – extrajo su teléfono celular -.  Voy a necesitar su número, doc”
               Se lo veía totalmente sereno.  Su rostro no lucía la expresión burlona de otras veces pero a la vez era como que subyacía de manera tácita el hecho de que se estaba divirtiendo conmigo una  vez más.
               “¿Mi número?” – vociferé -.  ¿Estás loco?”
               “Doc… si realmente fueran ellos quienes la están molestando, entonces ya tienen su número así que no veo cuál sería el problema.  Y si usted está desconfiando de mí y piensa que soy yo el responsable de esos mensajes, entonces significa que también tengo, supuestamente, su número.  ¿Cuál sería el sentido de “encanutarlo”?  Y por otra parte, doc… ¿tiene alternativa?  No hace falta que me conteste, lo hago yo: no, doc, no la tiene… Si usted no accede ellos se encargan de mostrarle la filmación hasta al verdulero de su cuadra”
              La lógica del pendejo era impecable.  Perversa sí, pero impecable.  Me sentía desfallecer. como si todo mi cuerpo cayera hacia el piso del auto o, más aún, hacia el asfalto.  Ya no sabía yo en qué contexto ni en qué barrio estaba, ni idea de lo que había más allá de los cristales del auto.  Sólo sabía que allí dentro, y mientras conversaba con un maldito pero bellísimo adolescente, mi vida se estaba cayendo hecha pedazos.  Como si fuera un robot, le fui recitando los dígitos de mi número telefónico uno detrás del otro, con voz fría y sin entonación: la voz de la derrota, la resignación y el abatimiento.  Al terminar de hacerlo le dirigí una mirada de soslayo y me pareció que se dibujaba una leve sonrisa triunfal en sus comisuras.
              “Diez puntos” – dijo y guardó su teléfono.
 
               Me quedé mirándolo, aún de reojo.
               “¿No vas a darme el tuyo?” – pregunté.
               “No – dijo con sequedad -.  Ya la llamaré y entonces agéndelo si quiere”
               Cómo gozaba el desgraciado con saberme en sus manos.  Ningún fundamento para su negativa.  Simplemente yo tenía que aceptar el “no”.  Casi como si toda la cuestión del celular hubiera funcionado como una invocación, de repente sonó el mío; me sobresalté.  ¡Dios mío!  ¡Era Damián!  Prácticamente me había olvidado de él.  ¿Qué hora era?  Tomé con prisa el aparato y respondí.
               “Ho… hola amor” – mi voz sonó algo entrecortada tanto por mi prisa en responder como por la tensión del momento.
              “Hola bebé… – sonó desde el otro lado la voz de mi esposo -.  ¿Qué pasa?  Se te nota como agitada…”
               Touché.  Otra vez un escozor indescriptible me recorrió cada palmo del cuerpo.
               “N… no, nada… Es que… vine a ver una paciente y tuve que subir escaleras”
                No era la mejor excusa del mundo pero funcionó.
               “Ah, ok… No te hagas problemas, está todo bien… Yo te espero; solamente me preocupé…”
               “Jaja… – mi risa sonó nerviosa y no sé hasta qué punto creíble -.  Me sé cuidar am…or…”
                 Justo en el momento de decir “amor” mi voz se entrecortó.  ¿Era el mismo escozor que me invadiera al sonar el teléfono lo que ahora sentía sobre mi sexo?  No, decididamente era otra cosa.  Bajé la vista y pude comprobar que la mano de Franco se deslizaba por debajo de mi falda y me acariciaba la conchita por encima de la tanga.  Fue como si todo mi cuerpo se contrajera sobre esa zona en una especie de impulso eléctrico.  Le eché una mirada furtiva al pendejo pero él, fiel a su estilo, sonreía.
               “¿Seguís subiendo escaleras? – preguntó Damián a través del teléfono y, por un segundo, dudé acerca de si su pregunta estaba hecha con ingenua espontaneidad o bien era producto de la ironía de quien algo sospechaba… Lo cierto era que yo tenía que responder rápido.
              “S… sí – dije – son interminables”
               Atrapé con mi mano libre la muñeca de Franco en un intento por hacerle quitar la suya de mi sexo pero fue un intento inútil.  Hubiera necesitado ambas manos pero la otra estaba contra mi oreja, sosteniendo el celular.
               “¿No hay ascensor en ese edificio de mierda? – preguntó mi marido -.  Jaja… ¿Dónde carajo estás?”
               Touché.  Franco, entretanto, iba tensando sus dedos que, ahora como garfios, se ensañaban en masajearme el monte, ya no tan delicadamente como antes y, en el continuo ir y venir, terminaban entrando en la raja llevando la tela de mi prenda íntima hacia dentro.  No pude evitar lanzar una exhalación que se fusionó con un jadeo imposible de contener.
                “Mmm… no, está des…compuesto” – respondí.
               “¿Hay uno solo?” – indagó Damián y a mí ya empezaba a parecerme un interrogatorio.  Crucé una pierna sobre la otra para neutralizar un poco la acción de Franco pero no logré ningún efecto al respecto.  Por el contrario, su mano quedó allí, atrapada entre mis muslos y jugando con mi concha.  Podía darme cuenta que mi tanga estaba totalmente mojada y la cara de Franco denotaba que disfrutaba con eso.  Separaba los labios de su boca al mismo tiempo que sus dedos hacían lo propio con los de mi vagina… y reía.  No era, por suerte, una risa sonora; más bien su mueca era la de una carcajada en suspenso, silenciosa, burlona, lasciva… y casi siniestra.
 
             “S… sí…. – yo hablaba como podía; me costaba sacar de mi garganta algo medianamente inteligible que pudiese reconocerse como palabras -.  N…no sé q… qué me dijo el por… tero… Algo sobre una falla en… el s… sistema… eléctri…co….”
             “¡Epa! – exclamó Damián -.  Qué agitada se te nota.  Al final no sé para qué vas al gimnasio, hacés tenis y todo eso, jaja… Estás fuera de estado, bebé”
              “Eeh, s… sí, ja… Bueno, vos no te precupes si tardo, amor… Andá comien…do; no me es…peres”
                En eso Franco estrelló un beso contra mi mejilla que rogué a Dios no hubiera sido oído por Damián; en principio me pareció imposible que no hubiera sido así.  Seguidamente y sin darme tiempo a reacción, me propinó un lengüetazo de abajo hacia arriba a lo largo de la mejilla y luego introdujo su lengua en mi oreja.  Juro que la sensación era la de que me estaba cogiendo, tal el erotismo con que cargaba tal acto.
             “No, bebé, te espero… Che, ¿cuàndo llegás? Jaja… De verdad que es interminable esa escalera… Además se nota cómo retumba tu voz”
              Y claro, Damián: yo estaba dentro de la cabina del auto siendo atacada por un pendejo que parecía estar prendido fuego.  Por cierto, ya prácticamente no lograba yo mantener mis ojos abiertos y las pocas veces en que pude entreabrirlos, llegué a advertir cómo los cristales se estaban empañando.  Encogí un hombro llevándolo hacia mi oreja para  contrarrestar la entrada de la lengua de Franco en la misma pero, como cada uno de mis intentos por frenarlo o sacármelo de encima, no funcionó.  Opté entonces por ladearme un poco hacia el lado de la puerta y, de ese modo, ponerme lejos del alcance de él.  Pero claro, al hacerlo, fue como que dejé mi cola expuesta.   Y ése fue, en efecto, su siguiente paso: sin dejar de masajearme la concha llevó su otra mano por debajo de mi falda pero esta vez desde el flanco trasero.  Atrapó con sus dedos el borde de la tanga y lo estiró hacia él, de tal modo que la tira prácticamente se me clavó dentro de la zanja.  Luego me la bajó y, sin más preámbulo, me introdujo un rígido dedo en la cola.
            “Mmmm… como quie… ras… Yo des… pués te llamo, am… or… bes… sit.. to…”
              Corté casi sin dejar margen a que Damián me saludara.  Quizás estuve algo parca, pero no podía permitir que siguiera oyendo.
               A todo esto, ya Franco se abalanzaba sobre mí y, sin dejar de penetrarme con sus dedos, tanto por la vagina como por el ano, volvió a alcanzarme con su lengua y a introducirla nuevamente en mi oreja aun más profundo que antes.  Yo hacía denodados esfuerzos por liberarme de él: en un momento hasta tanteé buscando la manija de la puerta, pero… algo me detuvo.  Si la abría era peor; era cien veces preferible que todo transcurriera, como hasta entonces, dentro de la cabina y con los cristales empañados.  Por otra parte… actuaba en mí también una fuerza invisible que llevaba a que mi resistencia nunca fuera del todo firme o decidida.  Dejé caer el celular al piso de la cabina…
                “Usted elige, doc – me susurró con perversión Franco en el oído -.  Asiento de atrás o arranca el auto y vamos a un “telo”.  Si elige eso último, es obvio que tiene que pagar usted, jeje…”
                   Esta vez, sí, con un movimiento más decidido y con mis dos manos libres, logré sacármelo de encima con un empujón, aunque creo que fue en parte porque él cedió la presión.  Sus dedos salieron de adentro de mis cavidades y yo, sin más, pisé el embrague y puse en marcha el auto, a la vez que conectaba los desempañadores.  Ni siquiera miré a Franco durante el camino; en cuestión de segundos, subía con el auto a la avenida General Paz y, poco después, me desviaba a la derecha para tomar el Acceso Oeste.  Bajé a la colectora apenas vi el primer hotel alojamiento…
 
                      No puedo decir lo que fue esa noche de hotel… Me cogió en todas las posiciones posibles: en cuatro patas, boca abajo, con mis piernas sobre sus hombros, de pie desde atrás contra una mesa de mármol de la habitación o, también, levantándome en vilo por mi cintura a la vez que mis piernas rodeaban la suya y mis pies se juntaban sobre sus perfectas nalgas.  Me acabó en la boca, en la cola, en la cara… en todos los lugares posibles y no puedo llevar una cuenta de cuántos polvos me echó ni de cuántos orgasmos tuve yo.  Sencillamente Franco era una máquina sexual que no paraba y, estando con él, yo podía captar en toda su esencia el verdadero significado de la palabra “macho”… y, de modo análogo y complementario, el de la palabra “hembra”.  Cuando sonó el teléfono interno de la habitación y la voz del conserje nos avisó que quedaban sólo quince minutos fue casi como si el encantamiento se terminara y el carruaje volvía a ser calabaza.  Me di una rápida ducha antes de que se cumplieran las tres horas del turno que pagué y, en el momento de cerrar la puerta de la habitación y mientras nos encaminábamos hacia el auto, no podía dejar de agradecer a la vida por haberme dado una noche como aquélla a la vez que no podía dejar de lamentar que se hubiese terminado.  Vaya a saber cuándo pudiera haber otra… si es que la había…  Devolví la llave en la ventanilla al salir y, dado que el cristal de la misma era opaco y no traslúcido, no pude evitar bajar un poco la vista y esconder algo mi rostro a los efectos de no ser reconocida; era harto improbable, desde ya, pero si yo no podía ver el rostro del empleado del lugar, ¿qué garantía tenía de que no me conociera?  Las casualidades existen, desde luego… Y aun en el supuesto caso de que no me conociera, no podía , de todas formas, dejar de sentir un fuerte pudor ante el hecho de que lo que estaba viendo ese hombre era a una mujer madura y muy posiblemente casada saliendo de un “telo” con un pendejito… O quizás para el tipo fuera simplemente una imagen cotidiana…
               Tales cavilaciones dieron vueltas en mi cerebro durante todo el viaje de regreso.  Era tanto mi deseo de que la noche no terminase que tardé en subir otra vez al Acceso Oeste y preferí circular un rato por la colectora, a unos veinte kilómetros por hora, antes de, finalmente, subirme y luego tomar la General Paz.  De todos modos y aun cuando yo quisiera estirar el momento, durante todo ese rato no nos dijimos palabra entre él y yo.  Era tanta la excitación vivida, tanto el cansancio y tantas las sensaciones que se cruzaban que se hacía imposible decir algo sin que sonara superfluo o bien innecesario.  Recién cuando estaba ya llegando al barrio de Franco, me sentí en obligación de preguntar algo:
 
               “¿Y qué va a pasar ahora?” – pregunté, con la vista fija en el camino.
                Aun sin verlo, me di cuenta de que giró la cabeza hacia mí sin entender demasiado.
               “¿Perdón?”
                “El video, tus amigos, la fiesta…”
                “Ah, eso… bueno, nada, estate atenta… Yo hacia el “finde” te voy a llamar… Primero tengo que hablar bien con ellos…”
                  Sus palabras eran, de algún modo, lacerantes.  Parecían darme a entender que yo no podía decidir nada, que mi suerte estaba en manos de ellos y que jugaban conmigo como si yo fuera, justamente, un juguete, un objeto…
                  “¿No me vas a dar tu número?” – pregunté, en un tono que sonó a ruego mucho más que lo que me hubiera gustado que sonara.
                 “No – dijo, seca pero amablemente -.  Yo la llamo, doc…” – y se despidió propinándome un muy delicado besito sobre la mejilla.
                Estacioné a dos cuadras de la casa de él para no ser demasiado obvia.  Tanteó la manija y comenzó a abrir la puerta para bajarse hacia la silenciosa oscuridad de la acera.  Un impulso incontenible me hizo tomarlo por la nuca y, con fuerza, atraerlo hacia mí.  Lo besé con la locura y el frenesí que ameritaba el hecho de estar cerrando la noche más maravillosa de mi vida.  Llevé mi lengua tan adentro suyo que hasta me dolió el estirarla tanto y la sentí resentida durante los días posteriores.  Cuando nuestras bocas se separaron, yo lo mantenía aún aferrado por la nuca; no podía soltarlo.  Y lo besé otra vez… y otra… Por suerte él no puso ninguna mano sobre mi cuerpo pues eso hubiera sido una invitación directa a reiniciar una vez más el camino hacia una cabalgata sexual.  Finalmente lo liberé… Y se perdió en la noche…
              Reinicié la marcha, esta vez en dirección a casa, donde… (Dios mío) me esperaba Damián.  ¿Me esperaba?  ¿Qué hora era?  ¡La una de la madrugada!  Ni siquiera se me ocurría alguna idea sobre qué iba a decir para justificar mi tardanza pero, como dije antes, quienes nos dedicamos a la medicina, siempre tenemos un margen más amplio de probables excusas… Mientras manejaba en la noche mis pensamientos se proyectaban una y otra vez hacia adelante y hacia atrás… Hacia adelante, hacia mi pobre marido que me esperaba en casa creyendo que yo estaba trabajando…, hacia atrás: hacia la noche de más desenfrenado y salvaje sexo que hubiera tenido en mi vida.  Las imágenes vividas en el hotel desfilaban una detrás de la otra… y no pude evitar tocarme durante el camino, a veces un pecho, otras mi tan castigada vagina.
                Cuando llegué a casa procuré ser sigilosa.  Quizás Damián estaría durmiendo y eso sería un punto a mi favor.  Espié por la puerta de la habitación entornada y llegué a ver su rostro sobre la almohada débilmente iluminado por la luz de la pecera… Sí, había cenado sin mí y ahora dormía… gracias al Cielo… Fui al baño y me di una nueva ducha: me sentía paranoica con que el olor de Franco debía estar aún en mí.  Luego, con absoluto sigilo, me dirigí hacia la cama.  En el momento de sentarme sobre ella, Damián habló:
                “¿Qué pasó bombón?  ¿Se complicó?”
               Otra vez volvieron a mí los nervios.  Y el tartamudeo:
                “S… sí, una señora; hubo que internarla finalmente: el marido no quería pero pudimos convencerlo.  Hubo que llamar a sus hijos; se hizo largo el asunto…”
                 Me incliné hacia él y lo besé.  O algo parecido.  Beso corto, puro trámite.  En realidad, en mi vida habría un “antes” un “después” de Franco también en lo referente al significado de la palabra “beso”.
                “¿Comiste? – le pregunté, tratando, tal vez infructuosamente, de sonar relajada.
                  “Sí, ¿vos?”
                  “Sí” – mentí.  O, en realidad tal vez no mentía.  Me había comido al pendejo más hermoso y más increíblemente viril que pudiera existir… y por cierto también su magnífico miembro, y no una… sino varias veces.
 
 
                                                                                                                                      CONTINUARÁ

Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (4)” (POR ALFASCORPII)

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Mi cuñada, mi alumna, mi amante (4)

Estábamos terminando de recoger la mesa después de comer. Tere, mi mujer, tenía que volver a su oficina y yo me pasaría la tarde en casa corrigiendo los trabajos que un grupo de mis alumnos me había entregado por la mañana.

– Se me olvidaba- dijo Tere metiendo el último plato en el lavavajillas-, me dijo mi hermana que, si fueras tan amable, tal vez podrías explicarle no sé qué de unos ciclos que no entiende…

Con sólo mencionar a su hermana el corazón me dio un vuelco en el pecho.

– …y como esta tarde no tienes clases- prosiguió-, tal vez ella podría acercarse hasta aquí para que le eches una mano, ¿qué te parece?.

– Sí, claro- pensé-, una mano y las dos, como la última vez…

– Cariño- dije-, tengo la tarde muy ocupada, tengo que corregir un montón de trabajos que me han entregado esta mañana, y…

– Venga, hombre, ¡que es mi hermanita!. Seguro que puedes hacerle un hueco, no creo que tengas que tener los trabajos corregidos para mañana, ¿o sí?.

– No, pero…

– Pues ya está- sentenció cogiendo su móvil-, ahora mismo la llamo y le digo que venga esta tarde para que le ayudes, ¿vale?.

– Está bien- contesté resignado.

Había pasado una semana desde mi desliz con mi preciosa cuñada Patty. Desde entonces sólo habíamos coincidido en cuatro clases, y ambos habíamos aparentado una normal relación profesor – alumna, con las palabras y las miradas justas, perfectamente medidas por mi parte, aunque cada vez que la miraba no podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo vibrando con cada una de mis embestidas…

– Hola, guapa- dijo Tere con el teléfono pegado a la oreja-. Carlos tiene la tarde libre, así que pásate por casa cuando quieras para que te explique lo que me dijiste…

Oí a Patty contestando a través del teléfono, pero no pude entender lo que decía.

– ¿Hasta las 7.00?- dijo mi mujer-, vale, pues cuando salgas vente para acá que él estará para lo que necesites. Un besito.

– Para lo que necesites- pensé-. Más vale que sea verdad que necesita que le explique algo, no puedo volver a cometer el mismo error de montármelo con la hermana de mi mujer.

Es cierto que mi tarde de sexo lujurioso con mi cuñada, la semana anterior, había sido increíblemente excitante y satisfactoria, pero a pesar de que no podía sacar de mi cabeza cada detalle disfrutado con ella (la muy viciosa había tenido razón; la increíble mamada que me hizo aquella tarde se había grabado en mi cerebro a fuego y acudía a torturarme cada noche) no podía dejar que volviese a suceder. Durante doce años le había sido completamente fiel a la que desde sólo hacía dos meses era mi esposa, y en una sola tarde había echado eso a perder con reiteración, con su propia hermana pequeña, con esa preciosa jovencita de 22 años que había conseguido someterme con sus encantos para que cumpliese sus fantasías de tirarse a su cuñado.

– Tiene clase hasta las 7.00- me dijo Tere sacándome de mis pensamientos-, así que sobre las siete y cuarto estará aquí.

– Bueno, al menos podré trabajar algo hasta esa hora.

– ¿Ves?, tienes tiempo para todo, así que no te quejes y hazle este favor a mi hermana por mí.

– Le haré el favor por ti- contesté pensativo.

Tere se calzó cogiendo los zapatos del mueblecito de la entrada, se puso el abrigo, recogió su maletín, y tras darme un beso se despidió dejándome con mis pensamientos.

Pasé la tarde revisando los trabajos de los alumnos, aunque sin prestarles mucha atención. Mi mente volaba una y otra vez hasta el día en que, como si fuese un adolescente cegado por las hormonas, me follé irracionalmente a la hermanita de mi mujer sobre la mesa que ahora estaba cubierta de papeles.

El timbre de la puerta sonó, ¡uf!, ya eran las siete y media, la tarde se me había pasado casi sin enterarme y mi cuñada ya había llegado.

Abrí la puerta, ahí estaba ella, tan guapa y resuelta como siempre.

– Hola, profe- me saludó dándome un cándido beso en la mejilla-, perdón por el retraso, el tráfico estaba horrible.

– No te preocupes- contesté dejándole pasar y ofreciéndole mis brazos para que me diese su abrigo.

Al quitarse el abrigo comprobé que vestía muy casual, con unos pantalones vaqueros y una camisa blanca. A pesar de no venir tan deslumbrante como la última vez, seguía teniendo un aspecto muy sexy porque los vaqueros se ajustaban perfectamente a su magnífico culito, y la camisa llevaba abiertos los botones superiores dejando entrever debajo un top de color negro, no pude reprimir un cosquilleo en mi entrepierna.

Llevé su abrigo a la habitación, y cuando volví al salón respiré aliviado al ver que ella se había sentado a la mesa y estaba sacando una carpeta con los apuntes de su bolsa.

– ¿Puedes traerme un cenicero?- me dijo-, he salido tan corriendo de la facultad que ni me ha dado tiempo a fumarme un cigarrito.

Cogí el cenicero que tenemos para las visitas y se lo ofrecí mientras ella encendía un cigarrillo.

– ¡Aahh!- gimió sugerentemente tras exhalar el humo.

Otro cosquilleo recorrió mi entrepierna.

– Dos horas de Hidráulica y media hora de atasco sin poder fumar- dijo-, me estaba consumiendo ya.

– Es que eres puro vicio- pensé yo.

– Bueno- dijo hojeando con sus apuntes-, ¿te ha dicho mi hermana lo que necesito que me expliques?.

– Más o menos- contesté sentándome a su lado-. Supongo que se refería a los ciclos patogénicos de los hongos oomicetes, ¿no?.

– ¡Exacto!, ¡pero que listo eres, profe!- me dijo con una amplia sonrisa y mirándome fijamente con sus preciosos ojos-. Creo que no completé bien los ciclos, me faltan algunas fases y algunos nombres, así que no entiendo ni jota.

– A ver.

Fuimos repasando uno a uno los esquemas que tenía fotocopiados y, efectivamente, le faltaban bastantes cosas por completar.

– ¿Ves?- le dije indicando uno de los esquemas-, aquí te falta poner que esta estructura es el apresorio.

– Ah, vale- contestó Patty mostrando verdadero interés-. ¿Puedes apuntármelo?- preguntó ofreciéndome un bolígrafo.

Entonces se desabrochó la camisa y se la quitó dejándola sobre el respaldo de la silla.

– ¿Qué haces?- pregunté sintiendo cómo mi polla comenzaba a crecer ante la visión de su ajustado top negro marcando espléndidamente sus firmes pechos.

– Tienes la calefacción a tope, y yo, viniendo de la calle, me estoy asando como un pollo.

– Ah, perdona. Es que la calefacción es central, la arrancan a las 12.00 y no la cortan hasta las 10.00 de la noche. Como es el primer piso del edificio a veces pasamos calor.

– Pues eso, que yo me estaba asando, ¿por dónde íbamos?.

– Te estaba apuntando lo del apresorio aquí- contesté indicando el esquema.

– A ver- dijo ella acercándose más a mí hasta que su pecho izquierdo

contactó con mi antebrazo derecho.

El roce mandó una corriente eléctrica por todo mi cuerpo desde el brazo hasta mi verga, que seguía creciendo abriéndose paso hacia la pata derecha del slip. Y por si eso había sido poco, Patty deslizó inocentemente su mano izquierda sobre mi muslo derecho, sintiendo yo su calidez a través de la tela de mi fino pantalón de deporte. Me quedé inmóvil, e intenté aparentar normalidad como si no hubiese sentido ambos contactos.

– Y en este otro dibujo te falta por poner el nombre de las esporas- continué.

Mi cuñada se apretó un poco más a mí y su mano avanzó por la cara interna de mi muslo, subiendo un par de centímetros con una suave caricia. La sensación hizo que mi polla alcanzase su longitud máxima pegada contra mi pierna derecha.

Durante media hora seguimos revisando cada uno de los ciclos que mi alumna tenía en sus apuntes, aprovechando ella la oportunidad de restregar su pecho izquierdo contra mi brazo cada vez que yo escribía algo. Con el roce pude comprobar que no llevaba sujetador bajo el top, sentía claramente su pezón erizado punzándome suavemente la piel. Yo ya estaba bastante excitado, con la polla crecida pegada al muslo por la sujeción de la pata del slip, y cada vez más dura.

Por fin terminamos de revisar todo cuanto me pidió, pero quería que le explicase en detalle las distintas fases de los tres primeros ciclos que habíamos visto. Yo accedí deseando que esa exquisita tortura terminase, y pareció que ella me leyó el pensamiento, porque se separó de mí para coger algo de su bolsa.

Al apartarse pude ver con claridad cómo sus dos pitones se marcaban exageradamente en la tela que los cubría y aprisionaba. La imagen de sus redondos senos delineados por el ajustado top, marcando pezones, era tan sugerente que un breve resoplido escapó de mis labios. Patty me dedicó una pícara sonrisa y terminó de sacar de su bolsa una piruleta roja con forma de corazón, le quitó el envoltorio y se la llevó a la boca.

– ¡Uf!- pensé-, al menos se me ha quitado de encima. Me está poniendo malísimo.

Pero no había terminado de formular el pensamiento cuando ella volvió a arrimarse a mí, “clavándome” su pitón izquierdo en el brazo mientras su mano se deslizaba por mi muslo derecho más arriba de donde había estado antes, justo un par de milímetros por debajo de mi glande.

Intenté permanecer impasible, pero mi polla ya estaba muy dura, y sólo mi ropa le impedía saltar como un resorte apuntando hacia arriba con orgullo.

Empecé con mi explicación con la vista puesta sobre los apuntes, pero por el rabillo del ojo observé fascinado cómo mi cuñadita se deleitaba con la piruleta. La chupaba suavemente con sus jugosos y apetecibles labios, deslizándola entre ellos y sacando la punta de su lengua para relamerlos sensualmente.

Mi mente comenzó a evadirse evocando la increíble felación que esos labios me habían realizado unos días atrás y que, noche tras noche, acudía recurrentemente a mis sueños para atormentarme. Mi aparente compostura, mi fachada de imperturbabilidad, se estaba resquebrajando como una luna de coche a la que le hubiese saltado una chinita de la carretera.

-… entonces- seguía yo explicando-, el micelio del hongo comienza a formar hifas especializadas…

Patty chupaba y chupaba su piruleta como si fuese la cosa más deliciosa del mundo. Sus eróticos labios brillaban teñidos ligeramente de rojo por el caramelo, eran tan irresistibles… En mi mente se repetían las imágenes de esos labios envolviendo mi miembro… ¡Crásh!, una nueva grieta en mi estado de aparente inmutabilidad.

Mi alumna me miraba fijamente siguiendo la explicación con sus ojos verdeazulados incendiados de deseo, tan seductores… como en aquella ocasión en la que lo que saboreaba era mi falo… ¡Crásh!, otra grieta más.

-… las hifas especializadas- proseguía yo explicando- se engrosan para formar conidióforos…

La palabra “engrosar” hizo que la mano de Patty subiese un poco más por mi pierna y palpase el bulto que mi glande formaba en mi pantalón… ¡Crásh!, una larga y profunda grieta atravesó de lado a lado mi integridad, haciendo que el cosquilleo que en ese instante sentí en mi verga se manifestase externamente con rubor en mis mejillas.

Mi cuñada sonrió jugueteando con la piruleta sobre sus labios, y su manó palpó sin disimulo toda mi polla a través del pantalón, acariciándola de abajo hacia arriba y volviendo nuevamente al glande mientras la punta de su lengua recorría lentamente su labio superior… un terremoto me sacudió internamente.

¡Catacrásh!, mi fachada se derrumbó por completo. Mi cuñada, mi alumna, mi amante había conseguido atraparme nuevamente en sus redes. La deseaba, la deseaba tanto que todo juicio se me nubló. Me giré hacia ella y me quedé mirando, con mis ojos incendiados de deseo, cómo seguía chupando su piruleta; con sus pezones apuntándome, tan marcados en el top que parecía que podían atravesarlo.

Patty esbozó su característica sonrisa de picardía, y sujetando el palo de la piruleta con su mano derecha, apoyó el caramelo sobre su carnoso labio inferior.

– ¿Te apetece?- preguntó con su voz cargada de sensualidad.

Yo estaba totalmente obnubilado, creo que el riego no me llegaba bien al cerebro por la acumulación de sangre en mi miembro, porque como un tonto dije:

– ¿La piruleta?.

Ella rió, y con cara de vicio y lujuria exclamó:

– ¡No, joder!, ¡que te chupe la polla como este caramelo!.

La capacidad de razonar volvió a mí por unos instantes y miré mi reloj.

– Son casi las ocho y media, tu hermana está a punto de llegar.

– Por eso, porque no tenemos tiempo para más… Quiero chuparte la polla y que me des toda tu leche. ¿Quieres correrte en mi boca?, ¿te apetece?- volvió a preguntar relamiéndose los labios.

– ¡Dios!, es lo que llevo deseando e intentando apartar de mi mente desde que entraste en esta casa, pero ya no puedo más: Patty, ¡chúpame la polla!.

Me levanté ligeramente de la silla para bajarme el pantalón y el slip hasta las rodillas. Mi verga, por fin liberada, saltó como un resorte mostrándose congestionada, dura y con sus gruesas venas muy visibles. Me senté de nuevo.

– Ummm- gimió Patty al verla pasándose nuevamente la punta de su lasciva lengua por los labios -, tiene un aspecto tan apetitoso como recordaba.

Me ofreció la piruleta que me llevé a la boca degustándola como ella había hecho anteriormente. Mi cuñada se puso de rodillas en el suelo, me cogió de la cadera con su mano izquierda y, sujetando la base de mi polla con su mano derecha, se reclinó sobre ella. Sentí su cálido aliento sobre la punta y el peso de sus voluptuosos pechos descansando sobre mis muslos, ya no podía soportar más la expectación. Puse mi mano sobre la cabeza de Patty y se la bajé hasta que mi glande contactó con sus labios. Seguí bajando su cabeza sintiendo cómo mi falo se abría paso a través de sus labios e iba invadiendo su boca hasta que tocó su garganta.

– Oohhhh- gemí al sentir la humedad y calidez de su boca envolviendo más de la mitad de mi rabo.

Aparté la mano de su cabeza y observé cómo volvía a subir despacio, haciendo presión con los labios, succionando con fuerza y deslizando la parte de abajo del tronco por su lengua mientras subía. La sensación era tan exquisita que me arrancó otro gemido: “Aaahhhhhh”.

Patty se sacó la polla de la boca dejándola brillante de saliva, y mirándome, haciendo un coqueto gesto para colocarse su moreno cabello tras la oreja derecha, dijo:

– Está más rica que la piruleta, te voy a dejar seco.

– Eso espero, porque tengo leche de dos días acumulada para llenarle la boca a mi viciosa cuñada.

– Ummm… Se me hace la boca agua…

Acarició todo mi glande con movimientos circulares de su lengua, y succionó con la cabeza ligeramente ladeada para que yo pudiese ver cómo mi falo iba desapareciendo entre sus labios, con sus mejillas hundidas hacia dentro por la fuerza de succión, “ummppff”.

La sensación era muy intensa, el placer que me proporcionaban sus labios, su lengua y toda su boca recorría mi polla y mandaba descargas eléctricas por mi columna vertebral haciendo que se me arquease. Acompañaba cada lenta succión arriba y abajo con un delicioso masaje que su mano derecha hacía en el tronco de mi verga que su boca no conseguía engullir. Sus maravillosas tetas, con el sube y baja, rebotaban contra mis muslos restregándome sus duros pezones cada vez que mi glande tocaba su garganta. Pero el placer también era sonoro, sus labios regalaban mis oídos con el característico sonido de una profunda mamada: “ummppff” en la bajada y “ssluurpff” en la subida, simplemente delicioso.

Patty parecía disfrutar su trabajo oral casi tanto como yo, emitiendo de vez en cuando gemidos de disfrute con lo que saboreaba y con la fricción de sus pezones en mis piernas: “mmmm”. La cadencia de sus movimientos era lenta, y a pesar de tener mis testículos doloridos por estar llenos de amor, era capaz de mantener mi placer sin que me corriese demasiado rápido.

Durante diez placenteros minutos estuvo mamándome la polla de esa forma, haciéndome suspirar con cada succión, pero empezó a aumentar el ritmo, y mis jadeos comenzaron a hacerse tan profundos como la fuerza y velocidad de sus chupadas.

Los espasmos empezaron a sucederse en mi interior mientras mi falo latía preparándose para eyacular.

– Aahh, cuñadita, ahahahh- conseguí decir entre jadeos-, la chupas taaan biennn, mmmmm, que te voy a llenar la boca de lefaaaa.

Ella aumentó aún más la velocidad de la mamada succionado desesperadamente. Debió sentir los espasmos de mi polla, porque se la colocó sobre la lengua acariciando el frenillo con ella, aprisionando mi verga con sus labios, dispuesta a recibir la corrida dentro. Y el primer y abundante chorro se disparó con fuerza en su boca, llenándola densamente y quemándome el glande en un éxtasis que me dejó mudo.

Oí un portazo procedente de la entrada de la casa. Otro abundante chorro de leche caliente se derramó en la boca de Patty que, tragando el primero y concentrada para no ahogarse, parecía no haber oído el portazo.

– ¡Cariño, ya estoy en casa!- escuché la voz de Tere a través del pasillo.

– ¡Sííííííí!- grité disparando el tercer chorro de lefa ya decreciente en la glotona boca de mi cuñada.

Patty seguía degustando y tragando mi espeso y ardiente elixir haciendo caso omiso a sus oídos. Sólo unos segundos nos separaban de que mi mujer, tras quitarse los zapatos y dejarlos en el mueble del hall, entrase en el salón y descubriese a su marido con la polla metida en la boca de su hermanita pequeña y corriéndose como un caballo.

La excitación de ser cazados in fraganti y la tensión sexual acumulada hicieron que mi hiperestimulado miembro, en vez de decaer en sus eyaculaciones, volviese a descargar otra abundante y espesa corrida en la boca de mi aventajada alumna, que apenas daba abasto para engullir tanto semen.

Traté de apartarla de mí, pero seguía tragando los últimos lechazos que mi polla le daba en su agonía orgásmica.

El inequívoco chirrido de la puertecita del mueble zapatero del hall llegó a mis oídos, justo cuando mi falo daba su último estertor y Patty paladeaba hasta la última gota, lo cual a la postre resultó ser muy práctico para no dejar ninguna prueba de nuestro delito.

Mi golosa cuñada se incorporó sacándose la polla de la boca, dejándomela reluciente. Yo me levanté y, en un rápido movimiento, me subí el slip y el pantalón de deporte recolocando mi pene ya decadente justo cuando mi mujer entraba en el salón.

– ¡Anda!- exclamó Tere cuando vio a su hermana- pero si sigues aquí.

– Ya se iba a marchar- respondí yo sacándome el palo de la piruleta ya gastada de mi boca- ¿Verdad?- añadí girándome hacia Patty, que terminaba de ponerse la camisa para ocultar sus pezones duros como para rallar un cristal.

Al mirar a la cara de mi cuñada me dio un vuelco el corazón cuando me percaté que de la comisura derecha de sus labios había rebosado mi semen, de tal modo que se veía un fino reguero brillante que partía de su boca para terminar en una pequeña gota blanca en su barbilla. Patty, muy inteligente, al ver mi cara de susto, disimuladamente pasó su mano por sus labios y barbilla chupándose los dedos para hacer desaparecer todo rastro de mi corrida.

Tere me dio un beso en los labios, y un cariñoso beso en la mejilla de su hermana.

– ¡Uffff!- resoplé internamente-, ¡por muy poco!.

– ¿No te quedas a cenar con nosotros?- le preguntó mi mujer a su querida hermana.

– Uy, no- contestó-, no suelo cenar. Con un buen trago de leche calentita tengo hasta mañana- añadió resuelta dedicándome una furtiva mirada- así que recojo y me marcho, que seguro que tendréis cosas que hacer.

– “Un buen trago de leche calentita”- repetí en mi mente-. Le come la polla al marido de su hermana mayor, y no contenta con casi ser descubierta, se lo restriega a su inocente hermana por la cara. ¡Qué zorra!.

Patty recogió sus apuntes en lo que yo fui a por su abrigo. Lista para marcharse le dio un cariñoso beso en la mejilla a su hermana y un cándido beso a mí, también en la mejilla. En su fugaz acercamiento a mi cara, percibí el sutil aroma de mi semen en su aliento, lo que me provocó una sonrisa.

– Muchas gracias, profe- dijo saliendo por la puerta-. Lo he digerido todo muy bien- añadió alegremente con su habitual desparpajo. Mañana nos vemos en clase.

– “Lo he digerido todo muy bien”- repetí internamente-, ¡pero qué vicio tiene la niña!.

– ¿Lo ves?- me dijo mi mujer cuando mi cuñada se hubo marchado-. No te ha costado nada y mira qué feliz has hecho a mi hermana. Puedes estar satisfecho.

– Muuuuy satisfecho, cariño- pensé-, pero que muuuuuuy satisfecho.

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alfascorpii1978@outlook.es

Relato erótico: “Mi vida secreta” (POR CESISEX)

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Hola a todos me presento soy Jessica y hace casi un año que estoy en
una relación less mi pareja es una chica de 21 años al igual que yo ; ella es morocha ojos verdes bajita 1.53 m pero con unas tetas que para esa altura resaltan mas que otra cosa en su cuerpo . una colita también muy destacada yo soy de pelo castaño claro casi rubio  1,73 m  de altura 90-60-91 ojos verdes y una sonrisa siempre en mi boca .
Para empezar con el relato les cuento que siempre me han gustado las chicas pero nunca había tenido nada con ninguna hasta este momento que estoy con Romy , somos muy felices y hace medio año que vivimos juntas , nuestras relaciones sexuales siempre han sido muy less hasta en estos últimos tiempos que estoy sintiendo la necesidad de ser penetrada , para saciar mis ganas compre un arnés para sujetar un hermoso consolador que solo usábamos muy esporádicamente pero como dije antes me están dando ganitas de algo mas , … que me tengan a cuatro patas y me realicen penetraciones vaginales o anales mientras estimulan mi clítoris es mi mayor locura en estos tiempos mas que sentir los labios de mi mujercita comiéndome mi botoncito de placer  , eso era algo que me trastornaba a tal punto de hacerme pegar alaridos , pero ahora el sentir el hule de mi consolador dentro mío ,  me hacen  gemir como nunca lo había hecho , esos 16 cm  por 4  ya no me bastaban  y para no ser tan evidente conseguí algo un poco mas a mis pretensiones cuanto ? 20 cm por 5 que no es mucho ? no o si que se yo lo cierto es que nunca me preocupo la medida ni en mis tiempos de hetero pero ahora  es como si extrañara lo mas gustoso del hombre , si su verga , uhi una less hablando así bueno no se, es lo que me pasa creo que nunca deje de necesitar a un hombre pero no me daba cuenta ..
Estoy muy enamorada de mi pareja y creí que nunca haría nada que pusiera en peligro nuestra relación , pues lo hice .
Hacia tiempo que no ponía mi cam. mientras chateaba pero muchos hombres si ponían las suyas ,  para mostrar sus atributos y de apoco me fue interesando pero fui seleccionando , no por tamaño ni por la belleza de su cuerpo sino por afinidad , he aquí que me fui enganchando con Gonzalo un muchacho de Junín provincia de Buenos Aires 21 años de edad pelo negro azabache y 1,82 metros de altura a quien había impactado desde hacia tiempo y al igual que tantos otros quería llevarme a la cama  , me insistía con que fuera yo quien lo hiciera iniciarse sexualmente , para que mentir después de varias charlas sentía curiosidad cada vez mas por volver a vivir algo con un hombre , y mi calentura sobrepasaba lo imaginable empezamos teniendo sexo virtual a escondidas de mi pareja claro , mis deditos fueron mi inicio pero al ir pasando las noches no me alcanzaba y necesite de mi juguetito para sentirme mas complacida , lo veía eyacular por cam. y me daban cada vez mas ganas de llenar mi boca con el fruto de su acabada hasta he llegado a pasar mi lengua por el monitor y mojar mis labios con mi propio jugo , había algo en el que me enloquecía y me daban ganas de ser su putita virtual , virtual ? que virtual si me moría por que me diera una buena cojida  , cuando estaba con Romina y era su perrita mi mente divagaba y me imaginaba que era Gonza el que satisfacía mis necesidades .
Cada regreso a casa era un eterno imaginar ,  cada flaco que me llamaba la atención  , mi cabeza me pedía a gritos que ese era el adecuado para hacerlo pero no me desidia , mas de una vez me mordí los labios en la oficina donde soy secretaria de una abogada , por desgracia , si… de ser un hombre seguramente ya habría sido acosada y con la calentura que llevo seguramente me la pasaría haciendo horas extras , mas de una vez me he tocado disimuladamente mientras me negaba a alguna invitación a salir de algún cliente , no podía exponerme en mi lugar de trabajo .
Gonzalo es hijo de un estanciero de Junín y muy acaudalado y siempre me decía que cuando su padre viniera a la capital lo acompañaría y me vendría a ver y que no podría rechazar la invitación de ir a cenar .
Una tarde , tarde y aun yo en la oficina después del horario habitual de mi retiro estaba conectada y veo que Gonza se conecta , mmm pensé con lo caliente que estoy es lo que necesitaba nunca habíamos jugado estando yo en la ofi , ya desde la primera frase fue provocación
–         Hola putita tengo unas ganas locas de cojerte hoy
–         Y yo de sentir tu verga entre mis piernas
–         Tan calentita estas Jessy
–         Si mi amor , no tengo mi juguetito pero puedo conseguir algo con que remplazarlo
–         Si que tenes por ahí
–         Algo
–         Algo ? que ?
–         Un desodorante a bolilla que quiero perderme entre las piernas
–         No querrías mi verga mejor
–         Con la calentura que tengo si te estuviera cerca seguramente aceptaría
–         Aceptas entonces
–         Aceptaría encantada
–         Bueno estas sola voy para allá ,dame la dirección estoy cerca
–         Cerca ? donde ?
–         En … a unas cuadras de Parque Lezama
–         Si muy cerca veo
–         Entonces voy ?
–         Quiero contarte la verdad , todo lo que te dije es cierto pero antes de salir con Romy tenia algunos clientes , entendes
–         No
–         Clientes
–         Que eras puta
–         Algo así pero cara
–         Hacia tiempo que no lo hacia pero hace un mes volví
–         A trabajar de puta
–         No trabajo de puta , solo lo hago con quien me gusta y disfruto lo que hago y de paso me pagan bien
–         Ha si cuanto cobras
–         $1200 , $ 1500 según  por2 o  3 horas no mas
–         Y por toda la noche cuanto
–         Tengo que volver a casa solo 3 horas máximo
–         Tengo los $ 1200 por donde te paso a buscar  
–         Algo conocido haber la puerta del teatro Colon
–         En un ratito estoy ahí quiero que sea con vos con quien debute
–         Será un doble placer hacerte debutar , con las ganas que estoy hoy la pasaremos muy bien
–         Que bien que te queda lo puta
–         Si soy puta ,cara pero puta      
–         Y en este tiempo ya lo hiciste muchas veces
–         La verdad una sola , pero me prometí que de hacerlo solo seria cobrando ese dinero
–         Eso quiere decir que en un año solo lo hiciste una vez y hace un mes
–         Si exactamente
–         Bueno salgo para allá sino voy a acabar antes
–         Te estaré esperando
Por un instante pensé que tontería había hecho , pero si no pensaba ni ir era solo  un juego , o no ? claro que no , estaba excitada y la codicia aumentaba mi excitación  los $1200 eran la escusa perfecta para disimular mi calentura y las ganas locas que tenia , estaba a full me acaricie por un rato y me decidí a ir , ya estaba en el juego y con probar que perdería si ya se a mi Romy que tanto amo pero mi calentura era cada vez mayor solo pensaba en lo que estaba por hacer en lo rico que seria sentir nuevamente un hombre dentro mío .
Apague la compu ,  tome mis cosas y salí hacia el teatro al encuentro de mi … cliente ya me sentía toda una profesional , por suerte estaría con quien nunca había tenido sexo antes sino seguramente notaria mi inexperiencia o mi falta de practica  .
Deje mi auto en un estacionamiento a una cuadra del lugar , camine muy seductora y mas de un muchacho me tiro los galgos , me di cuenta que si me lo proponía podía llegar a conseguir mas de un cliente en apenas una cuadra y media , recibí toda clase de piropos , desde , bebe que hermosos faroles hasta , cuanto cobras yegua ?  por vos pagaría cualquier cosa , escuche gritar desde un lujoso auto importado igual no estaba en mis planes esa clase de aventuras , gracias si me arriesgaba a tenerlas con alguien que solo conocía por msn y a pesar de creer que era una buena persona en realidad no lo sabia , metros antes de llegar a la puerta del teatro me aborda un muchacho de unos 30 años no mas para ir a una fiesta en un boliche VIP de la zona , me dejo su tarjeta y que lo llame que podría hacer buen dinero ;  le dije .
–         No puedo espero un cliente
–         Si mi amor de eso se trata
–         Me refería a un cliente del estudio donde trabajo
–         Llámalo como quieras pero si te interesa hay buena plata
–         Bueno lo pensare
–         Si te interesa viernes y sábados después de la 1.00 desi que sos de las chicas del staff
–         Quizás , porque no
–         Bueno te estaré esperando … tu nombre?
–         Jessica
–         Me encantan los nombres de puta
–         Ahí gracias
–         Bueno Jessy tu nombre estará en la lista por si te decidís
–         OK ahí estaré
–         Viste que tengo razón 
–         En que?
–         Tu nombre hermosa
–         Ha cierto de puta no ?
–         Correcto
Después de esa propuesta y de las cosas que me venían diciendo en el poco trayecto que hice , me preguntaba si realmente paresia una puta o se notaba tanto las ganas de que me cojan que tenia , seguramente como las perras en celo debería emanar algún aroma especial , mis feromonas estarían haciendo efecto en el sexo opuesto , eso que estaba con mi vestimenta de secretaria , como me mirarían si fuera vestida de puta , no se pero seguramente mi trajecito de secretaria ratoneaba mas ,  mas con una camisa que bajo las luces intensas de los coches , dejaban ver de manera muy tentadora mis estupendos senos , que sumados a mi excitación y a la propuesta de unos minutos antes , tenía mis pezones en su máxima erección , lo ajustado de la camisa marcaba esos pezones de manera extraordinaria , invitando a quienes lo vieran a querer saborearlos , en los aproximadamente 15 minutos de espera recibí mas propuestas de sexo que en toda mi vida . y realmente me hubiese tentado con mas de uno .
Minutos mas tarde para un Peugeot 307 cabriole y un muchacho con anteojos negros me invita a subir , me hago la tonta como que no escuche nada  , pero una vos que escucho a metros me dice .
–         dale puta subí que te van a dar la cogida de tu vida y le podes sacar buena guita al pueblerino  ese.
Como si se tratase de un aviso ese grito me volvió a donde estaba y a lo que estaba esperando .
–         cuanto cobras putita
me acerco al coche apoyo descaradamente mis manos en la ventanilla y sacando mi culito para fuera  y entregandole una deliciosa vista de mis lolas a el y de mi culito a los transeúntes , contesto
–         para vos me llamo 1200 soy cara pero valgo lo que pagas
–          espero que lo demuestres
–         No te vas ha arrepentir de lo que pagas
Un nuevo grito surca la noche
–         Tenes que ser puta ves un auto nuevo y se te cae la tanga sola
Giro miro a quien gritaba y provocándolo con la mirada , abro la puerta y subo al coche
–         Donde me llevas o te indico yo
–         Guíame y vamos al telo que quieras
–         Bueno volve como para el parque de nuevo  
Le seguí indicando mientras el de manera muy inquieta pasaba su mano mas hábil por debajo de mi falda , mi reacción ? Un suspiro y un mmm si que tenia ganas de recibir una buena cojida llego hasta colarme un dedito en mi chuchi y yo a empezar a jadear , no paro de estimularme , ,le devuelvo placeres y con creses paso mi mano y bajo su cremallera saco su verga y durante unas cuadras me entretengo con mi lengüita  , dejando todo su arsenal listo para la batalla  , cuando calculo ya estar cerca  introduzco todo su miembro en mi boca y me incorporo y le indico como  llegar a  “Osiris” en la calle Cochabamba 12 Puerto Madero .Durante el trayecto no paro de estimularme , entramos al hotel y  algo temeroso intenta pedir una habitación , como toda una profesional que no soy me acerco y pido una suite , mientras hablo mojo mis labios con la punta de mi lengua  y le demuestro al conserje que mi cliente pagaría cualquier tarifa del hotel , entramos , me pide que entre primero , observo al pasar una cama muy amplia con almohadones de corazones , un hidromasaje donde los vidrios de las paredes dejaban ver todo , un par de escalones me colocarían en el , y algunas otras cosas que no vale de que mencionar , me empuja contra la pared para besarme .
–         te olvidas de algo amor
–         de que
–         de las 1200 razones que me tienen acá
–         sos mas puta de lo que creía
–          puede ser pero esto es un negocio y con placer incluido
recibo mi paga le doy la espalda y  pongo la plata en mi cartera me  vuelve a tomar esta vez de espalda y siento su verga aprisionarse contra mi culito me inclino y levanta mi pollera se encuentra con una ínfima tanguita roja frota mis cachetes mientras me derrito de ganas , me besa el cuello y me susurra al oído cosas que mi mente no escucha apoya su trozo en mi culito mientras sus manos descubren mis senos la camisa desprendida y mis senos libres me da vuelta y quedo frente a el me besa apasionado , mis fantasías cubrían toda clase de sexo pero no me imaginaba que disfrutara de sus besos , comió mis labios rojo fuego y encendió mi mecha las flamas de mi cuerpo me acorralaban en una pasión inimaginable me arrodille frente a el y le coloque un condón y mientras volvía a pararme con mi lengua recorría su cuerpo ,empezó a besar mis lolas estaba desesperada deje caer mi pollera y el su pantalón  y luego su boxer , levanto mis piernas ,  sentí su miembro rosar mi vulva colaba sus deditos y los llevaba a mi boca esas son cosas que me fascinan , tomar mis propios jugos ,  lentamente acomodo su cabeza en mi cuevita y la sentí entrar  .
–         mmm que rico se siente ser puta
–         si en unos minutos pienso que no malgaste esa plata que sentiré en un par de horas
–         métemela toda , ahí si que rico ,como te sentís perdiendo la virginidad con esta putita
–         Jessy siempre imagine este momento , donde eras mía , donde te hacia mi puta
–         Claro que soy tu puta cojeme toda soy toda tuya quiero que disfrutes tanto como yo
–         Que hermosas tetas que tenes no paro de admirarlas
Enganchada en su cintura por mis piernas y ensartada  por esa pija que hacia  tanto deseaba  me llevó hasta la cama me acostó , elevo mis piernas sobre sus hombros  
Quedo mi culito expuesto , estaba a su merced pero el siguió penetrándome vaginalmente .
–         hay si cojeme rompeme toda quiero ser tu putita ser la hembra que te desvirgue
–         ya lo hiciste
–         quiero sentirte , acabar  ser el mejor recuerdo que tengas de alguien
–         Ya lo sus putita
–         Hay como me calienta que me digas putita
Mis piernas temblaban de placer y yo jadeaba como la puta en que me estaba convirtiendo gemía y pedía que me hiciera llegar que ya no aguantaba
–         así te gusta? Puta
–         ahí si cojeme  mas ahí siiiii masss siiiii dale que me voy
–         te vas a ir pero bien llenita de leche perra
–         ahí si cojeme como a una perra
Como si se tratara de una orden me volteo separo mis piernas y me puso a cuatro patas , esperando su envestida  me tomo de la cintura y comenzó a montarme que placer sentirme su perrita , así cada noche me imaginaba ser la puta de alguien y lo estaba siendo tome su mano derecha y la lleve a mi conchita , enseguida entendió lo que quería , froto suave primero y con mas ímpetu después mi clítoris ya estaba por llegar ,  el llegaba a su plenitud y acababa por primera vez yo empuje mi cuerpo contra el y al sentir sus contracciones llegue a mi primer orgasmo era mi primer acabada de puta  era el comienzo de mi nueva vida una vida secreta que seguramente me llenaría de felicidad,  mis ansias de puta estaban siendo zaceadas pero no … quería mas quería que llenara cada uno de mis orificios necesitaba sentir su verga en mi culito , pero como pedirle si se suponía que el era el cliente .
–         Hay y ahora que me vas a hacer , queres mi colita
–         Que resultaste bien putita nena
–         Te parece
–         Estoy seguro
–         Ahí mmmm entonces háceme la colita
Sin cambiar la posición que tenia , la de perrita puta , separo mis nalgas apoyo su verga y de apoco la fui sintiendo entrar
–         mmm mas toda la quiero toda
–         así la queres mi amor todita adentro
por primera vez un hombre me cojia analmente me dolía pero disfrutaba con el dolor  sus envestidas eran suaves y acompasadas gemía , susurraba me quejaba pero gozaba como nunca movía mi colita para acomodar su verga en mi orificio .
–         que rico que me cojes
–         te gusta puta que te cojan el culo
–         hay si me encanta esta es mi primera vez con un hombre
–         soy el primer hombre que te hace el culito mi amor ?
–         hay si y me encanta
después de seguir disfrutando de una buena enculada y mientras el estimulaba mi clítoris sentí que me venia pero de repente reaccione
–         mmm putita te voy a llenar de leche yegua
–         mmm que rico si lléname la colita toda
–         si puta ya llego siiiiiii
–         ahí sos un hijo de puta  me estas cojiendo sin forro
–         por lo que me cobraste es lo menos que tenes que hacer pero no te preocupes
–         ahí siiiiiiii dámela toda siiiiiii dale no paressssss
Con mi calentura no había notado que no llevaba profiláctico ;  llegaba a mi segundo orgasmo , el primero durante el sexo anal ,  estimulando mi clítoris pero penetrada analmente  , sabia que esto no terminaría  ahí ya me había llenado mi culito de leche y el hilo de semen corría hasta mi chuchi así que porque no , estaba muy segura que no estaba en mis días fértiles así que me decidí a entregarme por completo
Me safe de la posición que llevábamos y lo tire en la cama.
–         ahora la que te va a coger es la Jessy
–         como te gusta ser puta
–         me encanta tantas noches soñé este día
–         que ganas de coger tenes si el que te cobraba era yo seguro que aceptabas
–         no, no la putita soy yo pero para activarme necesito incentivo
me subí sobre el lo monte y deje deslizar su verga en mi conchita , empapada sedienta de pija y de semen , me puse en cunclillas y empecé a subir y bajar me tomo de la cintura y llevaba su ritmo una de sus manos las llevo a mis senos para acariciarlos  , de apoco me fui enloqueciendo cada vez mas , pero el fue flaqueando hasta que se salio quise volver a colarmela pero ya estaba flácida  deje mi cabalgata y me decidí a recuperar ese pedazo de carne darle vitalidad me había propuesto sentir su lechita en mi conchita y la tendría me puse a cuatro patas tome su verga y la entre a mamar que rico se sentía el semen mezclado con mis jugos vaginales , el  sabor de mis jugos lo probaba cuando  solía meter mis deditos o los de mi noviecita y saborearlos pero así esa mezcla me encendía mas estaba echa una ninfomanía realmente disfrutaba de la cojida que me estaban dando y esa mamada era un encanto gire necesitaba ser retribuida me puse sobre el y deje mi conchita sobre su cara tardo en pasar su lengua por mi chuchi no se si por asco o de miedo pero termino haciéndolo , su lengüita la llevo bien adentro y yo no dejaba de sobarle la pija ya había recuperado su erección y yo apunto de explotar nuevamente , me incorpore y despaldas a el volví a montarlo , esa vara estaba nuevamente dispuesta  y pronta a llegar no tardo mucho en volver a acabar no fue mucho pero lo suficiente para hacerse notar
–         ahí si quiero sentir tu lechita en mi conchita
–         hay si puta seguí montándome asiiiii que es toda tuya
 subía y bajaba y al tenerla bien adentro refregaba mi cuerpo contra el de el ,  apreté bien mis piernas y ahí estaba de nuevo me deje caer y grite como loca , caí rendida a su lado el ya inmóvil ambos cansados de la batalla , una victoria de ambos , fui a la ducha  me había olvidado del hidro me recosté unos minutos , cierro mis ojos por un momento y siento sus manos masajear mis hombros, mmm era lo único que me faltaba, un buen masaje después de una buena sesión de sexo.
Lentamente, fue metiéndose en el hidro entre mi espalda y el borde de este; lentamente, comenzó a besar mis hombros y sus manos pasaron de mis hombros a mis tetas mientras me susurraba al oído:
–          Son las tetas mas hermosas que jamás imagine, podría pasar horas mimándolas
–         Pero solo tenes unos minutos ya es tarde me debo ir
Pero en lugar de seguir jugando con mis tetas, cosa que me estaba encendiendo nuevamente, comenzó a bajar sus manos por mi abdomen haciéndome cosquillas hasta que llego con sus manos a mi chuchi; lentamente comenzó a separar mis labios con una mano y a introducir sus dedos con la otra para luego jugar con mi clítoris mientras metía tres dedos en mi ser.
 –  mmmm… siii, seguí así, no pares nunca. Dame otro orgasmo con esos dedos mágicos que tenes, que puta me haces sentir.
–  sos puta, no te hago sentir puta, sos la mas puta entre las putas, pero también la puta mas hermosa que conocí en mi vida.
Sus palabras, hacían eco en mi cabeza y disparaban mis sensaciones haciéndome calentar a niveles insospechados.
Sabia que ya no tenia tiempo pero sus caricias me devolvían el entusiasmo junto su boca con la mía su lengua jugaba con la mía en una batalla que solo podía terminar en un empate, pues ninguna cedía y fue como si quisiéramos llegar a lo mas hondo de nuestro ser.
Se puso de pie junto al hidro y mirándome a la cara me dijo:
-Abrí esa boquita carnosa que tenes que quiero que me hagas la mejor mamada que hayas echo jamás en tu vida putita.
-Tus deseos son ordenes –le dije-
Abrí mi boca e  introduje toda su verga hasta mi garganta, con mi lengüita recorría todo su trozo y me la engullía completa.
Realmente estaba haciéndole la mejor felación que hubiera echo en toda mi vida, estaba disfrutando chupársela, por lo que con una mano comencé a masturbarme suavemente bajo el agua
–         mmmmmm, no pares Jessy, estoy disfrutando como nunca lo había echo, mucho tiempo soñé con este dia, pero jamás mmmmm pensé que fuera tan placentero.
–         mmmmm… ahhhhh…. Siiiiiiii, me encanta tu pija papi, me vuelve loca, me encanta que me la metas, me encanta chupártela, me vuelve loca… Me gusta ser puta, me gusta ser tu putita… lléname la boquita de leche papi… dale, dame tu lechitaaa… mmmm
–         te voy a llenar esa boquita de leche putita, y quiero que te la tragues toda, como buena putita
–         mmmmmm, claro papi, toda la lechita me voy a tomar…
–         puta! Como me calienta que me digas papi…. Mmmmmm
sentí que se venia acabo en mi boca y tome su semen hasta la ultima gota , no fue mucho pero quien se fija en eso yo al menos no , era mucho lo que había disfrutado esa noche y eso era lo importante  , me tire hacia atrás espere un minuto y me decidí a salir
Me seque lo puta que me quedaba y volví a ser la tímida secretaria .
hasta cuando no se , salimos del hotel y fuimos donde había dejado mi coche , minutos mas tarde y ya de regreso a casa 2 horas y media después de haber salido de la oficina casi 22.30 hs ,  suena mi celu  era Romina .
–         hola amor , donde estas
–         camino a casa ,  no sabes llego y te cuento…
Ceci Sex
 

Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 4” (POR SOLITARIO)

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Viernes12 de abril de 2013

Suena el despertador a las siete, como cada viernes de los últimos tres años. Despierto y me levanto. El aseo está ocupado por Mila, y estando ella yo no puedo entrar. Al parecer le da vergüenza si la veo desnuda.

Pero ahora sé porque.

Voy al baño del pasillo donde Mili y Pepito se cepillan los dientes.

Vuelvo a mi habitación y Mila ya ha salido vestida y lista para llevar a los niños al colegio.

Me ducho, me visto, voy a la cocina donde tomo un café, hago de tripas corazón y doy un beso a Mila, me voy corriendo a la oficina.

Tengo mucho que preparar.

Hablo con Fede y le digo que me voy a tomar un descanso de dos semanas, por el asunto del que no le puedo hablar.

En una inmobiliaria busco un piso para alquilarlo durante dos meses, cerca de mi casa.

Encuentro un pequeño apartamento que cubre mis necesidades. Pago un mes y la fianza al contado, sin dar más información personal que la precisa.

He abierto una cuenta de correo E-mail, con datos ficticios, otra en un banco para tener tarjeta y dinero disponible fuera del control de Mila. Y he adquirido una tarjeta prepago para móvil.

No puedo dejar nada para el fin de semana porque siempre me quedo en casa o voy de excursión con Mila y los niños.

El apartamento se puede ocupar inmediatamente, lo contrato y recojo las llaves.

Traslado los equipos necesarios para instalar el centro de vigilancia.

Cuando todo está preparado enciendo los equipos y me pongo a observar.

Son más de las doce y Mila está por casa, También veo a Mariele, que va a casa los miércoles y los viernes. Están realizando labores de limpieza.

Todo parece normal, sin embargo, en uno de los encuentros, en el salón, entre Mila y Mariele, se cogen de las manos, van hasta el dormitorio, abrazándose y besándose.

¿Será posible? ¿Es que esta mujer no se cansa nunca?

Se desnudan ambas, se tienden en la cama y siguen con los arrumacos y achuchones.

Al parecer a Mariele le vá el fisting, “Puños en el sexo y/o ano”.

Se coloca en cuatro, Mila saca de su cajón un bote con algún tipo de lubricante y lo derrama sobre el culo de Mariele, veo como chorrea hasta su sexo. Se inicia la penetración con los dedos en la vulva, aumenta el número de dedos hasta introducir la palma, con rotaciones, encoge el pulgar y poco a poco introduce el puño hasta la muñeca.

Mariele grita y se retuerce como una loca, alcanza, no sé si uno o varios orgasmos seguidos.

Se derrumba sobre la cama.

Mila.-Ahora me toca a mí.

La chica sonríe, se incorpora y abraza a Mila.

Esta se acuesta de espaldas sobre la cama, la muchacha se acopla entre las piernas y lame el sexo de Mila que sujeta su cabeza entre las piernas.

Tras unos minutos Mila empuja a la chica, esta se levanta, derrama el líquido del bote sobre el coño de Mila y mete los dedos de la mano derecha rotándolos, sacándolos y metiéndolos, repitiendo los movimientos hasta meter su mano dentro.

Con la mano izquierda derrama más líquido e introduce sus dedos en el culo de Mila.

!!La está penetrando con las dos manos, una por el coño y otra por el culo!!.

Mi mujer no deja de sorprenderme. Ya no se qué más podrá hacer.

Unos minutos después y tras algunos alaridos, mi mujer pone los ojos en blanco y con un estertor que la levanta de la cama cae rendida. Sus orgasmos son brutales.

Mariele saca sus manos del cuerpo de Mila y se tiende a su lado.

Se besan tiernamente.

¿Qué siente Mila por las personas que la rodean?

Parece querer sinceramente a los que se acuestan con ella. Pero les cobra.

Parece amar a sus hijos. Pero los prostituye.

Yo estaba convencido de que me quería. Pero me traiciona.

Realmente. ¿Qué siente?

Descansan un rato, se levantan, y tras higienizarse reanudan su trabajo doméstico como si no hubiera pasado nada.

Llamo a Andrés y le invito a comer. Tomando café le entrego las muestras.

Yo.- Están marcadas, la del padre el 1 y los hijos 2, 3 y 4, por orden de edad. Pertenecen a un amigo que tiene problemas y me ha pedido el favor a mí, pero que no puedo decirle quien es. Por favor, total discreción.

No queda muy conforme pero lo acepta.

Yo.- Cuánto va a costar para pedírselo a mi amigo.

Andrés.- Ya veremos. Al ser una prueba múltiple tendré que consultarlo. Suele costar sobre 300 euros por comparación, pero aquí por lo que se ve es un padre con tres hijos ¿No?.

Yo.- Si, así es.

Andrés.- Serán menos de mil euros, no te preocupes por eso. ¿No serás tú el amigo?. ¿Tienes problemas con Mila? Sabes que puedes confiar en mí.

YO.- Por favor, no me descubras. Sí, estoy teniendo problemas. Ya te contaré, cuando pueda hacerlo, pero ahora, te lo suplico, nada a nadie.

Andrés.- De acuerdo. En cuatro o cinco días tendré los resultados.

Yo.- Gracias, no sabes el favor que me haces.

Normalmente los viernes vuelvo a casa alrededor de las ocho de la tarde. Hoy no será distinto.

El fin de semana pasa sin pena ni gloria, el sábado lo pasamos en casa como siempre, leyendo, viendo tele charlando.

El tiempo era bueno y el domingo decidimos ir al campo a pasar el día.

Lunes, 15 de abril de 2013

Como cada lunes suena el despertador a las seis. Me levanto, me aseo, doy un beso a mis supuestos hijos, cojo mi equipaje y me marcho.

Vuelvo a dejar el vehículo en el garaje, donde he contratado una plaza por un mes cuando fui a recogerlo el jueves.

Desayuno en el mismo bar para comprobar que Mila y Ana salen y el piso estará vacio.

Así es, subo e instalo, en la cocina y los dormitorios de los niños otras tres cámaras. Salgo rápidamente a la calle a buscar un taxi con el que me desplazo a la dirección donde fué Ana el pasado martes.

Me dispongo a observar buscando una localización donde no resulte sospechoso. Encuentro un parquecillo cercano, me siento en un banco desde donde diviso la puerta del piso donde entró Ana. Finjo leer un periódico que he comprado en un kiosco al venir.

Y espero.

Es por intuición que sospecho que Ana esta aquí.

Veo llegar un vehículo que no encaja con el barrio, negro, cristales ahumados, chofer. Baja un sujeto con traje caro de uno los asientos traseros, mira a ambos lados de la calle, cruza, entra en el portal del edificio.

Anoto la matrícula del coche, que ha aparcado unos metros más allá, con el conductor recostado en el asiento dormitando.

Pasa una hora, me acerco simulando leer el periódico, veo salir al tipo del traje, y le tomo una foto con la cámara que llevo disimulada.

Atraviesa la calle. Se sube al coche en el asiento de atrás. El vehículo arranca y desaparece al doblar la esquina de la calle.

No quiero pensar en nada. No quiero imaginar. Por dios, que mi hija no esté ahí.

Pasan diez o quince minutos interminables. Veo salir a mi Ana del bloque. Como la vez anterior, deprisa, con el pelo revuelto y guardando algo en su bolsito de mano.

Como la otra vez va andando a la parada del autobús que en ese momento llega, se sube en él y dejo de verla.

Busco un taxi que me lleve a una agencia de alquiler de vehículos. Cuando me lo entregan me desplazo hasta mi observatorio.

Me siento ante la pantalla veo a Mila sentada en el sofá junto a un desconocido.

Charlan amigablemente, el se toma algunas libertades con ella colocando su mano sobre el muslo. Acariciándolo. Ella con una minifalda, que yo no conozco, se deja magrear sonriendo y gastando bromas. Al parecer están hablando de dinero.

Mila.- Son doscientos, ya lo sabes y no me gusta el regateo. Lo tomas o lo dejas.

El desconocido.- De acuerdo, pero me lo das todo, ya sabes. Tu culito, que me pone a cien.

Mila.-De acuerdo pero sin marcas, que luego tardan en quitarse.

Acercan sus rostros y se besan. Sus lenguas se entrelazan, oigo el chapoteo de su saliva y siento asco.

Las manos del tipo suben por los muslos, desplazando la faldita hasta la cintura. Ella se levanta para facilitar la operación. Lleva un minúsculo tanga que es un pequeño triangulito por delante y un hilito entre las nalgas, que las deja totalmente al descubierto.

Mila se dobla hacia adelante, colocando su culo ante la cara del otro, que se apresura a enterrar el rostro entre las redondeces traseras, apartando el hilo y lamiendo el rosado agujero del culo de mi mujer.

En medio de la operación veo, con la cámara nueva instalada en la entrada, que se abre la puerta y entra Ana.

¡! Joder, lo va a ver todo!! Va a ver a su madre con ese tipo en el salón.

Mila no se inmuta, sigue ofreciendo su culo al tipo y se quita el tanga para que no estorbe.

Ana los ve desde la puerta. No se extraña. Al parecer esto es normal para ella.

Mila.- Ana, cariño, vete a tu habitación hasta que termine con este señor.

Ana.- Si mama, voy a terminar el trabajo de sociales. Pero antes voy a ducharme.

Mila.- De acuerdo cariño. Pero date prisa.

Ana se marcha a su cuarto, de su armario coge algunas prendas y vuelve a salir al pasillo para ir al baño. Se ducha, restregando con fuerza su partes con la esponja y mucho jabón.

Mientras Mila se desprende de la falda y se planta frente al sujeto abriéndose los labios de su coño con las dos manos.

Él lo lame, Mila le acaricia la cabeza y empuja su cuerpo contra el tipo. Este se levanta y coge con la mano todo su coño, veo como desaparecen en el interior dos dedos, mientras con la otra mano le palmotea el culo y le mete los dedos por el ano.

Mi mujer le coge la verga y tirando de ella se encaminan a la habitación.

Al pasar por el pasillo se cruzan con Ana que les sonríe y sigue hasta su dormitorio.

El desconocido.- Oye Mila. ¿La niña podría participar?

Mila.- No, me tienes a mí y seguro que saldrás satisfecho.

¡!!INCREIBLE!!! ¡!Mi mujer una puta y prostituyendo a mi hija!!. ¡!Son motivos de sobra para encerrarla en la cárcel y tirar la llave!!.

Yo temblaba, un sudor frio invadía todo mi cuerpo, las sienes me latían, se me nublaba la vista. Sentado como estaba caí hacia adelante llorando como un niño pequeño.

Los sollozos no me dejaban respirar, si no moría de un infarto en esa ocasión es porque tenía un corazón a prueba de bombas.

¿Qué más podría pasar en mi casa?. La corrupción de mi familia era total. ¡!Y yo no sabía nada!!. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?. ¿Podría haberlo evitado?.

Mientras estos pensamientos golpeaban mi cabeza veía a Mila en la posición de perra, lo que ella era, ofreciendo su ano al tipo, que la golpeaba fuerte las nalgas con una extraña palmeta, que yo no había visto nunca, enrojeciendo sus caderas y su culo. A veces le golpeaba en el centro sobre el ano y Mila gemía de dolor.

Arrodillándose detrás metiendo la lengua, lamiendo el ano mientras con una mano se masturbaba con fuerza, de pronto se levanta, coloca el glande en la entrada y penetrándola de un fuerte empujón con su polla, no muy gruesa pero si larga, arrancando de Mila un ronco rugido de dolor que salía del fondo de su garganta.

Una vez dentro se queda quieto, como una estatua, arrodillado, detrás de mi querida esposa, ensartando con su miembro el culo y sujetando sus caderas, se doblo hacia atrás y exhalo un rugido como salido de ultratumba.

Se había corrido. Aguanto la primera estocada y se corrió.

La sacó de golpe, como la había metido y se dejo caer al lado de Mila que también se dejo caer boca arriba.

