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Channel: Infidelidad – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “OJOS” (PUBLICADO POR XAVIA)

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No era la primera vez que lo hacía pero sí es cierto que había pasado mucho tiempo desde la última ocasión. Muchos meses, por no decir algún año. Pero allí estaba yo, a las 6 en punto aparcado frente al edificio que albergaba las imponentes oficinas de una de las empresas más importantes del país.

Le mandé un whatsapp: “¿Hoy saldrás puntual?”

Pasaron varios minutos sin recibir respuesta. Era lógico, pues desde que hacía dos años la habían ascendido a adjunta de la responsable del departamento pocos días podía cumplir su horario. Ésta, además, era una amargada que solamente contaba con el trabajo como consuelo por lo que tenía la mala costumbre de reunirse con su equipo a última hora, con lo que posponía la llegada a casa de las mujeres y hombres de su equipo que sí tenían vida familiar o de pareja.

“Qué va, estoy con Carmen. Tengo para rato”.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando levanté la vista de la pantalla del Smartphone y la vi aparecer acompañada de un chico que creo que se llamaba Cristian o algo así. Salían juntos del edificio charlando animadamente y se dirigían hacia la derecha, en dirección opuesta a la mía.

Le mandé otro mensaje: “¿A qué hora esperas salir?”

Se detuvo, sin duda al oír el aviso del teléfono, leyó el mensaje mientras le hacía un comentario al compañero y tecleó: “No creo que antes de las 7. Estoy reunida”.

Aluciné. Pero mi ángel bueno salió al rescate aconsejándome no dejarme llevar por falsas apariencias pues la reunión podía no ser en el despacho. Tal vez debía reunirse con algún proveedor y el acompañante no era el Cristian que yo pensaba. O sí lo era, pero ambos debían ir a la reunión. O… Me quedé sin Oes.

“¿Con Carmen?”.

“Sii”.

No sé si la segunda i se le coló o la puso adrede. Pero Carmen no llevaba traje oscuro con corbata rallada, ni se afeitaba cada mañana ni era medio atractiva. La jefa de mi mujer rondaba los 50 años, se teñía el pelo de rubio y, sin estar gorda, ya no presumía del cuerpo que seguramente tuvo.

Repasé la conversación, a ver si me había perdido algo y lo estaba malinterpretando, pero su primera respuesta había sido estoy con Carmen, así que la última había sido reiterativa.

Un sudor frío como pocas veces había sentido me recorrió la espalda. Dudé de todo. De mi vista, del teléfono. Pero la mujer que había visto salir era Cossima, con la que me casé por la iglesia hace 8 años y con la que tengo dos hijas mellizas.

Arranqué, salí del aparcamiento y me dirigí hacia donde habían ido caminando. Tal vez solamente necesitaban un café para continuar la reunión con Carmen, me dije. O habían salido a comprar algo. Pero Cos, que es como sólo la llamo yo, llevaba su bolso al completo y el compañero un bolso-maletín que me extrañaba que necesitara para salir cinco minutos del trabajo.

No iban a por un café. En la segunda travesía a la derecha, calle por la que pude subir, se montaban en un BMW serie 1 blanco. Reduje la marcha para darles tiempo a salir y seguí sus pasos.

Cruzaron la zona alta y tomaron la carretera que lleva a Vallvidrera, antiguo pueblo de veraneo, hoy barrio de la ciudad en lo alto de la cordillera que aísla Barcelona del Vallès, donde vivimos en una casa adosada. Así que la lleva a casa, pensé para mí. ¿Y por qué no me lo podía decir? No teníamos secretos entre nosotros, cada día charlábamos un buen rato sobre el trabajo o los amigos si habíamos salido con ellos, por lo que no comprendía por qué Cos no podía decirme que un compañero la llevaría a casa.

Kilómetro y medio más adelante obtuve la respuesta. Nos separaban dos coches, una camioneta pequeña de reparto y un Ford Focus, que tuvieron que reducir la marcha cuando el BMW blanco indicó que giraba a la derecha para entrar en lo que parecía una propiedad privada. Tuve que pasar de largo para que no me descubrieran, así que busqué un lugar donde dar la vuelta. Dificilísimo en esta carretera, así que tuve que llegar hasta el cruce con el Tibidabo, casi tres kilómetros más arriba, y volver a bajar. También fue una temeridad entrar en el camino de tierra desde el carril contrario, pero la sangre no llegó al río.

Seguí la pista varios cientos de metros, pasé una casa semiderruida y a la izquierda vi el coche que había entrado en un pequeño claro del bosque muy bien resguardado por los árboles. Si no lo estuviera buscando, seguramente no lo hubiera visto. Avancé unos metros minorando aún más la velocidad y aproveché una curva del camino con un pequeño saliente de tierra para detener el Passat. Desde donde estaba no podía verlos, así que ellos tampoco me podían ver a mí. Si estaban en el coche, claro. Si se habían bajado, podíamos cruzarnos en cualquier punto y ninguno sabría qué explicarle al otro.

Caminé los escasos cien metros que me separaban del BMW y me acerqué con sigilo, sobre todo cuando confirmé que estaban en él. Sobra decir que en ese momento tenía el corazón en un puño, un nudo en el estómago, la respiración acelerada y aquel frío dorsal que no me había abandonado desde hacía demasiados minutos.

La mejor manera de ver sin ser visto era acercándome por el lado del copiloto, pues había más matorrales que al otro lado. Cuando estuve a menos de diez metros, se me heló la sangre. Cristian estaba sentado en su asiento, mientras una cabeza de corta cabellera rubia se movía arriba y abajo entre su cintura y el volante. ¡Dios! Sé que nunca olvidaré esa estampa. El cuerpo rígido del tío, sus ojos cerrados, su boca medio abierta, su brazo izquierdo apoyado contra el cristal mientras la mano derecha bajaba a sostener la cabeza de la felatriz.

Estuve un rato que no os puedo cuantificar paralizado. Viendo sin ver. Embelesado, estado del que salí cuando Cos levantó la cabeza. Reaccioné automáticamente, agachándome, pero no quise ver más. Ya había tenido suficiente.

No recuerdo mi trayecto al coche. Solamente sé que me senté en él temblando. Tampoco sé por cuánto tiempo. Aún estaba allí bloqueado cuando me llegó el whatsapp de mi mujer avisándome que ya había llegado a casa.

Yo también tenía que volver, pero ¿qué le decía, cómo actuaba, cuál debía ser mi reacción? En definitiva, ¿qué hacía? Qué debía hacer con mi pareja, con mi familia, con nuestro futuro.

Conducir me serenó. La verdad es que suele relajarme y, para alguien como yo, que me dedico a la venta y tengo visitas cada día a cierta distancia de casa, el coche me supone un buen lugar de reflexión. Normalmente del trabajo, pues planeo estrategias o busco argumentos para atacar a mis clientes. Pero en este caso era muy distinto.

Llegué a casa cuando las niñas ya estaban cenando en la mesa de la cocina, Cos a su lado escuchando lo que habían hecho en el cole. Me miró y con la sonrisa de siempre les dijo mirad quién ha llegado a lo que las mellizas se giraron contentas gritando papiiii. La misma familia feliz de cada tarde noche.

Subí a darme una ducha, pues necesitaba desintoxicarme, pero fui incapaz de diseñar un plan de acción. Estar bajo el agua, lejos de relajarme, incrementaba la sensación de rabia que hervía en mi estómago. Salí de la bañera con ganas de liarla, de decirle a mi amantísima esposa lo que había visto, que me había traicionado a mí y a las niñas y que ya podía ir haciendo las maletas. Sí, eso iba  a hacer.

Pero no lo hice. Bastó cruzármelas en el pasillo cuando salía del baño envuelto en una toalla, las pequeñas para lavarse los dientes y Cos tan guapa como siempre preguntándome qué tal el día y dándome un ligero beso, para que me lo replanteara. En su habitación, con el pijama ya puesto, les leí el cuento del día antes de ir a dormir mientras mi mujer bajaba a la cocina a servir nuestra cena y supe que no la liaría parda, que no quería entablar una guerra sin cuartel que acabaría por dañar, sobre todo a las más débiles.

La cena fue relativamente corta. Cos me contó su día en el trabajo, obviando un pequeño detalle, claro, y yo apenas probé bocado pues me encontraba mal, me excusé.

Realmente aquella tarde-noche de martes no fue distinta del día anterior ni de los martes de los últimos meses. Incluso, me acompañó a la cama para acostarnos pronto en vez de quedarse viendo la tele o navegando por internet como hacía otras veces. O había hecho yo. Para más Inri, estando ambos sentados en la cama leyendo, me abrazó suavemente por el abdomen interesándose por mi estado, y muy melosa ella, me preguntó si quería que lo arreglara de otro modo, bajando la mano y agarrándome el pene por encima del pantalón del pijama.

La miré sorprendido, no porque el gesto no fuera habitual, pues nuestra vida sexual era activa y variada, sino porque la supuse saciada. Pero ella lo entendió en otra dirección.

-Tendrás que conformarte con una mamada, que ya te dije ayer que me había venido la regla.

Aluciné. Era cierto que me lo había dicho el día anterior, entonces ¿qué había ido a hacer a la carretera de Vallvidrera? ¡Coño, a chupársela a su amante! Vaya pregunta más idiota. Por tanto, ¿qué era ahora yo para ella? ¿El segundo plato? ¡Ni de coña!

-Quita, quita –le dije cuando su mano ya había entrado en mi bóxer.

-Pues sí que tienes que estar mal para rechazar una de mis super-mamadas. –respondió coqueta jugando a hacerse la enfadada, me dio un pico y siguió leyendo.

Sobra decir que no pegué ojo en toda la noche. Ella sí, como un tronco, algo bastante habitual. No podía quietarme de la cabeza la escena. Constantemente me preguntaba por qué, desde cuando, cuantas veces, con cuantos tíos. Podía haber sido algo puntual, me decía a mí mismo para tranquilizarme.

Buscaba indicios, gestos, razones para que mi mujer tuviera un amante. Nuestra vida sexual siempre había sido muy buena. Desde que nos conocimos, hacía ya doce años, nos habíamos compenetrado muy bien, habíamos establecido un nivel de confianza tan profundo que a los pocos meses ya sabíamos que pasaríamos juntos el resto de nuestra vida. Una conexión que nunca sentí con ninguna de las cuatro novias anteriores a Cos y que ella siempre me había confesado en la misma dirección.

Ahora, en cambio, tumbado en la cama con los ojos abiertos como naranjas no dejaba de ver la cabeza de mi mujer moviéndose rítmicamente en el asiento delantero de un coche ajeno.

Los siguientes días fueron durísimos. En casa aparentaba normalidad, sobre todo de cara a las niñas pero Cos no tardó ni dos días en percibir que algo andaba mal. Me excusé con el trabajo, inventándome un ERE que podía afectarme, lo que provocó que me llenara de cursos, ofertas de la competencia, ideas de negocio que solamente lograban agobiarme más. Mantuvo, además, sus acercamientos a mí. Tan cariñosa como siempre, me abrazaba constantemente y las dos noches siguientes quiso relajarme de la mejor manera posible. Volví a rechazarla un día, no se me levantó al otro, cuando no pude evitar que se metiera mi polla en la boca y se dedicara a una de sus especialidades amatorias. Menos de cinco minutos después se la sacaba derrotada, preguntándome con la mirada qué coño pasaba mientras ella misma me disculpaba aludiendo a la tensión en el trabajo y a lo mal que lo debía estar pasando.

La semana siguiente no tuvimos ningún tipo de contacto físico. Más allá de la abstinencia sexual, apenas nos besamos o abrazamos, pues mi frialdad era manifiesta. Llegó a preguntarme si la culpaba de algo o si me había hecho algo. Pero lo negué. Me costó, no creáis que no, pero pesaba más en mi ánimo el bienestar de las niñas.

Cos es una mujer con mucho carácter, acostumbrada a controlar las situaciones y a solucionarlas cuando se tuercen. Siempre ha sido valiente y decidida, algo que yo también soy, por lo que no entendía por qué yo no tomaba las riendas del trance y, sobre todo, por qué no lo compartía con ella. Pero la respuesta a preguntas que no me hizo pero que sé perfectamente que bullían en su cabeza era tan simple como que yo no estaba dispuesto a desatar un conflicto o a prender una mecha si no podía controlar el alcance de los daños.

Aunque siempre he pensado que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, decidí tomar el camino más largo, pues pensé que así tendría más tiempo para reflexionar y me daría mayor margen de maniobra ante los acontecimientos que se fueran produciendo.

Después de darle muchas vueltas, mi prioridad era mi matrimonio y mi familia. Conocer a Cos era lo mejor que me había pasado en la vida y la familia que habíamos formado me parecía simplemente perfecta. Por tanto, decidí que no quería perderla. Pero para ello, debía saber. El camino más corto era preguntarle directamente a mi mujer, evidentemente, pero el instinto me pedía ser maquiavélico. Me estaba engañando, así que también podía mentirme y mi prioridad era saber exactamente qué estaba pasando, por qué había pasado y cómo solucionarlo.

Durante el siguiente mes tracé el plan. Siempre he sido un buen estratega por lo que tardé pocos días en dibujarlo en mi cabeza. La puesta en marcha era lo complejo y, aunque intenté dejar pocos cabos sueltos, no lo tenía controlado al cien por cien.

Puesto en marcha, lo más difícil fue la convivencia en casa. Nuestra relación de pareja siempre había sido muy próxima, muy cariñosa, cómplice creo que es la palabra que mejor la definiría, lo que suscitaba una vida sexual muy activa. Os podéis imaginar que tener a mi mujer a dos velas durante un mes y pico, sí, a mí también, era difícil de llevar, lo que provocaba que ella estuviera súper irritable y saltara a la mínima. Puedo afirmar que ella no estuvo todo el mes desatendida, claro, pero esto no sólo es harina de otro costal sino que creo que aún la ponía de peor humor.

Los primeros días, mientras acababa de dar forma al plan, los dediqué a conocer mejor los hábitos del individuo. Eran bastante tópicos, la verdad, pero pronto encontré un escenario en el que podría ponerlo en práctica.

Al tener un trabajo en el que me muevo bastante y tengo absoluta autonomía para gestionar mi agenda, pasé varios días esperándolo al llegar a la oficina, viendo cómo salía a comer con algún compañero o compañera, Cos incluida, iba al gimnasio antes de volver a casa, a menudo salía de éste con alguna chica, con la que tomaba algo o se la llevaba a su casa. Este patrón era más o menos estable aunque desigual, pero cada día de los que estuve allí y no se fue acompañado de mi mujer, se tomó una pinta en un pub galés situado en la calle posterior a sus oficinas.

No os he dicho que otra de las razones que aumentaron la irritación de Cos conmigo fue que me dejé barba. De novios, la había llevado alguna vez, más por pereza para afeitarme que por estética, pero desde que nos habíamos casado no había vuelto a dejármela crecer. En dos semanas se me puso cara de leñador, según el veredicto de mi amantísima esposa, y sin llegar a pedirme en ninguna ocasión que me la afeitara, podía ver claramente en su mirada que no le gustaba nada y que aumentaba su desconcierto respecto a mi comportamiento. Además, como estaba pasando menos horas trabajando, tenía menos que contarle del laboro así que nuestras charlas eran aún más cortas.

Tardé dos días en lograr entablar conversación con Cristian en el bar. El primero había pecado de desconocimiento, pues cuando entraba se dirigía directamente a un lateral de la barra asignado a los camareros y en un inglés muy extraño, cuando hablé con él supe que usaba acento de Gales y que saludaba al dueño en galés, se dirigía a éste como auténticos camaradas. El segundo día, también entré antes que él y, aunque había poca gente, se postró muy cerca de mí pues yo me había colocado expresamente para que así fuera.

Utilicé la excusa del inglés extraño que utilizó para comenzar una charla supuestamente casual con él en la que me explicó que había estudiado la carrera en Cardiff y que desde entonces se consideraba un galés más, razón por la que solía pasarse por allí siempre que podía saliendo del trabajo para tomarse la pinta a la que se había aficionado en Gales. Mis dotes de comercial charlatán hicieron el resto y lo que otros días eran quince minutos de su tiempo se convirtieron en una hora larga en la que me estuvo explicando, ayudado por Ian, el dueño del garito, las bondades del país del dragón rojo.

Cuando el tema folclórico-patriótico se fue gastando, derivamos hacia el deportivo, pues Gales es una potencia en rugby, pero ahí Ian me estaba pisando el terreno así que en cuanto pude derivé la conversación a temas laborales. Era en ese punto donde había decidido ganarme el pan.

La empresa en la que trabajaban se dedicaba a dar servicios de consultoría a empresas, principalmente médicas y farmacéuticas. Pues bien, Cos siempre se había quejado de la imposibilidad de encontrar un partner externo que solucionara una incompatibilidad de datos en el sistema de CRM que utilizaba la compañía. Las veces que me lo había explicado me decía que el coste de reparación de la disfunción era casi tan alto como el programa en sí, por lo que no valía la pena hacerlo, pero a ellos en el día a día les dificultaba el trabajo bastante.

Así que le expliqué a Cristian que trabajaba en una empresa de software a medida para empresas y que últimamente lo que más nos pedían, teniendo en cuenta que la mayoría de empresas ya estaban informatizadas, era soluciones y parches para mejorar o adaptar sistemas de gestión. Picó el anzuelo más rápido de lo que esperaba, así que decidí estudiar el problema que me contaba. Intercambiamos teléfonos, entregándole una tarjeta mía hecha adrede para la ocasión en la que me presentaba como un desarrollador de software para grandes cuentas con mi nombre de pila pero un apellido distinto.

Le llamé al día siguiente, sólo para mantener vivo el interés pero sin haber podido mirar mucho su caso. Tardé dos días más en volver a contactar con él y esta vez sí le di esperanzas, pero tampoco fui especialmente efusivo. Decidí que la semana siguiente sería la Semana.

Su principal interés, según descubrí la siguiente vez que hablamos en el pub, era cargarse a su jefa. Era lunes y me había llamado él para que nos viéramos. Según me contó, era una arpía medio incompetente que puteaba al equipo tanto como podía, apropiándose de los éxitos de éste y desviando las responsabilidades de sus errores hacia cualquier miembro del grupo que pudiera acarrear con la culpa. Vamos, nada que no supiera por Cos y que no pasara en un sinfín de compañías. Pero su jugada era saltársela y proponer la mejora directamente al consejero delegado demostrando que la bruja se había quedado desfasada en los avances del mercado.

Conociendo lo que sabía de ella por mi mujer, me sorprendió que pudiera ser tan fácil descabalgar a la directora del departamento pero no se lo dije. Mi meta era otra, así que me importaba bien poco si Cristian ganaba o perdía la batalla. Más bien pensé que si la perdía ya podía desempolvar sus estudios de galés pues no volvería a trabajar en el sector en su vida.

Fue el jueves. La elección no fue casual. Era el día en que Cristian y Cos se habían ido juntos la semana anterior. Lo cité a las 5 en el pub para obligarlo a salir sólo de la oficina, pero no llegué hasta media hora más tarde, para obligarlo a empezar a beber. Nos sentamos en una mesa del fondo del local para estar tranquilos y le expliqué muy resumidamente lo que podía hacer por su empresa, enfatizando que lo haría a través de él pero como free lance, pues mi empresa me obligaría a trabajar directamente con la suya con lo que su jefa se apropiaría del mérito.

En menos de media hora, tenía al tío eufórico. Le había puesto sobre la mesa las herramientas suficientes para clavar la daga tan hondo como pretendía. Entonces sonó su móvil. No me lo dijo, pero supe que era Cos. Sin duda le preguntaba dónde estaba lo que me confirmó que esperaban repetir la excursión de semanas anteriores. Se disculpó por tener que atender la llamada, pero no se levantó. Respondió delante de mí.

-Lo siento pero aún no he acabado. –Al otro lado de la línea supongo que le preguntaron por el tiempo que le quedaba conmigo con lo que Cristian respondió que aún tenía para rato a lo que añadió: -¿Por qué no vienes? Esto también te interesa y creo que deberías venir.

Cuando colgó supe que mi plan se aceleraba, pero no podía imaginar lo bien que irían las cosas cuando me anunció que una compañera se nos uniría pues ella también participaba de las mismas intenciones.

Diez minutos después, me anunció que ya estaba aquí señalando a una rubia de media melena vestida con un traje ejecutivo de falda y chaqueta gris con blusa rosa pálido que se nos acercaba cruzando la sala. Me giré levemente, pero no me reconoció pues ni me esperaba ni las gafas de pasta negras que me compré a modo de disfraz y que había llevado puestas las tres veces que había quedado con su amante lo dificultaron. Pero al llegar a nuestra mesa y tenderme la mano para saludarme se quedó tan petrificada como yo me había quedado hacía exactamente seis semanas y dos días.

Antes de que ella pudiera emitir sonido alguno, pues ya tenía la boca abierta, me presenté con mi nombre verdadero y mi apellido falso. Cossima Belli fue lo único que se atrevió a decir, mientras Cristian le hacía sitio a su lado moviéndose a la izquierda en el mullido sofá de sky granate. Me taladró con la mirada, pero en vez de sentarse balbuceó una excusa que provocó que Cristian se levantara a detenerla, pero más allá de cruzar un par de frases por lo bajo que apenas oí no pudo evitar que se fuera.

-Lo siento, dice que le ha salido un imprevisto y no puede quedarse –se disculpó el pardillo. A lo que a continuación agregó, dándome pie a acelerar mi estrategia: -No pasa nada, hablar conmigo es como hablar con ella.

Aproveché para pedir dos pintas mientras iba al baño, pues necesitaba serenarme y medir bien mis siguientes pasos. Salía del excusado cuando me entró un whatsapp: “Qué coño estás haciendo?” Al sentarme en la mesa, respondí: “Dímelo tú”

La siguiente cerveza fue la tercera, cuarta para Cristian, y marcó el pistoletazo de salida. Habíamos seguido hablando del proyecto del que el muy idiota no se dio cuenta que sabía demasiado, más de lo que él me había explicado, aunque creo que lo atribuyó al considerarme un excelente profesional que se había informado muy bien. Lo que no sabía él es que soy un excelente profesional en el excitante mundo de la manipulación.