Cuando se repuso el hombre, se levantó, se vistió, saco la billetera de un bolsillo apartó cinco billetes de cincuenta euros y los deja en la mesita de noche.

Mila se incorpora para darle un beso, le dice algo al oído que lo hace reír y se levanta.

Desnuda como esta lo acompaña a la salida y con un beso de despedida cerró la puerta.

Mila entra en el baño de nuestro dormitorio, se sienta en el bidet y se lava. Desnuda, se dirige a la habitación de Ana.

Ana está escribiendo en su portátil. Tengo que revisarlo. Se vuelve hacia la madre que sonriendo, de pié a su lado, acaricia su cabeza y le muestra los doscientos cincuenta euros. Se ríen las dos.

Mila.- Bueno. ¿Cómo te ha ido?

Ana.- Bien, esta vez no ha sido tan bestia.

Saca de su bolsito un fajo de billetes y se lo entrega a la madre. Ella los cuenta, con cara de asombro. Se abrazan las dos.

Mila.- ¡!Quinientos euros!!. Qué bien nena, si sigues así vas a ganar más que yo. Esta tarde lo ingreso todo en la cuenta.

¡!!¿QUE?!!! ¿Ese dinero es el fruto de la prostitución de mi hija?. ¿Mi pequeña?

Y además, ¿disponen de una cuenta privada, en la que ingresan lo que ganan prostituyéndose?.

Mila es maquiavélica. Tengo que averiguar los movimientos de esa cuenta para saber desde cuándo la utilizan y cuanto dinero mueven.

Para eso puedo utilizar los contactos de Andrés en la policía, donde tienen acceso a esas informaciones.

Tengo que pedirle que sea muy discreto porque esto puede llevar a una denuncia.

Las dos se dirigen hacia el salón.

Mila.- Vamos a comer algo, que este tío me ha dejado con hambre. Jajaja.

Ana.- Yo también, que estoy con la cena de anoche.

En la cocina se preparan la comida, se sientan a comer hablando amigablemente.

Ana.- Mama, me imagino que papa no sabe nada. Lo conozco y sé que no lo toleraría.

Mila. Mira Ana, papa es un buen hombre, pero muy rígido. Tienes razón, no lo permitiría, pero por eso mismo he tenido que ocultárselo durante todo el tiempo. Y también a ti. Eras muy pequeña y tampoco lo hubieras entendido.

Ana.- ¿Desde cuándo mama?. ¿Cuándo empezó todo?.

Mila.- Yo era muy joven. Algo mayor que tu, además tú te me pareces mucho. Como te decía, cursábamos el último curso de bachillerato en un colegio de monjas, allí conocí a Marga, Carmen, Claudia y otras a quien tú no conoces. A la salida del colegio nos reuníamos tres o cuatro amigas para fumar, hablar de los muchachos y de nuestras cosas. Lo normal.

Un día, en una cafetería donde nos juntábamos, estábamos sentadas Claudia, Marga y yo, sacamos tabaco pero no teníamos fuego.

Marga, la más atrevida, se acercó a un señor que estaba sentado en una mesa cerca y que no nos quitaba ojo de encima, y le pidió fuego. Le encendió el pitillo y acercándose a su oído le dijo algo que le hizo dar un respingo. Se puso muy nerviosa, le dio las gracias y se vino con nosotras, que le preguntamos enseguida que le había dicho.

Marga tosió, por el humo o por el susto, no lo sé, pero nos dijo que aquel señor le había propuesto darle mil pesetas si se sentaba con nosotras pero frente a él, se subía la falda y se abría de piernas para ver sus bragas.

¿Y qué vas a hacer? Le pregunté yo. Y Marga, envalentonada dijo:

Pues por mil pesetas le enseño hasta el coño.

Se sentó a mi lado, frente al hombre, se subió la falda del uniforme del colegio y se abrió de piernas. Pero hizo más, se apartó la entrepierna de las bragas enseñándole el chocho. Y paseando un dedo a lo largo de la raja.

Después se bajo la falda, se levantó y se acercó al señor, que mirando hacia atrás para ver si alguien observaba, saco dinero de su cartera y se lo mostro. Pero al ir a dárselo le cogió las los manos, se las acercó, las olió, se las llevo a la boca y chupo el dedo que había paseado por su coño, las beso y le dijo algo bajito en el oído.

Cuando volvió a su asiento tenía la cara roja como un tomate, vimos que aquel señor se levanto, pagó en la barra y se fue.

Le preguntamos qué había pasado y nos enseño lo que le había dado, dos mil pesetas y una tarjeta, en la que se leía un nombre, una dirección y un teléfono. Nos dijo que el hombre le había dicho que si quería ganar mucho dinero fácilmente llamara, a cualquier hora, a ese teléfono para recibir instrucciones y que podía llevar a sus amigas.

Por dios. Que tarde es. Tengo que recoger a los niños.

En la habitación se vistió y a la carrera fue a por los niños.

Pongo en grabación las cámaras y salgo corriendo para vigilar a Mila. Llego a tiempo de verla salir con su Peugeot 205 Blanco.

La sigo en mi coche alquilado hasta el colegio, es tarde y los niños están en la portería. En el recorrido de vuelta se detiene ante un cajero del,———–realiza las operaciones para ingresar por el cajero, recoge el recibo y sigue su camino hasta casa.

Tengo otro dato. La cuenta esta en el————–. Quizás no tenga ni que pedirle el favor a Andrés, ya que creo que puedo acceder a este banco, les instalamos el sistema de seguridad y tengo acceso a su intranet.

Vuelvo a mi guarida y me pongo a ver las grabaciones realizadas en mi ausencia.

Ana recoge la mesa y se retira a su cuarto, abre el portátil y se puso a hacer sus deberes.

El ángulo de la cámara no me permitía ver la pantalla, pero si a mi niña, la que yo creía inocente y que, aleccionada por su madre, había iniciado su vida como prostituta.

Necesitaba algo fuerte, normalmente no suelo beber, me sienta mal, pero había comprado una botella brandi y me tome un buen trago.

Vestida con una camiseta ligera y las braguitas yo miraba a mi hija, sentada tecleando en su ordenador, veo que la mano izquierda estaba metida en sus bragas, movía los dedos bajo la prenda mientras sostenía el ratón con la derecha. No sé que veía pero estaba excitada, de pronto exhaló un profundo suspiro, hecho la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, la boca entreabierta, jadeando y se quedó muy quieta.

Poco después reanudaba la tarea que estaba realizando hasta que llego Mila y los niños.

Jaleo, carreras, juegos, gritos de los niños.

Meriendan-cenan y se retiran al cuarto de los pequeños. Ana los acuesta, se comporta como una madre, los arropa, les da un beso, apaga la luz y va al salón.

Ana.-¿Qué tienes esta noche mamá?

Mila.- Salgo con Marga a un club nuevo en Chueca.

Ana.- ¿Te espero o no me necesitas?.

Mila.- No, no me esperes, llegaré tarde y tú estarás cansada, acuéstate. En todo caso, si te necesito, te despierto.

Ana.- Vale pero si son viejos no me despiertes. Jajajaja

Mila.- Lo tendré en cuenta. Tú quieres bomboncitos ¿No putilla?

Ana.- Pues claro, lo que me gusta. Jajajaja.

Mila sale de casa. Dejo los equipos grabando y me dedico a seguirla.

He comprado ropa nueva, que ella no conoce, y me he agenciado un bigote, barba y peluca para no ser reconocido si me ve.

También he alquilado un coche para poder moverme con más comodidad. Mi disfraz no es aparatoso, y no se nota mucho. Además, participe en un curso de criminalística para detectives privados, relacionado con mi trabajo en seguridad electrónica y aprendí los rudimentos del “pasar desapercibido”.

Nunca imaginé que tendría que utilizar estos conocimientos y menos en una situación como esta.

El Peugeot de Mila sale del garaje y se dirige a una zona de marcha de la ciudad, consigue aparcar y yo hago lo mismo lo suficientemente cerca como para ver su coche.

Mila entra en un bar de copas y yo la sigo apartándome a un rincón en penumbra, desde donde puedo verla, se encuentra con Marga y Claudia. Abrazos, besos, se sientan en una mesa.

Es temprano y hay pocos clientes. El local está casi vacío, a excepción de las chicas y un par de mesas mas, una con dos parejas y otra con dos chicos solos. Se oye música chillout suave.

Se acerca un camarero y se pone a bromear con las chicas. Le piden las copas, Marga lo llama aparte y le dice algo al oído. El barman asiente y se marcha tras la barra. He pedido un ron cola y me siento a esperar.

Llevo una cámara con la que, disimuladamente les hago fotos.

Las tres se ríen alegremente hablando entre ellas.

En la mesa cercana, los dos muchachos jóvenes las miran y se ríen.

Uno de ellos se acerca a ellas y les habla, risas, bromas. No logro entender que dicen pero no importa.

Claudia, una mujer de bandera, casada con dos hijas de ocho y catorce años, compañera de colegio de Ana.

Se levanta, le comenta algo al oído del chaval y se marcha en dirección a los servicios.

El muchacho vuelve a su mesa se acerca al compañero y habla con él, lo empuja hacia la mesa de Mila y Marga, realiza las presentaciones y lo sienta.

Mientras el primero se dirige a los lavabos. Sospechando lo peor me levanto y me acerco también a los servicios.

No hay nadie en el de caballeros pero se oyen gemidos inconfundibles en el de señoras. Echo un vistazo y no hay nadie en los lavabos.

Los ruidos vienen de una de las cabinas.

Miro por debajo de la puerta y veo unas piernas de hombre con los pantalones bajados y unas piernas de mujer arrodillada en el suelo delante de él.

De pronto oigo un lamento y el hombre se sienta en el wáter, la mujer se levanta, se baja las bragas y se las saca por los pies.

Las piernas del muchacho están juntas alineadas con la taza y las de ella se abren colocándose a los lados de las de él. Se mueven al unísono, se oyen lamentos y golpes chocando carne con carne.

El.- Dios me corroo..

Ella.-Sigue cabrón no me vayas a dejar así. ¡! SIGUE!!

El.- ¡! AHHHHHHGGG!!

Ella.- ¡! Hijo de puta, sigue, sigue!! ¡! Vete a la mierda, me has dejado a medias!! Esto me pasa por ir con culicagaos ¡! Joder!!

He grabado el sonido de lo ocurrido, me retiro y al salir me cruzo en el pasillo con Marga, que casi tropieza conmigo, se detiene y me mira sin conocerme. Me llevo un susto, pero compruebo que el disfraz funciona.

Marga y Claudia salen de los servicios y se dirigen a su mesa.

Yo me hago el remolón y vuelvo al wáter donde se ha realizado la acción, entro y veo el tanga negro de Claudia en un rincón en el suelo, donde vi que caía al quitárselo.

Lo recojo y lo guardo. No se para que puede servirme.

Al salir observo que el chaval de wáter se acerca a su compañero, en la mesa de las chicas, forcejean, lo coge por un brazo y se van los dos.

El barman llama a Marga, se acerca a la barra, le dice algo y se va hacia las otras chicas. Habla con ellas.

Las mujeres llaman al de la barra, pagan la cuenta y se van. Las sigo.

En una calle próxima se detienen ante el coche de Marga, se suben y se van. Tengo mi coche a dos manzanas, cerca del Peugeot de Mila.

Cojo mi coche y salgo en dirección a donde supongo que van las tres mujeres. Salgo a la avenida y aunque miro en todas direcciones no consigo localizarlas.

Las he perdido.


De todos modos Mila tendrá que recoger su coche. La esperaré.

Vuelvo cerca del otro vehículo y estaciono de forma que pueda verla cuando vuelva.

Me arrellano en el asiento y me dispongo a esperar. Si deciden ir a mi casa tendré toda la información grabada cuando vuelva y aquí podre averiguar algo más sobre Mila.

Pero ¿Qué? Que más necesito saber para llegar a la conclusión de que me tengo que divorciar.

Que yo no puedo soportar esta situación sin desenmascararla y romper mi familia. Pero antes tengo que asegurarme de que los niños son míos, aunque ya lo dudo, las posibilidades son muy bajas.

Y me quedaré solo, sin mujer, sin hijos, sin vida, porque ellos lo son todo para mí.

Denunciarla a ella por prostituir a Ana, y no sé si también a los pequeños, solo serviría para que fueran a parar a una Institución.

Si demuestro que no son hijos míos y Mila está en la cárcel. Abandonados, indefensos, solos…

Dios, qué situación. ¿Qué puedo hacer? No quiero hacerles daño, pero tampoco lo puedo evitar.

Pasa como una hora y veo acercarse un vehículo. Pasa a mi lado, es el de Marga.

Ha vuelto. Se detiene a la altura del de Mila y se apean ella y un hombre de mi edad, bien vestido.

El coche de Marga se marcha.

Se suben al utilitario Mila y el otro y se dirigen, supongo, a casa.

Los sigo por si acaso pero acierto. Entran en el garaje y yo aparco y subo a mi observatorio.

Cuando ilumino las pantallas esta el tipo que vino con Mila en el salón, sentado en el sofá, hay dos copas.

Ana está acostada en su habitación y con ella esta Mila. Hablan muy bajo y no logro oírlas. Mila acaricia en la cara a Ana le da un beso y se dirige al salón donde se sienta en el sofá junto al desconocido.

Charlan de cosas intrascendentes. El tipo se llama Jesús.

Jesús.- Y tu Mila, estas casada ¿No?

Mila.- Si casada y con hijos. Por cierto están dormidos ahora, pero no se despertaran por mucho ruido que hagamos.

Jesús.- ¿Y los vecinos?

Mila.- Jajaja. Me he asegurado de que el piso con el que linda esté vacio. Se lo he comprado a una inmobiliaria. Me lo han dejado a buen precio, claro que tuve que hacerle una mamada al comercial de la inmobiliaria.

Como habrás visto solo hay dos pisos por planta, este lo compramos mi marido y yo hace diez años.

Los dos pisos pertenecían a una señora muy mayor que falleció poco después de comprarle nosotros este.

Al morir la dueña, sin descendencia, empezó una guerra de sobrinos para ver como se lo repartían. El pleito duro seis años.

Una mañana oí ruidos en el rellano, era un agente de la inmobiliaria que venía a enseñar el piso que ya estaba a la venta.

Cuando se fueron los clientes me asome a la puerta para hablar con él, no lo había vendido. Le comente que me podría interesar.

Lo invité a pasar, le ofrecí un refresco y utilice mis artes de seducción para que me lo rebajara hasta, según él, el máximo, mientras mi mano acariciaba su muslo y llegaba a cogerle la polla sobre la ropa.

En medio de la excitación, mientras le bajaba la cremallera de la bragueta y metía mi mano para cogérsela, regateaba con él.

Cuando se la saqué y empecé a mamársela se derrumbo, bajo de golpe más de diez mil euros. Era un buen precio.

Mamándosela le hice sacar el precontrato que traía preparado para la otra familia y lo firmamos sobre la marcha. Fue una buena inversión.

Y así no tengo quejas ni reclamaciones. Abajo está el garaje y arriba no vive nadie, son despachos, oficinas que están vacías. Lo tengo todo controlado.

Jesús.- ¿Y tu marido?

Mila.- Bueno eso es otra cosa. No sabe nada. Ni lo sospecha. Tengo buen cuidado de no dejar cabos sueltos, así llevo ya dieciséis años.

Jesús.- ¿Y si algún día se entera?

Mila.- Entonces ya veré que hago. Seguramente nos divorciaremos.

Tengo dinero ahorrado y no dependo de él económicamente.

Me quedaría con mis hijos y en paz. Lo conozco muy bien y sé que es una buena persona.

Jesús.- Mila, te conozco desde hace muchos años. Te he apreciado siempre, desde que te conocí con quince años y no puedo creer que no sientas nada por él. ¿Lo quieres?

Mila.-Lo quiero mucho, a mi manera, claro.

Me dolería separarme de él pero, si no puedo evitarlo….

Veras Jesús, cuando lo conocí en la universidad, me enamoré de él. Era un chico listo, guapo y pensé que con el tiempo podría convencerlo para que participara en mis correrías. Pero me equivoqué. Intenté cambiarlo pero es demasiado serio, recto, responsable, muy influido por la moral religiosa.

Un buen padre para unos hijos que quizás no sean suyos, no lo sé.

Ha sido y es un sostén emocional para mí. ¿Qué más puedo pedir?

Siempre he pensado que hay distintos tipos de hombres, no solo la apariencia física, sino por su mentalidad, su carácter, su fuerza, no solo física si no la que te empuja hacia el hombre que te atrae, la que eres incapaz de rechazar.

Estoy convencida de que se dejaría matar por mi o por los niños, pero no me satisface en la cama. Para esto necesito un golfo, un crápula que me folle como me gusta, que me domine y me haga desmayar de placer y dolor.

Y él no sabe o no puede hacerlo.

Claro que yo tampoco he insistido mucho. He dejado pasar el tiempo me he adaptado a sus cosas y el no sabe nada de las mías.

La confesión de Mila cae como una bomba sobre mí. ¿Qué más puede hacerme? ¿Es que no va a terminar nunca este suplicio?

Además ha comprado un piso sin yo saberlo.

Mila.- Bueno Jesús, después de tantos años sin vernos ha sido una casualidad que llamaras a la agencia para solicitar una acompañante y me eligieras a mí.

Jesús.- Si, pero no es casualidad. ¿Recuerdas a Aurelio?

Mila.- Siii. ¿Cómo esta? Hace tiempo que no follo con él. Jajaja

Jesús.- Esta bien, pero su mujer le ha atado corto y ya han terminado sus golferías. Fue él quien me dio la dirección de internet donde están tus fotos, en tu blog. Por eso me extraña que estés tan tranquila. Tu marido podría acceder a la página y verte. Se llevaría una sorpresa. Y no sabes cómo podría reaccionar.

Mila.- No creo, es poco probable porque es muy recto y estoy segura de que jamás ha buscado nada de sexo en internet. Por otra parte es muy sensato y no creo que pudiera hacerme daño.

Hemos hablado de mi, pero ¿Cómo te ha ido a ti en todos estos años?

Jesús- Muy bien Mila. No me he casado, terminé arquitectura y tengo una empresa de construcción que ha ido muy bien en los años de las vacas gordas y guardé para los de las vacas flacas. Ahora no tengo mucho trabajo pero puedo permitirme vivir bien algunos años sin problemas.

Mila.- Me alegro. Ya he visto que el club sacabas un buen fajo de billetes al pagar la cuenta. Pero dejémonos de cháchara y vamos a la cama. A eso has venido ¿no?

En la pantalla de la habitación de Ana veo como se levanta y se acerca a la puerta abriéndola un poco.

Al salir al pasillo Mila ve la puerta de Ana abierta.

Mila.-Ana, ¿Qué haces despierta y levantada?

Ana.- (Abriendo totalmente la puerta). Es que os he oído y he salido por si me necesitabais.

Jesús.- Vaya una preciosidad de mujercita, se parece mucho a ti Mila,

Mila.- Pues más se parece en lo golfilla que es. ¿Sabes que ya ha debutado?

Jesús.- Vaya, toda una sorpresa. Claro que conociendo a su madre no es de extrañar. Ella era la reina de las reuniones en el instituto. Allí nos follo a todos. Luego se fue a la universidad y le perdí la pista hasta hoy, que la he encontrado.

Mila.- Mira Ana, este es Jesús, un amigo muy querido desde que lo conocí, hace ya más de veinte años. Hemos follado mucho y tiene una polla magnifica. Tienes que probarla, te gustará.

Ana.- Mucho gusto Jesús.

Jesús.- El gusto va a ser mío si tú y tu madre me lo dais.

Ana.- Por mi encantada. ¿Tú qué dices mami?

Mila.- Pues que estamos perdiendo el tiempo. ¡Vamos a la cama!

Encienden las luces de la habitación. Mi habitación hasta la semana pasada. Se desnudan los tres.

Jesús se tiende en la cama de espaldas y ellas se acercan cada una por un lado, con movimientos felinos.

Me niego a ver esto. No puedo grabarlo. Es muy duro, soy una mierda por no hacer nada.

¡¡¡Estoy asistiendo a la ignominia de mi hija y no hago nada por evitarlo!!!

¿Qué puedo hacer? ¡¡ DIOOOOSSS!! Que suplicio. Y que verguenza

He apagado la pantalla, solo me llega el sonido.

Mila.- Ahora Jesús, ahora y de una vez.

Ana.- ¡¡AAAHHHH!! ¡¡ASI NO, ASI NO, ME DUELEEEE!!

Yo lloro de impotencia, soy un cobarde.

Debía haber entrado en la habitación y acabado con la vida de los dos miserables crápulas que acababan de mancillar a mi niña.

Me cubro la cara con las manos. No soporto ver sufrir a mi niña. Pero la oigo.

Ana.- ¡No más! Por favor, duele mucho…Duele…¡¡AAHHHYYYY!!

Pasan unos segundos interminables.

Ana.- Mamá, ya no duele tanto.

Jesús.- ¡¡DIOOOOSS!!,

Ana llora. Enciendo la pantalla, necesito ver que ha pasado.

Mila se enfrenta a Jesús y lo golpea con los dos puños.

La cara de Mila es la imagen de la furia. Su mirada en feroz.

No la había visto nunca así.

Mila.- ¡¡Maricon!! ¡Eres más rápido que mi marido corriéndote, vete, vete, no quiero verte nunca más! ¡¡VETEEEE!!

Jesús sorprendido y asustado por la reacción de Mila, baja la cabeza y avergonzado, busca su ropa y se viste.

Mila.- Ahhh. Pero no te irás sin pagar. Esta noche te va a costar dos mil euros. Te has llevado el himen de mi hija sin complacerla y esto lo pagas.

Jesús está muy nervioso, no sabe qué hacer, camina de un lado a otro de la habitación.

Jesús.- Mila lo siento, no he podido evitarlo, hare lo que me pidas para compensarlo.

Mila iracunda amenaza a Jesús con los puños cerrados.

Mila.- Mira gilipollas, te iba a regalar la virginidad de mi hija, a cambio de que te comportaras como un hombre con ella y has resultado peor que un adolescente.

O sea, lo que yo quería evitar, que tuviera una mala experiencia en su primera vez.

Jesús, abochornado, saca de su cartera dinero y se lo deja sobre la cama. Intenta acercarse a Ana para darle un beso pero Mila lo empuja hacia la puerta con furia. Lo acompaña hasta la salida, dándole empujones por el pasillo y cerrando con un portazo.

Regresa junto a su hija, se tiende a su lado se miran de frente y de pronto estallan en risas abrazándose y revolcándose en la cama.

Me sorprende su actitud, parecen locas las dos, ¿es un ataque de risa?, pero ¿Por qué?

Mas calmadas ya comienzan a hablar.

Mila.- Como se lo ha tragado el muy tonto, y que bien te ha salido hoy. Ha sido genial.

¿Lo has pasado bien?

Ana.- Si mama, me ha dado mucho gusto. Pero más me he divertido al ver la cara que ha puesto el panoli cuando se ha corrido y te has liado a golpes con él. Era todo un poema. Jajaja-

Y mira el premio. Jajajaja. Dos mil euros.

Ana coge el dinero y lo lanza hacia el techo dejándolo caer como una lluvia de billetes sobre sus cuerpos y se revuelcan abrazándose y besándose.

Ana.- Pero dijiste que era un gran amigo del insti, ¿No era verdad?

Mila.- Veras, este gilipollas era el hazmerreir del grupo.

En cuanto me bajaba las bragas y me veía los pelos se corría.

Dice que me follo a los quince años. Y una mierda. Lo intentó y me dejo la corrida entre los muslos. No llego a meterla.

Yo le hice creer que sí, pero no. Jajaja

Apagan la luz y se duermen abrazadas. Desnudas.

¡ERA UNA FARSA!!.

Me quedo alelado.

Estaban de acuerdo para timar al tonto, que se ha creído que ha desvirgado a mi hija y al parecer está harta de follar por todos sus agujeros.

Dos mil euros en una noche, y no sé los que podría traer Mila de antes, cuando se ha ido con las amigas.

Está vendiendo a su hija. Que quizás no sea mía, pero sí es suya.

Mi mujer y mi hija son unas guarras, putas, delincuentes, estafadoras.

¡¡ DIOSSS!!

Mesándome los cabellos, tirándome hasta quedar con mechones del poco pelo de mi cabeza entre los dedos.

Mi casa es un nido de víboras. La depravación de mi familia es inimaginable.

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noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (5) (POR MARTINA LEMMI)

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Durante los dos días siguientes pensé seguido en renunciar definitivamente al trabajo en el colegio.  Pero cuando una está enredada en algo, salir se vuelve mucho más difícil que entrar.  Tal como las cosas estaban dadas ahora, renunciar implicaba más tormentas que sosiego, más sospechas que disuasiones, más dudas que certezas… alimentaría la imaginación en los chicos del colegio, en los directivos, en los dueños y, sobre todo, en Damián.  A propósito traté en esos días de estar en casa la mayor cantidad de horas que pudiera y compartir tiempo con él.  Pero en realidad mi motivación era estratégica, ya fuera de modo consciente o inconsciente.  Sabía que se aproximaba el fin de semana y que de un momento a otro recibiría un llamado o un mensaje de texto requiriendo mis “servicios”.  De ser así tendría que ausentarme en casa y, una vez más, debería recurrir a las excusas típicas de una médica, lo cual, si consideraba que ya venía de una parecida con lo de las escaleras y todo eso, sembraría nuevas sospechas y sería seguramente difícil sostener una nueva mentira.  Debía, por lo tanto, hacer la mejor letra posible antes de que llegara el día del llamado.
 
             Una cosa imperdonable fue que con tanta conmoción y con semejante experiencia vivida en la noche del hotel sobre el Acceso Oeste, me había olvidado de hacer la denuncia correspondiente al toque que había tenido con el Fiat Palio.  Damián se enteró de la peor manera: porque lo llamaron del seguro consultándole al respecto.  Yo no sabía cómo salir del entuerto: ¿cómo justificar mi olvido?  Lo que dije fue que eso ocurrió cuando estaba yendo al lugar de las escaleras tras un llamado de urgencia, que había parado para hablar por celular y que al retomar la marcha no vi el auto.  Pareció funcionar pero para esa altura yo ya no estaba segura de nada y no podía darme cuenta con certeza de si Damián compraba mis explicaciones o, si por el contrario, estaba desconfiando cada vez más.  Por suerte, cuando en mi noche con Franco en el auto y en el hotel, había recibido el llamado de mi marido, yo no le había dado ninguna especificación geográfica acerca del lugar y ello me permitía ahora dibujar bien la situación para darle un contexto al accidente.  Si Damián no había notado nada era porque el auto no tenía realmente nada, apenas un roce muy imperceptible en el paragolpes que se camuflaba con algunos otros roces menores.  Pero bueno, la denuncia llegaría tarde o temprano.  Era increíble que yo no me hubiera acordado más del episodio.  O quizás sí era creíble: me hallaba totalmente absorbida por mi historia con Franco y por todo en derredor de ese endemoniado chico.  Un roce en la calle sólo podía, en tal contexto, constituir una absoluta nimiedad.
             No hubo novedad durante el viernes y me alegré por ello.  En algún momento había pensado en advertir a Damián que era muy posible que se me requiriera para algo durante el fin de semana pero me abstuve: sonaba demasiado sospechoso, como queriendo liberar mi terreno, lo cual después de todo era cierto, aunque no por voluntad mía.  El sábado fue finalmente el día.  Serían las cuatro de la tarde cuando sonó el celular: por suerte mi marido, circunstancialmente, no se hallaba en casa: eché un vistazo al número y no lo reconocí.  Al contestar, me encontré con lo que esperaba y ansiaba pero a la vez temía: la voz de Franco.
              “Hoy es la noche – me anunció -.  Coordinemos una esquina para encontrarnos a las siete y media”
              “¿A las siete y media? – pregunté, extrañada -.  ¿Tan temprano hacen las fiestas tus amigos?”
               “No… es que te quieren producida.  Y me pidieron que me haga cargo de eso…”
               La cabeza me dio vueltas.
              “No entiendo…”
              “Mirá… primero que nada cargá en un bolsito toda la lencería sexy que tengas.  Vamos a ver qué se puede usar de eso y si vemos que no es suficiente, vamos a hacer unas compras antes de que cierre todo”
                ¡Dios mío!  ¿Era verdad lo que estaba oyendo?  ¿Lencería sexy?  ¿Producción?  ¿Me estaban tratando como una prostituta, un objeto o una muñeca inflable?  ¿Cuál era el plan que tenían en la cabeza esos pendejos maniáticos?  Por lo pronto, la única forma de saberlo era reunirme con Franco.  Y, por otra parte, como ya se imaginarán, moría de ganas de verlo. Acordamos, por tanto, una esquina y allí volvió a subir a mi auto.  Fue muy fuerte verlo otra vez.  El corazón comenzó a latirme como un tambor y sólo tenía ganas de llevarlo otra vez al hotel; lo besé, por supuesto, pero se despegó de mí muy rápido, como si urgieran cosas para hacer.
                   “A ver – dijo, algo secamente y con tono de prontitud -.  Mostrame lo que trajiste”
                  Mientras ponía en marcha el auto, le señalé con el pulgar hacia el asiento de atrás, en el cual se encontraba el bolso que había traído.  No se dan una idea del trabajo que me había costado recolectar todas esas cosas considerando que mi esposo había vuelto a casa poco después del llamado de Franco.  Pero lo logré y allí estaba; había salido de casa argumentando una llamada del hospital (luego me di cuenta que no estuve tan astuta; Damián podía llamar al lugar para ver si allí me hallaba) y ahora me encontraba enseñándole a Franco todo mi ajuar de ropa interior.  Increíble.  Y degradante.  Revisó cada una de las prendas como si hiciera gala de un ojo experto (quizás, después de todo, lo tenía): la mirada seria, el ceño fruncido.   Mientras yo manejaba, veía de soslayo cómo por sus manos y ante sus ojos iban desfilando mis sostenes, tangas, medias, ligas… Las había bastante sugerentes, por cierto, pero, a juzgar por el gesto adusto de Franco, daba la impresión de no estar conforme del todo, como si buscara algo más… atrevido por así decirlo.
             “Vamos para avenida Santa Fe – me espetó, haciéndome recalar con ello en el hecho de que yo estaba, en realidad, manejando sin rumbo -.  Va a haber que comprar algunas cosas más…”
                En efecto instantes después  y tras estacionar el auto, caminábamos por la avenida.  Me sentí extraña al hacerlo junto a Franco.  De algún modo era estar expuesta junto a él aun cuando el riesgo de que alguien nos reconociese entre el gentío del centro era mínimo… aunque existía; por eso traté de marchar lo más separada de él que podía.  Entramos en una galería: daba la impresión de que él sabía bien hacia dónde nos dirigíamos; no improvisaba.  Por momentos temí que estuviéramos yendo hacia un porno shop pero mi alivio fue grande al descubrir que entrábamos en una tienda de lencería: erótica, sensual pero lencería al fin.  No había a la vista consoladores, arneses, esposas, ni nada por el estilo.  No era uno de esos locales cuyas vidrieras van cubiertas de tal modo que no se pueda ver prácticamente nada desde afuera sino todo lo contrario: el lugar era expuesto y bien público aunque… no sabía yo hasta qué punto eso sería mejor  Una empleada que no debía pasar de veinte años se acercó para atendernos y pude advertir cómo devoró a Franco con un rápido movimiento de ojos antes de encararse hacia mí con una sonrisa dibujada en su rostro juvenil.
              “Estamos buscando algo para ella” – dijo Franco, adelantándose a lo que la vendedora pudiera preguntarme.  Al hacerlo, obviamente, me subsumía en una indescriptible vergüenza, pues el pendejo dejaba en claro que era él quien decidía sobre mí.
               La chica pareció algo sorprendida.  Miró a uno y a otro y lo único que atinó a hacer fue a ampliar su sonrisa.
              “Ah – dijo, como tratando de captar la situación -.  Perfecto, síganme…”
             Dio media vuelta no sin antes volver a clavar en Franco una mirada que rezumaba deseo.  La chica era bonita, había que admitirlo: rubia y de preciosos ojos marrones y al marchar por delante de nosotros pude ver cómo Franco, por un momento, mantuvo la vista clavada en sus caderas.  Estoy segura de que ella lo percibió ya que aumentó su contoneo al caminar.  Yo miré de reojo y con furia a Franco pero él pareció no notarlo o, más posiblemente, no importarle.
               “¿Algo como qué? ¿Qué plan tenían?” – preguntó la joven, siempre exageradamente solícita y sonriente.
                “Algo bien sexy – dijo él, sin dejar el más mínimo margen para que yo pudiera meter bocado -, sugerente, salvaje… bien erótico…”
               “Ah,jaja… bien… – rio la chica, se giró hacia mí y me recorrió con la vista de la cabeza a los pies; no pude evitar sentir pudor -.  La dama tiene un cuerpo hermoso y va a lucir muy bien algunas de las cositas que tenemos” – remató la frase echándome una mirada de divertida picardía.
             A continuación nos llevó a través de exhibidores y percheros; nos mostró tantas cosas que me mareó: baby dolls, catsuits, bodies, tangas, vedetinas o colas less de lo más atrevidas.  Pero lo llamativo del caso fue que cada vez que nos enseñaba algo nuevo, me lo mostraba en primer lugar a mí; sin embargo, apenas advertía que era Franco quien vertía opinión y no yo, la muchacha se desentendía de mí y a partir de ese momento sólo le enseñaba las prendas a él, como a la espera de un dictamen.  Definitivamente mi opinión no contaba; lo que sí contaría, seguro, sería mi billetera a la hora de pagar.  No puedo poner en palabras la humillación que sentía y contra la cual, sin embargo, no conseguía oponer resistencia.
           Franco analizó varias opciones.  Desplegaba las bragas ante sus ojos y las observaba con una frialdad que, en ese contexto, resultaba terriblemente obscena.  No pudiendo decidirse por una sola prenda o un solo conjunto, fue seleccionando varias, las cuales la vendedora se encargó de colgar sobre su antebrazo.  Las miraditas entre ellos ya me tenían harta y me hacían hervir por dentro; estaba claro que la estúpida esa estaba totalmente regalada a Franco y que él le seguía el jueguito.  ¿Sería consciente el pendejo de los celos que con eso me generaba y se divertiría con ello?  ¿O bien simplemente estaría desplegando sus armas de macho seductor capturando a la hembra como quizás lo hiciera siempre y con la más absoluta naturalidad?
            Nos dirigimos hacia los probadores y la empleada descorrió la cortina de uno de ellos para que yo entrara.
            “¿Qué le probamos primero?” – preguntó mirando a Franco -.   Lo que sí les comento es que las medias no se pueden probar… o sea, si se las prueba…”
             “Tenemos que llevarlas, sí – le interrumpió él captando la idea o, quizás, como si ya estuviera al tanto del tema.  Créanme: en ese momento costaba ver a Franco como un adolescente.  La seguridad de sus palabras y las artes de seducción que ponía en práctica lo hacían parecer un tipo realmente experimentado… y tenía sólo diecisiete años -.  Empecemos con éste “ – dijo y me extendió un baby doll abierto a los costados que daba vergüenza de sólo verlo.  Bajando la cabeza, lo tomé, corrí la cortina y me despojé de mis ropas para probármelo.
             Y así, las prendas fueron desfilando unas tras otras.  No podría ni aunque quisiese dar una idea acerca de cómo me sentía yo apenas las veía y mucho menos al tenerlas puestas.  Me probé, además del baby doll, un body de satén y otro de brocato.  Este último, de tan ceñido, me hizo ver las estrellas al tratar de encajármelo y eso provocó que la vendedora, apenas se hubo percatado de mi demora, ingresara en el probador a los efectos de ver si estaba en problemas.  Ella misma se encargó de ajustármelo y de descorrer luego la cortina para exponerme a los ojos de Franco… y no sólo de  Franco: un par de chicas pasaron casualmente por ahí, procedentes con seguridad de algún otro probador.  Mi cara se puso de todos colores y me quería morir allí mismo.  Ni a la vendedora ni a Franco pareció importarles el grado de exposición a que me sometían: más bien parecieron actuar como si las chicas no existiesen.  Luego me hicieron probar un catsuit de red, terriblemente transparente salvo en las partes mínimas.  Lo peor de todo era que cada vez que la cortina se corría y yo quedaba sola con mi imagen reflejada en el espejo, no sólo podía adivinar del otro lado a Franco y la vendedora intercambiándose todo tipo de sonrisitas y miradas seductoras, sino que hasta podía escuchar sus voces: hablaban y se reían todo el tiempo, aun cuando no lograba definir las palabras.  ¿Se reirían a mi costa o estarían, simplemente, haciendo planes para la noche?
 

Era tanta la rabia interna que me consumía que comencé yo misma a requerir el auxilio de la vendedora incluso mucho más de lo que realmente lo necesitaba.  A veces realmente no podía con las prendas (algunas eran de verdad complicadas para calzárselas) pero otras… sencillamente fingía no saber manipularlas tan sólo a los efectos de alejar a la chica de las garras de Franco… o a Franco de las garras de ella.  Si tenía a la joven de mi lado de la cortina, entonces me sentía más segura en cuanto a lo que pudiese o pudiesen hacer.  Pero, claro, a veces no se sabe qué es peor: si el remedio o la enfermedad.  Recurrir a la “ayuda” de la vendedora implicaba también la humillación de que una mujer madura, de más de treinta años, fuera prácticamente vestida y desvestida todo el tiempo por una jovencita veinteañera con aires de zorrita trepadora.  La humillación era aun mayor cuando ella (como ocurría la mayor parte del tiempo) trabajaba a mis espaldas.  Era inevitable, además, que sus dedos me rozaran todo el tiempo puesto que, en definitiva, era lencería lo que ella me estaba probando.  Ni qué decir cuando, en una oportunidad, me calzó una tanga diminuta y me la llevó bien arriba hasta que la casi inexistente línea de tela entró en mi culo cuan larga era e incluso en mi sexo.  No pude evitar que  se me escapara una interjección: una mezcla de quejido y suspiro.  Ella, sin dejar de sostener la tanga bien calzada, acercó su rostro por detrás y me susurró al oído:

             “Con esto lo matás – dijo -.  Te va a querer comer… La verdad que te envidio por el bomboncito que te vas a comer esta noche…”
              La vergüenza me invadió de la cabeza a los pies y, en un acto más bien reflejo, hablé para aclarar:
             “N… no.  No es con él con quien voy a estar…”
             Sin verle la cara, pude así y todo sentir que la chica daba un respingo.
             “Ah, mirá vos… Es para otro” – susurró, divertida.
              En ese preciso momento lamenté haber sido tan franca.  Al haber confesado que no sería con Franco con quien iba a estar a la noche, acababa de levantarle la barrera para que tuviera vía libre en sus intenciones con el chico, pues estaba claro entonces que él no estaba conmigo… Touché.  Qué tonta fui…  Hasta pensé en la posibilidad de que ella lo hubiera preguntado deliberadamente…
             Ya ahora la chica se movía con absoluta libertad en todo sentido.  De un modo totalmente desprejuiciado descorría la cortina de un veloz manotazo cada vez que quería mostrarle a Franco cómo lucía yo.  ¿Qué pensaría ella que yo era?  ¿Una prostituta?  Posiblemente… y con un “cafishio” sorprendentemente joven e irresistiblemente hermoso.  Lo peor fue cuando me probó un conjunto de corpiño y tanga casi inexistente pero coronada en plena cola por un pompón que remitía al rabo de un conejo.  Me moría de vergüenza al verme en el espejo.
              “¡Franco! – espetó ella al tiempo que apartaba la cortina -.  Decime cómo la ves”
                Maldita zorrita hija de puta.  Ya lo llamaba por el nombre.  Se estaba tomando con él todas las atribuciones inherentes a la libertad de movimientos que yo, sin querer, le había dado negando mi relación con el joven.  Franco me miró acariciándose el mentón y ella, por detrás de mí, apretó el pompón de mi cola con sus dedos a la vez que reía.  En todo el tiempo de humillación vivido adentro de ese probador, debo decir que fue ésa la primera ocasión en que mi resistencia estuvo a punto de imponerse por sobre mi conducta sumisa.  Estaba por girarme y estrellarle a la insolente jovencita un puñetazo en el rostro pero cuando iba a hacerlo me topé con los ojos escrutadores de Franco.  Su talante severo parecía adivinar y adelantarse a mis movimientos.  No sé qué me pasó: el influjo de aquel muchacho era, como ya he dicho antes, difícil de explicar.  Agaché la cabeza simplemente y toleré la humillación.
                “Hmmm… ése me gusta, sí” – dijo Franco, vacilante y pensativo, aunque aparentemente no del todo conforme aún.
               “Le podemos agregar un detalle” – anunció alegremente la vendedora y ese momento sentí como si algo me ahorcara.  Viré mi cabeza levemente para otear el espejo y descubrí que lo que me había puesto era una especie de gargantilla (prácticamente una cinta en realidad) muy ceñida alrededor de mi cuello y coronada con un moñito de color violeta por delante.
               “¿Y ahí cómo va? – preguntó la joven volviendo a dirigirse a Franco -.  Queda como envuelta para regalito, ¿no? Jiji…”
                “Sí… – concedió Franco con una sonrisa -.  Ese detalle me gustó.  ¡Eso va!  Ahora… el resto no está mal pero…”
              “Te digo que lo del pompón “garpa” bien eh – le interrumpió la vendedora y volvió a estrujarlo, lo cual, una vez más, me llenó de odio pero, aun así, me mantuve pasiva -.  A los hombres los ratonea mucho…”
               “Ah, mirá vos… – dijo Farnco enarcando las cejas como mostrando sorpresa -.  ¿Y cómo sabés…?”
                “Jajaja… Y…una sabe…” – respondió la chica con picardía.
               “Se nota que probaste las prendas que vendés,  ¿no?”
                “Jaja… eeh…hmmm… no me acuerdo, jaja… – esta vez soltó casi una carcajada; en cuanto a mí, estaba totalmente excluida de la conversación -.  Sí, ¡no todas eh! Jaja… pero algunas sí”
                “¿Ésta del pompón qué onda? ¿La probaste?”
                “Hmmm… jaja,  ¡no recuerdoooo! Jajajaja…”
                 “¿Y qué tal te queda?”
                No puedo describir el hervor que sentía por dentro.  Cuánta rabia, cuánta impotencia.  Ella se le entregaba impunemente y él la seducía como si fuera su trabajo sin importarle en lo más mínimo que yo estuviera presente.
               “Y… no sé… Eso no lo puedo decir yoooo, jaja”
 
               Más obvia no podía ser la guacha.  Tenía yo ganas de girarme y abofetearla pero la presencia escrutadora de Franco me cohibía y me compelía a mantenerme callada y pasiva como hasta ese momento.   Lo miré de soslayo y noté que él estaba mirando a la vendedora con una sonrisa de oreja a oreja.
              “Bien – dijo finalmente -.  Ese conjunto lo llevamos pero… le tengo otros planes.  El moñito dejaselo” – persistían en hablar de mí como si yo fuera sólo un objeto.
              “Hmmm… muy bien – aceptó la vendedora mientras con rápidos y hábiles movimientos me quitaba tanto la tanga como el sostén dejándome desnuda, sólo con el moño y los zapatos.  Ni siquiera había tenido esta vez la delicadeza de volver a correr la cortina – ¿Y cómo la vestimos entonces?  Hmm… ojo, tal vez a tus amigos les guste más así eh, jajaja”
              Touché.  Cuánto odio.  Cuánta vergüenza.  Cuánta humillación.  El pendejo de mierda una vez más había hecho de las suyas y había puesto a la vendedora al tanto del verdadero objetivo final de la búsqueda de mi atuendo.  De lo contrario, ¿por qué ella había dicho “tus amigos”?  Y, en tal caso, si la putita lo sabía todo, ¿por qué había sugerido que yo pasaría la noche con él?  No era tan estúpida después de todo, al menos no para ciertas cosas.  Resultaba obvio que había sido una forma de cotejar y así chequear que lo que Franco le había dicho era cierto y que, por lo tanto, el chico estaba enteramente disponible para sus habilidades de seducción, las cuales, en verdad, eran más bien artes de zorrita.   Era el juego de ella y era evidente que sabía cómo jugarlo: su único objetivo era llevar a Franco a la cama.  Y no iba a parar hasta lograrlo.  Le eché a él un nuevo vistazo; se seguía acariciando el mentón.
                “Mirá… – dijo después de una larga pausa -.  Yo diría que ya que la tenés tan clara – dibujó una nueva sonrisa al decir eso -… eehh… hmmm… sorpréndeme”
               Di un respingo que fue producto de mi incomprensión y tuve la sensación de que la empleada tampoco había entendido mucho.  Franco debió detectar eso porque ahondó un poco más:
              “Vestila vos – dijo -.  Armale algo que la haga lucir bien sexy y perrita”.
              No podía creerlo.  Me estaba dejando en manos de una muchachita de cascos ligeros.  Giré la cabeza hacia mi derecha para mirar al espejo y advertí que la empleada sonreía triunfalmente.  Volvió a tomar el nudo de la gargantilla sobre mi cinta y lo ciñó un poco más, dejándome por un instante sin respiración.
                “Hmmm… va a ser un placer – dijo, hablando deliberadamente sobre mi oreja -.  Dalo por hecho, Fran… Yo te la voy a dejar bien linda… Despreocupate y esperá allá adelante…”
               Franco se alejó, en efecto, y la vendedora también lo hizo.  Durante unos segundos escuché su taconeo sobre el piso de parquet.  Yo misma tuve que correr la cortina porque ella ya casi ni se ocupaba en hacerlo.  Permanecí allí, desnuda, en el probador.  Me miré al espejo sin poder creer en qué me había convertido en tan poco tiempo.  ¿Qué quedaba de la doctora Ryan a la vista de la decadente imagen que me mostraba mi reflejo?  Desnuda y con un moño al cuello… Por más que me lo preguntara, no conseguía explicarme cómo era que las cosas habían terminado así.  Y lo peor de todo era que ni siquiera habían terminado: todo eso que estaba viviendo en la tienda de lencería era tan sólo un prólogo para la noche que se venía y que, aun cuando pudiera yo hacer ciertos cálculos sobre lo que me esperaba, constituía en sí una verdadera incógnita.  Además no podía evitar pensar qué estarían hablando ahora Franco y la vendedora; era mejor no imaginarlo considerando que en sus cuchicheos mientras yo estaba adentro del probador, el pendejo le había puesto al tanto de lo que esa noche me esperaba.   Ignoraba qué tanto le hubiera contado… pero le había contado.
               Otra vez el taconeo, esta vez aproximándose.  Sensaciones encontradas.  Por un lado alivio de saber que la turrita ya no estaba con Franco y, por otro,  la ansiedad de no saber qué me esperaba o con qué se vendría.
Descorrió la cortina y se quedó un instante allí, bajo el barral, mientras flexionaba una pierna sobre la otra y exhibía las prendas que venía portando.
                “Ta… taaaaaan” – espetó, imitando una fanfarria o algo así.  Eché un rápido vistazo a lo que traía; algunas cosas, de todos modos, no lograba definirlas bien, aunque sí reconocí un sostén, unas medias y un portaligas.  Pero como suele ocurrir en la lencería, a veces ver las prendas en sí no da una idea más que aproximada acerca de cómo se verán una vez puestas.
                Esta vez corrió, por suerte, la cortina, tal vez a los efectos de crear más privacidad para trabajar tranquila y, resueltamente, se avocó a la labor que Franco le había encomendado.
                “Qué chico simpático que es Franco…  – dijo la atrevida -.  ¡Y qué lindo!”
                 La sangre me entró en ebullición y me subió hasta la cabeza.  Conté hasta diez para no estallar.  Lo peor de todo era que yo sabía que no tenía derecho alguno a reclamo ya que no había ninguna relación formal con Franco.  En ese momento y mientras la jovencita empezaba a “vestirme” sonó el celular.  El corazón me saltó dentro del pecho y tomé mi teléfono presurosamente de la banqueta sobre la cual se hallaban apoyadas mis prendas de vestir “normales”.  Era Damián, tal como suponía:
              “Ho… hola… Fra… Damián… hola amor” – me puse de todos colores; con los nervios casi lo llamé “Franco”… ¡Por Dios!  ¡Qué locura!  Mi esposo me preguntó en qué andaba y expliqué, con voz nerviosa y otra vez tartamudeando, que había surgido una emergencia en relación con la señora que había atendido en la semana.
              “Ah… – Damián no pareció advertir mi desliz al comenzar a pronunciar el nombre o, por lo menos, no lo demostró.  Agradecí al Cielo que así fuera aunque no quedé del todo convencida al respecto. – ¿Estás subiendo escaleras otra vez?”
               Me puse tan nerviosa que miré en derredor.  La chica seguía dedicada a su trabajo y pude ver cómo, desde el espejo, me echaba una mirada que buscaba denotar picardía o tal vez complicidad.  Me guiñó un ojo.  Me había visto obligada a mentir delante de ella.  Si Franco no le había contado que yo era casada, ahora lo sabía bien.
              “N… no… ¿por?” – pregunté, tratando de sonar extrañada.
              “Ah, no,nada, me pareció por un momento que te notaba agitada y además tu voz parece sonar otra vez en un ambiente chico y cerrado”
               “Estoy en el auto – me apresuré a explicar.  La vendedora soltó una risita que, si bien fue apenas audible, me sobresaltó y temí que mi esposo la hubiera oído.  La miré en el espejo y le dediqué una mirada de odio; no se inmutó, sin embargo: siguió, sonriente, con su labor. – No sé a qué hora vuelvo a casa… o tal vez vuelva pero después me tenga que ir nuevamente.  La señora está realmente mal”
                La chica gesticuló agitando la mano mientras en sus labios podía leerse un “uuufff” que, por supuesto, nunca sonó.  Me despedí de Damián como pude, buscando aparentar apuro.  Una vez que colgué, la vendedora, como era de esperar, habló:
                “Pobre marido, ¿no? Jaja… O novio, no sé, pero pobre… No tiene invitación a la fiesta, jajaja”
                  La vergüenza más profunda volvió a adueñarse de mí.  No sólo acababa de mentir a mi esposo sino que además esa chiquilla había sido testigo privilegiado del hecho y lo disfrutaba.  Ella fue colocándome una a una las prendas; lo hacía alegremente y con un entusiasmo casi adolescente, desprejuiciado.  El corpiño era hermoso, negro y calado, no demasiado atrevido dentro de todo y eso fue un alivio, pero cuando se dedicó al resto… ay, mi Dios… Mejor paso a contarles cómo me vi una vez que la chica hubo terminado con su trabajo y me tomó por la espalda para hacerme girar hacia el espejo.
 

Ok… las medias, al igual que todo el conjunto, eran negras.  Y de red.  Estaba dentro de lo esperable.  Eran, por decirlo, de alguna manera, del tipo bucanero y terminaban en la parte alta de mis muslos con sendas ligas de las cuales subían las tiras que las sostenían al liguero.  Pero el detalle saliente era que no había bragas: ninguna tanga, ni vedetina ni cola-less… Se trataba de una especie de faldellín corto (o bien una faja, no podía definirlo) y muy ceñido que, sobre la cintura, llevaba el liguero: era algo así como un “culote” cortado en el cual faltara la mitad inferior.  La tela era de tul con encaje pero a medida que el faldellín iba bajando, se volvía transparente, aunque siempre sobre negro… y terminaba, con detalles de puntilla,… a la mitad de mi cola o, lo que es lo mismo, la mitad de mi culo quedaba visible.  Por delante, obviamente, era mi conchita lo que quedaba al aire.

           “¡Pre-ciosa! – sentenció la joven, celebrando su propia obra – ¿Qué te parece?”
             Ya había olvidado, prácticamente, lo que era que me pidieran opinión.  De hecho, llevaba largo rato callada y no había pronunciado palabra alguna durante el tiempo que la joven dedicó a vestirme y prepararme del pervertido modo en que lo había hecho.  Quizás fue la sorpresa de que se me requiriera un parecer lo que me hizo vacilar al responder o bien haya sido, simplemente, el shockeante impacto de verme de aquel modo en que me veía en el espejo.  ¿Qué podía decir?  Abrí la boca estúpidamente y no sé si llegué a pronunciar alguna sílaba ya que, de todas formas, la joven me interrumpió y me dejó en claro que la pregunta había sido sólo una formalidad y que mi opinión, después de todo, no era importante.
             “Voy a llamarlo a Franco” – soltó alegremente y como si hablara de alguien a quien conocía de toda la vida.  De todas formas y si lo pienso objetivamente, era muy loco que eso a mí me irritase tanto cuando la verdad era que yo sólo contaba con un par de semanas más que ella conociéndolo al joven.  Ella se alejó y otra vez escuché el taconeo, pero ahora a la carrera; se notaba que estaba ganada por la ansiedad de mostrar su “obra”.  Otra vez volvió a dejar la cortina descorrida así que la corrí de un manotazo: más que nunca tenía pánico de que alguien me viera; suena raro si se considera que antes me había dejado allí desnuda, pero sin embargo tenía en parte su lógica: ver una mujer desnuda en un probador puede estar dentro de lo medianamente esperable, pero lo que se veía en el espejo ahora… era otra cosa…
              Ambos regresaron, esta vez juntos.  Otra vez la cortina descorrida de un solo tirón.  La chica no paraba de reír y saltaba en el lugar, como una adolescente ganada por un entusiasmo que no lograba controlar.
                “¿No está bárbaro? – preguntaba, pareciendo por momentos fuera de sí -.  ¿No está encantadora?”
                 Me hubiera gustado, en ese momento, un gesto desaprobatorio por parte de Franco, pero eso no ocurrió.  Por el contrario, frunció los labios, abrió bien grandes los ojos y asintió con la cabeza varias veces antes de hablar:
 
                  “Im- pre- sio- nante – dictaminó -.  La verdad que sos toda una artista”
                 “Jaja… ay, ¡gracias!” – reía la jovencita, cuyo rostro no cabía en sí de la alegría ante el visto bueno de Franco.  Se paró junto a mí y me giró tomándome por los hombros varias veces ya que yo, deliberadamente y debido a mi pudor, me estaba hasta ese momento exhibiendo de perfil hacia ambos a los efectos de no mostrar demasiado ni mi cola ni mi sexo.  De hecho, me cubría este último con las manos. Pero al girarme le mostró a Franco mi media cola descubierta y luego, al exhibirme en mi parte delantera, me apartó las manos de mi concha sin siquiera pedir permiso para dejarla así también expuesta.  Franco no paraba de asentir con la cabeza.  De pronto la joven se puso algo más seria y abrió los ojos enormes; nunca dejó de lucir alegre sino que más bien fue como si se le hubiera ocurrido o recordado algo de repente.
               “¡Le falta algo!” – exclamó y sin explicar nada, volvió a alejarse a la carrera sobre sus tacos.
               Yo quedé allí, con la cortina corrida y Franco recorriéndome con la vista de arriba abajo.  Si bien él ya me había visto, obviamente y mucho, mis partes íntimas, no podría nunca comparar tal experiencia con la vergüenza de estar así expuesta en un lugar céntrico y público.  Rogaba que no pasara nadie.  De pronto todo fue muy rápido: no sé en qué momento ocurrió pero antes de que pudiera darme cuenta de nada, Franco había extraído su celular del bolsillo trasero y me había tomado una foto.  Mi rostro enrojeció de furia:
               “¿Qué hacés, pendejo?” – le recriminé, en uno de esos pocos momentos de arrebato en los cuales parecía yo querer recuperar alguna dignidad -.  Otra vez volvemos a pelotudear con el celular?”
                Franco ni se inmutó.  Sólo echó un vistazo a la foto.
                “Se la voy a enviar a los chicos para que me den el ok final” – explicó, con la misma naturalidad que si estuviera contando que les enviaba un mensaje para ponerse de acuerdo sobre ir a jugar un partido de fútbol.
                  Yo lo miraba, incrédula.  El pecho me subía y me bajaba debajo del erótico sostén negro que me habían puesto.  Una mujer pasó caminando por detrás de Franco y me miró de reojo.  Touché.  La vergüenza me invadió y mi pequeño arrebato de dignidad pareció quebrarse; me cubrí con los brazos pero la verdad era que no sabía qué cubrir.  La empleada regresó.  Traía en sus manos un moño, también de color violeta al igual que el que yo tenía al cuello pero de tamaño mayor.
                 “A ver… date la vuelta” – me dijo, al mismo tiempo que me tomaba por la cintura para instarme a cumplir con su “orden”.  Pasó una estrecha cinta por mi cintura, siempre por encima del “culote cortado” y dejó un gran moño luciendo justo arriba de mi cola, con su cinta principal cayendo sobre la raya entre mis nalgas.
                “¡Perfecto! – aprobó Franco -.  Ahora sí que está envuelta para regalo” –y,sin más trámite, disparó otra foto.  Casi de inmediato, sonó el ringtone del celular anunciando la llegada de un mensaje; le echó un vistazo -.  Les gustó – anunció, sonriente -.  Están como locos, jaja”
               Pocos segundos después volvió a sonar el ringtone.  Supongo que habrían recibido ya la segunda foto y, a juzgar por el gesto aprobatorio de Franco, la recepción vuelto a ser positiva.
                 “Bueno, doc.  Es hora de irnos – anunció Franco -.  Agradézcale a la chica y vaya sacándose eso y vistiéndose otra vez, así pasamos por la caja y pagamos”
                   Me quedé helada.  ¿Agradecer?  ¿Tenía que hacerlo?  Estaba pensando justamente acerca de si debía o no hacer tamaña locura cuando la ansiedad de la vendedora me arrancó de la necesidad de tener que decidir.
 
                  “¡Yo se la saco!” – exclamó, siempre con la misma alegría y desenfado juveniles que teñían cada uno de sus actos.
                  Cierto era que algunas prendas eran tan difíciles de quitar como de colocar, pero la ansiedad de la muchacha parecía tener que ver con otra cosa más bien: se notaba que disfrutaba de hacerme vivir la humillación de tener que soportar que ella me desnudara.  Y, créanme, si eso era lo que buscaba, conseguía largamente su objetivo.
                 Se encargó de quitarme con prolijidad una a una las prendas pero no sólo eso: lo hizo lo más despaciosamente posible ya que me fue explicando, con paciencia de maestra, cada paso que yo debía hacer tanto al ponerme como al quitarme el atuendo.  Cómo enganchar las ligas, cómo armar o soltar cada moño.  Una vez que estuve vestida nuevamente me miré al espejo y quise ver que la doctora Ryan estaba de regreso.  Y sí: en el aspecto era así, pero sin embargo, era como que mis ojos taladraban mi propia imagen como viendo más adentro y la realidad era que había algo que ya no era igual.  Mi dignidad estaba totalmente mancillada, por no decir ausente.
                  Fuimos hasta la caja.  Franco se encargó de pedirle a la cajera que colocara en bolsas separadas: por un lado, el conjunto que la chica me había armado en el probador y que había sido aprobado como definitivo y por otro, el anterior, el de la tanguita terminada en pompón sobre la cola.  Desconocía yo todavía cuál era el plan de Franco al respecto: se me cruzó por la cabeza, como la mejor de las posibilidades, que quizás lo estuviera reservando para alguna noche conmigo, pero también estaba la de que en realidad la idea fuera utilizarlo en el futuro con alguna de las tantas muchachas a las que cogía; la peor de todas las opciones era que el conjuntito estuviera destinado a la chiquilla que nos había atendido, quien aparentemente se había jactado de utilizarlo, sino el mismo, uno similar.
                 Tuve que pagar yo, por supuesto.  ¿Qué esperaba?  Ni siquiera hubo el mínimo amago por parte de Franco de hacerlo.  No podía utilizar mi tarjeta ya que eso me incriminaría ante Damián, así que no tuve más remedio que “gatillar” en efectivo aunque doliese.  Los conjuntitos eran caros.  Una vez que lo hube hecho y me entregaron el ticket, me volví hacia Franco y él me pidió las dos bolsas.  Escudriñó dentro de cada una como comprobando su contenido y luego me extendió una de ellas.  Llevando en su mano la restante se encaminó hacia la odiosa empleada que nos había atendido y se la entregó, para beneplácito de ella, quien recibió el presente con una sonrisa de oreja a oreja.  Y sí: ¿qué había esperado yo después de todo?  El conjunto de la tanga con pompón era para ella: se lo había pagado yo (otra humillación más) para que lo pasara bomba con “mi Franco”.  ¡Dios mío!  ¡”Mi” Franco!  Así era realmente cómo lo veía y, por lo tanto, el dolor de la escena me calaba hondo y me estrujaba el pecho.  Hablaron entre sí algunas palabras, siempre estando ella radiante y sonriente; yo seguía de pie junto a la caja, como una estúpida y con la bolsa en mi mano.  Luego los dos comenzaron a caminar hacia donde yo me hallaba y volvieron a invadirme los nervios… y la furia: para esa altura sólo deseaba salir de aquel lugar.  Una vez que estuvieron ambos frente a mí, Franco habló:
 
               “Agradecele a la señorita por la atención que tuvo y la ropa que te dio”
               Yo hervía por dentro.  ¡Puta de mierda!  ¿Yo tenía que agradecerle?  ¡Acababa de pagarle con mi dinero un conjunto de ropa interior para que lo usase con Franco y, encima de ello, debía yo darle las gracias por tanto rato de humillación que me hizo pasar dentro del probador?  Pero mi dignidad estaba por el piso.  Agaché la cabeza, miré al suelo y agradecí:
              “M… muchas gracias”
                Aun sin mirarla a la cara, me di cuenta que la empleada sonrió con satisfacción.  Fugazmente me acarició una mejilla y eso me ruborizó:
              “De nada, linda – me dijo -.  Que lo pases lindo esta noche…  Cuando tengas otra fiestita y necesites más ropita, decile a Franco que te traiga a verme… ¿sí?”
                Malditos diminutivos.  La humillación parecía no tener fin y ahora hasta se valía de algunas de las armas que, como expliqué antes, más de una vez yo utilizaba en el consultorio cuando se trataba de imponer poder sobre mis pacientes.
                “Sí” – agradecí, aun con la vista baja.
                 Franco y ella se despidieron con un beso y yo también tuve que besarla a ella en la mejilla; el gesto de Franco prácticamente no dejó lugar a otra opción..
                “Bueno, tenés mi número – dijo él -.  Después llamame eh…”
                Ella asintió con la cabeza  a la vez que le enseñaba el pulgar en alto y le guiñaba un ojo.  Claro: entre tantos cuchicheos que habían entablado junto a los probadores, era impensable que no se hubieran intercambiado los números de teléfono o que, según se desprendía de las palabras pronunciadas, él no le hubiera dado el suyo.  Me dio mucha rabia porque a mí, de hecho, no me lo había dado en un principio: sólo me había pedido el mío.  Y ahora aquella chiquilla a quien acababa de conocer hacía una hora o poco más, tenía su número agendado en el directorio de su celular.
              Prácticamente no intercambiamos palabra durante todo el viaje de regreso.  Era ya de noche y las luces de la ciudad encendidas parecían recordarme que, por si fuera poco lo vivido en esa tarde, aún restaba la noche…  El tránsito estaba pesado, como suele ocurrir los sábados a la noche y haría veinte minutos que estábamos en camino cuando, al detenerme en un semáforo, el celular de Franco sonó.  Mientras él se aprestaba a atender, pensé que serían posiblemente los amiguitos reclamando su juguete para la noche o bien concertando lugar de entrega.  Me equivoqué: el tono libidinoso de Franco delató rápidamente que hablaba con una mujer.
             “¿Qué hacés, nena?  La verdad que quedamos muy conformes con cómo nos atendiste… ¿Éste es tu número?  Te agendo…”
              Cuánto odio.  La maldita guacha.  Sólo veinte minutos habían pasado y ya lo estaba llamando.  ¿Ya habrían cerrado el local o estaba tan desesperada por cogerse a Franco que lo estaba llamando desde el trabajo?  Ya de por sí, era muy lanzada y zorra en llamarlo apenas veinte minutos después de que nos hubiéramos ido.  Conversaron alegremente durante, tal vez, otros veinte minutos que, sin embargo, se me hicieron eternos.  Les juro que sólo deseaba que esa maldita perra se quedara sin crédito en su celular.
 
               “Te mando un besito… – comenzó a despedirse Franco para mi alivio aunque clavándome un puñal con cada una de sus palabras -.  Jaja, no sé… adonde más te guste… Dale, dale… tirame un mensajito y arreglamos bien, ¿sí?… Listo… Y quiero tocar ese pomponcito eh, jaja… Chau, chau… preparate porque vas a perder”
                 Agradecí internamente cuando cortó.  Ya no tendría que seguir escuchando esas cosas.
                “¿Así de fácil sos?” – le increpé, en uno de esos raptos en que me desconocía o en que, más bien, parecía emerger en alguna muy remota medida alguna reminiscencia de la doctora Ryan.
                Franco me miró.  Yo, sin abandonar el volante, le dirigí una mirada de hielo.
                 “¿Te hace calentar un poquito una pendejita trola que se te regala y ya está? – continué -.  ¿Con eso te alcanza?  ¿Vos que la jugás tanto de macho dominante?”
                 Su rostro manifestó sorpresa ante mi reacción.
                 “Epa, doc… ¿qué le pasa?  ¿Se me está poniendo celosa? Jaja… la chica es linda y muy agradable… Y si vamos al caso usted se me regaló mucho más… Jeje, hasta me pagó por chuparme la pija… ¿Se olvidó, doctora?  Si se olvidó, tengo un videíto para que se acuerde”
                 Estacioné el auto.  Paré el motor.  Lo miré.  Mis ojos fueron mutando desde el odio hacia la angustia.
                “Franco… – mi tono era suplicante -.  No vayas con ella, por favor”
                Su rostro mostró sorpresa y me miró sin entender.
                “¿Perdón…?”
                 “Por favor… – insistí en mi tono implorante -, quiero estar con vos esta noche… Puedo usar para vos el conjunto que me compraste… o que me compré…, pero… no vayas con ella… te lo pido…”
                   Casi como un acto reflejo llevé una mano hacia el monte de sus pantalones pero él me la apartó, con delicadeza pero a la vez con decisión.
                   “Hoy no, doc… – me dijo -.  Hoy no…”
                   Touché.  Puñal en el pecho para mí.  Los ojos comenzaron a llenárseme de lágrimas.  Era increíble.  Parecía una adolescente enamorada… o, como él mismo me había dicho alguna vez, una perra alzada.  Es que a veces puede ser muy tenue la línea que separa a ambas.
                   “¿Me cambiás por una pendeja putita?” – le recriminé, gimoteando y mascullando entre dientes.
                    “¿Perdón? – se mostró sorprendido -.  ¿Usted se vio, doc, en el espejo allá en el probador?  Discúlpeme que se lo diga tan duramente pero ahí la putita parecía usted, no ella…”
                     Apoyé mi frente contra el cristal.  Estaba abatida.
                     “No quiero ir a esa fiesta” – dije, con tristeza.
                     “¿Cómo…?”
                    “No quiero, Franco, por favor, no me hagas ir… Sería la mujer más feliz del mundo si pudiera usar ese conjunto para vos… No quiero usarlo para ellos; ni siquiera sé quiénes son…”
                   “No, doc, no está entendiendo – negó varias veces con la cabeza, buscando mantener un tono sereno y pedagógico -.  Acá no se trata de lo que usted quiera ni tan siquiera de lo que quiera yo… Ellos vieron el video, ¿ok?  Ellos tienen el video, ¿ok?  Bueno, la historia es corta: si ellos lo difunden, su vida y su profesión quedan destrozadas.  ¿Qué parte no se entiende, doc?  Usted TIENE que ir a esa fiesta.  No es que haya opciones”
                    Yo seguía sin decir palabras.  Sólo sollozaba.  Él me dio un corto y delicado besito en la mejilla.
                   “Vamos, doc, no se ponga así… Diga la verdad, ¿cuánto hace que el profesor Clavero no la lleva a una fiesta?  Con lo amargado que es, estoy seguro que años… Bueno, véale el lado positivo: hoy va a tener una… Ahora arranque el auto…”
                   Sencillamente no había nada más para decir.  Derrotada, giré la llave y pisé el embrague para poner primera.
                   “Ah, me olvidaba… – agregó -.  Le mandó saludos la vendedora… Y en cuanto a esas prendas – señaló con el pulgar hacia el asiento de atrás en donde se hallaba la lencería que yo había recopilado en casa -, guárdelas para cuando vaya a la Iglesia.  O para usarlas con su esposo”
                 Ciertamente no podía volver a casa.  No daba para andar disimulando la situación delante de Damián a la espera de un llamado o un mensaje que de un momento a otro llegaría, ignoraba si de Franco o de alguno de sus amigos; ya para esa altura podía ocurrir cualquier cosa.  Tomé un café en Starbucks y luego fui derecho al consultorio, que era un buen bunker para un sábado a la noche.  Allí tenía también un set de maquillaje y eso me permitiría estar en condiciones, ignoraba aún para qué o para quién… o quiénes, pero mi llanto en el auto había hecho desastres con mi aspecto y había que recuperarlo nuevamente.  Llamé a Damián avisando que no llegaría hasta tarde y, para dramatizar la situación, le dije que era probable que la señora no pasara de esa noche.
 