-¿Esta compañera… Corina… -Cossima, corrigió él -…quién es?

-Una buena compañera, de las mejores que hay. Súper eficiente y de absoluta confianza.

-Pero me refiero, ¿ella también está por la labor de… cambiar las cosas en el departamento?

-Sí. Y tanto. Ella es la subdirectora del departamento así que está por encima de mí pero es la primera a la que le caen las hostias cuando la vaca muge.

-Comprendo, pero si os la cargáis, será ella la que tome el mando, ¿no?

-Podría ser, pero lo tengo bien pensado y procuraré ser yo el que dé el salto.

-¿Cómo? ¿Te la vas a cepillar? –Utilicé el verbo adrede, jugando con el doble sentido. El brillo de sus ojos me confirmó que había dado en el blanco. Además de una media sonrisa triunfal que se dibujó en su rostro.

-Bueno, la verdad… -por primera vez empezó a medir sus palabras, así que como no arrancaba, le ayudé.

-¿Es tu novia? ¿O sois pareja o algo?

-Algo –soltó con aparente pudor. –Dejémoslo en algo.

Sin que él se diera cuenta, había desbloqueado el teléfono hacía unos minutos jugando con él en las manos como si de un acto nervioso se tratara, así que lo solté sobre la mesa centrándolo entre ambos y accioné el icono de grabación de voz.

-¡Te la estás tirando! –afirmé con una amplia sonrisa mientras mis ojos lo felicitaban y mis labios añadían un qué cabrón, con lo buena que está. -¿Qué pasa, es un secreto o es de aquellas que no quieren tener rollos en la oficina?

-Está casada –soltó eufórico. Mi respuesta fue un joder acompañado de un par de risas y otro qué cabrón mientras el tío se iba hinchando cada vez más.

Lo tenía dónde quería y me había sido mucho más fácil de lo esperado así que no me conformé con una simple confirmación de lo que ya sabía. Pegué un buen trago a mi cerveza hasta casi acabármela y pedí otras dos pintas mientras le animaba:

-Espera, espera. Esto me lo tienes que contar bien.

-No hay mucho que contar –le quitaba hierro al asunto aunque vi claramente que era falsa modestia. –Uno que sabe tratar a las mujeres –fanfarroneó.

-Eso no lo niego –seguí hinchándolo. -¿Qué pasa, que el marido no le da caña, o qué?

-No, no va por ahí el tema, –le pegó un buen trago a la cerveza que nos acababan de servir –aunque últimamente no sé qué mierda tiene en su trabajo que el tío no la toca. Y a una tía como Cossi no puedes tenerla necesitada.

-O sea que es una fiera.

-Ya te digo.

-Pues mira que tiene cara de mojigata –pinché.

-¡Qué va! Es un auténtico zorrón. Es de esas que siempre quieren más.

-¡Joder con la señora directora! –Subdirectora me corrigió. –No hay nada que me dé más morbo que me la chupe mi jefa. –Sonrió con auténtica suficiencia- ¡Qué hijo puta! Si es tan zorra como dices la tiene que chupar de vicio.

-Ya te digo. –Era una coletilla que utilizaba bastante, además de verbalizarlo en un acento un tanto vulgar.

-Te imagino llamándola a tu despacho y venga jefa, de rodillas.

-No, no, qué va. No tengo despacho propio ni ella tampoco, pero me has dado una idea. Mañana haré que me la chupe en la oficina –dijo soltando una carcajada. Ya no dije nada más. Se fue embalando y apenas tenía que hacer leves comentarios o reírle las gracias, cual viejo verde, para que mantuviera la velocidad de crucero. –Donde más me la ha chupado es en el coche. Ahora debería estar haciéndolo, para eso habíamos quedado. –Puse cara de disculpa. –Una pasada tío. Te juro que es una auténtica aspiradora. Es de aquellas tías a las que les gusta más una polla que un caramelo. Vaya manera de chupar, tío. Y se lo traga todo, tío, todo. No deja ni una gota. Es tan puta que te deja los huevos secos y la polla completamente limpia, reluciente. Eso cuando tenemos prisa. Cuando hemos ido a un hotel y hemos tenido tiempo, buf. Es insaciable. La puedes poner como quieras y darle como quieras. Encima, debajo, a cuatro patas. Una pasada tío. Y puedes decirle lo que quieras. Zorra, perra, puta. No te lo puedes imaginar.

Sí, era cierto. Estaba describiendo a la Cossima que yo conocía, a mi Cos. Una mujer muy activa en la cama, que le gustaba el sexo y se entregaba a él al máximo, realmente como solía hacer con cualquier actividad de su vida. Cos no contemplaba hacer ninguna labor sin dar el máximo de sus capacidades. Eso era algo que me enamoró de ella, aunque ahora me estaba apuñalando.

No quise continuar por allí. Sabía que si quería sacarle información tendría que soportar la etapa bravucón pero me interesaba más el cómo y desde cuándo.

-¿Llevas mucho Tirándotela?

-Unos tres meses, un par de veces por semana. Desde que la conocí me dije que a esa tía me la pasaba por la piedra como que me llamo Cristian. La verdad, me va bien con las tías y no suelen resistírseme mucho, pero con esta me costó. Aunque estaba convencido que caería, pues algo me decía que bajo esa fachada de esposa y madre ejemplar había una zorra de campeonato. Tonteé un poco con ella y me la acabé tirando en la cena de Navidad. En el coche de su maridito –especificó soltando una risa burlona. Recordaba que aquel día se había llevado mi coche pues habíamos dejado el suyo en el taller. –No fue el mejor polvo que hemos echado pero ya la puse a cuatro patas en el asiento trasero. Al principio quería que me conformara con una mamada, pero es tan guarra que cuanto más me la chupaba más caliente se ponía, así que me acabó pidiendo que me la follara. –Hizo una pausa, le pegó un buen trago a la cerveza con lo que se la acabó y pidió otra. Yo aún tenía la mía a la mitad pero Ian nos trajo dos más. Mientras nos servían aproveché para mirar mi móvil y vi que la grabación ya iba por el undécimo minuto. –Yo pensaba que la cosa no pasaría de aquí. Además, yo ya había conseguido lo que buscaba, pero después de meses de remordimientos y mierdas, hizo lo que hacen todas las casadas. Mucho lloriqueo, mucho arrepentimiento, pero siempre vuelven pidiendo más. Y ésta, es insaciable tío. Una mina tío. Siempre está dispuesta.  Es más, mira lo que te digo, si quisiera me la tiraría a diario, pero tengo otras zorras en la agenda y no me gusta atarme a una sola. –Otro trago largo. A mí ya no me cabía más. –Pero esta… esta es especial. Me la seguiré tirando mientras dure. En el coche, en mi piso, en un hotel. Y más ahora que el pringado del marido la tiene desatendida.

Iba a apagar el móvil, acabar con la farsa y largarme cuando lanzó la bomba.

– Tienes razón tío, me falta la oficina. Mañana lo hago. Me la estoy tirando dos días por semana y tocaba hoy, así que para compensar mañana haré que se quede a las 3 y me la cepillaré en su mesa. –Ya no lo escuchaba cuando añadió: -Mañana en la oficina no me conformaré con follármela. Le daré por el culo, ahora que se lo he roto.

-¿También se deja por…? –no acabé la frase. Su sonrisa de suficiencia ahora era de auténtico orgullo mientras asentía con la cabeza. Sin duda era el macho alfa de la manada.

-Ya te digo. –Seguía asintiendo en el tono más perdonavidas que he visto nunca. –Una pasada tío. ¿Y sabes lo mejor? Lo hice en su casa. –Abrí los ojos como platos. Eso sí que no me lo esperaba. –Como te digo, el marido no la toca desde hace más de un mes y va más caliente que un microondas. Pues le dije que me la quería tirar en su casa. ¿Crees que puso reparos? ¡Qué va! Ni cuando le dije que quería hacerlo en su habitación, en su cama. Al contrario, es la vez que ha estado más caliente. Tanto que le dije hoy voy a darte por el culo, por puta, así se lo dije. Me dijo que no un par de veces, no creas, pero estaba a cuatro patas y no se resistió. Una pasada tío. Le reventé el culo en su casa. Y delante de mí, la foto familiar con el pringado y sus dos hijas.

-¿La foto de cuerpo entero que está en la mesita de la izquierda o la de estudio que está en la de la derecha? –escupí quitándome las gafas.

El vaso no llegó a sus labios. Estaba recorriendo el camino cuando se detuvo de golpe. Me miró a los ojos fijamente un par de segundos. Parece que las dos neuronas de su cerebro acababan de realizar la conexión y se daban cuenta de la trampa en que había caído. Dejó la bebida sobre la mesa y levantándose con cierta dificultad por la cantidad de alcohol que había bebido logró balbucear un lo siento tío.

Cuando llegué a casa las niñas ya estaban acostadas. No estaba borracho, pero sí muy cargado y sabía que ahora vendría la batalla de verdad. Me esperaba en la cama, sentada, apoyada en el cabecero con las piernas dentro de las sábanas. Llevaba el pijama azul cielo con cenefas violetas. Estaba preciosa, como siempre, pero obviamente estaba muy tensa.

No dijo nada mientras me desvestí. Esperaba que yo atacara pero estaba muy cansado y no me veía con fuerzas. Le anuncié que me iba a dar una ducha y me acostaría. Entonces preguntó:

-¿Me vas a dejar?

-No.

Su cara se iluminó, incluso llegó a dibujarse una sonrisa en su rostro. Se incorporó ligeramente, y se acercó a los pies de la cama casi gateando, para quedar sentada a la japonesa, con el culo sobre los tobillos.

-Lo siento. Ha sido una tontería pero te juro que no ha sido nada. Sólo sexo.

No la dejé continuar. Accioné la reproducción del audio y le tendí el móvil. Me di la vuelta para entrar en el baño y me sumergí en la ducha, al menos durante los 18 minutos que duraba la grabación.

Cuando volví a la habitación Cos tenía la mirada perdida, con los ojos muy abiertos y acuosos, pero no lloraba. La verdad es que nunca la había visto llorar. Al final, el llanto no deja de ser un recurso más de los que utiliza el sistema nervioso para liberar tensión. Ella reía mucho y a menudo, sonoramente pero sin ser vulgar; gritaba si la sacabas de sus casillas, pero solía ser paciente; insultaba y maldecía cuando alguien o algo le disgustaba, en eso sí era una deportista experimentada; pero su principal desestresante era el sexo, de orgasmos largos e intensos. Esta era la primera vez que veía lágrimas en sus ojos, aunque no vi bajar ninguna por sus mejillas.

No sabía si había escuchado todo el audio. Tal vez lo había apagado en los primeros minutos pero conociéndola me hubiera sorprendido. Pero preferí no preguntar nada. Sentía un cansancio infinito, como si hubiera escalado una montaña, y solamente pensaba en acostarme y dormir. Me puse el pijama, entré en la cama, apagué la luz, quedando encendida únicamente la de su mesita, y cerré los ojos.

Cuando desperté mi mujer estaba vistiendo a las niñas. Miré la hora. 8.24. Normalmente ella salía de casa antes de las 8 y era yo el encargado de dejarlas en la puerta del cole a las 9 menos cuarto. Me incorporé medio aturdido, después de haber dormido como un bebé diez horas seguidas. Era obvio que mi cuerpo lo necesitaba después de un mes y medio sin pegar ojo. Lo curioso es que mi mente también, pues había desconectado completamente y ahora me levantaba liviano, sin la presión en hombros y espalda que me había estado machacando las últimas semanas.

Las niñas entraron en la habitación, deseándome los buenos días entre abrazos de felicidad pues no me habían visto la noche anterior y simpáticas recriminaciones por haberme dormido y no poder llevarlas al cole.

-Hoy os llevo yo que papa está cansado del viaje de ayer. –Las echó de la habitación y girándose me pidió: -Hoy no iré a trabajar y me gustaría que tú fueras un poco más tarde. Quiero que hablemos. ¿Puedes hacerlo?

Le aguanté la mirada unos segundos. Estaba recién duchada y se había puesto un poco más de maquillaje del habitual, supongo que para disimular las marcas de una noche que debía haber sido muy dura para ella. Asentí ligeramente. No tenía nada ineludible a primera hora, aunque llamaría a la oficina para confirmarlo, pues últimamente Bego, la administrativa que daba soporte a mi departamento, ya había tenido que avisarme un par de veces pues se me había pasado alguna cita.

Ya estaba en casa antes de las 9. Yo salía del baño envuelto en una toalla pues me había vuelto a duchar. Sentía una morriña descomunal, una bajada de tensión exagerada como si mi mente y mi cuerpo hubieran entrado en algún tipo de letargo.

Se sentó a los pies de la cama, sin duda para poder charlar mientras me vestía. Pero no lo hice. Sin desprenderme de la prenda de algodón que debía secarme, me senté a su lado y la miré a los ojos, invitándola a arrancar.

-Llevo toda la noche dándole vueltas a… esto y no sé por dónde empezar, la verdad. –Mostró una leve sonrisa, forzada, sin duda. –Lo mejor sería hacerlo por el principio, pero prefiero empezar por el final. O sea, por el futuro. Eres el hombre más importante de mi vida. Eres el hombre de mi vida. Y no quiero perderte. Te quiero. Te quiero más de lo que se puede querer a nadie, de lo que nunca he querido a nadie y si hay una conclusión a la que he llegado esta noche, algo que por otro lado hace doce años que sé y que tengo clarísimo, es que no quiero perderte, quiero envejecer a tu lado, quiero morir a tu lado y ser enterrada o incinerada a tu lado. –Hizo la primera pausa, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos tratando de calibrar mi reacción. Pero no mostré ninguna. –Fue un desliz. Te juro que nunca lo había hecho, nunca te había engañado con nadie y nunca había querido hacerlo. Egoístamente, no lo necesitaba. Pero es cierto que el otoño pasado me dejé llevar por la adulación de Cristian, le permití cruzar líneas que no le he dejado cruzar nunca a nadie y él, que es un conquistador nato lo aprovechó. Empezó como un tonteo entre amigos, pues eso era para mí, que no supe o no pude parar. –Dejó de mirarme por unos segundos, y se acomodó el pelo por detrás de la oreja en un gesto muy característico suyo. Volviendo a clavar sus preciosos ojos almendrados en mí, continuó: -Sabía perfectamente que la cena de Navidad era de alto riesgo. Lo confirmé cuando cenamos y te prometo que un par de veces estuve a punto de venir a casa pues sabía que podía ocurrir algo. Bebimos, aunque eso no es excusa porque sabes que no suelo perder el control y la verdad es que no lo perdí en ningún momento. Tampoco te negaré que me apetecía. Por eso, cuando la cosa se descontroló, cuando había habido algún beso y había logrado sacarme del local al que habíamos ido a bailar para que nadie nos viera pensé que se conformaría con un magreo o como máximo con una paja. Pero no pude pararlo. De la paja pasé a la mamada y de allí al coito. –Creo que era la primera vez en mi vida que oía a Cos pronunciar esa palabra. Cuando hablábamos de sexo, que solía ser antes, durante y después del acto, su lenguaje y el mío era completamente soez, pues a ambos nos excitaba. Ahora parecía querer bajar la intensidad de sus palabras utilizando un término que bien podía aplicarse para describir el apareamiento entre dos llamas o profundizar en la explicación infantil de las abejas y el polen. –Aunque visto en perspectiva pueda parecerte increíble, no sabes cómo me arrepentí. Por ti, en primer lugar porque no te lo merecías. Por mí, también pues me parecía una soberana estupidez lo que había hecho. Cristian era un compañero de oficina, un tío con el que tenía que compartir muchas horas y al que a menudo tenía que dar órdenes. Había sido un error. Garrafal. Pero ya estaba hecho así que hice lo único que podía hacer. Poner distancia y dejarle claro que había sido una sola vez. Un desliz. Él pareció comprenderlo y digamos que olvidé el tema, o traté de olvidarlo. –Ahora bajó la vista hacia sus manos que habían empezado a jugar con la alianza de oro blanco que decoraba su dedo corazón, mientras tomaba aire. –Me planteé contártelo, -volvió a mirarme, -pero preferí olvidarlo. Temí el daño que pudiera hacerte y quería pasar página lo antes posible. Había sido una equivocación y no volvería a repetirse.

Me pesaba un montón la cabeza. No era resaca, pero parecía que me hubieran administrado una droga para adormecerme, así que me dejé caer en el colchón y cerré los ojos. ¿Quieres que pare? Preguntó. No, continúa, le pedí sin levantar los párpados.

-Cristian cumplió su parte y yo cumplí la mía. Volvimos a ser amigos y compañeros como si nada hubiera ocurrido, comportándonos con absoluta normalidad. Y ese fue mi error. Mi segundo error. No poner distancia entre nosotros. A los pocos meses volvíamos a tontear y una parte de mí me avisaba de que debía ir con cuidado. Pero como él tampoco daba ningún paso, no era tan agresivo como había sido antes de navidades, no quise darle importancia, no quise ver la gravedad de lo que estaba haciendo, el riesgo que estaba asumiendo. –Hizo una pausa larga. Ella también se dejó caer hacia atrás en la cama, cerró los ojos y respiró profundamente varias veces. Ambos sabíamos que no había acabado, que aún estaríamos en la cama bastante rato, por lo que esperé pacientemente que tomara fuerzas, que buscara las palabras más adecuadas para continuar con su relato. La miré, esperando acontecimientos, y reparé en que tenía a la mujer más increíblemente atractiva del mundo. Seguía jugando con el anillo con las manos a la altura de la cintura. Su profunda respiración acentuaba la curva de sus pechos, poderosos. Su aún juvenil cuello se estiraba cual muñeca de porcelana. Su perfil, de labios finos pero bien dibujados y nariz pequeña ligeramente respingona, tenía que haber sido delineado sin duda por algún artista neoclásico. La admiré entendiendo porqué aquel chulo-piscinas había puesto la diana sobre mi esposa. Un pinchazo de excitación prendió en mi pene, pero el recuerdo de las manos de aquel puto cerdo en su cuerpo lo convirtió en rabia mal contenida. Afortunadamente, las palabras de Cos saltaron al rescate. –Fue una travesura. Así lo sentí y así me auto justifiqué. Sólo es una travesura, me dije. Habíamos ido a una reunión con una firma japonesa que nos estaba dando por culo una barbaridad. Íbamos preparados para salir de allí bien calentitos, y en cambio la reunión fue tan bien que se iba a convertir en una de las mejores cuentas del año. No sólo capeamos el temporal, es que les dimos la vuelta y logramos aumentar el fee hasta doblárselo. Estábamos eufóricos. Tanto, que al entrar en su coche empezamos a besarnos como posesos. Te prometo que fue él el que dio el primer beso, aunque no puedo negarte que yo también lo deseaba. Fue un polvo muy rápido pero muy intenso, en el mismo parking subterráneo donde habíamos aparcado el coche. Este fue el primero. Hará unos tres meses de esto. El último fue este martes.

Detuvo la historia volviendo a mirarme. Esperaba alguna reacción por mi parte que no se produjo. Sus ojos se ensancharon y la humedad los anegó, dotándolos de un brillo intenso que los hacía más bonitos si cabe. Fue ella la que retiró la mirada, incorporándose para volver a sentarse al borde de la cama fijando la vista en la pared frontal, aunque era obvio que su mirada había ido mucho más allá de la pared antracita suave.

-Todo lo que escuchaste ayer de Cristian es cierto. No creo que sea exacto lo de habernos visto dos veces por semana, pero no va desencaminado. La mayoría de las veces lo hacíamos en su coche, pero un mediodía me llevó a su apartamento aprovechando que habíamos tenido una reunión cerca. Tres veces fuimos a un hotel, que pagó él… -como si eso la disculpara -…y el jueves pasado vinimos aquí, a casa.

Volvió a detenerse. Mi falta de reacción la estaba atenazando, lo notaba perfectamente, pero aún no tenía clara cuál debía ser, ni tampoco la intensidad de la misma. Me mantenía anormalmente calmado por más que el estómago me ardía como nunca lo había hecho. Si algo tenía claro era que no me dejaría llevar por mis impulsos. No quería mostrarme irascible, por más que ella lo mereciera, y sobre todo, no quería hacer o decir nada que pudiera agravar más una situación de por sí gravísima.

-Lo del jueves, en casa, en esta cama, -enfatizó señalándola –fue imperdonable. Pero tiene razón cuando dice que después de más de un mes sin que me hicieras caso yo estaba totalmente descontrolada. Hacía semanas que había dejado de ser una travesura y se había convertido en… no sé cómo llamarlo. Una aventura.

Giró la cabeza hacia mí, abandonando la visión de la pared que habíamos pintado en el color del que se encaprichó hacía un par de años, y sus ojos se clavaron en los míos de nuevo. Por primera vez en mi vida, vi lágrimas brotando de ellas. Un fino reguero se deslizaba por sus dos mejillas, pero no hizo sonido alguno ni convulsión. Estaba destrozada, pero mantenía la pose orgullosa y segura de sí misma que la caracterizaba.

-Cristian es un cerdo. Lo sabía hace un año y lo sabía hace tres meses. Y si había alguna duda, la grabación lo demuestra con creces. Un cerdo y un hijo de puta. Pero eso no me disculpa. Me dejé llevar y me acabé convirtiendo en la zorra que describe. –Se secó las lágrimas con los dedos de la mano, en un gesto coqueto y continuó: -Ahora, viéndolo todo en perspectiva, comprendo por qué has estado así estas seis semanas. Me viniste a buscar, ¿verdad?, el día aquel que me preguntaste si saldría puntual. –Sonrío con amargura. –Nos viste salir juntos y te diste cuenta de que te estaba engañando. ¿Por qué no me dijiste nada? Lo hubieras parado. Yo hubiera parado, de golpe. Habría despertado del sueño en el que me había metido.

¿Me estaba culpando de algo? Supongo que la expresión de mis ojos le permitió ver la pregunta que cruzaba mi mente y retrocedió.