              “Entonces venite – me sugirió Damián -.  ¿Qué sentido tiene que te quedes ahí si ya está todo dicho?”
               “¿Sabés lo que pasa?  No quiero que la familia salga diciendo que no cumplí con mi deber como médica o que no estuve junto a ella…”
              “Hmm, claro… siempre tan responsable ella… – convino Damián -.  Bueno, bebé… No pasa nada, quedate tranquila y venite a casa cuando lo creas conveniente… Te mando un beso hermosa…”
              “Otro, hermoso…”
              “Te quiero, bebé”
              “Te quiero, amor”
               Lo último que oí fue el sonido de un beso contra el celular y devolví el mismo gesto.  Al cortar la comunicación, las culpas me mataron.  Aun así, había algo que esta vez lavaba en alguna medida mi conciencia y era que fuera lo que fuera a hacer yo esa noche, no lo estaría haciendo por propia voluntad como en mis encuentros con Franco: en esta ocasión se trataba de una imposición, de un chantaje o como se lo quisiera llamar, pero algo en contra de mi voluntad aun cuando fuera consecuencia directa de mi lujuriosa infidelidad cometida con Franco.  Pero la culpa no era lo único que me oprimía el pecho y me martillaba la cabeza: la incógnita acerca de la “fiesta” de la que yo sería partícipe esa misma noche me carcomía por dentro y me crispaba los nervios.  Y por último, pero no por ello menos importante, mi mente volaba hacia algún punto de la ciudad en el cual quizás a esa misma hora o dentro de algún rato, Franco estaría pasándola bomba con la descarada vendedora.  Era tal mi torbellino de angustias y pensamientos que, en un momento, me comencé a sentir verdaderamente mal y tuve que tomar un tranquilizante de los que, por suerte, abundaban en el consultorio.  Una vez que me sentí algo mejor abrí la bolsa de la tienda de lencería para escudriñar su contenido.  Observé con detenimiento cada prenda y había que decir que, a pesar de su carácter casi obsceno, eran preciosas.  Imaginé mil veces cómo sería lucirlas ante Franco y pensé en cuánto me gustaría poder hacerlo esa misma noche pero la triste realidad indicaba que quien iba a disfrutar al hermoso adolescente, si no lo estaba haciendo ya, era la putita de la tienda.
        Me coloqué las prendas a los efectos de ir ensayando tanto para volver a hacerlo en el futuro como para quitármelas, ya que tenían lo suyo.  Al verme al espejo, debo reconocer que me vi terriblemente sensual y provocativa.  Por mucho que odiara a la vendedora, lo cierto era que había estado acertada al elegirme el vestuario por muy degradada que yo me sintiese al verme.  Al ajustarme el moñito del cuello frente al espejo no pude evitar recordar el momento en que ella lo había hecho y, extrañamente, me invadió una incomprensible excitación que busqué alejar rápidamente de mi cabeza y mis sentidos.  Me miré una y otra vez de arriba abajo, me giré para ver cómo lucía mi media cola por debajo del faldellín y me calenté conmigo misma.  Lo mismo cuando en mi parte delantera quedaba expuesto el monte de mi conchita.  Me veía increíblemente bella pero a la vez… qué puta me sentía al estar así ataviada.  Me vino a la cabeza el recuerdo de la tanguita con pompón en la cola y de inmediato me imaginé a la vendedora con eso puesto: había que reconocer que la chica era preciosa y tenía un cuerpo bello así que debía lucirlo increíblemente bien.  Imposible no imaginarla seguidamente en plena revolcada con Franco o a él tocándole el pompón como había sugerido por teléfono y como ella lo había hecho conmigo.  Me excité y hasta me humedecí.  Sólo tenía ganas de masturbarme y creo que lo hubiera hecho de no ser porque… sonó mi celular.
              Como si hubiera sido arrancada drásticamente de mi ensoñación, tomé el aparato presurosamente y lo primero que hice fue controlar el número del cual procedía la llamada.  No coincidía con el que había utilizado Franco, lo cual me produjo tanto terror como desilusión: terror porque no sabía con qué me iba a encontrar o quién me esperaba además de que, si no estaba ya Franco como intermediario, me sentía del todo desprotegida; desilusión porque si no era Franco quien llamaba, entonces era más probable aun que él estuviese ocupado con la chiquilla irreverente.
               “¿La doctora Ryan?” – preguntó alguien del otro lado; era una voz adolescente.  Y aun cuando sonaba con una cierta seguridad, no  llegaba a ser ese tono casi maduro que tenía Franco.
              “S… sí” – respondí tartamudeando mientras sentí cómo una descarga eléctrica de espanto me iba subiendo desde los tobillos.
              “Vaya para la zona de Villa del Parque… En unos minutos más le vamos a mandar un mensaje con la dirección exacta diciéndole dónde es la fiesta”
              Cortó sin más, no dándome chance siquiera a preguntar o indagar nada más.  Tomé un guardapolvo del perchero de mi consultorio y me lo eché por encima del erótico conjunto de lencería; me calcé un par de lentes (tal vez en un ingenuo intento por “ocultarme” detrás de ellos) y, así, me dirigí hacia el auto.  Cuando estaba llegando a Villa del Parque recibí un mensaje: otro número, distinto al que había llamado minutos antes pero también al que había utilizado Franco.  En el texto sólo figuraba la dirección exacta y agregaba: “véngase bien puta”.
                                                                                                                                      CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “Condena brutal: La historia de Lissette” (POR ROGER DAVID)

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Condena brutal: La historia de Lissette

En el centro de la gran ciudad hacía un calor de los mil demonios, ya era más de medio día y de un alto e imponente edificio de cemento entraban y salían personas con signos de apuro en sus rostros, algunas de ellas se internaban por sus viejos y oscuros pasillos apelotonándose en los ascensores, u otras simplemente se perdían en la hormigueante fila de gentes que caminaban rápidamente por las ardientes veredas de su salida, y entre ellas también iba Lissette.

La joven y recientemente casada no lo podía creer, ¿y que se suponía que iba a hacer ahora sin el apoyo y la compañía de su amado marido?, -se preguntaba para sí misma y en forma meditabunda mientras caminaba, al ser ella una de las tantas personas que a esas acaloradas horas también abandonaba el viejo edificio gubernamental mezclándose en la multitud que transitaba por la vereda.

Se suponía que solo hasta hace un par de días ella y Fernando eran un feliz y normal matrimonio con mucho futuro por delante.

En los últimos tres años de casados Lissette y su amado esposo habían gozado de llevar una vida supuestamente tranquila, dándose unos pequeños lujos de por medio, a punta de trabajo y esfuerzo, –¿pero y ahora?, quizás que iba ser de ellos ahora, se preguntaba y se repondría para sus adentros una y otra vez al compás de su cadencioso y femenino caminar, a la misma vez que con su manita ordenaba parte de unos rojizos mechones de cabello por detrás de uno de sus oídos.

Entre los pocos bienes que lograron adquirir estaba una bonita casa ubicada en un tranquilo barrio de gente de clase media, aunque ellos aun estaban en proceso de adaptación ya que provenían de un modesto y popular barrio industrial. Hace muy poco también habían comprado un sencillo y económico automóvil. Bienes que su esposo los adquirió a nombre de ella y que si no hubiese sido así también se los habrían quitado en parte de pago.

La catástrofe se les presentó en el momento que ella consideraba el más feliz de su joven matrimonio.

Tras haber tomado ambos unas muy merecidas vacaciones en un conocido balneario en las afueras de la ciudad Lissette se sintió la mujer más enamorada y dichosa del mundo llegando a tal punto que en los días en que ya estuvieron en casa pensaba en decirle a Fernando que tuvieran ese hijo que tanto él deseaba y que ella también quería tener, ya que la pelirroja solo se había estado cuidando por un tiempo de no quedar embarazada hasta no estar segura de la estabilidad económica del hogar, pero justo cuando creía estar viviendo su mejor momento matrimonial de un feroz porrazo a causa de su marido volvió al mundo real desencajándola de la seguridad conyugal en la cual ella había estado equivocadamente inmersa.

Fernando de 27 años de edad era el típico marido buen mozo que cualquier mujer desearía tener. Este era de piel bronceada, pelo negro, ojos color pardo y un físico acorde al de un hombre que se dedica varias horas de gimnasio a la semana.

Ambos estaban muy enamorados uno del otro. Se habían conocido en la fiesta de cumpleaños de un amigo en común de las familias de cada uno, y se podría decir que fue amor a primera vista, ya que al año de feliz noviazgo la enamorada pareja ya ponía fecha de casamiento, y al próximo ya eran marido y mujer.

En un principio las cosas se les dieron bien en la parte económica, Fernando fue contratado como empleado administrativo en un prestigioso banco lo que le permitió a la pareja llevar una vida más o menos cómoda, muy distinta a las que ellos conocían en los tiempos en que se conocieron, además que el principal proveedor del joven matrimonio por esos entonces, en este caso Fernando, se esforzaba en hacer sentir como una reina a su joven y atractiva esposa, pero lamentablemente con el paso de los años, y con la joven Lissette ya convertida en una flamante hembra casadera, fue a causa de esto mismo lo que lo llevó a no actuar en forma sensata a la hora de contraer compromisos bancarios.

En su desesperado afán de darle lo mejor y de que ella viera que con él nada le iba a faltar poco a poco se comenzó a entrampar económicamente tapando hoyos financieros con prestamos de dinero en efectivo, girando cheques a diestras y siniestras (Fernando nunca antes había tenido ni manejado una cuenta bancaria personal), para luego volver a pedir otro préstamo mas acaudalado que el anterior, hasta que cuando ya no tuvo a donde echar mano se le ocurrió la mala idea de en su mismo trabajo comenzar a adulterar información financiera en beneficio propio, es decir, comenzó a robar.

Fueron 6 meses en que estuvo en forma maliciosa obteniendo ganancias económicas de la entidad en la cual trabajaba, hasta que en la última auditoría interna efectuada por ellos fue descubierto y denunciado a las autoridades policiales por los mismos ejecutivos de la organización bancaria, siendo arrestado y llevado a la corte.

Ya frente al estrado (esto fue momentos antes de que Lissette saliera del viejo edificio estatal) y estando en esta ocasión vestido con un sencillo traje de chaqueta y corbata Fernando fue sentenciado a 5 años de prisión por distintos tipos de fraudes económicos, entre ellos el no pago de documentos bancarios y robo, por lo que tuvo 5 minutos para despedirse de su jovial esposa antes de que lo trasladaran a los calabozos del juzgado, y de estos hasta el centro carcelario en donde tendría que cumplir la condena.

–Lo siento cariño… la situación se me fue de las manos… por favor perdóname…, -fue lo primero que pudo hablar una vez que los dos guardias carcelarios le dieron un poco de espacio para su despedida, el avergonzado marido no quería mirar a su mujer a la cara, sencillamente y en forma vergonzosa no se atrevía y le hablaba mirando solo hacia el suelo.

–Fer… Fernando… mi Fernando…!, que no te de vergüenza mirarme a los ojos… yo soy tu esposa, y por muy mal que lo estemos pasando yo no te daré la espalda ni me avergonzaré de ti… ten eso claro cariño…!, -le contestó la pelirroja Lissette en forma sincera a su marido, aunque muy sonrojada también por no tener la privacidad necesaria para hablarle, ya que tanto los guardias que custodiaban al hombre, como muchas otras personas que llenaban la sala del tribunal de justicia escuchaban las palabras que ella le decía.

–Lo la… la… mentooo…! no… no sé que mas d… de… decir…! -balbuceaba el arrepentido hombre moviendo su cara en distintas direcciones, lógicamente en aquellos momentos le costaba mucho trabajo volver a mirar a la cara a su amada y pulcra esposa, –Intente mil veces remediar la situación pero no pude… solo te pido que no me olvides… e intenta de ir a verme de vez en cuando…

–Fernando…!, -la voz de su mujer era dulce mientras le hablaba a la misma vez que posaba una de sus delicadas manos en un lado de su cara en señal de cariño y amor conyugal, –Como me dices eso…!? Claro que lo haré amor…!!, iré a verte todos los domingos y te llevaré todo lo que te haga falta… –luego las suaves y blancas manitas de Lissette en un intento de tomar las de su esposo notaron las frías esposas metálicas que él llevaba puestas en las muñecas y que se las unía con una pequeña cadena de dos eslabones.

Fue ahí cuando ambas miradas se volvieron una sola debido a la cruda realidad, el hombre y marido dejaba de ser un ciudadano decente convirtiéndose en un simple convicto, y su esposa así lo notaba. La mirada de Fernando no soportó la de su mujer por más de 5 segundos por lo que rápidamente la llevó a un lado para luego con un hilillo de voz volver a repetirle:

–Lissette… lo siento… perdóname… por favor perdóname… aunque esto suene ridículo, pero… pero yo lo único que deseaba e… era… era hacerte feliz a ti mi vida…, -le dijo con desesperación.

–Lo sé mi Fer… claro que lo sé…, -le decía Lissette también con un hilillo de voz intentando no largarse a llorar debido a la traumática experiencia, sus azules ojos estaban bañados en lagrimas. –Es por eso que tú también debes saber que yo te esperaré todo el tiempo que sea necesario… y cuando ya salgas de la cárcel retomaremos nuestra normal vida matrimonial tal como lo hicimos hasta el día de hoy…

–Me esperarás…!? De verdad que lo harás…!!??, -Fernando le preguntaba tomando sus suaves manitas con las suyas esposadas.

–Si…!, y como no lo voy a hacer…?, si tú lo has sido todo para mi… te amo tanto amor que soy capaz de esperar tu salida por 20 años si fuera necesario…

–Pero Lissette… yo… yo no estaré ahí en todo este tiempo para ayudarte…, -le decía el hombre otra vez con su cabeza gacha.

–No te preocupes cariño, recuerda que yo aun tengo la tiendita, con eso me alcanzará para vivir y traerte todo lo que necesites… soy tu esposa y mi deber es afrontar la situación hasta tu vuelta…, -fue lo último que alcanzó decir Lissette a su esposo ya que los dos hombres uniformados cuando determinaron que ya habían tenido tiempo suficiente para despedirse simplemente se lo llevaron, la entristecida hembra vio desaparecer a su marido por unas extrañas escaleras que existían al interior del tribunal, Fernando iba esposado y tomado de ambos brazos por los guardias, igual que como si este fuese un verdadero delincuente.

Una vez que salió de los tribunales de justicia la bella y joven esposa del recién condenado, (que si la evaluáramos corporalmente tendríamos que decir que ella con su soberbia corporal y a sus 24 años muy bien puestos verdaderamente estaba para homenajearla) caminó entre medio de las muchas personas que también salían del edificio.

Su hipnótico avance fue lento y cadencioso hasta que llegó a su económico automóvil, este se encontraba estacionado a tres cuadras del edificio, su mente estaba llena de pensamientos retorcidos por las faltas cometidas por su marido, faltas que ella recién se había enterado solo hace dos días atrás, estas se entremezclaban con lo que imaginaba ella de cómo sería el sombrío ambiente penitenciario en el cual Fernando su esposo debería desenvolverse dentro de los próximos 5 años.

Así fue que ya con su suerte echada y estando sentada al volante del vehículo la abandonada hembra se puso en dirección a su tienda, faltaban 4 días para que fuera domingo y ella ya deseaba ver a su marido. Esos días se le harían larguísimos.

Lissette Peruzzo González desde su juventud era una de esas chicas cuya imagen causaba sensaciones de todo tipo entre hombres: viejos, jóvenes, casados, solteros, viudos e incluso hasta a mujeres fuera donde fuera.

Era la hija mayor de un semental y enojón viejo italiano con cabellos de cobre, este era católico a morir y dueño de un pequeño restorán en donde la única especialidad solo eran los espaguetis, en el cual aparte de gritarles a todos sus empleados por todo el día, él y solo él era el jefe.

Su madre era una sumisa y obediente hembra latina de rasgos faciales armónicos, y que rondaba los 50 años de edad, había adoptado de su esposo una profunda devoción por la fe católica, y en su cuerpo se notaba a lo lejos que en sus mejores años debió de haber sido una hembra soberbia.

Pero sigamos con la hija del matrimonio antes señalado que es la parte fuerte de esta historia. Lissette era naturalmente pelirroja, y dueña además de una angelical hermosura en su rostro que ya caía casi en lo sobre natural, su esplendido porte (de 1,75 mts. Aprox.) enseñaba un vigoroso y femenino cuerpo lleno de curvas tan sensuales como diabólicas, esto producto de la mezcla ítalo-latinoamericana de cuando sus padres sin ser ellos consientes habían hecho a tan suculenta criatura, que con los años se transformaría en una hembra tremenda.

Pero a pesar de aquellas exquisitas formas y rasgos existentes tanto en su figura como en su rostro ella siempre solía tener su fino y armonioso semblante muy serio, y muy pocas veces sonreía, (extraño carácter heredado de la mezcla de sus dos progenitores) pero cuando lo hacía (reír) era capaz de volver loco de deseos insanos a cualquier hombre que estuviera cerca de ella, y así lo hizo también en los años en que conoció a su atractivo esposo.

En definitiva la joven y ahora desprotegida hembra ya casada con tan solo 24 años de edad y tal como se decía era muy bella (y ella lo sabía), pero esto no le importaba, como tampoco le otorgaba mucho interés a todo ello.

Sus pelirrojos cabellos de tendencia suavemente ondulada que caían por detrás de sus hombros eran el complemento perfecto para aquellos preciosos ojos azulados de los cuales ella era poseedora, con una respingona nariz fina y preciosa; con sus brillantes labios rojos formados bien femeninamente que hacían juego con sus cejas también pelirrojas adornando un albo y terso cutis, mitad latino, y mitad europeo, le hacían dueña de una sensualidad de lo mas enloquecedora y casi irresistible.

Sus curvas bien definidas, sobre todo en la parte central de su cuerpo incluyendo (cintura y caderas) eran una verdadera invitación a que quien la viera fuera y la agarrara firmemente para comenzar a sobajearla desde aquellas partes.

También es importante señalar que aparte de sus rojos cabellos, pestañas y cejas el resto de su rico cuerpo a plenitud carecía de vellos, era de piel completamente lisita y de la suavidad misma llevada a su máxima expresión, salvo en aquella intima y principal parte de su anatomía en la cual se concentraba su femenina y sin igual belleza, y que ya todos sabemos cuál es. Aun así, los finos vellos colorinos y rizaditos que ahí existían eran muy pocos.

Su blanca y brillante piel era tersa, suave, fibrosa y en sus formas de hembra hecha para el delicioso acto del apareamiento absoluto se pronunciaban unos senos grandes, tan turgentes como firmes y soberbios, pero no enormes ni vulgares de ningún modo, simplemente eran perfectos y el sueño de todo hombre.

Sin embargo, con todas aquellas armónicas y femeninas características corporales que poseía, ella no dejaba de ser una esposa reservada y pudorosa, tal como le habían formado sus conservadores y católicos padres.

Desde que estuvo recién casada y a pesar de su edad siempre se preocupó de vestir decorosamente con exquisitos vestidos que aunque recatados igual dejaban adivinar a quien la admirase todo lo que ella debía tener debajo de las telas de estos.

Su poderosa imagen de hembra “amazona – itálica”, además de sus cabellos rojizos, se imponía ante los ojos de la jauría masculina contradiciendo su afán de no mostrar más de lo debido, y no lo mostraba, pero con solo ver su imponente y delineada figura era la imaginación del afortunado observador la que hacía su trabajo en la mente de este.

Por otro lado y psicológicamente aquella soberbia Diosa abandonada por azares del destino era muy orgullosa, y así se notaba en su vibrante y deliciosa forma de caminar en donde tanto por dignidad como también por timidez no miraba a nadie, de la misma forma se veía además en sus delicados modales, y en su hablar.

En las oportunidades en que le tocaba desenvolverse oralmente con cualquier tipo de hombre que no fuese su marido o familiar, medía muy bien sus palabras y no se dejaba llevar por las situaciones.

En fiestas o compromisos rutinarios se comportaba en una forma de lo más prudente, responsable y precavida, sobre todo en sus actos, no le gustaba que alguien fuera a mal interpretar sus intenciones, y eran estos mismos deliciosos detalles los que más cautivaban a la machada admiradora de sus encantos.

…………………………………………………………………………………………….

Volviendo a la actualidad y a aquella semana de la tragedia recientemente acaecida la venerable y solitaria esposa ya en su vida cotidiana se dedicó a atender el pequeño negocio de artículos de bazar que tiempo atrás había instalado en unos locales cercanos a su casa, su tristeza era enorme.

Lógicamente la noticia del encarcelamiento de su esposo corrió rápidamente por el barrio, por lo que la gran mayoría de la clientela se dejaba caer en su negocio solamente para indagar en el estado que debía estar la mujer, sobre todo las típicas viejas envidiosas y mal habladas, que haciéndose las simpáticas intentaban sonsacarle información para ellas poder tener tema de conversación en sus tardes de té y de ocio. Pero la exquisita pelirroja siempre digna y orgullosa las atendía con la misma seriedad que era característica en ella, y no diciéndoles más de lo necesario, como tampoco entregándoles detalles.

Claro que a pesar de la guerra interna que mantenía en su mente y de los continuos ataques de su familia que la incitaban a que se olvidara de Fernando y comenzara una nueva vida sola, ella prefirió hacer lo que creía era lo correcto, ella estaba enamoradamente casada, y su marido sea como fuese la situación, siempre sería su marido, su deber era estar con él había decidido, así que sin contar con la aprobación de su familia la hembra ya se aprontaba al primer día de visita al centro carcelario.

La colorina Lissette aquel día domingo llevaba puesto un vestido color crema, este era sin mangas, ni muy suelto ni muy ajustado, aun así le dibujaba a la perfección las líneas de su cintura y de donde empezaban sus caderas, además de llegarle hasta un poco más abajo de la parte media de sus blancos y muy bien torneados muslos enfundados en medias de color natural, el dichoso y primaveral vestido no era muy escotado, ya que en su naturaleza no estaba eso de ir por ahí mostrando más de lo debido.

Al llegar a la cárcel la joven y llamativa dueña de casa tuvo que hacer una larga fila a los pies de los altos murallones para poder entrar a esta en calidad de visita, percatándose que la gran cantidad de personas que la antecedían casi todas eran mujeres, muy pocas eran jóvenes o de la edad de ella, ya que la gran mayoría eran señoras de más de 50 años que llegaban cargadas con bolsas con comida y ropa limpia, obviamente eran las madres que visitaban a ver a sus hijos presos, según caía en cuenta.

Cuando por fin pudo ingresar al interior del grisáceo recinto penal y tras cruzar por lo menos tres resguardadas rejas altas y gruesas, (y ni mencionar de lo humillante que fue someterse al registro corporal que en todos los recintos penales les hacen a las visitas y que por respeto al pudor no mocionaré por ahora) al ir caminando ya a las dependencias en donde se desarrollaba la visita, la bella Lissette ahora con algo de miedo y asco se percataba en lo muy bajo que había caído su marido, todo aquello era de otro mundo, de otra cultura, vio que aparte de la infra humana forma en que le habían revisado ciertas partes de su cuerpo todo al interior de la cárcel era de lo mas ordinario y repulsivo, ya que el hedor a humanidad desaseada se percibía en el mismo aire interior de la cárcel impregnándolo todo.

Mientras caminaba inconscientemente en forma sensual y cadenciosa por el húmedo suelo de cemento, sentía en su propio cuerpo como cientos de rabiosas miradas se le clavaban en sus armoniosas curvas de una forma de lo más extraña, notando casi al instante que los hombres que la miraban descaradamente estaban todos encerrados en unas especies de galerías abarrotadas, estos se aferraban con sus dos manos a los gruesos fierros que los privaban de libertad con el único objetivo de poder observar a plenitud a la hilera de mujeres que iban caminando en dirección al pabellón de visitas que aquel día les correspondía a los “pollos”, como ellos les llamaban a los reos primerizos, pero cuando sus enrojecidos ojos daban con la altiva imagen de aquella celestial criatura de cabellos rojizos y labios sensuales no les quedaba más remedio que mirarla embobados y con la lujuria contenida de los muchos años de presidio corriéndoles por las venas y haciéndoles pulsar sus vergas.

La visita se desarrollaba al interior de un gran galpón que parecía ser el gimnasio del recinto penitenciario, y una vez que la reservada pelirroja por fin pudo llegar hasta donde estaba su marido, lo vio sentado en unas desvencijadas bancas de maderas, este vestía ropas sencillas, pero seguía tan apuesto de cómo era cuando recién lo había conocido.

–Me alegro tanto de verte bien Fer…, -le dijo cariñosamente Lissette a su marido cuando ya estuvo sentada a un lado de él, esto se lo decía pasando una de sus delicadas manitas por su cara (la de él).

–Si, estoy bien cariño… y tu como has estado…?, cómo va la tienda?

–No te preocupes por mi amor, yo estoy bien, y las ventas se mantienen normal en la tiendita, pero háblame de ti, como lo has pasado en esta primera semana…?

–Bueno… el ambiente aquí es algo tosco y hostil, pero lo he podido sobre llevar… he estado intentando conseguir un trabajo en la lavandería, lo que menos quiero aquí es hacer amistades con estos tipos… son unos salvajes…

–Fernando y porque este sitio está separado con esas mallas de alambre, acaso esos presos que también reciben visitas son más peligrosos?

Y claro, la mujer hacía la pregunta ya que el recinto en donde se desarrollaba el día de visitas estaba dividido por un gran alambrado, lo que había llamado la atención de aquella hembra no acostumbrada a ese tipo de recintos.

–No, no es eso, es solo que los reclusos que están de al otro lado llevan un poco más de tiempo que los que estamos de este lado por lo tanto tienen el beneficio de visita conyugal.

–Visita conyugal?, y que tipo de visita es esa?

–Ellos esperan a sus esposas y arman una especie de cuarto en donde pueden intimar con ellas…

–No me digas, es decir… tienen sexo aquí en la cárcel?

–Así es…

En eso los azules ojos de Lissette se posaron en las famosas e improvisadas habitaciones en donde se ejercía la visita conyugal, algunas de estas se ubicaban a solo metros de donde estaban ubicados ellos, solo separados por el escueto alambrado, percatándose la pelirroja que estas no era más que un cuadrado hecho de frazadas rotosas o cualquier tipo de elemento que ayudara para tal efecto.

Pero Fernando ajeno a lo que veía Lissette y a pesar de saber que los demás reclusos que estaban en su mismo lado del alambrado y acompañados de sus familiares quienes los visitaban, aun así creía sentir muchas miradas de ellos puestas en el atractivo cuerpo de su esposa.

El ahora celoso marido con solo admirar de lo hermosa que era y de lo perfecta que se veía con aquel exquisito vestido color crema que mostraba un poco más arriba de sus blancas rodillas, y con el aderezo de sus delineados brazos y brillantes hombros al desnudo, caía en cuenta el hombre que su mujer no era parte de aquel delictivo ambiente al cual él la había arrastrado. Luego de pensarlo por varios minutos sin prestar atención de las cosas que le hablaba su esposa en cuanto a las novedades tanto familiares como de su negocio, no le quedó más remedio que interrumpirla y decirle:

–Lissette… escúchame cariño…

–Dime amor…, -le contestó algo extrañada la atractiva esposa a su marido.

–No quiero… no quiero… que… que te vayas a sentir mal por lo que te voy a pedir, pero… pero necesito que lo hagas…, -Fernando ahora miraba hacia el suelo, de verdad que le costaba abordar el tema de lo que había estado pensando recientemente con respecto a su mujer.

–Solo dímelo mi vida…, -la hembrita ahora caía en cuenta que con tan solo una semana de vida carcelaria, la característica personalidad alegre de su marido ahora era reemplazada por una dubitativa y algo temerosa, o al menos así lo notaba ella.

–C… cu… cuando vengas a verme aquí a la cárcel… p… pon… ponte otro tipo de ropa…, -el abochornado hombre que en otros tiempos le encantaba que los demás vieran el portento de esposa que él se gastaba, ahora, al contrario de ello no quería que nadie se la mirara, y menos todos esos tipejos que él al ser hombre como ellos sabía que se la estaban devorando con solo mirarla, ni que decir de cómo se sentía al ver desde su posición como muchos de ellos con sonrisas aborrecibles se comentaban cosas al parecer de él y de su esposa ya que no les quitaban la vista de encima mientras murmuraban entre ellos.

–Queeee…!?, -Lissette se quedó estupefacta con la solicitud de su marido, o sea, lo que menos se esperó en ese momento fue que Fernando pensara de que ella se andaba exhibiendo en una cárcel llena de hombres delincuentes.

–Lo que escuchas Lisse… (Lisse, así le decía Fernando a su esposa cuando hablaban en confianza) –Yo… yo sé que no es tu culpa… es solo que…

–Y culpa de que voy a tener…!? si yo no he hecho nada…!, -le cortó ella al instante.

–Baja la voz cariño y solo fíjate… si todos te están mirando…, debes… debes venir a verme con otro tipo de ropa, no se algo mas recatado…

–Y que hay con mi ropa…?, si este vestido no tiene nada de malo…, -ahora Lissette le hablaba en voz baja a su marido, su molestia era de que el pensara que ella andaba vestida como una mujer suelta, ella no era así y nunca lo iba a ser tampoco.

–Por Dios Lisse… estamos en una cárcel…

–Si, en eso tienes razón, estamos en una cárcel… pero no es por mi causa…, -le dijo la exquisita colorina con su semblante serio y mirándolo con sus penetrantes ojos azules.

Fernando gesticulaba sin saber que decir, esta era la primera vez que el discutía con su joven esposa por algo similar, y la verdad era que como ella andaba vestida no tenía nada de malo, pero también sabía de lo muy buena que estaba ella, y que a esas horas al interior de la cárcel la gran mayoría de las mujeres que habían concurrido a la visita dominical casi todas eran señoras mayores, y a su mujer ya la estaban mirando más de lo debido, y claro, el no era quien para decirle como vestir ni mucho menos cuestionarla. Así que asumiendo su responsabilidad en todo ello se dio a contestarle:

–Si… lo sé… to… todo es… esto es… es… por mi culpaaa…!, -un profundo pesar se notaba en su hablar.

Lissette al instante cayó en cuenta que se había excedido en su respuesta, ya que efectivamente su marido estaba en toda la razón, desde que ella había ingresado a la cárcel también había sentido esas cientos de miradas puestas en su persona, y más que en su persona estas habían sido en su mismo cuerpo, además de desconocer que otro tipo de privaciones pudo haber tenido Fernando en toda esa semana, si bien se veía saludable, notaba en su semblante los primeros cambios que el presidio marcaría en este.

–Ohhh… amor discúlpame… discúlpame… no quise decirlo… soy una tonta, una desconsiderada, y ya no te preocupes, el próximo domingo vendré con otro tipo de r… ro… ropaaa, -fue lo primero que le contestó una vez de recapacitar en lo anterior, su voz era entrecortada al caer en cuenta de la gran diferencia que había en su vestir con respecto a las demás mujeres que visitaban el recinto carcelario. Junto con ello las diversas miradas masculinas clavadas en ella la llevaron a juntar sus piernas lo máximo posible, junto con nerviosamente intentar bajarse aun más la falda de su vestido con sus dos manitas.

–Solo… solo ven un poco mas tapada, es lo único que te pido…, -le volvió a decir Fernando a su mujer viendo que ella ahora parecía entender porque se lo pedía.

–Ya no te agobies Fer… tienes razón, el próximo domingo vendré mas tapada… -Y claro, la pelirroja quien volvía a notar las clavadas miradas masculinas en su cuerpo, entendió en el acto lo que podría estar sintiendo su marido en aquellos momentos.

Desde al frente de ellos los delincuentes Octavio del Toro aleas el Toro, su compinche el Gitano y otros tres de sus secuaces se deleitaban mirando las blancas piernas de Lissette que al estar ella sentada en una tosca banca de palo con una pierna puesta sobre la otra les regalaba una visión privilegiada de sus femeninas carnes, sin saber ellos que la pareja acababa de discutir por algo más o menos parecido.

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(Minutos antes en el momento en que la pelirroja Lissette hacía ingreso a la cárcel por el pasillo de cemento)

–Vergas…! vergass…!! vergasss…!!! Oye Gitano hijo de la gran chingada que te parió… acércate y miraaa…!!!, quien es esa puta tetona que va en la fila de mujeres…?, nunca la he visto antes… si mira nada mas… que potente está la desgraciada…!!!, -el sorprendido y feroz convicto que rondaba los 55 años había tenido que dejar de hacer ejercicios dejando las pesas a un lado y ponerse de pie cuando sus ardientes y malévolos ojos delincuenciales dieron con el espectacular cuerpo de una hembra de cabellos rojizos en la fila de visitas que a esa hora ingresaba a la cárcel.

Por otro lado el aludido y camarada de cautiverio del primero y que era conocido al interior de la cárcel como el Gitano era un hombre alto, delgado, calvo, de nariz ganchuda y llevaba puesto un aro de argolla en la oreja izquierda. Por vestimenta llevaba puesto unos pantalones de mezclilla desgastados por el uso diario, y una vieja camiseta con los colores y el logo deportivo de su club favorito, este mismo como delincuente era feroz, por algo ya se había despachado por encargo, o por solicitud de su jefe a una no menor cantidad de reclusos al interior del penal, algunos habían sido tan bravos y duros de morir como el mismo.

–Cual…?, -preguntó este ultimo a la vez que iba acercándose a la reja desde donde le hablaba su amigo presidiario después de guardar en su espalda el cuchillo hechizo al cual había estado sacándole filo, ahora ambos reclusos la miraban con sus manos agarradas a los gruesos y oxidados barrotes.

–Esa de pelo rojo…, -le contestó el otro mientras que con sus ojos ardiendo de insanos deseos sexuales se daba a devorársela mientras ella avanzaba con su serio semblante de mujer fiel mirando solamente hacia el suelo del pasillo por donde caminaba.

–Ohhhhhh… tiene cara de perra calienteeee…!!!, -bufó el gitano cuando su ratonil mirada dio con el cuerpazo de Lissette, –Es piernuda y se ve bien yegua para sus cosas… debe culear como solo lo hacen las putas profesionales,

–Si solo mira nada más… que caderotas…!!!, -continuaba diciendo el viejo y feroz delincuente apodado el Toro (tanto por su apellido como por su aspecto), –Que piernas…!!!, se nota que debe estar apretadita porque casi no las separa una de otra para caminar…, y que bien menea ese culo la muy zorraaa…!!!. –El moreno recluso con cara y mirada taurina la miraba y bufaba sus groserías con sus oscuros ojos de pupilas ya enrojecidas a causa de ese fantástico descubrimiento, y con sus dos peludas manazas traspiradas aferradas a los barrotes que lo separaban de la fila de mujeres.

–Guaoooo…!!!, si que esta buena la ramera esa…, -opinaba otra vez el gitano dándole la razón a su jefe, –ps… no lo sé mi Toro amigo…! primera vez que veo a esa putaaa…! debe ser de las nuevas…, -los ratoniles ojillos del gitano ya se la devoraban mientras ella avanzaba en la fila, estos se hacían cada vez más chicos de lo que ya eran al ir siguiendo y mirando a la beldad pelirroja que por primera vez pisaba el mundo carcelario.

–Vaya meneo de culo que nos está regalando esa yeguaaa…!!! Me gusta como le vibran sus nalgotas y las tetas al caminar, -opinaba el Toro sin quitar se su aborrecida mirada del cuerpo de Lissette, -se me hace que esa vieja está apretada entera, y que no se la culean como verdaderamente se lo mereceeee… si mira nada mas…!!!, -repetía una y otra vez el bestial delincuente Octavio del Toro.

–Uffff…!!!, y mírale las grandotas tetas que se gasta la muy putaaa… ni se le mueven mientras camina… yo creo que debe tenerlas llenas de lecheee…!!!

–Esta requetebién la muy condenada, -decía el viejo Octavio al mismo tiempo que pensaba rascándose sus tiesos pelos canosos de la barba sin afeitar por lo menos de hace una semana, –Ya hasta me imagino cómo debe tener el coño con sus pelos rojos que le deben crecer ahí… pero no sé… tiene algo raro esa puta… no sé…, -cavilaba y se rascaba mientras ya la veía entrar a las dependencias carcelarias en donde se desarrollaría la visita de los reos primerizos.

–Es solo un par de nalgotas y un par de tetas bien puestas mi Toro… de pronto es una de las putas que vienen a trabajar los domingos… que te parece si la vamos a buscar para pegarle y después la violamos detrás de los depósitos de basura que existen en la salida trasera del gimnasio… si ya hasta se me paró la tranca con tan solo verla caminar, imagínate si la tuviéramos encuerada y tirada en el suelo lista para culearla…

–Noooo…! Esa hembra definitivamente no es puta…, -resolvía acertadamente el viejo Toro mientras seguía mirando fijamente hacia los portones en que se había perdido la pelirroja, –Llegó a primera hora de la visita… las putas se levantan mas tarde y llegan a mitad del día y medias borrachas, además que esta tiene otro aire…, -el viejo recluso seguía meditando en voz alta, –esta es una zorra de esas que se bañan todos los días… si hasta me imaginé y creí sentir el aromático olor a jabón que debe desprender de ese rico cuerpo que se gasta cuando iba pasando… Jejeje… No…! definitivamente esa exquisita perra no es una puta…, -mientras decía esto último el viejo delincuente también al igual que su amigo el gitano se acomodaba la verga en sus pantalones de mezclilla, obviamente a él también se le había estado parando debido a las hirvientes y lujuriosas sensaciones que aquella esplendida hembra había despertado en su masculinidad, sobre todo con esa femenina forma de caminar de sus piernas que el hombrón imaginaba que le sería muy difícil abrírselas cuando el ya estuviera a punto de cogérsela.

–La vamos a violar…!?, -le preguntó el gitano en forma ansiosa, este ahora miraba ratonilmente a su jefe, la pelirroja esa también a él lo había dejado más que caliente.

–No…!, -le contestó el Toro enérgicamente, –Creo que esta vez no Gitano hijo de puta… ese tipo de hembra no es de este lugar… esa hembra es una señora casada… le vi la sortija que llevaba puesta en el dedo de su manita… Jejeje…

–Ahhh ya veo… la puta esa debe ser esposa de uno de los pollos que llegaron esta semana…, -el gitano aun se sobaba la verga por sobre su pantalón mientras hablaba con su compinche de la hembra de ensueño que habían descubierto aquella dominical mañana de visita carcelaria.

Una sonrisa tan malévola como morbosa se dibujó en el moreno rostro tajeado del Toro quien era el corpulento jefe de los maleantes más temidos del recinto penitenciario. Su aspecto era temiblemente horroroso, a tal punto que si cualquier persona se lo encontraba a media noche parado en una esquina o saliendo de algún callejón con cuchilla o pistola en mano, lo más seguro era que hasta se mearía de miedo con solo ver a ese musculoso y ancho mastodonte de facciones toscas y horrorosas.

Octavio del Toro, o el Toro, como era conocido en el mundo del hampa, era un temible delincuente que entre sus fechorías estaban diversos tipos de homicidios por ajustes de cuentas, atraco y asalto a mano armada, demás está decir que su fría mirada taurina era carente de cualquier tipo de sentimientos.

–Quiero saber el nombre del pollo a quien visita esa zorra…!!, -bufó finalmente el Toro impartiendo sus ordenes al Gitano y a otros convictos que conformaban su temible y poderosa banda al interior de la cárcel, –también el motivo del porque está preso, y a quien conoce aquí en la cana… envíate a unos perros y quiero toda la información para esta misma tarde…, -demandaba el jefe en forma eufórica a su personal de confianza.

–Tranquilo Toro… que así se hará… Oye y para cuando nos la vamos a violar…?, ya quiero sentir esa rosada legua tibiecita lamiéndome las pelotas cuando este llorando de pavor antes de que la violemos, jijiji…

–Ya te dije que no le harán nada saco de bolas…!, -el Toro le dijo esto último al gitano con mirada asesina, –Esa mujer está destinada solamente para mí y para mi hedionda y gruesa verga privada de libertad…!! Jajajajaaa…!!, así que por ahora solo confórmate con darle por el culo al mariconcito ese que te regalé la semana pasada…

El gitano quien también reía ponía atención en los enrojecidos ojos de su jefe, en ellos ya se veía aquel característico brillo de ferocidad que en estos imperaban cuando Octavio del Toro realmente deseaba conseguir algo no importándole el costo.

–Está bien… está bien, -le contestó el gitano tras advertir lo anterior, –Si tu lo dices, así es entonces… si aquí eres tu el que manda…, -este hasta hubiese matado por cogerse a tan suculenta y rica pelirroja, pero sabía y conocía los códigos carcelarios, el líder ya había decidido y así debía ser, además que sabía muy bien en que terminaría él o cualquiera si desobedecían la orden.

–Vale gitanillo… ahora iremos al pabellón de visitas que quiero verla de más cerca…

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Y así fueron pasando las semanas hasta que Fernando completó un mes entero de presidio. La bella colorina siguió yendo a visitar a su marido en forma estricta los días domingos en donde era sigilosamente observada y vigilada en todo momento por el mismo don Octavio del Toro junto a sus secuaces.

La infartante hembra ahora ponía especial cuidado en su forma de vestir, lo hacía con los mismos exquisitos vestidos que ella usaba siempre, claro que escogía los menos escotados y procurando siempre que estos no fueran tan cortos, dos dedos sobre la rodilla y nada más, además de siempre usar cualquier tipo de chaleco de hilo o similar que le tapara sus hombros y simulara las formas de sus senos, esto como bien ya sabemos por exclusiva solicitud de su marido.

En tanto todo esto ocurría, en una de aquellas visitas el matrimonio en cuestión se enfrascaba en una muy especial conversación:

–Lo siento amor, pero lo he estado pensado y necesito más tiempo para ver si realmente puedo hacer eso que tu quieres que hagamos aquí al interior de la cárcel…

–Pero comooo…?, Lisse… si somos marido y mujer que hay de malo en ello…? si aquí muchos reos lo hacen con sus esposas.

–Pero este es el mundo de ellos por Dios…!, cariño… nosotros somos diferentes…!. –le decía la colorina Lissette a su marido, –Fernando escúchame bien… yo… yo te amo con todo mi corazón y… y haría cualquier cosa por ti… pero esto que me pides para mí es muy difícil… además… además…

–Además qué?, -le consultó el ansioso marido a su mujer. En las facciones de su cara también se notaba que Fernando estaba algo molesto por la porfiada actitud de Lissette.

–He escuchado en la fila de las visitas, que muchas mujeres que lo hacen en esos cubículos no son precisamente las esposas de los presos, sino que son p… pros… prostitutas… -La tímida colorina estaba muy sonrojada al estar pronunciando aquella infame palabra que en su vida había articulado muy… pero muy pocas veces.

–Pero y eso que tiene que ver…?, tu eres mi esposa Lisse y tu deber es…

–Yo sé cuál es mi deber como esposa…!!, -le cortó la nerviosa y alterada hembra, –pero yo no me voy a rebajar a tener sexo tirada en el suelo al interior de esos cubículos hechos de frazadas rotosas…

Fernando seguía atacando para poder convencerla:

–Lisse… solo ha pasado un mes desde que estoy aquí, acaso ya hay otro…!?

Ante las negativas de su esposa de querer solicitar el beneficio de visita conyugal, es decir, mantener relaciones sexuales al interior del recinto carcelario, el recluido marido en su desesperación ya creía que su mujer podría haber encontrado un reemplazante ante su ausencia en el exterior.

–Nooo…!, le cortó Lissette enérgicamente, –Como se te ocurre decirme semejante barbaridad…!? Es solo… es solo…, -la pelirroja no encontraba las palabras necesarias para hablar del espinudo tema con su esposo, hasta que finalmente le dijo sus reales motivos, –Hay amor… es que la verdad… la verdad es que no me atrevo a hacerlo…, -le dijo por fin.

Y era cierto, ella no se veía desnuda adentro de uno de esos cuadrados hechos de carcomidas frazadas teniendo sexo en el suelo de cemento por la sencilla razón de que ella siempre le había cumplido a su marido con los deberes íntimos que toda esposa debe tener en un relación marital, pero en el fondo ella siempre había sido una mujer tímida, el sexo para Lissette no era importante, pensaba que lo verdaderamente primordial en una relación matrimonial eran los sentimientos y la comprensión, para ella el sexo solo era el sexo, ella amaba a su marido, y no veía la necesidad de tener que cumplir con las famosas visitas conyugales que se desarrollaban al interior del penal los días de visitas y al otro lado del gimnasio para demostrarle su amor incondicional, además que la gran parte de las mujeres que concurrían a ese tipo de visitas solo eran prostitutas, no había que ser muy inteligente para darse cuenta que la mayoría de las esposas ya habían abandonado a esos pobres hombres encarcelados, y Lissette también ya era consciente de ello, pero ella se había juramentado que en su caso eso no sucedería, ella iba a estar con su esposo hasta el final pasara lo que pasara, pero eso que él ahora le exigía sí que le costaba.

–Lissette… entiéndeme, yo solo deseo estar contigo… necesito que hagamos el amor mi vida, mis días aquí son eternos, en las noches ya casi no duermo debido al infierno que se vive en celdas contiguas a la mía…

La sensual mujer intentaba acercarse a su esposo para abrazarlo, acariciarlo y hacerle ver de que ella estaba con él y que nunca lo dejaría, que lo iba a esperar hasta que saliera en libertad, pero este se mostraba a la defensiva y se separaba de ella, el tosco e infame ambiente carcelario poco a poco lo iban consumiendo, además que Fernando se sabía observado por los demás reclusos, o más bien dicho de cómo observaban a su esposa, ya que ella a pesar de intentar ir lo mas tapada posible su potente figura de hembra verdadera igual dejaba notar aquellas enloquecedoras formas de sus encantos femeninos, sumándole a todo esto que su bello y serio rostro de mujer pulcra y fiel con su marido ya era paja segura para la gran mayoría de los presos que lograban verla en los horarios que duraba la visita, y para los que eran más arriesgados ya existía prohibición absoluta de acercarse más de lo debido a ella.

Pero fue cuando la atractiva Lissette intentaba acercarse a su marido al haber notado que este se mostraba a la defensiva con ella, sus azules ojos dieron otra vez con aquel grupo de convictos que ya desde hace un par de visitas siempre veía en los momentos que ella recién ingresaba a la cárcel.

Lo más raro de todo era que a estos no los visitaba nadie, había meditado en algún momento la pelirroja, pero ellos siempre se ubicaban algo cerca de donde ella se instalaba con Fernando, notó además que dentro de aquel grupo era el más gordo y corpulento de todos quien más la miraba, era un tipo horrible se decía Lissette quien también se percataba que los asquerosos rasgos faciales de aquel delincuente eran muy parecidos a los de un feroz animal, calculó que por sus toscas facciones y su enmarañado pelo plomizo este debería rondar en edad entre los 50 y 60 años de edad, además de verle una notoria y aterradora cicatriz surcando su mofletuda cara morena y carcelaria, la llamativa marca de cuchilla le surcaba el rostro desde el mismo lado de su ojo derecho hasta la barbilla.

–F… Fer… Fernando…, -dijo de pronto la colorina Lissette a su esposo después de hacer sus apreciaciones y mirando de soslayo al grupo de maleantes con algo de temor, –Quien es ese hombre grande, gordo y moreno que nos mira desde lejos?, en las dos últimas visitas he notado que desde que llego a visitarte no nos despega la vista de encima.

–Que… que dices… cual hombre?

–El de aquel grupo, el que tiene esa fea cicatriz en su cara…

–Ahhh… claro que lo conozco, aquí le dicen Toro…, -le contestó riendo el marido a su mujer una vez que levantó su vista para ver a quien de todos los reclusos se refería ella.

–Toro…?, así se llama?, -le consultó Lissette sintiéndose intimidada por la aborrecible sonrisa en que la miraba el mas asqueroso de los delincuentes ahí reunidos.

–No, jaja… solo le dicen así, algunos también lo llaman señor Toro debido al respeto que sienten por él, pero su nombre real es Octavio… Octavio del Toro, y bueno ya te habrás dado cuenta porque le dicen Toro verdad…

–Es… es… asqueroso… y si, su cuello es realmente grueso… tiene aspecto taurino… es como ver un hombre con aspecto de animal… –Y me decías que lo conoces…!?, -ahora en el dulce tono de voz de Lissette se notaba la preocupación con la cual le hablaba, –Tiene… tiene cara de ser un verdadero maleante… y esa cicatriz en su cara es horrorosa…!!, y como es que lo conoces…!?, -le consultó otra vez Lissette algo asustada.

–Él ha sido bien buena gente conmigo… lo conocí hace como tres semanas, y me consiguió una celda más grande de la que me habían dado, y habló también con los guardias para que me trajeran un pequeño televisor…

–Y porque hace todo eso!?, cuando yo misma quise ingresar una radio para que escucharas un poco de música no me lo permitieron.

–Mmmm… parece que le caí bien…, como ya te dije… él ha sido muy buena gente conmigo y tiene muchas influencias aquí adentro, si hasta creo que los demás reclusos me tratan bien por el solo hecho de ser amigo de él, así que no te dejes llevar por las apariencias amor, don Octavio, o el Toro como aquí le dicen es una muy buena persona.

–No, definitivamente no me gusta la forma en que nos mira… y menos como se ríe con los demás hombres que están junto con el…, -le decía la nerviosa hembraza a su marido quien continuaba observando de reojo al grupo de delincuentes que la miraban mas a ella que a él.

–Amor… no lo juzgues a la rápida, él realmente es un buen tipo…, -le insistía el inocente Fernando a Lissette.

–Fernando escúchame… ese hombre con cara de bestia es un delincuente, y no quiero que te sigas involucrando con él… me lo prometes…!?, -un sexto sentido le indicaba a la joven esposa que nada bueno le traería a su esposo el tener amistad con aquel repulsivo criminal que no dejaba de mirarla.

–Pero porqueee…!? Porque me dices todo eso…?

–No lo sé… es solo que no me da buena impresión… y yo casi nunca me equivoco… prométeme que lo evitaras…!! –Y los demás hombres que lo acompañan quiénes son?

–Son sus amigos, pero a ellos yo no los conozco… yo solo conozco a Toro, el va todas las tardes a fumar un cigarrillo conmigo y para ver si es que necesito algo…

–Y mas encima ya hasta fumas con el…?, -ahora sí que Lissette estaba realmente preocupada, a todas luces Fernando su marido ya se comenzaba a involucrar con toda esa lacra humana.

–Y que tiene de malo…? E… ellos son mis compañeros… y Toro ya es amigo mío…

–Ay Fer… ese hombre sí que da miedo, prométeme que lo evitarás desde ahora en adelante, además que el no es tu amigo… -Lissette mantenía tomadas la manos de de su marido con las de ella mientras le rogaba que dejara de verse con aquel delincuente.

–Si solo tú me prometieras que vas a tener una visita cony… -RINGGGGGGGG…!!!!!

El fuerte y estruendoso sonido del timbre del recinto penal no dejó terminar de decir lo que Fernando otra vez le pediría a su esposa, este les daba aviso que la visita se acababa por ese día, el matrimonio se despidió con un ligero beso en los labios.

Las 7 miradas del grupo de maleantes siguieron la portentosa figura de Lissette desde que se paró de la banca después de despedirse de su esposo, la vieron avanzar y cruzar el gimnasio hasta su salida, iba moviendo muy femeninamente y en forma natural todas sus formas, siempre con su mirada de mujer fiel puesta en cualquier punto de aquel inmenso gimnasio carcelario menos en ellos, otra vez vestía uno de sus exquisitos vestidos de hembra recatada, hasta que por fin desparecía de sus vistas.

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En una de las tardes siguientes de aquel episodio la joven y suculenta pelirroja estando en su casa y vestida cómodamente con una transparente y ligera camisola de dormir de esas que son algo cortitas y que le tapaba solamente hasta un poquito más arriba de la mitad de sus brillosos muslos, pensaba en su marido mientras tomaba café semi recostada y con sus piernas dobladas en el sofá de su salita de estar. Sus rojizos cabellos los tenía sueltos y algo alborotados dándole un pequeño aire lujurioso. Quien viera en esas condiciones a semejante pedazo de hembra que en esos momentos mantenía sus soberanas piernotas bien cerraditas una sobre la otra y flexionadas en señal de estar totalmente relajada, nadie nunca se imaginaría que ella era muy mala para la cama, o sea, mala para coger, aburrida, aunque con su excelsa figura y con la sensualidad que transmitía esta a quien la viese contrastaba en un 100% a como era ella realmente en asuntos carnales.

Sin embargo a lo anterior la hembra solo se daba a meditar en esta última visita ya que creía haber encontrado a su esposo más delgado y algo ojeroso, incluso al salir de la cárcel lo hizo con un poco de preocupación, el horrendo amigo de Fernando apodado el Toro no le daba buena espina, y menos al percatarse de la extraña forma en que este la miraba desde que ella llegaba a visitarlo.

Pero en lo que más pensaba la bella Lissette era en eso que le había pedido Fernando. El sexo nunca fue lo de ella, por lo mismo no se imaginaba manteniendo relaciones sexuales al interior de una cárcel, por mucho que ellos fueran matrimonio, y menos en esos destartalados cubículos hechos de frazadas gastadas en donde las parejas debían hacerlo a contra reloj y recostados en el suelo, sobre cartones o en unas delgadas colchonetas según había visto cuando en una de sus tempranas visitas logró ver a otros reclusos preparar sus niditos de amor antes de que llegaran las mujeres con quienes se aparearían.

Daba gracias a Dios que por ahora nada de eso le iba a ocurrir, ya que sabía que por muchas que fueran las ganas que su esposo tuviera de hacer el amor con ella él nunca la obligaría, meditaba.

No obstante a esto y muy lejos de la casa de Lissette, al interior de la cárcel, Fernando vivía otra situación muy distinta a las evocaciones de su esposa. El desalmado delincuente apodado el Toro había asistido a su celda tal como lo hacía todas las tardes, aquella singular conversación ya había comenzado con Fernando otra vez agradeciéndole las atenciones que este le brindaba desde su llegada al grisáceo recinto penal:

–Don Octavio, como ya le he dicho en otras ocasiones…!, no sabe lo agradecido que estoy por todos los favores que me ha hecho desde que llegué a esta cárcel, -Fernando a pesar de la simpatía que le tenía al tosco presidario no dejaba de dirigirse a él con cierto tono de respeto en su voz, al ya haber escuchado miles de historias de sus fechorías y la cantidad de reclusos que este se había despachado con sus propias manos al interior del penal.

–Jejejeeee… no te preocupes Fernandito, y mira que eres atinado en la conversación, justito de eso te quería hablar esta tarde…, -el recluso le extendía una cajetilla de cigarros para que fumaran mientras conversaban.

–Pues dígame señor en que le podría yo ayudar a Usted…, -ahora era Fernando quien junto con decir lo ultimo le encendía el cigarrillo al delincuente para después encender el propio.

–Tranquilo mi rey… antes te haré un par de preguntas que quiero que me contestes, y luego te diré que es lo que realmente deseo de ti…

–Le escucho…, -Fernando estaba realmente intrigado con lo que le decía su amigo presidiario, preguntándose de que cosa podría tener él que a Toro le sirviera, si él no tenía nada.

–Desde que tu llegaste aquí… te ha faltado algo?, -le consultó el Toro con su moreno y tosco rostro, a la misma vez que exhalaba el humo del cigarro por la boca y la nariz al mismo tiempo.

–Pues no…!, creo que no…

–Ok… Ok…, tú sabes que has contado con mi protección todo este tiempo verdad…?

–Lo sé… claro que lo sé… y como le decía el otro día, le estoy muy agrad…

–No me agradezcas…, -le cortó el delincuente ahora en forma seca, –Ha llegado el momento en que tienes que pagarme…, -la actitud y mirada del maleante dio un giro de 180°, y su interlocutor lo notó al instante.

–Queeee…!?, -Fernando aun no asimilaba lo que le estaba diciendo su amigo, lo que menos tenía él en esos momentos era dinero, ya que eso fue lo primero que se le vino a la cabeza después que don Octavio del Toro le dijera que debía pagarle, además de pensar rápidamente que lo poco que ganaba Lissette en la tiendita era para pagar el dividendo de la casa, mantenerse a sí misma y para poder llevarle a él lo que necesitase.

–Que me pagarás pendejo…!!!, -continuo vociferándole el Toro al ahora algo asustado Fernando, –Estamos en la cana por si no te has dado cuenta, y aquí nada es gratis, todo se pagaaa…!!!, -le dijo fulminándolo con su fría mirada y pegándole una feroz chupada al cigarrillo en donde se lo consumió casi hasta la mitad de este.

–Pero… pero… y como le voy a pagar si yo no tengo nada, Usted sabe que…

–Si tienes como pagarme idiota, es solo que con lo pendejo que eres no te has dado cuenta…, -ahora el viejo Octavio caminaba amenazantemente hacia donde estaba Fernando, este mismo retrocedió hasta quedar atracado contra el muro de la celda, el Toro junto con poner su gran puño contra el muro y justo al lado de la cara del asustado primerizo le soltó lo que realmente pretendía, –Hay algo que tú tienes y que yo quiero que sea mío… estarías dispuesto a dármelo a cambio de mi protección y amistad?

–Bueno en ese caso… solo dígame y veré que es lo que puedo hacer…

–Claro que lo podrás hacer zopenco afeminado, además que así nos evitaríamos muchos problemas…

–Entonces dígalo de una buena vez…!, -Fernando rápidamente y junto con decirle lo último se salió desde la posición en que el delincuente lo tenía arrinconado con claras intenciones de buscar la salida de la celda, pero el Gitano con otros tres convictos estaban en la puerta de esta cuidando que nadie se acercara a ella mientras se llevaba a cabo el acuerdo.

El viejo y feroz presidiario otra vez tenía arrinconado al asustado Fernando en otra de las esquinas de la celda, ahora le soltó crudamente sus calientes pretensiones.

–Quiero culearme a tu esposa…!! Y tú me ayudaraásssss…!!!, -le soltó mirándolo en forma asesina y directo a los ojos.

–Queeeeeeeee…!!??, -Fernando no daba crédito a lo que le solicitaba su supuesto amigo.

–Lo que escuchas “amigo” Fer, la perra que tienes por mujer está realmente buena y ya me la quiero trabar, o sea, deseo meterle la verga hasta el fondo y correrme dentro de ella, lo entiendes ahora?

Luego de 5 segundos en que demoró la mente de Fernando en digerir la tremenda estupidez que le estaban solicitando, se dio a solo balbucear aun no creyendo lo que escuchaba.

–No… no… no c…cre… creooo… No pu… puedoooo… yo… yo…, -el pobre aun no sabía que decir ni cómo reaccionar.

–Escúchame bien “parasito intestinal…” yo aquí me he portado bien contigo… y ahora necesito que me devuelvas el favor… consígueme una visita conyugal con tu mujer para el domingo que viene… y seguirás contando con mi protección, es un buen trato no?

–Don Toro… Usted… Usted no puede pedirme eso…!! Digo que no…!! Absoluta y rotundamente noooo…!!!, -le vociferó Fernando al lujurioso recluso, cuando ya era consciente de la infame solicitud que le hacía este.

Por su lado don Octavio del Toro luego de mirarlo con cara de querer despachárselo ahí mismo fue y le soltó lo que él pensaba de su actitud:

–Eres un verdadero perro mal agradecido grandísimo hijo de putaaa…!! si tienes más privilegios que otros reclusos en esta cárcel es gracias a mi… acaso no te has dado cuentaaaa…!?

–Yo a Usted no le he pedido nada…!, si quiere llévese su televisión y me cambio de celda ahora mismo…! pero no haré lo que me está pidiendo…! eso jamás…!!

El viejo Toro se abalanzó sobre el cuerpo de Fernando y comenzó a estrangularlo con sus dos manazas puestas en su cuello a la misma vez que le iba diciendo…

–Pues si lo harás idiota, porque si no lo haces me encargaré de que tu vida en esta cárcel sea un infierno… lo entiendes pedazo de maricon…!?, -el delincuente a medida que le hablaba iba ejerciendo más presión con sus manos, ya casi se podría decir que estaba estrangulando al desdichado hombre.

–Nooo… no lo hareee… cof… cof…, y aunque lo hiciera ella… ja… ja mas aceptaría…, -le decía Fernando a la misma vez que junto con luchar por conseguir un poco de aire se aferraba con sus manos a los gruesos ante brazos del hombre que lo estaba ahorcando.

–Pues convéncelaaaa…!!!, -le bufó don Toro a la misma vez que lo liberaba y lo arrojaba al suelo de la celda en forma violenta, dándole sus últimas ordenes, –Así que ya sabes Fernandito… para este mismo domingo quiero cogérmela, así que le dirás que venga vestida lo más buenota que pueda, yo la esperaré en la tienda que estará armada al fondo del pabellón… y estaré ocupado con ella, o más bien dicho, Jejeje, me la voy a estar culeando todo lo que dura la visita, mientras tú la esperarás sentado y tranquilito en tu banca para poder despedirte de ella una vez que la desocupe… Te queda claro…!?

–Nooo…! No lo haré…!!, -Fernando mientras le hablaba estaba tirado en el suelo y con sus ojos llorosos debido a la falta de aire en sus pulmones al haber estado casi asfixiado, y también por la insólita situación que estaba viviendo.

–Si…! si lo harás grandísimo mariconnnn…!! Y lo harás porque me debes…!!! -En eso el aprovechador delincuente le puso tres fuertes patadas en el estomago para luego junto con su sequito de maleantes hacer abandono de la celda de Fernando dejando a este en el suelo, casi sin aire y sin saber que pensar por lo que le acababan de solicitar.

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(Sábado, un día antes de la visita conyugal solicitada por don Octavio del Toro)

El teléfono en la casa de Lissette no dejaba de sonar, la joven y solitaria colorina quien se encontraba tomando desayuno se preguntaba quién podría llamar tan temprano aquel día sábado, en esa ocasión vestía un jeans que sin ser ajustado dibujaba muy bien sus líneas femeninas, y lo combinaba con una blusa que se ajustaba en forma impecable a su cintura, es necesario señalar que con este sencillo atuendo Lisse no dejaba de verse como una hembra de primera categoría, así que luego de ir a dejar su taza de leche a la cocina se dio a contestar el teléfono.

–Bueno…?, -el semblante de la bella pelirroja era de extrañeza, sumado a una sensación de escalo frio que recorrió su espina dorsal, como si este le estuviese dando aviso de todo lo que se desencadenaría a partir del momento en que levantó el auricular.

–Lissette… amor soy yo, Fernando…!

–Fer…?, -el tono en la voz de la hembra fue de profunda extrañeza, preguntándose a sí misma que como era eso de que la llamara su marido si él estaba recluido en un recinto penal en donde supuestamente las llamadas telefónicas están prohibidas, –Y como que me estas llamando…?, si tu estas en la cárcel…, -le consultó finalmente.

–Hablé con un guardia buena gente y accedió a dejarme hacer una llamada…, -le explicaba Fernando a su esposa, ella notaba que la voz de su marido era de preocupación.

–Entonces dime… que es tan urgente como para que hayas llegado al extremo de conseguirte un teléfono…, -las rojas cejitas de la atractiva y joven mujer casadera estaban fruncidas hacia arriba debido a ese inusual estado de nerviosismo que sentía, y ahora más por el exaltado tono de voz en que le hablaba su marido, lo notaba muy nervioso.

Luego de un silencio en la línea el hombre por fin le decía a Lissette el motivo de su llamada:

–Amor… lo que te voy a pedir es realmente importante, y quiero que lo hagas…

La colorina ya se estaba comenzando a preocupar, como ya se dijo, el acento en la voz de su esposo era lamentoso, si hasta se lo imaginaba mirando en distintas direcciones mientras le hablaba al otro lado del teléfono, pero ella deseaba saber más:

–Solo dime… dime qué es eso tan importante que necesitas de mi…

–Lissette, por favorrrrr… por favor te pido que no… que… que no vengas mañana a visitarme…

–Pero porque…?, -la pelirroja ahora se extrañaba aun mas de la conducta y solicitud de Fernando.

–No te lo puedo explicar ahora cariño… solo no vengas,

–Pero explícame el motivo…

–Solo no vengas maldita sea…!!!!, -le gritó Fernando al notar que su esposa le hacía demasiadas preguntas que él no podía contestar.

El silencio reino en el teléfono y Lissette se preocupaba aun mas por el fuerte tono en que le estaba hablando su marido, este mismo reaccionó al instante, –Discúlpame amor, sé que esto te debe parecer extraño, pero es por nuestro bien… prométeme que mañana no vas a venir…

–Está bien Fernando si así tu lo quieres no iré… pero… pero… pensaba llevarte algunos bocadillos y algo de ropa limpia…

–No vengas amor… eso es todo… y discúlpame pero debo cortar… adiós. –El característico y prolongado “tuuuuuuuuuuu…” en el aparato le avisaba a Lissette que la comunicación se había cortado.

La sabrosa colorina después de aquella misteriosa llamada telefónica quedó muy preocupada por aquel comportamiento de su esposo. Pensó que quizás él se había metido en algún problema, pero al instante recordó que Fernando era amigo de ese hombre moreno y corpulento con aspecto de maleante, que si bien ella lo conocía solo de nombre y de vista su marido le hablaba muy bien de él por cada vez que lo visitaba, por lo tanto y a pesar de su horroroso aspecto pensó que si Fernando estaba en problemas con toda seguridad recurriría a él y que este lo ayudaría, por lo que se quedó un poco más tranquila.

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(Domingo en la tarde en uno de los patios del recinto penal)

–Este pendejo sí que es estúpido… tenías razón gitanillo, este idiota se atrevió a llamar a mi mujer para decirle que no viniera a la visita… que se cree…!!??, -le dijo el viejo Toro a su amigo. Los delincuentes una vez que confirmaron que la bella pelirroja tras no haber llegado a la improvisada tienda del Jefe, tampoco había visitado a su marido.

–Y ahora que haremos con el maricon ese que la colorina tiene por marido…!?, -le contestó en forma de pregunta el gitano al mismo tiempo que se escarbaba una muela cariada con un clavo oxidado.

–Le haremos una “visita especial” en la lavandería… -el viejo Toro en tanto dictaminaba se mantenía mirando los altos muros que lo separaban del mundo exterior, el había dado por hecho que para ese mismo día tendría relaciones sexuales con la esposa de Fernando.

–Llamo al Manguera para que lo atienda…?, -el gitano había comprendido muy bien a su jefe cuando este le menciono lo de la visita especial.

–Si… llámalo, si este “hijo e puta” se rehúsa otra vez a hablar con mi hembra para que me preste el tajo que se carga… será el Manguera quien lo hará entender por las buenas… jajajaja…

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Pasado un par de días de lo anterior Fernando ya casi había superado su estado de preocupación luego de la visita en la cual el Toro le solicitó abiertamente su ayuda para tener relaciones sexuales con su propia esposa. Incluso pensó que ante su enérgica negativa este ya había reclinado en sus mal sanas intenciones, pero no se dio cuenta en qué momento se quedó solo en la lavandería, fue que cuando estaba contabilizando las sabanas del bloque A de un rato a otro se vio rodeado por 10 corpulentas figuras.

–Q… que es lo que quieren…!?, -les preguntó Fernando en forma aterrada una vez que cayó en cuenta que aquellos matones venían por él, en esos momentos lo tenían rodeado, y extrañamente hasta los guardias habían desaparecido de la lavandería.

El reo primerizo de un momento a otro se vio tomado rudamente por ambos brazos, y de entre medio del grupo de maleantes apareció ante su vista la corpulenta imagen de aquel viejo delincuente que le había dicho abiertamente sus deseos de acostarse con su esposa en una de las visitas conyugales que se llevaban a cabo al interior del recinto penal, los amigos del delincuente lo tenían prácticamente inmovilizado.

–Me doy cuenta que no eres muy inteligente niño freso… a la legua se nota que te faltó calle cuando chamaco, jejejeje…, -el Toro le hablaba amenazantemente muy cerca de su cara mientras Fernando era inmovilizado, este se movía enérgicamente para zafarse pero era inútil.

–Dime de una vez que es lo que quieres ahora desgraciado…!!, -le gritó el retenido hombre al delincuente, aunque ya más o menos calculaba a que se debía esa inusual visita.

–Para ti soy don Octavio del Toro grandísimo hijo de putaaaa…!!!!, -ahora era el jefe de los maleantes quien le gritaba a Fernando en su mismo rostro… –Es así como me empezarás a llamar desde ahora, además que yo aquí no tengo nada que discutir contigo, y para que nunca más se te olvide con quien estás hablando… tomaaa… –Plommm…!!!!

El fuerte puñetazo en un ojo que le dio el delincuente a Fernando lo hizo ver las estrellas hasta el infinito y más allá, la sangre expulsada desde una de sus cejas corrió a borbotones nublándole la visión.

–Te lo preguntaré solo una puta vez… Me prestarás la concha de tu esposa…!? Si o Noooooo…!!!!!

–Nuncaaaa…!!!, -fue la automática respuesta del asustado ex hombre de familia.

–Entiendo… que conste que yo quise que esto no terminara así, -junto con decirle lo ultimo le asestó un fuerte rodillazo en el estomago que lo dejaron al borde de los vómitos, –Mangueraaa…!, es todo tuyo… -Junto con decir lo ultimo el maleante tomó una silla y se puso al frente del casi ahogado Fernando, para luego seguir con el martirio psicológico, –Lastima que cuando salgas de aquí en 5 años lo harás vestidito de mujer, jajajajaaaaa…!!!!

–Que… que esta diciendooo…!?, -le consultó a duras penas tras el fuerte golpe recibido en su estomago, a la misma vez que era vapuleado por tres delincuentes, Fernando recién se daba cuenta que con un cinturón le acababan de atar sus manos por detrás de la espalda, junto con ello lo hicieron inclinarse en una pequeña mesita que era usada para escribir papeletas de entrega en la lavandería.

Pero el horror lo sintió y vivió en carne propia cuando se vio con los pantalones y calzoncillos más abajo de sus rodillas y que entre dos presos procedían a abrirles las nalgas. Como pudo miró hacia atrás y lo que vio lo dejo casi en estado de shock, era un obeso hombre de cabeza grande y calva. Los ojos de este nuevo personaje carcelario eran rasgados iguales a los de los cerdos, este también estaba con los pantalones abajo mientras se aceitaba una desproporcionada y gran vergota gorda y rosada que debía medir fácilmente de 30 a 40 centímetros como mínimo, por algo lo llamaban el Manguera.

–Noooooooooo…!!!! Por favor nooooooooo…!!!!!, -gritó en forma desesperada al ya graficarse en su mente lo que le iba a suceder.

–Yo quise ser condescendiente contigo pedazo de idiota, si hasta te ofrecí mi amistad, y te estuve protegiendo gratuitamente por casi un mes entero, has de saber que con esa carita de niño bueno con la que llegaste en tus primeros días eran hartos lo que aquí tenían ganas de tratarte como mujer… fuimos nosotros tus únicos amigos, pero a la primera que te pedimos algo te nos niegas… eres un egoísta, así que ahora te enseñaremos…

–Es que no puedoooo…!!!! Ella… ella es mi esposaaaa…!!!! de verdad que no puedoooo…!!!!! Por favor se los pidooo, no me violennnnn…!!!!!, -les gritó finalmente y mirándolos en forma desesperada. Todos los demás reclusos reían entretenidos y de brazos cruzados esperando ver la violación que se iba a concretar.

–Daaaaaaa…!! Lo mismito de siempre… estos fetos de mono mal paridos siempre quieren todo fácil…, -decía don Octavio del Toro con voz de cabreado y mirando a todos sus secuaces, enseguida chispeándole los dedos al viejo Calvo apodado el Manguera le dio luz verde para que este procediera, –Enséñale Manguera amigo mío, enséñale a este mono lo que le hacemos a los que no quieren ser nuestros amigos…

Fernando con estupor y asco sintió cuando el tal Manguera posaba una de sus traspiradas manos en su masculina cadera, ese fue el momento en que sintió un ligero roce de algo caliente contra sus nalgas, por lo que en el acto se le aclaró la mente y ya sabía lo que tenía que hacer…

–Lo hareeeeee…!!!! Lo hareeeeee…!!!! Lo haré maldita seaaaaa…!!!!!, -bufó con espantada vehemencia.

El jefe de los maleantes levantó su mano en señal de stop justo cuando el Manguera con su mal formada y anormal vergota ya se proponía comenzar a perforar…

–Creo que escuché algo mi rey… me lo podrías explicar…!?, -el maleante ahora ubicó su silla a un lado de la mesa en que tenían inclinado a Fernando y lo miraba directamente a sus asustados ojos.

–Está bien… Usted gana… hablaré con ella… lo juroooo…!

–No me jodas pendejo… recuerdo que el otro día fuiste a llamar a mi mujer para decirle que no viniera a visitarte, o más bien dicho a visitarme…, Jejeje…, yo me entero de todo lo que pasa en esta cárcel… lo sabías?

–Lo juroooo… hablaré con ella…, -ahora el rostro de Fernando era casi de suplica.

–Y de que le hablarás…?

–Le diré… le diré que debe acostarse con Usted…!!, pero por favor dígale a ese cerdo infeliz que se salga de atrás mío…!!!, yo… yo soy hombre por Diosssss…!!!!, -exclamó Fernando con profunda desesperación y mirando a todos los presentes en la humillante posición en que lo tenían sobre la mesa.

Era extraño ver como el temple de un hombre se destrozaba con tanta facilidad y de un minuto a otro al extremo de llegar a ofrecer a su propia esposa al intentar defender a como dé lugar su hombría, y eso era la que estaba haciendo Fernando en aquellos desesperantes momentos, a este solo en un par de segundos se le olvidó todo el amor que sentía por Lissette y prefería mil veces que se lo hicieran a ella antes que a él.

En esos perversos segundos era él y solo él.

El viejo delincuente quien ahora lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja ya sabía que tenía controlada la situación por lo que se dio a decirle como serían las cosas de ahora en adelante.

–Bien…!, como ya veo que recién nos comenzamos a entender le dirás a la putita de tu esposa que debe abrirse de piernas para mí y que me prestará la concha los lunes, miércoles y los domingos, esos son los días que yo tengo derecho a visita conyugal, vamos ahora dímelo tu, quiero escucharlo,

–Le diré… le diré que los días lunes, miércoles y domingo debeeee… debe venir a visitarloooo…

–Bien…! vas muy biennnn…! y que mas?