-Yo soy la única culpable de lo que estaba sucediendo. No quiero echar en tus hombros responsabilidad alguna. Pero me engañaste como una idiota con lo de tu empresa y llegué a preocuparme mucho. Y sí, me comporté como una egoísta pensando sólo en mí. En mi disfrute personal cuando tú estabas hecho polvo. Traté de mimarte en casa mientras fuera te traicionaba, como si eso aplacara el daño pero sólo mitigaba mis remordimientos. –Las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas pero no se detuvo hasta que soltó todo lo que tenía que decir. –Te quiero y no quiero perderte. -Estiró las manos y agarró las mías lo que me obligó a incorporarme. –He roto nuestra relación en pedacitos muy pequeños, pero haré lo imposible para volver a juntarlos todos y volver a pegarlos. Te quiero. Te quiero. Te quiero y te pido que me perdones. Me he portado como una cría inmadura y te he hecho un daño atroz, lo sé, pero me aterra perderte…

Tuvo que detenerse porque las compuertas de la presa que sostenían sus lagrimales se resquebrajaron. El hilo de lágrimas que habían humedecido su cara se convirtieron en un auténtico torrente mientras un crujido sonaba en lo más hondo de su ser y estallaba en todo su cuerpo. No pude hacer otra cosa que abrazarla. Con fuerza, sosteniendo un cuerpo que se rompía cual muñeca de porcelana. Lloró como creo que no había llorado nunca, como queriendo extraer todo el líquido que no había sacado en los últimos veinte años. Me asió con fuerza, clavándome dedos y uñas en la espalda, pero no la aparté. Tenía claro que la quería, por más herido que estuviera, y sentí que debía mostrárselo.

Llegué al despacho pasadas las 11. Aunque había avisado a Bego de que un tema personal me tenía retenido en casa, para qué mentir, mi jefe me esperaba con mala cara pues los viernes nos reunimos los 6 comerciales de la empresa para pasar cuentas de la semana y planificar la siguiente.

Había dejado a Cos más tranquila, sobre todo en lo referente a nuestra relación, pues no tenía ninguna intención de dejarla, pero más allá de obligarla a dejar de dirigirle la palabra al chulapo, algo difícil de cumplir compartiendo equipo de trabajo, tan sólo le pedí que fuera a una tienda de colchones a cambiar el de nuestra habitación, pues tenía clarísimo que esta había sido la última noche que había dormido sobre él.

Puedo asegurar, lo sé con certeza, que no volvió a haber el más mínimo roce entre mi mujer y Cristian. Es más, su relación se volvió tan tensa que incluso tuve que pedirle que se moderara pues el tío podía darle a la lengua y ponerla en un aprieto. No lo hizo. Afortunadamente él aceptó una oferta de trabajo de un competidor y cambió de aires a las pocas semanas.

En casa, la reconciliación fue lenta pero firme. Volvimos a hacer el amor a los dos meses. No se pareció en nada a los centenares de veces que nos habíamos acostado, que habíamos follado. No hubo preliminares, ni juegos, ni palabras soeces. Ni siquiera palabras de amor. Ya hacía unos días en que me había ido aproximando a ella. La rabia había ido dando paso a la necesidad de abrazarla, de besarla, de volver a sentirla mía.

Estábamos en la cama listos para ponernos a dormir. Ella había leído un poco mientras yo acababa de asearme. Me metí bajo las sábanas y me dejé llevar por mis impulsos más primarios. Quería notarla, sentirla. La abracé, suavemente al principio, con vigor a los pocos segundos. Ella me correspondió con la misma intensidad. Sus pechos se pegaron a los míos, mis piernas se colaron entre las suyas. Bajé las manos y la aferré por las nalgas. No llevaba pantalón, así que me bastó con apartar el tanga a un lado para que mi erección entrara en ella. No estaba lubricada, pero su cueva me acogió cual hijo pródigo mientras un suspiro emergía de las profundidades de su ser. Me moví con suavidad, degustando su intimidad, mientras nuestros cuerpos se fundían como si quisiéramos traspasarnos. No aguanté demasiado. Tres meses sin sexo no son en balde pero sé que la hice feliz. Aumenté la velocidad lo justo para llegar al orgasmo y me derramé.

-No salgas, por favor –fue su única petición cuando acabé. –Déjame sentirte más rato. Lo necesito.

Se lo concedí. Durante más de media hora estuvimos conectados, moviéndome sutilmente mientras sus piernas me rodeaban y sus brazos me estrechaban, convirtiéndolo en uno de los actos de amor más íntimos que nunca he tenido con ninguna mujer.

Si os dijera que olvidé os mentiría. Creo que nunca podré hacerlo, pero nuestra relación ha evolucionado hacia una mejor compenetración, e incluso me atrevo a afirmar, por contradictorio que pueda parecer, hacia un mayor grado de confianza. En el sexo, además, hemos vuelto a ser los amantes fogosos, sucios y obscenos que siempre habíamos sido.

***

Ya ha pasado medio año de nuestra segunda primera vez y hemos escrito un nuevo episodio.

La relación poco a poco fue volviendo a su cauce. Opté por tratar de olvidar, pues me pareció el mejor antídoto. Tuve dudas, muchas dudas. La prueba de fuego se produjo la primera vez que salió de cena con su grupo de amigas, algo que solía ocurrir al menos una vez al mes pero que no había hecho hasta que percibió que yo estaba preparado. Superé el trago con cierta comodidad, ayudado por el hecho que llegara a casa más pronto de lo que solía, pues había declinado la invitación a tomar una copa y bailar un poco después de cenar.

La espina clavada en lo más profundo de mi ser seguía allí, percutiendo, pero de un modo inesperado. Yo había decidido pasar página, estaba convencido de que Cos no volvería a engañarme nunca, como cuando ha habido un accidente y sabes que aquella compañía o medio de transporte se convertirá en el más seguro del mundo, pues difícilmente van a volver a cometer el mismo error. Así me sentía en referencia a mi mujer.

La diferencia estribaba en cómo me sentía en referencia a mí.

Paulatinamente empecé a fijarme en otras mujeres. Pocas tenían un atractivo parecido al de la mía, muchas no le llegaban ni a la suela de los zapatos. Pero las miraba, con cierto deseo. Pero cuando analizaba fríamente por qué las anhelaba me daba cuenta que solamente buscaba devolverle la moneda a mi infiel esposa.

No eran más guapas, no eran más atractivas, dudaba que fueran mejores en la cama y, sobre todo, no esperaba que me dieran más placer ni que me hicieran sentir mejor. Pero las ansiaba.

Acabé decidiéndome. Afirmativa y concretamente. Iba a hacerlo y había decidido con quien.

-Quiero acostarme con Chiara. –Estábamos sentados en la cama, como otras noches antes de ir a dormir. Ella tenía la regla pero como la noche anterior, y otras muchas noches en que estaba con el período, había comenzado acariciándome por encima del bóxer para colar la mano a continuación y sacarme la polla dura para tragársela y dejarla seca. Se la acababa de meter en la boca cuando lo dije. Se detuvo de golpe. Levantó la cabeza mirándome fijamente y preguntó ¿Qué has dicho? –Me has oído perfectamente.

El cabreo fue monumental. Ni paja, ni mamada ni limpieza de bajos. Chiara Lombardo era su mejor amiga, íntimas desde que estudiaron juntas la primaria y secundaria en el Liceo Italiano de Barcelona. La única persona de nuestro entorno que conocía la historia de Cristian. La que le había dicho que estaba loca y le había pegado una bronca monumental por poner en riesgo una relación maravillosa. Una mujer atractiva e inteligente con la que yo también me llevaba bastante bien. No eran hermanas, pero se llamaban sorella entre ellas.

-Me lo debes.

-No puedes hacerme esto. –Pero mi mirada, inquisitiva, la detuvo. –Por favor, te lo ruego, no me pidas algo así.

-Además me ayudarás a hacerlo. –Un tenue por favor salió de su garganta, pero ni lo oí ni quise escucharlo. No me iba a echar atrás y ella lo sabía.

Mi plan era muy sencillo y, tal vez por ello, daba por hecho que se podría llevar a cabo con éxito. Cos operaría de alcahueta y le pediría a su mejor amiga que se acostara conmigo pues era un pago que me debía. La duda, mi duda, era si debía presentarme como el inductor o solamente como el actor. En el primer caso yo aparecería ante los ojos de Chiara como un cerdo vengativo, en cambio en el segundo, una mujer desesperada por recuperar a su esposo necesitaba equilibrar la balanza, para lo que le pedía ayuda a su hermana del alma.

Definitivamente la segunda opción era mejor, pues yo aparecería como víctima aunque realmente fuera el actor principal.

A diferencia de Cos en que solamente su padre era italiano, Chiara Lombardo era hija de un matrimonio de empresarios textiles turineses que se habían afincado en Barcelona siendo ella pequeña. Había heredado de sus padres el gusto por la moda, razón por la que solía ser la mujer más elegante de cualquier fiesta o reunión en que apareciera. Su figura, alta y esbelta, pero claramente mediterránea en cuanto a las formas, la colmaba de miradas lascivas entre los hombres, envidiosas entre las mujeres.

Solamente Cos tenía el porte, la belleza y el atractivo suficiente para rivalizar con ella. Juntas eran dos caras de la misma moneda. De media melena rubia y ojos marrones mi mujer, de largo pelo negro y ojos azules su hermana.

Cos intentó convencerme por todos los medios para que desistiera. Dando por sentado que necesitaba devolverle la jugada acostándome con otra mujer y que no lograría convencerme de lo contrario, me propuso alternativas con tal de que no fuera Chiara la interfecta. Llegó a proponerme, incluso, un trío con otra mujer, una desconocida, en la que ella haría todo lo que yo quisiera y se comportaría como la mayor de las putas, palabras literales.

Me negué en redondo. Así que a las tres semanas de haber soltado la bomba, no solamente había desistido en sus intentos para hacerme cambiar de opinión, si no que ya se había puesto manos a la obra. Con un solo aviso por su parte:

-Sé que no estoy en disposición de exigir mucho, pero como esto afecte mínimamente la relación con mi sorella no sé si podré perdonártelo.

El día de autos habíamos quedado con un grupo de amigos para cenar y tomar una copa, Chiara entre ellos claro. En aquella época, la amiga de mi mujer no tenía pareja, algo habitual pues viajaba mucho debido a que era la responsable internacional de una firma de complementos y no era una chica a la que le gustara atarse demasiado en relaciones largas. Alguna vez nos había presentado a algún novio, pero a las pocas semanas Cos solía avisarme de que ya le había dado puerta.

La cena transcurrió como era de esperar, entre charlas, risas, bromas más o menos divertidas y muy buen ambiente. Éramos once personas si no recuerdo mal que nos habíamos visto otras veces así que el nivel de confianza era alto y podías soltar las tonterías que te apeteciera pues jugabas en casa.

Cos bebió bastante. Porque formaba parte del plan, pero creo que también de mutu propio, supongo que tratando de mitigar el mal trago. Chiara, sentada a su lado, le seguía las bromas pero yo la notaba especialmente tensa.

Tomamos la copa en un local cercano al restaurante, en el que además se podía bailar, ocasión que aprovechamos en mayor o menor medida los miembros del grupo. Como era de esperar, nuestra amiga y Rosa, que también había venido desaparejada, sufrieron las acometidas de varios varones en edad de merecer, pero rechazaron todas las aproximaciones con elegancia. Marcos también había venido solo pero no tuvo que defenderse de nadie.

Sobre las 2 empezamos a desfilar, pues tres de las cuatro parejas convocadas teníamos hijos a los que deberíamos atender al día siguiente, aunque esta noche los hubiéramos aparcado con abuelos o canguros. Noté en seguida que Cos iba más perjudicada de lo que esperaba. También podría estar actuando, pero os aseguro que no es tan buena actriz. Así que Chiara se ofreció para ayudarme a llevarla a casa.

En aquel momento no sabía si el plan era ese, creo que sí, o si lo habían implementado sobre la marcha, pero por más amiga que fuera de mi mujer, yo no necesitaba ayuda para meterla en el coche o en la cama.

Las dos amigas subieron al asiento de atrás, para que Cos apoyara la cabeza sobre el hombro de Chiara. Cuchichearon algo que no oí, aunque mi amada esposa balbuceaba más que hablaba.

Le pregunté a Chiara si la dejaba en su casa a lo que me respondió que no, que nos acompañaba para ayudarme y que si no me importaba se quedaba a dormir en la nuestra. No dije nada a pesar de ser un argumento pobre de narices. Preferí centrarme en lo que se avecinaba y la verdad es que me empalmé como un burro.

Vivimos en una casa adosada de tres plantas, así que entramos por el parking y subimos hasta la segunda planta, prácticamente arrastrando a Cos que caminaba medio dormida. Entramos en el dormitorio, la tumbamos en la cama y entre los dos le quitamos zapatos y el ceñido vestido morado con el que estaba tan atractiva.

La dejamos arropada durmiendo la mona mientras yo le ofrecía la habitación de invitados, en la que había dormido alguna vez cuando aún no se había comprado el piso en que vivía desde hacía tres años en nuestro mismo barrio.

Yo seguí con el paripé, como si no esperara nada, dándole un pijama de Cos y deseándole buenas noches en la puerta de la habitación, mientras me dirigía al baño a asearme antes de meterme en la cama junto a mi bella durmiente. En vez de utilizar el baño de nuestra habitación como solía hacer cada noche, utilicé el de la planta, a medio pasillo, con la aparente intención de no molestar a mi mujer.

La idea era otra, claro, toparme casualmente con mi invitada al salir. Cosa que obviamente ocurrió, con dos especificidades. La primera, que Chiara ya se había puesto el pijama, que no era tal sino un camisón beige marfil que le sentaba como un guante. Mi empalme seguía sin bajar ni un milímetro. La segunda, que además de repetirnos el buenas noches, descansa, me preguntó si me apetecía tomar una copa pues se había desvelado un poco.

Supongo que no hace falta que diga que acepté.

-¿Te preparo una grappa? –Asintió, con un bajo en seguida.

La grappa es un licor típicamente italiano de altísima graduación, ríete de los tequilas y mezcales, que las dos amigas adoran aunque a mí nunca me ha seducido. Es como meterse un lanzallamas en la garganta.

Cuando bajó al salón su bebida estaba lista y yo estaba acabando de servirme un bourbon, mucho más agradable al paladar y menos agresivo para la faringe.

Le tendí su bebida y le di un buen trago a la mía mientras repasaba las formas de mi invitada sutilmente. Ella se dio cuenta, siempre se dan cuenta, pero no dijo nada. Inicié una conversación banal sobre la cena aliñada con cuatro anécdotas divertidas de la noche buscando destensar la situación, pues creo que nunca había visto a Chiara tan agarrotada.

Sorbí el último trago y jugué unos segundos con los hielos, empapándolos del resto de licor que pudiera quedar en el fondo, una costumbre que tengo desde que empecé a beber, hasta que volví a apurar el vaso y lo dejé en la bandeja del mueble bar.

-Yo por hoy ya he cumplido el cupo de alcohol. Me voy a la cama. Si quieres más grappa aquí la tienes –le dije señalando la botella transparente, pues ella también había apurado su brebaje.

Solamente pude dar un paso. Me detuvo parándose delante de mí, espera, dijo a escasos centímetros de mí poniendo ambas manos sobre mi torso. La miré haciéndome el sorprendido, ella me sostuvo la mirada fijamente, estiró los brazos para rodearme el cuello y su boca vino hacia la mía. Noté sus labios, pero me aparté suavemente.

-Chiara, ¿qué haces? -Por más que lo deseara, tenía que aparentar ser el marido fiel pues se suponía que yo era la víctima.

-Hace tiempo que lo deseo… -susurró –y a Cossi le debes una.

Sus labios contactaron de nuevo con los míos, su lengua buscó mi lengua. Me besó con ganas, impostadas o no, sentí avidez. No rechacé el morreo pero aún mantuve las manos muertas un rato, hasta que apartándose ligeramente me preguntó si no me gustaba. Antes de que pudiera responder, los tirantes del camisón habían descendido por sus brazos y un cuerpo espectacular se me mostraba orgulloso solamente cubierto por un tanga blanco semitransparente.

Sus manos tomaron mis manos para llevarlas a sus caderas, rotundamente delineadas y volviendo a tomarme del cuello para seguir besándome me anunció: esta noche soy tuya.

Cejé en mi actuación. ¿Para qué seguir desempeñando el papel de maridísimo? La besé con ganas mientras mis manos tomaban el control de su cuerpo. Lo recorrí varias veces mientras ella mantenía sus labios pegados a los míos y las manos en mi cuello. Abandoné sus labios para degustar su cuello, lo que provocó que suspirara ligeramente. Aunque me entretuve, acabé en sus pechos, duros, redondos, de pezón marrón, de una talla superior a los de Cos. Cambié al derecho. Me puse morado, pero bajé una mano para colarla entre sus piernas. No estaba demasiado húmeda, lo que me demostraba que era mejor actriz de lo que aparentaba. La masturbé con suavidad lo que provocó que aumentara el volumen de sus suspiros.

Se dejaba hacer pero aparte de haber iniciado el juego, ya no mostraba iniciativa alguna. Decidí cambiar dedos por lengua, así que la tumbé en el sofá y le quité el tanga. No iba completamente depilada como Cos, un hilo negro recorría su pubis como si de la continuación de su vagina se tratara. Le abrí los labios con los dedos y me sumergí en su feminidad. Los suspiros no aumentaron, pero pronto cambiaron de cadencia y ritmo. Ahora sí brotaba flujo.

En cuanto aceleró el ritmo de sus caderas decidí detenerme. Estaba surgiendo un diablo en lo más profundo de mi ser del que desconocía su existencia. Por primera vez en mi vida sentí que no me importaba lo más mínimo el disfrute de mi amante. Aunque se suponía que ella me estaba seduciendo, realmente era yo el que manejaba los hilos.

Me miró sorprendida cuando me puse de pié para desnudarme. Ella no dijo nada ni se movió, tumbada cual larga era con las piernas impúdicamente abiertas, esperándome. Me acerqué desnudo pero aunque ella esperaba recibirme entre las piernas pasé de largo y me arrodillé sobre el sofá a la altura de su pecho. Por su cara entendí que esperaba ventilarse el trago con un polvo rápido y que mi movimiento le acababa de revelar que ni sería tan corto ni tan apresurado.

Le sobé las tetas con saña mientras mantenía mi polla dura cerca de su cara. No tuve que pedírselo. Bastó con que mi mano derecha volviera a perderse entre sus piernas, que el goce reanudara sus movimientos pélvicos y que me detuviera de nuevo impidiéndole llegar al orgasmo, para que su mano me agarrara de la nalga primero para a continuación levantara la cabeza y la engullera. Tenía claro que no iba a desaprovechar la ocasión de ver como mi hombría desaparecía entre sus labios.

Cuanto más la torturaba deteniendo mis dedos, reanudando, ralentizando, acelerando, con más ganas chupaba. No tenía las habilidades de Cos ni por asomo, pero el morbo me podía. Tener a Chiara Lombardo tragándose mi polla o lamiendo mis huevos es algo por lo que pagarían una fortuna todos los hombres que alguna vez la habían visto y allí la tenía yo en una imagen que no se me borrará en la vida.

Decidí pasar pantalla. Ahora sí me acomodé entre sus piernas. No tengo condones pues no uso con Cos, no pregunté y ella tampoco dijo nada. Su única preocupación en aquel momento era correrse. La penetré con cuidado, como si fuera virgen, pero sus caderas se movieron agresivas para alojarme violentamente, mientras sus manos se aferraban a mis posaderas para dirigir la profundidad de la penetración. Pero me mantuve en mis trece. Te correrás cuando yo quiera.

Le babeé las tetas, le mordí el cuello, le sorbí los morros. Me sentía cerdo y así me comportaba, mientras mis embestidas alternaban dureza con sensibilidad. Sus jadeos, ya no suspiraba, me alertaron que volvía a acercarse al orgasmo. Volví a detenerme y salí. Un lastimero suspiro surgió de su garganta. Le di la vuelta, clavando sus rodillas al filo del sofá. Se la clavé desde detrás agarrándome a sus perfectas caderas mientras percutía con ganas. La agarré del cabello, obligándola a ponerse realmente a cuatro patas. Volvieron sus gemidos, que intentaba silenciar para que su hermana del alma no los oyera. Tiré de su pelo obligándola acercárseme más, quedando en vertical. Le agarré la teta izquierda con fuerza y le pellizqué el pezón. Emitió un leve grito, pero no me apartó. Relajé la presión en su cabellera y volvió a quedar a cuatro patas.

El diablo volvió a pensar por mí. Otra mala idea apareció en mi mente. Primero evitando por enésima vez que se corriera, lo que provocó que gimiera quejumbrosamente, para a continuación reanudar la penetración con suavidad mientras el dedo gordo de mi mano izquierda buscaba el orifico anal. Lo encontré y lubricado con los flujos de su propia vagina, intenté insertarlo. Un no desvalido salió de su garganta, pero no aparté el dedo. Volví a obligarla a levantarse tirando de su melena y, sin quitar el dedo del anillo anal pero sin lograr traspasarlo, le pregunté al oído:

-¿No te gusta por el culo?

-No.

-Yo creo que no te la han metido nunca por ahí.

-No.

-¿Quieres correrte?

-Sí.

-¿Seguro?

-Sí, lo necesito. No puedo más.

-Pues tendrá que ser por el culo.

No la dejé responder. La solté de golpe provocando que cayera boca-abajo sobre el sofá, tiré de sus caderas hacia atrás para que sus rodillas bajaran del catre y su culo quedara expuesto.

Si había algo que diferenciaba claramente a las dos amigas era el sexo. Sabía por Cos que su amiga no era lo activa, indecente y mucho menos obscena que era ella. Sus relaciones eran mucho más clásicas, aburridas en palabras de mi esposa. Supongo que simplemente no le gustaba tanto el sexo.

Cos me retrató en su día la cara escandalizada que puso Chiara cuando le explicó que habíamos probado el sexo anal. No era el plato principal de los ágapes ni lo practicábamos a diario, pero cuando el mierda de Cristian me dijo que le había roto el culo a mi esposa no se imaginaba que era un conducto que llevaba años abierto.

Así que poseído por el diablo que se había adueñado de mis actos no hice el menor caso a los lamentos del monumento que me ofrecía sus orificios cual ofrenda maya. Primero reanudé la masturbación vaginal, para mantenerla en su punto, para a continuación penetrarla. Mis dedos volvieron a su ano, se cambiaron por mi pene en su coño, y decidí abrirle ambos agujeros a la vez. Chiara estaba tan caliente que tardó poco en relajar el esfínter. Dos falanges se perdían en su vagina mientras mi dedo corazón superaba cómodamente su anillo anal.

Cuando noté que su orgasmo se acercaba, introduje un segundo dedo en el agujero posterior sacando los que habían percutido el anterior. Sus caderas se dejaban llevar al ritmo de mi movimiento. Cambié dedos por mi lengua, recorriendo sexo y culo, pero a los veinte segundos me incorporé. Volví a penetrarla vaginalmente provocando que sus gemidos se aceleraran, pero solamente buscaba lubricación. La saqué, apunté a la puerta trasera y la encajé. No fue automático, pero curiosamente me costó menos penetrar el culo de Chiara que el de Cos la primera vez que lo hice. Sus gemidos se detuvieron de golpe, daba bocanadas buscando aire, pero ni trató de cambiar de posición ni se quejó. Dejé caer mi peso sobre ella y entré. Lentamente pero sin pausa. Hasta el fondo. Comencé el vaivén, despacio para ir incrementándolo a medida que ambos cuerpos nos adaptábamos uno al otro. Volvió a gemir intercalándolos con suspiros y leves quejidos hasta que alargué la mano y logré colarla entre sus piernas hasta llegar a sus labios mayores, menores y sobre todo a su clítoris. Dejó de quejarse para suspirar, gemir y cuando un orgasmo brutal la recorrió de arriba abajo, gritar.

Su clímax propició el mío, anegando su recto y manchando sus nalgas. No salí. Quise degustar el momento pero no me lo permitió. En cuanto su respiración se acompasó, me exigió que se la sacara.

Estuvimos un rato juntos en el sofá pero lejos en la estancia. Ella tumbada boca abajo, yo sentado en el suelo apoyado en él. Se levantó despacio, tomó el tanga y el camisón del suelo y se perdió escaleras arriba hacia el baño. Yo no recogí mi ropa del suelo. Me levanté desnudo y me serví otro bourbon con hielo. Me lo clavé de un trago y luego enjuagué los cubitos en mi acostumbrado ritual. La oí salir del baño para entrar en la habitación de invitados, momento que aproveché para subir yo. Antes de que yo entrara en él, nos cruzamos en el pasillo pues se había vestido y se iba. No nos dijimos nada. Ni siquiera nos miramos a los ojos.

Cos estaba despierta cuando entré en la cama. Noté su cuerpo tenso y su respiración ligeramente acelerada. La besé desde atrás y la abracé. Esperaba que me rechazara pero no lo hizo. Al contrario, me agarró con fuerza. Sus únicas palabras fueron:

-Mañana quiero que tires ese sofá.

 

Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad. Son 12 relatos inéditos con un personaje común.

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Relato erótico: “La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso” (POR PAULINA Y GOLFO)

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Relato escrito entre Paulina y Golfo. De todas los millones de mujeres separadas o divorciadas que hay en España buscando alguien con quien compartir aunque sea una noche de pasión fue a ella a quien me encontré. Nada más verla en el hall del hotel donde iba a tener lugar el congreso, se me cayó el alma a  los pies porque, con ella deambulando por esos pasillos, me sería imposible echar una cana al aire tal y como tenía planeado.
Al salir de casa y tomar el avión que me llevaría a Barcelona, había hecho planes para zumbarme a un par de pediatras antes de volver a casa, pero la presencia de esa castaña era un contratiempo inesperado que los truncó sin  remedio.
«¡Mierda!», pensé cuando la vi dirigirse a donde yo estaba charlando con unos colegas porque no en vano, además de ser la ex de Alberto, era una de las mejores amigas de mi esposa.
Disimulando mi decepción, saludé a Paulina de un beso y aunque sabía que también era doctora y que por eso estaba allí, pregunté qué hacía en Barcelona. Con una sonrisa, contestó:
-¿No te dijo tu mujer que me verías aquí?
No quise decirle que no me había dicho nada porque comprendí que lo había hecho a propósito para que su amigota le sirviera de espía y en vez de ello, respondí:
-Sí, me lo avisó pero me he despistado- y cambiando de tema, le pregunté si ya se había registrado.
Sé que no me creyó pero no hizo ningún comentario y respondiendo a mi pregunta, me dijo que ya había dejado su equipaje en la habitación y que se iba a dar una vuelta antes de cenar pero que sí quería me esperaba.
-No hace falta- respondí tratando de evitar que su compañía se volviera agobiante.
Aceptó a regañadientes el irse sola por esa ciudad pero justo cuando se despedía, me preguntó con quién iba a cenar. Al responderle que solo, sonriendo me soltó:
-Te equivocas, cenas conmigo.
Su actitud posesiva no era normal y por eso no me costó asumir que mi mujer le había encomendado el tenerme corto mientras durara ese congreso. Haciendo como si estuviera encantado de ello, quedé con ella en el restaurante del hotel a las nueve.
Satisfecha por mi rápida claudicación, se despidió de mí y salió rumbo a la calle.
“¡Serán putas!”, cabreado exclamé al saber que no habría modo de liberarme de su escrutinio sino quería tener bronca al volver a casa.
Ya en mi cuarto y después de deshacer mi maleta, me puse a recordar que mi amigo nunca me explicó las razones que le habían llevado a separarse de ella. Estaba claro que no era por su físico porque Paulina era una castaña espectacular ni por su inteligencia ya que todo el mundo sabía que era una lumbrera en medicina. Tampoco era por su carácter ya que muy a mi pesar tenía que reconocer que la compinche de mi señora era una mujer divertida. No sabiendo a ciencia cierta los motivos, decidí como buen hombre que debía de ser una desgracia en la cama.
«¡Seguro que no se la mamó bien!», sentencié mientras encendía la ducha.
Ya bajo el agua, me olvidé de esa arpía y me puse a planear como darle esquinazo. Para ello, decidí que la única manera que podría librarme de su acoso sería el presentarle un colega soltero que intentará seducirla. Tras mucho cavilar, el candidato idóneo  me llegó a la cabeza pero para mi desgracia, recordé que Alonso llegaba al día siguiente.
-Joder, ¡Tendré que aguantar a esa pelmaza esta noche!- maldije cabreado y en voz alta.
La esperanza que el doctorcito sexy, como le llamaban en el hospital, me la quitara de encima fue suficiente para que abordara con mayor tranquilidad el tener que malgastar una de mis cinco noches con ella.
«Ese cabrón me debe un favor», me dije rememorando cuando le libré de una demanda de acoso al testificar en su favor.

 

Ya ilusionado con que el congreso se enderezara y pudiera echar algún polvo, me terminé de vestir y fui al encuentro de mi amiga. Como buena mujer, Paulina llegó tarde pero no pude recriminarle el retraso porque me quedé embobado viéndola aparecer vestida con un discreto traje de chaqueta blanco ya que curiosamente, esa indumentaria la hacía todavía más apetecible.
«Está buenísima», pensé viéndola quizás por primera vez como mujer. «¿Por qué Alberto se habrá deshecho de un bombón así?».
Paulina ajena a lo que corría por mi mente, me saludó y cogiéndome del brazo, me llevó hasta uno de los tres restaurantes que había en ese hotel. Su elección me agradó porque eligió un japonés y ese tipo de comida siempre me apetecía. Todavía hoy en día me parece increíble que hayan elevado el pescado crudo a la categoría de arte pero sabiendo que pocos somos los que nos gusta, me sorprendió que esa fuera su elección.
Ya en la mesa, la ex de mi amigo esperó de pie a que le acercara la silla. Ese gesto de coquetería femenino me debió de poner alerta y hacerme comprender que Paulina estaba en el mercado pero estaba tan mediatizado con la idea de que mi esposa la había mandado a controlarme que no caí en ello hasta que había pasado más de media hora y las cinco copas de vino que había bebido, la habían relajado hasta el punto de preguntarme directamente si sabía porque Alberto la había dejado.
-No lo sé- respondí sinceramente.
Fue entonces cuando medio en risa, medio en serio, la castaña me soltó:
-Según ese cretino, necesitaba una mujer y no un cerebro.
Asumiendo que mi amigo la había dejado porque le dedicaba más tiempo a su trabajo que a él, contesté:
-Piensa que a muchos hombres no les gusta que sus mujeres sean mejores profesionales que ellos.
Mis palabras por mucho que fueran verdad también eran duras y por eso no me resultó extraño ver unas lágrimas brotar de sus ojos azules. Creyendo que había dado en el clavo, proseguí diciendo:
-Sé que todavía te duele pero la vida es larga y seguro que encontrarás alguien que te valore y que disfrute de tus éxitos.
Fue entonces cuando Paulina indignada respondió:
-No fue eso, ¡Joder!  ¡Alberto se quejaba que era una estrecha!
Lo delicado del asunto, me hizo intentar evitar el tema y llamando al camarero, le pedí que nos trajera unas copas. Desafortunadamente para mí esa interrupción solo sirvió para que la amiga de mi esposa cargara su escopeta con reproches y ya con su ron en la mano, me soltara:
-Sigo sin comprender, hacíamos el amor todos los sábados. Nunca me negué a disfrutar de sus caricias. Si a él le apetecía hacerlo otro día siempre accedía e intentaba que fuera lo más gratificante para ambos.
Su confesión me permitió detectar el problema y eligiendo con cuidado mi respuesta, dije:
-No solo es cuestión de frecuencia. También es importante la pasión. El sexo no es algo que se deba planificar, surge espontáneamente. Paulina, ¡No eres un robot! – y entrando al origen de su divorcio, le solté: -¿Cuántas veces recibiste a Alberto desnuda para que te hiciera el amor?
-Ninguna- reconoció pero contratacando me preguntó: -¿Tu esposa lo hace?
No pude evitar soltar una carcajada al contestar:
-Aunque menos veces de las que me gustaría, ¡Sí!
Mi confidencia la desarmó y se quedó pensativa mientras pagaba la cuenta al suponer que esa velada había terminado pero entonces Paulina vació su copa de un solo trago y con una sonrisa, dijo:
-¿Dónde vamos?
Su pregunta me hizo comprender que necesita explayarse y soltar toda la amargura que llevaba dentro. Asumiendo que era mi amiga y que no podía negarme a servir de su paño de lágrimas, elegí un pub bastante tranquilo que conocía a la vuelta del hotel.  El sino quiso que nada más entrar me percatara de mi error al ver en una de sus mesas a dos asistentes al congreso tonteando entre ellos.
Callado como una puta, busqué alejarme de ellos y nos sentamos en una cerca de la pista. Ya en nuestros sitios, Paulina no tardó en descubrir a la pareja y escandalizada exclamó:
-¿No les dará vergüenza? ¡Están casados!
No queriendo que se enteraran de que hablábamos de ellos, le susurré:
-No juzgues para que no te juzguen.
Por su cara comprendí que no me había entendido y con ganas de perturbar su supuesta decencia, dije en su oído:
-¿Qué crees que pensaran ellos al verte conmigo?
La expresión con la que recibió mi comentario me hizo saber que por fin había comprendido que a los ojos de unos extraños, parecíamos estar en mitad de una cita. Totalmente colorada intentó defenderse diciendo:
-Tú y yo somos amigos.
Riendo, contesté:
-Pero ellos no lo saben y a buen seguro si nos ven pensarán que esta noche vamos a echar un polvo- y profundizando en su bochorno, le solté: – Al menos por mi parte, estoy a salvo porque lo único que pueden decir de mí es que me han visto con una mujer bellísima.
Cortada tanto por el piropo como el hecho que alguien pudiera pensar que era mi amante, se quedó callada. No tuve que ser un premio nobel para adivinar que Paulina estaba debatiéndose entre salir huyendo o quedarse porque una rápida huida certificaría de alguna forma que nos habían cogido en un renuncio. Por eso no me extrañó cuando dejando su bolso, pidió una copa.
Estaban trayéndonos nuestras bebidas cuando desde la mesa donde estaban, nuestros dos colegas nos hicieron señas de que nos uniéramos a ellos. Estaba a punto de negarme pero entonces Paulina cogiendo mi mano, me dijo:
-Ya que creen que somos amantes, vamos a reírnos un rato.
El tono con el que imprimió a su voz me puso los pelos de punta al no saber a lo que iba a enfrentarme y por eso nada convencido la seguí hasta ese rincón. Una vez allí en plan descarado me agarró de la cintura y al sentarnos dejó su mano sobre mi muslo, dando a entender que entre nosotros había una relación que no existía.
A la mujer no le pasó inadvertido ese gesto y con más confianza, puso la suya sobre la de su pareja.  En ese momento, se despertó el diablo que tengo dentro y decidí darle el mayor corte de su vida. Sin previo aviso, acerqué mis labios a los suyos y le planté un beso. La pobre de Paulina roja como un tomate, solo abrió su boca para decirme:
-No habíamos quedado en esto.
Muerto de risa, le susurré:
-Solo te seguía la corriente.
Su pasividad me dio alas y recreándome en su estado casi catatónico, acaricié con mi lengua su oreja mientras suavemente dejaba caer mi mano sobre su muslo. Mi descaro frente a la otra pareja la sacó de las casillas y sin saber qué hacer, solo atinó a mirarme a los ojos indignada. Pero ya habiendo cruzado el precipicio, decidí ir a degüello y cogiendo su cabeza forcé sus labios nuevamente.
En esta ocasión, Paulina abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y sintiendo mis dedos acariciando su pierna bajo la mesa, no pudo reprimir un profundo suspiro mientras me decía:
-No sigas, por favor.
No acababa de pedirme que cesara en mi acoso cuando de pronto sentí como sacando su lengua empezó a recorrer la comisura de mis labios. No esperándome esa reacción me quedé impresionado por que al parar, descubrí que bajo su blusa mi amiga tenía sus pezones erectos.
«Le está gustando» confirmé al ver que acomodándose en la silla, Paulina se había colocado de tal forma que me dio un enfoque perfecto de sus pechos. “¡Menudo canalillo!”, exclamé mentalmente mientras era incapaz de retirar mi mirada de esas dos bellezas.

 

Revelándose como una depredadora sexual, mi amiga cogió su copa y haciendo como si sentía mucho calor, pasó el frio vaso por sus senos. Al advertir que bajo mi pantalón mi pene crecía sin control, dejó caer su bebida sobre su camisa y poniendo cara de desconsuelo, me preguntó dónde podía secarse.
«Lo ha hecho a propósito!» sentencié pero no queriendo descubrir su juego le dije que si quería le acompañaba al baño,
Paulina sin dejar de mirarme a los ojos y en silencio, se levantó de su silla y enfiló por mitad de la pista rumbo a la salida dotanto a su trasero de un meneo que me resultó una clara invitación a seguirla.
«Tiene un culo de campeonato», admití babeando mientras me levantaba y la seguía. «¡Qué imbécil fue  Alberto al dejarla!»
Como un ser si voluntad corrí tras ella con mi mente fija en esa parte de su anatomía y por eso cuando la alcancé casi en la puerta, agarré sus duras nalgas mientras le recriminaba:
-¿No pensarías escapar de mí?  ¡Fuiste tú quien empezó a provocarme!
-¿Yo? ¡Pero si has sido tú el que me ha besado!
Reconozco que me quedé helado en un principio y más cuando saliendo del local, Paulina caminó por la acera.
« ¿Qué he hecho?», pensé creyendo que le iba a ir a mi esposa con el cuento.
Justo cuando ya me veía hundido, la castaña se paró y sonriendo me hizo una seña. Ni que decir tiene que me faltó tiempo para llegar hasta donde ella seguía andando y dándole la vuelta, estampé mis labios contra los suyos como la vez primera pero en ese momento su respuesta fue distinta.
Pegando su pubis contra mi sexo,  empezó a frotar su cuerpo en el mío mientras admitía de buen grado que mi lengua fornicara con la suya en el interior de su boca. Durante más de un minuto, nos dejamos llevar por la pasión hasta que separándose de mí y mientras se limpiaba sonriendo el hilo de babas que todavía unía nuestras dos bocas, me preguntó:
-¿Qué esperas para follarme? Quiero demostrarte que además de cerebro soy una mujer ardiente- y recalcando sus palabras llevó su mano hasta mi entrepierna  para con gran desvergüenza comenzar a pajearme en mitad de la calle.
Como comprenderéis mi respuesta no pudo ser otra que con mis dedos por dentro de su falda, le estrujara el culo mientras presionaba mi dureza contra su vulva. El gemido de placer que surgió de su garganta fue el aliciente que necesitaba para contestar mientras la llevaba a rastras hasta el hotel:
-Paulina, esta noche podrás demostrarlo porque no te pienso dejar hasta haber follado todos tus agujeros.
Sus ojos brillaron al oírme pero aun más  al sentir mi polla entre sus nalgas mientras andábamos pegados hacia el hotel. 
-¡Como te eches atrás pienso contarle a tu mujer que te has tirado a un travesti!- muerta de risa me soltó ya totalmente cachonda.
Los cinco minutos que tardamos en llegar a mi habitación fueron un suplicio para los dos, por eso al cerrar la puerta la arrinconé contra la pared y  de pie, empecé a comerle la boca mientras mis manos recorrían con avidez sus enormes pechos y su exuberante culo. Los aullidos con los que me regaló, esa zorrita me hicieron comprender que estaba totalmente entregada y por eso sin darle tiempo a que se arrepintiera de tirarse al marido de su mejor amiga, desgarré su blusa dejando al aire el coqueto sujetador de encaje que decoraban sus tetas.
-¡Me encanta! ¡Cabrón! – gritó al sentir mi lengua recorriendo sus erizados pezones.
Dominada por el cúmulo de sensaciones que creía olvidadas después de tanto tiempo sin un hombre en su cama, Paulina se agachó y arrodillándose a mis pies, llevó sus manos hasta mi bragueta. Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Al ver mi erección, cerró  su palma alrededor de su presa y mientras  tanteaba su grosor,  con su lengua recorrió los bordes de mi glande en un intento de saborear de antemano mi semen. No contenta con ello, usó su otra mano para sobarme los testículos antes de acercando su cara a mi verga, dejar que esta recorriera sus mejillas hasta llegar a su boca. Una vez allí, le dio un beso suave y mirándome a los ojos, susurró:
 
-No sabes cómo necesitaba esto.
 
Tras lo cual se dedicó a dar leves mordiscos a lo largo de mi extensión para ya satisfecha separar sus labios y lentamente embutírsela hasta el fondo.
No os podéis imaginar mi gozo al comprobar que la amiga de mi mujer me miraba fijamente a los ojos mientras movía su cabeza arriba y abajo, metiendo y sacando mi verga. Si eso no fuera suficiente, esa putita usó su lengua para presionar mi miembro en el interior de su boca.
 
 -Eres una zorra mamona-  dije impresionado por su maestría.
 
 
Paulina al escuchar mi insulto vio compensada su decisión de demostrarse a sí misma que era una mujer ardiente y eso la compelió a incrementar la velocidad de su mamada mientras       se quitaba el tanga por sus pies.  Al comprobar que la ex de Alberto, al contrario de mi mujer,  no tenía un  solo pelo en su coño me puso cachondo y por eso quise levantarla del suelo y follármela ahí mismo pero negándose siguió chupando y succionando mi verga con mayor énfasis.  Viendo la inutilidad de mis esfuerzos, me relajé y cogiendo su cabeza, colaboré con ella subiendo y bajándola mientras ella se la encajaba hasta el fondo de su garganta.
Cuando mi calentura era máxima y todas las células de mi cuerpo me pedían liberar mi semilla en su boca, mi amiga sacando mi verga de su garganta me miró diciendo:
 
-Me encantaría que mi ex me viera comiendo polla.
 
Descojonado, saqué mi móvil y sin darle tiempo a opinar empecé a grabarla mientras le decía:
 
-Eso puede arreglarse. En cuanto me corra, te mando el video y tú decides si se la mandas.
 
La idea cargada de morbo azuzó a esa mujer y queriendo vengar el abandono de su marido, buscó con mayor ahínco su recompensa. Como no quería arriesgarme a ser reconocido si Paulina al fin se la enviaba a Alberto, no pude avisarle de la inminencia de mi orgasmo y por ello, la explosión de mi pene la cogió desprevenida y se tuvo que tragar parte de mi semen. Sorprendiéndome por enésima vez, una vez repuesta y con restos de lefa en sus labios, sonrió a la cámara mientras comentaba:
 
-Cariño, mira lo que te has perdido por irte con tu secretaria- tras lo cual forzó que mi eyaculación le salpicara en el rostro y sacando la lengua se puso a lamer mi glande.
Comportándose como una zorra, mi amiga siguió ordeñando mi miembro hasta dejarlo seco. Con su objetivo ya cumplido, se dedicó con sus dedos a recoger mi blanca simiente de sus mejillas y a llevársela a la boca, dejando que mi móvil inmortalizara su lujuria. Una vez hubo terminado, comentó frente al teléfono:
 
-Este es mi primer mensaje. No te preocupes, te iré retrasmitiendo mis avances. Sé que te van a molestar pero te ruego que esperes el que grabaré mientras mi nuevo amante estrena mi culito.
 
Nada más escuchar la amenaza que lanzó a su ex apagué la grabación y antes de enviársela, le pregunté si estaba segura. Paulina muerta de risa, contestó:
 
-Por supuesto. ¡Quiero que ese cabrón se entere de que lo he sustituido!
 
Obviando los sentimientos del que consideraba mi amigo, usé el WhatsApp para hacérsela llegar porque me interesaba más saber si eso incluía la  promesa de regalarme la virginidad de su trasero.
 
-Eso tendrás que ganártelo- contestó mientras se terminaba de desnudar y me llevaba hasta la cama.
 