–Y que esos días ella deberá… deberá mantener relaciones sex…

El viejo Octavio le cortó al instante, eso no era lo que él deseaba escuchar, en forma aireada le volvió a explicar:

–Noooooo…!!! Que me prestará la conchaaaa pedazo de idiotaaaa…!!! o sea, que le abriré las panderetas de la zorraaaaa… entiendes ahoraaa…!!!??? Vamos, dilo asiiii…!!!

A Fernando eso que le exigían que el dijera le sonaba infernal, pero no lo quedaba de otra, era eso o su hombría se vería mancillada para siempre.

–Y que esos días ella deberá… deberaaa… abrirse de patas para prestarle la conchaaaa…!!! Que le abrirán las panderetas de la zorraaa…!!!, ya se lo dije, conforme ahoraaa…!!??

–Aja…!!! Veo que ahora ya si te comportas como un buen chico… pero no me harás otra de tus pendejadas?

–Le juro que no…! le cederé a mi mujer…!! Pero… pero dígale a don Manguera que se salga de tras mío…, -a Fernando en su desesperación no se le había ocurrido otra forma de llamar al viejo recluso que había estado solo a segundos de violarlo, además que este aun pensaba que el viejo Toro no cumpliría con su palabra y que iba a terminar siendo violado por un hombre de verga fenómeno.

–Tu labor aquí ha terminado por ahora amigo Fermín…, -don Octavio del Toro echándose para atrás de la silla le hablaba a su amigo de verga gigante, –El gitano de igual forma te cancelará por tus servicios y ante cualquier cosa te estamos llamando…, jejejeje…

Fernando con profundo alivio veía que ese tal Fermín por fin se subía sus pantalanes y se retiraba.

–Gra… gracias señor…, -le dijo una vez liberado y subiéndose en forma neurótica sus pantalones para luego abrochárselos.

–Nada de gracias estúpido… dale las gracias al coño de la perra de tu esposa, eso fue lo que verdaderamente te acaba de salvar el ojete del culo… pero lo que no te hizo mi amigo el Manguera por detrás a ti, yo si se lo haré a ella, jajajajaaaa…!!! –el viejo recluso se aprovechaba del quebrantado temperamento de Fernando para humillarlo a sus anchas y reírse abiertamente de su matrimonio, –Me la cogeré bien cogida a la ramera esa que tienes por esposa, y para que lo sepas bien la abriré de patas para trabármela tanto como yo quiera, si hasta te la dejaré mas culeada que la madre de los 101 dalmatas, jajajajaaaa…!!!!, -reía el muy miserable, en tanto lo hacía este había sacado su propia verga y se la agitaba mientras se daba a ofender a sus anchas al esposo y esposa ambos caídos en desgracia, para luego seguir intimidando al quebrado Fernando. –Así que le dirás a esa perra que este martes aparte de prestarme el sapo y comerse por la concha mis casi 30 centímetros de verga deberá ser una muy buena hembra conmigo, lo harás?

–Se lo aseguro…! E… ella… será muy buena con Usted…! Será muy buena… lo jurooo…!!, -ahora Fernando no era capaz de defender el honor de su esposa, en forma alterada y asqueada miraba la chabacana forma en que el maleante le enseñaba su propia herramienta vergal con la que pensaba perforar a Lissette mientras este mismo se la bamboleaba en forma de círculos.

Y el viejo delincuente no mentía se decía Fernando para sus adentros, eran por lo menos unos 25 centímetros de grotesca carne fláccida lo que don Octavio desvergonzadamente le mostraba, y eso que aun no la tenía parada pensaba en alguna parte de su mente.

–Mas te vale maricon…, -le contestó finalmente el maleante, –porque si no lo hace te aseguro que yo mismo me encargaré de que te conviertan en mujer, para después estar lavando nuestra ropa por los 5 años que te quedan, y en los cuales deberás compartir tu cama con el hombre Manguera jajajajaaaa…!!!, o sea, serás su hembra deslechándolo una y otra vez por todas las noches que pases en esta cárcel, jajajajaaaa…!!!!

–No se preocupe… ellaaa… lo haraaa… si… seguro que si… lo haraaaa… no se preocupe…, -le contestaba una y otra vez el asustado hombre al delincuente en forma aterrada por todo lo que le decía este.

–Tienes toda la semana para convencerla, si el próximo martes no la tengo encuerada al fondo del gimnasio y con ganas de coger será mejor que te vayas consiguiendo bencina y te quemes vivo, porque apenas te encuentre lo que te pasará será aun peor…, -el delincuente tras de decir lo ultimo ya se guardaba su virilidad.

–Ya le dije…! ella va a estar de acuerdooo…! se lo asegurooo…!, -el tono en la voz de Fernando ahora sí que era de profundo respeto.

–Más te vale maricon… ahora largoooo…!!!

Apenas el delincuente lo despachó Fernando se escabullía como alma perseguida por el mismísimo demonio, ante las risas y burlas de los presos allí reunidos.

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En las noches restantes y al interior de su fría celda el desventurado marido casi no podía dormir, y cuando escasamente lo lograba era víctima de una serie de escandalosas y extrañas pesadillas en las cuales veía a su bella mujer cogiendo ardorosamente con don Octavio del Toro, en estos sueños Lissette también chupaba aquella grotesca vergota mucho más grande que la de él, esta casi le doblaba en extensión, grosor y poderío, se decía espantadamente en sus sueños, mientras veía que el asqueroso hombre apodado el Toro teniéndola desnuda y arrodillada, con sus dos manazas clavadas en sus rojizos cabellos tomados en una cola le cogía la boca con frenesí, como también después la veía puesta en 4 patas toda sudada y ahora con todos sus colorines cabellos desarbolados dejándose encular rudamente y en forma alternada por varios delincuentes, actos que a él en la vida real nunca le había permitido, y cuando se despertaba lo hacía traspirado entero y dándole gracias a Dios que todo aquello no había sido más que una terrible pesadilla.

También en los días posteriores a la visita que le hicieron los delincuentes a Fernando en la lavandería este se los pasó como un verdadero zombi encerrado en su celda, y mientras se paseaba haciendo círculos al interior de ella su mente no daba para buscar las palabras que tendría que usar para pedirle a su Lissette que se acostara con otro hombre, el pobre ni siquiera sabía donde se había metido al hacer amistad con el famoso viejo Octavio, además que estaba claro que su mujer se negaría rotundamente a mantener relaciones sexuales con aquel delincuente ni con ningún otro, y esto debido a la estricta formación católica y conservadora en que habían criado a su esposa, pensaba ahora sentado en la cama y con sus dos manos agarrándose la cabeza, si hasta podría perderla para siempre después de la descabellada solicitud que él le haría para intentar salvaguardar su hombría, pero sabía que no tenía mas opciones, al siguiente día era domingo otra vez y sería ahí en donde debía hablar definitivamente con Lissette para que ella lo salvara, aun con todo lo anterior y aferrándose a unas vagas posibilidades igual recordaba muy bien que ella en su momento le había dicho que haría cualquier cosa por él.

(Día domingo y ya en el horario de visitas)

Fernando estaba sentado en una de las desvencijadas bancas que se proveían en el recinto penal para que los presos recibieran a sus visitas, con su corazón latiéndole a mil vio aparecer a su atractiva esposa.

La colorina se acercaba a él con su cadencioso y rítmico caminar que la hacían vibrar entera, pero cortito, así rico. Traía puesto un holgado vestido color marrón el cual se le adosaba a su figura enseñando todas las llamativas líneas que ahí existían, a la misma vez que en su avanzar esquivaba a las muchas personas que ya pululaban en aquel gimnasio carcelario en calidad de visita, ella también llegaba a este con su característico semblante de mujer fiel y seria en las finas facciones de su rostro.

Una vez que la hembra ya estuvo sentada a un lado de su marido nunca habría imaginado el disparate de solicitud que este le iba a realizar, veamos:

En un principio la conversación entre marido y mujer se llevó de una forma normal si es que se puede decir así. Claro que la única que hablaba era Lissette quien inocentemente se daba a narrarle a Fernando lo acontecido en su semana. En un principio la colorina le había consultado a su marido eso de haber tenido que postergar la visita anterior, en donde este solo se dio a darle respuestas evasivas, tal cual como lo hacía ahora, ya que cuando Lissette le consultaba cualquier cosa él solo le contestaba a base de monosílabos, hasta que la pelirroja por fin cayó en cuenta que a su marido algo extraño le pasaba:

–Fernando…, -le dijo de pronto interrumpiendo su propia conversación y mirándolo con sus azules ojos, –A ti te pasa algo y quiero saberlo…

–No… no pasa nada Lisse…, -el pobre Fer aun no tenía la valentía de decirle a su mujer que debería acostarse con un reo para el poder conservar su propia integridad masculina.

–No te creo… desde que llegué a esta visita que no me hablas, acaso tiene relación con los problemas en que andabas metido la semana pasada?

Mientras la bella colorina lo miraba seriamente, el pobre y desvalido hombre miraba solo al suelo intentando pensar en cuales serían las mejores palabras para hacerle la descabellada solicitud a su esposa.

–Pero dime algo Fernando por Dios… que ya me estas poniendo nerviosa con tu silencio…

–Lisse…, -respondió de pronto el hombre, –Es que… es que… no sé como decirlo…

–Decir que…!?

–Es algo que debo pedirte… y que por muy descabellado que te parezca necesito que lo hagas…

–Pues bien, entonces dímelo cariño…, -claramente la joven esposa ni se imaginaba la caliente solicitud que le haría su esposo.

–Es que… es que no sé si tú vas a querer hacerlo…

–Si no me lo dices, entonces como sabré que hacer…!?, ya Fernando recuerda que yo soy tu esposa y que haría cualquier cosa que me pidieras… acaso ya no confías en mi?

–Si confío en ti mi vida… pero es que se me hace difícil pedírtelo…

–Amor… solo dímelo, recuerda que yo te amo con todas las fuerzas de mi corazón, y no hay cosa en este mundo que yo no haría por ti…, -le decía la desprevenida e inocente Lissette a su marido.

–De verdad lo harías…? harías eso que te voy a pedir?, -el hombre le hablaba cabizbajo, pero esperanzado en que su mujer lo comprendería y que aceptaría salvarlo de las garras de aquellos rufianes que lo atormentaban adentro de la cárcel.

–Claro que si cariño, solo dímelo y ya…, -la colorina ya se estaba comenzando a confundir con aquel extraño comportamiento de Fernando, este parecía un verdadero corderito asustado con la forma en que le hablaba desde su posición en la banca, imagen muy distinta a la del apuesto y varonil hombre que ella había conocido solo hacían 5 años atrás.

–Amor… lo que pasa es que necesito queeee…, -Fernando otra vez se quedaba callado sin ser capaz de terminar la frase que tenía en su mente.

–Pero Fer… dime de una vez por todas que es lo que necesitas que yo haga…? Pero porque te quedas callado…?

–De verdad que me cuesta pedirte esto cariño… pero es muy importante para nosotr…

–Dímelo de una buena vez por Dios…!, -le increpó la joven Lissette a su marido, su preocupación real era ver el alterado estado sicológico en que este claramente se encontraba.

Por su parte el quebrado Fernando supo que la situación ya no tenía más remedio, se lo tenía que decir:

–Lisse… necesito que este martes…, -el hombre se tomaba sus buenos segundos entre frase y frase para soltarle a su mujer lo que ella debería hacer, –vengas… vengas a visitar… a visitar… a don Octavio…

–Y quien es don Octavio…!?, -Preguntaba la flamante Lissette con sus pelirrojas cejitas inclinadas hacia arriba, con lo que le decía su marido no estaba entendiendo nada.

–Don Octavio del Toro… tú ya sabes… es el reo que me ayudó en un principio…

–Ahhh? Si… lo recuerdo…, -la expresión de la hembra ahora era de asombro, se preguntaba el porqué del interés de Fernando porque ella visitara a aquel horrendo tipo, así que se lo preguntó, –Pero… pero porque me pides que visite a ese hombre…!?, si es un delincuente…!

–Necesito que vengas a visitarlo y…, -ahora el hombre le hablaba con una fingida risa estúpida en su rostro, además que la bella Lissette se daba cuenta que este no la miraba a la cara al momento de estar hablándole…

–Y que mas…, -insistió la pelirroja tras darse cuenta de los detalles anteriores, esta se encontraba sentada en la banca con una de sus bellas piernas enfundadas en medias color natural, una arriba de la otra.

–Bueno tú ya sabes, necesito que vengas a visitarlo y que lo hagas con él…, -le soltó Fernando finalmente.

Llegar a este punto de la conversación realmente fue un martirio para el pobre hombre.

–Que haga que cosa?, -Lissette aun no entendía el para qué de la solicitud que le hacía su marido, y este seguía intentando explicarle.

–Que lo hagas Lisse… necesito que lo hagas con él…

–Pero y que voy a hacer yo con el…!?, -una extraña sensación de escalofríos fue naciendo en el curvilíneo cuerpo de la joven esposa, ya que aun en forma incrédula creía entender lo que le estaba pidiendo su marido con esa inocente frase de “hacerlo con el…”

–Necesito que solicites una visita conyugal con don Octavio y te acuestes con él… lo entiendes ahoraaa!!??

Lissette ya lo había escuchado crudamente y aun se negaba a creer entender lo que su propio marido le estaba proponiendo, su respiración poco a poco se iba haciendo acelerada, hasta que cuando supo que no estaba equivocada y que si había escuchado bien le preguntó:

–Que cosa me estas pidiendo?, -al consultarle su respiración ya era visiblemente acelerada.

–Lo que escuchas Lissette, -le confirmó Fernando, su estúpida risilla se negaba a abandonar su rostro mientras le hablaba, –Necesito que vengas el martes y seas tú quien pida la visita conyugal con don Octavio, ya que así se hace, una vez que la obtengas deberás ir al fondo del…

–Fernando…!!, -le soltó de pronto la ahora afligida hembra con su carita totalmente desfigurada por el escándalo, –pero como se te ocurre que yo voy a…, -fue Fernando quien ahora no la dejó hablar a ella.

–Lissette se que suena descabellado, pero… perooo… si no lo haces… me… me van a violar… veras cariño, la semana pasada el Toro fue a visitarme a mi celda y tras invitarme un cigarro me empezó a sacar en cara tod…

El marido se dio a explicarle a su atribulada esposa toda la situación ocurrida desde el día de la visita de don Octavio del Toro en su celda hasta los sucesos ocurridos en la tarde que casi se lo violaron, pero cuando iba llegando a la parte en que lo tenían con los pantalones abajo fue Lissette quien lo interrumpió…

–Fer…!! te lo dijeee… y que vas a hacer ahora…!?, eso… eso… que tú me pides es imposible… yo a ti te quiero mucho… es mas… yo te amo… pero eso… eso si que no lo puedo hacer, lo siento…, -le dijo con su cara al borde de las lagrimas.

–Cariño solo hazlo por mí… que o si no me van a violar…!!

La atractiva esposa ahora se separó del cuerpo de su propio marido, algo le indicó que debía cuidarse de él, ese tipo no era el mismo con el que ella se había casado, o eso era al menos lo que pensaba en aquellos momentos, hasta que tras un breve análisis y siendo atacada por sentimientos de ira hacia él, se dio a preguntarle:

–O sea… prefieres entregarme a mi…? le pides a tu propia mujer que se acueste con un desconocido al no poder defenderte tu solo? Eso es así?

–Solo será sexo cariño, yo se que tú me amas y sé que por eso mismo tu también lo harás…

Lissette ya no quiso escuchar mas, sencillamente se puso de pie dispuesta a largarse lo antes posible de aquella inmunda cárcel que por culpa de su marido ella había tenido que rebajarse a poner sus pies en ella, no sin antes dejarle bien en claro lo que ella pensaba de aquel asunto:

–Tu… tú estás enfermo Fer… yo… yo no haré eso… que te quede claro…

A todo esto ya era muchas personas, los que estaban cerca de ellos, entre reos y visitas que escuchaban claramente y en forma maliciosamente sonriente el pleito entre marido y esposa enterándose de los pormenores de esta, en tanto la discusión continuaba:

–Lissette… si de verdad algún día me amaste como tanto lo dices… entonces compruébamelo acostándote con don…

–Cállate que me estás dando asco…!!, -le interrumpió a su marido la dolida hembra ya estando de pie ante la banca en que este se encontraba sentado, la colorina no era consciente de que su situación ya era publica en aquel gimnasio carcelario. –Como se te ocurre seguir pidiéndome semejante estupidez…!!!???, -le decía con su cara llena de ira, esta le temblaba a la vez que le hablaba.

Pero Fernando seguía intentando explicarle:

–Por favor Lisse… acuéstate con él y ya…!!!

–Creo que me voy…, -le dijo Lissette claramente escandalizada por la situación y por lo que le pedían, su estado era de terror, solo se daba a dejarle bien en claro a su marido que ella no estaba dispuesta a hacer eso que le estaba pidiendo, al decirle esto la bella esposa tomó su cartera dándole a entender a su marido que ella ya se largaba, –Eso que me pides es una locura… una verdadera locura…,

–No te vayas amor te necesito… -Fernando en forma desesperada la tomó de una mano intentando impedir que su esposa se marchara, ella se la retiró de un brusco jalón, para ahora si totalmente salida de sus cabales comenzar a decirle lo que de verdad pensaba ella de todo aquel asunto.

–Es que aun no entiendo cómo puedes ser tan imbécil…! tan miserable…!, al grado de pedirme semejante idiotez…!?

–Lisse… siéntate y hablémoslo… yo sé… yo sé que tu puedes hacerlo cariño…, -insistía Fernando, este ahora miraba en forma estúpida a todos los presentes.

–Que me voy te digoooo…!, -le dijo en forma terminante la pelirroja, –Tú… tú estás enfermo y me das… me das ascooo…!!, -la colorina ya comenzaba a hacer abandono del gimnasio carcelario, mientras que su marido se daba a seguirla intentando hacerla entender.

–Lissette no te vayas… yo te amooo…!, -alcanzó a decirle en el punto que su esposa cruzaba el límite que él al estar preso no podía cruzar, la pelirroja antes de marcharse definitivamente giró su cuerpo para decirle sus últimas palabras:

–Nosotros acabamos aquí mismo… olvídame y arréglatelas como puedas… Adiós Fernando…!, -le dijo secamente pero con lagrimas en sus azules ojos para después caminar en forma rápida y esquivando a las personas que aun ingresaban a visitar a los demás reos, el marido no pudo ver como a su mujer se le desfiguraba el rostro por el llanto en los momentos en que hacía abandono del recinto.

Fernando vio como su bella pelirroja hizo abandono de aquel gimnasio carcelario casi corriendo y con copiosos ríos de lágrimas ya rodando por sus mejillas, hasta que la vio desaparecer. Su mente era atacada por un torbellino de emociones contradictorias. Por un lado se sentía el ser mas bellaco y miserable de la tierra al haberse visto en la obligación de hacerle tan vil propuesta a su amada esposa y al amor de su vida, pero por otro lado también le daba gracias a Dios por la actitud de Lissette ante tan escandalosa y baja propuesta, con esta le demostraba lo integra que era ella como mujer y esposa, si hubiese aceptado de buenas a primeras lo más seguro es que él mismo se habría muerto de los celos y capaz que hasta una escena le hubiera armado contradiciéndose que era el mismo quien se lo pedía, pero Fernando por ahora no estaba para ponerse a profundizar de lo tan decente y pura que fuera su esposa, ya que por otra parte una vez que ella se perdió de su vista y al haber ya pensado en lo anterior un tremendo terror lo invadió por lo que le iba a suceder después de dos días en los momentos en que el delincuente viera que su esposa otra vez no se presentaba al horario de visitas conyugales.

En eso estaba el asustado Fernando cuando sin darse cuenta de nada una delgada figura masculina se alejaba desde el punto en que lo había abandonado de su esposa perdiéndose entre las demás personas que pululaban dentro del gimnasio.

El gitano quien estuvo sentado muy cerca de él y de Lissette había estado escuchando toda la conversación que ahí se llevaba a cabo, y ahora después de haberlos seguido y que ya tenía todos los pormenores se dirigía rápidamente a darle comunicación de esto a su jefe.

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–Así que la muy yegua se puso quisquillosa cuando el maricon ese le dijo que tenía que acostarse conmigo!?. El viejo Toro estaba convertido en un energúmeno, otra vez esa exquisita hembra pelirroja se le escapaba.

–Tal cual como tú lo dices Toro, ella se negó rotundamente a hacerle caso,

–Notaste si ese pendejo le hizo algún tipo de señal o algo parecido?, tal vez notó que tú estabas cerca y la puso en alerta… no crees…?

–Absolutamente no mi buen…, ese wey está totalmente asustado, se le notaba en el momento en que le hablaba, y no es que yo lo esté defendiendo ni mucho menos, pero de que le puso empeño para convencerla le puso, fue ella quien no quiso, además de dejarlo plantado le dijo que la olvidara, se me hace que esa yegüita ya no vendrá mas a visitarlo…

–Guaaaaaaaa…!!!, así que la potranca rojiza esa nos salió mucho más decente de lo que pensábamos, te lo dije gitano, esa hembra no es de este ambiente, si solo con ese aire de mujer fiel que siempre veía en su rostro cuando hacía ingreso a la visita ya me calentaba, ahora mis ganas de acostarme con ella se multiplican por mil… quiero cogérmela yaaaa…!!!, -gritaba el presidario botando todas las pertenencias de su celda, esa mujer lo tenía como loco, la deseaba con locura, sus mismos amigos que ahora se miraban entre ellos nunca lo habían visto en tal estado, para luego seguir bufando, –Lo sabía…!!!, lo sabía…!!! Sabía que esta puta me saldría difícil…!!!!!

Y era cierto don Octavio del Toro ya llevaba más de tres años sin coger, ya que las únicas hembras del ambiente carcelario eran las mismas putas de siempre, así que después de haberse cogido a cuanta ramera que se cruzó por su camino al interior de la cárcel, y a una no menor cantidad de maricones el hombre de un día para otro se propuso abstenerse, decidiendo que el día en que volviera a coger tendría que ser con una mujer del mismo calibre de las que el se había cogido en los buenos tiempos, y ese día ya había llegado, lo supo la misma mañana en que la vio por primera vez en la fila de las mujeres cuando ingresaban, y al estar pensando en esto mismo, fue su amigo el gitano quien lo sacaba de sus acaloradas cavilaciones.

–Acaso estas sordo?, la perra mal nacida le dijo al pendejo ese que ya no volvería…

–Si que va a venir… esas zorritas que no son de este mundo son blanditas de corazón, -le decía ahora al gitano con mirada asesina, –Sé que cuando ya se le pase el enojo ese culo otra vez se dejará caer por aquí nuevamente, y no creo que pase mucho tiempo para eso, -terminó diciendo con su respiración agitada.

–Y que vas a hacer ahora?

–Realmente no lo sé, pero de alguna forma le haré saber al marido que me tiene que seguir ayudando para que su mujer se decida a pasarme el tajo si o si, ya verás mi buen gitanillo… ya verás…

–Y que hacemos ahora con ese pendejo?

–Mmmmm… ya que le puso empeño y fue ella quien no le hizo caso solo denle una buena pateadura, déjenlo para la historia, pero no vayan a despachárselo Ehhh, de alguna forma debo hacer que vuelva a insistir con la colorina…

–Jejejejejeeee…, y no se lo pasaras al buen Manguera…!?

–No, aun no, lamentablemente tengo que aceptar que ese zorrito aun es dueño de algo que yo quiero, pero no será por mucho tiempo, así que ya saben… dejaremos pasar unos cuantos días para que la cosa no sea tan notoria, además que debo darle algo de tiempo para que ande asustado y sepa que debe volver a insistir con mi yegua… denle una semana y muélanlo a palos… rómpanle un par de costillas… pero como ya se los dije… no se lo vayan a despachar, queda claro?, así sabrá que debe insistir con ella…

–Así será Toro… así será…, -le contestó malévolamente el Gitano a su jefe.

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Habían transcurrido casi 10 días en los cuales la bella Lissette se la pasó encerrada en su casa llorando y sin saber qué hacer ante la cruda realidad que estaba viviendo. En las pocas horas en que se dedicó a atender su bazar solo se daba a preguntarse a ella misma: ¿Valdría la pena ir a visitar nuevamente a Fernando a la cárcel? ¿Se lo habrían violado ante su negativa (de ella) a acostarse con aquel infame recluso que su marido le había señalado?

Estas y muchas otras interrogantes atacaban la mente de la pelirroja cuando por esos días recibió otra llamada directamente desde la cárcel, pero esta vez no era de Fernando sino que desde la misma enfermería del recinto carcelario. Era día lunes y le avisaban que algo malo le había pasado a su marido y que este se encontraba internado de carácter grave desde hace dos días en la citada enfermería.

La colorina con escándalo en su rostro escuchó el estado en que se encontraba su esposo, quiso saber que era lo que realmente le había ocurrido pero le dijeron que esos eran asuntos entre delincuentes, y que la administración del recinto no se hacía cargo de riñas internas. Tras colgar el teléfono Lissette rápidamente tomó sus cosas personales y las llaves de su carro y se puso en camino, mientras conducía su mente no acertaba en que cosa era lo que realmente le habían hecho a Fernando. –Se lo violaron… se lo violaronnn…!!!, -le indicaba su mente una y otra vez

También meditaba en que a pesar de la infame solicitud que este le había hecho, y el recuerdo de haberlo visto realmente asustado el ultimo día que estuvo con él poco a poco le hacían bajar la guardia sintiendo otra vez que lo amaba… y lo amaba mucho, diciéndose además que ella como su mujer debía estar con él en esos momentos, claro que por ningún motivo accedería a revolcarse con uno de esos tipejos pensaba de pronto, ella tal como lo había pensado en aquellos terribles días denunciaría el hostigamiento hacia su esposo a las autoridades carcelarias y así por fin su marido podría estar un poco más tranquilo, había decidido.

Luego de estacionar a las afueras de la cárcel y estando la colorina ya en la misma sala en donde tenían a su marido, con una mano puesta en su boquita debido al espanto pudo ver nítidamente en el lamentable estado en que se lo dejaron. Fue un guardia de la cárcel quien le indicó que Fernando estaba consciente pero que no era recomendable que hablara mucho debido a unas serias fracturas en sus costillas.

–Fe… Fernandooo… que te han hechoooo…?, -le preguntó con voz quedita a la misma vez que con mucho cuidado depositaba una de sus delicadas manitas en los cabellos de su marido. El hombre tenía la cara hinchada y amoratada, uno de sus ojos, el izquierdo, no se le veía, aparte de tenerlo mas hinchado aun que el resto de su rostro y más morado. En aquel estado Fernando igual se animó a hablar, es más, el estaba esperando la llegada de su mujer, la conocía a tal grado que sabía que ella lo iría a visitar una vez enterada de lo que le había ocurrido:

–Estoy bien Lisseee… solo… soloooo me dieron una pequeña pateaduraaa… Je…!, -le dijo Fernando a su mujer una vez que pudo hablarle, este la miraba con el único ojo que tenía bueno.

–Rufianes…! Malditos…!! y que les hicieron? Los castigaron?, -la cara de la hembra era mezcla de impotencia y preocupación al mismo tiempo, sus ojos se encontraban llorosos.

–Nada de eso Lissette… esto es una cárcel y esos tipos tienen impunidad aquí…

–Malditos… pero que se creennn…!?, -seguía diciendo la pelirroja con estupefacción e incredulidad. ¿Cómo era eso que en una cárcel nadie de las autoridades hiciera nada ante este tipo de abusos…!?, -se preguntaba posteriormente.

–Escúchame Cariñoooo…, -volvió a decir Fernando relamiéndose pesadamente sus resecos labios tras retomar aliento.

–Fernando… no me lo digas nuevamente porque no lo haré…, -claramente la colorina Lissette creía que Fernando insistiría en su última proposición, pero ya no lo culpaba, pensaba que la única culpa era la situación que el pobre estaba viviendo, por lo que siguió diciéndole, –Lo que si haré será denunciarlos, ya verás…

–Nooo… No lo hagas… solo empeoraras mi situación aquí…,-a esta altura de la conversación ambos, marido y mujer se miraban fijamente a los ojos, con Lissette semi inclinada en la camilla.

–Pero Fer…

–Escúchame muñeca… el otro día fui un tonto…, -el magullado hombre se tomaba todo el tiempo del mundo para hablarle a su esposa, esto se debía por el lamentable estado en que lo habían dejado luego de la bestial pateadura que le dio el gitano junto a sus compinches.

–Ay mi Fer… pero… pero… que… que… dices…?

–Lisse… nunca debí haberte pedido semejante vileza… estoy muy arrepentido de haber hecho eso… y no sabes lo orgulloso que me siento que hayas sido mi esposa…, -ahora Fernando con una solitaria lagrima corriéndole por su cara giró su cabeza en sentido contrario de donde estaba ubicada su esposa.

–Ay cariño… lo sé… lo sé… pero porque hablas así…?, -Lissette notaba que aquellas melancólicas palabras que decía su esposo sonaban a despedida.

–Lissette tú no te mereces esto… todo es mi culpa… solo vete y rehace tu vida, yo me las arreglaré con esos tipos…

–Fernando no digas tonterías… yo… yo… no te dejaré… juntos superaremos esto…, -a la bella pelirroja ya casi se le olvidaba el riesgo corporal que corría su cuerpo si se proponía a enfrentar la situación junto a su marido, pero el que si lo sabía era Fernando.

–Solo hazlo cariño… necesito que tú estés alejada de este ambiente… esto no es para ti.

Lissette no podía aclarar que era lo que estaba sintiendo al interior de su ser, ese hombre que le hablaba en aquellos momentos tan íntegramente sí que era su marido, lo sucedido hace casi dos semanas atrás habían sido las consecuencias de las malas decisiones por parte de él, aun así Fernando seguía siendo su esposo y ella se debía a él, meditaba haciéndole suaves caricias en sus cabellos en señal de amor marital.

En el intertanto de la conversación la atractiva Lissette también se pudo percatar que aparte de su rostro magullado los rufianes también le habían volado por lo menos tres de sus dientes principales, y aunque no quería hacerlo en una lejana parte de su mente se preguntaba si también se lo habrían violado, de solo imaginar esto último la pelirroja sentía terror.

En eso estaba Lissette cuando se dio cuenta que Fernando a base de sus femeninas caricias en sus cabellos este había caído en un profundo sueño.

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Antes de hacer abandono de la enfermería la dubitativa hembra pidió hablar con el médico tratante, este siendo un viejo flaco y arrugado que vestía un delantal blanco y que en uno de sus bolsillos a la altura izquierda de su pecho destacaban una docena de lápices sin ni siquiera mirarla le dijo que el delincuente de la cama 5 ya a mitad de semana estaría de vuelta en su celda, que el resto del tratamiento sería ambulatorio, pero la colorina Lissette deseaba saber mas:

–Doctor… necesito saber que otro tipo de lesiones tiene mi marido…

El supuesto medico después de voltear y darle la primera respuesta en forma desganada se la quedó mirando en forma automáticamente lujuriosa, ahora ni siquiera ponía atención en lo que la hembra le preguntaba, diciéndose para sí mismo que aquella puta de cabellos rojizos que se encontraba al interior de su despacho también era de esas que se dejan caer por las cárceles para atender a los pobres hombres ahí enjaulados, pero esta sí que estaba tremenda se decía una y otra vez sin dejar de devorársela, si estaba para comérsela la muy desgraciada, decidiendo en el acto y para sí mismo que el también quería culearsela al igual que con toda seguridad ya lo deberían haber hecho muchos ahí al interior del penal, claro que él no le pagaría, los profesionales carcelarios como él solo tomaban cómo y cuando querían al material de carne femenina que ahí les llegaba.

–Ehhh… me decías…?, -fue lo único que pudo contestar finalmente ya que de pronto cayó en cuenta que la mujer esperaba por una respuesta.

–Necesito saber que más le hicieron a mi marido…?

–Cual marido…?, -ahora el viejo la miraba directamente a sus senos y la pelirroja se daba cuenta a medias de ello, ya que lo más importante para ella era saber el real estado de Fernando.

–Me refiero a mi marido, al paciente del cual estábamos hablando…

–Ahhh… así que ese es tu marido…!?

–Claro que lo es…!, -le confirmó con dignidad la bella Lissette, siempre mirándolo a la cara.

–A disculpe Usted señito… es que por un momento la confundí con una put… –Ehhh… nada… nada solo olvídelo, jeje, me decía?, -el viejo quien ahora mantenía sus dos manos al interior de los bolsillos de su blanco delantal, por debajo de este se comenzaba a agarrar la verga mientras le hablaba ahora con su caliente mirada puesta en sus labios

La preocupación de la pelirroja era tal que no puso atención a las primeras palabras del hombre que estaba a cargo de la salud de su marido, y menos de cómo este ahora se masajeaba la verga a sus costillas.

–Quiero saber que más le hicieron a mi esposo…, -repitió una vez más.

–Bueno por si no se ha dado cuenta le dieron una madriza que por poco casi se lo despachan, jejejeje…, -el ordinario medicucho le contestó como pudo ya que su miembro en breves momentos ya lo tenía parado.

–Está Usted seguro?, de verdad que no le hicieron nada mas?

–Jejeje, no se a que se refiere… sea más clara señora, -el despojo de medico quería ver más de lo que tenía la mujer, por lo que haciéndose el ocupado rodeo la oficina para tener una mejor visión del trasero de Lissette, pero la pelirroja no se lo permitió ya que ella giró rápidamente su cuerpo hacia donde se había ubicado el galeno carcelario.

–Deseo… deseo saber si abusaron de él…, -le dijo ya sin más rodeos.

–Ahhh… ya entiendo Usted quiere saber si le hicieron esto…, -el médico al pronunciar sus palabras sacó sus manos del delantal, una la cerró juntando su dedo índice con el pulgar y con la otra también con el dedo índice apuntaba al orificio formado. Lissette entendió claramente el significado de aquella ordinariez, pero su situación era extrema, además que pensó que el mismo ambiente carcelario ya tenía consumido a ese pobre hombre.

–Lo que sea… se lo hicieron?

–Pues no, una vez que llegó a la enfermería lo revisamos entero, y por detrás está intacto, jijiji…

–Esta seguro…!?

–Segurísimo, por algo soy el enfermero en jefe de toda esta cárcel, Jejeje

–Entonces… usted no es médico…?

–No, el médico viene dos veces por semana, salvo que sea algo grave, un destripamiento o cosas parecidas…

–Ok… entiendo, oiga me decía que ya por el miércoles le darán el alta a mi marido…?

–Mmmm… Si claro… pero descuide, lo iré a ver día por medio de cómo sigue de sus lesiones… -Si no fuera porque la mujer se notaba distinta a las putas que concurrían a la cárcel, el viejo enfermero ni se la hubiese pensado para llevársela a una de las salas para cogérsela, además que el guardia aun esperaba la salida de la mujer en la puerta de la enfermería.

–Gracias señor… de verdad gracias por su atención…, -a pesar de las palabras de Lissette en su mente se preguntaba de que pasaría con Fernando una vez que ya estuviera devuelta con los demás reclusos?

–No hay de que señito, jejejejee, pero si gusta puede venir los días sábado tempranito para que yo le dé información clínica del estado de su marido, jeje.

El calculador y flacuchento enfermero tenía más que claro que los días sábado la enfermería no abría sus puertas a nadie, pero por esa mujer él era capaz de ir a trabajar gratis esos días con la sola intención de darse el lujo de estar a solas con ella y engatusarla, sabía que algo de provecho podría sacar de la suculenta pelirroja, su vasta experiencia con mujeres solas y sin marido disponible le indicaba que tenía muchas posibilidades con ella, solo era cuestión de esperar un tiempito.

–Ok… y gracias nuevamente…

Mientras la hembra caminaba cadenciosamente hacia la salida de la enfermería el viejo y caliente enfermero clavó su ardiente mirada en aquel majestuoso par de nalgotas que lentamente se alejaban.

Ese mismo día lunes después de que la bella Lissette hiciera abandono de la enfermería del recinto carcelario estuvo al interior de su carro por más de una hora, solo se mantenía sentada al volante y pensativa como una estatua, ella no quería irse y dejar a su marido en esa fría sala carcelaria en el estado en que se encontraba, de poder haberlo hecho ella ni se la hubiese pensado para quedarse a cuidarlo por toda la noche, pero eso era imposible.

Por su mente desfilaban uno a uno todos los acontecimientos ocurridos desde el día del encarcelamiento de Fernando: Recordaba sus palabras después de la sentencia, el lo había hecho por ella, es decir la gran mayoría de aquellos lindos momentos que habían disfrutado juntos eran producto de sus actos ilícitos.

–Pobrecito… si estaba robando al banco donde trabajaba era para darle un mejor pasar a ella, -pensaba de a momentos, para luego recriminarse y decirse que lo hecho por Fer era un delito flagrante en cualquier estado del mundo.

Sin embargo a lo anterior el solo recuerdo de las vendas en su cuerpo, de su rostro magullado y sin algunos de sus dientes le enervaban los sentidos, además de sus últimas palabras antes de dormirse. Y pensar que casi se lo habían matado al no haber querido ella acostarse con un desconocido, -se decía para ella misma, -pero lamentablemente ese costo estaba fuera de su alcance, terminaba repitiéndose una y otra vez ahora con su cabeza y rojos cabellos echados sobre el volante.

Todo eso estaba causando estragos en su conciencia, a la vez que también hacían comenzar lenta y casi imperceptible devastación de sus principios. Pero es que la bella pelirroja de verdad que ya deseaba ayudar a su marido más no sabía cómo.

Finalmente cuando ya era casi el ocaso de la tarde una muy apenada Lissette encendía el motor de su vehículo para regresar a la soledad de su hogar. Y a lo mejor era que la leal esposa sabía cuál era la solución para que Fernando pudiera llevar una vida tranquila al interior del penal, pero ella se negaba una y otra vez a pensar más seriamente en aquel escandaloso asunto.

El día martes la solitaria hembra no abrió las puertas de su negocito, se lo pasó en camisa de dormir el día entero realizando las cosas más comunes que se hacen en una casa, parecía una verdadera zombi, en su cabeza lo único que daba vueltas era que al siguiente día a Fernando lo devolverían a su celda, y quizás qué tipo de cosas le harían esos malditos, si ya casi lo habían matado lo que vendría ahora sería mucho peor, le machacaba su conciencia.

Cuando no pensaba en esto, lo otro en que meditaba y que era muy parecido a lo del párrafo anterior, era que la hembra ya casi no soportaba estar tan tranquilamente en la seguridad de su casa, casa que había comprado Fernando, mientras que el corría un peligro inminente de que le ocurriera lo peor que le puede ocurrir a un hombre, si incluso hasta se sentía como una mal agradecida al no poder hacer nada al respecto.

Recordaba claramente que fue su mismo esposo quien le dijo que no sacaría nada en limpio denunciando la agresión de los delincuentes a las autoridades carcelarias, ya que si así lo hacía solo empeoraría su situación, otra vez pensaba en que podría hacer ella para mejorarla.

También tuvo momentos en que en su desesperación meditaba en la remota posibilidad de ir ella a hablar con ese tipejo para que dejara en paz a su marido, pero al instante recordaba el precio que le pediría este para tal efecto por lo que la idea la descartaba en el acto, ese hombre ya había demostrado ser un animal por lo tanto actuaría de la misma forma con ella, terminaba pensando con escalofríos de pavor en su cuerpo con solo imaginarse a ella teniendo sexo con aquel recluso.

Aquella noche Lissette casi no durmió, al igual que Fernando su marido hace algunas semanas atrás, sus sueños se convirtieron en terribles pesadillas, en estas veía como al abrir la puerta de su casa encontraba a su marido muerto y en el piso, en otras lo veía llorando y puesto de rodillas suplicándole a que lo ayudara de la forma en que ya todos sabemos, pero la más terrible de todas para la casi enloquecida mujer era la que de un vehículo en marcha se lo arrojaban todo desnudo y muerto, y que ella al llegar a su lado lo veía con mucha sangre en su trasero. Esta y muchas pesadillas mas son las que asaltaron a la bella pelirroja aquella infernal noche.

Eran las 9:00 de la mañana cuando una hermosa hembra de cabellos rojizos y cuerpo generoso abordaba su automóvil en forma pensativa. Lissette trasnochada y todo se había duchado casi en el alba, para luego tonificar su piel con distintos tipos de lociones, su vestimenta era la común de siempre, pantis, medias naturales y un sencillo vestido ciñéndose a su cuerpo.

Mientras manejaba su carro la expresión de su cara era la misma de siempre, seriedad absoluta y digna. Con sus manos puestas en la dirección y con sus piernas casi inmóviles dirigía la conducción, a veces frenando y otras acelerando, sus rodillas y parte de sus muslos brillaban a causa de las finas medias debajo del volante al habérsele subido el vestido como es común cuando una mujer conduce, hasta que por fin llegó a destino.

Pasó la primera reja del recinto carcelario, ese día su marido no tenía visita, solo gozaba de ellas los días domingo, por lo mismo se dirigió a la parte administrativa que el mismo Fernando le había dicho en su momento, hasta que con su cuerpo hecho un nudo de nervios estuvo de pie ante la ventanilla que en su parte superior decía: “Solicitud de visitas conyugales”. Lo había pensado casi toda la noche, claro que asaltada por las espantosas pesadillas, pero ya cuando aclaraba la mañana lo decidió, ella finalmente había decidido ayudarlo.

–Dígame…, -le dijo una mujer uniformada cuarentona y medio regordeta que usaba unos pequeños lentes de lectura, Lissette veía que su uniforme estaba lleno de insignias federales, y otros parches raros como si esta viniese llegando directamente desde la guerra de Irak.

La colorina tragando saliva y ya más roja que un tomate por lo que estaba a punto de solicitar, por fin le dijo con voz entre cortada:

–Ne… Necesito… so… solicitar una v… vi… visita c… co… con… conyugal…. –las palabras le salían ahogadas, ni ella misma se creía de lo que estaba solicitando.

–Ahhh… era eso, su identificación por favor…

Lissette con mucha delicadeza aunque con sus manitas temblorosas abrió su bolso y extrajo su tarjeta de identificación.

La mujer carcelera una vez que ingresó los datos le habló:

–Oiga señora creo que no podrá hacer uso del beneficio por esta vez, su marido aun está en la enfermería según me dice el sistema, su alta es para mañana así que…

–No… no es con él con quien debo hacer uso de ese beneficio…, -la pelirroja en ningún momento pensó en este desliz.

–No le entiendo… sino es con su marido… entonces con que presidario desea acostarse?, -le consultó fríamente la carcelera ante el silencio de la pelirroja.

Lissette se quedó mirándola con sus exquisitos labios entreabiertos y respirando agitadamente debido al nerviosismo que le causaban aquellas acusadoras palabras de la mujer uniformada, pero luego cayendo en cuenta que esta no le estaba diciendo nada más que la purita vedad fue y le dijo con quien ella debía tener el beneficio de la visita conyugal.

–Con el señor Octavio del Toro…, -le dijo ahora mirando tímidamente a la mujer.

La guardiana en forma refleja se bajó los lentes para quedar mirándole en forma inquisidora desde el otro lado del ventanuco, para luego de unos largos segundos volver a subirlos y teclear los datos que ahora esa mujer colorina le indicaba, mientras los ingresaba movía su cabeza en forma negativa claramente para que la mujer pelirroja lo notara, Lissette sentía que en cualquier momento se desmayaba por la bajeza que estaba cometiendo.

Mientras la carcelera ingresaba y revisaba la información frente al ordenador que también era carcelario y estaba lleno de calcomanías por los costados del monitor, esta hablaba para sí misma: (Obviamente con la pelirroja escuchando)

–Esto es el colmo, la primera visita conyugal y a revolcarse de inmediato con otro hombre, seguro terminará de puta…, -fueron estas palabras las que hicieron reaccionar a la atractiva pelirroja y justo en el momento en que la iba a increpar a que midiera bien sus palabras porque ella no tenía idea por lo que estaba pasando su marido fue la vieja carcelera quien no la dejo hablar:

–Ya está aprobada la solicitud del beneficio SEÑORA, -le dijo la guardiana recargando su voz en su última palabra, pero la vieja continuaba dándole los pormenores, –Como esta visita conyugal no estaba programada deberá esperar 15 minutos para que se le dé aviso al preso ese que usted dijo y la pueda recibir como corresponde, espere ahí sentada, nosotros le avisaremos cuando ya pueda ingresar.

Lissette caminó dudosa hacia donde estaban los asientos que le indicaban, pensaba que aun había tiempo para echar marcha atrás de lo que estaba a punto de hacer, para largarse lo más lejos posible de esa inmunda cárcel, no obstante a ello y por esos misterios de la vida y por el afán de proteger la integridad de su marido la atractiva pelirroja no lo hizo, solo esperó sentada hasta que le dieron aviso que el recluso Octavio del Toro la estaba esperando.

(15 minutos antes en la celda del recluso)

–Aun no lo creo Gitano hijoeputaaaa…!!!! La zorra esa de cabellos rojizos está esperando para que me la culie…!!!!!, -le decía el asqueroso recluso a su amigo el gitano mientras se lavaba la cara y las axilas directamente del agua acumulada del WC que tenían adentro de la celda ya que no contaban el lavamanos al estar este descompuesto y sin suministro de agua.

–Entonces la pendeja esa si pidió la visita conyugal…??

–Si, lo que escuchas mi buen gitano, la muy puta al parecer entendió el mensaje que le enviamos con la pateadura que le dimos al maricon de su esposo, jajajajaaaaa…!!!

–Pártele el culo a la primera para que la cosa valga la pena mi buen Toro…, -le decía el gitano a su compinche con ardiente entusiasmo en su rostro.

–Seeeeeeee… se lo partiré sin miramientos y a la primera… tal como se les debe hacer a las culonas como ella, que se cree…!?, pero antes se lo estaré lamiendo por lo menos una hora a la desgraciada, le debe saber a dioses, jajajaaa…!!!, luego de eso se lo rajo a vergazos.

–Y como le harás para servírtela si ni siquiera hemos armado una tienda para la visita conyugal…!?, -el gitano recordó al instante que al no haber tenido novedades de la hembra en esos días y como a ellos ya nadie los visitaba, su jefe no tenía donde recibir a la colorina.

–Naaaa… primero la iré a saludar al gimnasio, para ver si realmente viene a culear, si es así me la llevaré a la parte de las celdas abandonadas, ahí tengo unos cartones y me la podre coger más tranquilo, además que ya varios camaradas hacen uso de ellas para sus visitas conyugales, Jejeje,

–Jejejeje… eres un suertudo Toro, te vas a coger una hembra tremenda, ninguna puta de las que viene a trabajar le llega ni a los talones a esa pelirroja…

–Tranquilo we…, te prometo que la próxima zorra buena que llegue la tendrás, pero a esta la quiero solo para mi, crees en la calentura a primera vista…!?, pues creo que yo sufrí de eso apenas la vi, jejejeeee…, -le dijo el Toro a su amigo el gitano en los momentos en que ahora aun arrodillado en el WC se echaba agua en su seboso pelo, para que la hembra creyera que recién venía de darse una ducha.

Lissette ya esperaba nerviosamente sentada en una de las apolilladas bancas del recinto carcelario, esta vez ella se encontraba al otro lado del alambrado que existía en aquel horrendo gimnasio repleto de gente, el mismo donde se realizaban las famosas visitas conyúgales, en su silenciosa espera la hembra lloriqueaba limpiándose sus ojos azules delicadamente con un pañuelo, y lloraba por dos razones, la primera: Lissette estaba aterrada por lo que iba a hacer aunque de igual forma aun guardaba esperanzas de que aquel delincuente con el cual se iba a entrevistar entrara en razón, y la segunda era de que si ese hombre, el tal Octavio no le hacía caso en forma forzosa iba a faltarle a su marido, pero y que mas podría hacer?, ella debía ayudarlo si o si, es decir… si ella cedía y finalmente se atrevía a ir a acostarse con aquel hombre estaba claro que solo lo haría por el bien de Fernando su esposo.

Estando en lo anterior la bella pelirroja vio con mas horror aun que aquel inmundo tipejo y su sequito de amigos-delincuentes ya se venían acercando hacia donde estaba ella, por lo que rápidamente llevó su asustada mirada en sentido contrario de donde se acercaban los presidiarios, de soslayo pudo advertir que el ordinario hombre de don Octavio del Toro se acercaba a ella con la misma ropa en que lo había visto siempre desde que ella visitaba a su esposo, de jean y con una mugrienta camiseta musculosa y sin mangas que ni siquiera le cabía metérsela en las pretinas de sus pantalones debido a su prominente panza.

El gitano con los demás hombres desviaron su camino, por lo que fue don Octavio del Toro, cual Tiranosaurio en busca de su presa, quien ahora avanzó solitario hasta donde se encontraba la aterrada mujer.

El viejo iba más que caliente, ya iban a ser casi dos meses que estuvo esperando un momento como este además veía que la muy desgraciada aquel día lucía mas buena que nunca, comprobaba y se decía para sus adentros el maleante mientras más se acercaba a ella.

Aquel día Lissette, quien no estaba acostumbrada a vestir tan insinuadoramente llevaba puesto un delicioso vestido primaveral sin mangas y de color azul oscuro, era el más sobrio que encontró aquella mañana en su armario, claro que encima de este traía puesto otro de sus chalecos de hilo con el objeto de no mostrar más piel de lo debido, ya que por nada del mundo deseaba hacer pensar al delincuente que ella se había arreglado para él. Pero este quien ya estaba casi a su lado pensaba que aquella portentosa criatura de cabellos rojizos que lo esperaba sentadita con sus piernotas bien cerraditas y con cara de no quebrar un huevo era verdaderamente de otro mundo. Su vestido se adosaba perfectamente a las formas de su cuerpo, además veía que sus tetotas intentaba tapárselas con un chaleco delgado y de una tonalidad también oscura, pero él ya las imaginaba al desnudo, debía tenerlas grandes, blancas, duras y muy aromáticas pensaba el presidiario con su verga ya a medio filo y con ríos de calentura corriéndole por las venas.

Hasta que por fin el macho estuvo a un lado de aquella hembra a la cual ya ansiaba poseer.

El viejo Octavio quien llevaba años sin tratar con una mujer de verdad, ya que solo lo había hecho con prostitutas acostumbradas al ambiente carcelario, no tuvo el tino suficiente como para por lo menos llegar a tener la mas mínima gota de interés por parte de ella hacia su persona, ya que estaba casi seguro que la hembra iba a querer ir a mantener relaciones sexuales con él de buenas a primeras, así que la saludo de la misma forma en que el acostumbraba a tratar a las hembras de su propio ambiente:

–Hola puta, hasta que al fin te decidiste a venir a nuestra primera visita conyugal, jajajjaaaa…,

Lissette se lo quedó mirando en forma incrédula y de extrañeza con semejante recibimiento, esta era la primera vez que trataba con ese hombre y vaya la forma en que este se expresaba hacia ella.

–Que… que… diceee…?,

–Lo que escuchas pendeja, -Siguió diciendo el delincuente quien ya se creía ganador, –Te digo que al fin te decidiste venir a culear conmigo, jajajjaaaa…!!!

La colorina lo recorrió de pies a cabeza, preguntándose si realmente cabria la posibilidad de intentar llegar a otro tipo de acuerdo con tan ordinario sujeto, hasta que por fin le habló:

–Noooo… yo no vengo a e… esoooo…, como se le ocurre…?

–Como que no?, Esta es una visita conyugal… o me equivoco…?, si hasta parece que ya estas como toda una perra caliente que quiere que se la cojan, tu almeja ya debe estilar litros de jugos al estar deseando una buena verga… jaja…! verdad ramera…!?, -y diciendo esto último el delincuente quien ya estaba sentado junto a ella posó descaradamente y con total propiedad una de sus peludas manazas en el suave muslo enfundado en medias de Lissette, la sensación para el recluso fue indescriptible la dureza de este y la suavidad que se adivinaba por debajo de la delgada tela de las medias le aceleraron todas las pulsaciones de su grotesco cuerpo carcelario, se la quería violar ahí mismo encima de la banca, no importándole la presencia de las demás gentes que repletaban el gimnasio.

Lissette estaba horrorizada, sus azules ojos quedaron clavados en la morena manaza del viejo Toro puesta en una de sus piernas, al ser consciente que esta era la primera vez en su vida que otro hombre aparte de Fernando la estaba tocando, además de la semejante y soez bienvenida por parte de este.

Una vez superado aquel asfixiante primer contacto la pelirroja rápidamente llevó una de sus manitas para intentar retirar la mano del viejo de su muslo pero esta estaba muy incrustada, y por su parte don Toro aprovechó en el acto esa situación para posar su otra manaza encima de la suave manita de Lissette para seguir soltándole sus leperadas, y a la vez increparla al notar la negativa reacción de la que iba a ser su mujer:

–Que pasa mamacita rica, acaso aun no estás convencida de querer seguir viendo con vida al pendejo de tu esposo?, vamos yo se que si… solo deberás acompañarme a una parte donde estaremos solitos… luego te sacas esos trapos hasta quedarte encuerada y te me vas abriendo de patas, eso es todo putita… verás que luego te saldrá gustando venir a visitas conyugales solo conmigo, jejejeeee…

Como se dijo anteriormente Lissette había estado aterrada, pero sus miedos eran de la acción que ella supuestamente iba a realizar por decisión propia viniendo ella de una familia y educación profundamente católica apostólica y romana, y no era que le tuviera miedo a ese hombre, ahora mientras este le hablaba tan descaradamente le veía claramente esa fea y notoria cicatriz que surcaba su rostro moreno, lo único que podía sentir por él era odio y aversión, así que dejando atrás todos los temores antes mencionados sacó a la luz su carácter, claro que no con tanta determinación como comúnmente era en ella, esto debido a la anormal situación que estaba viviendo.

–Se… señor por favor no mal entienda las cosas… yo solo vine a conversar con Usted…, -le dijo a la misma vez que lo miraba directamente a su cara intentando hacerle ver su superioridad social.

–Queeeee!?, -el vejete ya no estaba entendiendo a que se debían esos aires de zorra relamida por la forma en que lo miraba la hembra, esto le recordó la calentura que lo invadió todas las oportunidades en que la vio ingresar a visitar a su marido con esa cara de mujer fiel que tanto la caracterizaban.

Hasta que fue la misma Lissette quien lo ponía en antecedentes:

–Mire… nosotros…, es decir mi marido y yo somos gente de trabajo… nosotros no pertenecemos a este ambiente, por favor solo déjenos tranquilos y le prometo que no levantaré acciones legales contra Usted y sus amigos por haber golpeado a mi esposo…

El viejo había encendido un cigarro y mientras fumaba, la escuchó entre molesto, caliente y entretenido hasta que soltó una estruendosa carcajada casi en la misma cara de la atractiva pelirroja.

–Jajajaaaa…!!!! No me hagas reír pedazo de puta… crees que amenazándome con hacer una denuncia te salvarás de pasarme la concha!?, tu marido está condenado a 5 años de presidio por estúpido, como se le ocurrió ponerse a robar de chaqueta y corbata…!?, jajajjaaaa…!!! Eso se hace con pistola en mano primor, y luego hay que huir para que no te caiga la poli encima, el muy pendejo adulteró papeles bancarios, así como?, jajajjaaaa…!!!!, además que el mismo me dijo que no tenían ni un peso, como vas a pagar un abogado para denunciarnos?

La pelirroja por unos cuantos segundos buscó que argumento utilizar, el presidiario prácticamente la tenía en jaque, así que ya con otra expresión en su rostro y dejando a un lado la altanería se dio a intentar persuadirlo de sus ardientes intenciones para con ella:

–Señor Toro… por favorrr… se lo pido…! D… deje… deje tranquilo a mi marido…!!, -con esto la bella Lissette notoriamente bajó la guardia y el viejo presidiario así lo notaba.

–Por supuesto que lo dejaré tranquilo mami… pero tú ya sabes cuál es el precio por ese servicio, no es así putinga…?, -tras decirle lo ultimo el viejo Octavio comenzó a sobarle levemente el muslo con su áspera mano, Lissette ya no decía nada sobre esto, y por otro lado la desesperación de la hembra era tal que ni siquiera se había molestado en frenar al viejo por la vulgar forma en que se dirigía a ella, que mas podía esperar ella de un convicto?

Mientras esto se sucedía en la banca en que estaba sentada la bella Lissette con el ordinario y corpulento recluso, en el resto del gimnasio la visita en general se desarrollaba con normalidad, y a solo un par de metros de donde estaban ellos existía un sin número de habitáculos hechizos con frazadas donde las esposas ingresaban a concretar la visita conyugal con sus maridos recluidos, como también en otros abiertamente se ejercía la prostitución. Sin embargo nuestra pelirroja aun no estaba segura si iba a poder ella ayudar a su marido en la única forma que al parecer se podía.

–La verdad es que no puedo hacerlo señor, -le dijo ahora en forma cabizbaja, ya que por el curso de la conversación ya intuía en como terminaría todo aquello, –No sé como no lo entiende…?

El viejo tras escucharla, y con solo ver de tan cerca esa carita de muñeca aniñada y de cómo ella fruncía sus tentadores labios rojos para ocupar palabras casi de resignación supo que esa hembra ya estaba a punto de ceder, por lo que se dio a seguir presionándola para poder ir a cogérsela todo lo que el quisiera.

–Escúchame bien zorra remilgada, a ver si esto te aclara como son las cosas para ti desde este preciso momento…, yo puedo hacer que orita mismo vayan unos perros a la enfermería y se despachen a tu marido de la forma más dolorosa que puedas imaginar… aparte de eso si quiero vengo y te arrastro hacia el interior de la cárcel y te violo todo lo que yo quiera junto a mis amigos, recuerda que fuiste tú sola quien pidió esta visita conyugal, pero por otro lado también puedo cuidar de tu marido para que no le rompan el ojete como ya quieren hacerlo muchos aquí adentro, así que lárgala de una… la vas a hacer por las buenas o por las malas…!? -La expresión en la cara de Octavio del Toro ahora era de ferocidad lujuriosa, quería cogérsela a como dé lugar, pero presentía que por la actitud de la mujer esta en cualquier momento se podría echar para atrás y se quedaría sin pan ni pedazo.

Por su parte Lissette teniendo en su mente todas las ultimas palabrotas del vejete se sintió perdida, se sentía impotente de no poder hacer nada, sabía que el recluso tenía la sartén tomada por el mango, y sin poder evitarlo se dio a decirle todo lo que le nacía desde lo más profundo de su ser:

–Es Usted un desgraciadooo…! un cobarde…! Está tratando con una mujer con principios por Dios…!!!, como me propone que me acueste con Usted si esta es la primera vez que hablamos…!?

El feliz vejete seguía analizando la expresión de su cara al momento que ella le iba hablando, y una vez que Lissette terminó de increparlo, el también le dijo lo suyo:

–Escúchame yegua quisquillosa…, yo no deseo conversar contigo de nada, y no me interesa saber nada de ti, ni que música te gusta ni mariconadas parecidas… mi único interés está en ese tajo que te cargas al medio de tus piernotas, solo quiero cogerte, meterte la verga hasta el fondo y correrme adentro tuyo… aun así estoy dispuesto a hacerte una última oferta… que dices…!?

–C… cual… cual oferta?, -Lissette ahora nuevamente había levantado su vista y lo miraba directamente a sus negros ojos.

El viejo antes de contestarle quedó maravillado con el azul intenso de los ojos de Lissette, además de darse cuenta que ella mostraba un poco de interés en llegar a algún tipo de acuerdo con él a sabiendas del tipo que este sería, esto lo calentaban aun mas, ya con su respiración algo agitada se dio a realizar su última propuesta:

–Es simple… si aceptas iremos a un sector que está detrás del gimnasio, en este también se realizan visitas conyugales, nos encerramos en una de las celdas que están desocupadas y nos ponemos a culear como desesperados, jejejeeee…!!!, me sigues…!?, -ante el silencio de la colorina y por la expresión de su cara al estar esperando en que iban a terminar sus palabras el viejo entendió que ella si lo seguía, –Entonces y como aun es temprano te quedarás en forma continua a la visita de la tarde, así podremos estar culeando por todo el día, y una vez que los guardias den el aviso que se acabo la visita te podrás largar para siempre, solo será un día de culeo desenfrenado y salvarás a tu marido, ya que si es así yo mismo me encargaré de su seguridad… ahora si no aceptas, su vida aquí será un infierno y tu de igual forma saldrás violada, así que dame tu respuesta ahora mismo pendeja, quieres por las buenas o quieres por las malas?

Lissette en forma automática llevó su azulada mirada hacia un lado de su cuerpo, le enfermaba, le ponía mal estar tan cerca de ese asqueroso hombre que tan desfachatadamente le proponía a ella que mantuvieran relaciones sexuales de una forma de lo mas ordinaria, hasta que a sabiendas que la tenían acorralada e intentando confiar a que el delincuente cumpliera con su palabra, le soltó con el dolor de su corazón y con su integridad por los suelos:

–Me… me dijo que solo sería una sola vez…!?

–Escuchaste bien zorra…! serás mi mujer solo por hoy, claro que me correré dentro tuyo todas las veces que pueda, estaremos cogiendo todo el día hasta que se acabe la visita, y cerramos el trato…, pero ese es el ultimo precio y no hay mas rebajas… que dices… pagaras ese precio…!?, -le consultó finalmente y en forma terminante.

–Y que garantías me da de que va a cumplir lo que está diciendo…?

–No hay garantías, solo mi palabra… deberás confiar en mi cosita rica, vamos y dime… salvarás a tu marido?

La pelirroja sentada en la destartalada banca se la quedó pensando por unos momentos. Con una de sus manos puesta en su frente semi tapándose los ojos y con sus apetitosos muslos que los tenia férreamente cerrados supo que ya no tenía más alternativa, el viejo recluso era el que ganaba.

–A… Acepto…, -le dijo de pronto a la vez que bajaba su vista para no mirarlo, –pe… pero solo lo haré para salvar a mi marido… así que solo por esa razón le pagaré ese precio…

El caliente sujeto casi se corrió ahí mismo con aquella lujuriosa respuesta que fluyó de los rojos labios de la mujer que en pocos minutos le estaría mamando la verga, así que entusiasmado por una insana calentura se dio a decirle:

–Que bien dulzura…! que bien…! entonces acompáñame…!!, -el viejo recluso quiso ponerse de pie, pero la hembra la detuvo tirando de su manita asida haciéndole ver que aun faltaba algo en el trato:

–Espere un momento… tengo una sola condición…

–Pero que chuchas…!!! Y cuales esa condición…!?

–Mi marido…, -a la colorina le costaba que le salieran las palabras ni ella misma se creía estar haciendo semejante acuerdo al interior de una cárcel, –Mi marido no deberá enterarse nunca de lo que ocurrirá hoy entre nosotros… me escucho?, nunca…! -Lissette lo miraba con odio.

–Jejejejeeee… trato hecho putita… no habérmelo dicho desde un principio…?, no sabes cuánto me calienta estar cogiéndome a una zorra a espaldas de su marido, jejejeee, así que dalo por hecho, él no se enterara de nadita…, -y diciéndole esto último el vejete finalmente se dispuso a llevársela al lugar en donde por fin la poseería.

Lissette y don Octavio del Toro se pusieron de pie, claro está que la hembra más que nada se puso de pie impulsada por el ansioso vejete, el presidiario en ningún momento la soltó de la mano así que prácticamente se la llevó casi arrastrando a la alejada galería de celdas abandonadas que los presos con mas privilegios del penal usaban para mantener visitas conyugales, todo esto bajo las maliciosas miradas y sonrisillas de los presos y sus visitas que estaban cerca de ellos ya que todos sabían para donde se dirigían y para que, Lissette deseaba morirse.

La pelirroja con el delincuente debieron cruzar dos rejas hacia mas al interior de la cárcel, en las cuales los celadores debían abrir y cerrar para darles paso a las parejas que iban a lo suyo, los tramos eran cortos, pero para Lissette se hacían eternos, y fue en la segunda de estas barreras en las que en el momento antes de que el guardia les cediera el paso este mismo se interpusiera ante ellos…

–Vaya… vaya… pero que tenemos aquí?, -dijo el guardia carcelario que era otro viejo con cara de delincuente con la única diferencia que este estaba vestido con un uniforme estatal.

–Que te pasa pendejo…!, abre esa reja y déjanos pasar, hoy tengo el derecho de hacer uso de mi visita conyugal…, -le decía el viejo Octavio con cara de enojado al guardia, el presidiario estaba tan desesperado por ir a cogerse a esa hembra que hasta ya casi echaba humo por sus narices haciéndole gala a su apellido.

–Y de donde sacaste esta puta Toro…?, de verdad que no la conocía…, -le respondió el salido gendarme en forma aborrecida como si no hubiese escuchado lo que decía el recluso, este mismo con sus ojos salidos como huevos y con una viciosa sonrisa se daba recorrer y devorarse el cuerpo del milagro de hembra que se iban a ir a servir según se daba cuenta.

–Que me dejes pasar hijo de puta, acaso no te das cuenta que vamos apurados…!?

–Tranquilo we, solo estoy admirando esta puta belleza…, -le respondió el uniformado aun sin hacerle caso, para luego dirigir sus palabras a la asustada Lissette, –Cuanto cobras por la hora lindura, esta noche estoy de franco y me gustaría pasarlo bien contigo…, -junto con decir lo ultimo el sulfurado guardia quien ahora no podía quitar su vista del nacimiento de aquellas esponjosas tetas que se notaban en el escote del vestido de la pelirroja osó también a posar una de sus ansiosas manos en uno de los senos de Lissette, pero solo fue un leve roce lo que logró hacer ya que el viejo Toro rápidamente lo tomó de la muñeca y sobre la misma sacó de entremedio de sus ropas un afilado cuchillo de más de 40 centímetros y lo puso en el cuello del envalentonado uniformado aplastándolo contra la misma reja la cual custodiaba.

–No te pases de listo Méndez… el código carcelario dice que los guardias no se meten con nuestras mujeres…, -le dijo el delincuente a la vez que empujaba el cuchillo en la garganta del uniformado causándole dolor.

La pelirroja con su manita puesta en la boca y sin saber a qué atinar solo pensó rápidamente en eso que decía Octavio del Toro, o sea, ella estaba del bando de los delincuentes?, era ella una mujer de ellos?, -esto se preguntaba en tanto la riña continuaba.

–Quítame esa cuchilla pendejo… te irás castigado un mes entero a la sombra y seré yo quien me este culeando a esa pinche puta que te encontraste…

–A… si?, -el viejo Toro sintió que el guardia le estaba tocando algo de su propiedad cuando este osó a manosear a la pelirroja, su afán por cogérsela era tal que hasta estaba dispuesto a matar por lograr su cometido y era eso lo que iba a ser en esos momentos, no importándole las consecuencias se iba a despachar para el otro mundo al pendejo ese, esa mujer le pertenecía, o al menos por ese día la cosa era así, el asunto era que él no iba a tolerar que viniera otro y se la tocara.

En tanto esto se sucedía Lissette con horror y espanto era espectadora de lo que estaba a punto de suceder, cuando estaba a las puertas de ir a acostarse con un bandido, otro hombre aprovechador había querido manosearla además de tratarla vulgarmente de puta, y cuando la expresión de su cara se iba a desfigurar por el espanto al estar presenciando como don Octavio del Toro se proponía a degollar ahí mismo al guardia, una grave y autoritaria voz llegó a poner orden en aquel sector de la cárcel:

–Que está pasando aquí…!?

El joven oficial que vestía el mismo uniforme que el guardia, claro que mucho más limpio y pulcro que el del otro, preguntaba y se imponía ante los actores de aquella inusual situación.

–Te salvaste que llegó tu teniente pendejooo…!, que sino aquí mismito te carneaba…, -le dijo el Toro a su contrincante antes de liberarlo.

–Méndez explíqueme…!!!, -dijo ahora el oficial dirigiéndose a su subalterno.

–El reo me agredió mi teniente…!!, -le contestó el aludido sobándose la garganta.

–No seas maricon Méndez y dile la verdad al oficial…, -Octavio del Toro por si solo se había arrodillado y puesto las manos detrás de la nuca a sabiendas que así se hacía en señal de seguir el reglamento y los códigos carcelarios.

–Que pasó Toro…!? Porque agrediste al cabo Méndez?

–Este pendejo no respeta a nadie, Usted sabe mi teniente que yo me rijo en todo lo que Ustedes determinan y me he encargado de varios asuntos que les han incomodado, solo iba con mi mujer a una visita conyugal y este pendejo empezó a darme jugo… si incluso hasta le agarró una teta…

–Es verdad eso?, -la pregunta ahora iba dirigida a la mujer aludida, el disciplinado oficial no pudo dejar de embelesarse con la llamativa figura de la atractiva hembra de cabellos marcadamente caobas, pero esto duró solo unos segundos luego adoptó el semblante que le demandaba su jerarquía al interior de la cárcel, no involucrándose con los reclusos ni con sus mujeres.

Lissette muerta de vergüenza, por estar ella envuelta en ese tipo de situaciones tan bajas y que caían casi en lo delictivo, solo se dio a asentir con su cabeza y mirando hacia el suelo, no podía mirar a la cara a ese joven y apuesto oficial.

–Méndez váyase a contralar la visita en el gimnasio…, -dictaminó el joven teniente.

–Pero mi teniente… si yo solo…

–Que se vaya a la visita!!, -volvió a dictaminar más enérgicamente el oficial.

Al viejo cabo no le quedó más remedio que acatar la orden de su superior jerárquico y se retiro aun sobándose el cogote, en eso el teniente ahora se dirigió a la pareja que esperaba, la mujer aun con su manita puesta en la boca, y con el corpulento recluso quien ya se ponía de pie…

–Y ustedes dos… sigan a lo que iban…

–Gracias Oficial, le debo un favor, jejejejee…

Lissette aun en estado de shock por lo anteriormente sucedido de pronto y con estupor se vio a las afueras de una larga corrida de puertas una al lado de la otra, era la sección abandonada de la cárcel, y supo al instante que era en una de esas celdas en la que en pocos minutos quizás ya se la iban a estar cogiendo, estando en estas apreciaciones vio como el viejo Toro abrió una de las puertas y en menos de tres segundos ya estaban al interior de esta y a solas.

Los azules ojos de la pelirroja no se cansaban de recorrer en forma asombrada lo que estaban viendo, en forma totalmente abstraída de su situación veía que la celda en la cual estaba metida no era más que un reducido espacio de tres metros de fondo por dos de ancho, sus muros estaban todos pintarrajeados con rallas hechas con algo parecido al carbón, estas rallas simulaban ser los años, o los meses, los días, o quizás que, y que en la parte superior de uno de estos existía un pequeño rectángulo con barrotes que era por donde entraba la escasa luz del día. Pero la ensimismada hembra seguía con su observación:

La palabra escrita LIBERTAD era la que mas destacaba en distintos puntos de las 4 paredes, más diversos refranes como “aquí estuvo el Brayathan…”; “Verga pal que lee…”; “piko y zorra se aman” también eran de las más vistosas. La hediondez a cuerpo y a meados estaban impregnados en el ambiente, pero cuando puso atención que en un rincón de la celda y en el suelo estaban puestos unos mugrientos y delgados cartones simulando ser una cama recordó en forma espantada los motivos para lo cual ella estaba ahí en esos momentos.

Fue ahí cuando la confundida hembra se preguntó a si misma que era lo que estaba haciendo ella en aquel siniestro lugar?, y cuando su mente ya le indicaba que lo mejor para ella era hacer abandono en forma inmediata de aquella inmunda celda, fue el caliente recluso quien la devolvió a su realidad tomándola desde la cintura y atrayéndola con fuerzas contra su pecho, este aparte de ser muy gordo, ancho y corpulento era por lo menos unos 15 centímetros más alto que Lissette, y la calentura ya casi lo desbordaban en aquella ardiente mañana de visita carcelaria,

–Órale pendeja…! Empecemos…, al fin estamos solo tú y yo…!, –Ahora dame unos besitos mamacita ricaaa…!, -le iba diciendo el viejo a la medida que la iba atracando al muro donde quedó apoyada de espaldas la asustada pelirroja.