 
Todavía no me había tumbado junto a ella cuando mi teléfono empezó a sonar. Al cogerlo, leí el nombre de Alberto en la pantalla. Fue entonces cuando comprendí que esa bruja se lo había mandado y cayendo en la gravedad de lo que habíamos hecho, la informé que era su marido quien me llamaba:
 
-Contesta. ¿Quiero saber qué quiere?- ordenó con una sonrisa diabólica en su rostro.
 
Sin estar seguro, obedecí y saludé a su ex. Mi amigo estaba hecho una furia y directamente me preguntó si había visto a su mujer:
-Me la encontré esta tarde en el hall- respondí acojonado al saber el motivo de su llamada.
 
Fuera de sí, insistió tratando de sonsacar si la había visto acompañada.  Haciendo como si o supiera nada, le dije que no y le pregunté si pasaba algo:
 
-Esa puta me acaba de mandar un video donde me restriega que tiene un amante.
 
-No entiendo- contesté antes de tapar el auricular al escuchar que  su esposa se estaba masturbando y gemía mientras yo hablaba con él.
 
Al otro lado del teléfono, Alberto me estaba explicando que había recibido un archivo en el que su mujer se la estaba mamando a un tipo cuando Paulina se acercó hasta mí y aprovechando que no podía hacer nada por evitarlo, frotó su culo contra mi sexo hasta conseguir ponerlo nuevamente erecto y poniéndose a cuatro patas, se empezó a empalar con él. Sabiendo que si cortaba la comunicación mi amigo sospecharía de mí, decidí disimular mientras la zorra de su ex se iba introduciendo mi miembro lentamente.
 
-No te creo- contesté al cornudo para que me oyera ella. –Siempre me has dicho que tu mujer es una mojigata, estrecha y falta de pasión.
 
La aludida recibió con indignación mi descripción e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Paulina no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando escuchó que le decía a mi amigo mientras mi glande chocaba una y otra vez contra la pared de su vagina:
-Ahora no puedo buscarla- y soltando una carcajada, le conté que me estaba tirando a una puta que había encontrado en un bar.
 
Mi insulto la llenó de insana lujuria y viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que Alberto reconociera sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer.  Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras su ex seguía descargando su frustración al otro lado del teléfono. Al comprobar que esa morena no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente. Su orgasmo me obligó a terminar la llamada aunque antes tuve que prometer a su marido que investigaría con quien andaba.
Habiendo colgado me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Paulina se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
 
-¡Te gusta que te traten duro! ¿Verdad puta?-  pregunté a mi montura.
 
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
 
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina.
Paulina al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Durante unos minutos, la mejor amiga de mi esposa, la ex de Alberto y mi nueva amante se fundieron en una mientras todo su cuerpo temblaba por el placer que había sentido y no fue hasta pasado un buen rato cuando todavía abrazada a mí, luciendo una sonrisa me dijo:
 
-Eres un cabrón. Nadie me había tratado así.
 
Al comprobar su alegría, comprendí que esa zorrita había descubierto conmigo una faceta de ella misma que desconocía tener y deseando afianzar mi dominio sobre esa preciosa morena, pellizqué sus negros pezones al tiempo que le contestaba:
 
-A partir de hoy, no quiero que nadie más que yo te toque. Seré tu único dueño. ¿Has comprendido?
 
-Sí, mi amo- declaró satisfecha al notar que su sexo se volvía a licuar producto de la presión que mis dedos ejercían sobre sus areolas….
 
 

 Para contactar con Paulina, la co-autora, mandadle un mail a:

paulina.ordeix@hotmail.com


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Relato erótico:” La ex esposa de un amigo nos folló en un congreso”. (POR GOLFO Y PAULINA)

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Segunda parte de La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso y como el anterior ha sido escrito con la ayuda de Paulina O.
A la mañana siguiente, me desperté con Paulina en mis brazos y al sentir sus pechos presionando el mío, comprendí que había sido real y no un sueño.
«¡Me he tirado a la ex de Alberto!», pensé mientras con la mirada recorría su cuerpo desnudo.
Con la luz del día sus nalgas eran todavía más atractivas. Duras y firmes eran un paraíso terrenal solo al alcance de unos pocos. Recordando su promesa de convertirse en mi amante, decidí comprobar si era una mujer de palabra y sin copas mantenía esa decisión. Para ello lentamente retiré su brazo y posándola sobre el colchón, durante un  instante, me quedé admirando su belleza mientras entre mis piernas mi pene se acababa de despertar.
«¡Qué buena está!», exclamé mentalmente ya con una erección brutal.
Sabiendo que corría el riesgo que al abrir los ojos, esa mujer se diera cuenta de lo que había hecho y se arrepintiera, acerqué mi cara a su trasero y sacando la lengua, comencé a lamer el canalillo formado por sus cachetes.
«¡Menudo culo tiene!», sentencié al acercarme poco a poco a mi objetivo.
Comprendí que Paulina se había despertado al escuchar un primer gemido cuando sintió mi húmeda caricia recorriendo los pliegues de su rosado ano.
―Eres malo― susurró con voz sensual al notar mi respiración entre sus nalgas.
―Y tú, una putita muy cerda a la que le encanta que la use― contesté dotando a mi voz de un tono morboso no carente de autoridad.
Al escuchar ese cariñoso insulto Paulina sonrió y separando sus rodillas, me informó en silencio que  deseaba que renovara con ella los votos de la noche anterior, por eso y mientras le separaba las dos partes de su trasero con mis manos, azucé su calentura mientras introducía la punta de mi apéndice en su ojete diciendo:
―Recuerda que juraste que durante todo este fin de semana serías mía y que me pediste que te usara como la guarra que eres.
―Sí― respondió casi llorando de placer.
Al recibir un permiso que no necesitaba  y sin esperar un rechazo de su parte, introduje la punta de mi apéndice en su ojete mientras le echaba mi aliento.
―Sí, ¿Qué?― pregunté hundiendo mi lengua como si de mi pene se tratara en su trasero.
La amiga de mi mujer, berreó como cierva en celo al experimentar esa intrusión en su interior y pegando un grito, confirmó su disposición diciendo:
―¡Quiero que me comas el culo!
La total entrega de Paulina me permitió ir acariciando por dentro los músculos que pensaba hoyar y que con ello, poco a poco se fuera relajando. Su respiración entrecortada ratificó que le estaba gustando y por eso, añadiendo un dedo a mi ataque seguí profundizando mi ataque.
―¡Me vuelve loca!―chilló al sentir esa segunda intrusión en sus intestinos y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó una mano a su sexo para comenzarse a masturbar.
Al comprobar su calentura y mientras introducía una segunda falange en su entrada trasera, mordiendo su oreja le susurré:
―Disfruta mientras puedas, porque pienso romperte ese culito tierno que tienes.
Añadiendo más picante a esa escena, recorrí con mi lengua su oído al tiempo que metía y sacaba cada vez más rápido mis dedos de su trasero. Al experimentar esas desconocidas sensaciones, Paulina se giró y mirándome con su boca abierta y babeando lujuria, me rogó:
―Hazme tuya.
La necesidad que lucía en su rostro me hizo gracia al recordar que Alberto la había dejado por poco fogosa y recreándome en ese recuerdo, le metí un tercer dedo mientras ordenaba a la que ya consideraba mi puta:
―Usa tu otra mano para pellizcarte los pezones.
Cumpliendo mi orden de inmediato, agarró su areola entre sus dedos y presionando duramente aceptó gustosa mi dominio sobre ella.  Al escuchar sus aullidos de placer, decidí dar mi siguiente paso y dejé que fuera ella quien con un pequeño movimiento de sus caderas se lo introdujera unos centímetros.
―¡Me duele!― gritó con su culo adolorido.
En ese instante supe que no podía dar marcha atrás porque de hacerlo esa muñeca nunca me daría una segunda oportunidad y por ello la agarré firmemente mientras presionaba mi verga. Lentamente el culo de Paulina absorbió toda mi extensión hasta que con ella rellenando su conducto por entero, decidí darme el gustazo de sodomizarla en mitad de la ducha.
Cogiéndola entre mis brazos y sin sacar mi pene de sus intestinos, la llevé al baño. Una vez allí abrí la ducha y mientras se caldeaba el agua, la besé forzando sus labios para que no se enfriara al sentir mi lengua fornicando con la suya mientras su ojete se terminaba de acostumbrar a tener mi verga insertada.
―¡Eres un cerdo!― protestó sonriendo ya más tranquila.

 

Metiéndola en la ducha, la obligué a apoyarse con sus brazos en la pared antes de comenzar a moverme. Con cuidado en un principio fui extrayendo mi verga de su hasta unos minutos virginal agujero para acto seguido volver a metérsela. Paulina que hasta entonces soportaba con resignación el dolor que surgía de sus entrañas, respiró aliviada al percatarse que iba desapareciendo y que era sustituido por placer.
Su relajación me permitió presionar su cuerpo contra los azulejos e inmovilizarla para que sintiera el frio de ese material sobre sus excitados pezones. Una vez allí y sin dejar de horadar su culito, acerqué mi boca  y mordí su oreja al tiempo que le susurraba:
―El idiota de tu marido no sabe lo perra que eres.
Mi nueva ofensa la hizo gemir de lujuria y reflejando lo puta que era en su rostro, me pidió que siguiera diciéndole guarradas al oído.
―Ves lo que te digo, eres una perrita que solo necesitaba de un dueño para renacer― y forzando mi dominio, ordené: ―Ládrame mientras te enculo.
Increíblemente la ex de Alberto me hizo caso y de su garganta salió un ladrido que fue el banderazo de salida para que la sodomizara en plan salvaje. Asiéndome a sus tetas con las manos incrementé el ritmo de mis penetraciones, provocando que con cada meneo la cara de Paulina se golpeara contra la pared. Estaba ya desbocado cuando mi móvil empezó a sonar y conociendo lo celosa y malpensada que era mi esposa, decidí para e ir a contestar dejando a la zorrita despatarrada y caliente bajo la ducha.
―Es tu marido― grité y cabreado por la interrupción tomé tres decisiones cruciales. La primera fue no contestar, la segunda que terminaría lo empezado y la tercera y más importante que lo grabaría para que ese capullo se jodiera.
Pero entonces su mujer me alcanzó en la habitación y tirándome en la cama, me rogó que descolgara porque le ponía brutísima saber que Alberto estaba al otro lado del teléfono.  Su descaro me hizo reír y contestando saludé al cornudo que nada más oírme me preguntó si ya había visto a su mujer.
―No jodas, no son las ocho de la mañana― y entonces con toda la intención, le pregunté: ―¿No creerás que soy yo el amante de tu esposa y que ella ha dormido en mi cama?
―No, ¡Cómo crees! –protestó― ¡Eres mi amigo!
Tras lo cual me explicó que no había conseguido dormir y que se había pasado la noche viendo el video en el que Paulina se la comía a un desconocido una y otra vez. Descojonado en mi interior pero con voz seria, respondí mientras la aludida se ponía mi verga entre sus tetas y aprovechando que las seguía teniendo mojadas, me empezaba a regalar una cubana:
―¡No es sano que te comas el tarro mirando a esa puta mamando verga!
Su ex no pudo reprimir una risita al escuchar que Alberto estaba sufriendo y incrementando sus maniobras, agachó su cabeza para que cada vez que mi pene se acercaba a su boca lanzarme lametazo.
―Te juro que lo sé pero no puedo dejar de verlo. Esa guarra nunca puso conmigo tanto énfasis.
No queriendo seguir con esa conversación, me despedí de él asegurándole que iba a investigar quién era el capullo que se estaba tirando a Paulina. Ya sin él, cogí a la zorra de su mujer de la melena y acercando sus labios a los míos, metí mi lengua hasta su garganta antes de decirle:
―Alberto se lo ha buscado. Pienso grabar cómo te sodomizo.
Colocando mi móvil de forma que no se me viera la cara, lo encendí y poniendo a cuatro patas a mi amante, le grité antes de ensartarla con fiereza:
―Respira hondo, ¡Qué te voy a romper el culo!
No se esperaba la violencia de mi ataque y sus brazos cedieron ante él de forma que su cara se hundió en la almohada. Sin respetar su dolor, azucé a mi montura con un severo azote en sus nalgas diciendo:
―Puta, ¡Muévete!
No hizo falta que repitiera la orden, Paulina superó mis expectativas aullando de placer y pidiéndome que no parara de usar su trasero mientras me decía con voz de santa:
―¿Soy una buena puta?
Ni que decir tiene que su pregunta me permitió seguir montándola con mayor ardor mientras ella mordía con sus dientes la almohada para no gritar y que desde la habitación  de al lado supieran lo zorra que era.
Usando a mi antojo a esa mujer, mordí su cuello, azoté sus nalgas y pellizqué sus pezones sin parar hasta que por primera vez en sus treinta y tres años de vida, Paulina disfrutó de un orgasmo total y como si fuera su coño una fuente eyaculó sin parar mientras ella era la primera sorprendida.
―¡Parece un geiser!― me reí al observar el chorro que por oleada salía de su chocho y jalando de su pelo, llevé su boca a la mía y dando un leve mordisco en sus labios, la besé preguntando: ¿De quién eres?
Mi pregunta la hizo comprender quien era su dueño y respondiendo con una pasión sin igual, sintió que todo su cuerpo se licuaba mientras me decía:
―Soy tuya. ¡Eternamente tuya!
Su confesión me dejó claro que a nuestra vuelta a Madrid esa zorra seguiría siendo mía y por eso sacando mi pene de su culo, le di la vuelta y dejándome ir, eyaculé sobre sus tetas mientras le decía:
―Úntate mi semen por tu cuerpo.
Nadie había eyaculado sobre ella y por eso le sorprendió sentir la calidez de mis explosiones recorriendo sus pezones pero una vez repuesta, comprendió que le encantaba al sentir que desde dentro de su vulva renacía con fuerza su orgasmo y pegando un gemido de placer, esparció mi simiente por sus pechos mientras entre sus piernas nuevamente brotaba su flujo con una fuerza inusual.
Al  ver esa maravilla, hundí mi cara entre sus muslos y sacando mi lengua, me puse a secar ese arroyo. El sabor agridulce de su coño invadió por completo mi mente y como un ser sin voluntad seguí agarrado a sus nalgas bebiendo su néctar mientras Paulina gemía sin parar presa del placer. Desconozco cuanto tiempo estuve comiendo, mordiendo y lamiendo ese manjar ni cuantas veces su dueña disfrutó del éxtasis de un orgasmo pero lo cierto fue que en un momento dado y casi llorando, esa zorrita me pidió que parara diciendo:
―¡No puedo más! ¡Estoy agotada!
Al saber que aunque no fuera plenamente consciente esa mujer era mía y que tendría muchas más oportunidades de deleitarme con su cuerpo, cedí y tumbándome junto a ella, descansé entre sus brazos. Durante diez minutos, nos quedamos en esa posición hasta que mirando el reloj de la mesilla, me di cuenta que llegábamos tarde a la primera conferencia y por eso, acariciando una de sus nalgas le dije que era hora de levantarnos.
Paulina frunció su ceño pero asumiendo que tenía yo razón, me dijo:
―De acuerdo pero a la hora de comer, quiero que me hagas nuevamente tuya.
Partiéndome de risa, contesté:
―¿No decía tu marido que eras poco fogosa? ¡Lo que eres es una ninfómana!
Al recoger su ropa del suelo, riendo respondió:
―Para él, yo era su mujer. Para ti, ¡Soy tu puta!….
El doctorcito sexy.
Como la ropa de Paulina seguía en su habitación, se despidió de mí y quedamos en vernos en el buffet del hotel. Por eso una vez me había vestido, bajé a desayunar y allí me encontré con el doctorcito sexy.
Alonso estaba tomándose un café y nada más verme, me llamó para que compartiera con él su mesa. Al sentarme, mi compinche en tantas aventuras, poniendo un tono pícaro,  preguntó:
―Raúl, ¿Cómo está este año el ganado?
Poniendo cara triste, contesté que había tenido poco tiempo de comprobar su calidad porque había tenido el férreo marcaje de una amiga de mi mujer. El muy cabrón soltó una carcajada al escuchar de mis labios que se habían chafado mis planes y con lágrimas en los ojos, se rio de mí diciendo:
―¡Qué putada! Tendré que ocuparme yo de todas esas pobres mujeres necesitadas de caricias.    
Haciéndome el apenado, le expliqué que era Paulina era una arpía frígida y chismosa a la que mi mujer le había ordenado traerme bien corto. Mi amigo sin apiadarse de mí, dijo fingiendo una indignación que no sentía:
―¡Al menos estará buena!
―¡Qué va!― respondí: ¡Es una gorda asquerosa con un trasero lleno de grasa y las tetas caídas!
Alonso me estaba diciendo que lo sentía por mí  y que en compensación él se tiraría a las que me tocaban cuando la aludida me preguntó:
―¿No me vas a presentar a tu amigo?
Muerto de risa, me levanté para acercarle la silla mientras respondía:
―Paulina te presento a Alonso.
El doctorcito sexy miró alucinado al bombón que supuestamente era un adefesio y devolviendo la andanada, comentó en plan ligón:
―Encantado de saber que Dios existe y que nos ha mandado uno de sus ángeles.
El descarado piropo surtió el efecto que deseaba su autor y la recién divorciada le regaló una sonrisa sin poder evitar que el rubor coloreara sus mejillas.
«Será cabrón», pensé más celoso de lo que nunca reconocería, «no pierde el tiempo andándose por las ramas».
Como experimentado Don Juan, Alonso usó toda su simpatía para hacer de ese desayuno una fiesta en honor de Paulina mientras desde mi sitio, me estaba poniendo malo al comprobar las risas de mi nueva amante ante las bromas y galanteos de mi amigo. Paulatinamente mi cabreo fue in crescendo hasta que ya claramente enfadado, levantándome les informé que llegábamos tarde a la primera conferencia.
Por mi tono, la ex de Alberto comprendió que estaba rojo de celos y disfrutando de la sensación de poder que le hacía sentir el ponerme de los nervios, susurró en mi oído:
―No seas tonto. ¿No ves que estoy disimulando?― para acto seguido y sin preguntar mi opinión, colgarse del brazo del doctorcito sexy camino del auditorio.
« ¡Será  puta!», maldije asumiendo que esa mujer estaba jugando conmigo y que estaba ganando.
En ese momento, hubiese estrangulado a Alonso aunque fuese inocente y a pesar que sabía que no tenía motivos para quejarme puesto que entre Paulina y yo no existía contrato alguno. Os reconozco que de haberme parado a pensar un poco, hubiese comprendido que tanto esa mujer como el doctorcito eran libres y que el único de los tres que estaba casado era yo. La lógica decía que me tenía que callar y disfrutar de las migajas que dejara caer esa mujer pero no pude y por eso cuando al llegar al auditorio me senté en la última fila y Paulina se puso entre los dos.
El cabronazo del doctor que desconocía que ya había hecho mía a la ex de Alberto, no perdió comba y en cuanto colocó sus posaderas en el asiento, reinició su ataque a base de bromas y chascarrillos que mas de una vez provocaron la risa de la mujer. Para entonces estaba encabronadísimo pero como no me convenía descubrir mi infidelidad ni dejar en mal lugar a Paulina, me mordí un huevo cuando lo que realmente me apetecía era soltarle un guantazo.
El colmo fue ver que ese don juan de tres al cuarto, asumiendo que ella era una presa fácil, comenzaba a acariciar disimuladamente la pierna de mi amiga y que ella aunque se puso colorada como un tomate, no opuso ningún tipo de resistencia.
«Será cabrón», pensé y conociendo la fama de ligón que se había granjeado durante años, temí por vez primera que me la levantara al ver que sin retirar su mano se acercaba a Paulina y en voz baja le susurraba algo al oído.
La sonrisa de oreja a oreja que apareció en el rostro de la mujer y el hecho que no se alejara de él, agrandó mis celos por lo que aprovechando que tenía hambre, les pregunté si nos íbamos a comer.
Ambos aceptaron de inmediato, Alonso porque así podía culminar su conquista y mi amiga creí para librarse del acoso del doctorcito. Los deseos del tipo me quedaron claros cuando aprovechando que Paulina se había ido al baño me preguntó si,  al terminar de comer, podía hacerme el desaparecido para que así se quedara un par de horas a solas con la que él suponía que era la espía que me había mandado mi mujer.
―No hay problema― contesté tragándome el orgullo.
La pericia en las artes amatorias de Alonso quedaron plenamente ratificadas con la elección del restaurant ya que no solo era coqueto y romántico sino que permanecía en una penumbra ideal para una primera cita.
Ni a mi peor enemigo le deseo la comida que ese capullo me dio porque nada más sentarse frente a ella, empezó a tontear con Paulina sin que pudiese hacer nada por evitarlo ya que corría el riesgo que en mi hospital se corriera la voz que tenía una amante y que además era la mejor amiga de mi esposa.  Por eso tuve que reírle las gracias cuando me percaté que por debajo de la mesa, Alonso se había quitado el zapato y descaradamente acariciaba los tobillos de Paulina. Mirando de reojo al objeto de tal ataque descubrí que. Aunque tenía las mejillas rojas, sonreía.
«Será zorrón, ¡le está gustando!», dije entre dientes más que molesto.
Habiendo terminado el segundo plato, al llegar el camarero y preguntarnos qué queríamos de postre, Alonso se quedó mirando fijo a Paulina, insinuando que ella era los que deseaba. La ex de Alberto al comprender la indirecta, se ruborizó aún más y bajando la cara, intentó que yo no me diera cuenta que a ella también le apetecía ser su golosina.
«Aquí sobro», maldije mentalmente y haciendo como si se me hubiera olvidado que había quedado con otro asistente del congreso, los dejé solos mientras me llevaban los demonios.
Absolutamente derrotado, salí del restaurant y me fui a aligerar mis penas con un copazo. En el bar en que entré, intenté infructuosamente ligar con una rubia pero tras media hora de cháchara, tuve que rendirme e irme a mi habitación con la cola entre las patas.
Esa tarde me sentía fatal, no solo había perdido a una amante sino que para colmo había sido en manos de un amigo. Hundido en la miseria, pasé por una tienda y compré una botella de whisky que beberme a solas en mi cuarto, maldiciendo mi suerte. Llevaba dos copas cuando reconocí la voz de los dos riendo en el pasillo.
―No puede ser― exclamé al comprobar que el destino había querido que la habitación de Alonso fuera la contigua a la mía.
Todavía hoy me avergüenzo de lo que os voy a contar pero en ese momento, era tal el odio que sentía que solo se me ocurrió salir al balcón y al descubrir que podía pasar al otro lado,   cruzar hasta el de Alonso. Nada más hacerlo, me encontré con  que esos dos se estaban besando apasionadamente.
«Menuda puta. ¡Qué rápido ha cambiado de macho!», pensé y queriendo vengar su afrenta saqué el móvil y me puse a grabarlos mientras me decía: «Veras la cara de Alberto cuando vea a su recatada esposa follando con otro».
Dentro en el cuarto, el doctorcito estaba intentando desabrochar la blusa de Paulina pero entonces le retiró sus manos y dijo:
―Júrame que Raúl no se enteraré de lo que ocurra aquí. No quiero que piense que me acuesto con el primero que pasa por la calle.
Alonso al oírla, la besó hundiendo su lengua dentro de la boca de ella y mientras le agarraba el culo, contestó:
―Te lo juro, pero ahora enséñame las tetonas.
Os confieso que me dolió ver como Paulina le sonreía y como mientras se quitaba la camisa, le miraba con cara de vicio. Alonso enmudeció al ver ese robusto par de tetas apenas cubierto por un brassiere negro y tras unos instantes en que solo pudo observar embelesado, se agachó y hundió su cara en el canalillo que discurría entre esas maravillas.
―Ahhh― escuché gemir a mi amiga mientras con sus manos presionaba la cabeza de Alonso contra su pecho.
Ese gemido fue el acicate que necesitaba el doctorcito para usando sus dedos irle bajando los tirantes del sujetador mientras no paraba de lamer la tersa piel de la mujer.
―Tienes unas tetas preciosas― soltó ya claramente excitado mi conocido al admirar los pezones rosados que decoraban sus senos.
Sintiéndome un voyeur por la excitación que empezaba a dominarme, pegué mi cara al cristal para ver mejor como Alonso la iba desnudando.
«Dios, ¡Qué culo tiene!», pensé apesadumbrado al ver como caía su falda y sus bragas al suelo por la acción de unas manos que no eran las mías.
El ardor de esos dos iba en aumento y los jadeos se iban incrementando mientras yo me tenía que conformar con ver y grabar sin ser partícipe de esa escena. Justo cuando Paulina cogía entre sus manos la verga del doctorcito, este le dijo:
―Quiero tomarte la temperatura― y acto seguido se chupó uno de sus dedos y girándola contra la mesa, se lo metió en el ojete.
El aullido de placer que salió de la garganta de Paulina al sentir su entrada trasera hoyada de ese modo tan pícaro, me recordó sus gritos cuando hacía unas pocas horas era yo quien la sodomizaba.
―Vamos a la cama― rogó la mujer deseando ser tomada.
Lo que no ella ni yo nos esperábamos fue que Alonso aprovechara su caminar para ir metiendo y sacando su dedo del culo de la mujer mientras le decía:
―Pienso follarte ese culito tan duro que no te vas a poder sentar en una semana.
La vulgaridad de sus palabras lejos de cortar o disminuir la calentura de Paulina pareció incrementarla porque tirándose sobre el colchón, se puso a cuatro patas diciendo:
―¿Me prometes que vas a montarme el culo hasta que no me pueda ni sentar?
―Sí. ¡Tu trasero no te va a servir ni para cagar!― respondió a la vez que le soltaba un azote y se colocaba en su espalda.
―Ay― soltó mi amiga al notar el escozor de esa ruda caricia, tras lo cual se dejó caer con los brazos hacia adelante y respingando el trasero, giró su cabeza y le dijo: ―Fóllame como una puta. Soy tu guarra.
Alonso al escuchar que esa mujer le pedía caña, no se lo pensó dos veces y colocando su glande a la altura de su entrada trasera, de un solo golpe la ensartó haciéndola gritar por la violencia de ese asalto. Una vez con toda su verga rellenando los intestinos de Paulina ni siquiera la dejó asimilarla y por medio de una serie de duras nalgadas, le fue marcando el ritmo mientras ella no paraba de chillar de placer y de dolor.
―Sigue, no pares― la oí decir mientras no dejaba de mover su culo en círculos como queriendo ordeñar la verga que la estaba en ese momento empalando contra la cama.
Para entonces, el sudor había hecho su aparición en Paulina y desde el balcón tuve que retenerme para no entrar y ser yo quien se la follara al ver como con el pelo pegado sobre su frente, esa mujer que había sido mi amante disfrutaba del sexo como nunca.
«Necesito que vuelva a ser mía», reconocí mientras me colocaba el paquete bajo mi pantalón.
Paulina ajena a que la estaba observando, se giró sobre las sabanas y sacándose la verga del doctorcito del trasero, se abrió de piernas y señalando su vulva, ordenó a mi sorprendido amigo:
―¡Fóllame por el coño!…¡Mi coño necesita una verga ahora!
Alonso no tardó en saltar sobre ella y usando su pene como ariete, comenzó a tumbar una a una las defensas de esa mujer mientras se asía con rudeza a sus pechos. La ex de Alberto disfrutó como una perra de ese ataque y relamiéndose los labios, gritó:
Ahhh sigue…. ¡Trátame como tu puta!
La entrega del bellezón rubio hizo despertar el lado  morboso del doctorcito y dando un doloroso pellizco a uno de sus pezones, le soltó:
―Y el pobre de Raúl que creía que eras una dama, cuando en realidad eres una sucia guarra.
Paulina recibió ese insulto con mayor excitación y con todas sus neuronas trabajando a mil por hora, contestó mientras no dejaba de retorcerse buscando mas placer:
―Me has jurado que no le ibas a decir nada.
―No hará falta― rio el puñetero.―Cuando te vea la cara de zorra sabrá que te he follado.
La tensión acumulada por el continuado martilleo contra la pared de su vagina, hizo que el cuerpo de Paulina colapsara y pegando un grito, se corriera sobre el colchón. Alonso viendo su orgasmo, siguió torpedeando sin parar los bajos fondos de la mujer provocando que esta uniera un clímax con el siguiente hasta que sintiendo que le llegaba el momento a él, se la sacó del coño  y metiéndosela en la boca, le ordenó que se la mamara. La zorra de la ex de Alberto, esa mujer que en teoría era una pazguata, no tuvo reparos en embutirse el miembro del doctorcito hasta el fondo de su garganta mientras este le presionaba su cabeza con las manos.
Al verlo, supe que estaban a punto de terminar y no queriendo que descubrieran mi presencia en el balcón, volví a mi habitación totalmente deshecho.
«Mierda», pensé, «¡he perdido a Paulina!».
Ya en mi cuarto, mi desesperación me llevó a realizar un acto del que todavía hoy me arrepiento porque cabreado hasta la médula, agarré mi móvil y mandé al otro cornudo la evidencia de su cornamenta.
«¡Qué sepa lo puta que es su mujer!», exclamé mientras apretaba el botón culminando mi venganza.
Sin saber qué hacer, me serví otra copa al tiempo que intentaba sacarme de la mente a Paulina porque, lo quisiera o no reconocer, esa mujer me tenía subyugado. Su belleza, su cuerpo y sobre todo su habilidad entre las sábanas habían conseguido conquistarme. Al darme cuenta que estaba enamorado de ella, me eché a llorar como un crio.
Durante una hora, alterné el whisky con las lágrimas hasta que alguien tocó la puerta. Medio borracho me levanté y fui a ver quién llamaba.
―Paulina, ¿qué haces aquí?― Pregunté al verla con una sonrisa de pie en el pasillo.
Muerta de risa, saltó en mis brazos mientras respondía:
―Venir a que me expliques porqué me has dejado tan sola.
Su alegría diluyó mi cabreo y mientras cerraba la puerta, supe que no podía vivir sin sus besos aunque eso supusiera el tener que llevar con la mayor entereza posible los cuernos.
«¡Seré un cornudo pero la tendré a ella!».
Para contactar con Paulina, la co-autora, mandadla un email a:

 

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Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (1 de 2)” (POR GOLFO)

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La historia que os voy a contar puede parecer una fantasía de dolescente pero me ocurrió y aunque resulte un tanto hipócrita, no me siento culpable de lo que pasó porque fue Alicia no solo la que propició ese traslado sino la única responsable que yo hundiera mi cara entre sus muslos.

Antes de nada tengo que presentarme, me llamo Alejandro y soy un hombre maduro y del montón. Con casi cuarenta y cinco años, no tengo un cuerpo de modelo y aunque he perdido más pelo de lo que me gustaría, lo que no ha menguado con los años son mis ganas de follar.   Reconozco que estoy bruto todo el tiempo. Cuando no estoy mirando las piernas de las mujeres que pasan a mi lado es porque estoy mirándolas el culo. Me confieso un salido y mi mujer que lo sabe me tiene vigilado y a la menor sospecha, me monta un escándalo para que vuelva al redil. Por eso no comprendo cómo durante unas vacaciones cometió el error de no advertir las maniobras de su caprichosa hermana.

Mi querida cuñada es una de las personas más volubles que conozco. Con  treinta y cinco tacos y a pesar de estar bastante buena, no ha conseguido una pareja estable por su carácter.  Pasa de un estado de euforia a la mayor de las tristezas sin motivo aparente y lo mismo le ocurre con los hombres, un día está enamorada por un tipo y al día siguiente, ese amor se convierte en odio feroz. Siempre he opinado que estaba un poco loca pero no por ello dejaba de reconocer que esa morena tenía un par de pechos dignos de ser mordisqueados.

Por todo ello, no creáis que me hizo mucha gracia cuando María me contó que ese verano Alicia iba a acompañarnos a Gandía. Pensé que esa pesada iba a resultar un estorbo sin saber que su presencia iba a cambiar mi vida, dándole un giro de ciento ochenta grados.

El viaje en coche.

Para los que no lo sepáis Gandía es la típica ciudad de veraneo del mediterráneo español que multiplica su población en agosto gracias a los miles de turistas que recibe.  A principios de ese mes, tal y como mi esposa y su hermanita habían planeado, toda la familia salimos rumbo a esa ciudad y cuando digo toda la familia en ella incluyo a mi esposa, mi hijo de ocho años, el puto perro, mi cuñada y por supuesto a mí.

Ya desde el inicio del viaje, la bruja de Alicia se tuvo que hacer notar al negarse a viajar en la parte trasera, alegando que le daba miedo el chucho.

« ¡Será puta!», pensé al oírla porque mi perro lo que daba era lástima. Ejemplar de pura raza callejera, el pobre bicho además de escuálido y enano, era un pedazo de marica que tenía miedo hasta de su sombra. Sabiendo que era una mera excusa para ir delante, no dije nada cuando mi mujer se pasó atrás por no discutir con su hermana.

Sé que esa zorra se dio cuenta de mi cabreo porque al sentarse en el asiento del copiloto, me soltó:

― No te enfades de verdad tengo miedo de ese dinosaurio.

« Encima con recochineo», mascullé al oír el apelativo con el que se dirigía mi pobre “Fortachón” antes de percatarme que yo mismo al ponerle el nombre me había reído de su tamaño.

Durante todo el trayecto el sol nos dio de frente, de modo que el habitáculo no tardó en calentarse por mucho que teníamos el aire acondicionado a tope. Mi esposa, mi hijo y la advenediza de mi cuñada no pararon de quejarse pero fue la puta de Alicia la que aprovechando que había parado a repostar en una gasolinera, la que aprovechó para ponerse un bikini con el que ir el resto del viaje.

Os juro que al verla sentarse de esa forma en su asiento tuve que hacer un esfuerzo para no babear:

« ¡Menudas tetas!», exclamé mentalmente al observar de reojo esos dos enormes melones apenas cubiertos por dos trozos de tela negra.

Lo peor fue que al encender el coche y ponerse en funcionamiento el aire, este pegaba directamente sobre sus pechos e inconscientemente sus pezones se le pusieron duros como piedras. Fue entonces cuando aprovechando que mi mujer no había llegado con el crío, decidí soltarle una andanada diciendo de broma mientras señalaba sus pitones:

― Cuñadita, ¿te pongo cachonda?

Tras la sorpresa inicial, esa zorra me sonrió soltando:

― Ya te gustaría a ti. Tú eres el último hombre con el que me acostaría.

Muerto de risa al ver el color que habían adquirido sus mejillas, contesté sin dejar de mirar los dos bultos que pedían a gritos ser tocados bajo su bikini:

― En eso tienes razón, preferiría ser eunuco a acostarme contigo. ¡Con tu hermana tengo suficiente!

La expresión de cabreo con la que me miró me tenía que haber puesto en preaviso. Sin duda fue entonces cuando al herir su amor propio, esa guarra decidió hacerme ver cuán equivocado estaba  y solo la llegada de María impidió que esa caprichosa mujer iniciara su ataque sobre mí en ese instante.

Tampoco tardó mucho porque una vez habíamos reiniciado la marcha, ese engendro del demonio aludiendo a la temperatura que hacía se dedicó a remojarse el escote con el propósito de ponerme verraco. Ni que decir tiene ¡que lo consiguió! Ningún heterosexual hubiera permanecido indiferente a la calenturienta escena de ver a esa monada acariciándose los pechos mojados una y otra vez mientras observaba de  reojo mi reacción.

Espero que sepáis comprender que mi sobre estimulado pene reaccionara alzándose nervioso bajo mi pantalón mientras yo intentaba infructuosamente prestar atención a la carretera en vez de a ella. Pero por mucho que lo intenté mi ojos volvían inapelablemente a fijarse en el modo que Alicia se pellizcaba los pezones a pesar de saber que lo hacía para joderme.

El colmo fue que casi llegando a nuestro destino y aprovechando que su hermana mayor se había quedado dormida,  me soltó mientras rozaba con su mano mi inflada entrepierna:

― Pues va a ser que no eres eunuco.

Si mi verga ya estaba intranquila por su exhibicionismo, al sentir su leve roce alcanzó de golpe una brutal erección sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Alicia, descojonada al percatarse de mi erección, acercó su boca a mi oído y me susurró:

― Nunca debías haberme retado. De Gandía no me voy sin haberte follado.

Su amenaza me dejó paralizado porque conocía de sobra su carácter caprichoso y que cuando se proponía algo, esa zorra no paraba hasta que lo conseguía…

El apartamento tampoco ayuda.

Ya en nuestro destino, mi querida cuñadita volvió a montarla gorda al descubrir que el piso que habíamos alquilado y que en teoría era para seis adultos, en realidad era un pequeño apartamento con dos habitaciones y que cada una de ellas solo contaba con una cama de matrimonio.

― ¿No esperareis que duerma con Alejandrito?― soltó quejándose no tanto por no disponer ni de un cuarto para ella sola como por el hecho de tener que compartir colchón con su sobrino.

Maria, mi mujer, que había sido la quien se había ocupado de rentarlo, se trató de disculpar enseñándole el folleto donde se veía que había al menos tres camas. Fue entonces cuando mi cuñadita cayó en la cuenta que una de las camas que aparecían era un sofá y creyendo que se había librado de dormir con el chaval, intentó abrirlo y descubrió que estaba roto.

― Mierda― exclamó de muy mala leche― ¡mañana mismo vamos a la agencia y que nos cambien de piso!

Su cabreo era tal que me abstuve de hacer ningún comentario y huyendo de la quema, cogí a mi crio y me lo llevé a nadar a la piscina. Al cabo de unos quince minutos, las cosas se debían haber  calmado un poco porque vi entrar a María con Alicia. Mi esposa venía apesadumbrada por lo que no me costó entender que la bronca había sido total pero en cambio mi querida cuñadita venía feliz y contenta, como si nada hubiese ocurrido. Si había sospechado que era bipolar, el comportamiento de ese día me lo confirmó; una vez se había desahogado con su hermana, la morena había pasado página y se puso a jugar con Alejandrito con una alegría tal que nadie hubiera podido afirmar que minutos antes esa mujer estaba hecha un basilisco.

Tratando de calmar a mi mujer me acerqué a ella y le pregunté si quería que le pusiera bronceador. María me lo agradeció el detalle y olvidándome de su hermanita, comencé a untar la crema por su cuerpo, desconociendo que desde el agua Alicia no perdía detalle y que esa pérfida mujer querría que lo repitiera con ella.

La paz duró una media hora hasta que cansada de jugar con mi hijo, volvió a donde estaban nuestras tumbonas y comenzó a discutir con mi esposa por un motivo que la verdad ni recuerdo. Lo que si me consta es que María se levantó y hecha una furia se subió al piso sin despedirse. La sonrisa que descubrí en la cara de Alicia me alertó que se avecinaban problemas y dicho y hecho, en cuanto comprobó que su hermana había desaparecido, se acomodó en la tumbona y llamando mi atención me pidió que le pusiera protector tal y como había hecho antes con mi esposa.

Medio cortado pero ante todo alertado del peligro, me acerqué a regañadientes y comencé a echarle crema en la espalda mientras ella me provocaba con gemidos de placer cada vez que sentía mis manos recorriendo su piel.

  • No te pases― susurré en su oído, temiendo que sus suspiros llegaran a los oídos de los vecinos y creyeran estos que entre Alicia y yo había una relación que no existía.

La muy guarra, lejos de cerrar la boca y dejar de abochornarme,  siguió mostrando su satisfacción con mugidos más propios de una vaca que de una mujer decente. Viendo su actitud, di por terminado lo que estaba haciendo con un azote en su culo diciendo:

  • Pareces una cría. ¡No sé a qué juegas!

Alicia al sentir mi indoloro manotazo sobre sus nalgas, me regaló una sonrisa mientras decía:

  • ¡Qué rico! ¿Te he dicho alguna vez que me encanta que los hombres me premien con una buena azotaina después de hacer el amor?

Las palabras de mi cuñada consiguieron sonrojarme al imaginarme por primera vez haciendo uso de su espléndido cuerpo pero rápidamente me sobrepuse y en voz baja le contesté que se quedaría con las ganas porque entre ella y yo nunca pasaría nada.  Muerta de risa, la muy cretina respondió mientras se daba la vuelta y se quitaba la parte de arriba del bikini:

  • Sabes perfectamente que te haré caer y que antes de que te des cuentas estarás mamando de mis peras mientras me follas.

Sorprendido por su descaro no pude más que deleitarme mirando esas tetazas casi perfectas mientras ella las terminaba de untar con bronceador.

« ¡Con esas pechugas tendré que andarme con cuidado si no quiero caer en sus garras!», pensé al tiempo que retenía en mi retina la belleza de los pezones negros y duros que decoraban su pecho.

Sumido en una especie de trancé permanecí como un pazguato viendo como mi cuñada embadurnaba esas dos maravillas hasta que mi hijo me pidió que le acompañara a nadar a la piscina. Al levantarme, el bulto de mi entrepierna dejó claro a mi acosadora que sus maniobras habían tenido éxito y decidida a no dejar de pasar la oportunidad de restregármelo, al pasar a su lado, me dijo:

― Tu pajarito necesitan que le den de comer, si me necesitas ya sabes dónde encontrarme.

Esa nada velada invitación a desfogarme con ella, me terminó de excitar y queriendo disminuir mi calentura, me tiré al agua esperando que eso me calmara. Desgraciadamente la imagen de esa maldita y de sus peras ya se había quedado grabada en mi cerebro y por mucho que intenté borrarla jugando con mi chaval, al salir de la piscina seguía allí reconcomiéndome. Por fortuna, para entonces mi cuñadita había vuelto al apartamento.

« Alicia es peligrosa, ¡debo andar con cuidado!”, recapacité a mi pesar al  percatarme del disgusto con el que había descubierto su ausencia, « ¡Está loca!».

Alicia sigue cerrando la soga alrededor de mi cuello.

Dos horas más tarde y asumiendo que era la hora de cenar y que no podía postergar mi vuelta, agarré a mi chaval y subí con él al piso alquilado.  Al entrar todo parecía haber vuelto a la normalidad porque María y Alicia estaban charlando animadamente en el salón sin que nada revelara tirantez alguna entre ellas dos. La concordia de las hermanas me hizo temer que mi cuñada había solo aplazado su ataque y que debía de permanecer atento sino quería que mi matrimonio fuera directo al precipicio.

Por eso directamente me metí a duchar, deseando que al salir esa zumbada se hubiese olvidado de su capricho. Para mi desgracia, al sentir el chorro de agua caliente cayendo por mi cuerpo me relajé y me puse a recordar los pitones de Alicia:

« Estará loca pero también está buena», mascullé entre dientes mientras por acto reflejo mi miembro se despertaba entre mis piernas.  Todavía hoy me arrepiento de haberme dejado llevar por la imaginación pero reconozco que, al notar mi erección, cogí mi pene y mientras me imaginaba mordisqueando los pechos de la hermana de mi mujer, no pude evitar el pajearme visualizando en mi mente a ella ofreciéndome sus tetas como anticipo al resto de su cuerpo.

Mi estado febril hizo que acelerara el movimiento de mis manos al verme mordisqueando las areolas de sus senos mientras ella no paraba de ronronear como un cachorrito. En mi cabeza, mi cuñada ya no era esa mujer caprichosa y bipolar sino una hembra ardiente que reaccionaba con lujuria a mis caricias. Estaba a punto de correrme cuando un ruido me hizo despertar y al girarme hacia la puerta, pillé a esa morena observándome desde la puerta. Asustado traté de taparme pero entonces soltando una carcajada esa arpía me soltó:

― Veo que estabas pensando en mí.

El bochorno que sentía al haber sido cazado de esa forma, no me permitió responderle una fresca y por eso me sentí todavía más avergonzado cuando me dijo antes de irse:

― Por cierto, tienes un pene apetitoso.

Si de por sí eso era embarazoso más lo fue que me lo dijera relamiéndose los labios. La ausencia de moral de mi cuñada consiguió desmoronarme y de muy mala leche, salí de la ducha sabiendo que esa puta no iba a dejar de acosarme. Por su carácter, tenía claro que Alicia no iba a cejar hasta meterme en problemas. Hundido en la miseria, terminé de vestirme y salí al salón.