El viejo Octavio al tenerla así de agarrada y en aquel estado, con su cara tajeada y sus gruesos labios buscaron la altura de su desprotegido cuello, el aroma floreal que emanaba de aquella parte y de sus fragantes cabellos y al estar también solo centímetros del nacimiento de aquellas formidables protuberancias de carne dura que la hembra se gastaba por tetas, y llevado por un acto de autentico reflejo se dio a sumir su gran bocaza abierta en las fragancias del cuello de la contrariada mujer, situación que aprovechaba para lamerla y besuquearla en aquella suave y erógena zona que él estaba usurpando.

Lissette con su carita apoyada al borde del muro solo lo miraba hacia un lado de su cara, sus aterrados ojos azules veían como el salido recluso movía su cabeza en su cuello, sentía como esa tibia y pestilente boca con lengua incluida iban humedeciendo toda su sensible y suave piel. También sentía como la panza de aquel detestable hombre privado de libertad se comprimía contra su plano estomago, ahora la escandalizada pelirroja se estaba poniendo más que nerviosa por la situación de estar ella y ese aprovechador recluso solos y al interior de una celda carcelaria en desuso.

Lissette quien se encontraba al borde del estado de shock y mientras era asquerosamente lamida y succionada en su cuello a duras penas calculaba que aun quedaban muchas horas para que ella pudiera retirarse de aquel horrible lugar, y antes de que le ocurriera lo peor intentaría por todos los medios posibles evitar que el cochino viejo presidiario le hiciera eso, o sea, que se la violara, aun así en su mente pensaba que tal vez si ella no cumplía con su palabra quizás que cosas podrían ocurrirle a su marido por lo que sus ganas de oponer resistencia pasaban a la espera de a momentos dejando con esto que el viejo Octavio siguiera en sus ardientes avances a base de ásperos lengüeteos en su cuello, de igual forma se dio a intentar frenar la situación:

–P… por favor don T… To… Torooo… déjeme… yo no estoy acostumbrada a estoooo… Dejemeeee!!, -le dijo en forma suplicante con sus azules ojos bien abiertos y mirando como el viejo no menguaba en sus besuqueos en el cuello, claro que ella sabía que no la iban a dejar, ya que para algo aun mas peor era para lo que ella había ingresado a esa celda con semejante hombre, hasta que este ultimo una vez que paró de chupetear y lamer, la tomó otra vez y mas rudamente de sus caderas atracándola con más firmeza contra el muro para luego decirle:

–Te tendrás que ir acostumbrando perraaa…!! Nosotros dos tenemos un acuerdo y de aquí no saldrás sino es bien cogida, este tremendo culazo vikingo que te gastas y estas chichotas que te cargas por ahora son solo mías, así que por favor ya déjate de estupideces y comienza a pagarme lo convenido…!!!

Lissette sentía todo el peso del viejo contra su esbelto cuerpo y el frio muro de cemento donde la tenían atracada, ella veía y se daba cuenta que ha medida como este le aclaraba de cómo era su situación la miraba en forma aterradoramente degenerada, alternando su mirada a sus pechos y a su cara, miradas que le hicieron sentir horror por lo que ya se acercaba, la colorina estaba que se meaba ahí mismo parada como la tenían debido al pavor de verse a ella misma siendo violada en el frio suelo de aquella celda donde estaban, así que estando en tan comprometedora situación, fue el viejo recluso quien la sacó de aquel insólito estado de nerviosismo,

–Ya… ya putaaa… ya no te hagas la importante conmigo y regálame unos ricos besitos con esa boquita de zorra relamida que te gastas…, -junto con decirle esto último el asqueroso y viejo presidiario estiró sus gruesos labios intentando buscar los de Lissette, la joven casada intentaba por todos los medios posibles evitar que eso ocurriera por lo que movía su bello rostro a ambos lados del muro esquivándolo y diciéndole:

–Don Octavio… n… no q… quieroooo… n… no lo ha… gaaaa… soy c… ca… casadaaaa…!!!

El salido vejete le contesto en forma más eufórica aun,

–Eso me calienta mas washita ricaaaaa…!!!, vamos dímelo otra vez para que mi verga se siga endureciendooooo…!!!!, -el viejo Octavio al ir diciéndole eso último le faltaban manos para seguir manoseándola, estas la recorrían entera, al presidario le encantaba estar comprobando el mismo las formas corporales que poseía la preciosa pelirroja, sus ganas de besarla en los labios se acrecentaban aun mas.

–Noooo…! no me be… beseeeee…! eso no lo hablamosssss…!!, -le seguía reclamando Lissette a la misa vez que esquivaba lo voraz y babeante bocota del viejo una y otra vez, pero este se entretenía mas todavía con las desesperadas salidas de su víctima…

–Jajajajaaaa…!!! Tú sí que eres estupidaaaa…!!!!, o sea estas dispuesta a pasarme la concha pero no a darme besossss…!?, jajajajaaaa…!!! Pues haz cuenta que eso estaba anotado en la letra chica del contrato, así que ahora regálame tu boquita de zorraaaa…

Pero la desesperada colorina seguía rehuyendo sus afanes de besos una y otra vez.

El viejo Toro dejando de lado por un momento las ganas de probar el sabor de su boca, y cayendo en un estado de lujuriosidad desmedida a causa de la desbordante calentura que le provocaba la resistencia de la pelirroja y de cómo ella intentaba frenarlo poniendo en el tapete su situación conyugal y eso de que no lo habían hablado cuando se habían puesto de acuerdo para literalmente ir a culear se dio a vociferarle cual era su punto de vista al respecto:

–Me importa una verga que no lo hayamos tratado antes o que seas casadaaaa…!!! –y en un rápido movimiento de manos le subió el vestido a la altura de su cintura y metió sus dos manazas entre la tela de las medias y la piel femenina apoderándose en el acto y a dos manos de ese poderoso y redondo par de suaves nalgotas que tanto había estado deseando comenzando a sobarlas casi con desesperación a la misma vez que su tanda de verdades continuaba, –Además y para que lo sepas lo que más me calentó de ti la primera vez que te vi pasar al gimnasio meneando este culo que te cargas, era ver la cara de perra fiel y altanera que ponías al ir pasando frente a nosotros, jajajajaaaa…!!!, así que déjate de puteadas de poca monta y entrégate zorraaaa… que en pocos minutos ya esteremos culeando como verdaderos perros calientes mientras tu maridito espera el día de tu visita, jajajajaaaa…!!!!

En eso el viejo nuevamente estiró su salivosa trompa buscando en forma desesperada los rojos labios de Lissette, por su parte ella otra vez se dio a evitar que le comieran la boca:

–N… Noooo…! n… no me beseeee…!!, -le exclamaba esquivando los siseos que hacía el viejo en busca de fundir su bocota con la de ella.

El presidiario al ver la negativa de la mujer a besarlo nuevamente se sumió a lamerle ansiosamente el cuello y los oídos. Por su parte y en la mente de la pelirroja quedó rondando esa última idea, que pasaría si su marido se llegaba a enterar que ella había concurrido a una visita conyugal con don Octavio del Toro, si bien fue el mismo Fernando quien en su desesperación se lo tuvo que solicitar en una ocasión, después de su última visita en la enfermería y lo que hablaron aquel día cambiaba todo aquel escenario.

Estos pensamientos se unieron a las grasientas sobadas en su trasero, sumándole también los continuos lengüeteos que le estaban dando en el cuello lo que le ocasionaron unas sensaciones nunca antes sentidas, estas eran una seguidilla de tímidos escalofríos que le recorrieron levemente su espina dorsal, aun así Lissette no le prestó mucha atención a aquello, ya que en esos momentos ella solo se sentía humillada por aquel viejo recluso que a viva voz le ponía en antecedentes que ella ni su situación le importaban y que solo deseaba cogérsela, como si ella fuese una cosa que sirve solo para tal efecto, o tal vez como un juguete sexual, ella no era ninguna muñeca inflable se decía en alguna parte de su mente.

La ofendida hembra con sus ojos fuertemente cerrados y con lagrimas corriéndole por su cara resistía las asquerosas baboseadas que le practicaban a lo largo de su garganta, solo se daba a pensar que mientras ella se encontraba en tales circunstancias al interior de una celda de esa cárcel su marido estaba todo magullado en la enfermería del mismo recinto, esto se lo había recordado el mismo recluso que se estaba aprovechando de ella y de su situación pensaba Lissette mientras seguía sintiendo los desvergonzados magreos y lamidas de aquel vil sujeto.

Pero el recluso ya estaba caliente, muy caliente, la mujer del presidiario primerizo que él había engatusado a base de hacerle creer en primera instancia que lo estaba ayudando sin ningún interés de por medio estaba muy buena, en tanto el continuaba con sus ardientes besuqueos y lengüetazos, y ya deseaba doblegarla por lo que decidió hacerle notar lo que él tenía para ella.

Lissette temió lo peor cuando al estar ella con su vestido subido hasta la altura de su cintura sintió como su violador posaba algo notoriamente duro sobre las delgadas telas de sus medias y del pequeño triangulo formado por su fina y pequeña ropa interior, totalmente horrorizada caía en cuenta que aquella dureza que sentía restregarse contra su vagina era el pene erecto del recluso.

La pelirroja rápidamente puso sus manos en el pecho de su caliente adversario intentando con esto sacárselo de encima, pero don Octavio del Toro ya casi perdiendo los estribos con tal actitud por parte de la soberbia colorina, la tomó con ambas manazas fuertemente de sus pelirrojos cabellos obligándola a que lo mirara, su verga quedó casi incrustada en las finas medias de la mujer, justo al medio de aquel místico triangulo que protegían lo mas intimo que era poseedora la atractiva Lissette.

–Escúchame bien puta de mierda, ya me estas cansando con tu altanera actitud de perra relamida, acaso no quieres volver a ver con vida a tu marido, o acaso prefieres verlo convertido en mujer para el resto de sus días?, -el viejo por cada palabrota que le decía en su mismo rostro empujaba su cintura contra ella haciéndole sentir el poderío de su verga, como a su misma vez más fuerte la jalaba del cabello, –Así que dímelo tu misma zorraaaa… me vas a secundar SI o NO en todo lo que yo te haga…!?

Lissette estando tremendamente asustada al imaginar que a su marido lo mataban al interior de la cárcel, o peor aun que hasta se lo violaban, y estando además muy adolorida por la brutal forma en que estaban jalándole sus colorines cabellos se dio a contestarle,

–Está bien…! Usted gana…!! yo lo voy a secundarrrr…!!!, -el viejo seguía jalando mas fuerte aun,

–Secundar en que putaaa…!!??, -por la forma en que se lo pregunta claramente don Octavio quería estar seguro que la hembra estaba hablando su mismo idioma, y Lissette si lo estaba haciendo:

–E… en… en todo lo que Usted me hagaaa…!!!, -en la expresión de su cara y el titilar de sus ojos azules solo denotaban un miedo terrible, Lissette estaba muy asustada.

–Dilo completo zorrilla… que quiero estar segurooo…!!!,

–Yo lo voy a secundar en todo lo que Usted me hagaaaa…!!!, pe… pero ya pare, no me jale del pelo que me dueleee…!!!

–De verdad zorraaaaa…? o esta es otra de tus puteadas???!!!!

–Ya le dije que voy le voy a secundar en todo… pero don Toro… ya no me jale del cabelloooo…!! Por favorrrrr…!!!

El presidiario si hubiese estado con otra de las tantas putas de las cual estaba acostumbrado a tratar hasta la hubiese abofeteado ahí mismo, aparte de patearla todo lo que él quisiera antes de violarla, pero con solo verle el azul profundo de sus ojos, su preciosa cara de rasgos casi angelicales que ahora solo denotaban temor, por alguna extraña razón se contuvo y poco a poco fue aflojando, hasta liberarla, pero siempre manteniendo su verga firmemente adosada a la vagina de Lissette.

–Bien putaaa…! espero que desde ahorita nos entendamos mejor, ahora nos besaremos.

El viejo Octavio muy caliente como ya estaba y sintiéndose satisfecho con sus logros la había soltado del cabello y nuevamente volvió a estrecharla hacia él tomándola por la amplitud de sus caderas disfrutando a concho y con sus propias manos el voluminoso cuerpazo que se gastaba la joven mujer del otro convicto, la suavidad de su piel en la parte de sus caderas y de sus redondas nalgas eran desquiciantes sumándole a esto que esa sensación de carnes apretadas por el efecto de las medias se le hacían más exquisitas aun, ahora y a la misma vez que la comprimía fuertemente hacia él para que Lissette sintiera en su panochita lo muy parada que tenía su verga gracias a ella se daría a literalmente comérsela, y a sabiendas que la colorina ya no pondría obstáculos de por medio sin más se apoderó de aquella fresca y sensual boca mandándole un beso asfixiante y represivo, sintiendo en su bocota un delicioso aliento tan dulce como la miel.

Por su parte la bella Lissette se mantenía con sus hermosos ojos azules completamente abiertos mientras estaba siendo forzosamente besada en la boca, sintiendo asco al notar como la áspera legua del caliente y aprovechador sujeto se internaba en su boca, esta se introducía en su delicada cavidad oral usurpándolo todo e impregnando su paladar a cigarro y a nicotina ya que el viejo hace poco rato había estado fumando, esa lengua pastosa y extraña se movía desesperadamente buscando la suya propia, el viejo recluso movía su cara sin despegar un solo centímetro su boca con la de ella, pero lo que más le preocupaba a la formidable pelirroja era que el bulto que sentía comprimirse en su vagina este era tremendo y estaba espantosamente duro, lo sentía como si el viejo no tuviera un pene normal puesto en esa parte, lo que ella estaba sintiendo que le comprimían en su delicada hendidura era tan duro como una piedra…, que piedra…!? Eso era una rocaaa…!!!, -se gritaba angustiantemente en su mente en tanto el asqueroso besuqueo continuaba.

–Sssptsss…! Ssssptsssssss…!!!, -era el sonido de bocas devorándose entre ellas al interior de la ordinaria celda, mientras que Lissette era salvajemente punteada, ella en forma desesperada se movía agitadamente contra la pared ante aquel brutal sesión de asquerosos besos que le estaba robando el desvergonzado criminal, ni mencionar el dolor que sentía en la zona de su pelvis.

Por su parte el viejo Octavio ya sintiéndose dueño de la situación y más caliente que el pitón de una locomotora a carbón ya se la quería coger con desesperada lujuria. Tras pasar tres largos minutos en que la estuvo besando a la fuerza y moviendo sus caderas si como ya estuviese cogiéndosela despegó su bocota de los rojos y azucarados labios de Lissette, entre ambas bocas quedaron llamativos puentes salivales que los unían.

La extenuada pelirroja quedó respirando agitadamente a causa de la falta de aliento en que la dejó el facineroso criminal con su asqueroso y lenguoso ósculo, pero este no le dio tiempo a nada, ahora y tras bajarle el delgado chaleco que cubría la complexión superior de Lisse, con su bocaza sedienta de hembra se dio a devorar y lamer sus suaves y níveos hombros al desnudo, el dulce sabor del femenino PH en la piel de aquella Diosa le aceleraban sus deseos por probarla con su verga, la lengua del vejete se paseaba por estos ensalivándolo todo, luego por su cuello y hasta llegar a sus oídos, esto una y otra vez, al mismo tiempo que los punteos en su vagina continuaban, provocándole con este tratamiento experimentar otra vez esa extraña sensación en su espalda a la atribulada Lissette quien ahora se retorcía de desesperación por aquellos desquiciantes escalofríos que la estaba haciendo sentir aquel odioso recluso aunque ella no lo deseara, para luego este desalmado hombre nuevamente comenzar a besarle su ya sensible cuello, en tanto que una de sus manazas ya se apoderaba de una de sus magnificas tetas sobándosela y apretándosela llegando a causarle dolor.

Lissette a causa del salvaje tratamiento que estaba recibiendo en una de sus casi inmaculadas mamas se dio otra vez a intentar que el viejo por lo menos no fuera tan bruto:

–N… Noooooooo…! n… noooo por f… fa… favorrrr…! no me la apriete que me dueleeee…!! no lo ha… hagaaaa…!! d… de… dejemeee…!!!.

Pero don Octavio no la escuchaba al estar profundamente embelesado en las tremendas curvas de Diosa que se gastaba la muy condenada, solo se daba a sobar, estrujar y apretar con desesperación toda aquella suave carne que en aquellos momentos tenía a su alcance.

Lissette quien nunca en su vida había sido sometida a tan caliente tratamiento y por los motivos ya mencionados en los inicios de esta historia estaba sintiendo por vez primera unos extraños y arrebatadores escalofríos, aun así estaba horrorizada, y por mas que le rogaba al presidiario que la soltara este parecía prenderse aun mas de su cuerpo, en eso sintió como el viejo otra vez y con ambas manos se extasiaba apretando y masajeándole en forma exasperada ese par de imponentes y duras nalgotas de las cuales ella era poseedora,

–Ufffff…!!! Pero que buen culazo es el que te gastas putaaaaaaa…!!! -El viejo Octavio ya traspirando notoriamente aun no se la creía que semejante ejemplar de mujer estuviera encerrada en una de las celdas de la cárcel junto a él, la asustada hembra lo escuchaba viendo al frente de sus ojos como ríos de sudor le bajaban por su cara, como si este se estuviese derritiendo, –Creo que voy a culearte ahorita mismo…!!!!

Lissette se quedó en estado de pánico al escuchar lo que le decía aquel desagradable sujeto, a la vez que no sabía que decir ni que contestar ya que con lo que escuchaba estaba más que claro que su tiempo estaba contado, mientras que el vejete seguía restregándole su roca vergal en el centro de su aun seco coñito al mismo tiempo que continuaba con sus leperadas:

–Qué me dices pelirroja…!? Qué tal si comienzas a sacarte la ropita y nos ponemos a culear orita mismo…

No obstante a todo lo anterior recordemos que Lissette a pesar de lo que su cuerpo pueda provocar en las hormonas de cualquier macho ella no era una hembra fácil, y ni siquiera eso, ella sencillamente no se calentaba. Con su marido ella mantenía relaciones sexuales por el solo hecho de que ambos eran marido y mujer, sin mencionar del amor que ambos se profesaban. El asunto final era que ella en esos momentos se iba a dejar usar solo para salvar a su esposo, además que si nunca sintió algún tipo de placer con el hombre al cual amaba menos lo iba a hacer con ese infame y despreciable despojo de hombre que ya se creía su dueño, en tanto este mismo continuaba en su afán de querer convencerla y de que ella pusiera más participación en la ardiente faena:

–Ya mamacitaaa…! ya no te hagas la difícil… y déjame ver de que están hechas estas chiches…!, -junto con decirle esto último el degenerado recluso le subió el vestido hasta la altura de sus hombros, la misma suerte corrió el sujetador que fue arrastrado junto con el vestido, quedando la hembra con sus redondas chichotas al aire y expuestas para que él hiciera lo que quisiera con ellas, y sin mas fue y se las agarró comenzando así una serie de palpadas y apretadas sintiéndolas a cabalidad:

–Ohhh putaaaa!!! Pero que suavidad que te gastas en estas tetotas mamiiiii…!!!, -le decía mirándoselas con los ojos abiertos como platos al mismo tiempo que ya se las apretaba para posterior a eso pasar su cara por ellas manteniendo sus ojos cerrados y en forma apasionada.

Don Octavio del Toro estaba en el séptimo cielo, ya que mientras le hacía la operación antes señalada la tenía atracada a la pared y con su cuerpo la empujaba punteándola con su verga como si de verdad ya se la estuviera cogiendo.

Lissette con sus ojos cerrados ya casi no oponía resistencia, solo se concentraba en pensar que ella estaba pagando el precio por proteger a su marido, mientras que en su panochita aun se restregaba en forma violenta esa tremenda y dura erección que el viejo estaba sufriendo a causa de ella.

Don Octavio a pesar de su calentura se extrañaba de la pasividad que la mujer de rojos cabellos había adoptado, él deseaba excitarla a como dé lugar, pero se daba cuenta que ella solo se estaba dejando y no ponía nada de su parte para hacer más rica la situación, por lo que aumentó la fuerza de su pelvis en la parte central del cuerpo de la hembra a la vez que continuaba con sus groserías para ver si la colorina finalmente se calentaba y se daba a ponerse a culear con él a espaldas de su marido.

–Siente mi verga en tu almeja pendeja…! yo se que te gustaría sentirla bien adentro tuyo… jajajaja…!!!, -le decía por cada movimiento pélvico que le mandaba, para luego continuar, –Te gusta putaaa!?… Te gustaaaa…!!?? Te gustaría sentir mi gruesa verga carcelaria abriéndote el delicado tajo que tienes ahí abajo perraaa…!?

Lissette se mantenía con su cabeza apoyada contra el muro, con sus ojos cerrados y extrañamente respirando por la boca producto de la fatiga y el agotamiento, nunca en su vida la habían estrujado tanto, pero el viejo creyendo que la colorina ya estaba caliente por la expresión de su cara se lanzó otra vez a darle una serie de asquerosos besos en esos exquisitos labios rojos y azucarados probando nuevamente esa suave lengüita con sabor a fresas.

Para la colorina Lissette el estar siendo salvajemente besada y sintiendo una verga que no era la de su marido apuntalándole la parte más intima de su persona le hacían sentir más mal de lo que ya se había sentido, como pudo le habló al presidiario para que este cesara en sus malas intenciones, claro que ella sabía que esto difícilmente iba a ocurrir:

–N… Noooo… Ssrrpsss… Ohhhhh… noooo… Ssrrpssss… n… nooo… p… por f… fa… Sssrrppsss… fa… vorrrr ya noooo…!, -alcanzaba a gesticular entre medio de los ardientes y acuosos besos a los cuales estaba siendo sometida, la hembra verdaderamente ya estaba agotada.

El decidido y caliente recluso fue subiendo su vestido poco a poco sin dejar de apuntalarla, lo pasó por la altura de su cabeza hasta retirárselo, en este también salió enredado el chaleco de hilo y su brassier, y una vez que se deshizo de ambos se dio a contemplar aquella esbelta figura todo lo que él quiso ya que Lissette en aquellos momentos era una verdadera muñeca de goma que se dejaba hacer lo que quisieran, solo que ella no participaba, situación que el aprovechador victimario luego de habérsela devorado ocularmente aprovechó para bajarle las medias de una, quedando maravillado con esas brillosas y suaves caderas, y con solo ver ante su ansiosa mirada aquella alba y diminuta ropa interior casi lo hacen perder la razón a causa de la tremenda calentura a la cual ya estaba entregado, aquella provocativa tanguita blanca no tenía nada de remilgada como él la había imaginado, ahora que estaba al descubierto de las medias la notaba muy tirante en aquellas relucientes y suaves carnes de sus caderas.

Ahora que la tenía casi al desnudo, el viejo se dio a darse el mayor de los gustos visuales de su vida, Lissette estaba prácticamente casi encuerada, por lo que se dio otra vez a contraerla contra su pecho y panza aprovechando de manosearla a su total antojo sobajeándole las nalgas una y otra vez y sin parar, la lamía en la cara, pasaba su apestosa lengua por sus cejas, y la ensalivó por todas las partes de su rostro en donde pudo, las sensaciones en sus toscas manos eran indescriptibles, nunca en su vida había experimentado tal suavidad en carnes femeninas, dictaminando finalmente que la pelirroja era una hembra de campeonato y que lo excitaba hasta la locura.

Por otra parte y al haber pasado ya sus buenos y largos minutos al interior de la celda las extrañas sensaciones que estaba sintiendo la pelirroja ante tan lujuriosos manoseos en su cuerpo ya sin ropa y a tanto lengüeteo en las partes más sensibles de su cuello lentamente se iban apoderando de su mente sin ser ella consciente de esto, ahora habían continuos estremecimientos en su loable figura que la hacían balancearse hacia el cuerpo del vejete en forma exquisita, ya ni siquiera recordaba los motivos del porque ella estaba en tan escandalosa situación y menos de quien era el viejo que la besaba y recorría tan apasionadamente.

El ordinario recluso aprovechándose del lamentable estado psicológico de la pelirroja, ya que el daba por hecho que la zorrita esa ya estaba caliente rápidamente se quitó su mugrienta camiseta musculosa, luego lo hizo con sus jean, Lissette quien se quedó apoyada de espaldas en el muro en que la habían mantenido atracada hasta este mismo minuto solo miraba hacia el reducido ventanuco abarrotado, por alguna extraña razón ahora no caía en cuenta que el viejo Octavio estaba empelotándose para montarla.

De un momento a otro la casi inconsciente colorina otra vez se vio con sus ojos cerrados sintiendo aquel duro instrumento incrustársele en la tela de su ropa interior, pero ahora existía algo que marcaba la diferencia entre ellos, la dureza que había estado sintiendo ahí abajo ahora la sentía más cercana y mas resbalosa, y como era que no si el ansioso recluso ya hasta se había bajado los calzoncillos y se la estaba pasando a pelo en su panochita casi desprotegida, la tanguita de Lissette estaba toda mojada con los líquidos que el viejo iba expulsando de su verga a medida que la punteaba, sus blancas tetas parecían inflarse aun mas debido a lo agitado de su respiración al estar sintiendo por vez primera un idílico gustillo que en forma gradual ya la comenzaba a llamar al apareamiento, por supuesto que ella aun no tenía puta idea de esto último.

Don Octavio del Toro aprovechando el estado de la ninfa no perdió tiempo en meter las manos por ambos lados de sus caderas con la única intención de comenzar a bajarle la tanguita, y la hembra que en algún momento había llevado sus delicadas manitas al peludo pecho del hombre solo se daba a emitir unos desganados reclamos como si ella misma no estuviese convencida de lo que estaba diciendo:

–Noooooo…! e… eso… noooo!! Noooo lo ha… ha… gaaa…!! d… de… ten… gaseee…!!!, -ahora fue ella misma quien bajó sus manitas tomándole las manos al hombre para que este se detuviera, y el viejo estaba tan entusiasmado al estar en tan erótico ritual pre coital con semejante pedazo de hembra no se hizo problemas para detener momentáneamente el inminente encueramiento de su bella compañera sexual, por lo que con el mismo entusiasmo que antes fue subiendo las palmas de sus manos sin despegarlas de aquella enloquecedora tersura en la piel de la pelirroja, pasándolas por sus nalgotas, sus caderas y su cintura dándose por unos buenos segundos a palpar y sobajear a su antojo todo aquel festín de carnes femeninas que la hembra tenía para ofrecer con la suavidad de su cuerpo.

El aborrecible recluso no hallaba por donde comenzar, instintivamente la apoyó otra vez contra el muro pintarrajeado, tomó con sus manos cada una de sus tetas y comenzó a chupárselas con depravación, disfrutando y sintiendo a tope su extrema dureza y magnifica suavidad, su fragancia y su sabor, de a ratos se las recorría con las palmas de sus manos en todo su contorno jugando con sus dedos pulgares en sus pequeños pezones rosados, luego friccionándoselas y amasándolas en forma circular cada vez con más ganas, para luego volver a bajar sus manos a las nalgas de ella contrayéndola hacia él y seguir punteándosela si como de verdad la estuviera poseyendo, la veía con sus deliciosos y jugosos labios semi abiertos como si ella estuviese sintiendo todo lo que le hacían así que sin pensársela mas aprovechó la ocasión para estamparle otro asqueroso beso con lengua que ahora si la hembra luego de unos nerviosos segundos por parte de ella lo aceptó y lo recibió enredando tímidamente su fresca lengua con la de él.

Aquella extraña pareja por cada segundo que pasaba parecían besarse más apasionadamente, la pestilente saliva pasada a cigarro y a fritanga de cebolla rancia se entre mezclaba con la fresca saliva floreal de la exquisita pelirroja que en esos momentos parecía ya estar disfrutando de todo lo que le hacían, por su parte aquel aprovechador hombre estaba apostando todo por calentar a tan tremenda colorina para cogérsela con ella excitada, y ya casi la tenía lista.

El viejo recluso estaba en la gloria, por lo que ya casi sin pensársela quiso por fin convertirla en su mujer, otra vez posó sus dos manazas en las amplias caderas de Lissette para luego y mientras continuaban besándose metió ambos dedos pulgares por cada lado de sus suaves caderas entre la tirante tela de la ropa interior y la piel de la pelirroja y simplemente se los comenzó a bajar mientras seguían besuqueándose ante la pasividad de la entregada mujer.

El viejo recluso a medida que iba bajando aquella diminuta prenda intima estaba como loco, la pequeña tanguita mientras era bajada ya estaba descubriendo los primeros pelitos colorines que existían en la vagina de la monumental hembra, en tanto esto sucedía nuestra excitada y casi perdida Lissette tuvo un dejo de lucidez en su mente y volvió a bajar sus manitas para detener el encueramiento, pero sus calzoncitos ya estaban todo enrollados justo en la mitad de sus muslos, el vejete al notar esta reacción por parte de la que iba a ser su mujer subió nuevamente sus manazas para apoderarse de ese tremendo culazo al desnudo que se cargaba la muy zorra, a la misma vez que se separó de su boca para empezar a bajar con esta dirigiéndose directamente a esas colosales y atrayentes tetazas.

Dos Octavio a sabiendas que ya la tenía con la zorra al aire instintivamente y en forma depredadora abrió lo más grande que pudo su sedienta bocota y en forma voraz comenzó a chuparle otra vez una teta, mientras que encorvado y todo con una de sus manos tomaba su bien parada y gruesota verga ubicándola en la misma entrada intima de Lissette para poder al fin metérsela y empezar a cogérsela como tanto lo deseaba, no importándole que la caliente faena se realizara con ellos de pie.

Lissette sintió como algo caliente y resbaloso muy parecido al pomo de una puerta se posaba y tomaba cabal posesión de su desprotegida vagina, y con solo sentir aquella invasión a su intimidad de golpe reaccionó en forma refleja volviendo a la sensatez y a la cordura, estaban a punto de meterla esa roca que ella había imaginado momentos antes.

–Don Octavio noooooooo…!!!, -exclamó en forma desesperada en el momento en que el recluso hizo presión para encajársela. A su misma vez la ahora lucida colorina aterrada por lo que ella misma estuvo a punto de dejar que pasara con horror seguía sintiendo como una gruesa verga, muy distinta a la única que ella conocía, estaba posada a su vagina aun haciendo presión con fuerzas desmedidas para traspasar sus barreras vaginales.

–Que mierda te pasaaaaaa!! Justo iba a abrirte la conchaaa…!!! -le bufó el lujurioso recluso agarrándola y pasando ahora su brazo por la esbelta cintura para que la potranca esa no se le arrancara como daba muestras de querer hacerlo, aun así la seguía mirando con deseosa lujuria.

La pelirroja rápidamente y en pos de proteger su entrada vaginal comenzó a echar su trasero hacia el muro, estaba aterrada al saberse estar a las puertas de que un criminal que por primera vez en su vida trataba este la tuviera en tales condiciones, el lujurioso convenio de salvar a su marido y todo eso ahora pasaba a segundo plano.

Pero lamentablemente para Lissette don Octavio del Toro ya no estaba para ese tipo de juegos, el viejo estaba que reventaba de tanta calentura acumulada así que simplemente la tomó ahora con sus dos manazas y a la fuerza se dio a volver a devorarle las tetas con ansiosa desesperación, este ya se había dado cuenta que con esa operación la colorina bajaba sus defensas.

–Srppppssssss…! Srpssssssss…! Srpsssssssss…!, -escuchaba Lissette en un nuevo estado de horror mientras veía en primera fila como el viejo Octavio otra vez le magreaba y lamía sus pechos con ella intentando desesperadamente escapar de sus garras.

–Noooo… d… dejemeeee… yo no quierooooo…!!!, -le exclamaba la alterada colorina temiendo que en cualquier momento el viejo la volteara sobre los cartones y se la metiera.

–No me interesa… Srpsssss…! Srpsssssss…!! tú tienes un trato… Srpssssss…!! conmigooo… Srpsssss…!!! por lo tanto lo cumplirás… Srppppssss…!!, -don Octavio le hablaba y chupaba las tetasas en forma alternada, –Escuchaste… Srrpppssss…!!!, Putaaa… Srrrrrrpsssss!!!!, -el recluso estaba vuelto loco por la calentura que le provocaba esa mujer solo deseaba coger con la pelirroja no importándole lo que opinara ella.

Ambos cuerpos desnudos, el del macho y el del hembra, luchaban al interior de la inmunda celda, una por separarse y el otro por seguir comiéndole las tetas a su deseable opositora, la mujer por no ser cogida y el hombre por cogérsela a como dé lugar.

Pero como se dijo anteriormente, el corpulento recluso de anchas espaldas no estaba para ese tipo de juegos, con sus dos robustos brazos rodeo el cuerpo desnudo de la bella Lissette quien por vestimenta solo le quedaban sus pequeñitas sandalias y su tanguita que por efecto de los movimientos esta se había ido bajando y ahora salió expulsada desde uno de los pies de su dueña, el vejete entre empujones por parte de la pelirroja sin mucho esfuerzo se la llevó hasta donde estaban ubicados los cartones y se dejó caer en ellos con la hembra bien afianzada y enredada a él.

Extrañamente y como si la naturaleza mandara al interior de la celda Lissette ya se encontraba debajo del corpulento recluso y este montado sobre ella la tenía con sus dos bellas piernotas bien abiertas, en la posición ideal como para mandarle la primera estocada, el viejo otra vez acomodaba su verga en la rojiza entrada de la colorina.

–Noooooo… q… que haceeeee…!? No me la metaaaaa…!!!, -le gritó a viva voz y tendida de espaldas en el suelo la bella Lissette sintiendo como el viejo le clavaba la verga en la entrada de su intima hendidura, como pudo logró cerrar algo sus piernotas para proteger su vagina, el viejo en el acto se dio a volver a abrírselas, claro que con ella intentando cerrarlas nuevamente.

–Jajajjajaaaa…!!! ya te tengo lista putaaaaaa…!!!, solo relájate igual que hace un rato y verás que terminarás siendo cogida con tu propia venia, te voy a culear entera putita jajajaja… te voy a estar embutiendo la verga hasta que no me quede ni una gota de mi hediondo semen, me dejaras secooooo!!!!, jajajajaaaa…!!!! ya verás que una vez que me la pruebes nos dedicaremos a culear como mal nacidos así que ábrete de patas putaaaa…!!!

La hembra viendo como ese caliente viejo no cejaba en sus lujuriosas intenciones, solo se daba a aguantar los febriles ataques hacia su cuerpo, se sabía literalmente acostada en el suelo con un hombre extraño que muy pocas veces en su vida había visto antes, en tanto el viejo que estaba desesperado por ella y teniendo al alcance de su bocota esas apetitosas tetas de ensueño otra vez se había lanzado a chupárselas, sabía que Lissette en pocos minutos otra vez estaría agotada y sería en donde el aprovecharía de ensartársela.

–Nooooo don Torooooo…!! que haceeee!?, -le decía la colorina sintiendo unas fuertes succiones en sus blancas tetas,

–Te voy a meter la verga zorraaaa…!!! eso es lo que hago jajajajaaaaa…!!! lo vamos a pasar súper ricooo…!!!, jejejejeeee…!!!, después de este día te va a encantar venir a culear a la cárcel…!!!, así que ábrete de patas… Slurpsssss!!!, -le dijo a la vez que le mandaba otra bestial succión en una de sus tetas junto con pasar su antebrazo por debajo de una de las piernas de Lissette obligándola a dejar expuesta su vagina en total crudeza para la visión de cualquiera y obviamente también para su verga.

–Por f… fa…vor don Octaviooo… Noooo!!!… n… no me lo hagaaaa…!!!, -la hembra en forma desesperada intentaba cerrar su pierna libre en decidida protección de su vagina, ya que veía que el vejete estaba como loco por hacerla su mujer,

–Siiiii…! si te lo voy a hacer yeguaaaaa…!! y te lo voy a hacer solo metros de donde está hospitalizado tu maridoooo… verás lo mucho que te van a gustar las visitas conyugales después de este día, jajajjaaaa…!!!!, -el viejo se lo repetía casi en sus mismas narices al estar otra vez intentando montarse a la fuerza sobre aquel curvilíneo cuerpo que se retorcía sobre los inmundos cartones.

Lissette quien intentaba moverse para impedir que le metieran la verga, pensaba en aquello que le había dicho el vejete, este le refregaba en su misma cara el adulterio que ella estaba a punto de cometer, la situación se la hacía aberrante al saber que el viejo estaba en lo cierto, ella estaba desnuda y a punto de ser cogida en la misma cárcel en que estaba recluido su marido.

–Por favor don Octavio no me lo hagaaaa… yo… yo… no estoy acostumbrada a estoooo… a mi… a mi… no me gusta el sexooooo…!!!, -le gritó finalmente la colorina como si con eso el feroz y caliente recluso fuese a liberarla, Lissette aun forcejeaba y sentía como el vejete la inmovilizaba preparándola para la primera estocada de carne caliente.

–Si te lo haré zorraaaa…!! Y que es eso que no te gusta culear…!? Si tu concha está pidiendo a gritos que le metan la vergaaa…!!!! jajajajaaaa!!!!

El vejete ya estaba montado a medias sobre el estilizado cuerpo de nuestra agraciada colorina, ahora se daba a lamerla en la cara, a la misma vez que le chupeteaba en los hombros y bajaba a sus melones, se los succionaba con fuerzas ocasionándole algo de dolor como así mismo unas ricas sensaciones cosquilleantes que muy a pesar de la mujer la recorrían entera.

Lissette en su angustiante lucha de querer escapar de aquel lujurioso vejete, quedó aterradoramente conmocionada cuando estando con sus cabeza levemente inclinada vio por vez primera aquella gruesa y larga verga llena de nudosidades, y que en su base existía un matorral de espesos pelos negros, aquella temible herramienta viril parecía tener vida propia según sus conclusiones ya que esta estando bien parada pulsaba en total estado de excitación sobre su propio vientre el cual ya estaba chorreante de líquidos pre seminales que el viejo botaba por la punta de la verga debido a la calentura en que se encontraba en esos momentos.

En eso notó como el viejo tomó su temible herramienta y estando montado encima de ella la volvió a poner en su entrada vaginal pero ahora se hecho sobre su cuerpo solamente punteándola a pelo, por momentos recordaba lo dura que se la había sentido cuando aun estaban con ropa, y como ella la había asemejado a una roca, don Octavio en tanto había vuelto a atacar sus hombros, y su cuello, solo fueron suficientes unos cuantos minutos de chupeteos y lengüetazos por su cara y sus hombros, esto sumado a los punteos que le estaban pegando en su parte intima con algo que se parecía a un grueso palo caliente, para que la hembra otra vez empezara poco a poco a sentir ese extraño nerviosismo sexual al cual se había visto transportada momentos antes de caer en los cartones, ahora su piel se crispaba ante los nuevos escalofríos que ya comenzaba a sentir, mientras su mente se debatía entre abandonarse a lo que el caliente viejo quisiera hacerle o a seguir intentando no dejarse abusar por aquel vicioso recluso.

Por su parte el viejo Octavio sentía que en cualquier momento se corría en el aire, aun no se la creía que la hembra que tenía casi ensartada y con sus bellas piernas bien abiertas era la misma que el había visto tantas veces pasar los días de visita con cara de mujer fiel y digna a ver a su marido, y por su parte la hembra ya estaba sintiendo otra vez eso mismo que nunca antes había sentido, y el vejete se daba cuenta de ello ya que creía sentir en sus manazas como se le erizaba la piel a la joven casada en los momentos en que accionaba con mas fuerzas su grueso instrumento masculino en aquella apretada vagina que al menos ya se la sentía resbalosa, creía sentir como la hembra a veces le devolvía tímidos movimientos pélvicos por cada punteada que él le pegaba con la verga, fue en ese mismo momento en que la pelirroja hundió su carita entre el cuello y el peludo pecho del hombre, cuando el viejo recluso escuchó salir de sus labios por vez primera un apagado gemido de disfrute.

La hembra no se dio cuenta cual fue el momento en que la sensatez y el recato comenzaron a hacer abandono de su mente, y que de esta se apoderaba un extraño y atractivo estado al cual ella no estaba acostumbrada, lo incorrecto y condenable de su situación y de sus actos con ese asqueroso hombre ahora le resultaban agradables, y este estado era nada más y nada menos que el morbo, un exquisito morbo que el viejo sin quererlo había sabido despertar en ella a base de insultos y ordinarieces, ahora al saberse desnuda y tendida en el inmundo suelo de una cárcel con aquel aprovechador recluso que la punteaba tan exquisitamente en la vagina.

Lissette con unos aterradores perjuicios en su mente se aferró al ancho cuello taurino de ese hombre que no era nada de ella y dejó salir de sus exquisitos labios lo que su vagina y su mente le estaban pidiendo a gritos,

–Mmmmmhhhhssss…, -le salió el lujurioso murmuro, el viejo supo al instante que otra vez tenía luz verde.

La pelirroja en el silencio de aquella celda había comenzado muy despacito y en forma instintiva a menear su pelvis por el grueso mástil de carne caliente que por ahí le estaban restregando causándole sensaciones en su mente y en su sistema nervioso que la hacían estremecer de a momentos, su conciencia le decía que no lo hiciera, pero su cuerpo no le respondía, y ya casi deseaba que esa gruesa cabezota le abriera sus carnes y se le metiera para adentro todo lo que pudiera.

La antes recatada colorina por primera vez en su vida necesitaba moverse en forma de apareamiento, necesitaba algo dentro de ella, y ahí estaba el aprovechador recluso para calmarle sus ardientes deseos, pero este no paraba de chupetearle sus oídos y seguir punteándola encima de su cuerpo, mientras ella solo se dedicaba a sentir y gozar tapándose la boquita para que según ella el viejo no se diera cuenta que estaba caliente.

El viejo Octavio embelesado como estaba en sus ardientes lengüeteos y dejando de puntearla fue bajando por su cuerpo con sus labios y su lengua, ahora abiertamente deseaba saber cual era el sabor real de aquella mujer, le iba a chupar la zorra hasta el cansancio, se daría el gusto de su vida con esa vagina de origines escandinavos.

Hasta que cuando el vejete hubo bajado en su cuerpo más debajo de su ombligo y cuando al fin tuvo su ardiente mirada solo a centímetros de aquellos preciosos bellitos encrespados y de color rojo oscuro y muy brillantes cayó en cuenta que esta era la primera vez en su vida que se iba a coger a una hembra verdaderamente pelirroja, ya que esos finos pelitos muy parecidos a los hilos de cobre que él hubo visto alguna vez en los cables eléctricos así se lo certificaban.

Un verdadero afluente de babas se juntó debajo de la lengua al ver que la mujer que momentos antes se había mostrado altanera ahora solo respiraba agitadamente manteniendo por si sola sus bellas piernas bien abiertas dejándole a su total merced aquella intima parte de su cuerpo que ella ante la ley de los hombres se había comprometido bajo forma y palabra de honor solo a pasarle a su esposo, pero ahora sería él quien la degustaría y ocuparía, así que ya no aguantándose más se aferró con ambos brazos en cada uno de sus muslos abiertos y fue abriendo su babeante bocota para engullir en forma hambrienta la jugosa y femenina ranura de carne que la antojadiza pelirroja le estaba ofreciendo solo a él.

Lissette tras ser observadora del enloquecedor recorrido que hiso el moreno delincuente por las suaves praderas de su cuerpo, paseando su bocota por su ombligo y luego por su vientre, hasta que cuando lo vio casi llegar a lo mas intimo de su anatomía y el saberse completamente abierta de piernas instintivamente quiso cerrarlas pero su mente y su cuerpo no se lo permitieron, esto la aterraron aun mas preguntándose porque no podía cerrarlas, acaso ella también deseaba todo aquello?

Pero era el viejo quien otra vez la sacaba de sus ya esporádicos estados de lucidez, ya que fue única testigo de cómo ese extraño viejo iba abriendo su boca para zamparse su pelirroja vagina, este mismo de un solo y exquisito tarascón fue devorándola en forma hambrienta, esta era la primera vez ella sentía como se resbalaba una lengua masculina entre sus carnes vaginales, o en otras palabras esta era la primera vez que ella dejaba que le hicieran sexo oral.

Lissette no pudo evitar dejar salir de sus labios un fuerte gemido de placer no importándole que ese asqueroso hombre privado de libertad la escuchara, como a su vez su exquisito rostro fue haciendo sugerentes expresiones de placer, con sus rojos cabellos desparramados sobre los húmedos cartones y con sus ojos cerrados abría su linda boquita en forma de “0”, luego proyectando sus labios a forma de tomar aire por estos, y relamiéndoselos con su rosada lengüita, moviendo la cabeza de un lado a otro en el mismo suelo en donde la tenía tirada aquel viejo macho, también con sus colorinas cejas enarcadas hacia arriba en señal de deseo, este era el estado de la bella Lissette cuando ya sin aguantarse mas comenzó a expresar mundanamente lo que estaba sintiendo en esos afiebrados momentos:

–O… Oh… Ohhhhhhhhhhh…! A… Ah… Ahhhhhhhhhh…! Mmmmmmmm…!

Extrañamente la sobre calentada hembra gemía y se quejaba audiblemente como una autentica puta a la vez que empuñaba sus manitas a un costado de su cuerpo manteniendo sus piernas totalmente abiertas y con los muslos recogidos tal cual como si estuviese dando a luz un hijo, sintiendo una y otra vez en su vagina los desquiciantes lengüeteos de quien en esos momentos se la estaba comiendo.

El viejo Octavio con su corpulento cuerpo peludo y con vistosos tatuajes carcelarios en su espalda estaba dado completamente a la lujuria del momento en aquella ardiente celda, como un verdadero perro hambriento de leche la lamía, la chupaba y le succionaba la rojiza concha una y otra vez, aquella deliciosa vagina de pelos colorines que estaba succionando sabía a Dioses, era un verdadero manjar con esos jugos medios ácidos y saladitos que ya comenzaban a destilar, el viejo estaba preso por un morbo sin precedentes.

En tanto la excitación de la colorina tampoco se quedaba atrás, con deliciosos gemidos de autentica calentura mantenía con su cabeza ligeramente echada hacia atrás en el suelo de cemento ya que lo cartones donde la tenían estaban todos rotos, ahora sus amplias caderas se movían despaciosamente en forma refleja, aunque hay que decir que si ella hubiese tenido su voluntad en forma normal nunca lo hubiera hecho, pero la cosa era que en esos momentos no era así, ella instintivamente y en forma delicada premiaba al recluso con suaves meneos ondulatorios y pélvicos de atrás y hacia adelante, es decir, le estaba entregando todo lo de ella a ese lujurioso hombre que no paraba de darse un bacanal de caldos calientes que la ardiente colorina le estaba proporcionando.

Lissette se excitaba cada vez más con todo lo que le estaban haciendo, pero se quedó estupefacta y otra vez volvió a la realidad de una de una cuando fue consciente de que el viejo subió por su cuerpo, se concentró y acomodó su verga en la entrada de su vagina y simplemente se la empezó a meter con decisión.

El lúbrico trabajo para meter su cabezota no duro más de 10 segundos, si bien la colorina no estaba virgen, si estaba muy apretada debido a su sensualidad, como se dijo antes ella era muy mala para la cama.

De un momento a otro la ya sudada pelirroja se vio con el viejo Octavio montado sobre su cuerpo con este tomándola de sus antebrazos para que no se moviera, para luego comenzar a sentir la presión de entrada en su panocha, mas la dilatación de sus tiernos pliegues vaginales abriéndose mientras el grueso instrumento vergal ya se comenzaba a deslizar hacia su interior centímetro a centímetro, primero la redonda y morada cabeza, luego el inicio del tronco, estos ya se habían perdido por debajo de la piel jaspeada de rojo, y después de otros breves 10 segundos más en donde el viejo empujo por cada dos segundos de avance Lissette se sintió con la robusta verga del recluso encajada hasta lo más intimo de su persona, no pudo evitar dejar de salir de su garganta un sufrido gemido de aguante en el momento que sufrió la firme estocada final que le habían mandado coronando así el termino del principio de su infidelidad por salvar la integridad de su marido, el recluso estaba enterrado en ella con toda su verga, solo los dos grandes testículos habían quedado fuera de su cuerpo.

–Oooooohhhhhh…!!!!, -fue el erótico quejido de la hembra, mitad aguante doloroso y mitad disfrute cuando al fin se sintió ensartada, a la vez que sentía como el recluso respiraba agitadamente con su cara tajeada enterrada entre su cuello y uno de sus hombros.

En el mismo momento en que el viejo se dio cuenta con la pasividad en que lo había recibido la hembra recién convertida en su mujer no perdió tiempo en volver a comerle asquerosamente la boca tal como lo había estado haciendo minutos antes, a la vez que comenzó a darle unas firmes embestidas hacia adelante y que Lissette recibía con su carita desfigurada por el horror al saber que finalmente había sucumbido a las calientes intenciones del recluso, y así con esa expresión en su rostro ella enarcaba sus cejas pelirrojas por cada apuntalamiento que le ponían.

La pelirroja ahora estaba desconcentrada de la cogida que le estaban poniendo, en su mente solo existía el remordimiento, pero el viejo había sido testigo de cómo ella le meneaba la panocha cuan se la estuvo lamiendo así que sabía que en cualquier momento la colorina se calentaría nuevamente, y él se iba a dar a logra eso, por lo que se empezó a mover con bestialidad arriba de ella.

–Aaaaahhhh… mamiiiiiiiiiiiiiiii…!!!! Que rico se siente tu coñito por dentroooooo putaaaaaaaa…!!!, -le decía mientras le enterraba la verga con poderío una y otra vez.

Lissette cerraba fuertemente los ojos y aguantaba como podía cada brutal estocada que le mandaban en la vagina, pero aun no se podía concentrar en aquello, solo se daba a pensar que se la estaban beneficiando sexualmente en la celda de una cárcel y con su marido sin los dientes principales y todo magullado en la enfermería de esta misma, y para rematarla era el mismo viejo que la estaba violando el causante del estado de su esposo.

Sin embargo para el viejo recluso y al contrario de lo que estaba sintiendo Lissette la situación para él era tremendamente caliente y lujuriosa, estaba disfrutando con su verga de los más íntimos encantos de una hermosa hembra casi en las narices de su marido, el solo sentirse en semejante situación le daban unas tremendas ganas de eyacular al interior de su vientre, además que ya a estas alturas sabía que aquella sabrosa pelirroja le seguiría ofreciendo placeres insospechados con todos los orificios que ella poseía en su cuerpo.

Al mismo tiempo en que el salido viejo seguía culeandola con firmeza y ahora mirándola a la pasividad de su rostro, también la besaba, se la comía y la absorbía por su boca como queriendo sacarle hasta la última gota de oxigeno que ella tuviera en sus pulmones. Con sus ojos cerrados y besándola asquerosamente se decía para el mismo que la pelirroja al igual que él también estaba dando muestras de sentirse muy cómoda con su verga al interior de su cuerpo, y aunque ella no se moviera como él lo deseaba el solo hecho de tenerla pasiva y entregada con sus bellas piernas abiertas en la posición del misionero permitiéndole entrar en ella todo lo que él quisiera de igual forma lo calentaban hasta la locura… era… era… toda una Diosa se decía mientras que con cara de desesperado no paraba de meterle la verga lo más adentro que pudiera, a la vez que se daba a decirle más peladeces por disfrute propio y también para no correrse antes de tiempo.

–Arrrrrrrrrggggghhhhh…!!!! qué rica está tu panocha perraaaaaaaa…!!! Sientelaaaaaaa…!!!!, te llego hasta el fondooooo…!!!! Te la comes entera y ni siquieras reclamasss, jajajaaaaaaaa…!!!! y eso que no te gustaba culearrr…!!!!! Jajajaaaaaa!!!!! Que diría tu marido si te viera como te enseñan a coger…!!!!! Jajajajaaaa…!!!!!

El viejo se la había acomodado sobre ella afianzándosela desde sus hombros para comenzar a cogérsela con la misma bravura en que lo estaba haciendo, pero también para que ella supiera que por ahora solo le pertenecía a él.

Tras 15 minutos de ardiente cogida Lissette escuchaba como el viejo recluso se burlaba de ella, de su situación y de su esposo, en algún rincón de su mente sabía que estaba haciendo muy mal, pero sin darse cuenta ella su conciencia también le mostraba ese otro estado tan misterioso y prohibido que le hacían acelerar los latidos de su corazón, era la nerviosidad de lo prohibido, del morbo, o mejor dicho de la calentura en su máxima expresión, –eso… eso… que le hacían era muy ricoooo…, -se decía ahora en su mente, lo que nunca había logrado Fernando hacer nacer ni sentir en ella, sumado a que las sensaciones se multiplicaban por cada estocada que le plantaba el vejete, lo colorina con esto último simplemente se entregó a aquellas desequilibradas y perversas emociones que la estaban haciendo sentir como una mujer plena.

–Massssssss…! M… Ma… Masssssssssss! Mas a… a… dentroooo…!, -le dijo por fin la hembra al malévolo recluso, mientras despaciosamente lo comenzaba a secundar con leves movimientos pélvicos y de cintura, aferrándose con sus brazos y manitas a las anchas espaldas del recluso, resistiendo en su cuerpo todo el peso de aquel corpulento maleante que había logrado calentarla.

El viejo con solo escucharla pedir más verga cayó en un estado total de insania lujuriosa y comenzó a premiarla con vigorosas aserruchadas a la vez que se daba a alabarla y animarla para que ella misma le pusiera más talento a la cogidota que ambos ya se comenzaban a dar.

–Así putaaaa…!!!! asiiiiii…!!!! Ves que te gustaaaa…!!?? Muévete mas ricooooo…!!!! Mas fuerteeeee…!!!!

–Oh… Ohhh… Ohhhhhhhh…! M… Mmmmmmmmm…! M… Ma… masss…! massssssss…! -emitía Lissette despacito y en forma entre cortada.

Desde los ojos cerrados de la pelirroja caían dos ríos de lagrimas hacia sus oídos, y esto se debía a la falta cometida por su cuerpo, como también a la excitación que sentía al estar entregándose a tan vil sujeto.

–Jajajajaaaaa…!!!! claro que te la seguiré metiendo zorra si aun no debe ser ni medio día, jajajaaaaaa…!!! te llenaré tu vientre de verga y de semennnnnnn…!!!! Ya verás en que buena puta te vas a convertir después de hoy… jajajajaaaa…!!!!

–R… r… r… ri… ri… coooo…!!!!, -gimió Lissette tras las palabrotas del vejete, ahora movía su pelvis en forma ondulante al mismo compás en que el viejo recluso seguía poniéndole firmes estocadas vergales en su ya jugosa vagina.

Don Octavio del Toro con solo escuchar las tímidas emisiones de los labios de la pelirroja casi lo hicieron correrse antes de lo que él deseaba, así que concentrándose y conteniéndose se dio a comenzar a cogérsela más suave, a estas alturas su verga estando al interior de la vagina de Lissette parecía de acero fundido por lo dura que la tenía, su vigorosa herramienta también estaba toda mojada y lubricada por los jugos que aquella Diosa de rojos cabellos le ofrecía.

El viejo recluso ahora se la cogía de una forma más serenada, disfrutaba metiéndosela y sacándosela haciendo con esto que desde la frágil vagina escurrieran una no menor cantidad de jugos íntimos que la lubricaban por cada vez que la verga ingresaba a su interior.

Don Octavio con cara de gozador mientras se daba a la faena copuladora sentía en cada centímetro de su herramienta unas arrebatadoras sensaciones de deleite jamás experimentadas sobre todo cuando caía en cuenta que la colorina se la comía entera, y que era ella solita ahora quien le exprimía la verga por cada vez que él se la dejaba ir toda, como así mismo era Lissette quien empezaba a acelerar los movimientos. Solo con esos dos detalles notados por el recluso este se dio a dar rienda suelta a todos sus bajos instintos que hasta ese momento había intentado controlar.

–Ohhhhhhhhhhhh…!!! putaaaaaaaaa…!!! mira nada mas como ya te muevessss…!!! Eso…!!! Esoooo…!!!! Apriétame bien la vergaaaa…!!!! Cometelaaaaa…!!!! Asi…!!!! asiiiiiiii…!!!!

–Ri… ricooooo…! ricooooo…!, -era todo lo que se atrevía a gemir Lissette justo en un oído del viejo al momento en que sentía la verga invadirla por completo, pero moviendo su cuerpo con entusiasmo de coito, sus caderas ya se azotaban contra el duro suelo de cemento, sus bellas piernas y muslos siseaban en el aire abriéndose y cerrándose aceleradamente pero lo justo y lo necesario, esto producto de sus propios movimientos y por las energías del macho que otra vez ya se la estaba cogiendo con ganas. Lamentablemente mientras se cometía el adulterio al interior de la asquerosa celda Fernando en su camilla de enfermo y en la enfermería del recinto carcelario pensaba en que podría estar haciendo su bella su esposa en aquellos momentos en la soledad de su hogar.

Pero solo a metros de donde estaba el pobre Fernando internado otra situación muy distinta a lo que él pensaba era la que estaba viviendo su esposa.

–Seeeeeeeeeeee zorraaaaaa!!!! A mí también me gusta estar culeandoteeeee…!!!! Tomaaaa…!!!! tomaaaaaa…!!!! tomaaaaaaa…!!!!, -le gritaba el enloquecido recluso en su misma cara mientras se dejaba caer con su ariete, en respuesta a lo que ella le gemía al oído, ensartándola y agasajándola hacia adelante por cada metida de verga que él hacía en forma furiosa.

Hasta que la excitada mente de Lissette ya no dio para mas, al estar siendo ensartada bestialmente al interior de una cárcel producto de una visita conyugal que ella misma pidió con un hombre que no era su marido, por vez primera desde su afiebrada y pelirroja conchita expulsaba un abundante chorro de jugos vaginales demandándole proyectar su vagina con energías desmedidas hacia arriba, es decir hacia la verga del viejo dejándosela pegada y totalmente ensartada ella sola por unos 15 segundos por lo menos que fue lo que duro el primer orgasmo de su vida.

El viejo estaba como loco, pero que bueno era coger con la colorina, así que notando al instante como era ella quien lo premiaba con sus jugos íntimos, se dio a seguir animándola:

–Y como que no sabías culear perra mal nacida…!!! Si te acabas de mear en mi misma verga… jajajjaaaa!!!

Pero Lissette no le contestaba nada solo se daba a jadear debajo de su cuerpo, su sistema nervioso le impedía poner atención a todo lo que le gritaba el vejete, y este una vez que comprobó que la mujer daba muestras de querer seguir cogiendo pasó sus manazas por debajo de sus espaldas y la subió hacia él, dejándola bien clavada a su cipote dejándola ensartada sobre su tranca, ahora con sus dos manazas puestas en su suave trasero deseaba sentir ver a ciencia cierta cómo ese espectacular cuerpo que poseía la muy desgraciada se movía con manteniéndola abrazada y encajada

Ahora mientras Lissette seguía meneándose en su regazo el vejete continuaba con sus leperadas.

–Si mira nada mas como estamos de mojados gracias a tu tibia panocha zorraaaa…!!!, jajajjaaaa…!!!, y efectivamente la hembra estaba totalmente humedecida desde su ombligo para abajo, y le tenía también toda mojada la panza al recluso, este continuaba con sus salidas, –Vamos admítelo zorraaaa…!! Confiésame que te corriste como una perra en levaaaaaaa…!!!!

A pesar de su estado Lissette pensaba apara sus adentros que ella no era ninguna perra, aun así seguía moviéndose empujando su panochita hacia arriba, y haciendo unos leves círculos de vez en cuando.

–Vamos putaaaaa…! Di que te gusta mi vergaaaa…!!, -pero ella no respondía a lo que le preguntaban, no quería admitirle al viejo que le había gustado que se la cogiera, pero aquellas soeces palabrotas si que la prendían, por lo que otra vez estando abrazada a sus espaldas comenzaba a menearse completamente empalada en los casi 30 centímetros de la grotesca herramienta del recluso.

–Ohhhhhh…!!! Ahhhhhh…!!! Ohhhhhh…!!!, -era lo único que obtenía por respuesta el viejo Octavio, pero él la había escuchado gemir y decir “ricooo” en sus oídos, o había escuchado mal?, se preguntaba a posterior, el asunto era que la pelirroja otra vez le estaba exprimiendo la verga en forma exquisita.

Y efectivamente Lissette inconscientemente entre gemidos y exclamaciones de calentura, mas con sus deliciosos movimientos corporales y con sus tetas aplastadas en su ancho pecho peludo le hacía saber al viejo que a ella le gustaba su verga, su fino y sudado rostro mientras ella movía su cuerpo era de pura excitación.

El viejo de igual forma estaba feliz, sintiendo en su verga todo el éxtasis que la hembra le proporcionaba con su acuosa conchita mientras ella solita se estaba culeando, y teniendo esas tremendas nalgotas a su entera disposición se recostó hacia atrás dejándosela montada, para él darse a sobárselas como también a marcarle el ritmo de la culeada que ahora Lissette por cuenta propia le mandaba con sus dos manitas apoyadas en su peluda panza, era su instinto de hembra quien le dictaba como debía hacerlo en esta nueva posición que el viejo recluso le enseñaba.

Ahora don Octavio se maravillaba con la hermosa visión que tenía ante su ardiente mirada, la colorina Lissette lo cabalgaba de una forma alucinante, sus preciosas tetas grandes y todo se acondicionaban perfectamente a su anatomía, estas se mecían en forma exquisita llamándolo para que él se las chupara, y eso era lo que hacía también el viejo, las tomaba a dos manos apretándoselas y proyectando el pezón a su bocota dándose a succionárselas.

Así estuvieron por otro buen rato, el viejo ya no daba más, quería correrse al interior de ella a como dé lugar, pero sabía que aun había más por explotar:

–Plaffffff!!!!!! Plaffffff…!!!!! Plafffffffff…!!!!!, -retumbaron las fuertes nalgadas que el viejo Octavio no se aguantó a propinarle con el único afán de que ella se moviera más rico de lo que estaba haciendo hasta ese momento.

–Culeame putaaa…!!! Culeameeeeee…!!!! Enséñame lo bien que mueves la concha una vez que te calientas zorraaaaa…!!!!! Vamos menéate mas fuerteeeeeeee…!!!! Revuélcate sobre mi vergaaaaaa…!!!!!, -y diciéndole esto último se dio a mandarle otra serie de fuertes nalgadas, a la vez que el mismo se las tomaba para levantarla y dejársela caer sobre su duro y bien parado fierro de carne, a la vez que alternaba con sonoras y fuertes palmadas,

–Plaffffff…!!!!!! –Plaffffff…!!!!!! –Plaffffff…!!!!!! –Plaffffff…!!!!!!

Y Lissette asustada y todo porque esta era la primera vez que un hombre osaba a limpiarse las manos en su cuerpo se dio a menearse más fuerte todavía, y no era por lo que demandaba el vejete simplemente a ella ya le gustaba la tontera, y le gustaba mucho, su trasero subía y bajaba rápidamente por las rugosidades aquella tranca, el viejo también le cooperaba impulsando su virilidad hacia arriba cuando la colorina venía bajando, ambos impactaban haciéndoles sentir muy rico, con esto vagina y verga parecían estar fusionados, como si de verdad ambos sexos se conocieran de toda la vida.

–Eso putaaa…!!!! eso es…!! así… así…!! Así…!! Así es como a mí me gusta cogerrrrrr…!!!!!, -le gritaba el recluso con sus garras clavadas en las carnes de sus brillosas caderas .

El rostro de Lissette en esos ardientes momentos era todo un poema, de sus ojos caían copiosas cantidades de lagrimas, pero esta vez las lagrimas no eran de remordimientos ni nada de eso, eran lagrimas de felicidad y de satisfacción, la pobrecita no se daba cuenta de los gruesos cordones de saliva que caían de la comisura de sus labios y luego escurriendo por su cara colgaban por su barbilla para terminar goteando a la cara del viejo que con la boca abierta se las recibía y se las iba tragando, mientras no paraba de meterle la verga lo más profundo que podía cuando la pelirroja se dejaba caer en el.

La escena era tan caliente como morbosa, ambos estaban en su límite, la gruesa verga entraba en forma apretada por aquellos ajustados labios vaginales debido al exagerado grosor de su circunferencia vergal, pero Lissette resistía como toda una hembra, las sensaciones para la pelirroja eran maravillosas en los momentos en que con su ranura de carne engullía la grotesca verga del presidiario, la sentía tan dura como si le estuviesen metiendo un grueso palo caliente.

El vejete por su parte y caliente hasta la locura sabía que ya le quedaba muy poco tiempo así que no perdió tiempo y nuevamente comenzó a accionar furiosamente hacia arriba a la misma vez que con sus brazos hacía que Lissette bajara hacia él para dejarla jadeando con su esbelto cuerpo adosado a su pecho y a su panza, la pelirroja quien seguía cogiendo en forma imperturbable no encontró mejor idea que comenzar a besarlo, al haber quedado con su carita muy cerca de la de él

El viejo quien se sentía enterrado hasta más no poder en el curvilíneo cuerpo de tan exquisita mujer recibió en forma maravillada el dulce beso con legua que le daban. Mientras se besaban y cogían en forma gradual los movimientos de ambos se comenzaron a hacer mas frenéticos y escandalosos, Lissette movía su cintura si como su vida dependiera de ello, sus colorines cabellos le tapaban y despejaban la cara por cada acelerado empujón que el viejo le daba por debajo de su cuerpo, mientras este mismo y a la misma velocidad de sus embates no se cansaba de bufar y resoplar gritándole,

–Ohhh… putaaaaa…!! Como me estrujas la vergaaaaaaa…!!! Ohhh… zorraaaaaa…!!!! Ohhh… perraaaaaa…!!!! Ssiiiiiiiiiiiiiiiii…!!!!!, -bufaba el viejo como un verdadero animal, pero el también quería escucharla gritar a ella:

–Gritaaaaa…!! gritaaaaa desgraciadaaaaa…!!!! gritaaaa bien fuerte zorraaaaaaaaaa…!!!! Grítame que te gusta que te cojannnnnnn…!!!!

Pero Lissette solo concentrada en la verga entrando y saliendo de su intimidad hecha agua solo gemía como desde hace rato lo estaba haciendo:

–Oooooohhhhhhh…!! Mmmmmmmm…!!! Ahhhhhhhhh…!!!

–Arrrrrggghhhhh… como me calientas nena…, y que bien me aprietas la verga con tu conchaaaa…!!! -Lissette lo escuchaba con su carita desfigurada por la calentura aguantando sus arremetidas, –Eres deliciosa zorraaaaa…!! si no estuviese preso te juro que me voy a vivir a tu casa para meterte la verfa a diario mientras el maricon de tu marido termina su condenaaaaa…!!!! Ohhhhh creo que me corrooooo…!!!!

Lissette sintió una fuerte clavada de verga por parte del viejo, notando en el acto que de todo el rato que llevaban manteniendo relaciones sexuales, esta fue la primera vez que no la trato de zorra o puta, le había dicho “nena” y por Dios que le gustó, y animada por unas energías que nunca supo de donde le nacieron cerró sus ojos y comenzó a moverse como una desenfrenada sobre su verga, esta era la forma en que ella creía que se lo agradecía, sus caderas y cintura comenzaron a moverse en forma desquiciante, la pelirroja quien retozaba ardientemente sobre al ancho pecho de su macho recluido sintió como aquella verga la estaba llevando a la gloria, mientras más fuerte se la clavaban hacia arriba ella más firme y rápido se movía hacia abajo secundándola, hasta que su sistema nervioso ya no respondió mas, al abrir sus ojos por efecto del segundo y mas fuerte orgasmo de su vida la bella Lissette hasta creyó estar viendo a Dios por lo exquisito que sentía en todos los poros de su cuerpo, simplemente la hembra sintió que explotaba del placer prohibido al sentirse solo un objeto de deseo para viejo delincuente privado de libertad.

Don Octavio del Toro veía como la hembra gemía y se movía en forma más agitada de cómo lo había estado haciendo en toda la culeada que se habían estado pegando, sintiendo el mismo como los nervios de la pelirroja se tensaban al máximo producto de la calentura y del orgasmo, y cuando le iba a plantar otra tanda de insultos y vulgaridades la ajustada vagina Lissette le apretó la verga de una forma más que exquisita invitándolo a que él se corriera junto con ella.

–Ohhhhhhhhh…!!! que rico apretón de conchaaaaaaa…!!! ahí te voy zorraaaaa…!!!! Creo que ya me corrooooooo…!!!!! Tomaaaaaaaa…!!!! Arghhhhhhhhhhhhh…!!!!! -gruño fuertemente el recluso cuando sintió que le salió expulsado de su verga el primer lecherazo de mocos calientes.

El viejo en sus últimos segundos de contención clavo sus garras en el suave y sudado culo de Lissette y como un verdadero animal embravecido se la clavo hacia abajo con empujando la verga hacia arriba, y ya estando enterrado en lo más profundo e intimo de la vagina de Lissette le soltó un fuerte y blanco cordón de semen que duró varios segundos en terminar de salir de su verga hasta que este se cortó para luego seguir escupiéndole otra buena cantidad de fuerte semen taurino.

Ese primer tsunami de espeso y blanco semen que salió de la gruesa verga del recluso se fue a depositar en lo más profundo del vientre de la bella Lissette, el cual fue secundado por otras 4 eyecciones del blanco líquido procreador de iguales características que el primero y seguido por otros cuantos que la hembra no dudo en ser ella misma quien le coopero exprimiéndoselos con su vagina, hasta que ya no teniendo nada más que ofrecerle a esa mujer pelirroja que había convertido en su mujer simplemente se desplomó en el suelo de cemento dejándosela clavada a su verga, ambos quedaron semi inconscientes.

Al rato fue Lissette quien al ver que el viejo estaba exhausto y con sus ojos cerrados, y al estar ella ya con sus 5 sentidos en forma medianamente normal se vistió lo más rápido que pudo y salió de la celda en la que se la acaban de coger en forma brutal.

Mientras caminaba nerviosa hacia la salida de la cárcel estando adolorida y con sus piernas temblorosas por el agotamiento físico la colorina Lissette no hallaba donde meterse ya que fueron muchas las personas que la vieron salir de las celdas en donde se ejercían las visitas conyugales, iba con su ropa mal trecha y hedionda a sexo, así al menos se sentía ella, y así era, entre esas miradas también estaban las del gitano y su grupo de amigos quienes no dejaron de mirarla en forma aborrecida hasta que ella se perdió en el tumulto de gentes.

Lissette acababa de salvar a su marido, por ahora.

Relato erótico: “Intercambio de emails” (POR DOCTORBP)

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-Siento decirle que vos no va a poder cogerse estos días de vacaciones – haciendo referencia al email que tenía en su pantalla – Ya dije que una de las dos debe estar siempre acá en la oficina para que no vuelva a suceder lo del año pasado. Me da igual cómo lo hagan ustedes, pero tal y como están ahora no puede ser. Además…

Montse escuchaba cómo su jefe argentino que la había estado puteando desde que ocupó su nuevo cargo hará ya dos años le soltaba una nueva retahíla de recriminaciones. Finalmente, con resignación y algo de reproche en su entonación, Montse acabó la conversación cuando su jefe hubo terminado:

-Está bien, ya veremos cómo lo arreglamos – Y se marchó del despacho con la misma sensación que había experimentado tantas otras veces.