Supe que mis problemas no habían hecho nada más que empezar, cuando mi niño me informó que después de cenar les iba a llevar a su tía y a él al cine. Tratando de escaquearme, pregunté a mi mujer si ella no prefería ir por mí pero entonces María me contestó que se encontraba muy cansada y que prefería quedarse leyendo un libro.

« ¡Mierda!», exclamé para mis adentros sin demostrar mi disgusto, no fuera a ser que con ello mi esposa se mosqueara y empezara a sospechar. Si ya era incómodo el acoso de Alicia, no quería empeorarlo con los celos de María.

Entre tanto y desde el sofá, mi cuñadita sonreía satisfecha previendo que, sin la presencia de su hermana, yo sería una presa fácil. Confieso que en ese instante me sentía como cordero que va hacia el matadero y por eso hice el último intento que María nos acompañara.

― Te prometo que estoy muy cansada― respondió la aludida dando por zanjado el tema.

El tono cansino que usó al contestarme no me dio más alternativa que aceptar, creyendo que la presencia de su sobrino haría que esa arpía se contuviera y retrasara sus planes. Desgraciadamente nada más terminar de cenar y salir hacia el coche rumbo al cine, Alicia me sacó de mi error porque sin importarle que Alejandrito pudiera oírla, susurró en mi oído:

― Te voy a poner como una moto.

Su amenaza consiguió hacerme anticipar el suplicio que esa noche iba a tener que soportar pero simulando una tranquilidad que no tenía, me abstuve de contestarla y sin más me subí al vehículo. De camino al centro comercial, mi cuñadita se entretuvo subiéndose la minifalda que llevaba para obligarme, aunque fuera de reojo, a mirarle sus piernas y no contenta con ello, aprovechando que mi hijo llevaba cascos, me preguntó si me gustaba la ropa interior que llevaba puesta.  Girando mi cabeza, descubrí que:

 ¡La muy puta no se había puesto bragas!

Su sexo completamente depilado se mostraba en plenitud. Confieso que me sorprendió su exhibicionismo y supe que de haber estado solo con ella hubiese hundido mi cara entre sus piernas aunque me hubiese costado mi matrimonio.

― Tápate― murmuré separando mi vista de sus muslos, – ¡te puede ver el crio!

A pesar que sabía que esa maldita estaba jugando conmigo, la visión de su coño me excitó de sobremanera y temí por primera vez que si Alicia seguía jugando conmigo, tarde o temprano caería en la tentación y terminaría follándomela. En ese momento, deseé estar a mil kilómetros de mi cuñada y así estar a salvo de sus manejos. En cambio por su sonrisa, se notaba que ella estaba feliz haciéndome sufrir y más cuando se fijó que bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control. Al percatarse de ello, incrementó mi turbación pasando su mano por encima de mi bragueta mientras me decía:

― No sabes las ganas que tiene mi conejo de comerse tu zanahoria.

Sudando la gota gorda, conseguí  de alguna manera llegar a nuestro destino sin lanzarme sobre esa puta y enseñarle que conmigo no se jugaba. Mi cabreo era tal que había decidido que devolverle con creces mi angustia. Curiosamente el tomar esa decisión me tranquilizó y por ello ya no me escandalizó su forma de abrazarme al bajarme del coche ni que se pegara a mí mientras hacíamos la cola para entrar en el cine.

Una vez dentro de la sala, como teníamos tiempo, compré palomitas y refrescos para los tres porque con mi chaval entretenido, le pasaría inadvertido lo que pasara a su lado. Cuando me senté entre los dos, mi queridísima cuñada se mostró encantada pensando que así, con su sobrino alejado, iba a poder seguir con su acoso una vez se hubiesen apagado las luces.

Tal y como había previsto, al hacerse la oscuridad, la muy ramera ni siquiera esperó a que empezara la película para posar su mano sobre mi pierna. Disimulando mis planes, no reaccioné a su contacto y ella, saboreando su triunfo, fue subiendo sus dedos lentamente hasta mi entrepierna. Mi falta de rechazo le dio alas y no tardé en sentir su palma agarrando mi pene mientras con los ojos fijos en la pantalla, veía los primeros compases de la película.

« Tú sigue que luego te arrepentirás», rumié interiormente satisfecho cuando esa zorrita metió su mano en mi bragueta y comenzó a pajearme.

Reconozco que para entonces el morbo de disfrutar de una paja hecha por la hermana pequeña de mi mujer ya me tenía dominado y por eso esperé a que incrementara la velocidad con la que me estaba masturbando para dejar caer mi mano entre sus muslos. Mi cuñada pegó un grito al sentir que directamente mis dedos separaban los labios de su sexo y comenzaban a acariciarle el clítoris. Tras el susto inicial, intentó sin éxito que parara pero afianzándome en mi ataque, me dediqué a masajear con mayor énfasis ese botón.

Al notarlo, nuevamente buscó rechazarme usando las dos manos pero solo consiguió que metiera una de mis falanges en el fondo de su coño.

― Por favor, ¡para! – susurró en mi oído al comprender que el cazador se había convertido en presa.

Su nerviosismo pero sobretodo la humedad que manaba de entre sus piernas fueron el aliciente que necesitaba para comenzar a follármela con los dedos mientras tenía a mi derecha a mi hijo absorto con la película. Sin darle tiempo a acostumbrarse comencé a meter y a sacar mi dedo de su interior mientras seguía masturbándola.

Para entonces mi victima ya había comprendido que nada podía hacer por evitar mis caricias porque para ello tendría que montar un escándalo. Poco a poco se fue relajando,  al notar que su cuerpo empezaba a reaccionar e involuntariamente colaboró conmigo separando sus rodillas. Su nueva postura y el hecho de no llevar bragas me permitieron irla calentando lentamente de manera que al cabo de unos minutos, cada vez que metía mi yema dentro de su chocho, este chapoteaba encharcado. Al advertirlo, decidí dar un paso más y sacando un hielo de mi refresco, lo llevé hasta su sexo y sin pedirle opinión se lo introduje dentro de su vagina.

― ¡Dios!― escuché que gemía descompuesta antes que el contraste de temperatura la hiciera llegar a un placentero pero silencioso orgasmo.

Seguí jugando con el hielo en su interior hasta que su propia calentura lo derritió y entonces le incrusté otro para así seguir con mi maniobra. Para entonces Alicia estaba disfrutando como una loca y sin importarle que la señora de al lado pudiese verla, llevó sus manos hasta los pechos y comenzó a pellizcarse los pezones. Uno tras otro, su chocho absorbió diez hielos que se disolvieron al tiempo que ella unía un orgasmo con el siguiente, completamente entregada a mí, su cuñado.

Desconozco cuantas veces se corrió sobre la butaca de ese cine, solo puedo deciros que ya estaba terminando el coñazo de película que habíamos ido a ver cuándo acercando mi boca a su oído, le mordí la oreja mientras le susurraba:

― No debiste jugar con fuego. Ahora lo comprendes, ¿verdad putita?

Mis palabras la llevaron por enésima vez al orgasmo y sacando mi mano de entre sus piernas, la dejé convulsionando de placer sobre su asiento. Habiéndome vengado, presté atención a lo que sucedía en la gran pantalla y me olvidé de ella porque sabía que había recibido su merecido.

Al encenderse las luces, mi cuñada estaba colorada y sudorosa pero ante todo avergonzada porque era incapaz de levantarse al tener la falda empapada. Comprendiendo su problema, le cedí mi rebeca para que se tapara y que así mi chaval no se diera cuenta que su tía parecía haberse meado encima. Ella me agradeció el detalle y tras anudársela a la cintura, sonriendo se acercó a mí y me dijo:

― Eres un cabrón. Ten por seguro que me vengaré.

El tono meloso y en absoluto enfadado con el que imprimió a su amenaza, me informó que no estaba cabreada pero también que tendría que estar en alerta para cuando esa guarrilla quisiera devolverme la afrenta con creces.

A la salida, la arpía se había vuelto una corderita y se mantuvo callada todo el viaje  de vuelta. Ya en la casa, se despidió de mí meneando su trasero con descaro y aprovechando que Alejandrito iba adelante, se levantó la falda para que pudiera contemplar en toda su plenitud sus desnudas nalgas. La visión de ese culo elevó la temperatura de mi cuerpo de manera tal que nada más entrar en mi habitación me pegué a mi mujer que dormía plácidamente en su cama.

María al notar mi presencia se acurrucó contra mí, permitiendo que mis manos recorrieran su pecho. Por mi parte, comencé a acariciar sus pezones buscando despertarla. Sabía que mi mujer no se iba a oponer y deseando hacerle el amor, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón me tenía subyugado desde que la conocí pero como en ese momento lo que realmente me apetecía era una sesión de sexo tranquila, pegándome a su espalda, le acaricié el estómago. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, Siendo delgada, lo mejor de María eran sus senos. Grandes pero suaves al tacto, a pesar de sus cuarenta años se mantenían en su sitio y aunque parezca una exageración seguían pareciendo los de una veinteañera.

Al pasar mis dedos por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo que me hizo saber que estaba despierta. Mi esposa  que se había mantenido quieta, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase.

― ¿Estás bruto cariño?― preguntó desperezándose.

Al escuchar su pregunta, no dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Ella, moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sin palabras su aceptación.  Cuando deslicé mi mano hasta su sexo, curiosamente me lo encontré empapado.

― Por lo que veo, tú también― respondí acariciando su clítoris.

No llevaba ni medio minuto cuando mi esposa me sorprendió levantando una de sus piernas e incrustándose mi verga en su interior. Me sentí feliz al comprobar que su sexo recibió al mío con facilidad, de forma que pude disfrutar de como mi glande iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella.  Fue entonces cuando cogí un pezón entre mis dedos y se lo apreté. María al sentirlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó nuestro mutuo placer mientras su vagina recibía golosa mi pene.

― ¿Qué tal la película?― susurró en mi oído mientras  forzaba mi penetración con sus caderas.

Separando su pelo, besé su cuello y respondiendo con un leve mordisco, le dije:

― Hasta los cojones de tu hermana. Estaba deseando volver contigo.

Mis palabras la alegraron y con su respiración entrecortada, comenzó a gemir  mientras el interior de su pubis hervía de excitación. Sus jadeos se  incrementaron a la par que el movimiento con el que respondía a cada uno de mis ataques:

―Fóllame Cabrón― chilló al notar que se corría.

Descojonado por su entrega, le di la vuelta y forzando su boca con mi  lengua, llevé mis manos hasta su culo.

― Eres un poco calentorra, putita mía, ¿lo sabías?

― Sí― me contestó al tiempo que sin esperar mi aceptación  se sentaba a horcajadas sobre mí, empalándose.

María aulló al sentirse llena y notar mi glande chocando con la pared de su vagina justo cuando un ruido me hizo levantar la mirada y descubrir a su hermana espiando desde la puerta entre abierta. Os reconozco que me calentó ver a esa zorrita en plan voyeur e incrementando el morbo que sentía al follarme a mi mujer con ella espiando, solté a María para que lo oyera Alicia:

― No se te ocurra gritar, no vaya a ser que esa loca se despierte y quiera unirse a nosotros.

Mi mujer ajena a estar siendo observada, muerta de risa, contestó:

― Por eso no te preocupes, estoy segura que mi hermana además de medio sorda es frígida.

Sonreí al observar el gesto de cabreo con el que la aludida escuchó la burrada y disfrutando del momento, incrementé la velocidad de mis cuchilladas mientras me afianzaba cogiendo sus tetas con mis manos. El nuevo ritmo hizo que el cuerpo de Maria mostrara los primeros síntomas del orgasmo y por eso seguí machacando su interior sin dejar de mirar de reojo a mi cuñada. Justo en ese momento, me percaté de un detalle que hasta entonces me había pasado desapercibido:

“¡Alicia se estaba masturbando de pie en el pasillo!

Sin llegarme a creer lo que estaba viendo, no dije nada y mirando fijamente a esa espía, cambié de posición para que María no pudiese verla y poniéndola a cuatro patas, le pedí que se agarrara del cabecero. Mi mujer pegó un aullido al hundir mi verga de un solo golpe en su interior pero rápidamente se rehízo y con lujuria, me rogó que no parara de tomarla. Como comprenderéis lo le hice ascos a sus deseos y con mayor énfasis, seguí acuchillando su coño al tiempo que sonreía a su hermanita. Alicia, desde su privilegiado lugar, estaba desbocada y hundiendo sus dedos en su coño, no paraba de torturar el botón que escondían los pliegues de su sexo, siendo consciente de su pecado y sabiendo que yo la estaba retando al dejarla ser testigo de cómo me tiraba a mi mujer.

Fue entonces cuando María comenzó a agitarse gritando de placer presa de un gigantesco orgasmo. Deseando que mi cuñada se muriera de envidia y se diera cuenta que con mi esposa tenía suficiente, aceleré aún más el compás de mis caderas. Producto de ello, mi mujer unió un clímax con el siguiente mientras su cuerpo convulsionaba entre mis piernas. Con mi insistencia la llevé al límite y ya totalmente agotada, me rogó que me corriera diciendo:

― Lléname de tu leche.

Su ruego junto con el cúmulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi interior desde que masturbé a la zorrita de mi cuñada, hicieron que pegando un gemido descargara mis huevos, regando con mi semen su conducto. María al sentir su conducto anegado, se desplomó sobre la cama dando tiempo a Alicia a huir rumbo a su cuarto. Satisfecho, me tumbé junto a ella abrazándola deseando que con esa demostración esa perturbada se diese por enterada, pero con el convencimiento que al día siguiente tendría que seguir lidiando con su caprichoso carácter.

 

 

Relato erótico: “De la cama de mi esposa a la de mi cuñada (2 de 2)” (POR GOLFO)

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 Al día siguiente, la mano de mi esposa acariciando mi pene me despertó. Todavía medio dormido abrí los ojos y observé a María a mis pies, lamiendo mi glande mientras me agarraba la verga entre sus dedos. Me quedó claro que mi mujer no había tenido bastante con la sesión de sexo que habíamos compartido la noche anterior a pesar de los múltiples orgasmos que consiguió antes de caer dormida. En silencio, recordé el acoso al que me tenía sometido su hermana y como esa zorrita nos había estado espiando mientras hacíamos el amor. Ese recuerdo y sus lametazos hicieron que mi extensión se alzara y recibiera sus caricias con una gran erección.
“¡Sigue con ganas!”, satisfecho me dije al verla ponerse en cuclillas y sin hablar, recorrer con su lengua mi extensión.
Su maestría mamando quedó confirmada al notar como se recreaba en mi glande con suaves besos y largos lengüetazos al tiempo que con sus manos acariciaba suavemente mis testículos. La calentura que la embargaba era tal que ni siquiera tuve que tocarla para que mi mujer pusiera como una moto ya que dominada por un impulso extraño a esas horas, se estaba masturbando. Su lujuria la hizo jadear aún antes que consiguiera despertarme por completo y frotando su coño contra mi pierna, movió sus caderas en busca del placer hasta que fui espectador de su orgasmo.
Sorprendido pero encantado a la vez, presioné su cabeza contra mi miembro diciendo:
― Cómetela putita antes que tu hermana se despierte.
Mi permiso y la alusión a Alicia, hizo que María se introdujera mi pene en la boca sin mayor prolegómeno. Para entonces, mi esposa parecía estar poseída por un espíritu lascivo que le exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Con mi verga hasta el fondo de su garganta, le costaba respirar pero era tal su necesidad que no le importó y por eso abriendo sus labios, dio cobijo a mi extensión en el interior de su boca. Justo cuando sus labios rozaron la base de mi falo, sentí como todo su cuerpo volvía a temblar.
Totalmente excitada, me miró directamente a los ojos e incorporándose sobre el colchón, disfruté del modo que se empalaba. Su aullido al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina me terminó de despertar y antes que cambiar de opinión, me aferré a sus tetas y comencé un galope desenfrenado mientras acuchillaba con mi instrumento su interior.
― Me encanta― susurró descompuesta.
Aullando calladamente cada vez que mi verga recorría su conducto, me rogó que no parara. Su entrega se maximizó al experimentar un duro pellizco en ambos pezones.
― ¡Sigue mi amor! ¡Dame duro antes que se despierten!
Al oírla comprendí la razón de sus prisas, quería disfrutar lo más posible antes que la presencia de mi hijo y de mi cuñada lo hicieran imposible. Por eso y sin mediar palabra, la di la vuelta y poniéndola de rodillas sobre el colchón, la volví a penetrar de un solo empujón. La nueva postura le hizo gritar por lo que momentáneamente me quedé parado. Viendo mi interrupción y deseando más, mordió su almohada mientras movía sus caderas, informándome así que estaba dispuesta.
Contagiado ya de su calentura, la cogí de la melena y usando su pelo como riendas, galopé sobre ella a un ritmo infernal. Su coño totalmente encharcado facilitó mi salvaje monta y dando un sonoro azote sobre su culo, le exigí que se moviera. Mi ruda caricia la volvió loca y convirtiendo su sexo en una batidora, zarandeó mi pene con sus orgasmos como música de fondo.
―¡ Dios! ¡Cómo me gusta!― chilló sin dejar de menear su trasero.
Desgraciadamente en ese momento, escuchamos que Alejandrito se había despertado y no queriendo que nos descubriera follando, se separó de mí dejándome con el pito tieso e insatisfecho.
« ¡Mierda con el niño!», protesté al quedarme con las ganas de correrme y cabreado, me comencé a vestir mientras veía a mi esposa salir atándose la bata a poner el desayuno a nuestro hijo.
Al salir de la habitación me topé de frente con mi cuñada, la cual sonriendo se acercó a mí y aprovechando que María estaba en la cocina, murmuró en mi oído:
―Toda tu leche es para mí. He tenido que despertar al niño para evitar que siguieras tirándote a mi hermana.
Os juro que si no hubiese estado mi familia en ese piso, en ese momento hubiera cogido a esa guarra y la hubiese abofeteado para castigarla por esa jugarreta pero, en vez de ello, me tuve que tragar mi resentimiento y poniendo buena cara, ir a desayunar mientras escuchaba en mi espalda la carcajada de Alicia.
« Tengo que darle una lección o no me dejará en paz», mascullé más decidido que nunca a vengar esa afrenta.
Declaro la guerra a mi cuñadita.


Mientras me tomaba el café, resolví que tenía que pasar al contraataque cuando Alicia se sentó frente a mí y se puso a comer una tostada simulando que estaba mamando una verga. Su cara de puta y el modo en que me exhibía los pechos cada vez que María se daba la vuelta fueron la gota que derramó mi paciencia.
Hecho una furia dejé a las dos hermanas charlando animadamente y me fui a mi cuarto. Al pasar por la habitación que ocupaban mi hijo y mi cuñada decidí entrar a ver si hallaba una forma de vengarme. Al rebuscar entre sus cosas encontré un enorme consolador. Nada más verlo, se iluminó mi cara y retrocediendo mis pasos, volví a la cocina donde disimuladamente robé un bote lleno de chile cayena sin que ninguna de las dos se diera cuenta Ya de vuelta a su habitación, embadurné ese falo artificial con el picante sabiendo que si se le ocurría usarlo sin lavarlo previamente, Alicia vería las estrellas. Muerto de risa al anticipar su castigo, guardé el aparato dejando las cosas como estaban y esperé acontecimientos mientras me ponía a leer un libro en el salón.
Ajena a ese sabotaje, mi cuñada terminó de desayunar y se encerró en su cuarto. Os juro que al hacerlo nunca pensé que veía culminada mi venganza tan pronto. Sorprendiéndome por lo temprano que recibió su merecido, escuché un grito justo antes de ver saliendo a Alicia medio empelotas en dirección a baño. Sus chillidos de dolor alertaron a su hermana que preocupada comenzó a golpear la puerta mientras le preguntaba si le pasaba algo. Desde dentro, respondió que le había dado un tirón, sin ser capaz de reconocer que había sido objeto de una broma porque de hacerlo le tendía que reconocer que se había estado masturbando. Disfrutando cada uno de esos berridos, no me atreví a levantar mi cara de la novela para que mi esposa no se percatara que tenía algo que ver y por eso cómodamente sentado en ese sofá, me divirtió escuchar durante casi media hora correr el agua de la ducha, sabiendo que en esos instantes esa putilla estaría tratando de apaciguar el incendio provocado en su coño.
« ¡Qué se joda!», pensé y no deseando estar en ese apartamento cuando saliera, cogí a mi hijo y me fui con él a la playa mientras mi esposa esperaba a ver que le pasaba a su hermanita.