Faltaban tres días para San Juan y Ricardo, como siempre, estaba expectante en el trabajo mirando cada 5 minutos el correo esperando recibir un nuevo email de su mejor amiga. Y, aunque esta vez se hizo de rogar, por fin la conversación se actualizó con un nuevo mensaje de Montse:

“Lo siento, estaba hablando con mi jefe! grrrr lo odio”

Ricardo se dispuso a contestarle rápidamente:

“Cómo!!!!? Pues nada de hacer caso a tu jefe!!!! Tus horas de trabajo debes dedicarlas a mí!!!!! grrrr” – le soltó en tono de broma, como siempre hacían, indicándole lo mucho que apreciaba esas conversaciones por email desde el trabajo.

“Jjejejejejejejeejejejejeje!!!!! Jijijijijij!! Qué mono eres!” – le contestó ella advirtiendo lo mucho que apreciaba a su amigo y aquellas simples insinuaciones que se regalaban – “Nos vemos en la verbena, no? tengo ganas de verte.”

Ricardo y Montse eran uno el mejor amigo del otro. Ambos tenían pareja y los 4 eran amigos. Sin embargo, hacía un año, ambos tuvieron un idilio que no llegó a mayores. Tenían tan buena relación que la confianza entre ambos era desmesurada y una inocente broma en forma de juego acabó en un más que morboso desenlace. Comenzaron, entre bromas, con conversaciones picantes que derivaron en un intercambio de fotos cada vez más subidito de tono. Y finalmente acabaron echando un polvo en la ducha de una casa rural que compartían con sus parejas y el resto de amigos.

Aquella experiencia fue un sueño para Ricardo y un desliz para Montse. No es que el primero deseara a su amiga ni que ella lo repudiara, pero sí es verdad que él se sentía atraído por la escultural amiga que tenía mientras que ella jamás habría caído si no hubiese sido por el morbo de los acontecimientos.

Además desde que pasó aquel encuentro el verano pasado ella se encargó de dejar bien claro que aquello había sido un hecho aislado que no volvería a suceder. Según ella las circunstancias habían provocado el calentón, pero de ninguna de las maneras aquello volvería a ocurrir. Por suerte, su relación de amistad no se había visto afectada y lo sucedido la había reforzado aún más si cabe.

“Oye, y qué te ha dicho tu jefe?

Y a mí me apetece entrar en un cuarto oscuro contigo!!!!! xD” – le bromeó en respuesta a las ganas que ella tenía de verlo.

“Pues resulta que como ahora ha vuelto de la baja no nos deja hacer las vacaciones que habíamos solicitado y nos había aceptado el nuevo jefe que lo sustituía. Dice que él no se puede quedar solo sin mi jefa y sin mí porque el año pasado fue un desastre ya que las demás no se enteran de nada.

Jajajaj!! Y tanto que querrías!!!! Jajajajajajajajajjaajjajaja, ya te lo digo yo que el que entraba conmigo ya no quería salir!!!! jajajajajajaj”

Y la conversación vía correo electrónico continuó:

“Bueno, en parte no está mal. Denota que te tiene en muy buena consideración, no? Y qué vais a hacer?

Ei! Que a ti también te entrarían ganas de quedarte… ;-P”

“Pues no sé, ahora tendré que hablarlo con mi jefa a ver qué hacemos. Sí, sí, me tiene consideración, pero tú ya sabes lo que este tío opina de mí.

Jajajajjaja, pues seguramente!! Tú has jugado alguna vez al cuarto oscuro?”

Ricardo no tuvo claro si esa última contestación iba en serio o no, pero en cualquier caso le gustó cómo sonaba.

“jajaja lo vuestro ha sido siempre una relación de amor-odio. Aún recuerdo el primer día, que me dijiste que estaba bueno!!! ;-P

No, no he jugado propiamente así nombrado. A mí cuarto oscuro me suena a los lugares específicos para liarse con cualquiera en algunos locales nocturnos.”

“A ver, es que el primer día que apareció, tan altivo y con ese acento argentino, pues sí que me dio una buena impresión, pero de ahí a que dijera que estaba bueno hay un trecho, eh!

Ummm…sí…correcto. Pero el cuarto oscuro propiamente es un cuarto (de alguna casa o local, etc.) donde se apagan las luces y no entra nada de luz. En teoría se echa a suertes con quién te toca, pero en mi caso siempre era el mismo. Una vez dentro…vas palpando, jejejejejejejejejeje. Era divertidísimo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! jijiji”

“Y ahora te acaba de reconocer que sin ti (ni tu jefa) la oficina se tambalea y no han sido pocas las veces que te ha reconocido el trabajo.

jajajaja y pq siempre con el mismo? Quiero decir… entiendo que quisieras que siempre fuera el mismo, pero pq las reglas eran diferentes para ti? o es que directamente no jugabas y te metías en el cuarto oscuro con el chico sin juegos de por medio?”

“Ricardo, te recuerdo que este tío me dijo que yo era una amenaza para él? Que no quería chicas inteligentes en su equipo y menos si eran guapas como yo porque le eclipsábamos. No me hagas recordarlo pq me pongo histérica!!!!

Pues porque de joven, joven, estaba con un chico. Fue mi primer amor. No lo recuerdo como el primer amor-amor porque era muy joven, pero por sentimientos y descubrimientos corporales, sí lo fue. Estuvimos ‘juntos’…pues toda la EGB, y claro, cuando jugábamos a estos juegos, sí o sí nos tocaba juntos. Aunque había otro chico más pequeño que yo que nos adorábamos mutuamente. Con este nunca me metí en un cuarto oscuro, pero me hubiese encantado!!!!!!!”

“Tienes razón, eso es de hijo de puta, pero por eso te digo que tenéis una relación de amor-odio. Unas veces te dice cosas como esa y otras te está felicitando por el buen trabajo.

Ay, Montse, creo te podría sacar unas cuantas historias que podrían acabar en relato ;-P Por cierto, leíste el que te recomendé?”

La confianza era tal entre ambos que Ricardo se había atrevido a confesar a Montse que leía relatos porno de internet. Esto no sería algo que esconder si no fuera porque a su amiga le parecía un tanto deleznable. Sin embargo, viniendo de Ricardo se lo tomó como algo curioso y le entraron ganas de leer alguno para saber cómo podía gustarle aquello a su amigo. Ricardo le recomendó ‘Noche descontrolada’.

Montse había recibido el relato hacía unas semanas, pero la falta de tiempo (sobre todo porque el que tenía lo compartía con su novio Ismael) le impedía leerlo.

“Es que si hago bien mi trabajo sólo faltaría que no me felicitara!!!! De todas formas no siempre lo ha hecho. ¿Te acuerdas de Portugal?

Jajajaja, ay si te contara. Si supieras te interesarían muchísimo. No es la cantidad de chicos, es la frecuencia!! Estaba enferma! Jajaja. Volvería a atrás….me lo he pasado muy bien, pero como esas cosquillitas en el estómago…ningunas!

Me he leído una parte y… bien, bien! buena introducción……quiero leer la parte en que Merche le pone los cuernos a Roberto con Damián….jijiji”

“Sí, ya me acuerdo del marrón en el que te metió, le salvaste la papeleta y encima te metió bronca por no sé qué tontería. Vaya tela de tío…

Puedes contármelas cuando quieras. No tiene pq ser ahora, seguro que saldrán las ocasiones ;-P Y sobre las cosquillitas, hay cosas que vives en la juventud que se pierden simplemente por el hecho de ya haberlas experimentado. Cada edad tiene sus cosas, algunas peores, otras mejores…

Espero que no te defrauden mucho los acontecimientos ;-P”

“Y cuando me echó la bronca por el tío aquel que llamó preguntando por él que hasta mi jefa tuvo que saltar para defenderme… ya no quiero hablar más de este impresentable!!! grrrr grrrr

Sí…así es. Pero no hay nada como cuando eres joven y empiezas a descubrir todo……..volvería a ese momento.

No creo, de momento me gusta mucho. Consigue que me imagine la situación perfectamente. Pobre Roberto…

Me pirooooo”

Como siempre, llegaba la hora en la que se terminaba la conversación para Ricardo puesto que Montse salía del trabajo antes que él. Y, como siempre, se quedaba con las ganas de continuar. Además esta vez no dejaban de rondarle cosas por la cabeza. El comentario del cuarto oscuro le recordaba su affaire del año pasado con su mejor amiga. ¡Qué grato recuerdo! ¿Tal vez podría llegar a repetirse? Eso unido a lo de los cosquilleos, la confesión sobre la frecuencia con lo que lo hacía siendo joven… parecía insinuar que tal vez no pasaba su mejor momento con Ismael. Por último se imaginó a su amiga leyendo el relato porno y sintiendo cosas que él había sentido al leerlo. ¿Tal vez se tocaría? Se lo llegó a preguntar, pero ella le dijo que no creía que leer le provocara nada. Y así, con estos pensamientos, Ricardo terminó su jornada y se fue a casa.

Montse ya no se acordaba que tenía pendiente leer el relato que su amigo le había recomendado. Le entraron ganas y pensó cuándo podría hacerlo. Teniendo en cuenta que al día siguiente tendría que encargarse de los preparativos para la verbena y no podría leerlo pensó en enviárselo al trabajo y, si tenía un hueco, aprovechar ya que no quería hacerlo en presencia de Ismael. No tenía ganas de tener que explicarle por qué estaba leyendo aquello.

“Acabo de terminar el relato. Es posible que pudiera tocarme. FYI” – comenzó Montse la nueva conversación vía correo electrónico al día siguiente.

El tono serio descolocó a Ricardo. Lo decía de verdad, ¿no? Quiso ser prudente:

“De momento sólo voy a decir que estaría encantado de que lo hicieras.

Y… lo has leído en el trabajo?”

Montse se sinceró:

“Pues de no haber estado aquí, hubiese sido así!!!

Sip, no me he podido reprimir. Teniendo en cuenta que hoy tengo que ir a comprar lo de la verbena, tampoco hubiese podido, así que…”

Ricardo no se lo podía creer. Se imaginó a su amiga excitada leyendo el relato que tan cachondo le había puesto a él y… se la imaginó leyéndolo a solas en casa donde se podría haber masturbado… y, como siempre, fue sincero:

“jajaja sabes qué? Te confieso que acabo de tener una erección sólo de imaginarlo ;-P”

“Jajajajjajajajjajajajja!!!! Me meo!!!” – le contestó ella divertida.

La conversación parecía decaer y era lo último que Ricardo quería así que siguió con el tema:

“Bueno, hay que decir que el próximo debes leerlo en casa sí o sí, aunque siempre puedes releerlo o simplemente recordarlo ;-P

Por cierto, gracias por tu sinceridad!

Puedo hacer preguntas?”

Montse, aún con los efectos provocados por la lectura, no pudo evitar, aunque temerosa de hacerlo vía correo del trabajo, la necesidad de dar más información a su amigo.

“Si!!!!

Pues si te cuento la verdad, flipas!! Pero por aquí no puedo.

Si.”

Increíble. Ricardo no podía creer que su amiga estuviera insinuando que volvería a leer este u otro relato y que se masturbaría mientras lo hacía. Sin embargo, optó nuevamente por la prudencia puesto que la repuesta era algo ambigua:

“Bueno, pues ya hablaremos en persona, aunque eso siempre es muuuuuuuuuy difícil” – haciendo referencia a que siempre estaban rodeados de sus respectivas parejas y el resto de amigos – “mmmm ahora no sé si preguntar sin tener toda la información…”

Montse se estaba debatiendo entre lo que quería y lo que debía. Estaba deseosa de contarle a su amigo lo que había pasado, pero no se acababa de atrever. Y le contestó con la mayor picardía que pudo:

“Ya……pero a parte….te lo tendría que decir en el oído y no sé si me atreveré! No puedes imaginártelo?”

Ricardo estaba flipando y empezaba a disfrutar mucho más de lo que se esperaba con la conversación.

“Montse que yo tengo mucha imaginación…

Tú tranquila, que nos metemos en un cuarto oscuro y me cuentas lo que quieras ;-P”

Montse, divertida, se desató sin perder la cordura:

“Pues eso, pero sin manos.

Jajajajjajajajaj!! Poco hablaríamos!”

¡No puede ser! Montse siempre había rehuido y desdeñado todo lo que tuviera que ver con el porno y ahora parecía estar confesando haberse corrido sin tan sólo tocarse leyendo un relato. Y no sólo eso sino que además volvía a insinuar que podría volver a repetirse lo que ya hicieran un año antes.

“Joder, tía, que no puedo levantarme de la silla, en serio.

Lo estás diciendo en serio? Es todo un honor.”

“Jajajaja. Te lo juro.” – le contestó ella. Y antes de que él lo hiciera, ella volvió a enviar otro email para aclarar su respuesta:

“Te juro las dos cosas. La primera que es cierta, y la segunda también.”

En este momento la excitación de Ricardo era desmesurada. Su amiga lo había puesto como una moto. Pero él no era el único que estaba cachondo y Montse envió un tercer email seguido:

“Te juro que la consecuencia de tu relato ha sido esa, y que si nos metiéramos en un cuarto oscuro poco hablaríamos, también.”

Con las pulsaciones a mil por hora Ricardo contestó a los 3 mails seguidos sin perder la prudencia en ningún caso, esperando ver la reacción de su amiga:

“mmmm es una sensación agridulce. De verdad me alegran muchísimo tus palabras, pero me jode no poder disfrutar de ello. Qué vamos a hacerle! ;-P

Me gustaría poder hablar sobre el relato y tus sensaciones al respecto… todo lo que estés dispuesta a abrirte, nunca mejor dicho jejeje”

A Montse el calentón debido al relato porno aún le duraba y, sin duda, en ese momento rememoraría con gusto el encuentro del verano pasado con su mejor amigo. Pero como él dejaba entrever, no podía ser.

“Ya………..si…pienso lo mismo.

Jajajjajaja!! No he necesitado abrirme.”

Ella no quería ser tan explícita, pero ya se había desatado.

Ricardo, por su propio bien, decidió ignorar la primera parte del último email y quiso salir de dudas:

“jajajaja pero te has corrido o simplemente has lubricado?”

“Lo primero.” – contestó ella con evidente timidez al mismo tiempo que se quitaba un peso de encima al confesar que había tenido un orgasmo leyendo los acontecimientos del relato porno que su amigo le había recomendado.

A él le pasaron muchas cosas por la cabeza. Lo primero que pensó fue en las evidentes ganas que ambos tenían de acostarse juntos, pero tuvo claro que ni Ismael ni Noe, su novia, se lo merecían nuevamente. Pensó en lo que su amiga le había contado y se imaginó cómo debían estar sus bragas, cómo habría recibido la corrida de Montse y se le ocurrió la mejor forma de aprovechar la situación teniendo asumido que no podría pasar nada entre su amiga y él como ella misma le dejó bien claro la última y única vez que habían follado.

“Yo creo que podrías regalarme las bragas, no? No hace falta que las laves ;-P”

Era la hora de plegar, así que Montse envió el último correo:

“Jajajajaj!! Eres Torrente!!!!

Y basta ya!! Como me echen por esto me vas a pagar tú lo que me tocaría en el paro!”

Ricardo no pudo evitar sentir una cierta decepción ante aquellas palabras. Ella se había tomado a broma lo de la ropa interior y sintió que se perdía la posibilidad de aprovechar la oportunidad. Y la última frase lo dejaba claro. Entre la decepción y el calentón, le entró un bajón:

“Me has dejado con 0 ganas de trabajar… igual me echan a mí antes!!!!!”

No pasó mucho rato cuando el móvil de Ricardo comenzó a sonar. Era ella. El corazón volvió a latir con fuerza.

-Buenas…

-Hola…

Los segundos de silencio fueron realmente incómodos. Fue ella quien habló entre risas nerviosas:

-Vaya tela con el relato Ricardo…

A él le costaba entenderla, la evidente excitación se hacía notar en su voz.

-Veo que te ha gustado, ¡eh! – le dijo nervioso.

La risa de Montse parecía extraña al mezclarse con la respiración entrecortada debido al calentón.

-Bueno… es que… – por primera vez en años Montse y Ricardo se sintieron incómodos hablando el uno con el otro, parecían 2 extraños sin saber qué decirse. Y es que aunque ella no dijo nada más, esperaba que él se insinuara. Pero muy a su pesar las palabras de su mejor amigo fueron muy distintas a lo que deseada oír.

-Oye, aquí se oye todo, no puedo hablar mucho – haciendo referencia a las oficinas en las que trabajaba. Y aunque era cierto, Ricardo lo utilizó como excusa para no decirle a su mejor amiga todo lo que sentía, las ganas que tenía de proponerle lo que, sin saber, ambos deseaban. Pero no tuvo valor.

-Bueno, te llamo porque me he quedado preocupada por los mails. ¡Es que como los controlen van a flipar!

Él se rió sin ganas e intentó tranquilizarla:

-No te preocupes por los mails. Nadie va a leerlos. Como mucho podrían saber que lo utilizas por motivos personales, cosa que haces habitualmente, – sonrió – pero en ningún caso pueden acceder al contenido. Así que tranquila.

-Bueno… no sé si me tranquiliza, la verdad. Desde que tengo al argentino como jefe no me fío de nada. A veces tengo la impresión de que me controla mediante cámara, o por el PC, ¡o incluso que me lee la mente! – exageró para reforzar la idea.

Aunque ninguno de los dos lo deseaba, finalmente se despidieron cortando la conversación. Ella se marchó hacia casa aún con las consecuencias de lo que el relato le había provocado. Por su parte, él volvió al trabajo aunque no hizo nada en lo que quedaba de jornada. Únicamente pensaba en lo que había ocurrido y se marchó media hora antes para hacerse una paja recordando los acontecimientos antes de que Noe regresara.

En la víspera de San Juan Ricardo quiso tranquilizar a Montse tras las palabras que ella le soltó por teléfono el día anterior. Le envió un nuevo email:

“No te preocupes por los mails de ayer, eh! Como te dije nadie te los va a mirar, pero aunque entraran a tu correo no pueden echarte por eso ya que estarían vulnerando tu derecho a la intimidad. Así que tranquila, vale? Y perdona que no te lo dijera por teléfono cuando me llamaste, pero es que esto es una sala enorme y a mí, que no sé hablar bajo jeje, se me oye demasiado ;-P”

Ella, más calmada, le contestó:

“Ah!! Tranquilo!! Ya me lo pensé que se te oiría. Uy nene, es que fueron pocos pero intensos!!! Y me dio un mal rollo después…!!! Ya sé que no pueden leerlo pero igual sí pueden mirar el número de correos….y si creen que eso es un ‘motivo’ para filtrarlos y leerlos….pues imagínate!!!!!!!!!!!”

Ricardo se sinceró, temeroso de no volver a repetir la experiencia vivida el día antes:

“Y tan intensos! Buf… Pero continuaremos nuestras conversaciones fuera del horario de trabajo? jijiji”

“Jajajajajajja!!!! Podemos seguir con ellas pero bajando el nivel que esto parecía cibersexo!!!”

Montse había disfrutado de lo sucedido tanto como su amigo, pero evidentemente, rebajados los efectos del relato, se dispuso a calmar un poco los ánimos sin cortar completamente la situación de raíz. Sin embargo, Ricardo, sin querer forzar la situación, estaba deseoso de volver a revivirla:

“jejeje no llegamos a tener cibersexo, pero… el nivel lo marcas tú ;-P Es que se quedaron cosas en el tintero, así que cuando quieras reanudamos. Por cierto, si me lo permites, de lo de ayer sale un pedazo de relato, eh!”

“Jajajajaj!! y tanto! Lo saco hasta yo!!!!!!!!!!!!!!!!” – bromeó la chica.

Viendo que su amiga no estaba por la labor, no quiso forzar más y se contentó con conseguir la promesa de volver a hablarlo más adelante.

“jejeje exagerada!!!! Bueno, pues dejo aquí el tema y espero a reanudarlo cuando me digas.”

“Jajajaj!! No qué va!! Y si te lo contara daba para un relato aún mejor! Y luego cuando salí de aquí aún tenía la cosilla….. jajajajajaj!!!!

Pues cuando se me pase el remordimiento! Jejejeje”

Ricardo pensó que su amiga lo estaba torturando. Cuando se había hecho a la idea de dejar el tema, ella le salía con ese email.

“No me lo pones fácil para dejar el tema jejeje y no te voy a decir lo que vuelven a provocarme tus palabras ;-P Joder… Joder…! Qué rabia!

De todas formas me apunto esto para hablarlo cuando se te pase ;-P Y si te resulta más cómodo que saque yo el tema…”

Montse decidió zanjar definitivamente el tema y pensó que no contestar era la mejor forma de hacerlo. Sin embargo, un par de horas después, antes de plegar, Ricardo envió un nuevo correo electrónico:

“No creo que pueda esperar a que me cuentes todo lo que pasó con pelos y señales ;-P”

“Es que no voy a contártelo!! Te dije que imaginaras y que eso que imaginabas era lo que era” – Montse pensó que, ahora sí, debía cortar aquello, mas no quiso ser demasiado brusca – “Pero no voy a describírtelo, quieres que no te vuelva a mirar a la cara nunca jamás??”

La intranquilidad de Ricardo aumentó de golpe al ver la contestación de su amiga. Era evidente que Montse, más calmada que tras la lectura del relato, estaba perdiendo interés en el tema. No obstante intentó pensar positivamente y no darlo todo por perdido:

“Cómo!!!! Oh, my god!!! Montse… después de lo que me has dicho en el último mail hace un par de horas aprox. te aseguro que me muero de ganas de que me lo cuentes. De hecho pensaba sacar el tema más adelante cuando se hubiera enfriado el asunto, pero precisamente por eso… si se te ha pasado me lo explicarás con menos… ¿pasión? jijiji Bueno, como quieras, por supuesto, pero estaría encantado de poder comentarlo contigo ;-P”

A Montse le hizo gracia la reacción de su amigo y prefirió escurrir el bulto antes que ser demasiado borde:

“Jajaja, oh my god!! Jajaja. Tampoco te he dicho nada, no? sólo que me había gustado muchíiiisimo! Jejejeje”

Ricardo, con la inquietud de lo sucedido durante la conversación telefónica quiso apretar las tuercas a su amiga:

“Qué significa que al salir aún tenías la cosilla…? ;-P Al salir me llamaste y te aseguro que si no fueras la novia del Ismael ni yo el novio de la Noe… jejeje”

“Pues significa eso. Jajajaja!!!! Ya………” – Montse volvió a evidenciar que, en otras circunstancias, habría repetido infidelidad gustosamente y no ocultó las ganas de repetir la experiencia lectora – “Cuándo me vas a pasar otro relato?”

“Me guardo la pregunta ;-P” – jugó con avidez – “jajajajaja primero tendrás que contarme lo que pasó con el primero ;-P Ahora no tengo claro cuál deberías leer visto lo visto. ¿Qué te apetece?”

Ella replicó con picardía:

“Tengo curiosidad! ;P

Pues…me llama la atención un gang bang de esos de los que me has hablado alguna vez pero me da igual.

Nos vemos esta tarde-noche!!!! Déu me piro vampiro!”

Ricardo sonrió. Era evidente que Montse había descubierto un nuevo mundo por explorar y lo demostraba el hecho de interesarse por un género que conoció cuando su mejor amigo le explicó en lo que consistía demostrando al instante un total desinterés rechazándolo argumentando lo poco excitante e incómodo que le parecía.

Ese mismo día por la noche era la verbena de San Juan y lo celebraron en casa de Ismael y Montse. Además de Ricardo y Noe también estaban invitadas las otras 2 parejas que formaban el grupo de amigos, César y Luisa por un lado y Esteban y Maribel por otro.

Como casi siempre los primeros en llegar fueron Ricardo y su chica. Él volvió a rememorar incertidumbres pasadas en las que, como esa noche de San Juan, no sabía cómo iba a reaccionar su mejor amiga. Pero el hecho de ya haber vivido situaciones similares le impulsó a pensar que no debía preocuparse.

Sin embargo, esta vez Montse no le recibiría tan efusivamente como antaño, marcando claramente que no quería dar importancia a lo sucedido. Así, ni siquiera salió de la cocina a saludar, un simple ‘hola’ fue todo lo que ofreció. Ni besos, ni abrazo, ni tan solo una mirada.

La noche transcurrió con normalidad. Durante la cena hubo bromas y conversaciones como las ocurridas en cualquier otra verbena. Cuando la cena finalizó la gente comenzó a dispersarse en diferentes grupos y Montse, junto a Ricardo y Maribel, se quedó a recoger la mesa.

-Voy al baño – les dijo Montse en mitad de la tarea.

-¿Necesitas ayuda? – le bromeó su amiga.

-Podéis mirar si queréis – bromeó desde el cuarto de baño.

Ricardo y Maribel se miraron divertidos y él pensó que posiblemente a ninguno de los dos les importaría ver desnudo el precioso cuerpo de su común amiga.

-Si no llega a estar Maribel te aseguro que te hubiese mirado mear gustosamente – le susurró con sigilo a su amiga cuando volvió del baño. Ella se rió.

Esas palabras parecieron desinhibir a ambos que a partir de entonces se comportaron más como habitualmente. Sentados todos alrededor de la mesa charlando y bebiendo, Ricardo y Montse estaban uno al lado del otro dedicándose el tiempo mutuamente. Tras la conversación inicial pasaron a las bromas y acabaron metiéndose el uno con el otro amistosamente.

Ella, descalza, había colocado uno de sus modélicos pies sobre la mesa para que él se lo recriminara jovialmente. Se enzarzaron en una amistosa discusión que derivó en una amigable disputa física en la que ella aprovechó para tocar con el pie desnudo a su amigo sabiendo lo que Ricardo odiaba que le tocaran con los pies. Entre risas, absurdas recriminaciones y divertidas disputas Ricardo cogió un trozo de fruta de una de las cocas de San Juan y la pasó por el dedo gordo del pie de su amiga para luego ofrecérselo como broma que ella rechazó tirando la fruta al suelo.

-Recógelo – le pidió ella ante las miradas divertidas del resto de amigos.

Y ante la negativa de su amigo no tuvo más remedio que agacharse bajo la mesa para recogerla ella misma. Pero al hacerlo no se percató que el gesto parecía otra cosa.

-¡Ei, pero Montse! ¿Qué haces? – le recriminó en tono de broma Ismael haciendo ver que su chica se agachaba a hacerle una mamada a su amigo. Todos rieron divertidos y Montse reaccionó rápido levantándose entre risas.

-Ya ves que me he apartado rápido, ¡eh! – le dijo jocosamente Montse a su mejor amigo, el cual tuvo la impresión de que se estaba justificando.

-Anda, ya la recojo yo – dijo Ricardo y se agachó bajo la mesa.

Al hacerlo observó el pie desnudo de su amiga que ahora estaba en el suelo y no pudo evitar acariciarlo demostrando que los pies de ella no eran como los de los demás.

Fue un gesto rápido e inesperado. Cuando Ricardo le tocó el pie que minutos antes había repudiado, Montse sintió cosquillas en el estómago y, aunque le hubiera gustado recriminarle el gesto, no pudo evitar sonreír.

Esta vez fue en la despedida cuando Ricardo fue recompensado por Montse con el abrazo que él tanto anhelaba. Montse rodeó con fuerza a su amigo regalándole su cuerpo. Aunque duró pocos segundos Ricardo volvió a disfrutar del contacto con los pechos de su amiga que se aplastaron contra su pectoral pudiendo sentir su agradable tacto y su considerable tamaño. Ricardo recordó su tórrido encuentro bajo la ducha como si no hubiera pasado prácticamente un año. Ella lo besó con fuerza en la mejilla dejando claro lo mucho que sentía por su amigo. Él, desarmado y sin fuerzas por lo mucho que aquello le gustaba, no pudo más que acariciarle la espalda débilmente dejando que fuera ella la que acercara su cuerpo casi violentamente.

Montse no quiso mirar a su amigo y se contentó pensando que no tendría noticias suyas hasta dentro de unos días puesto que ella e Ismael aprovecharían el día festivo y el fin de semana para marcharse fuera. Le vendría bien para desconectar y para que a Ricardo se le calmaran un poco las evidentes intenciones.

Ricardo no se atrevió a mirarla, pero nada más separarse de su cuerpo maldijo no poder saber de ella hasta pasados 4 días. Contaría los segundos.

Y pasados 4 días Ricardo tenía tantas o más ganas de seguir la conversación pendiente con su amiga. Envió el primer email de la semana haciendo la pregunta por la que su amiga había sentido curiosidad:

“Si no me respondes a esto sinceramente, no seguiré con este rollito ;-P” – amenazó sintiendo que aquel juego no era muy sano – “Te pongo en situación. Esto viene a raíz de que me dijeras que cuando saliste del trabajo aún tenías la cosilla. Entiendo que eso significa que aún te duraba el calentón debido a la excitación de leer el relato. Mi pregunta es si te masturbaste una vez llegaste a casa” – quiso saber antes de preguntar los motivos concretos que la habían excitado y en qué o quién había pensado si es que se había masturbado una vez estuvo en casa – “No es tan heavy, no? :-O jeje” – quiso quitar importancia a la pregunta.

Sin embargo, habían pasado 4 días, más que suficiente como para que Montse tuviera olvidado el tema y hubiera perdido interés en el mismo sobretodo porque, ahora sí, el morbo de lo sucedido con el relato había desaparecido completamente.

“Jajajaj, no hay respuesta a esa pregunta. Y se acabó el tema!!!!”

Ricardo se temía que aquello sucediera, pero se lo tomó con resignación. Estaba convencido que si la conversación hubiera seguido tras la noche de San Juan ella habría contestado aunque se hubiera hecho de rogar. Pero tenía claro que ahora se le habían pasado los efectos del calentón y aquella respuesta era la consecuencia.

“Ok” – respondió zanjando el tema y quedándose con las ganas de saber exactamente qué parte o qué cosas del relato habían provocado aquello en su amiga. Supuso casi seguro que Montse se habría masturbado al llegar a casa (igual que hizo él) y le quedó la duda de si lo hizo pensando en un personaje del relato, en los acontecimientos que se relataban o en los que sucedieron posteriores a la lectura, en alguna persona o situación ajena a todo aquello o cualquier otra cosa que se pudiera imaginar.

-Veo que finalmente vos mantiene las vacaciones y es la otra la que ha cambiado sus días…

Montse estaba nuevamente en el despacho de su odioso jefe escuchando la sarta de superficialidades que acostumbraba a soltarle. Estaba casi dejando de escuchar cuando oyó:

-… ¿se masturbó vos al llegar a la casa? – le preguntó su jefe con toda la parsimonia y cinismo que pudo.

-¡¿Cómo?! Disculpe… – reaccionó ella torpemente sin creerse lo que había escuchado.

-Me quedé intrigado con la pregunta que le hizo su amigo… – le dijo sin perder un ápice de su actitud, sin levantar la vista de los papeles que aparentaba ordenar sobre su mesa.

Montse empezó a encontrarse mal. Sus peores pesadillas se hacían realidad. Habían accedido a sus conversaciones con Ricardo y, más concretamente, a las que describían lo que había sucedido la semana pasada. Se quería morir, pero antes se preocupó y mucho por su puesto de trabajo, por lo que aquello podía suponer. Y tampoco obvió la vergüenza de que se supiera algo tan íntimo, ni la repulsa por ser su jefe quién lo descubriera.

Román se levantó lentamente de su asiento mirando por primera vez a los ojos de su empleada y con una extraña sonrisa marcada en su rostro.

-Así que vos cree que soy un impresentable… – y la sonrió con desprecio. – Mira, acá tengo impresos todos los correos que se ha estado enviando con vuestro amiguito…

-Román…

-¡Che, no me interrumpa! Déjeme ser impresentable sin molestar, estese calladita. ¿Cuántos correos se han enviado ustedes? ¿Cientos? ¿Miles? El email del trabajo no está para cosas personales. Y esto – alzando los papeles – es más que suficiente para echarla a la calle…

-No puede hacer eso – el temperamento de Montse surgió a relucir – No tiene derecho a mirar mis mails personales. Es un abuso de la intimidad y…

-Che, tranquila… simplemente le estoy poniendo en situación, relájese, mina y déjeme acabar. Como digo, esto está lleno de correos personales que podría utilizar para su despido, pero no lo voy a hacer ya que los últimos me han dejado intrigado y he pensado que podría deshacerme de esto – volviendo a levantar el montón de hojas – a cambio de que me explique algunas dudas que me han surgido.

Montse no se podía creer lo que estaba escuchando. Si no lo había entendido mal su jefe la estaba chantajeando para hacer la vista gorda a cambio de que le explicara lo que no había querido explicar a Ricardo. Estaba claro que no iba a pasar por ahí. Si no se lo había explicado a su adorable mejor amigo en ningún caso se lo iba a contar a su despreciable jefe.

-Y bien, ¿vos te masturbaste al llegar a la casa? – volvió a preguntarle ahora tuteándola por primera vez.

-Lo siento, pero no creo que debamos estar hablando sobre esto – intentó la vía diplomática.

-Mira, te lo pondré fácil. Yo no soy tan ingenuo como el amigo boludo ese que tienes. Está claro lo que hiciste al llegar a la casa. ¡Vamos, mina! Si manchaste la bombacha sin que te tocaran…

-Perdone, no creo que eso sea de su incumbencia – le cortó completamente histérica.

No sabía cómo reaccionar, por dónde encauzar la conversación para salir del atolladero. Tenía claro que su jefe no conseguiría su propósito a pesar de pensar que podía ser una buena salida contarle lo que quisiera para evitar males mayores, pero cuando el energúmeno empezó a tutearla aún sintió mayor desprecio que llegó a cotas desorbitadas cuando empezó a ser soez.

-Tal vez haya alguien de arriba que piense que esto sí es de su incumbencia – y volvió a mostrar los emails impresos a la chica.

-Es un farol – Montse estaba decidida a no dejarse amilanar – No creo que a los de arriba les haga gracia saber cómo controlas a tus empleados – y decidió tutearle para ponerse a su nivel.

-Bien, me gusta que nos tuteemos – le dijo con una maliciosa sonrisa mientras se volvía hacía su mesa y cogía el teléfono – ¿Señor Martínez?… Sí… Quer… – Montse alargó su dedo índice sobre el interruptor del teléfono fijo para colgar la llamada.

-¿Qué quieres saber? – le preguntó completamente vejada.

Román soltó una carcajada triunfal y la escudriñó con la mirada antes de hablar.

-¿Te parecí lindo cuando me viste por primera vez? – preguntó retóricamente – Puedo encontrar el correo en el que se lo dices al tal Ricardo – añadió antes de que ella le replicara.

Montse recordó la primera impresión que tuvo de su actual jefe y sí, a pesar de su avanzada edad, pensó que estaba bueno. Y de hecho, si no tuviera tanto sentimiento negativo hacia él lo seguiría pensando. Román era un hombre elegante, alto, moreno con algunas canas que le daban un toque interesante. No se podía negar que era atractivo. Incluso el acento argentino le pareció muy sensual al principio. Sin embargo, ahora odiaba el idioma y a todos los argentinos y, sin duda, era culpa de su jefe.

-¡Señor! De eso hace ya mucho tiempo… – le respondió quitándole hierro al asunto.

-Puedes empezar confirmando que vos te tocaste al llegar a la casa si quieres – le soltó con desdén, sin darle mayor importancia.

-Sí, está claro que me masturbé. Ya lo has dicho tú mismo antes.

Román volvió a sonreír y prosiguió:

-¿En qué pensaste? – y antes de que contestara cogió el teléfono en un amago de hacer una llamada mientras en el rostro se le dibujaba la mayor de las sonrisas ladinas.

-Román… – sintió un escalofrío y no tuvo otra que contestar con resignación – pensé en mi amigo y en las insinuaciones que nos regalamos tras lo que me pasó leyendo el relato…

Montse comenzó a recordar cómo se había tocado bajo la ducha imaginando que su amigo se hubiera atrevido a correr en su búsqueda tras la conversación telefónica para rememorar el morboso encuentro del año pasado. Si bien Ricardo seguía sin despertar los deseos de Montse sí lo hacía el morbo que a ambos les rodeaba. Durante esa ducha, ella se masturbó dos veces seguidas, la segunda recordando los acontecimientos del relato, pero prefirió sacar ese tema lo menos posible y no se lo dijo a Román.

Sin embargo, el recuerdo hizo mella en la chica. Aquellos pensamientos empezaban a volver a calentarla y comenzó a sentir un cierto cosquilleo que quiso ignorar a toda costa.

Román se reía satisfecho. Y, en la victoria, quiso ser cruel con el derrotado:

-¿Qué pensaría Ricardito si se enterara que vos me has contado lo que a él le has negado? – Y soltó una malévola carcajada que dolió enormemente a la chica – Dime, ¿y qué es lo que tanto te gustó del relato? ¿Qué es lo que te provocó la calentura? ¿En qué momento acabaste?

Román parecía disfrutar con aquello enormemente y ella se sentía cada vez más ultrajada. Le carcomía ver a su jefe disfrutando con su vejación, algo que seguramente estuvo deseando durante los dos últimos años. No quería seguir con aquello y menos tras oír las preguntas que tanto se temía.

-No lo recuerdo, fue todo muy rápido… – intentó disuadirle.

-Si vos lo prefieres podemos releerlo, tengo por acá el relato – y volvió a mostrar esa escalofriante sonrisa mientras se dirigía a uno de los cajones de su escritorio – Acá está, noche descontrolada.

Sólo oír el nombre, saber que aquel relato estaba ahí tan cercano y a punto de ser leído para evocar las sensaciones que le provocó, subió unos cuantos grados la temperatura corporal de Montse. Pero aún estaba suficientemente serena como para saber que aquella no era la mejor forma de rememorar aquel momento.

-A ver, simplemente me gustó como estaban descritos los acontecimientos.

Pero Román la ignoró y comenzó a leer mientras Montse, sentada en frente de su escritorio, le escuchaba:

-Era la primera vez que Roberto iba al pueblo de su novia. Sentía una mezcla de sentimientos puesto que sabía lo importante que era ese mundo para ella y deseaba por fin poder formar parte de aquello y no cagarla en el intento (…) Roberto, al escuchar a Damián se levantó del suelo. Estaba avergonzado porque lo viera en aquella situación, pero al mismo tiempo se alegró enormemente de su llegada. ¿Qué habría pasado si no hubiera aparecido? No quería ni pensarlo. (…) Cuando por fin la atendieron decidió apartarse de ella. Merche se giró instintivamente y lo miró. Parecía rabiosa, seguramente estaba disfrutando la situación tanto como maldiciéndola. Aquello le puso más cachondo si cabe y notó que la polla empezaba a dolerle. Miró a la camarera y pensó cuál estaba más buena. (…)

A estas alturas Montse se estaba temiendo lo peor. Si bien la primera vez en este punto de la historia no había sentido nada, ahora sí que empezaba a sentirlo sabiendo lo que pronto llegaría. Y su cuerpo reaccionó acorde a ello. Sus pezones empezaban a dolerle y agradeció que su jefe no levantara la vista de la lectura porque su cara debía ser un poema.

-(…) Empezó a desabrocharse los botones del pantalón. ¿Se iba a sacar el pito? No podía ser… no podía imaginar que en unos momentos iba a ver aquello… se moría de ganas. (…)

Y tal y como relataba la historia, en este punto, Montse se moría de ganas de ver aquella polla y se la imaginó en su mente. Fue cuando empezó a lubricar la primera vez y, ahora, cuando se le escapó un ligero gemido que no pasó inadvertido para su avispado lector que la ignoró y simplemente acompañó al relato desabrochándose el pantalón y sacándose la polla morcillona.

A Montse casi le da un vuelco el corazón. Si sus pulsaciones ya estaban disparadas recordando las sensaciones del relato casi sintió un pinchazo al ver la cacho polla de su jefe colgando frente a ella. No pudo reprimir los instintos y se quedó mirando la verga. Ya no necesitaba imaginar y no pensó que la diferencia entre imaginación y realidad fuera tan placentera.

La excitación de Montse era evidente y no pasó desapercibida para su jefe que continuó con la lectura:

-(…) Le agarró la polla y empezó a masturbarle. Notó como aquello se hinchaba aún más y notó las venas marcándose a fuego bajo su mano. (…)

Román contaba con que en aquel momento de la historia ella hubiera entrado al trapo y cumpliera la fantasía de imitar en la realidad los actos relatados por la imaginación de un perturbado que tanto placer le habían dado. Sin embargo, ella no parecía dispuesta a dejarse sucumbir.

Montse estaba excitadísima y deseaba seguir escuchando nuevamente aquella historia. Y precisamente ese deseo le ayudaba a no caer en las garras de ese cabrón argentino.

-(…) Cuando empezó a sentir primero el enorme glande abriéndose paso por su interior seguido del duro hierro que la llenaba por completo, Merche sintió que no tardaría en llegar al orgasmo. (…)

-Aquí fue cuando me corrí – le confesó Montse ya completamente sumisa.

Román había ganado la batalla y ambos lo sabían. Dejó de leer y se dirigió a su empleada:

-Así que mientras vuestras compañeras trabajaban, los informáticos arreglaban los problemas o yo te pedía que me hicieras un informe, vos estabas leyendo esto, con la respiración entrecortada, sudores fríos, los pezones parados… una calentura tal, que acabaste viniéndote en el tanga sin que nadie te tocara – le recriminó.

Montse le escuchaba y parecía estar describiendo su actual situación. Y encima, el muy soberbio, le estaba echando la bronca con aquel pedazo de polla desafiándola. Necesitaba salir de allí ya.

-Escucha, Román, ya tienes lo que querías. Te he resuelto las dudas. ¿Puedo irme?

-Vos podrás irte – le respondió mientras se acercaba a su presa – si no soy capaz de demostrar – continuó situándose, de pie, a la espalda de Montse que continuaba sentada – la cachondez que llevas encima.

Y antes de que ella pudiera responder continuó mientras le acariciaba los hombros:

–Pero tendrás que darme cancha… – le pidió mientras bajaba lentamente por los brazos con toda la parsimonia que pudo.

Era evidente que estaba cachonda, pero Montse no pudo imaginar cómo su jefe pensaba demostrarlo. Ahora estaba dejándose masajear por él y le costaba renunciar a aquellas placenteras caricias. Sin embargo cuando el argentino le palpó el vientre pensó que era demasiado y, con mucha fuerza de voluntad, sacó la valentía para cortarle, momento en el que Román la desarmó.

El argentino estaba magreando a Montse y la empleada que tanto le odiaba parecía dejarse hacer. Estaba a punto de llegar a su objetivo mientras palpaba el plano estómago de la atractiva mujer. Siempre la había tratado como una mierda, pero las ganas de follársela desde que la conoció nunca habían desaparecido y ahora tenida la oportunidad de conseguirlo. Antes de que ella se molestara por el magreo agarró la tela del pantalón y la braga de la chica y las separó liberando todo el calor que se había acumulado en esa zona. Un intenso olor a sexo inundó la habitación.

-Acá está la demostración – le indicó triunfante al observar la cantidad de hilillos viscosos que empapaban el tanga e inundaban los pelos del pubis de Montse que había lubricado como nunca escuchando el relato en boca de su odiado jefe argentino.

Montse se avergonzó al ser descubierta de esa forma. La cantidad de líquido vaginal que se había acumulado en su sexo era desmesurado y aquel fuerte olor que arañaba el olfato era desagradable. Él soltó las prendas que volvieron a su posición rozándole el coño y provocándole un enorme placer. Su jefe se colocó a su lado, con aquel semblante sonriente y triunfal que tanto la sacaban de sus casillas y aquel pollón casi erecto pidiendo guerra. Ya no tenía nada que perder y le agarró la polla deseando sentir todo el placer que Merche había sentido en su imaginación.

No tardó en notar las venas de aquel enorme falo a punto de reventar y deseó sentirlas con la lengua. Los 21 centímetros de su jefe eran mucho más que los 15 de Ismael y los escasos 13 de Ricardo. Ella había estado con muchos chicos pero ninguno de ellos llegaba a tales dimensiones con lo que le costó acostumbrarse a abrir tanto la boca para recibir toda la carne argentina. Pero en ningún caso le hizo ascos.

Mientras Montse le mamaba la polla, Román se fue desnudando. Primero se bajó completamente los pantalones y los calzoncillos y luego se quitó la corbata para comenzar a desabotonarse la camisa. Montse aprovechó para alzar un brazo y masajear primero y luego casi arañar las duras abdominales de su jefe que para estar cerca de los 50 años se mantenía muy, pero muy bien.

-Mina, déjame ver ese lindo cuerpo.

Ella se apartó de él y deseosa de recibir placer le hizo caso quitándose la camiseta y desabrochándose el sostén que liberó sus turgentes pechos ligeramente pecosos. Román alargó una mano y los sobó con maestría. Montse se derretía de placer con cada magreo.

-Estás rebuena, déjame ver el resto.

-Román… – ella sabía lo que había allí abajo y se avergonzó nuevamente.

-Che, histérica, ¡no calientes la pava! – y la agarró de las piernas con brusquedad arrastrándola hacia sí.

Ella intentó forcejear sin éxito mientras él le desabrochaba y bajaba el pantalón. El tanga de Montse estaba completamente empapado y ella se apresuró a taparse completamente avergonzada. Él le abrió las piernas colocando cada una de ellas a su alrededor y con una mano apartó las de la chica con firmeza mientras con la otra pasaba el dedo índice por encima de la húmeda tela. El sonido del chapoteo fue inconfundible, pero se perdió bajo los gemidos incontrolados de Montse.

Cuando Román retiró la tela hacia el costado volvió a sentir el intenso olor que la excitación de la chica desprendía. Los viejos jugos blancos ya viscosos se confundían con los incipientes flujos más cristalinos que se deslizaban desde los labios de la chica hasta los muslos de la misma. Aquella amalgama de fluidos excitó más si cabe al hombre que se agachó para comerse todo aquello.

Montse nunca había estado tan cachonda. Ni los cuartos oscuros de su juventud, ni las morbosas fotos de Ricardo pasando por la encomiable resistencia de Ismael. Aquella lengua argentina del tío que más la había jodido en los últimos años de su vida la estaba transportando al séptimo cielo. Todo el calentón acumulado surgía ahora para recibir el placer que aquel desgraciado le estaba regalando.

Y se corrió como lo hiciera sin que nada ni nadie la tocara la semana pasada mientras leía el relato o las 2 veces seguidas que se masturbó bajo la ducha nada más llegar a casa, primero pensando en Ricardo y luego rememorando lo sucedido en el trabajo.

-Sos maravillosa – la piropeó y sin darle tiempo a recomponerse la insertó con brusquedad utilizando dos de sus dedos que, una vez en su interior, se doblaron buscando el placer de la empleada.

Montse tuvo que reprimir las ganas de gritar de placer si no quería que toda la oficina se enterara de lo que allí estaba pasando. Y un nuevo orgasmo le sobrevino. Mientras su cuerpo aún se convulsionaba debido a la corrida vio como su jefe sacaba algo del cajón y se lo acercaba a la polla. Un condón. Montse entró en conflicto. ¿Quería que su despreciable jefe se la follara? Evidentemente no. Pero por otro lado nunca antes había sentido tanto placer, al igual que la inexistente Merche. Ahora bien, ese enorme placer ya le había dado dos orgasmos con lo que ya estaba servida. Sin embargo, recordó su juventud y la frecuencia con la que le gustaba hacerlo y eso la convenció para dejarse follar por aquel maldito hijo de puta.

-Espera, ven aquí – le dijo a su jefe mientras se incorporaba de la silla interrumpiendo el acto de colocación del preservativo.

Montse le arrebató el látex de la mano y se lo llevo a su experimentada boca. Se inclinó hacia la tiesa polla de su superior y le colocó el condón con una sorprendente pericia a pesar de no estar acostumbrada a manejarse con semejantes tamaños.

Mientras Román se la follaba en la posición del misionero se le ocurrió una cosa.

-Mina, por ahí he leído en uno de los correos que tienes problemas para ir al baño… – la sorprendió.

¡¿Qué?! ¿A qué venía eso? se preguntó Montse pensando que estaba completamente fuera de lugar. Pero en seguida lo comprendió.

-Tal vez tengas un tapón… ¿vos te gustaría que intentara sacarlo? – le indicó perspicazmente.

Ella no pudo evitar reírse. El muy idiota había tenido gracia. Montse tenía problemas para cagar regularmente y, tras leerlo en alguno de los emails personales que había enviado a Ricardo, se le había ocurrido esa ingeniosa forma de pedirle sexo anal.

-Yo nunca… – le confesó con timidez, pero estaba dispuesta a que le diera por el culo. Irónicamente, es lo que llevaba años haciendo.

-Vos estate tranquila que yo tengo de todo.

Román sacó unos cuantos artilugios de su mesa: vaselina, lubricante, unas bolas chinas y una especie de consolador negro chiquitito. ¡Joder! El tío estaba preparado y Montse se imaginó a cuántas se habría cepillado sin que ella se enterase. Y pensó que no era de extrañar con lo bueno que estaba y lo tan buen amante que era. Sólo de pensarlo se mojó aún más.

Ella se agachó poniendo el culo en pompa para dejar que él tuviera todo el acceso que necesitara. Román comenzó con suavidad a acariciar la zona. Ella se estaba deshaciendo deseosa de recibir aquellas incursiones sutilmente incrementales. Román roció la zona con el lubricante para poder introducir lentamente sus dedos por el ano de la chica e ir dilatando la zona. Cuando el dedo ya había explorado su interior trasero utilizó el consolador: fino en la punta y que ganaba tamaño hasta llegar a algo más de un par de centímetros y medio al final. Cuando Montse estuvo preparada, Román se untó la polla en vaselina y se dirigió al estrecho agujero.

Montse sintió que su trasero se desgarraba cuando el glande argentino pidió paso. A pesar de haberse habituado bastante bien a los dedos de su amante primero y al consolador después, aquel glande era demasiado abultado. Apretó la cara contra el cojín que corría por el despacho y se imaginó cuántas lo habrían mordido antes que ella. Ese pensamiento la excitó aún más justo en el momento en el que el glande se introducía por completo en su culo haciéndola desvanecerse en una oleada de placer culminada en una nueva corrida.

Cuando su superior se cansó de reventarle el culo le pidió que volviera a chupársela. Ella ya no estaba para negarse a nada y mientras se la lamía pensó en lo que ese macho le estaba dando. La había hecho recordar la frecuencia con la que había tenido orgasmos en su juventud, había provocado una situación tanto o más morbosa que la que provocó Ricardo y, sin duda, era más resistente que su novio. Aquel cabrón lo tenía todo. Por suerte, los espasmos de su jefe cortaron esos crueles pensamientos.

Román apartó a Montse en cuanto notó la inminente corrida para agarrarse la polla con una mano y masturbarse apuntando hacia la cara de su empleada a quién sujetó del pelo con la otra mano para que no pudiera rehuir de la corrida.

Cuando Montse se dio cuenta de lo que estaba a punto de pasar quiso zafarse, pero su superior la había agarrado del cabello y no tenía forma de escapar sin evitar un fuerte tirón de pelo así que asumió lo que iba a pasar y, a pesar de jamás haber recibido una corrida en la cara, abrió la boca para probar el dulce de leche.

Cuando Román vio cómo la chica abría la boca no pudo aguantar más y se corrió con fuerza soltando largos chorros de semen todos directos al rostro de Montse quien los recibió con cierto desconcierto al principio y placer al final.

La cara de la chica quedó pintada de blanco y el poco semen que se le introdujo en la boca lo expulsó como pudo deslizándose por la comisura de sus labios y barbilla para quedar ahí colgando hasta que su jefe le ofreció un pañuelo con el que limpiarse.

-A partir de ahora – soltó Román mientras se arreglaban – borrón y cuenta nueva. ¿Está de acuerdo? – volvió a tratarla de usted.

-¿Ya no hay emails personales? – preguntó queriendo saber si se desharía de toda prueba que pudiera servir para despedirla.

-Vos nunca ha enviado correos personales ni acá nunca ha sucedido esto – haciendo referencia al extraordinario polvo que acababan de pegar.

Ambos estuvieron de acuerdo así que Montse se marchó del despacho pensando en lo sucedido. Era la segunda vez que era infiel a Ismael, pero si hace un año fue con el tío más adorable de la tierra, Ricardo, esta vez había sido con el mayor cabronazo que existía, su jefe. Eso sí, el placer que este último le había dado no tenía comparación con nada que hubiera experimentado hasta ahora. Si entonces pudo vivir con ello sin problemas, ahora no debería ser más difícil pensando que simplemente el placer recibido era más justificación que hacerle un favor a su mejor amigo. Únicamente se quedó con la sensación de traición a su amigo. Si Ricardo se enterara que aquello que le había negado a explicarle se había convertido en el mejor polvo de su vida con el tío que más odiaba, la mataría. Así que lo que acababa de suceder quedó para siempre en el olvido.

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Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 5” (POR MOSTRATE)

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 mi novia le gusta mostrar su culito. (5)

Luego de la aventura de mi novia con mi jefe y mis compañeros de oficina, mi vida se ha convertido en un verdadero caos. Las cargadas en el trabajo, las inevitables proposiciones de empleados de otra sección y aguantar al viejo calenton de mi jefe que todos los días me hace recordar como gozaba Marcela mientras le rompia el culo, están haciendo que mis dias en la oficina sean interminables. Lo peor de todo es que no puedo tomar la decisión de dejar a mi novia, porque cada vez que lo intento, recuerdo los momentos vividos y me excito de tal manera que tengo que masturbarme para poder calmarme.

A todo esto se suma que Marcela cada vez esta mas puta. Ahora cada vez que hacemos el amor se calienta imaginando que soy otro y me llama Leonardo, Sergio, Ruben, etc y me pide que le rompa la cola como se la partieron ellos. Cuando yo acabo, a ella no le alcanza y sigue metiendose los dedos en el culo como desenfrenada pidiendome que le consiga otra pija. Así acaba varias veces y se tranquiliza, me pide perdón por las cosas que dijo y se duerme.

Así transcurre mi vida y por lo tanto como sigo con ella hoy voy a contarles lo que nos paso hace poco.

Hace unos días al levantarme y como todos los días lo hago, intente bajar los mail que recibo de todos ustedes y me encontré que estaba sin servidor. Tengo el sistema de Cablemoden por lo que después de varios intentos inútiles de que funcionara, llamé al servicio técnico, en el cual me respondieron que no había ningún problema en la zona, por lo que tenían que mandar un técnico a domicilio para chequear cual era el inconveniente. Arreglamos que el día Miércoles a las 19 Hs. pasarían por mi casa.

Fue así que ese día pedí salir del trabajo mas temprano y me quedé en casa esperándolo. Estaba solo porque Marcela había ido al gimnasio y no regresaría hasta las 21 Hs.

Puntualmente tocan la puerta y al abrir me encuentro con dos tipos de aproximadamente 40 años morochos y bien fornidos. Me muestran las credenciales de la empresa, los hago pasar y les indico donde está la computadora. Les explique cual era el problema mientras uno de ellos revisaba los cables y el otro encendía la PC. Les ofrecí algo de tomar lo cual aceptaron, así que los deje solos un momento y me dirigí a la cocina. Cuando volvía con las gaseosas y mientras me acercaba a la habitación escuchaba risas cosa que no le di importancia. Cuando abrí la puerta e ingrese me encontré a los dos sentados frente al monitor contemplando una foto de espaldas y en tanga de Marcela. Ver a esos dos negros como se baboseaban con la cola de Marcela me excito terriblemente. Al verme disimularon y cerraron la foto. Yo quería ir mas allá, más aún sabiendo que Marcela no llegaría hasta las 21, y que a esa hora los técnicos ya no estarían. así que decidí empezar el juego.-

– ¿Les gusta esa foto?, les pregunté.

– La verdad que tiene un culito bárbaro, me contestó uno de ellos.

– Esta para comérselo todo, dijo el otro.

– Es mi mujer, les dije.

Los dos se miraron y no sabían donde meterse.

– Perdón señor, no sabíamos. Dijeron casi a duo.

– No hay problema muchachos, no tenían por que saber. Además a ella le encanta que le miren la cola y como a mi no me molesta está todo bien. Abran de nuevo la foto y mírenla tranquilos.

No podían creer lo que escuchaban. Me miraron, abrieron la foto y la maximizaron.

– ¿No tiene una cola preciosa?, pregunté.

– La verdad que si, contestó uno, notándose en su voz que ya se estaba calentando.

– ¿En serio que le gusta mostrar el culo?, me preguntó.

– Así es, esta foto esta en internet y le mandan muchos mail por día, le respondí.

El otro miraba la foto y se tocaba la entrepierna. Yo a esta altura tenía una erección que no podía disimular.

– ¿Y donde esta su señora ahora?

– En el gimnasio, va a volver tarde.

– Es una lástima, me gustaría conocer ese culito personalmente, me dijo algo tímido, quizás esperando una mala reacción mía.

Yo estando seguro que Marcela no aparecería, seguí con el jueguito.

– Si estuviera acá se los mostraría con todo gusto, les dije. Es más, me encantaría verlos como se lo admiran, continué.

– ¿No tiene mas fotos?

– Si claro, no las tenemos escaneadas, pero ahora se las traigo.

Me dirigí hacia el dormitorio y enseguida regresé con un álbun con muchas fotos de Marcela mostrándose en tanguita y con el culito al aire.

Cuando las empezaron a ver se les notaba que explotaban de la calentura, pasaban una por una y se reían nerviosamente mientras se tocaban la entrepierna.

– ¿Puedo llevársela a mis dos compañeros que están afuera para que las vean?, me preguntó uno.

– No, las fotos no salen de acá. Llámelos y que vengan a mirarlas aquí, le respondí.

De inmediato tomo su radio y le pidió a sus colegas que vinieran al departamento.

Al minuto tocaron a la puerta. Yo fui a recibirlos y los guié a donde estaban los otros.

Yo estaba excitadisimo. Ver a los cuatro mirando desesperadamente las fotos de mi novia mostrando la cola me ponía a mil.

De pronto, escucho la puerta de calle, y veo que entra Marcela. Había regresado antes de tiempo. Voy enseguida a su encuentro para evitar que ingresara en la habitación donde estaban los técnicos y ella, que me habrá visto la cara de desesperación que traía, me preguntó sorprendida que pasaba.

La lleve a la cocina y le conté lo que había hecho y le sugerí que se fuera por un rato hasta que los técnicos se marcharan.

Enseguida note que la situación en vez de molestarla la había excitado ya que las dos primeras preguntas que me hizo fueron cuantos técnicos eran y que habían dicho de las fotos. Le respondí que eran cuatro y que se notaba que las fotos los habían calentado muchísimo. Ella me dio un beso y me metió la mano en la entrepierna y me dijo:

– Veo que vos también estas muy caliente.

– ¿No tenés ganas que me vean personalmente y que me deseen?, continuó.

La verdad que solo imaginar a esos cuatro tipos admirar a mi novia me ponía a full.

Se sacó la campera, quedando vestida solamente con una remerita blanca muy ajustada y unas calzas rojas de gimnasia, que mostraba su culito redondito y paradito.

– Vamos, presentámelos, me dijo.

Entramos a la habitación y al ver que venía con mi mujer no les daban las manos para esconder las fotos.

– Les presento a mi señora, les dije.

– Mucho gusto, dijeron casi al unísono.

– Hola, dijo Marcela.

– Por las fotos no se preocupen. Mi marido ya me contó todo y no me molesta que las vean, continuó.

– Ya su marido nos dijo que le gusta mostrarse, dijo uno.

– La verdad que tiene un culo precioso, dijo otro.

– Muchas gracias, ¿cuál fue la foto que mas le gustó?, preguntó Marcela.

– Esta, dijo uno, mostrando una foto donde se la ve a Marcela parada apoyada contra una pared vestida solamente con una tanguita negra metida bien adentro y sacando la cola para afuera.

– Esa me la saco mi marido en nuestro dormitorio.

– Muéstrenos donde, pidió el mas grandote.

– Pasen por acá, dijo Marcela, dirijiéndose a nuestra habitación.

Cuando entramos todos al dormitorio, Marcela se paró en el lugar de la foto y en la misma pose.

Los cuatro tipos se sentaron en la cama, mientras yo me quede parado a un costado para no taparles la espectacular vista que les estaba dando mi novia.

– Saque el culo mas para afuera como lo tiene en la foto, casi le ordenó uno de ellos.

– ¿Así está bien? Preguntó Marcela que había abierto un poco de piernas y arqueado la espalda, parando bien la cola.

– Así esta bárbaro. ¿Me presta la cámara de fotos para sacarle unas fotos yo?, preguntó.

– Mi amor, ¿lo dejas al señor que me fotografie la colita?

De la calentura que tenía ya no podía hablar, así que asentí, mientras sacaba la cámara del placard y se la entregaba a uno de los tipos.

Se paro atrás de mi novia y comenzó a fotografiarla, mientras los otros se sacaban los bolseguies y se recostaron en nuestra cama, masajendose la entrepierna.

A Marcela esto que le estuviera sacando fotos un extraño la había puesto como loca de la calentura. Se notaba en la expresión de su cara y en la forma que se contorsionaba.

– Así putita mostranos bien ese culito, le decía uno.

– Mostranos esa carita de puta, decía otro.

El tipo le seguía sacando fotos cada vez de mas cerca. Esto ponía cada vez mas caliente a Marcela, que en un momento dado metió los dedos en los costados de la calza y la bajó un poco, hasta mostrar el inicio de la raya del culo.

– Mire como la puta de su señora nos quiere mostrar la tanguita, me dijo el que estaba con las fotos, ¿a usted no le molesta no?

– Si ella quiere esta bien, conteste con el poco aliento que tenía.

– A ver putita de mierda bajate las calzas que tu marido te deja.

Marcela se paro derecha, apoyó su mejilla derecha en la pared y tiró de la calza para abajo dejando al descubierto una tanguita disminuta color blanca que apenas le cubría un triangulito en la parte de arriba.

– Uy Dios que culo, exclamó uno que estaba en la cama y comenzó a sacarse los pantalones.

Los otros lo siguieron, mientras no se perdían detalle.

El que estaba con las fotos no paraba de sacar. Le indicaba a Marcela como quería que se pusiera y esta obedecía al instante. La puso de costado, un poco agachada, le hacía poner un dedo en la boca, un dedo en la rajita del culo. Los otros tres estaban con sus tremendos penes erectos y masturbandose.

– Ahora puta nos vas a mostrar ese lindo agujerito que tenés, así que sacate toda la ropa que lo queremos ver, le ordenó el de las fotos, dejando la cámara a un costado y sacandose los pantalones se acostó también en la cama.

Marcela se saco las zapatillas, las calzas, el top y quedo solo con la tanga y las medias blancas de gimnasia

Los miraba con cara de puta, sacaba la lengua y se la pasaba por los labios y jugaba con que se bajaba la tanga, lo hacia hasta la mitad y la volvía a subir enterrandosela dentro del culo. Esto los ponía como loco a los tipos que casi ya estaban todos desnudos en la cama.

De repente uno no aguanto más, se paró y se apoyo en la espalda de Marcela, y mientras la traía hacia él agarrándola de las tetas le refregaba la pija por todo el culo.

– ¿Te gustan las pijas grande puta?, ¿las querés todas adentro eh?

Marcela no contestaba, solo acercaba el culo a ese pedazo de pija y gemia.

– Date vuelta perra, mira que lindas pijas tenemos para vos, le dijo uno que estaba acostado.

Inmediatamente el que la tenia apoyada la dio vuelta y le metió la lengua en la boca mientras le agarraba el culo con las dos manos abriéndoselo bien y dándole una excelente vista a los que estaban en la cama.

– ¿Comete esta pija putita? Le ordenó, a lo que Marcela respondió rapidamente metiéndose tremendo pedazo de carne casi por completo en la boca, mientras movía la colita a los otros.

Uno de ellos se paró y corriéndole la tanguita le metió la lengua en el oyito, a lo que mi novia respondió con un gemido que pronto se convirtió en la primera acabada.

Mientras los otros se pajeaban freneticamente, el que le estaba comiendo la cola se incorporó y acomodando su pedazo en el agujerito del culo de mi novia lo penetró hasta el fondo.

No puedo explicarles con palabras como se retorcía mi novia con ese pedazo de pija en su colita. Pedía más y más.

– Que abierto que tenés el culo putita, se ve que te tragaste varias pijas, le decia mientras le bombeaba sin parar.

El que le estaba dando de comer por la boca la agarró de los pelos y le giró la cabeza a los que estaban pajendose en la cama y le dijo:

– Mirá que lindas pijas te están esperando, subí a la cama y comételas a las dos, son todas tuyas putita.

Marcela casi pego un salto y subió a la cama como desesperada y se metió la pija de uno de los tipos en la boca mientras el otro le metía dos dedos en el culo que ya a esta altura estaba bien dilatado.

Mientras los que estaban parados subieron también a la cama y la manoseaban por todos lados. Uno me miraba a mi mientras me hacia flor de paja y me decía:

– ¿Te gusta como la partimos a tu señora? Mira como le gusta a la muy trola.

Uno por uno le fueron dando por el culo. Marcela lo único que hacía era gemir y acabar.

– Ahora te vas a tragar la leche de los cuatro, le ordenó uno.

Los tipos se tiraron en la cama y marcela se metió la pija de uno en la boca mientras los otros esperaban su turno.

Así uno a uno se trago el semen de todos hasta la ultima gota. Quedó exhauta tirada boca abajo en la cama mientras los tipos se vestian. Yo ya había acabado varias veces por lo que me tiré a lado de ella a esperar que los tipos se fueran.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

Relato erótico: “La mujer de Ernesto” (PUBLICADO POR XAVIA)

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¿Estás de coña?

No tuve que verbalizarlo, pues Ernesto me conocía lo suficientemente bien como para poder leerme la mente. Mejor dicho, el semblante, pues no pude evitar abrir los ojos como platos y mirarlo interrogativamente.

-¿A quién más se lo puedo pedir si no es a ti?

Conocí a mi mejor amigo en plena adolescencia. Compartíamos alineación titular en el equipo que me fichó como delantero centro en categoría cadete. En aquella época jugábamos un 4-4-2, que se convertía en 4-5-1 según la necesidad de reforzar el medio campo ante equipos más potentes. Ernesto era el segundo delantero en el primer sistema, o el enganche en el segundo, pieza clave pues técnicamente era espléndido además de poseer una visión de juego que me permitía hincharme a marcar goles.

Como muestra, un botón. Le llamábamos Laudrup. Por su elegancia acompañando al balón, por sus pases entre líneas que cruzaban defensas experimentadas que me dejaban solo ante el portero rival, pero sobre todo por su parecido físico con el danés, pues también es rubio además de atractivo.

Ahí surgió una entente, una relación cada vez más estrecha que se tornó franca amistad los ocho años que compartimos escuadra. La universidad y las primeras responsabilidades laborales fueron diezmando el equipo del que acabamos saliendo pues no dejaba de ser un hobby adolescente.

La competición federada quedó atrás pero aún hoy seguimos jugando juntos en un equipo amateur de fútbol 7 en ligas de adultos, que nos sirven para desconectar de una vida demasiado estresante en lo profesional, muy limitada en su caso en lo personal.

El deporte no era nuestra única actividad juntos. Nos habíamos convertido en amigos inseparables, salíamos algún fin de semana solos o con otros compañeros del fútbol o de estudios y en su compañía descubrí el mundo de la noche, las chicas, y maduré al mismo ritmo que lo hacía él.

Hasta que conoció a Angie.

Contábamos ya con 25 años cuando me confesó que se había enamorado de una compañera de trabajo. Después de varios años marcando muescas en nuestros respectivos revólveres, una joven muy guapa, elegante e inteligente lo había cazado. La frase no era mía pero la suscribo al 100%.

Ninguno de los dos habíamos tenido aún una relación seria con una chica. A mí no me apetecía, quince años después sigo sin haber tenido ninguna con suficiente profundidad para considerarla como tal, y Ernesto parecía responder al mismo patrón. Pero aquella joven abogada de larga melena oscura y ojos azules lo embriagó ofreciéndole una felicidad por la que siempre los he felicitado, a ambos.

Curiosamente, o no tanto pues la experiencia me ha demostrado que es más habitual de lo que debería, las dos personas más próximas a mi amigo no cuajaron entre sí.

Además de guapa e inteligente, virtudes innegables en la chica, Angie atesoraba un carácter fuerte, algo que también me agrada en una mujer, que la dotaba de un perfil dominante, mandón, que no casaba conmigo. Ernesto estaba encantado con ella, así que viendo feliz a mi amigo, yo también me sentía feliz por él, pero nuestra soterrada animadversión, alejó a mi compañero de fatigas de mi lado, por lo que tuvimos poca relación hasta que montamos el equipo de fútbol nocturno.

Nunca tuve ningún problema con ella, tampoco ella lo tuvo conmigo, pero las pocas veces que me invitaron a cenar o algunas salidas conjuntas, tres o cuatro al principio de su relación, me dejaron claro que Angie me veía más como una amenaza que como a un amigo.

Era obvio que ideológicamente no pensábamos igual, pues era una mujer de mentalidad conservadora, sobre todo por lo que a las relaciones de pareja se refiere, pues ella no comprendía cómo había chicas dispuestas a acostarse conmigo, o con cualquiera, la primera noche, sin visos de continuidad o de entablar algo más sólido que una ración de sexo sin compromiso.

Fui el padrino de bodas de Ernesto, dónde leí una dedicatoria mucho más suave de lo que hubiera querido, pues no quise problemas con ella ni con su familia, rancia hasta decir basta. Los visité en la maternidad horas después de los dos partos, el segundo de gemelos, les felicité la Navidad cada año, compré juguetes para los tres críos, y venían ambos siempre a mi fiesta de cumpleaños, un evento que organiza mi hermana puntualmente cada septiembre, pero mi relación con ella nunca pasó de cuatro frases tópicas.

Así que ahora estábamos sentados en el bar en que tomábamos la cerveza post partido, ya solos, pues el resto del equipo se había ido retirando después de lamentar la tunda que nos habían pegado un grupo de críos de poco más de veinte años.

Sin ser habitual que nos quedáramos solos para tomarnos la segunda, últimamente lo habíamos hecho varias veces. Y ahora comprendía por qué. También explicaba su extraño comportamiento conmigo, nervioso, y su errático desempeño sobre el campo, pues llevaba semanas sin dar pie con bola, nunca mejor dicho.

Accedí a la petición de Ernesto. Los amigos están para eso, echar una mano cuando los necesitas. Pero no las tenía todas conmigo.

***

Era sábado. Habían dejado a los niños con los suegros, pues la madre de Ernesto vivía su viudez a más de 100 km de distancia, para tomarse un fin de semana de relax en un hotel de playa con spa. Me habían invitado a cenar con ellos pero rechacé la propuesta. Preferí llegar acabados los postres para tomarnos juntos una copa.

Angie estaba espléndida, como siempre, con un vestido de noche de una sola pieza, oscuro con reflejos brillantes, entallado a su poderosa figura. También la noté nerviosa. Pero el que estaba taquicárdico era mi amigo, ansioso por emprender una aventura desconocida.

Tomamos la copa en el bar del hotel, gin tonics para ellos, un bourbon con hielo para mí, mientras la mujer ponía las cartas sobre la mesa.

-Te agradecemos mucho que hayas venido pues confiamos en ti lo suficiente para pedirte que nos ayudes en esta… -No supo calificarlo. Sabéis que podéis confiar en mí, tercié. –Sí, de eso se trata, de confianza. Sobra decir que nada de lo que ocurra hoy aquí debe salir de aquí. Ernesto lleva tiempo fantaseando con ello y yo lo quiero tanto que estoy dispuesta a hacerlo. Pero quiero que tengas claro que se trata de una sola vez y que nosotros pondremos los límites.

Nosotros era un eufemismo de yo, lógico pues era ella la que se prestaba a un juego demandado por su marido. Asentí, confirmando que mi nivel de compromiso era el mismo que el suyo, a la vez que comprendía perfectamente que el evento empezaría y acabaría cuándo y cómo ellos decidieran. Mejor dicho, ella, aunque esto no lo dije.

Aclaradas las reglas del juego, dejamos las consumiciones vacías sobre la mesita del bar y enfilamos hacia los ascensores. Según me habían aclarado, esta parte la había expuesto Ernesto, además de confiar en mí y de apreciarme, comentario aparentemente inofensivo que más tarde entendería que no lo era tanto, me habían elegido a tenor de mi experiencia, pues yo ya había participado en un juego parecido alguna vez.

Era cierto, pero lo había hecho con una pareja con la que no me unía ningún tipo de relación sentimental. Se trataba de una amiga con derecho a roce con la que me estuve acostando una temporada, que un buen día me sorprendió apareciendo con su marido. Tres veces compartimos cama pero Margot, que es como se llamaba la amiga en cuestión, llevaba muchos años de mili a las espaldas. Algo que dudaba en Angie.

Hasta que no entramos en la habitación del hotel no confirmé que el tema iba en serio. En todo momento, había tenido la sensación que se echarían atrás. Seguía sin descartarlo, pero la velada fue avanzando y nadie puso el freno.

La estancia era amplia, digna de un hotel de cuatro estrellas, con cama de matrimonio y sillón al lado de la ventana abalconada, además de las tópicas mesitas, bufet-escritorio coronado con un televisor de unas 20” y el siempre jugoso pero prohibitivo mueble bar. La cámara estaba perfectamente recogida, nunca me he alojado en un hotel y he tenido la habitación en tal estado de revista. Ernesto atenuó la luz desde los mandos de la pared lateral mientras su mujer ponía música relajante en un reproductor de Apple sobre el que había fijado su Iphone 6.

Al desconocer el procedimiento ideado por la pareja, preferí mantenerme pasivo mientras iniciaban el juego, así que me senté en el sillón viendo como se acercaban bailando sensualmente. En seguida Ernesto agarró a su esposa de la cintura acompañando el contoneo de sus caderas que seguían el pausado ritmo de la melodía, por lo que su mujer le correspondió tomándolo del cuello. Bailaron un buen rato, acariciándose suavemente, besándose con pasión comedida.

Desde primera fila, pude ver como era Angie la que tomaba la iniciativa desabrochando los botones de la camisa de mi amigo. Hasta que no hubo vaciado el último ojal, no dejó de besarlo. Bajó las manos y también le desabrochó cinturón y pantalones. Cuando éstos cayeron al suelo, se agachó lamiéndole el torso hasta llegar a la cintura mientras sus manos tiraban de las perneras para quietarle zapatos, calcetines y pantalón, dejándolo ante el mundo sólo con slips.

Volvió a ascender sin sorprenderme en demasía que no hubiera acercado sus labios al paquete de Ernesto. No sabía mucho de su sexualidad. Según Ernesto era muy placentera y no tenía queja pero desde que empezó su relación con Angie, dejó de ser expresivo en sus relatos amorosos, algo que habíamos sido ambos hasta entonces. Achaqué el cambio a la propia madurez de ambos, pues ya no éramos críos adolescentes con las hormonas desbocadas, al respeto hacia tu pareja, pues ya no era un rollo que te has tirado, sino la futura madre de tus hijos, pero también al conservadurismo de la mujer, pues intuía que su vida íntima podía ser muy satisfactoria pero no variada.

Aunque el voyeurismo nunca ha sido uno de mis platos principales, mirar a la pareja desnudándose a un par de metros de mí comenzaba a excitarme. Más por las expectativas del bistec que iba a degustar que por la acción contemplada en sí, pues solamente mi amigo mostraba carne y no me atraía lo más mínimo.

Cuando Ernesto tiró del vestido de Angie para sacárselo por encima de la cabeza, casi diez minutos después de quedarse en calzoncillos, mi pene dio un brinco de alegría, pero confirmé que ella dominaba los tiempos según sus necesidades. Lógico siendo la que se prestaba a un juego deseado por su marido.

Ernesto tenía más prisa que Angie, pero no forzaba la situación. Se conformaba acompañándola, ofreciéndome mínimos bocados del manjar. Sin dejar de contonearse, la había ido volteando para que ahora ella quedara delante de mí, por lo que no perdí detalle del espectáculo que aquella elegante mujer ofrecía en ropa interior.

Su cabellera caía más allá de los hombros, abrigándolos. Tenía una espalda aún joven, mostrando claramente que seguía haciendo deporte, cruzada por la tira de un sujetador negro. La cintura era estrecha, sin exagerar, actuando de nexo con una nalgas redondas aún sin marcas en la piel, a pesar de haber dado a luz a tres niños y haber cumplido los 40. Un tanga negro a juego con el sujetador lo cubría parcialmente. Las largas piernas de Angie quedaban oscurecidas por medias con goma en el muslo, rematadas con unos elegantes zapatos de tacón también negros.

Aunque apenas había podido apreciarlo, pues seguían bastante abrazados, la mujer de Ernesto atesoraba un buen par de tetas. Aún no lo sabía, pero sujetador y tanga eran transparentes.

Las manos de Ernesto comenzaron a inspeccionar la conocida piel de su mujer, tomándola de las nalgas, bajando por sus muslos, volviendo a ascender hasta llegar a la espalda, mientras ella se dejaba llevar agarrada al cuello de su hombre. No habían dejado de besarse en casi todo el rato, hasta que mi amigo abandonó sus labios para recorrer su cuello, sus hombros, el nacimiento de sus pechos, mientras Angie levantaba la cabeza facilitándole el camino.

Fue ella la que dio el paso hacia la cama, sentándose lateralmente en un primer momento, para quedar tumbados cara a cara al instante, acariciándose sin alterar el ritmo pausado. Aunque excitado, me enterneció. Comprendí en aquel instante qué significaba hacer el amor, algo que yo nunca había experimentado, por lo que me sentí sobrero en aquella habitación.

Hice el ademán de levantarme para salir de allí y dejarlos solos, entregados a su amor, pero la chica me llamó a su lado con un gesto con la mano. No dije nada, no avisé que creía que debía marcharme. Supongo que al sentir mi movimiento pensaron que ya quería unirme a ellos. Tuve un momento de duda, pero estaba allí por ellos, para ayudarlos a compenetrarse mejor, me habían dicho, así que me detuve acercándome.

Entendí el gesto que me hacía Angie como una invitación a tumbarme a su lado, detrás de ella, pues seguía ladeada hacia su amado. Obedecí, posando mi mano izquierda en su cintura, acariciando su cadera, hasta que ella la tomó para hacerla ascender hasta su pecho. Lo acaricié con suavidad sin que ella me soltara, apreciando su buen tamaño y dureza, a través de una fina tela que apenas interfería. Noté un pezón duro, grande incluso para el tamaño de la mama, que pellizqué suavemente mientras acercaba los labios para besarle el hombro y el cuello.

Sentí la mano de Ernesto colarse entre las piernas de su mujer pues ésta levantó la izquierda arqueándola y gimió suavemente en la boca de su marido. Su mano mantenía la presión sobre la mía que no había dejado de estimular su pezón.

Los gemidos se tornaron jadeos por lo que se vio obligada a desalojar los labios de su pareja. Éste aprovechó la entrega de su esposa para empujarla suavemente hasta que quedó tumbada boca arriba, con el cuello estirado como si buscara aire cerca de los almohadones y las piernas abiertas, sintiendo los dedos de su hombre jugando con su intimidad.

Ernesto tiró de la tira del sujetador del pecho que tenía a mano para desnudarlo y lanzarse a devorarlo con hambre. Imité el gesto, aunque me mostré más comedido en la degustación, lamiendo más que chupando.

Angie jadeaba, aumentando el ritmo de su respiración, hundiendo e hinchando el estómago, moviendo las caderas adelante y atrás. Su mano tomó mi cabeza, la gemela también acariciaba la de su marido, evitando que la abandonáramos hasta que explotó en un intenso orgasmo.

La dejamos recuperarse unos instantes mientras Ernesto me miraba sonriente. Besó a su amada suavemente que le correspondió abrazándolo hasta que se giró hacia mí para preguntarme, ¿no te vas a desnudar?

Obedecí, quedando también en ropa interior, un bóxer gris en mi caso, para volver a tumbarme a su lado con el arma a punto. Mientras, el matrimonio había vuelto a los arrumacos. Ahora era Angie la que asía el sexo de su pareja, masturbándolo lentamente con la mano dentro del slip.

Ernesto se acomodó entre las piernas de su mujer, apartó el tanga y la penetró. La mujer lo recibió relajada, arqueando la espalda para facilitar el acoplamiento. Yo me mantuve quieto a su lado hasta que me tomó de la cabeza para que mi boca estimulara de nuevo su pecho. La ecuación no duró demasiado pues mi amigo se apartó cediéndome el sitio, estamos aquí para esto, dijo acompañado de una ligera sonrisa. Angie, en cambio, lo miró dubitativa pero no me rehuyó cuando me puse un preservativo y me colé entre sus extremidades.

Calidez, humedad, ardor. El sexo de aquella mujer me recibió más contento de lo que lo hizo su anfitriona, que optó por cerrar los ojos y sentir. No sé si también simular que era su marido el que la poseía. Éste la acariciaba con más ternura que deseo, mientras la besaba en la cara y los labios y le susurraba al oído. No pude oír demasiado, pero entendí claramente un te quiero.

Mi posición, arqueado para dejarle sitio, comenzaba a incomodarme así que me tumbé más plano sobre ella, lamiéndole los pechos, besándole el cuello. Se me antojó besarla en los labios, fue más instintivo que premeditado, pero Angie giró la cabeza, devolviéndome a la realidad, consciente de qué y con quién lo estaba haciendo, por lo que enlentecí el vaivén hasta detenerme para ceder el puesto a mi amigo. Pero éste prefirió un cambio de escenario al que su esposa se adhirió dócil.

En vez de sustituirme, acercó su miembro a la cara de la chica que lo tenía agarrado desde hacía un rato para que se lo llevara a la boca. Lo hizo sin dudarlo, pero aún me sorprendió más cuando Ernesto la incorporó para que quedara con la grupa expuesta.

Nunca me he encontrado con una mujer, joven o madura, que se haya negado a meterse mi polla en la boca, pues el sexo oral es hoy una práctica ampliamente extendida. Además, como me dijo una vez una amiga con la que nunca me acosté, la chupo para que me lo coman, es un acto recíproco, aunque debo añadir que igual como a un hombre le excita lamer un coño, a  la mayoría de mujeres con las que me he acostado les excitaba chupar una polla.

Pero no pude evitar sorprenderme viendo a la conservadora y recatada Angie, al menos de puertas a fuera, a cuatro patas engullendo el pene de su marido mientras esperaba que yo percutiera por su retaguardia.

Obviamente, no me hice de rogar. De pie las posaderas de la mujer de mi amigo me habían parecido espléndidas. Ahora, esperándome en pompa, tentaban a cualquier santo, y yo no lo soy. Entré de nuevo en aquella cavidad sintiendo cada terminación nerviosa de mi hombría. Me había parecido estrecha la primera vez, ahora sentía un roce mayor.

Ernesto alternaba miradas a su mujer, a su buen hacer, supuse, con miradas hacia mí, siempre sonriente, orgulloso. Angie había tenido un orgasmo, no parecía que estuviera próxima a otro, pero la cara de su marido era de felicidad absoluta. Tanto, que a los pocos minutos la avisó de que se corría. Ella se incorporó ligeramente, desalojando su boca, para agarrarla con la mano y acabar de ordeñarlo, dirigiendo los chorros hacia un lado de la cama, que quedó perdida pues el tío soltó una buena descarga.

Yo me había detenido, más bien ralentizado el movimiento para facilitarle la tarea, pero en cuanto la soltó, volví a percutir con ganas. Me encantaba follarme a la orgullosa Angie, dándole sin misericordia mientras sus tetas se movían adelante y atrás, sus gemidos crecían, sus nalgas quedaban marcadas por la fuerza de mis dedos, pero súbitamente me pidió parar.

-Déjame ponerme encima un poco, así no llegaré.

Asentí, tumbándome boca arriba para que la mujer se encajara a horcajadas sobre mí. En cuanto empezó el vaivén, mis manos se fueron directas a sus poderosas tetas, que agarré, amasé y acaricié con deleite, mientras los jadeos de mi amante aumentaban paulatinamente. Ernesto se arrodilló a su lado para besarla, agarrándola del cuello, pero los suspiros y la acelerada respiración de su esposa lo dificultaban.

-No me queda mucho –avisé.

-Aguanta un poco, aguanta, por favor –suplicó la amazona, -estoy muy cerca.

Me incorporé para cambiar la fricción entre nuestros sexos, pues iba a llegar yo antes, metiéndome un pecho, creo que el derecho, en la boca, ahora sí, chupándolo con ganas. Di en el blanco, pues Angie se convulsionó recorrida por espasmos de desigual intensidad pero profundo placer.

Cuando se hubo calmado, soltó mi cabeza que había agarrado tomándola como el asidero de la cabalgata para mirarme a los ojos preguntándome, ¿no te has corrido, verdad?

-Aún no, pero lo haré con cuatro movimientos.

-Espera, -me sorprendió descabalgándome –lo acabaremos con la boca.

Casi me corro al oír la frase, pero me dejé caer, apoyando mi tronco sobre los codos pues no pensaba perderme detalle de los labios de la conservadora Angie engullendo mi hombría, una imagen que pensaba retener con memoria fotográfica.

La sorpresa vino cuando me la agarró de la base con la mano izquierda y tiró de la punta del condón con la derecha, sacándolo. ¡La hostia, me la va a chupar a pelo! Fugazmente pensé si me podía correr en ella o si no debía, pues Ernesto no lo había hecho, pero estaba tan cerca de la meta que no sabía si podría avisarla a tiempo.

Pero la sorpresa se tornó en mayúscula cuando fue Ernesto el que engulló mi polla.

No me quedé helado porque su mujer me había dejado más caliente que una antorcha. Pero sí paralizado. Era lo último que esperaba.

Mentiría si dijera que me disgustó. Mi amigo, mi amigo más íntimo, con el que me había duchado centenares de veces, que me había contado con pelos y señales sus gustos sexuales, sus hazañas previas a Angie, me la estaba chupando como un descosido. La chupaba bien el maricón, eso era innegable, lo que sumado a mi estado de casi éxtasis provocó la explosión.

Ni caí en la posibilidad de avisarle. Simplemente disparé, jadeando como si fuera su mujer la receptora de los disparos. Pero él no se detuvo. Siguió chupando, tragando, limpiándomela, aún cuando ya hacía bastantes segundos que había dejado de convulsionarme.

Nuestros ojos se cruzaron un segundo en el que nos dijimos muchísimas cosas. Pero muchas más confluían en las miradas que intercambió el matrimonio, hasta que se abrazaron intensamente, amándose, queriéndose.

***

En cualquier encuentro amoroso en que he participado siempre me he quedado en el post partido. A veces a dormir en el hotel o casa de la amante. En otras ocasiones solamente alguna hora, comentando la jugada o charlando de nimiedades. Esta vez fui incapaz, a pesar de que me ofrecieron una copa para cerrar la velada distendidamente como tres buenos amigos.

Me había gustado follarme a Angie, aunque no había sido el mejor polvo de mi vida ni por asomo ni ella me había parecido una amante especialmente buena, pero me sentía muy incómodo con Ernesto.

Por un lado, engañado, pues no me había avisado de cómo quería acabar el sexo, algo que sí tenía acordado con su mujer. Comprendí que no me lo dijera, pues siendo justo con él, si me lo hubiera planteado le hubiera dicho que ni de coña.

Por otro lado, me sentía confuso, sorprendido de que nunca me hubiera confesado que le ponía chupar una polla. Pero, bien pensado, también era comprensible pues los hombres somos muy machos entre nosotros y hay variantes sexuales que nunca reconoceremos que nos atraen. El sexo anal, por ejemplo. Nunca me han dado por el culo, pero que te metan un dedo mientras te la están chupando es muy placentero, pero el mayor orgasmo de mi vida me lo provocó Margot un día que le permití penetrarme con un consolador mientras me la chupaba. Fue la hostia, pero nunca lo explicaré en una reunión de colegas. Menos a compañeros del equipo de fútbol.

Aquel jueves, antes y durante el partido, Ernesto se comportó con absoluta normalidad, volviendo a ser el amigo alegre y confiado que había sido hasta hacía unas semanas, pero no pudo quedarse a la cerveza posterior pues tenía algo con su mujer. Lo agradecí, pues yo sí me sentía incómodo, tanto que esperé a ducharme el último para no coincidir desnudos bajo el agua.

Fue a la semana siguiente cuando mi amigo cogió el toro por los cuernos. Lo supe cuando me lo pidió mientras nos tomábamos la cerveza.

-Tío, ¿podrás llevarme a casa que me ha traído éste –señalando a Pau que trabajaba en el mismo edificio que él –pero tú vives más cerca?

-Claro, no hay problema –acepté aunque no me apetecía. Pero al entrar en el coche, comprendí que no había cogido la moto con la que solía moverse por la ciudad adrede.

-Te lo dijimos en el hotel y te lo digo de nuevo, en nombre de los dos. Estamos muy agradecidos por lo que hiciste. Eres un gran amigo, acertamos con la elección y Angie quiere invitarte a cenar cualquier día para eso, para demostrarte nuestro agradecimiento.

-No hace falta, descuida, yo también lo disfruté.

Estaba absorto en la carretera, pero era innegable que evitaba mirarle. El trayecto a casa no se demoraba más de diez minutos, así que opté por no comentar nada más al respecto y disimular mi incomodidad. Pero Ernesto me conocía demasiado bien, así que continuó.

-No quiero que esto suponga un problema entre nosotros. –Me tomó del brazo obligándome a mirarle pues nos habíamos detenido en un semáforo y yo estaba fijo en el cambio de luces. Lo hice, confirmándole sus temores, explicándome como un libro abierto a pesar de no soltar prenda. Afortunadamente, el rojo se tornó verde y arranqué. –Mi fantasía era ver a mi mujer con otro hombre. Es una gran mujer, en todos los sentidos, y nunca estaré lo suficientemente agradecido por haberla conocido, por tenerla, por ser mía. Ella siempre ha sido muy clásica, ya lo sabes, pero le gusta el sexo y se entrega a él con menos remilgos de lo que aparenta. La relación de pareja tiene muchas fases pero llega un momento que se vuelve monótona en lo que al sexo se refiere, pues al final es la misma persona con los mismos gustos. Pero como te digo, bajo esa capa de mujer seria y conservadora, también subyace un carácter… aventurero, por decirlo de algún modo, pero sobre todo, tiene una férrea voluntad de hacerme feliz, de ser felices juntos. –Hizo una pausa. Estábamos entrando en su calle, así que me pidió que aparcara pues quería dejar las cosas bien claras entre nosotros. –Nunca le he ocultado nada. Nunca. Y puedo afirmar que ella a mí tampoco. Estoy seguro de ello. Así que un día nos confesamos nuestras fantasías. No creas que fue fácil para ella, no es un tema tan simple de plantearle a tu pareja, pero le acabé arrancando que, después de la idea de hacerlo en un sitio público, fantasía fácil de realizar y que le concedí al poco tiempo de contármela, también le ponía hacerlo con dos hombres. La mía era verla con otro, ver a mi mujer follada por otro tío. No voy a explicarte con pelos y señales la fantasía, a ella sí se la detallé, pero resumiendo, el otro tío tiene que estar mejor dotado que yo, tú polla es más ancha que la mía, -¡Coño!, ¿me miraba en las duchas? –y debe obligarme a hacer algo humillante, como comerle la polla con la que se la acaba de follar.

-Basta –lo corté. –No quiero oír nada más.

-¿Por qué no? –Sus ojos me taladraban con una intensidad desconocida por mí. –Eres mi mejor amigo. Después de mi mujer y mis hijos eres la persona más importante de mi vida. Te quiero. Casi tanto como a ellos. Y me jodería mucho perder tu amistad por algo tan estúpido como el sexo. Confié en ti. Confío en ti. Estoy confiando en ti ahora mismo, explicándote algo muy íntimo que solamente puedo confesarle a alguien tan allegado a mí… Eres mi hermano. Más que eso.

Hizo una pausa que ambos aprovechamos para ordenar nuestras ideas. Duró varios minutos, permitiéndome separar el sexo de la amistad. Me sentía muy desconcertado, utilizado, también. Admití que había percibido el estrecho lazo que les une, algo que nunca he sentido con ninguna mujer, solamente con mi hermana y obviamente no hay ninguna connotación sexual.

-Ojalá algún día puedas sentirlo. Eso es amor. Amor verdadero. Y te aseguro que es el mayor placer que existe, no puede compararse con nada. –Entonces cambió de registro para continuar su explicación. –Perdóname por engañarte, por no explicarte todas las facetas del juego, pero si lo hubiera hecho, no hubieras accedido. Hasta que tomamos la decisión de planteártelo, le dimos muchas vueltas al tema durante casi dos años. Desde que lo planteas por primera vez hasta que lo materializas… sí, pasa mucho tiempo. Probamos por internet, buscando algún tío dispuesto, pero sólo nos encontramos con macarras que en cuanto se plantaban delante de Angie no pensaban más que en llevársela al baño del bar donde habíamos quedado para pegarle un polvo, como si se tratara de una vulgar fulana. –Lo miré sorprendido. –Te lo juro. Uno se atrevió a proponérselo. Así que después de varios chascos fue ella la que te señaló. Al principio me negué pero Angie apeló a la confianza. Esa fue la palabra clave. No le importó que nunca os hayáis llevado especialmente bien, aunque te aprecia más de lo que crees, sobre todo ahora que te has portado como un caballero. –Sonreí. –Confianza.

No añadió mucho más durante un buen rato. Le di la razón en casi todo, pues mi completo desconocimiento de los vaivenes y sentimientos de una pareja me limitaban, pero estuve de acuerdo con él en que lo apreciaba y que la confianza depositada en mí debía ser correspondida.

-Ven este sábado a cenar, venga, harás feliz a Angie. Y tráete una botella de vino, mejor dos, uno blanco y uno negro, que no tienes hijos y puedes permitírtelo. Ah, y un juguetito para cada crío, así también te los ganas a ellos –se despidió pegándome un codazo antes de salir del coche.

***

La cena fue bastante bien, además de confirmarme que mi relación con Angie había mejorado mucho. Había dejado de ser fría, tornándose ligeramente cariñosa. Supongo que debe ser lógico después de haber follado.

Pero la bomba cayó el jueves siguiente.

De nuevo Ernesto apareció con Pau, así que me tocaba llevarlo a casa. Esta vez no se trataba de ninguna encerrona. La Burgman 400 lo había dejado tirado de buena mañana y parecía que le iba a tocar cambiarla. Durante el trayecto me lo estuvo explicando, pero no fue hasta que llegamos a su calle en que me lo enseñó.

-Mira, -me dijo mostrándome la pantalla del Iphone –es la primera vez en mi vida que engaño a Angie. Ella no sabe nada de esto y como se entere me mata, pero era la última parte de mi fantasía. Se la conté pero se negó en redondo. Una cosa era acostarse contigo, que ya me parece un paso de gigante, y otra distinta dejarme grabar el encuentro, me dijo. Sé que no debería, pero me tiene súper excitado.

Estás loco, fue mi sentencia mientras veía a la pareja bailando de pie al son de la música que ella había elegido. El vídeo duraba más de 40 minutos. No llegué al final, pues apenas reprodujimos un par, pero me confirmó que estaba todo el episodio. Le entró un mensaje de su mujer, preguntándole dónde estaba, así que lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y abandonó el vehículo.

Fue al aparcar en mi plaza de parking cuando oí el sonido de aviso de entrada de un mensaje de texto. Miré mi móvil sorprendido pues yo tenía activado otro timbre. No había nada en mi pantalla, así que miré hacia el asiento derecho. Nada, pero al estirarme vi la luz en el suelo, al lado de la puerta. Se le había caído al bajar. Lo cogí para devolvérselo. Mandé un mensaje a Angie para avisarles, respondiéndome un escueto gracias, mañana te llama Ernesto y quedáis.

Le había estado dando vueltas mientras cenaba, frenándome, pero tumbado en la cama decidí que haría caso al duende malo en vez de al bueno. Me levanté, desbloqué la pantalla del teléfono de mi amigo, era fácil pues utilizaba su fecha de boda, y lo reproduje.

Por la posición de los protagonistas, tenía que haberlo escondido en la mesita izquierda, exactamente opuesto, en diagonal, al sofá en el que me había sentado a esperar. No solamente completaba mi percepción de la velada desde otro ángulo, además potenciaba algunos momentos que ahora me parecían mucho más excitantes.

Angie chupándosela a su marido, algo que mi posición posterior no me había permitido ver, su cara de placer cuando la follaba desde detrás con las amplias tetas bamboleándose adelante y atrás, aquel cuerpazo botando sobre mí cuando nos acercábamos al orgasmo, pero sobre todo, mi polla descargando en la garganta de mi amigo.

Por primera vez en más de una década me hice una paja. Pero no me relajó. Al contrario, ahora me sentía doblemente engañado. No me había avisado del final del juego. Lo comprendía pero no me había gustado. Tampoco me había dicho que pensaba convertirme en la estrella invitada de una peli porno. Mi disgusto aumentaba, además de parecerme muy arriesgado.

Pero había una tercera pata de engaño que aún me sulfuró más. ¿Dónde coño había quedado todo aquel discurso de la confianza, entre amigos, en pareja, y el amor verdadero? Ardía. Tanto que activé el Bluetooth de ambos dispositivos y me traspasé el archivo. Mañana pienso cantarte la caña, cabronazo.

Pero no lo hice pues fue Angie la que me llamó para recogerlo, ya que trabajamos relativamente cerca. Quedamos a mediodía, aprovechando la pausa del almuerzo, pero rechacé su invitación para comer al tener un día complicado. Tampoco me apetecía, la verdad.

***

No hubiera pasado nada más, pues opté por olvidarlo, aunque mi relación con Ernesto se resintió ligeramente, si su mujer no se hubiera presentado en mi trabajo una mañana ardiendo por todos los poros. Afortunadamente solamente se dio cuenta Clara, la administrativa de recepción, pues fue la encargada de detenerla, así que la acompañé a la puerta para llevarla a tomarse una tila para que se calmara. Pero estaba desbocada. Tanto en el rellano del edificio como dentro del ascensor, cabrón fue lo más suave que salió de su garganta. Así que lo paré antes de llegar a la planta baja.

-¿Qué haces hijo de puta?

-No saldré por esa puerta –afirme categórico señalándola –hasta que te calmes. No sé de qué coño va esto, pero espero que sea la última vez que me montas una escena en mi trabajo. ¿Es que te has vuelto loca? ¿Quieres que me despidan?

-Por mí como si te tiran al fondo del mar agarrado a un bloque de cemento. Te haces llamar amigo y eres un cerdo.

-No sé de qué me hablas.

-¿No? –gritó escandalizada. –Del vídeo, puto cabrón, del vídeo. -Un qué quedó ahogado en mi garganta, pero mi expresión le confirmó que sabía de qué estaba hablando, así que me acusó, fuera de sí. –No contento con tirarte a la mujer de tu mejor amigo, traicionas su confianza grabándolo a escondidas. Hay que ser hijo de puta.

Sí hay que serlo, sí, afirmé, pero ya no hablaba con ella. Desbloqueé el ascensor pero apreté el botón del parking para llevarla a mi coche, pues allí podríamos hablar sin que toda la ciudad oyera sus gritos. Vamos a sentarnos en mi coche y me lo explicas.

30 minutos después, ella parecía más calmada pero yo ardía por dentro. Se iba a enterar el matrimonio perfecto de lo que valía un peine.

De puñetera casualidad, Angie había descubierto el vídeo en el teléfono de su marido. Supongo que no es tan extraño que tu pareja coja tu teléfono para hacer no sé qué, lo desconozco ya que a mí nunca me ha pasado por razones obvias. Según ella no lo estaba espiando pues confiaba en él ciegamente, pero vete tú a saber. La respuesta de Ernesto ante el descubrimiento había sido culparme a mí de todo. Yo lo había grabado y luego se lo había mostrado para regocijarme, llamándolo maricón incluso, amenazándole con enseñarlo a los compañeros del equipo por si alguno más quería de sus servicios.

Aluciné en colores. Me sorprendía que me considerara capaz de algo así, ya no de grabar el vídeo. De amenazarlo o chantajearlo. ¿Chantajearlo con qué? ¿Dinero? Gano más que él y no tengo hijos. La respuesta me la dio Angie.

-Con follarme cada vez que quieras. Eso es lo que el pobre no se atrevía a decirme. Me lo confesó llorando.

Negué por activa y por pasiva. No sirvió de nada. Yo era un cerdo asqueroso, un chantajista sin escrúpulos y un violador en serie. Con razón no tienes pareja, ¿a saber a cuántas has forzado?

Hizo la afirmación ya calmada, arrastrando cada sílaba con rabia. Te equivocas, repetí por enésima vez, pero no sirvió de nada. En cambio, su siguiente frase me descolocó completamente.

-Muy bien. Tú ganas. Nos tienes en tus manos, así que haré lo que quieras. Pero pobre de ti que alguna vez alguien vea ese vídeo. Te juro que te mato.

Me quedé quieto. Impasible. Mirándola con una mezcla de pena y desprecio, pues el cerdo era su marido que la había manipulado como a una muñeca. Pero también estaba cabreadísimo por la cantidad de insultos y acusaciones infundadas que había tenido que aguantar.

Sería por ello, que cuando afirmó resuelta, hoy no puedo ofrecerte más que una mamada que tengo la regla, espero que te sirva de adelanto hasta la semana próxima y nos dejes tranquilos, no hice nada para desmentirla ni detenerla.

Vestía un traje chaqueta oscuro de pantalón y americana con jersey de cuello alto rojo. Llevaba el pelo suelto, como solía, y mantenía buena parte del suave maquillaje pues la ira no había desembocado en lágrimas.

Se agachó ligeramente, me desabrochó cinturón y pantalón, apartó el bóxer y la agarró aún fláccida. Me miró medio segundo, desvió los ojos hacia mi pene y se acercó a éste lentamente pronunciando un cabrón justo antes de engullirla.

Aparté el cabello para verla. Tenía los ojos cerrados fuertemente por lo que se le arrugaban los laterales de éstos. Sus labios, pintados en rojo suave, rodeaban el miembro subiendo y bajando con cierta presión, recorriendo un falo que ya había llegado a su estado óptimo.

Joderos cabrones, pensé, esto sí es amor verdadero, mientras la agarraba del cabello para dirigir la mamada. Más despacio, así pareces una cría inexperta, pinché. Eres un cabrón, respondió obedeciendo.

La orgullosa Angie, la conservadora madre, la hija de un matrimonio de rancio abolengo, del letrado Guzmán de Castro, uno de los abogados más conocidos de la ciudad, había salido del bufete de papá para comerle la polla a un amigo de su marido. Ese pensamiento, unido a la escena que mis ojos no querían dejar de mirar y a las notables habilidades de la mujer, me estaban volviendo loco. Tal vez por ello, me dejé ir, interpretando el papel que pretendidamente me tocaba.

-Eso es abogada, chupa. Chúpame la polla, trágate la polla de este delincuente, de este chantajista. Cómete la polla que tanto le gustaba al maricón de tu marido, si no quieres que le obligue a chupársela a todo el equipo.

Angie gemía, lamentándose, sin perder el ritmo pero llamándome cabrón de tanto en tanto. En cualquier momento esperaba ver lágrimas en sus ojos pues los cerraba con verdadero disgusto, pero no llegaron a asomar. Era tal mi rabia que casi me supo mal no verlas.

Pero no importó. Mis huevos abrieron las compuertas y el orgasmo avanzó del escroto hasta mi glande para disparar agresivo en el paladar de la pobre incauta. Ni la avisé ni le permití apartarse. La agarré fuerte de la cabeza, traga puta, mientras mi simiente la profanaba.

En cuanto aflojé la presión, vaciados mis depósitos, se soltó violentamente para abrir la puerta y escupir entre toses y arcadas. En cuanto se calmó, se irguió orgullosa lanzándome una mirada asesina al pasar por delante del coche dirigiéndose hacia los ascensores.

Una sensación agridulce recorría todo mi cuerpo cuando me senté en la butaca de mi despacho. Tenía 9 llamadas perdidas de Ernesto, 6 whatsapps y 2 mensajes de audio. Pero antes de ponerme con ello, no tenía ninguna gana, tuve que agradecerle a Clara que hubiera intercedido por mí. Le restó importancia pero me avisó que me fuera con cuidado con mis ligues, más si están casadas, pues cualquier día vendrá el marido en vez de la mujer. La observadora recepcionista se había fijado en el dedo anular de Angie y había sacado conclusiones basadas en mi fama.

No me sentía bien con lo ocurrido en el parking del edificio. La mujer me había encendido de un modo malsano, influenciada por las mentiras de mi supuesto amigo, pero me había pasado tres pueblos, por más que una parte de mí me defendiera afirmando que se lo merecían, ambos. Pero nadie merece ese trato, menos si te han manipulado.

Me costó pero acabé leyendo los mensajes y escuchando los audios. Ernesto me avisaba de que Angie estaba cabreadísima con lo del vídeo, que lo había descubierto en un descuido de él, montándole tal jaleo que a él no se le ocurrió otra salida que culparme a mí de todo. Yo lo había grabado y yo se lo había mandado.

En el segundo audio, se disculpaba por haberme acusado, pero no me quedaba otra ya que me ha amenazado con dejarme. Lo siento tío, pero si la pierdo y pierdo a mis hijos me tiro de un puente. Me cabreó que sus disculpas no fueran extensivas a todas las barbaridades que había soltado de mí, pero era lo que había. Era un cabrón y sus incompletas excusas me lo confirmaban. ¡Que te den, a ti y a tu mujer!

***

No me presenté al partido de aquel jueves, ni al del jueves siguiente. No quería enfrentarme a Ernesto, menos delante de mis compañeros. Me había llamado decenas de veces, pero yo no le había cogido el teléfono.

Además, me sentía mal conmigo mismo, pues nunca antes había forzado a una mujer. Sí había sido violento alguna vez, Margot me lo había pedido en más de una ocasión, pero no hasta el extremo de obligarla a hacer algo contra su voluntad. Pero no era exactamente remordimientos lo que sentía. La rabia que me recorría por sentirme utilizado, traicionado por una de las personas que más apreciaba, los mitigaba.

Angie me llamó el domingo por la tarde. Estuve tentado de no contestar. De hecho, no respondí hasta la tercera llamada, deseando que su tono fuera otro, despertándome de un sueño, disculpándose por un malentendido y olvidándolo todo. Pero no fue así.

-Mañana no iré al bufete hasta media mañana. Te espero en casa para pagarte la deuda.

-No tienes nada que pagarme –respondí, tratando de poner tierra sobre el asunto para que ambos lo olvidáramos.

-Ah, ahora resulta que el cerdo chantajista tiene remordimientos –me soltó insolente. –Pues te va a tocar vivir con ello, cabrón hijo de puta.

Mi gozo en un pozo, pensé. Ni olvida ni perdona, pues yo tampoco. Mañana por la mañana fue lo único que respondí antes de colgar el teléfono.

Yo tampoco pasé por el despacho. Avisé a Clara que llegaría un par de horas tarde por un tema personal y me dirigí al hogar del matrimonio perfecto. Llamé al timbre del interfono, pero no contestó. Sin duda me veía a través del video portero pues la puerta se abrió a los pocos segundos. Cuando llegué al ático, la puerta del piso estaba entornada. Entré y cerré detrás de mí.

Me esperaba de pie al final del recibidor con una copa en la mano. Un poco pronto para beber, ¿no crees? solté a modo de saludo. Lo necesito para pasar el trago, respondió airada.

Vestía preparada para ir a trabajar. Blusa marfil abotonada hasta el penúltimo ojal. Falda lisa gis un poco por encima de la rodilla, sin duda a conjunto con alguna americana aún guardada, medias negras y zapatos rojos.

-No tengo mucho tiempo, así que toma lo que has venido a buscar y lárgate –me escupió orgullosa mientras me daba la espalda y enfilaba hacia su habitación. Allí, se tumbó en la cama, boca arriba, abriéndose de piernas.

-¿Esto es lo que quieres, que te folle en la habitación de matrimonio, en tu cama? –pregunté mirando en derredor.

-No es lo que yo quiera. Eres tú el que me obliga a pasar por esto para salvar a mi marido y nuestro honor.

Sonreí. Honor, bonita palabra, sobre todo referida al hipócrita de su marido. Como siguiera con estos aires, al final sí que acabaría por enseñarle el puto vídeo a alguien. Pero no se lo dije. Preferí aceptar el pago, pero según el precio que yo fijara.

-Así tumbada, como una maruja amargada, no me excitas nada. –Me agarré la polla por encima del pantalón. –Así que ponte de rodillas y pónmela a punto.

-¡Una mierda! No voy a hacerlo. Si quieres me tomas, si no te largas –respondió abriendo las piernas incitadoras.

-Pensaba que era yo el que disponía y tú la que obedecía –sostuve acercándome para agarrarla de los tobillos y tirar de ella hacia mí para que sus nalgas quedaran al límite de la cama.

-Eso es lo que a ti te gustaría.

De nuevo llevaba medias con goma, por lo que me ofrecía su sexo cubierto por un bonito tanga oscuro. Me desabroché el pantalón y me saqué el miembro aún fláccido, por lo que no me quedó otra que pajearme mirándola. Ella giró la cara hacia la ventana para no verme.

-¡Qué buena estás cabrona! –la felicité antes de encajarme entre sus piernas apartando el tanga para penetrarla. Cerró los ojos con fuerza cuando entré, lamentándose  de nuevo, pero no emitió sonido alguno. Yo sí bufé, en su cara, repitiendo la frase anterior. Cerdo asqueroso fue todo lo que salió de sus labios.

El polvo fue una mierda. Un mete y saca de cinco minutos sobre una muñeca inerte de la que solamente me permití abrirle la camisa para tomar sus tetas como agarraderas, pues yo me mantuve de pie la mayor parte del rato. Me corrí, me levanté y me fui.

***

No iba a repetirlo. Me lo dije al salir de aquel piso al que no quería volver. Tampoco pensaba tener ningún contacto más con ellos, así que esa misma tarde avisé a los compañeros del fútbol que dejaba el equipo por problemas físicos. Di escuetas explicaciones a los dos colegas que me llamaron, no jodas tío, eres una pieza insustituible, y seguí sin responder a las llamadas de Ernesto, sabedor que él era el causante del entuerto.

No cumplí la promesa hecha. Cuatro o cinco semanas después, soy incapaz de precisarlo, me llamó de nuevo. Esta vez me citaba a mediodía. Me negué. El juego se ha acabado, fue toda la explicación que oyó de mis labios. No te creo. Allá tú, me importa bien poco, la verdad. ¿Qué pasa con el vídeo? Lo he borrado. No te creo, repitió. Ven a mi casa y me lo demuestras dejándome ver tu móvil.

Accedí ante su insistencia para acabar de una puñetera vez. Yo podía enseñarle lo que quisiera, pero fácilmente podía haber borrado el vídeo del teléfono después de descargarlo en un ordenador u otro dispositivo. Pero si así se sentía más tranquila…

De nuevo venía del bufete, pues vestía traje de ejecutiva, falda y americana oscuras, blusa clara y  zapatos de tacón, éstos azules. También esta vez me esperaba altiva, con una copa en la mano, pero no se dirigió a su habitación. Me exigió el móvil que desbloqueé para que pudiera acceder a la galería de vídeos y confirmara que ya no estaba.

-¿Cómo sé que no lo has copiado en otro sitio?

-No lo sabes, pero yo te lo aseguro.

-¿Esperas que crea la palabra de un violador?

Me encendí. La rabia ascendía desde mi estómago hasta mi cerebro, pero pude controlarla. Cree lo que te dé la gana, fue mi único alegato. Su respuesta fue una bofetada. Ni me la esperaba ni la vi venir, por lo que impactó de lleno en mi mejilla. La segunda sí pude esquivarla, pero tuve que aguantar sus insultos mientras forcejeaba con ella para evitar ser agredido de nuevo. Logré empujarla para sacármela de encima, cayendo de culo sobre el sofá. No llegó a levantarse, pero continuó con su retahíla de adjetivos calificativos. Cabrón, hijo de puta, violador, medio hombre, maricón y alguno más que no recuerdo.

Debí haber abandonado aquel piso para no volver jamás como me había prometido, pero no lo hice. Aún hoy me cuesta comprender qué tornillo se me aflojó, pero la emprendí con ella agarrándola de la blusa que se rajó con sorprendente facilidad. Suéltame cerdo. Pero no la solté. Logró darse la vuelta, tratando de escapar a mi ataque, pero sencillamente me facilitó las cosas.

Quedó trabada sobre el apoyabrazos del sofá, con la falda medio levantada y la blusa rota por delante. Algo que no podía ver pues la americana le cubría la espalda. Me acomodé detrás, subiéndole la falda para descubrir aquel par de nalgas perfectas sólo cubiertas por un tanga morado pues las medias volvían a ser con goma.

Con la mano derecha pude inmovilizarla doblándole el brazo hacia atrás, como había visto en millares de escenas policíacas, mientras me desabrochaba el pantalón para que asomara mi pene con la mano libre. No, suéltame cabrón, gritaba, pero no la oía.

Me costó penetrarla. Tuve que pegarle un par de nalgadas, la segunda le dejó marca, para que se estuviera quieta. Entré y me la follé rudamente, violentamente, insultándola yo ahora, cobrándome las afrentas anteriores.

Esta vez sí me sentí mal.  Esta vez sí tuve remordimientos. Esta vez sí me juré que nunca más volvería a repetirlo. ¿En qué te has convertido?

***

-Yo nunca le dije tal cosa. ¿Por quién me tomas?

La cara de mi antiguo amigo estaba contraída, morada incluso por la tensión de la discusión. A pesar de la encerrona que me había tendido, había logrado mantener la calma. Incluso yo mismo me sorprendía del autocontrol que estaba logrando estas últimas semanas, después de un par de meses desbocado.

Me había llamado Rafa, el nuevo capitán del equipo pidiéndome volver para un único partido pues estaban muy faltos de efectivos. Ernesto entre las bajas. Como el grupo sabía que una disputa con éste había provocado mi salida, me suplicó que les echara una mano puntualmente.

Llegué al vestuario a la hora acordada para prepararme, sin imaginarme que solamente Rafa y Ernesto se presentarían, pues el partido había sido aplazado, de modo que el primero se largó para que podáis solucionar vuestras mierdas de una puta vez que os necesitamos a los dos al 100%.

Ernesto se parapetó en la puerta, apoyando la espalda en ella para bloquearla obligándome a escuchar todo lo que me tenía que decir.

-Me he equivocado, -fue su primera confesión. -No debería haber grabado el vídeo pues dos semanas de disfrute no han compensado la pelotera que he tenido con Angie, he estado a punto de perderla, y lamento haberte culpado a ti de todo pero no supe reaccionar de otra manera, no supe cómo defenderme ante ella. Compréndeme, me aterraba perderla.

Hasta aquí tenía su lógica. No compartía el proceder pero podía entenderlo. Era disculpable. Pero la segunda parte, acusarme de manipulador, chantajista, violador y no sé cuántas cosas más era simplemente imperdonable.

-Tío, no sé de qué me estás hablando.

Le lancé toda la caballería encima. Sin apenas levantar la voz, le eché en cara todo. No eres amigo de nadie, no tuviste ningún escrúpulo en cubrirme de mierda para…

-Te repito que no sé de qué coño estás hablando –me atajó levantando la voz.

La bombilla se encendió en mi cabeza. Casi pude sentir la ignición eléctrica, punzante, dolorosa. ¡Qué idiotas hemos sido! Nos ha manipulado como a dos monos de feria.

Entonces fue Ernesto el que montó en cólera. Pero, para mi sorpresa, contra mí, pues su santísima esposa nunca sería capaz de decirme algo así. ¿Por quién nos tomas? repitió, incluyendo ahora a la intachable dama que había hecho un esfuerzo sobrehumano para complacerle pues se amaban con locura.

-Pero no puedo pretender que sepas de qué te hablo, –me escupió con renovado desdén –si tú nunca has querido a nadie más que a ti mismo.

Definitivamente nuestra amistad había llegado a su fin. Pero no estaba enfadado con él a pesar de su sentencia final. Era pena lo que me suscitaba, pues tenía una venda en los ojos a la que él llamaba amor.

Pero Angie merecía un castigo, que alguien la pusiera en su sitio. Y ese alguien iba a ser yo.

***

Aunque era lo que me pedía el cuerpo, no me atreví a visitarla en el trabajo como ella había hecho conmigo. La batalla final debía producirse entre ella y yo. Nadie más debía ser partícipe de ésta.

Sabía que salía de casa pronto para ir al bufete o al juzgado, así que debía actuar cuando pudiera pillarla sola. Habían pasado más de dos meses desde nuestro último encuentro, así que dediqué la semana siguiente en conocer sus movimientos. Además de los viernes, comía en casa los martes pues realizaba un curso que la ocupaba toda la tarde. Ya sabía cuándo, tenía claro el qué por lo que solamente me faltaba planear el cómo.

Me presenté delante del bloque poco antes de las 2. Esperé que se abriera el portón del parking con la salida de algún vecino y me colé mientras la puerta se cerraba automáticamente detrás de mí. Esperé agazapado a que apareciera el BMW Serie 3 que conducía la mujer, pasadas las dos y media, y actué.

Me había cambiado de ropa en el coche, tejanos gastados, jersey fino, guantes y pasamontañas, para no ser reconocido por ninguna cámara de vídeo interior del garaje. En cuanto salió del coche, altiva, y tomó el pasillo que debía llevarla hacia el ascensor, me lancé a por ella. La tomé por detrás, rodeándole el cuello con el brazo izquierdo mientras le mostraba la navaja que sostenía en la mano derecha. Pegó un grito, medio ahogado por el terror, pero se dejó arrastrar dócil hacia la salida.

Sus ojos se movían nerviosos, de lado a lado mientras esperábamos que llegara el ascensor, abrí la puerta y la empujé dentro, sin importarme lo más mínimo si le dolía el golpe que se pegó contra la pared frontal. Apreté el botón del ático mientras la mujer comenzaba a balbucear súplicas y ruegos.

-Toma, –tendiéndome el bolso –llévate el dinero y las tarjetas, pero no me hagas daño, por favor, tengo tres hijos.

No dije nada. Simplemente la agarré del cuello con la mano derecha, como si quisiera ahogarla, lo que la aterró. Vi pánico en sus ojos. Su boca se abría boqueando, buscando aire, aunque mi presión no era lo suficientemente fuerte como para asfixiarla.

Al llegar al ático, tiré de su cabello para que me siguiera, empujándola contra la puerta del piso para que abriera. ¿Cómo sabes dónde vivo? preguntó con un hilo de voz mientras buscaba las llaves dentro del bolso.

No atinaba en la cerradura, así que le arranqué las llaves de las manos para salir del rellano dónde en cualquier momento podía aparecer algún vecino de la vivienda de enfrente. Al abrir la puerta, la empujé de nuevo, haciéndola caer al suelo aunque no había sido mi intención.

Arrodillada suplicó de nuevo por su integridad física, implorándome no dañarla, ofreciéndome dinero de nuevo y lo que quieras de la casa, joyas, electrodomésticos, lo que quieras. Hoy sí tenía lágrimas en los ojos, hoy sí se le había corrido el maquillaje. Pero la mujer insistía, apelando a sus hijos. Me hizo gracia que no nombrara a su marido en ningún momento.

La agarré del cuello y la miré detenidamente, hinchado de placer viéndola suplicar desesperada. Fuera por la posición, fuera buscando cualquier resquicio que la aferrara a la vida, me ofreció hacer lo que quieras, por favor, haré lo que quieras pero no me hagas daño.

Moví lo justo la mano para que su cabeza quedara claramente delante de mi hombría, mensaje que entendió perfectamente. Está bien, está bien, te la chupo pero no me hagas daño. Sus manos se movieron rápidas a mi pantalón que desabrochó ágil para descubrir mi miembro al apartar el slip. Siempre llevo bóxer, pero no quería dar ninguna pista.

No se lo pensó y engulló decidida. Cerró los ojos al principio para irlos abriendo a medida que la mamada avanzaba, mirándome, calibrando mi respuesta pues no había emitido sonido alguno para no ser reconocido. Se la aparté de los labios empujándola hacia mis huevos, que lamió famélica, para volver a introducirse el falo y continuar la felación.

No quería correrme aún, así que la empujé para apartarla del juguete. Me agarré el pantalón con una mano, para no trastabillar, mientras la tomaba del cabello de nuevo arrastrándola hacia el comedor, pero no nos quedamos en él. Lo cruzamos en dirección a su habitación. Al entrar en ella me miró sorprendida, de nuevo preguntándose cómo podía conocer la disposición de la casa.

-¿Quién eres?

Pero no respondí. La obligué a levantarse para tirarla sobre la cama, mientras le destrozaba el conjunto ejecutivo, blusa incluida. Se resistió, luchando sin convicción, consciente de que su suerte estaba echada. Cuando le arranqué el tanga y le separé las piernas, colándome entre ellas, se dio por vencida. Hasta tuve la sensación que relajaba la musculatura para facilitarme la penetración.

Me tumbé sobre ella, follándola, acercando mi cara a su cuello desnudo, a sus labios, a su rostro, que no podía sentir pues el pasamontañas solamente dejaba mis ojos al descubierto. Allí cometí el error. Sentirla relajada, vencida, provocó que yo bajara las defensas, algo que Angie no desaprovechó. Logró aflojar la presión que ejercía sobre sus brazos lo suficiente para llegar hasta mi cabeza y tirar de la prenda de lana que me convertía en un desconocido.

Reaccioné, pero fue demasiado tarde. Si mis ojos ya debían haberle dado una pista, mi mentón, labios y nariz, completaron el retrato. Gritó mi nombre con todas sus fuerza, apellidándolo cabrón hijo de puta, suéltame, reanudando un forcejeo del que había desistido hacía un rato.

De perdidos al río. Le crucé la cara de una bofetada. Igual como me ocurrió dos meses atrás, la pillé desprevenida por lo que el impacto fue limpio, duro, poco doloroso pero la atemperó de nuevo, desconcertada. Entonces vi aparecer la sangre en el costado del labio, se lo había partido.

Volvieron las súplicas, por favor no me hagas daño, por qué me haces esto. Me arranqué el pasamontañas de la cabeza, ahora ya no hacía falta, lo hago porque te lo mereces, porque eres una zorra retorcida, manipuladora, mentirosa, una auténtica hija de puta, la injurié acelerando mis movimientos pélvicos violentamente.

Ya no era miedo lo que proyectaban sus ojos. Brillaban aún húmedos, despiertos, mientras sus labios me devolvían los insultos. Cabrón, hijo de puta, violador, chantajista.

Súbitamente me detuve, dejándola en evidencia pues su pelvis seguía moviéndose, sola, sin que yo la obligara. Se dio cuenta pero no le importó. ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado sin fuerza? ¿Eres maricón?

Reanudé los envites, más violentos aún. El maricón es tú marido, el comepollas. Tú eres una zorra, a la que el mierda que tiene en casa la deja a medias y necesita una polla de verdad que le dé caña.

-¿Vas a ser tú?

-Soy yo el que te está jodiendo como mereces –afirmé agarrándola de nuevo del cuello. Casi automáticamente noté acercarse su orgasmo. No, eso no cabrona. Por lo que me retiré rápidamente. Un no gritado, lastimero, salió de su garganta. Pero no le di tiempo a lamentarse. La tomé de la cintura, le di la vuelta, dejándola en cuatro, la ensarté de nuevo y agarrándola del pelo le anuncié que iba a follármela como a una perra, pues no eres más que eso.

Ahora sí gritó. De júbilo, pues el orgasmo la sacudió de arriba abajo o de adelante atrás, a tenor de la posición, no sabría especificarlo. Yo tampoco tardé mucho. Cuando hube vaciado mis testículos en el interior de la mujer, me dejé caer de lado soltándole la cabellera por fin, agotado.

-Me has destrozado el traje, cabrón –fue lo primero que me dijo un buen rato después volviendo ambos del limbo, aún desmadejados sobre la cama.

-Tú has destrozado mi amistad con Ernesto. –No respondió. Tenía los ojos cerrados y respiraba pausada. Al rato me levanté con la intención de irme pues el juego había acabado. No había salido como yo esperaba pues la muy puta salía victoriosa, pero al menos la había desenmascarado.

-Me ha gustado, -fue todo lo que me dijo, sonriente, sin abrir los ojos. –Lo has hecho bien interpretando tú papel.

No sabía si se refería al ataque de hoy o a los meses precedentes, tampoco se lo pregunté. Simplemente afirmé, te has pasado.

-Ha valido la pena –fue su sentencia.

-¿Sí, eso crees? ¿Montar todo este circo para pegar cuatro polvos ha valido la pena? ¿Y qué me dices de Ernesto y de mi amistad con él? Nunca la voy a recuperar.

Abrió los ojos y se incorporó, quedando apoyada sobre los codos.

-Yo no monté nada. Fue el idiota de mi marido que me grabó a escondidas cuando le había dejado claro que eso no podía hacerlo. Me di cuenta aquella misma noche, cuando cogió el móvil de la mesita al acostarnos, por cómo lo miraba. Al día siguiente confirmé, mirándole el teléfono, que no sólo era medio maricón, además era un embustero. Me cabreó muchísimo, pero monté en cólera cuando recogí su móvil extraviado y vi en el registro de envíos que te lo habías grabado. No sabía cuál era más cerdo de los dos. Así que urdí el plan, para joderos. ¿He roto vuestra amistad? No me parece un precio tan alto, la verdad.

Sonreí, deportivamente, pues nos había derrotado a los dos, pero aún quise saber antes de marcharme:

-¿Pero para ello debías dejarte violar? –Hice una pausa. -¿Te pone, verdad?

-Es una de mis fantasías, la más intensa, la más deseada, pero no me atreví a confesársela a Ernesto, así que cuando me di cuenta del engaño, vi el campo abierto para matar dos pájaros de un tiro.

Game over, pensé. Enfilé hacia la puerta de la habitación para marcharme seguro de no volver jamás, cuando se levantó felina y me franqueó el paso.

-¿Ya te vas? –preguntó entre coqueta y altiva, medio desnuda pues los harapos que habían sido un bonito traje a penas la cubrían.

-Claro. ¿Qué esperas que haga?

-Podrías quedarte un rato y darme mi merecido de nuevo. ¿No quieres vengarte del maricón de tu amigo y la zorra de su mujer? –le aguanté la mirada, alucinado. La suya me devoraba, hambrienta. –Hay cosas que aún no me ha hecho ningún hombre, que no le permitiría nunca a ninguno a no ser que me obligara… -movió la cadera lateralmente para que sus nalgas quedaran más expuestas mostrándome por dónde nadie la había tomado nunca sin perder aquella sonrisa infantil, traviesa.

-Si me quedo vas a tener que hacer todo lo que yo diga –afirmé tomándola del cabello de nuevo, acercando mi cara a la suya.

Orgullosa, sentenció:

-Eso es lo que a ti te gustaría.

 

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Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (5)” (POR ALFASCORPII)

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Mi cuñada, mi alumna, mi amante (5)

Al día siguiente de mi clase particular con mi cuñada salí de casa para ir a trabajar. Al cerrar la puerta me encontré con mi vecino de al lado, un simpático cuarentón con el que, a pesar de conocernos desde hacía poco, estaba empezando a entablar amistad.

– Buenos días, Carlos- me dijo-, ¿Qué tal?.

– Buenos días, Enrique, ya ves, a currar un poquito.

Me cogió del brazo y, acercándose a mí, en voz baja susurró:

– ¿Puedo decirte una cosa con total confianza?.

– Claro, hombre- contesté utilizando su mismo tono de voz-, ¿qué te preocupa?.

– Bueno, ya sé que lleváis muy poco tiempo casados… y es lo normal… pero… ¿podríais bajar un poco el tono de vuestra pasión a determinadas horas?.

– Enrique, no sé de qué me estás hablando.

– El otro día se os oía desde mi casa a tu mujer y a ti en plena faena, ¡uf!… sobre todo a tu mujer… ¡campeóóóóón!- añadió dándome toquecitos con su índice derecho en mi pecho-. Pero era pronto, por la tarde, y mis niños pudieron escucharos igual que yo.

Sentí cómo el rubor incendiaba mis mejillas, a esas horas no era mi mujer a quien había oído…

– No te avergüences, hombre- dijo palmeándome la espalda-, ya te he dicho que es normal, pero te pediría que en horario infantil os reprimierais un poco.

– C-claro- contesté medio tartamudeando-, nos contendremos…

– Gracias… ¡campeóóóóóóón!- concluyó dándome más toquecitos acompañando la última sílaba.

Bajamos juntos hasta el garaje y nos despedimos metiéndonos cada uno en su coche.

De camino a la facultad, rememoré sus palabras y su implicación, lo que me llevó a darle vueltas a todo lo ocurrido con mi cuñada. Aquella que yo siempre había considerado una niña, la hermanita pequeña de mi esposa, se había convertido en una preciosa joven cuyos encantos no podían pasar desapercibidos para nadie, incluyéndome a mí, que había sido seducido por sus irresistibles armas de mujer para descubrir que era una increíble e insaciable amante.

Nunca pensé que llegaría serle infiel a mi esposa, y aún menos con su hermana, pero lo ocurrido el día anterior, aunque terriblemente excitante y morboso, había estado a punto de dar al traste con mi matrimonio y poner todo mi mundo patas arriba.

– Amo a mi esposa, la quiero con toda mi alma, por eso me casé con ella- pensaba mientras conducía-. Es una persona maravillosa, inteligente, culta, y con un toque de inocencia que resulta encantador, por lo que no se merece en absoluto lo que le estoy haciendo.

En ese instante tomé la decisión de hablar con Patty y zanjar el tema de nuestros escarceos sexuales limitándolo a los dos que ya habíamos tenido.

Tenía dos horas de clase, precisamente con el grupo de mi cuñada. Nos encontramos a la puerta del aula, y aparentando total normalidad, como siempre, saludé con un “Buenos días” tanto a ella como al grupito de alumnos que le acompañaban y me esperaban para comenzar la clase. A pesar de no mostrar ninguna emoción externa, un cosquilleo revolvió mis tripas al verla.

Como siempre, mi aventajada alumna estaba preciosa, vestida con una ajustada falda negra que le llegaba hasta la mitad de sus bien torneados muslos, calzando unas botas también negras, de aguda puntera, que le llegaban hasta las rodillas, con tacón alto que estilizaba aún más sus piernas. Como parte de arriba llevaba una chaqueta negra que, en combinación con la falda, constituía un elegante traje. A través de la entallada chaqueta, abotonada en la parte media, se podía ver una blusa roja con los tres botones superiores desabrochados formando escote. A parte de muy sexy, estaba especialmente elegante como para ir a la facultad.

Tras la primera hora de clase, durante los 10 minutos de descanso, en lugar de bajar a la cafetería me quedé a la puerta del aula hablando con algunos alumnos sobre las exposiciones que tendrían que hacer de sus trabajos. A mi lado, en otro grupo, estaba Patty hablando con sus amigas, y no pude evitar recoger algunos fragmentos de su conversación:

– Sí- decía mi cuñada-, es que a las 8.00 tenía cita con el médico…

Eso explicaba el por qué iba vestida de traje.

– ¡Qué va!- contestaba a la pregunta de una de sus amigas-, ha sido con el gine, y sólo para que me diese nuevas recetas para la píldora anticonceptiva. Estoy más sana que una manzana…

Miré mi reloj, era hora de retomar la clase, así que con un “Venga, chicos, se acabó el descanso” volví a entrar en el aula.

Cuando terminó la hora, todos los alumnos se marcharon mientras recogía mis cosas. Durante esa mañana ya no tenía más clases, así que me encerraría en mi despacho para seguir corrigiendo los trabajos que la tarde anterior no había terminado por la visita de mi cuñada.

Bajé a la calle, pues mi despacho se encuentra en el edificio contiguo, pensando en buscar el momento idóneo para hablar con Patty y dejarle las cosas claras sobre nosotros y mi matrimonio con su hermana.

Al salir al exterior, allí estaba ella, sola, fumándose tranquilamente un cigarrillo.

– ¿Ya no tienes más clases hoy, profe?- me preguntó alegremente.

– No, pero tengo muchos trabajos aún por corregir, así que me voy corriendo para el despacho a ver si los voy terminando.

– ¡Pobrecito, hay que ver lo que trabajas!. Yo hoy tampoco tengo más clases, así que me iré a casa a repasar lo que me explicaste ayer- dijo mordiéndose el labio inferior en un claro gesto de lujuria contenida.

– Muy bien- contesté eludiendo el tema como si no me hubiese dado cuenta del significado oculto-, eso es lo que tienes que hacer, estudiar.

Y sin darle tiempo a que dijese más, seguí mi camino pronunciando un “¡Hasta luego!” tras alejarme un par de pasos de ella, no llegué a oír su respuesta.

Cuando ya hube entrado en el otro edificio pensé:

– Bien, te has mantenido firme, ahora tienes que encontrar la manera de hablar a solas con ella sin levantar sospechas.

En ese instante una idea empezó a formarse en mi cabeza: mi cuñada iría ahora a su casa, estaría sola en un lugar donde nadie pudiese vernos, y la pillaría totalmente desprevenida, era la situación ideal para hablar con ella.

Entré rápidamente en mi despacho y encendí el ordenador, tenía que revisar su ficha de alumna porque no sabía dónde estaba el piso de alquiler en el que vivía. Encontré su dirección, y tras meterla en el navegador de mi móvil y consultar Googlemaps para hacerme una idea de por dónde quedaba, apagué el ordenador y cerré mi despacho pensando: “Bendita tecnología”.

Tras 20 minutos callejeando en coche, y 10 de búsqueda de aparcamiento, por fin llegué a la dirección correcta. El portal estaba abierto, así que subí hasta la última planta del viejo edificio. Sólo había una puerta en esa planta, el piso debía de ser un pequeño ático. Respiré hondo, llamé al timbre, e inmediatamente se abrió la puerta.

– Ummm, Carlos- dijo Patty al verme-, qué deliciosa sorpresa, acabo de llegar a casa.

– Patricia, tenemos que hablar- contesté gravemente.

– Claro, claro- dijo visiblemente sorprendida al oír su nombre completo-, pasa.

Efectivamente su piso era un pequeño ático para una persona, porque entré directamente a un coqueto salón con cocina americana.

– Deja el abrigo en el sofá- me dijo haciendo lo propio-, y siéntate. Tengo café hecho, ¿te apetece?.

¡Ufff!, la dichosa pregunta que tan placenteros recuerdos me traía.

– Firmeza- me dije a mí mismo-, tienes que controlar la situación, la has cogido por sorpresa y no ha tenido tiempo de cargar sus armas.

– Sí, solo con hielo, gracias- contesté.

Observé cómo Patty se quitaba la chaqueta y mi polla se despertaba al ver cómo sus redondos pechos estaban apretados en la entallada blusa roja. Los botones abiertos formaban un hermoso escote en pico que moría en el primer botón cerrado, justo por encima de la altura a la que debían estar sus pezones. Cuando se dio la vuelta para dirigirse a la cocina, observé su curvilínea silueta y el duro culito que la chaqueta ya no tapaba.

– “¡Buenos días, princesa!”- exclamó mi verga estirándose. Su voz resonó en mi cabeza como la de Roberto Benigni en La Vida es Bella.

Crucé dolorosamente una pierna sobre la otra para estrangular mi incipiente erección, y desviando mi mirada alrededor del salón para distraerme, conseguí que no llegase a más.

Tras un par de minutos Patty volvió sentándose a mi lado y ofreciéndome mi café con hielo. Encendió un cigarrillo y dio un breve sorbo a su café.

– ¿De qué tenemos que hablar, cuñadito?- preguntó inquisitivamente con sus ojos aguamarina clavados en los míos.

– Patricia- comencé tras coger aire-, tu hermana no se merece lo que le estamos haciendo.

– ¡Ah!- exclamó sorprendida-, ¿y qué es lo que le estamos haciendo exactamente?.

– No me lo pongas más difícil, sabes a lo que me refiero…

– Ya… -contestó pensativa dándole una profunda calada a su cigarrillo.

Realmente parecía que había conseguido desarmarla con el efecto sorpresa, y daba la impresión de que todo sería más sencillo de lo que esperaba, con la excepción de que su postura en el sofá, con las piernas cruzadas y la falda ligeramente recogida mostrando sus firmes muslos, girada hacia mí enseñándome el balcón de su prieto escote, y su sensual manera de fumar, estaban volviendo a despertar mi polla a pesar de estar reprimida por mis piernas también cruzadas.

– Lo de la semana pasada fue un error- proseguí-, y lo de ayer fue un gravísimo error, Tere casi nos caza.

– Pero fue muy excitante, ¿no crees, cuñadito?. El que mi hermana casi nos pillara hizo que tu corrida fuese aún más intensa. Tengo grabado en la memoria cómo inundaste mi boquita con tu sabor a hombre- añadió pasando la punta de su lengua por su labio inferior y mordiéndoselo ligeramente.

– Patty- dije tratando de controlar la erección que sus palabras y su gesto habían conseguido acelerar-, no sigas por ese camino. Quiero a tu hermana, tu fantasía acaba aquí- añadí con tono autoritario-. Esto quedará entre nosotros y seguiremos con nuestras vidas como hasta hace unos días.

– Está bien- contestó apagando el cigarrillo-. Si lo tienes tan claro, entonces nunca más volveré a comerte la polla y nunca más volverás a follarme.

Para mi sorpresa, de repente se levantó y salió del salón, no sin antes decirme desde la puerta:

– Ya puedes descruzar las piernas y liberar esa polla que me grita cuánto me deseas.

Me quedé perplejo, y cuando conseguí reaccionar descrucé mis piernas sintiendo cómo, al ser liberada, mi verga estaba increíblemente dura.

Allí sentado, en silencio, esperé acontecimientos, pero Patty no dio ninguna señal de volver. Tras cinco minutos de tensa espera en la que mi pene volvió a su estado de bajada de bandera, y con la garganta seca, apuré mi café y me dispuse a marcharme.

– No puedes irte así- me dijo mi conciencia-, al fin y al cabo es tu cuñada, la hermana pequeña de tu mujer, no puedes largarte dejando éste “mal rollo” entre ambos.

Cambié de opinión y salí del salón por la misma puerta que, minutos antes, había cruzado Patty. Quería despedirme correctamente para suavizar las cosas. Encontré un diminuto pasillo en el que de frente se veía la puerta de un armario empotrado, a la derecha una puerta cerrada que debía corresponder con el baño, y a la izquierda una puerta entreabierta que sin duda era el dormitorio. Tomé el pomo, y abriendo un poco más pregunté:

-¿Patricia?.

– Pasa- oí desde el interior.

Abrí completamente la puerta. A mi izquierda pude ver una estantería con varios libros y Cd’s de música, y frente a mí, bajo una ventana, un sencillo escritorio de pino, el típico mobiliario de piso de estudiante. Pasé al interior y, al voltear la puerta medio cerrándola de nuevo, pude ver la cama, una mesilla de noche con una lamparita estilo Tiffany’s; al fondo un armario empotrado con puertas de espejo, y delante de la cama estaba ella, mi espectacular cuñadita, de pie con una pierna un poco más adelantada que la otra y con la mano derecha sobre su cadera, ligeramente ladeada en una pose de modelo de pasarela.

– Sabía que vendrías- dijo con voz muy sugerente-. ¿Te apetece?.

Mi polla en esta ocasión reaccionó de una sola vez, creció al máximo y se puso dura como el acero. Patty clavó su verdeazulada mirada en mi abultado paquete y se mordió el labio inferior con ese erótico gesto de lujuria contenida que conseguía alimentar aún más las llamas de mi deseo.

– “¡Es la guerra!, ¡traed madera, traed madera!”- resonó la voz de Groucho Marx en mi interior.

– Eres mala –le dije con todas mis dudas disipadas ante la evidencia de que mi cuerpo clamaba por el suyo.

– No soy mala, cuñadito- dijo con su tono de voz más sugerente-. Soy buena, muuuy buena…

¡Clac!, ¡clac!, ¡clac!, sonaron los tacones de sus botas sobre la tarima del suelo al acercarse a mí moviendo sus magníficas caderas, tan sensualmente, que una gota de sudor frío recorrió toda mi espalda. Con los brazos puestos en jarras, se quedó a escasos centímetros de mí.

– No eres buena, cuñadita- le dije en un susurro-, ESTÁS muy buena…

Patty se acercó aún más, y cuando su boca estaba a escasos milímetros de la mía, sacó su lasciva lengua para recorrer mi labio superior con una lujuriosa lamida.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo poniéndome toda la carne de gallina mientras mi falo latía dentro del pantalón.

– Eres mala y viciosa- dije.

– ¿Sí?, ¿y qué vas a hacer al respecto?- preguntó dándose ella misma un azote en el culo.

Estaba loco de excitación, la farsa ya no podía durar más, no podía engañarme a mí mismo:

– Quiero a Tere- decía mi voz interior-, pero deseo follarme una y otra vez a su hermana. Ansío hundir mi polla en este fogoso cuerpo que no deja de tentarme. La deseo, la deseo, necesito follármela…

Agarré las solapas de la blusa de mi cuñada y se la abrí salvajemente haciendo saltar los botones. Ella respondió con un “¡Aahh!” de asentimiento y excitación, poniendo cara de hembra en celo. Sus voluptuosos pechos se presentaron ante mí, oprimidos por un sujetador rojo que los apretaba y alzaba haciéndome desear meter mi verga entre ellos. Sujetando la cinturilla de su falda, tiré con fuerza de la cremallera lateral hacia abajo y la prenda se deslizó por sus tersos muslos para caer al suelo. La braguita también era de color rojo, a juego con el sujetador y muy transparente, permitiéndome vislumbrar su vulva con sus labios mayores hinchados.

Rápidamente me deshice de mis prendas superiores mientras ella dejaba caer su blusa. Me desabroché el pantalón cayendo éste hasta mis tobillos. Me saqué los zapatos utilizando únicamente los pies y, dando un pequeño paso hacia Patty, me deshice del pantalón. Nuestros cuerpos contactaron, nuestros sexos quedaron pegados el uno al otro, llamándose a través de nuestras prendas íntimas. Mi glande asomaba por encima de la cinturilla del slip, y sentí cómo su coño ardía empapando la braguita.

Pude sentir los duros pezones de mi cuñada clavándose en mi torso desnudo con cada respiración, a pesar de estar aún ocultos por el sujetador. Patty jadeaba de pura excitación, con sus labios abiertos anhelantes por ser devorados. La abracé firmemente tomándola por el talle y ella pasó sus brazos por encima de mis hombros. Mis labios encontraron los suyos y mi lengua comenzó a explorar su cálida boca acompañada por su suave lengua. Nos besamos desesperadamente, comiéndonos la boca mutuamente en ardiente frenesí. Succioné su carnoso labio inferior y separé mi cara mirando sus profundos y fascinantes ojos de gata. Mi cuñada me devolvió la mirada a través de sus largas y negras pestañas, atravesándome con ella como si pudiese indagar en lo más profundo de mi alma.

Yo había sucumbido a sus encantos, en esta lid los papeles se habían intercambiado pasando a ser ella la profesora y yo el alumno. Era su gran triunfo, y su mirada me lo decía, pero yo no estaba dispuesto a entregar mi alma y dejarme dominar completamente por esa fogosa diablesa. Dejando una mano sobre su cadera y poniendo la otra sobre su hombro izquierdo, la aparté de mí, la hice girar, y la postré sobre el escritorio.

– ¡Au!- gimió entre dolorida, sorprendida y excitada al impactar sus brazos y pechos sobre la superficie de madera.

Con un tirón, rasgué sus sexys braguitas respondiendo ella con un “¡Uffff!”. Contemplé ese culito con forma de corazón bajo el cual su anhelante sexo me llamaba manando deliciosos jugos que escurrían por la cara interna de sus muslos. Su excitante aroma llegaba a mí haciendo que mi polla vibrase. Me saqué el slip y le di un azote a ese altivo culo: “¡Zas!”

– ¡Aaah!- exclamó Patty encantada.

Di un paso al frente y coloqué mi glande entre sus labios vaginales, los tacones de sus botas la dejaban exactamente a la altura perfecta para que mi falo la penetrase sin tener que doblar mis rodillas.

– ¡Ummm!, eso es cuñadito. Venga…métele la polla a la hermanita de tu mujer.

– ¿Te apetece?- dije utilizando su característica pregunta.

– Ummm, sssí. Estoy muy cachonda desde ayer, cuando me comí tu polla y te corriste en mi boquita como un semental mientras llegaba mi hermana.

– Eres una viciosa- le contesté restregando mi glande a través de su raja y acariciando su clítoris con él.

– ¡Ooohhh!- gimió.

Seguí pasando toda mi verga por su chochito, subiendo hasta la raja formada por sus glúteos y volviendo a bajar para presionar su clítoris con el glande.

– Mmmm, vas a hacer que mmme derrita, mmmmétemela, si sssssigues assssí voy a corrermmme.

Seguí con la misma operación refrenando mis impulsos por darle lo que quería. Continué frotando su coño con mi polla, embadurnándome con su jugo, extendiéndolo hasta su culo, manteniendo un combate entre mi glande y su duro y palpitante clítoris…

Patty no pudo soportarlo más, apoyó las palmas de sus manos sobre el escritorio, estiró sus brazos y arqueó toda su espalda levantando la cabeza para gritar:

– Mmmme corro, mmme coorrrrrooo, ¡mmmmme corroooooooooohhhh!.

El poderoso orgasmo hizo que más cálidos fluidos manaran de su tórrida almeja, empapándome toda la verga.

– Ufffff- suspiró aliviada- has hecho que me corra antes de metérmela.

– Eres una viciosa a la que le gusta seducir al marido de su hermana, ¿verdad?.

– Mmm, sí, quiero más. Quiero que mi cuñadito me clave su polla dura.

– Eres una yegua salvaje que necesita que la domen. Eres mala, eres muy mala y necesitas un severo castigo- continué dándole otro azote en el culo.

– Ummm, sí, soy muy mala, castígame profe, castígame.

Había llegado el momento que durante los últimos minutos yo había estado preparando, iba a darle su merecido castigándola con mi miembro por ponérmelo tan duro. Totalmente cubierto por los fluidos de mi expectante cuñada, deslicé mi falo situando la punta entre sus nalgas, tocando su ano, y agarré con fuerza sus anchas caderas.

– ¡No!- exclamó Patty-, no me lo has abierto, hay que estimulaaaaaaaaarrrrggggggggg!.

Con un fuerte empujón vencí la resistencia del estrecho ojal. Mi polla era un ariete y su ano la puerta del castillo derribada. Toda mi verga se abrió paso salvajemente por su recto ensartándola hasta el fondo, “¡Plas!” sonó mi cadera contra sus nalgas.

– ¡Ah!, duele, ¡ah!, duele mucho, ¡aahhh!- dijo mi cuñada entre sollozos, con su cara sobre la superficie del escritorio tras haberle flaqueado los brazos y haber resbalado sus manos por mi acometida.

Los fluidos que envolvían mi rabo habían conseguido reducir la fricción, pero sin la estimulación previa, mi duro cetro de carne había dilatado al máximo su ano y paredes internas para penetrar sus entrañas sin compasión. Cómo me apretaba su cuerpo todo el miembro, tratando de expulsar a tan grueso y cruel invasor. Aunque en muy menor medida, también era doloroso para mí, un dolor exquisito.

Me recliné sobre ella y le susurré al oído:

– Es tu castigo, cariño, relájate y acabará gustándote.

Sólo recibí un quejumbroso sollozo como respuesta.

Al reincorporarme me di cuenta de que aún llevaba puesto el sujetador, se lo desabroché, solté los tirantes y me deshice de él para que sintiese el frío contacto de la mesa en sus pezones. Su cuerpo estaba empezando a acostumbrarse a la pitón que lo había profanado, y sus espasmos internos masajeaban mi estrangulada polla haciendo que el dolor en mí desapareciese para dar paso a una placentera sensación. Retiré hacia atrás mi cadera dejando únicamente el glande dentro de su culo.

– Uffffff- suspiró mi sodomizada cuñada.

– No pienso darte tregua, preciosa- le dije-, voy a taladrarte el culo para que sientas cómo me has puesto.

Arremetí con otro fuerte golpe de cadera. “Slurp” sonaron los fluidos en el agujerito cuando mi falo volvió a deslizarse al interior de su culo, “¡Plas!”.

– ¡Arrrrgggg!, es enorme, ¡me revienta por dentro!.

Hice caso omiso de las quejas, su culo me proporcionaba un inmenso placer tratando de expulsar mi verga. Me retiré de nuevo.

– Ufffff- suspiro femenino de alivio.

Volví a embestir:

– Slurp, ¡Plas!.

– ¡Aaaarggg!.

Ésta vez el gemido indicaba menos dolor, era el momento de darle duro. ¡Plas, plas, plas, plas, plas!, sacaba y metía mi pétreo ariete con fuerza moviendo todo su cuerpo con mis embestidas. ¡Qué culo tan delicioso!, cómo apretaba mi polla sin cesar… plas, plas, plas, plas, plas… toda mi verga latía… plas, plas, plas, plas… sus quejidos se estaban transformando… plas, plas, plas, plas… Patty estaba comenzando a sentir gusto… plas, plas, plas, plas… mi cuñada ya gemía:

– Uffff, aahh, uffff, aaaahh, uuuufffff, aaaaaaahahhhahhh…

Mi mano derecha se deslizó por su cadera alcanzando su clítoris con los dedos, estaba otra vez muy duro, y más abajo su coñito volvía a lubricar mojándome los dedos.

– Mmmm, oohhh, mmm- gemía ahora mi cuñada.

Lamí mis dedos y degusté el delicioso sabor de mujer excitada.

Por el rabillo del ojo pude ver nuestro reflejo en los espejos del armario, la imagen que se contemplaba era casi tan excitante como el propio acto: el maravilloso cuerpo de mi cuñada, únicamente ataviado con sus botas negras, estaba apoyado sobre el escritorio, y se movía hacia delante y atrás con el ritmo marcado por mis caderas… plas, plas, plas… sus pechos se aplastaban sobre la superficie de madera y se frotaban contra ella con cada una de mis acometidas… plas, plas, plas, plas… sus caderas estaban firmemente sujetas por mis manos, mientras mi verga entraba y salía de entre sus nalgas, sometiéndolas a base de pollazos… plas, plas, plas… pero lo mejor era la cara de Patty apoyada sobre sus manos, con un mechón de moreno cabello pegado a su frente por el sudor, con sus mejillas totalmente ruborizadas, con la boca abierta gimiendo “¡ah, ah, ah!” o mordiéndose el labio inferior “mmmm” en un gesto que denotaba el placer que sentía… plas, plas, plas, plas… y con su mirada fija en los espejos, contemplando extasiada cómo su cuñado, su profesor, su amante la sodomizaba sin compasión.

Plas, plas, plas, plas… mi cuñada levantó su cara y, extendiendo sus brazos, levantó la espalda sujetándose a la superficie del escritorio con las palmas de sus manos. Eso hizo que su espalda describiese una maravillosa curva, y su culo, aún más delicioso por la postura, me exprimió aún más con tanta fuerza, que sentí que me corría:

– ¡Ooooohhhh, Pattttyyyy!- exclamé casi sin aliento, embriagado de placer.

Pero la presión que ejercían su ano y todas sus paredes internas era tal que no me permitía correrme, tuve que detener mi bombeo por un momento, pero… plas, plas, plas, plas… mi cuñada lo estaba gozando de verdad y quería mantener el ritmo dando empujones con su culito hacia atrás para autopenetrarse con mi polla sin misericordia… plas, plas, plas, plas…

– Ah, ah, ah, ah, ah- jadeaba ella sensualmente con cada profunda penetración.

Mis manos recorrieron su cintura y aprisionaron con fuerza sus tetas de durísimos pezones.

– Mmmm, esso essss- gimió recuperando la voz.

Ahora era su poderoso culo quien marcaba el ritmo… plas, plas, plas, plas… y me estaba volviendo loco manteniéndome constantemente en situación de preorgasmo… plas, plas, plas, plas… mis manos abandonaron sus pechos y la cogí por los hombros para volver a marcar yo el ritmo… plas, plas, plas, plas… nuestros cuerpos sudaban y se estremecían de puro placer… plas, plas, plas, plas…

– Mmmmm, ssssí, dómmammme, cuñado. Ah, ah, ah, ah, ah…

…plas, plas, plas, plas…

– Oohh, eresss una, oohh, yegua viciosa- dije entre mis propios jadeos-, oohh, y te gusssta, oohhh, que te dé por culooohh.

– Mmmm, mmme encantaaahh, esssstoy a puuunto de corrermeeee.

Yo también estaba a punto desde hacía un rato, pero su voraz culo engullía con tanta fuerza mi falo estrangulándolo, que no me lo permitía, y el placer se estaba haciendo insoportable, avivado por los maravillosos gemidos de Patty “ah, ah, mmm, ah, ah”.

…plas, plas, plas, plas, plas…

No podía más, necesitaba liberar mi carga o explotaría por dentro. Volví a bajar mis manos atenazando sus caderas y empujé con todas mis fuerzas hasta el fondo, consiguiendo que mi cuñada quedase de nuevo postrada sobre el escritorio. Saqué mi polla entera de su culo y rápidamente la coloqué entre sus nalgas, apoyando la punta sobre su espalda. Al sentirse liberada, mi verga por fin eyaculó con fuerza sobre la espalda de Patty, con abundantes disparos blancos que cayeron sobre su columna vertebral, haciéndome estremecer.

El orgasmo de mi amante era también tan inminente, que en cuanto sintió mi ardiente leche abrasando su piel, se corrió tensando todo su cuerpo y levantándolo de la mesa: “Aaaaaaaaaaaaaahhhhhh”.

Mi lefa resbaló por su espalda acumulándose en la curva formada por sus lumbares al arquearse. Me quedé mirando su brillante blancura fascinado, tratando de recuperar el aliento mientras la música de Héroes del Silencio sonaba en mi cabeza con la voz de Enrique Bunbury cantando: “Blanco esperma resbalando por la espina dorsal”.

Patty se levantó, y al ponerse derecha, mi semen siguió resbalando por su piel, llegando a su divino culo enrojecido por mis acometidas, para seguir resbalando por la raja describiendo su redondez.

Mi cuñada se dio la vuelta, sus pechos también estaban ligeramente enrojecidos por el roce con la superficie del escritorio, sus pezones aún seguían duros. Cogiendo mi cara entre sus manos, me dio un profundo beso en los labios.

– Me ha encantado tu castigo, profe- me susurró al oído-. Tu leche en mi espalda ha sido una sensación increíble. Ahora necesito refrescarme.

Y sin más, salió del dormitorio dejándome allí de pie, desnudo, y con mi también enrojecido pene bajando la guardia.

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alfascorpii1978@outlook.es

Relato erótico: “Diario de una Doctora Infiel (6)” (POR MARTINA LEMMI”

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  Cuando llegué al lugar, se trataba simplemente de una casa de dos plantas o, al menos, eso fue lo que me pareció; quizás hubiera más de una vivienda.  Toqué el portero; una voz adolescent
e (diferente de la que escuchara en el teléfono) preguntó quién era.  Una vez que me presenté como la doctora Ryan, simplemente me dijeron que pasara y se accionó la apertura de la puerta de entrada.  No había ascensor en el lugar: mucho lujo para sólo dos plantas, así que encaré las escaleras y con cada paso que daba oía retumbar mi propio taconeo y no cesaba de preguntarme hacia dónde o hacia qué estaba subiendo.  Al final de la escalera me encontré con una puerta; yo ignoraba si debía golpearla, buscar un timbre o simplemente aguardar a que me abrieran, pero casi no tuve tiempo de analizar ninguna de las tres opciones porque la misma simplemente se abrió por delante de mí.   No había demasiada luz en el lugar y, de hecho, lo que pude distinguir al otear hacia el interior fue una semipenumbra bañada por alguna luz de tonalidad rojiza.  El lugar, al parecer, estaba ambientado para “la fiesta” y,  a juzgar por la estética, ya se daba por descontado que no se trataría de una fiesta muy santa.  No sé tampoco qué podía esperar considerando el modo en que me habían hecho vestir para asistir a la misma.
             Un rostro pecoso se dibujó por detrás del vano de la puerta.  Se trataba de un jovenzuelo de edad biológica en apariencia semejante a la de Franco, aunque con un talante y una actitud infinitamente más inmaduros que se advertían a primera vista.  Rió de un modo casi estúpido y, al hacerlo, exhibió una dentadura despareja.

            “Pase, doctora, pase…” – invitó en tono cordial pero con evidente mordacidad.

          Me quedé un instante congelada en la puerta.  Era ése el momento en el cual debía decidir si trasponía el umbral hacia lo desconocido o si daba media vuelta y me marchaba.  Pero claro, hacer eso último implicaría suicidarme en lo que tenía que ver con preservar mi imagen social y mi matrimonio.  Por lo tanto, y aun cuando me costaba horrores despegar el pie del piso, caminé hacia el interior del lugar.  Entré y me fue difícil al principio reconocer algo; mis ojos aún debían acostumbrarse a esa semipenumbra y a la luz rojiza que lo bañaba todo.  Advertí, en eso, que alguien me quitaba los lentes.  Miré hacia un costado tratando de determinar quien los había retirado de mis ojos y logré, aunque con dificultad, visualizar el rostro del mismo joven que me abriera la puerta.
           “No los va a necesitar acá, doctora – dijo -.  No hacen falta para chupar pija”
             Y sus palabras fueron coronadas por el más diabólico coro de risas que hubiera escuchado en mi vida…
             
             No pude determinar auditivamente cuántos eran.  Pero cuando se cortaron un poco las risas, hubo alguien que habló con una voz amable pero bastante más enérgica que el joven anterior:
               “Adelántese, doctora”
               Yo cada vez estaba más muerta de miedo.  ¿En dónde me había metido?  ¿Qué tal si estaba entre un hato de psicópatas que tenían pensado para mí alguna especie de rito satánico?  Créanme que no cabía en mí del terror que sentía.  Mis piernas temblaban; pensé en echar a correr pero el ruido de la puerta al cerrarse evidenció bien a las claras que ya no había retorno.  Tal como se me había exigido, avancé un par de pasos; lo hice con sigilo ya que seguía sin ver casi nada.
               “Sí, tenés razón – dijo alguien sobre mi derecha -.   Es la doctora del colegio… ¡No lo puedo creer!”
             “Te dije que era ella – habló otro a mi izquierda -.  Franco no nos iba a mentir; además… vos viste el  video…”
             “Yo no sé ustedes, pero yo no doy más de las ganas de entrarle…” – rió alguien que parecía estar de frente a mí.
             “Prendan alguna luz más que no veo una mierda…” – se quejó alguien a mis espaldas.
             

Y, en efecto, casi como si se hubiera tratado de una orden, se escuchó con claridad el “clic” de una perilla y se encendió una débil luz de  velador, no superior a 25 voltios.  No era mucho, desde ya, pero fue lo suficiente como para tomar idea del lugar en que me hallaba y las dimensiones del mismo.  En realidad aquello daba la impresión de ser tan sólo una casa… y la habitación en que nos encontrábamos reunía todos los requisitos para ser considerado una sala de estar: un par de sillones, algunas pinturas adornando las paredes que no se veían muy claramente pero daban la impresión de ser naturalezas muertas, una mesita sobre la cual se hallaba un televisor.  Nada anormal.  Una casa de familia diríase.  Lo anormal, en todo caso, era el círculo de sujetos que me rodeaba.  Hice un giro con la cabeza para tratar de abarcarlos y comprobé que eran cuatro.  Momentos antes, oyéndolos reír o dialogar, me había dado la impresión de que fueran más.  Uno de ellos se me acercó y, en un acto de clara impaciencia, prácticamente me arrancó el guardapolvo que llevaba.   Estuve a punto de protestar pues en uno de mis bolsillos tenía mi teléfono celular pero no sólo eso: también había llevado algunos profilácticos a los efectos de preservarme de lo que viniese y aun sin querer aceptarlo.  Es que, como médica, no soy amiga del consumo de pastillas anticonceptivas por períodos muy extendidos de tiempo y, en consecuencia, cada tanto las interrumpía y elegía formas de cuidado más básicas; pues bien, yo me hallaba en uno de esos lapsos de interrupción.  Fue por eso que abrí los labios para ensayar una débil protesta pero nada salió de ellos y, a decir verdad, no tuve demasiado tiempo de nada: ya mi guardapolvo se hallaba hecho un bollo en el suelo contra el zócalo de la pared.  Mi cuerpo quedó allí, en el centro del círculo, expuesto ante las lascivas miradas y las bocas que se me antojaban babeantes, envuelto como para regalo en el erótico conjunto que me había armado la empleada de la tienda con el visto bueno de Franco.

            ¡Franco!  ¿Dónde estaría ahora?  De pronto tenía una súbita necesidad de llamarlo, de que estuviera allí.  Y, sorpresivamente, hasta pensé en un momento en Damián: en los momentos de desesperación es cuando uno tiene raptos de arrepentimiento y le gustaría correr hacia la persona a quien traicionó para abrazarla y decirle que la quiere.  Pero era tarde para remordimientos; yo no tenía idea de cómo había llegado allí pero el hecho era que ahí estaba: rodeada por cuatro adolescentes que, al parecer, tenían en mente un plan bastante básico en cuanto a mi suerte.  En la medida en que fui recorriendo los rostros, estoy casi segura de haber reconocido a tres: sus caras me resultaban conocidas y seguramente sería porque habían pasado por la revisación en el colegio.  No ubicaba al restante quien, por cierto, parecía el más joven de los tres: tal vez unos quince años.  También era el que se veía más ansioso; fue justamente él quien habló a continuación:
           “¿La cogemos?”
           “No, enferrrrmo… – le recriminó el que parecía tener mayor autoridad dentro del grupo; reconocí su voz como la misma que había oído a la tarde en mi celular -.   Todavía no… ¿Sos pajero o te hacés?  Primero vamos a recibir a la doctora como se merece…, a invitarla a nuestra fiesta.  Seamos caballeros… – se abrió hacia un costado e hizo gesto de invitación -.  Adelante, doctora…, siéntase como en casa”
            Se escucharon algunas risitas de parte del resto.  Podía yo ver ahora que entre los sillones que formaban una “ele” había una mesa ratona sobre la cual se veían varias cazuelas con lo que constituía una suculenta picada.  Asimismo un par de botellas de cerveza y otra que creí reconocer como de tequila o tal vez vodka.
             Desde luego que ya hacía rato que para mí había dejado de haber opciones: prácticamente desde que entré en esa casa o, yendo mucho más atrás, desde que Franco me filmó en mi rol de hembra en celo.  Mi suerte estaba echada; sólo me quedaba hacer lo que decían o, de lo contrario, mi vida se iría por el sumidero: pasé por entre ellos y giré en torno a la mesa ratona aun a sabiendas de que con ello les exponía claramente mi retaguardia en gran parte descubierta.  Se dejaron oír algunos silbiditos de aprobación y mis mejillas se ruborizaron.  Una vez que me senté, el que parecía llevar la voz cantante del grupo se ubicó a mi lado.  Luego lo fueron haciendo también los restantes: parecían lobos famélicos y no dejaban de mirarme; me sentí tan ultrajada por sus miradas que no pude evitar bajar la vista al piso.  El “líder” me sirvió un vaso de cerveza cuidando de inclinar el mismo a los efectos de no producir demasiada espuma: en lo particular del momento, era casi irónico que buscara comportarse con tan caballeresca amabilidad.
             “¿Se acuerda de nosotros, doctora?” – preguntó a bocajarro mientras mantenía la fija vista en el vaso que llenaba.
            “D… de algunos sí” – tartamudeé.
             “Nosotros sí nos acordamos de usted” – intervino otro, más gordito y carente de todo atractivo físico; de hecho, sólo el “líder” zafaba un poco en ese aspecto.  El resto más bien daban impresión de ser muchachitos con muy poco éxito en lo que a mujeres pudiese referirse; de ser así, era de pensar que estaban ante una oportunidad tal vez única en sus cortas vidas.
              “En mi curso pedimos la revisación – rió el más jovencito -, pero hasta ahora nada.  Los varones somos los que la pedimos; obvio… las minitas nada, jaja”
              El restante de entre ellos se mantenía callado y sólo reía.  Casi la antítesis del más gordito: flaco y huesudo, con el pelo cayéndole delante de los ojos y una mandíbula muy marcada y angulosa.  No dejaba de reír ante cada intervención de sus amigos, si bien lo hacía casi como para sí mismo.  El “líder”, entretanto, llenó su propio vaso y tendió luego la botella a los demás para que hicieran lo propio con los suyos.  En otras palabras, sólo ante mí había mostrado amabilidad; al resto los dejó que se arreglaran.  Fue él mismo quien, un instante después, alzó su vaso para brindar y me instó prácticamente a imitarlo ya que lo alzó hacia mi cara y los sostuvo ante mis ojos.  Yo, como pude, tomé mi vaso tratando de sobreponerme a los nervios que tenía; en cuanto a los demás, fueron haciendo lo mismo una vez que hubieron llenado sus vasos.  Un instante después se producía el obvio brindis entre cinco, coronado y musicalizado por el entrechocarse de cristales.  Seguidamente los cuatro muchachos se dedicaron a escanciar el contenido en sus respectivas gargantas; yo, en tanto, me quedé con mi vaso entre las rodillas aún sin poder creer ni mucho menos, asimilar la situación en que me hallaba.   ¿Qué hacía yo allí?  Y ahora qué estaba, ¿qué debía hacer a continuación?  Si bebía, entraba en el juego de ellos, en cuyas juveniles y pervertidas mentes seguramente planeaban convertirme en una presa fácil y desinhibida.
                “Es de mala educación no beber después de brindar” – me espetó el “líder”, imprimiendo ahora a su tono de voz algo más de energía, aunque sin perder jamás el sesgo amable y caballeroso.
                 Volví a bajar la vista.  Llevé el vaso a mis labios y di apenas un par de sorbos.
                  “Todo” – me impelió.
                  Tragué saliva.  Cierto era que ya había yo entrado en el juego de ellos al momento de aceptar ser vestida prácticamente como una prostituta.  Así que, sin más objeción, empiné mi vaso tal como me era requerido.  Mientras lo hacía, mi acto fue acompañado por aplausos, vítores y aullidos.  Deposité luego el vaso en la mesa con una sensación desagradable; la cerveza que habían comprado, por cierto, no era de las mejores sino más bien barata.  El “líder” tomó una nueva botella y volvió a llenar mi vaso.  Intenté decir que no pero no me salió palabra alguna; gesticulé con las manos por sobre mis rodillas como en señal de negativa pero fue en vano.
                “Tranquila – dijo él apoyando una mano sobre mi pierna -.  Relajate… Me llamo Sebastián”
                


Fue el único que se presentó en realidad.  De los cuatro era, obviamente, el único que parecía estar familiarizado con reglas mínimas de cortesía aunque, a la vez, subyacía siempre una cierta mordacidad detrás de sus palabras que, en algún punto, me hacía recordar a Franco.  No era lo mismo, desde ya: Franco era incomparable no sólo con ningún chico sino con ningún espécimen del género masculino que hubiera conocido (¡Dios! ¡Cómo deseaba que estuviese allí!) pero se le parecía en el sentido de tener una actitud de seguridad que lo elevaba un poco por encima del resto de los de su edad. 

                 “Ésta es mi casa – trazó con la mano un arco en derredor -.  La tengo libre este fin de semana porque mis viejos no están.  Así que… ¿qué mejor que organizar una fiestita entre chicos solos y aburridos, no?” – cerró sus palabras llenando mi vaso y, nuevamente, instándome a beber.  Una vez más, tuve que hacerlo.  No estoy acostumbrada a beber de un trago (la práctica a la que los adolescentes suelen llamar “fondo blanco”) pero tuve que hacerlo y la falta de hábito provocó que comenzara a experimentar síntomas de mareo.  Por otra parte estaba nerviosa y muerta de miedo, con lo cual el vaso me bailoteaba en la mano.

                 “Tranquila” – volvió a insistir Sebastián, esta vez acariciándome la mano.

                 “Tomatela toda – agregó el más gordito -.  Es exactamente lo que vas a tener que hacer en un momento, jajaja”
                 Todos rieron, incluso Sebastián aunque menos estruendosamente que los demás.   Me propinó un beso muy delicado en la mejilla y, una vez más, reapareció en mi cabeza la imagen de Franco: cuánto deseaba que estuviera presente.
               “Sí, tranqui, doctora, no se ponga nerviosa ni tenga miedo – intervino otro, el más flaco y desgarbado -.  No le vamos a hacer nada salvo llenarle la boquita y el culito de leche, jajajaja”
                Una vez más el estruendoso coro de carcajadas se apoderó del lugar.  Sebastián, ante tales intervenciones, era el que menos reía, pero no era que no lo hiciera ni tampoco reprendía a sus compinches.  Estaba obvio que su diferencia en la forma de relacionarse conmigo no estaba dada por los objetivos sino por la forma, el estilo… Parecía como que, simplemente, dejara pasar las bromas guarras de los demás como algo esperable y ante lo cual ni siquiera tenía sentido remarcarles o decirles algo.  Me ofreció comer; me negué manifestando no tener hambre.
                “Está bien, ya vas a comer” – carcajeó el gordito, cuya intervención, una vez más, fue festejada por los otros.
                Sebastián, haciendo caso omiso tanto de mi negativa como de la broma de su amigo, pinchó en un palillo un trozo de queso y lo llevó a mi boca, la cual me empeñé en mantener cerrada.  Negué con la cabeza tratando de parecer lo más amable posible y hablé entre dientes:
                “N… no, muchas gracias, de verdad… no tengo ham…”
                 Pero abrir la boca para hablar, aunque fuera lo mínimo, fue un error.  Ése fue el momento aprovechado por Sebastián para ingresar el trocito de queso en ella y no tuve más remedio que tragarlo.  Repitió el procedimiento luego con otros bocados y ni siquiera volví a negarme porque estaba visto que mi opinión allí no tenía ningún sentido.
                  “Es de mala educación rechazar la comida cuando te invitaron a una fiesta, ¿sabés? – me decía -.  Sírvanle más “birra”.
                 Y así los bocados fueron entrando en mi boca uno tras otro siendo alternados por tragos de cerveza que él mismo llevaba hacia mis labios.  Me estaba dando de comer y de beber casi como si yo fuera un bebé: una nueva humillación entre las muchas que había acumulado en mi haber en pocas semanas.  Lo peor fue que, en un momento, decidió prescindir del palillo y llevó cada bocado a mis labios con sus propios dedos, introduciéndomelos al punto de tácitamente obligarme a lamerlos cada vez que debía yo capturar la comida.  En cuanto notó eso, cada vez tardó más en retirarlos sino que jugueteaba un rato en mi boca un largo rato después de haber yo tragado.
                “Imaginate que es la pija de Franco” – bromeó uno de los otros tres; no pude determinar bien cuál fue porque yo estaba con la vista entornada y algo levantada pero a juzgar por la voz me pareció que había sido el gordito.
                  Touché.  La sola mención del nombre de Franco activó algo dentro de mí.  Después de todo la propuesta del gordo, aun cuando soez,  quizás no fuera mala idea.  Imaginé el miembro de mi macho hermoso en mi boca y, en un acto reflejo, junté un poco mis muslos en una mezcla de excitación y pudor.
                  “Abrí las piernitas” – me instó Sebastián;  ya definitivamente los diminutivos empezaban a apoderarse de la charla.
                  Hice lo que me decía.  Y apenas hube separado los muslos retiró su mano de mi boca y la llevó a mi concha.   Los mismos dos dedos que antes juguetearan en mi boca se introdujeron por mi raja y hurguetearon adentro.
                  “Está mojadita, doctora” – me dijo Sebastián, hablándome casi al oído aunque no en voz baja; de hecho los demás escucharon.
                  “¡Quiere pija” – exclamó alguien; por lo inmaduro de la voz, me di cuenta que había sido el más jovencito, quien ya hacía rato que tenía la idea fija.  O, por lo menos, más fija aun que los demás -.  ¿Le echamos un buen polvo?”
                “No, enfermito – le reprendió Sebastián una vez más haciendo gala de su autoridad sobre el jovencito -.  Tenemos toda la noche para la doctora y, además, no seas así de guarro y descortés.  Parece que hubieras nacido en una villa”
                  “¡Más respeto! – exigió, al parecer, el gordito, haciéndole de algún modo la segunda a Sebastián -.  ¿No te das cuenta que es una dama y merece respeto?  ¿O vos naciste de un repollo?”
                   La broma, que de modo irónico hacía referencia a un lugar común harto repetido para defender la dignidad femenina, funcionó, una vez más, como disparador de la carcajada general.  A todo esto, Sebastián seguía jugando con sus dedos dentro de mi vagina y no daba visos de tener intención de quitarlos en lo inmediato.  Yo no daba más: eché un poco la cabeza hacia atrás apoyándola contra el respaldo del sillón.  Entreabrí los ojos y vi, clavados en mí, los de Sebastián.  Fue una ilusión de un segundo pero me pareció, en ese momento y aun con los ojos abiertos, verlo a Franco.  Yo no podía parar de jadear y Sebastián aprovechó la situación para besarme y llevar su lengua bien adentro de mi boca.  Hay que decirlo: no llegó tan lejos como Franco, pero estuvo bueno: el chico sabía besar.  Me tuvo así un rato y luego retiró tanto su lengua de mi boca como sus dedos de mi vagina.  Tomó una botella y sirvió en mi vaso esta vez un líquido transparente, el que yo antes había identificado como vodka o tequila.  Los demás fueron haciendo lo propio con sus vasos y al rato lo mezclaban con un toque de alguna gaseosa de naranja: posiblemente vodka entonces; se trataba del famoso “destornillador” o, al menos, de una versión casera preparada con gaseosa y no con jugo de naranja.
             “Che… falta música acá – dijo Sebastián – ¿Esto es una fiesta o qué?”
               Uno de los chicos se levantó e instantes después comenzaba a sonar algo que creí reconocer como “reggaetón” o algo por el estilo y no de mi agrado.  Apartaron la mesa ratona un poco.
                 “A ver, doctora – me instó el gordito -.  Báilenos un poquito.  Queremos ver cómo se mueve”
                  Yo ya no podía dar crédito a nada y, a la vez, sabía que estaba en el fondo de un pozo en el cual absolutamente todo podía suceder: incluso que me pidieran que bailara.  Recorrí con mirada nerviosa a los cuatro: ninguno parecía objetar nada al respecto de la propuesta, ni siquiera Sebastián, quien sonreía con el mentón apoyado en la mano.
                 “¿B… bailar?  ¿Yo? – balbuceé -.  Pero… yo…  no sé bailar… y menos esto”
                “Jaja – rió Sebastián -, dejate de joder… como si hiciera falta saber mucho para bailar esto: lo único que tenés que hacer es moverte como una perra y punto”
                Bajé la vista, blanca de la vergüenza.  Recurriendo una vez más a sus paradójicas dotes de caballero, Sebastián se puso en pie junto a mí y me tomó por una mano para invitarme a imitarlo y… obviamente… bailar.  No tuve más remedio que pararme, muerta de nervios y de pudor.  Él me soltó la mano y se volvió a sentar: estaba bien claro que yo tenía que bailar y no había discusión posible.  Comencé, entonces, a moverme al son de la música como podía y con movimientos torpes, que provocaron la hilaridad de algunos:
                 “Así no calentás a nadie, doctora… – dijo el más gordito -.  Tenés que perrear… Pe-rre-ar… ¿Sabés lo que es eso?”
               Lo miré, incomprensiva.  Sabía, obviamente, a qué se refería porque alguna vez lo había visto: en la televisión, en alguna fiesta de casamiento, en algún restobar… Pero mi cuerpo era torpe en ese sentido y no sabía cómo imitar ese movimiento terriblemente sugerente y casi explícito al que se suele llamar de ese modo, a lo cual había que sumarle, por supuesto, lo grande que era mi vergüenza…
               El gordo, de quien ya estaba claro que si a algo no temía era al ridículo, comenzó a bailar imitando el movimiento de cinturas, cadera y vientre al que se suele llamar “perreo”; mientras lo hacía, se masajeaba el pecho como si fueran tetas, abría su boca y cerraba los ojos en una parodia por imprimir sensualidad a sus movimientos.  Por cierto que era una imagen guarra y desagradable.  Para colmo de males, el más flaco y desgarbado se le sumó; en un momento se le ubicó detrás como apoyándolo y, en cuanto el gordo sintió el bulto del otro contra su culo, dio un respingo, se giró y le arrojó un puñetazo que, por supuesto, iba más en broma que en serio, ya que el flaco sólo reía y festejaba su propia ocurrencia.  Una vez que terminaron con su jocosa reyerta, volvieron a dedicar su atención a mí.
              “Es eso.  ¿Entendés?” – me preguntó el gordo.
            Ajena a cualquier vestigio de lo que pudiera llamarse dignidad, apoyé las palmas de mis manos sobre mis muslos casi llegando a mis rodillas y, al hacerlo, mi espalda se arqueó y mi cola fue hacia atrás, descubriendo mis nalgas más aún de lo que ya estaban.  Moví cintura y cadera tanto como pude y mis tetas, como no podía de ser de otra forma, bailotearon locamente dentro del sostén.  Los chicos festejaron, no creo que tanto la calidad del baile como su propia calentura, la cual debía estar a mil.  Hubo chiflidos, aullidos y exclamaciones insultantes:
              “Wow… eso, eso, perra…”
              “Movete, putita, ponenos la pija bien dura, vamos…”
              “Así, doctora, bien atorrantita, vamos…”
                Sebastián era el único que no decía esas cosas pero palmoteaba el aire y disfrutaba de la vista tanto como los otros.  El gordito, siempre desinhibido, se acercó a mí y se me instaló detrás; no tuve tiempo de determinar qué plan tenía en mente pues rápidamente me tomó por la cintura y me atrajo hacia sí hasta apoyar mi cola contra su bulto, de modo análogo a como antes lo había hecho con él el flaco.  Yo traté de enderezarme pero él mismo se encargó de volver a hacerme arquear la espada apoyando una de sus pesadas manos sobre mi nuca y llevando otra vez mi cabeza hacia adelante y hacia abajo.

                “Seguí bailando, perra, seguí bailando…” – me conminó, al tiempo que se contoneaba frenéticamente detrás de mí y al hacerlo me llevaba también a acompañar su movimiento.  El resto sólo vitoreaban y aplaudían mientras yo me sentía morir por la vergüenza.

                    “¡Sacale el corpiño! – aulló el más joven -.  ¡Vamos a verle las tetas de una vez por todas”
                   Fue la primera vez que una propuesta suya no fue minimizada o desacreditada, seguramente porque esta vez todos estaban  de acuerdo y ciertos tiempos de espera ya se habían vencido.  El gordito, simplemente, se dedicó a soltarme el sostén: tardó unos instantes debido a su torpeza, pero una vez que hubo logrado dejarme sin él, lo arrojó a lo lejos.  Y ahora sí: yo seguía tratando de imitar lo mejor posible el “perreo”, llevada prácticamente por los bamboleantes y fofos movimientos del gordo mientras mis tetas, expuestas,  bailoteaban en el aire para beneplácito y alegría de los muchachos.  De pronto vi al más pendejo de ellos, el pecoso, deslizarse sobre sus rodillas para llegar prácticamente hasta mis pies e instalarse justo debajo de mi cara: sus ojos no cabían en sí y se le salían de las órbitas; estaban, por supuesto, clavados en mis pechos.  Alzó sus manos como si se tratara de sendas garras y las llevó hacia ellos, estrujando mis tetas con fuerza y sin absolutamente ninguna delicadeza.  Sólo quería tocarlas, no hacerme gozar a mí; claro: era un pendejito y lo más posible era que fueran las primeras que tocaba en su vida.  Me las estrujaba con tal fuerza que me hacía doler y no pude evitar abrir la boca para soltar una interjección de dolor; ése fue, precisamente, el momento aprovechado por el más flaquito: ni siquiera lo vi acercarse, pero de repente me estaba tomando por los cabellos e introducía el pico de una botella de cerveza dentro de mi boca para dedicarse a escanciar su contenido en mi garganta.  Quité las palmas de mis manos de los muslos para intentar alejar la botella pero fue inútil: el gordo que estaba detrás de mí me tomó ambas manos y me las colocó, una sobre otra, a mi espalda.
                 “Bailá, puta” – insistió.
                  Juro que me costaba mantener el equilibrio y si no caía hacia adelante era porque el más jovencito me tenía agarrada por las tetas desde abajo a la vez que el flaco me sostenía por los cabellos.  Me sentía un objeto absoluto: la cerveza bajaba dentro de mí y aumentaba paulatinamente el mareo junto con una cierta sensación de asfixia y de naúseas al tener que beber compulsivamente.  No sé cuánto duró esa triple escena: tal vez hayan sido segundos o, a lo sumo, un minuto, pero pareció una eternidad.  De pronto se escuchó un palmoteo en el aire:
                  “Bueno, bueno, paremos la mano un toque – era la voz de Sebastián -.  Vamos a esperar un poquito para gozar de la doctora y, de paso, la hacemos también desear un poquito a ella… Jeje…”
                   Mantenía el tono amable, pero era terriblemente hiriente.  También en eso tenía algún punto de contacto con Franco.  A pesar de algunas protestas, sobre todo del más joven, los demás se plegaron a su pedido.  El flaco retiró la botella de mi boca y soltó mis cabellos; el gordo dejó de apoyarme y soltó mis manos.  El pendejito tardó algo más en soltar mis tetas y hasta tuvo que ser reprendido al respecto con un golpe en la cabeza por parte de Sebastián, pero finalmente lo hizo.  Cuando me soltaron yo ya ni sabía dónde estaba.  Trastabillé y ellos aullaron y bromearon al respecto.  Sebastián me tomó por la mano para evitar que cayera y me hizo sentarme nuevamente en el sillón; la verdad fue que prácticamente caí sobre el mismo.  Me llevé los dedos a los lagrimales y me froté el puente de la nariz: estaba muy mareada, perdida, enajenada…
               “Vamos a ver una peli…” – conminó Sebastián en un planteo que me sorprendió.
              El flaco puso un disco en el reproductor de dvd que se hallaba bajo el televisor y, unos segundos después, empezaban a desfilar las imágenes de una película porno.  Tal como era casi inevitable, se trataba de un filme de muy baja calidad aun para los parámetros habituales del género.  No podía ser de otra manera si se consideraba lo berreta de la música y de la cerveza: los muchachos habían montado una fiestita de bajo presupuesto y sin demasiada exquisitez en lo estético.  Yo estaba mareada pero aun así pude ver que se trataba de una de esas historias en las cuales un jefe le pide a su secretaria que le pase unos formularios y, a continuación, sin ton ni son, ambos terminaban sin ropas y cogiendo.  A los jóvenes, por supuesto, no les preocupaba en demasía ni la pobreza argumental ni la estética sino que acompañaban cada escena con alaridos y vítores, sobre todo cuando el jefe exhibía una verga tamaño elefante y ni qué decir cuando penetraba a su  secretaria casi como una de esas perforadoras que se usan para trabajar en las calles.  Luego, obviamente, se iba agregando más gente y no podía faltar un negro: en sólo cuestión de pocos minutos, todos estaban encima de la secretaria que  era penetrada por cuanto agujero tuviese.  Los chicos no paraban de gritar y aplaudir: claro, ¿qué podía yo esperar?  Estaban en esa etapa de la vida en la cual se calentaban viendo cosas bizarras y de discutible erotismo como esa bagatela que estábamos viendo.  Pero lo peor vino después…
                  Súbitamente todo cambió.  Podría haber sido perfectamente un corte producto de una muy mala edición, lo cual es moneda corriente en ese tipo de películas.  Pero no: la imagen se volvió como más opaca aunque nítida.  Y pude ver cómo una mujer se acercaba en cuatro patas hacia la cámara llevando algo en la boca.  No sé qué fue más grande, si mi estupor o mi vergüenza, al descubrir que quien marchaba a cuatro patas era, obviamente yo, y que lo que llevaba entre labios y dientes no era otra cosa más que el dinero que en su momento le había pagado a Franco para poder  mamarle la verga…
                 El coro de gritos y aullidos lobunos se incrementó al doble… o al triple.
                  “Wowowowowowowowooooow”
                   “Ahora sí que se pone bueno; ya me estaba aburriendo, jaja”
                 “Por fin una perra de verdad en estas películas de mierda, jaja”
                  “Y paga para chupar pija… Eso sí que es ser puta eh… No le pagan sino que paga…”
                  Los ojos se me empañaron.   Tenía ganas de llorar.  No podía creer lo que estaba viviendo…o  viendo… u oyendo.  Ahora hasta Sebastián se sumaba al cruel e hilarante festín en mi contra; de hecho el último de los cuatro comentarios había sido suyo.  De pronto me sentí más sola y desprotegida que nunca.  Era como que en la desesperación me había aferrado a Sebastián como mi única esperanza, algo así como el caso del preso que se hace amigo del menos antipático de sus carceleros.  Una vez más pensé en Franco… y lo extrañé, no saben cómo.  Pero era paradójico: era el propio Franco quien me había filmado y quien, de algún modo, era el principal responsable de que yo estuviera allí, expuesta a semejante ignominia en mi contra…
                  “Le veo cara conocida a esa actriz… Jaja” – se mofó el gordo.  Ya para esa altura todos festejaban las bromas de todos; el alcohol, por supuesto, ayudaba a ello pero además bien sabían que con cada palabra o risotada destruían un poco más mi dignidad y mi autoestima.  La verdad era que, viendo la imagen en la pantalla, yo misma me veía a mí como una actriz porno.  En eso se produce un corte abrupto y a continuación aparezco mamando a más no poder la verga de Franco.  Demás está decir que las chanzas y los gritos recrudecieron nuevamente.
                 “Eeeeh, doctora, largue un poco… se va a atragantar”
                  “¡Alta mamadera eh!”
                  “Con razón no quiere comer, jaja…, mirá después cómo se atraganta, jajaja”

                   Las lágrimas pugnaron por salir de mis ojos.  Bajé la vista.  No podía seguir mirando.  Sebastián se dio cuenta de eso pues me tomó suavemente por el mentón y me hizo levantar la cabeza para alzar la vista otra vez.

                  “No se avergüence, doctora… – me dijo, con tono paternal -.  Usted lo hace muy bien.  Ojalá nuestras compañeras del colegio la mamaran así, jaja”
                   No podía más de la vergüenza.  Busqué desviar la vista pero él me retenía por el mentón y, por otra parte, aun de soslayo, era mi propia imagen lo que yo estaba viendo en la pantalla.  Agradecí el momento en que el video terminó y la imagen quedó en nada.  Los cuatro aplaudieron.
                     “Muy bien, doctora, muy bien” – felicitaba el gordo sin dejar de palmotear el aire.
                      Sebastián me soltó el mentón y yo, casi maquinalmente, escondí mi rostro entre mis bucles.  En eso veo que el muchacho había sacado un papelillo y que estaba armando un cigarro, un porro.   Alzando un poco más la vista comprobé que el flaco también estaba haciendo lo mismo.  Y claro, era inimaginable que hubieran tramado una fiesta sin nada para fumar.  Cuando Sebastián terminó con el suyo, lo encendió y me lo acercó a la boca.
                    “Vamos, doctora – me invitó -.  Dele unas buenas secas”
                    Yo honestamente no tenía cultura de marihuana.  Alguna vez había fumado convidada pero nada más y, de hecho, hasta había participado de alguna charla sobre adicciones para adolescentes.  Ironía de la vida: allí estaba yo a punto de ser drogada por unos pendejos.  Hice un ademán de negación.
                    “N… no… – dije en tono implorador -, por favor… no”
                    Sebastián apoyó por un momento el porro sobre el borde de la mesita ratona.  Interpreté, por un instante, que habría aceptado mi negativa pero me equivoqué… Me calzó las manos a la cintura y me alzó en vilo hasta hacerme sentar sobre su regazo o, más bien, exactamente sobre su verga.  Fue todo tan rápido que no pude hacer nada para evitarlo, aunque… ¿podía hacerlo?  Una vez que me tuvo sobre él, cruzó un brazo por delante de mi estómago de tal modo de mantenerme cautiva por si intentaba zafarme.  Estiró el otro brazo hasta tomar de nuevo el porro y volvió a acercarlo a mi boca.
                   “Vamos, fumá…- insistió -.  No pasa nada, fumá…”
                   Prácticamente introdujo el cigarro en mi boca de un modo semejante a cuando me había obligado a comer.  El humo entró en mí y él me hizo repetir pitada tras otra.  De momento no sentí nada especial y, de hecho, no era para tanto.  El resto del grupo también estaba prendido en una “fumata” que fue llenando todo el lugar con el humo de olor dulzón.  Circularon entonces los “destornilladores” que habían quedado momentáneamente olvidados entre tanto reggaetón y marihuana.  Y entonces, sí, la combinación entre bebida blanca, cerveza y porro fue mortal para mí.  Me sentía ahora sin fuerzas, sin resistencia y, de hecho, Sebastián aprovechó mi estado para meterme mano por todos lados: me acarició las piernas, me masajeó la conchita y se entretuvo particularmente en sobar mis expuestos pechos.   Comenzó a mover su cintura de abajo hacia arriba y, al hacerlo, prácticamente me levantaba y me hacía caer nuevamente hacia él, pero siempre teniéndome sentada sobre su bulto.  Yo experimentaba algo así como un adormecimiento o un embotamiento de mis sentidos; sin embargo, y paradójicamente, captaba y percibía cada cosa que me estaban haciendo pero sentía que no podía hacer nada al respecto ni aun cuando lo intentase.  Mis brazos estaban como laxos, cayendo a ambos lados de mi cuerpo y cada vez que intentaba levantar una mano, ésta volvía a caer: me sentía pesada, terriblemente pesada.  Me fueron pasando de uno al otro: estuve sentada sobre el regazo ( y la verga) de los cuatro; demás está decir que el más irreverente y alzado fue, por supuesto, el quinceañero, quien estaba totalmente fuera de sí y me manipulaba como si yo fuera una muñeca de goma.  De hecho, una vez que se cansó de manosearme las tetas (con la misma delicadez que si lo hubiera hecho con dos melones) me tomó con una mano sobre mi estómago y otra sobre mi cadera haciéndome girar de tal modo de ponerme boca abajo y apoyada sobre sus rodillas.  Eso dejaba ante él mi culo en pompa, descubierto en su totalidad o semicubierto por el faldellín, pero fuera como fuera se dedicó a sobarlo sin ningún complejo.
             En ese momento pude, por el rabillo del ojo, ver cómo el flaco estaba preparando sobre la mesa ratona una línea de blanca y, luego, con una bombillita o algo similar, se dedicaba a aspirarla.  Uno tras otro fueron haciendo lo mismo salvo el más jovencito, que estaba suficientemente entretenido conmigo.  Temí lo peor y, como no podía ser de otro modo, lo peor ocurrió: fue cuando entre dos de ellos me tomaron por las piernas en tanto que el pendejito me tomaba por los hombros y me acercaba a la mesa.  Sebastián llevó la bombillita a mi nariz y me vi obligada a inspirar;  simplemente me dijo que lo hiciera y lo hice: cualquier capacidad de resistencia por mi parte estaba ya largamente anulada.
            Creo que durante algunos segundos perdí el sentido: no puedo estar segura; sólo sé que cuando volví en mí me hallaba de rodillas en el piso y lo que tenía frente a mí (espectáculo desagradable por cierto) era la verga del gordo, quien se hallaba sentado y con los pantalones bajos.  Algo me alzó desde la nuca y ello me obligó a levantar la vista hacia él: su rostro lucía exultante y divertido, con una sonrisa lacónica dibujada en él.  Me tenía tomada por los cabellos y ésa era la razón por la cual yo había sentido que me izaban desde la nuca. 
            “Lameme bien los huevos” – dijo y, sin que mediara más trámite, bajó mi cabeza empujándola contra sus genitales.  No necesitó, a decir verdad, hacer demasiada fuerza debido a la debilidad extrema que se había apoderado de todo mi cuerpo.  Me enterró la cara allí y de pronto sentí que casi no podía respirar.  Aspiré, sin embargo, como podía, y un potente y hediondo olor a transpiración me invadió.  Lamí sus genitales tal como él me había ordenado y tuve la sensación de que, al hacerlo, mi lengua estaba, de algún modo, limpiando su sudor.  Volvió a jalar de mis cabellos para empujar mi rostro hacia arriba y entonces vi que, con una de sus manos, echaba hacia atrás la piel del prepucio descubriendo la cabeza de su pene, la cual, apenas un segundo después, entraba en mi boca provocándome arcadas.  En la semiconciencia en que yo me hallaba llegué a sentir en mi piel el contacto de alguien que, desde atrás, aparentemente arrodillado o acuclillado me besaba en el cuello y me manoseaba las nalgas.

   “Así, putita, así – me decía en el oído; aun a pesar de que la voz era casi un susurro, logré determinar que era Sebastián, ya definitivamente olvidados sus presuntos aires de caballerosidad -.  Ya sé que no está tan buena como la de Franco, pero igual dejalo contento, jaja… Pensá que es la primera: hoy te vas a tener que comer cuatro, jeje…”

              La mención de Franco funcionó como si me activara algo.  Ya que el momento que estaba viviendo era tan desagradable, quizás la mejor forma de combatirlo sería con mi mente.  Tenía que instalar definitivamente en ella la imagen de Franco, quien por esas horas debía estarse divirtiendo con la vendedora de la tienda, la cual seguramente también estaría pasándola mucho mejor que yo.  Es increíble por dónde puede desvariar la cabeza cuando una quiere escapar de una situación que la sobrepasa, pero hasta recuerdo que me puse a pensar en si ella le habría, también, pagado una habitación de hotel o habrían elegido un ámbito menos ortodoxo, como la cabina de un auto: ¿tendría uno ella?  De pronto sentí una arcada: la verga del gordo, portentosa por cierto, me tocó la garganta y me sentí a punto de vomitar.  No, no… debía concentrarme en Franco, Franco, Franco, Franco… sí, eso era.  De todos modos no resultaba muy relajante para mi mente ni para mis sentidos el saberlo en aquellos momentos junto a la odiosa vendedora, así que decidí cambiar la imagen de plano: y reemplacé mentalmente la verga del gordo por la de él… Fue tan fuerte el impacto de la idea que hasta comencé a mamarla con más ganas; el gordo lo notó y no pudo evitar dejar escapar un jadeo en forma de grito.  Apoyó su pesada manaza sobre mi cabeza:

              “Así… assssss… sí” – decía.
               Yo sólo pensaba en Franco.  Y que lo que me estaba comiendo era el pito de él.  El olor a transpiración jugaba algo en contra de la imagen: definitivamente el gordo no olía como Franco, así que tuve que hacer el doble de esfuerzo para tratar de engañar no sólo a mi lengua sino también a mi nariz.  Hasta opté, en determinado momento, por aguantar la respiración cuanto más pude aunque, claro, llegó un punto en que no pude retener más el aire y al inhalar nuevamente fue como si el chocante olor ingresara en mí terriblemente potenciado.   El gordo gritaba.  Los otros aplaudían: a pesar de mi embotamiento y de mis voluntarios o involuntarios desvaríos podía escucharlos; supe que el gordo estaba cerca de acabar y pronto mi presunción quedó confirmada cuando su leche invadió mi boca, lengua y garganta.  Él aflojó el peso de su mano y ello me permitió echar mi rostro hacia atrás para beneplácito de mi nariz; Sebastián, por su parte, me seguía besando el cuello y, ahora, se entretenía con mis tetas.  Pensé que el orgasmo alcanzado por el gordo me daría algunos instantes de respiro pero me equivoqué.
              “Ahora me toca a mí” – exigió el más pendejo, a la vez que me tomaba por los cabellos para hacerme girar hacia él y que mi vista se encontraba con su miembro erecto.  Abrigué la esperanza, por un momento, de que Sebastián volviera a llamar al orden al chiquillo tal como había ocurrido previamente en un par de oportunidades, pero no fue así.  Esta vez, simplemente lo dejó hacer y, más aún, me liberó de su abrazo envolvente a los efectos de dejarme más disponible para el pendejito.
               Cuando mi cabeza viajaba a estrellarse contra su verga, iba impulsada con tanta fuerza que tuve que abrir la boca obligatoriamente o me la estampaba  en trompa y nariz.  Una vez más tenía que concentrarme: Franco, Franco, Franco… tenía que pensar en él.  Pero la realidad fue que casi ni tuve tiempo de hacerlo: el pendejito ya había acabado.  Era de imaginar si se consideraban su ansiedad y más que probable poca experiencia en el terreno sexual.  Su leche se mezcló en mi boca con la del gordo en el mismo momento en que aullaba como si lo estuvieran matando.  Mi boca empezaba a parecer una coctelera; si antes dije que me veía reducida a objeto, creo que ninguna imagen puede graficar mejor esa sensación.
              El alivio por la rápida eyaculación del jovencito fue también momentáneo.  Otra vez me tomaron por los cabellos y me giraron: ahora era el flaco.  De los cuatro fue, sin duda, el más procaz e insultante.
               “Así, puta de mierda… Así, abrí bien esa boquita que para lo único que la tenés es para chupar pijas…  Te voy a ahogar en leche, hija de puta…”
              Hasta me propinó alguna bofetada.  De los tres que iban hasta ahí fue, además, el que más manejó los tiempos.  Cada vez que parecía que iba camino a la eyaculación bajaba el ritmo o hasta se detenía, poniéndole un poco de suspenso a la cuestión, además de hacer el momento más largo y placentero para él.  Yo pensaba en Franco y, como tal, lamía y mamaba con cuidada dedicación, lo cual sólo sirvió para que el flaco me felicitara socarronamente en un par de oportunidades o bien se encargara de hacer comentarios sobre lo puta que yo era, comentarios que, demás está decirlo, los demás festejaron.  Cuando él hubo acabado fue, por supuesto, el turno de Sebastián.  De los cuatro fue el que más disfruté porque con él era más fácil cerrar los ojos y pensar en Franco.  Lo llamativo del asunto fue que me hizo incorporar de mi posición de arrodillada (si bien, al igual que todos los anteriores. me jaló por los cabellos) y, una vez que me tuvo de pie, me obligó a doblar el cuerpo con mi cabeza en dirección hacia él y arquear mi espalda hasta estar lo suficientemente inclinada como para lamerle la verga.  Yo ignoraba cuál sería el objetivo o bien la perversión subyacente a ese cambio de posición pero simplemente me dediqué a mamar.  Sebastián no hacía tantos comentarios como los anteriores sino que sólo reía… y no sé si el efecto humillador no era con ello aun peor.  De pronto sentí que alguien me tomaba por las caderas y me apoyaba desde atrás.
             “¿Te acordás cómo era el “perreo” que te enseñé? – la voz era, obviamente, la del gordo -.  Pongan música, che”
                Casi de inmediato recomenzó el “reggaetón”, que había estado ausente desde que los chicos decidieran arrancar con la película porno: MI película porno.  El gordo empezó a contonearse y cada vez que lo hacía, su bulto se clavaba contra mi zanja.
               “Vamos, movete” – me instó, con una palmada en las nalgas.
                Así que, sin dejar de chuparle la verga a Sebastián, tuve que empezar con el movimiento de cintura, vientre y caderas, franeleando bien mi cola contra la verga del gordo, la cual, poco a poco, comenzaba a erguirse nuevamente.  ¡Dios!  ¿Tan pronto?…   Yo había apoyado las manos sobre los muslos apenas comenzado mi “perreo” pero los movimentos que el gordo hacía y a través de los cuales prácticamente me llevaba a seguirle el juego, me hacían difícil mantener el equilibrio.  Casi obligatoriamente me aferré aún más con mi boca a la verga de Sebastián ya que había quedado convertida en mi único asidero para sostenerme y no caer.  Al hacerlo, me la comí entera y la sentí en mi garganta: volvieron las arcadas pero pensé en Franco, Franco, Franco, Franco…
                El gordo, desde atrás, soltó el moño que caía sobre mi cola; la sensación era la de que estuviera desenvolviendo un regalo: exactamente lo que la vendedora había buscado al colocarme ese detalle.  Una vez que lo hubo hecho y sin dejar de contonearse, me tanteó la concha por entre las piernas y se regocijó al notarme mojada:
               “Jeje… qué puta que es… está empapada”

            

    Y, a continuación, manteniendo su paso de baile, entró con su verga en mi vagina.  Al hacerlo me empujó hacia delante y tragué la verga de Sebastián todavía más, cosa que segundos antes hubiera pensado como imposible.  Me tenían empalada entre los dos: uno por la boca, otro por la concha.  El resto, como no podía ser de otra forma, empezaron a vivar y vitorear.  Creo que no necesito decir los calificativos que ligué.  Cuando el gordo, finalmente, me acabó, yo seguía aún saboreando la pija de Sebastián, quien aún no lo había hecho; yo, por supuesto, seguía tratando de pensar en Franco…   Apenas mi concha quedó libre, un relevo llegó de atrás para empalarme allí nuevamente.  En un principio no logré determinar de quién se trataba, pero rápidamente reconocí el estilo: no había ansiedad sino un manejo muy cuidado de los tiempos; paraba cada tanto y creaba un cierto suspenso como haciéndome desear; 

complementariamente, me cruzó una mano por debajo del tórax para masajearme las tetas.  No podía ser otro más que el flaco: nada en su estilo se correspondía con el del pendejito.  Al rato comenzó la lluvia de insultos y ya no hubo más duda.  Entretanto, Sebastián acabó en mi boca y tragué toda su leche ya que no me cabía otra posibilidad de tan profunda que tenía su verga en mi garganta.  Apenas unos segundos después llegó la eyaculación del flaco, lo cual me dejaba disponible para el chiquillo alzado.  No me tomó del mismo modo en que lo habían hecho los demás: me jaló por los cabellos y me llevó hasta uno de los sillones obligándome a ponerme en cuatro.  Y entonces sí , arremetió con toda su inmadurez sexual contra mí; jadeó y gritó más como una animal que como un ser humano (juro que acudió a mi cabeza, en ese momento, la imagen de una mono) y, como no podía ser de otro modo, acabó muy rápidamente.  Los otros aplaudieron.

             Un seco sonido como de explosión me sobresaltó y al girar la vista vi que el gordo acababa de descorchar una botella de champagne; Sebastián hacía lo propio con otra.
               “Echate en el piso – me ordenó este último -.  Boca arriba”
                Ignorando absolutamente cuál sería su próximo plan en mente, hice lo que me decían.  Yo estaba exhausta y no me fue difícil caer en el piso ni permanecer allí.
                 “Abrí la boca” – ordenó el gordo.
                  Bien podía esperarse, dado el cariz de tal “invitación” que yo fuera a recibir una nueva pija al abrir mis fauces pero no fue así.  Desde donde él se hallaba, inclinó la botella y, a través de un largo chorro, comenzó a verter el líquido en mi boca; en un acto reflejo intenté cerrarla pero fui reprendida por ello.
                  “Boquita abierta – me remarcó -.  Como cuando mamás verga.  Así, bien grande”
                    Despegué por lo tanto mis labios para dejar entrar el champagne en mi boca pero, como era de esperar,  el chorro en su caída me bañaba también ojos, la nariz y, en general, todo el rostro.  Casi de inmediato pude sentir como otro chorro de líquido caía sobre mi concha y al entreabrir los ojos pude ver que Sebastián estaba descargando allí el contenido de la otra botella; luego fue moviendo la misma de tal modo de ir bañando cada centímetro cuadrado de mi cuerpo.  Mi boca, entretanto, seguía llenándose con el champagne y yo comenzaba a sentirme ahogada; por suerte el gordo abandonó su objetivo y se dedicó a imitar a Sebastián en la tarea de bañar todo mi cuerpo con el champagne.  Una vez que estuve completamente empapada en el líquido, pude ver cómo los cuatro se arrodillaban alrededor de mí e instantes después se dedicaban a lamer todo mi cuerpo a los efectos de no dejar ni una sola gota de champagne sobre él.  La excitación llegó a tal grado que me sentí a punto de explotar pero el punto máximo llegó cuando el pendejito tomó una de las botellas, ya vacía, y la introdujo sin miramientos en mi vagina.  Créanme: ya no podía más.  El cuarteto de lenguas recorriendo  mi cuerpo más la botella con la cual tan obscenamente me penetraban era una combinación muy difícil de resistir.  Quería escapar, quería zafarme, pero a la vez quería que siguiera.  Quise pensar en Franco pero no pude: las humillaciones a que me estaban sometiendo eran nuevas para mí y no había forma de asociarlas con ninguna de las prácticas en él habituales.  Acabé finalmente y sólo fui llamada “puta” de todas las formas y con todas las voces posibles.  Por suerte ya no había casi champagne sobre mi cuerpo y las lenguas, paulatinamente, fueron dejando de recorrerme.  Gracias a Dios. 

                                                                                                                                       CONTINUARÁ

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Relato erótico: “Mi vida secreta II (En otro cuarto)” (POR CESISEX)

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La historia que les voy a contar, pueden considerarla cont
inuación de “MI VIDA SECRETA 2” o un anexo a la saga de “La Señorita Misteriosa”, o como me gusta llamarla, “La reina de los relatos eróticos”.

Mi nombre es Gonzalo, soy el protagonista de “Mi Vida Secreta 1” junto con Yessi, y debo decir que luego de mi encuentro en Ossiris con ella, quede traumado por semejante mujer.
Aunque sabia que era difícil volver a tenerla, jamás perdí las esperanzas, y después de varios rechaces de su parte, retorne a la capital porteña por asuntos de mi padre y la estancia, pero esta vez, el viaje fue de mayor tiempo y debíamos quedarnos todo el fin de semana, así que decidí hacer vida de adolescente y salir a conocer la ciudad con un amigo que había echo en negocios anteriores que tenia solo unos años mas que yo (el tenia 25).
Cuando me hizo la invitación, creí que iríamos a algún boliche a tomar algo y buscar alguna chica, y aunque no estaba del todo equivocado, al ver el lugar donde me llevo, me di cuenta que el asunto de la chica seria mas fácil de lo que había imaginado en un principio.

– Pero, Carlos; esto es un quilombo!.

– Ja! Ya se Gonza, o me vas a decir que queres andar complicándote la vida chamuyandote una pendeja por horas y arriesgarte a que solo te de besitos?.
– Jajaja, tenes razón. Conoces el lugar?.
– Me hablaron de el; pero es la primera vez que vengo……. A este, jajá.
– Jaja, okok, vamos para adentro nomás.

Cuando llegue, NO LO PODIA CREER, lo primero que veo luego de cruzar al gigante de la puerta, fueron dos caras que conocía de lugares distintos y momentos diferentes de mi vida, pero que conocía bien igualmente.

Yanni, mi primera novia, con la cual tuve mis primeros acercamientos en el pueblo pero que cuando estábamos en la mejor época y a punto de concretar, a su padre se le ocurrió engañar a su madre y esta, después de hacer un escándalo que todo el pueblo comenta hoy en día, se mudo con su hija a la capital y nunca volvimos a vernos.
La otra cara, quizá de las dos la que menos me sorprendió, porque conocía sus mañas, era la de Yessi.
No podía creerlo, la mujer que me hizo descubrir que mi pene no era un pedazo de carne colgando que solo servia para expulsar deshechos y dueña de mis primeras masturbaciones, y la mujer que hizo que deje de masturbarme; juntas, en un cabaret porteño.
– Hey! Parece que viste un fantasma Gonza, dale, vamos a la barra que ya vi que trola me voy a clavar hoy.
– Eh? –pasada mi sorpresa inicial pero aun en shock, me dirigí a la barra con mi compañero para comenzar con un fernet.
Me dedique a ver que hacían, como se movían, y evitaba ser visto por ambas.

Luego de un rato en otro sector de la barra, veo que las dos mujeres se acercan a una mesa en donde había dos tipos (uno era brasilero, lo se porque estaba detrás nuestro en la entrada), veo que se acomodan y piden un champagne que empiezan a disfrutar entre los 4. 

Mientras observaba la escena, noto que Carlos hablaba con dos mujeres, nada feas por cierto, pero yo sabia que quería para esta noche.
-Mira Gonza! Encontré dos amiguitas nuevas. Ella es Jacky y ella es Meli, son hermanitas.
Jacky y Meli. O mejor dicho, Meli y Jacky, dado que Melisa era la mayor y en ese momento contaba con 21 años, Ojos claros (usaba lentes de contacto), pelo dorado a media espalda, una cara de vicio increíble, un culo que parecía tener vida propia y sus tetas que luego comento que eran “nuevas”. Media aproximadamente 1.79.
Jacky, era mas bajita que su hermana (1.60) mantenía sus ojos oscuros, su pelo teñido de negro también, pero tenia un cuerpo de ensueño, no era flaquita como su hermana, sino que tenia unas tetas naturales pero súper apetitosas que sin llegar a ser gigantes, tenían el tamaño justo de una palma de mi mano, y un culo redondo y desafiante de las leyes de la gravedad que tentaba al mas santo a tocarlo.
Meli, usando un portaligas blanco con un body resaltando su trabajado cuerpo, Jacky se la notaba más natural y usaba un tanga de encaje rojo con un corpiño del mismo color apretando sus tetas.
– Hola bonito (me dijo Jacky).
– Hola, que tal. Dije sin hacer demasiado caso.
– Que pasa? Sos tímido bebe? Dijo Melisa tomándome por la cintura y terminando la frase contra mi oído.
– No, en realidad es que ya se con quien quiero terminar hoy, perdón chicas. Carlos, disfrútalas vos.
Terminada la frase, y viendo que Yessi se iba por un pasillo con los dos tipos, arregle que el mozo hiciera ir a Yanni a una habitación para atender un cliente anónimo, claro que este ultimo era yo.

Al entrar en la habitación, me acosté en la cama, y apague la luz esperando que entrara la chica que había contratado. Miles de imágenes surcaban mi cabeza en ese momento.

Nuestros jugueteos, nuestras caricias, el día del adiós, la frialdad con la que me dijo que se iba, y que no podía hacer nada por impedirlo, en eso estaba, cuando el sonido de la puerta me regresaron al mundo real.
– Ya llegaste? Pregunto Yannina.
– Si, pasa. Pero no prendas la luz. Dije.
– Uh, cuanto misterio amor. Mira que no me tenes que gustar, solo me tenes que pagar.
– Quedate tranquila que se que te gusto, con eso no me mentiste jamás.
Hubo un silencio, y la luz se encendió. Al verme se quedo pálida.
– Go… Gonzalo, que haces aca? Dijo volviendo en si.
– Lo que yo hago se cae de maduro, la pregunta es QUE HACES VOS ACA?
– Eso no importa, andate.
– Mira, vine por un “turno” y eso voy a tener, te tenga que pagar o no.
– Ok, si es lo que queres, pero sabe que nunca te lo voy a perdonar.
– Me tiene sin cuidado, vos me abandonaste.
– Sabes que no es así.
– No importa, cállate y veni aca.
Pese a lo mucho que me había lastimado, yo sabia que la amaba, así que comencé a besarla suavemente como en nuestras épocas de novios, acariciándonos cada uno como si fuese la primera vez, suavemente la recosté en la cama y comencé a quitarle lo poco de ropa que tenia encima para empezar a besar su cuello, bajar por sus hermosas tetas deteniéndome en cada una para besarla, mordisquearla y chuparla como si se me fuera la vida en ellas.
De su boca solo obtenía dulces gemidos propios del placer que le proporcionaba con mi boca mientras ella me acariciaba el pelo, (en el fondo sabia que ella nunca había dejado de amarme, y que todo lo que me dijo el día que se fue, era un acto montado para hacer la despedida mas fácil para ella),
– Mmmmmmmmmm siiiiiii. No pares Gonza.
– Mmmmmmmmmmmmmmm mmmmmmm

Una vez satisfecho de sus pechos, continué bajando por su vientre, dibujando círculos alrededor de su ombligo para luego dedicarme a comer su parte mas intima, esa que tanto tiempo se me negó en el pueblo, ahora era toda mía en un vulgar cabaret porteño.

– Ahhhhhhhhh, si… por favor, que bien…
– Te gusta? Cuanto tiempo paso desde la última vez que nos vimos?
– No se, pero te puedo asegurar que te extrañe muchísimo.
– … mmmmmmm…
– dale, no pares y dame tu verga que te la quiero chupar.
– Mmmmmmmmmm
Sea quien sea que la hubiese entrenado, GRACIAS!.

Chupaba como una reina, besaba la punta, luego hacia círculos sobre mi glande con su lengua para finalmente introducirla entera hasta casi ahogarse, pero no dejaba un milímetro fuera.

Cuando alcanzo su primero orgasmo con mi boca en su vagina, me hizo recostar y se dedico a chuparmela como una loca.
– Mmmmmmmmmmmmmgggggfffffffffffffffff…
– Si Yanni, no pares… Es la mejor mamada que me hicieron.
– Y eso que no viste nada (dijo sacándosela de la boca para dedicarse a chuparme los huevos de uno en uno y hasta intentando meterse los dos en la boca al mismo tiempo).
– No se como llegaste aca, pero sos la ultima persona que creí ver.
– Cállate y disfruta de la mejor putita de Capital Federal ( y volvió a engullirse toda mi verga hasta que acompañándola con la mano moviéndola rítmicamente sobre mi pija, hizo que me vaciara completo en su boca donde no dejo escapar una sola gota de esperma y sonriéndome se lo trago todo).

Luego me la limpio y me dijo: 

– Esto lo haría gratis, creo que nos debíamos una cosa así, porque pese a todo lo que paso, yo…
– Vos que?… (note que sus mejillas se ruborizaban). – Vos que Yannina?!
– Yo te amo (dijo con lagrimas en los ojos). Te amo Gonzalo, jamás deje de pensar en vos por un segundo!.
– Y entonces? Porque me trataste así el día que me dijiste que te ibas? Porque no me dejaste ir atrás tuyo? Porque sos PUTA?!
Y abrazándome totalmente desnuda y acurrucando su cuerpo contra el mío, me contó la horrible historia de cómo su madre encontró a su padre en la cama con su vecina, de cómo su madre la obligo a irse de Junin para vivir en capital, de cómo su madre se transformo en una mujer horrible que llegaba todos los días con un macho diferente, hasta que uno abuso de ella y su cabeza se trastoco.
– Se que no es justificativo, pero mi mama no me dejo mantener ningún contacto con mi vida anterior, dijo que juntas empezaríamos de cero , de nuevo. Ahora ella esta internada y yo no sirvo para otra cosa mas que para coger, desde que ese hijo de puta se abuso de mi, no puedo hacer nada, todo me da miedo, todo me deprime, solo coger puedo. Entendes amor? El me transformo en una puta!. (dijo mientras rompía a llorar en mis brazos).
Yo, shockeado por la historia, solo la abrace y le dije que no este viaje, pero que volvería por ella para que sea la hermosa persona que me enamoro alguna vez en mi niñez. Pero que antes de irme, quería, necesitaba hacer algo que me había estado dando vueltas en la cabeza desde que entre al local.
Así fue como planeamos mi nuevo encuentro con mi amiga Yessi, pero en casa de Yanni.
Aunque eso, pertenezca a otra historia.
Continuara.
Este relato fue escrito por Gonzalo .
 
 

Ceci Sex

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