Como el edificio estaba en primera línea, en menos de cinco minutos ya había instalado mi sombrilla y extendiendo las toallas junto a ella, nos fuimos a nadar mientras me reconcomían los remordimientos al comprender que me había pasado. No en vano, sabía que en esos momentos Alicia estaría hecha una furia al saber que si tenía el chocho descarnado se debía a que yo había puesto algo en su consolador.
Bastante intrigado y preocupado por su reacción, desde la orilla continuamente me daba la vuelta para ver su llegada. A la hora de estar con mi chaval, observé que María y Alicia acababan de llegar a la playa. Curiosamente desde mi puesto de observación, las vi bromeando y cansado de estar solo, decidí aventurarme de vuelta.
Tanteando el terreno, pregunté a mi cuñada como seguía y entonces esa hipócrita luciendo la mejor de sus sonrisas, comentó que acalorada. Mi esposa que desconocía lo ocurrido no comprendió la indirecta y mirando en su teléfono la temperatura, comentó que no fuera exagerada que solo hacían veintiocho grados. Por mi parte, yo sí la cogí al vuelo pero no dije nada y haciéndome el despistado, me tumbé a tomar el sol mientras las dos mujeres se iban a dar un chapuzón.
Ni siquiera me había dado tiempo de cerrar los ojos cuando escuché que Alicia volvía de muy mala lecha. Al preguntarle que ocurría, indignada me contestó:
― Lo sabes muy bien, ¡maldito! En cuanto he entrado al agua, la sal me ha empezado a picar y he tenido que irme corriendo hasta las duchas― tras lo cual recogió sus cosas y casi gritando me informó que eso no se iba a quedar así, mientras volvía al apartamento.
Viéndola marchar, no pude contener una carcajada al percatarme que, con su chumino irritado, tenía que andar con las piernas abiertas. Mi cuñada al escuchar mi risa, se dio la vuelta y llegando ante mí, me soltó:
― Te odio pero no por lo que crees― y separando con sus dedos un poco su braguita, me enseño su sexo mientras me decía: ―Mira, lo tengo tan inflamado que cada vez que rozan lo pliegues contra mi clítoris, creo que me voy a correr. Tú ríete pero lo único que has conseguido es ponerme más cachonda.
Desde la toalla, me quedé callado sin ser capaz de retirar la vista de esos labios gruesos y colorados que me estaba mostrando. No comprendo aún como me atreví a soltar en ese momento:
― No me importaría darles un par de lametazos.
Alicia al escuchar mi burrada, se indignó pero justo cuando iba a responderme con otra fresca, se lo pensó y cambiando su tono altanero por uno totalmente sumiso, contestó:
― Nada me gustaría más que te comportaras como mi dueño. Si al final decides hacerlo, ¡te espero en el piso!
Su propuesta me calentó de sobremanera pero temiendo las consecuencias, me excusé recordándole que era su cuñado. Mis palabras le hicieron gracia y pegándose a mí me respondió que eso no me había importado en el cine mientras disimuladamente acariciaba mi verga por encima del pantalón.
― Nos pueden ver― protesté más excitado de lo que me hubiese gustado estar.
Entonces con una alegría desbordante, me recordó su oferta y despidiéndose de mí abandonó la playa, dejando mi pene mirando al infinito y a mí valorando por primera vez su proposición, debido a cambio que intuí en ella cuando se refirió a como su dueño.
« ¿Será sumisa?», me pregunté dejando mi imaginación volar.
Unos diez minutos más tarde, Alicia y Alejandrito volvieron del agua. Mi esposa al no ver a mi cuñada, me preguntó si había discutido con ella. Disimulando, le contesté que no y que su hermana había regresado por que no se sentía bien. Más tranquila, fue cuando me pidió si podía ir a ver como estaba, diciendo:
― No te importaría ir con ella por si necesita algo mientras le doy de comer al niño.
― Me dijo que se iba a acostar― mentí no queriendo cumplir su deseo porque eso significaría quedarme a solas con ella.
Mi respuesta no le satisfizo y fue tanta su insistencia que no me quedó más remedio que obedecer no fuera a ser que se oliera lo que realmente ocurría. De vuelta al apartamento, estaba intrigado pero también interesado por saber si realmente mi cuñadita andaba en busca de alguien que la dominara y que al verme me obligara de alguna forma a cumplir su capricho. Por eso al entrar lo hice en silencio. Al ver que no estaba en el salón, estaba a punto de marcharme cuando la vi salir de mi cuarto portando entre sus manos los calzoncillos que había usado el día anterior.
Su expresión de vergüenza al verse descubierta oliendo mis gayumbos me hizo reír y recreándome en su bochorno, decidí comprobar ese extremo. Sin tenerlas todas conmigo, me acerqué a ella diciendo:
― Eres más puta de lo que creía― para acto seguido coger uno de sus pezones entre mis dedos.
Alicia no pudo reprimir un gemido al notar el suave pellizco con el que regalé a su areola. El rostro de mi cuñadita se iluminó de felicidad por ese rudo tratamiento y antes de que me diera cuenta, se arrodilló a mis pies mientras bajaba mi traje de baño.
― ¡Quiero mi ración de leche!― tras lo cual acercando su cara, frotó mi sexo contra ella mientras me decía que iba a dejarme seco.
Viendo que no me oponía, la hermana de mi mujer abrió sus labios y mientras acariciaba mi extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Como comprenderéis, mi erección fue inmediata y ella, una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, se puso a lamer con desesperación mi glande, hasta que viendo que ya estaba listo, me sonrió diciendo:
― ¿Si te la mamo, luego me vas a follar?
Comprendí que iba a ser objeto de una mamada que le iba a dar igual lo que dijera y por eso, separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Mi cuñadita ya se había incrustado mi verga hasta el fondo de su garganta cuando mi móvil empezó a sonar dentro de mi bolsillo.
Al sacarlo, vi que era mi mujer y antes de contestar, le dije:
― Es tu hermana.
Alicia no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo. Estaba contestando justo cuando esa zorrita, decidió recoger en su boca mis testículos. Confieso que me dio morbo experimentar la calidez de su boca mientras hablaba con su hermana por teléfono.
« ¡Será Puta!», me dije mientras le explicaba a María que Alicia ya se sentía mejor pero que me había pedido que le preparara un té.
Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, me rogó que esperara a que se lo tomara no fuera a sentarle mal.
― No te preocupes, esperaré a que se lo haya bebido― respondí mientras la morena intentaba absorber la mayor superficie posible de mi miembro en su interior.
Antes de colgar, me dio las gracias por ocuparme de Alicia. Entre tanto su hermana se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé alucinado por la destreza con la que estaba ordeñando mi pene.
― Eres una puta mamona― susurré mientras le acariciaba el pelo, satisfecho.
― Lo sé― respondió reanudando esa felación con mayor intensidad aún.
Usando su boca, su lengua y su garganta, mi cuñada buscó mi placer con un ansia que me dejó perplejo. Alternando lametazos con profundas succiones, elevó mi temperatura hasta que viendo que no podría contener más mi eyaculación le avisé que me corría. Entonces y solo entonces, se la sacó y mientras permanecía con la boca abierta, chilló diciendo:
― Llena mi cara con tu semen.
La lascivia de su deseo terminó de derrumbar mis defensas y explotando de placer, embadurné su rostro con mi lefa mientras ella lo intentaba recoger con su lengua. Ya con todas sus mejillas llenas de mi leche, se volvió a embutir mi miembro buscando ordeñar hasta la última gota. El morbo de su acción me impelió a agarrar su cabeza y olvidando cualquier rastro de cordura, follarle la garganta una y otra vez hasta que mis huevos quedaron secos.
Satisfecho, saqué mi verga de su interior y fue entonces cuando sentándose en el suelo, Alicia volvió a sorprenderme al coger los restos de mi placer y separando sus piernas, empezar a untarse sus adoloridos labios mientras me decía:
― Ya que fuiste el causante de mi escozor, será tu leche la que me calme.
Tras lo cual se empezó a masturbar, teniéndome a mí como mero espectador. Su cara de lujuria me estaba volviendo a excitar cuando recordé que debía volver junto a mi esposa para que no se mosqueara. Por eso, acercándome a esa putilla, la obligué a levantarse y forzando sus labios con mi lengua, la besé al tiempo que dando un repaso con mis manos sobre su trasero, le decía:
― Me tengo que ir pero este culo será mío.
Alicia comportándose como una niña enamorada, se pegó a mí y contestó:
― Ya es tuyo, solo tienes que tomar posesión de él.
La sinceridad con la que proclamó que era mía, me asustó y saliendo del piso, retorné junto a mi familia sabiendo que tarde o temprano, reclamaría mi propiedad…
Un hecho fortuito acelera todo. 


Ya estaba entrando a la playa cuando mi móvil empezó a sonar. Era María, quien bastante nerviosa me informó que estaba en el puesto de la cruz roja. Al preguntarle qué hacía allí, me respondió que un pez escorpión le había clavado su aguijón a Alejandrito y que le estaban curando. Como comprenderéis directamente me fui a ver a mi chaval porque aunque esa picadura no era grave, la había sufrido en mi propia carne y sabía que era muy dolorosa.
Tal y como me imaginaba, mi crio estaba llorando desconsoladamente cuando hice mi aparición en la tienda de campaña donde estaba instalado el puesto de socorro.
― Tranquilo cariño, sé que duele― le dije viendo que su madre no podía calmarle.
El muchacho no dejó de berrear mientras el enfermero de guardia limpiaba su herida, de forma que al terminar y todavía con lágrimas en los ojos tuve que llevarlo en mis brazos hasta la casa. Una vez allí, le tumbamos con el píe en alto en el salón para que al menos pudiese ver la tele mientras los tres adultos nos alternábamos para que nunca estuviera solo.
Curiosamente, su tía fue sumamente cariñosa con él y sin que ni su hermana ni yo se lo tuviésemos que pedir, se desvivió en satisfacer hasta el último de sus caprichos. Le dio igual el tenerse que levantar un montón de veces bien por agua, bien por un dulce. Olvidándose de su carácter voluble, Alicia se comportó como si ella fuese su madre. Su transformación fue tan total que no le pasó desapercibida a María que llevándome a un rincón, me comentó en voz baja:
― ¿Qué le pasa a esta? ¡Parece hasta buena persona!
Muerto de risa, contesté:
― Le debe haber cabreado que le picara a él en vez de a mí.
Mi esposa sonrió al oírme pero rápidamente me amonestó por meterme con su hermana diciendo:
― Alicia te quiere mucho, lo que pasa es que no sabe demostrarlo.
Sus palabras me hicieron temer que estuviera con la mosca detrás de la oreja y que empezara a sospechar que entre mi cuñada y yo existiera un lío. No queriendo que discurriera la conversación por esos términos, insistí medio en guasa:
― Claro que me quiere. ¡Me quiere bien lejos!
Temiendo que en parte tuviera razón y Alicia me odiara, María dio por cancelada la discusión al decirme:
― No seas malo, ¡es mi hermana!
Durante el resto de la tarde no hubo nada que destacar de no ser lo meloso y necesitado de cariño que se comportó Alejandrito. El problema fue tras la cena cuando el niño insistió en dormir con su madre. Al principio mi mujer se negó recordando que no estábamos en casa y que solo había dos camas pero cuando la hermana pequeña de mi mujer intervino diciendo:
― De eso nada, tu niño te necesita. No me pasará nada por compartir mi cama con tu marido.
Os juro que me sorprendió su ofrecimiento pero temiendo la reacción de María, rápidamente dije:
― No te preocupes, puedo dormir en el sofá.
Increíblemente, mi esposa dio la razón a mi cuñada recordándome que ese sillón estaba roto. La puntilla la dio Alicia al soltar medio en broma:
― ¿Temes acaso que intente violarte?
La carcajada de María terminó con mis reticencias y a regañadientes acepté dormir en la habitación de su hermana, aunque en mi interior lo deseaba. El problema era que sabía a ciencia cierta que me la iba a follar y temía que alertada por el ruido, María nos descubriera…
Por fin hago mía a esa putilla.
Nervioso pero simulando una tranquilidad que no tenía, tras la cena me puse a ver la tele abrazado a mi esposa mientras mi cuñada se sentaba en el suelo. Durante las dos horas que tardó la película, por mi mente pasaron multitud de imágenes anticipando lo que iba a suceder en cuanto me fuera a la cama en compañía de Alicia. Algunas eran agradables como cuando la imaginaba con mi verga incrustada en su culo pero también os tengo que reconocer que tuve otras francamente preocupantes, en las que mi mujer nos pillaba jodiendo y nos montaba una bronca sin par.
Mis temores se fueron incrementando con el transcurso del tiempo al advertir que Alicia se removía continuamente en su asiento, muestra clara que a ella también le estaba afectando la espera. Su histerismo era tan patente que no me extrañó que faltando cinco minutos se levantara y saliera rumbo a la cocina. Lo que no me esperaba fue que volviera con una bandeja con un vaso de leche y unas galletas, los cuales ofreció a su hermana.
Mi mujer que siempre acostumbraba beber una taza antes de acostarse, le dio las gracias y sin dejar de mirar la tele, dio buena cuenta de lo que había traído. La sonrisa que descubrí en mi cuñada mientras su hermana bebía, me alertó que algo le había puesto en su bebida.
« ¡Le ha dado un somnífero!», supuse recordando su carácter manipulador.
La confirmación de ello vino a modo de bostezo cuando sin que hubiese acabado la película, María se despidió de mí aduciendo que estaba cansada. Lo curioso es que junto con ella también se marchó mi cuñada dejándome solo en la tele.
Confieso que desde ese momento me empecé a poner cachondo porque sabía que en pocos minutos iba a compartir sábanas con Alicia. Solo imaginar sus tetas dentro de mi boca hizo que mi verga se despertara bajo mi pantalón y meditara el irme a por ella. Pero la cautela hizo que esperara un rato antes de levantarme e ir a su habitación.
Al apagar la tele, primero fui al cuarto de mi esposa para darle un beso culpable de buenas noches pero María no me respondió porque estaba dormida. Ya tranquilo al saber que estaba noqueada, fui a encontrarme con mi cuñada. Nada más abrir su puerta y gracias a que tenía la luz encendida, supe que seguía en el baño por lo que tranquilamente me puse el pijama y esperé a que llegara.
Alicia todavía tardó unos cinco minutos en aparecer y cuando lo hizo me dejó totalmente desilusionado porque venía vestida con un camisón de franela que parecía una coraza. Su vestimenta me hizo creer que no iba a ser tan fácil el tirármela y más cuando se metió entre las sábanas sin siquiera dirigirme la palabra.
« ¿Esta tía de qué va?», me pregunté al ver su actitud distante y conociendo su carácter voluble, decidí apagar la luz y ponerme a dormir. 

Llevábamos un cuarto de hora acostados cuando esa zorrita decidió dar el primer paso y acercando su cuerpo al mío, comenzó a restregar su culo contra mi sexo. Cómo os imaginareis dejé que siguiera rozándose contra mí durante un rato antes de responder a sus arrumacos. Viendo que ya estaba excitada, posé mi mano en una de sus piernas y comencé a subir por ella rumbo a su culo. Mi cuñada al sentir mis dedos bajo su horroroso camisón, gimió calladamente mientras incrementaba el movimiento de sus caderas.
― ¿Estás bruta?― susurré en su oído justo al descubrir que no llevaba bragas.
Alicia no contestó pero con sus duras nalgas a mi entera disposición, eso no me importó y seguí recorriendo con mis yemas sus dos cachetes mientras ella seguía suspirando cada vez más.
«¡Menudo culo tiene la condenada! », me dije al acariciar esa maravilla.
Para entonces, tengo que confesar que estaba verraco y con mi pene tieso, por eso olvidando toda prudencia lo saqué de mi pijama y lo alojé entre sus piernas sin meterlo mientras llevaba mis manos hasta sus pechos. Mi cuñada al sentir el roce de mi glande entre los pliegues de su coño protestó intentando que se lo incrustara.
― ¡Quieta!― le exigí― ¡Te follaré cuando yo decida!
Mi tono paró de golpe sus maniobras pero no consiguió acallar los sonidos que salieron de su garganta al experimentar el pellizco que solté en uno de sus pezones, como tampoco evitó que su sexo se inundara. La humedad de su vulva abrazó mi verga, facilitando el roce con el que estaba estimulando su lujuria.
― ¡Tómame ya! ¡Lo necesito!― aulló sin percatarse que aunque mi esposa estaba sedada, mi hijo podía despertarse con su gemido.
Su imprudencia me encabronó y levantándome de la cama, busqué el cajón de su ropa interior. Una vez lo había localizado, cogí una de sus bragas y volviendo a la cama, se la metí en la boca diciendo:
― Así no podrás gritar mientras te follo.
Su cara de sorpresa se incrementó cuando al volver al colchón, la puse a cuatro patas y sin darle opción a quejarse, le clavé mi extensión en su interior de un solo golpe.
―…ummmm..― rugió calladamente satisfecha de haber cumplido su capricho y posando la cabeza contra la almohada, levantó su trasero facilitando mis maniobras.
La entrega de mi cuñada me permitió ir lentamente acelerando el vaivén con el que con mi polla la iba acuchillando hasta que el lento cabalgar de un inicio se transformó en un alocado galope. Usando a Alicia como montura, cabalgué sobre ella una y otra vez mientras ella se retorcía de placer entre mis piernas al sentirse llena. Entonces y solo entonces, empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta y comportándose como una yegua, relinchó calladamente al notar que usaba sus dos ubres como agarre. El tenerla amordazada con sus bragas, evitó escuchara sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina pero increíblemente al no poder chillar, mi cuñada se lanzó como posesa en busca de su placer.
― ¡Te gusta!― le grité al escuchar el chapoteo que producían mi verga cada vez que entraba y salía de su encharcado coño.
Ya lanzado, agarré su melena a modo de riendas y azotando sin hacer ruido su trasero, le ordené que se moviera. Esos azotes impensables dos días antes, la excitaron aún más y por gestos, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, decidí putearla y sacando mi polla de su interior, me tumbé sobre la cama diciendo:
― Quiero que te empales como la puta que eres.
Con su respiración entrecortada obedeciendo, se puso a horcajadas sobre mí y se empaló con mi miembro, reiniciando nuestro salvaje cabalgar. Sus pechos botando arriba y abajo siguiendo el compás con el que se ensartaba hizo nacer mi lado ruin y pegando otro pellizco en una de sus areolas, le ordené:
― Muéstrame lo zorra que eres. ¡Bésate los pezones!
Mi sumisa cuñada nuevamente me obedeció y cogiendo sus tetas las estiró hasta llevar los pezones hasta su boca. Una vez allí, se sacó las bragas que le había colocado y sonriendo comenzó a lamerlos mientras seguía saltando como loca sobre mi pene. La lujuria que descubrí en su cara fue el detonante para que creciendo desde el fondo de mi ser, un brutal orgasmo se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su sexo.
Alicia, al sentir que mi semen encharcaba su ya de por sí húmedo conducto, incrementó sus embestidas. Todavía seguía ordeñando mi verga cuando esa guarra empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se dejó caer sobre mí y acercando su boca a mi oído, me susurró:
― Gracias, mi amor. Llevaba años deseando ser tuya.
Su confesión me dejó paralizado porque siempre había supuesto que me detestaba y jamás supuse que era una forma de evitar el demostrar su atracción por mí. No creyendo sus palabras, le exigí que se explicase:
― Siempre había envidiado a María por ser tu mujer pero lo sufría en silencio. No fue hasta hace un mes que le confesé a mi hermana que estaba enamorada de ti.
Saber que mi esposa lo sabía y aun así permitió que me acostara con ella, me hizo comprender que entres esas dos me habían manipulado. Mosqueado, le solté:
― ¡Entonces no la has drogado!
Soltando una carcajada, me respondió:
― ¡Por supuesto que no! – y levantándose de la cama, sonrió al decirme: ― Voy a buscarla. ¡Está esperando que le avise que ya puede entrar!

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 1 (POR CARLOS LOPEZ)

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Hola, mi nombre es Victoria y por fin me he decidido a contar lo que me pasó en las fallas de este año. A decir verdad, Victoria es un nombre falso, pero no puedo permitirme que nadie me identifique con lo que voy a contar. Fue algo muy fuerte que aún viene con frecuencia a mi mente, y que no puede evitar. Hasta ahora no lo ha sabido nadie porque no se lo he contado ni a mi mejor amiga. Ni yo misma me explico cómo me pude ver atrapada en una situación que voy a relatar en este momento. A veces dicen que contar las cosas ayuda psicológicamente…

Antes de nada, voy a hablar un poco de mí. Soy abogada de una empresa mercantil, tengo 33 años, morena, pelo largo y ojos oscuros y grandes, ni alta ni baja, más bien delgada, pero con bastantes curvas. En concreto mi pecho es bastante grande lo cual me ha tenido siempre algo acomplejada, si bien mi pareja siempre me dice que “está loco por mis tetas” y reconozco que eso me halaga. Me gusta llevar ropa de marca y vestir bien, ya que por mi profesión estoy obligada a hacerlo. Por ello, aprovecho las salidas de fines de semana para ponerme vaqueros ajustados o vestidos más atrevidos. Soy bastante coqueta en ese sentido a pesar de que mi chico es mucho más soso y no quiere que me ponga muy provocativa. Si por él fuera iría siempre como una monja.
Bueno, volvamos a la historia que me sucedió hace unos meses en las fallas de Valencia. La pasada navidad, Marta, una de mis mejores amigas de siempre anunció su futura boda para finales del mes de abril. Después de muchos años saliendo con su chico (desde los 17), al fin había conseguido que aceptase pasar por vicaría. Así que todas sus amigas habíamos pensado que el fin de semana del 19 de marzo, en las fallas, era el mejor momento para hacer una despedida de soltera divertida.
Nos juntamos en un café un par de tardes para prepararlo en unas reuniones tipo “Sexo en Nueva York”, pese a que ninguna de nosotras se destaca por ser especialmente atrevida, representábamos ese papel y decíamos que preparar a Marta “algo especial”. Al final, después de que alguna amiga se echase atrás a última hora, nos decidimos a viajar 8 chicas. Conseguimos alquilar una casa rural súper bonita a unos 30 km de Valencia y, llegado el día, montamos a Marta en uno de los coches sin decirle a donde nos dirigíamos. Durante todo el viaje fuimos bromeando con ella sobre lo que iríamos a hacer… “Que se fuera preparando…” “que si habíamos quedado ya con un chico para ella…”, “que si en realidad eran dos chicos…” y muchas cosas de ese tipo.
Pensamos que, esa misma noche, nos acercaríamos a la ciudad a las fiestas accediendo al centro en el metro o en el tren. Así pasamos la tarde en nuestra casita rural, tomando copas y bromeando acerca de la noche que le esperaba a Marta, en la que la amenazábamos con que tenía que “probar al menos otro varón” pues en su vida sólo había estado con su chico. En realidad todas sabíamos que eran más bien fantasías que realidades, pues todas nosotras somos chicas bien, de colegio religioso y barrio bueno.
Afortunadamente, y precisamente porque ninguna nos veíamos haciendo el ridículo como en tantas despedidas de soltera se ve, llegamos al acuerdo de no usar disfraces horteras. Pero eso sí, decidimos salir todas en plan atrevido, con vestiditos cortos, escotes, medias, ropa interior sexy, etc. Mi prudencia habitual me hizo no beber exageradamente antes de salir de casa, como casi todas mis amigas hicieron, pero un par de copas sí llevaba en el cuerpo cuando salimos. También mi prudencia habitual me hizo salir sólo con el DNI y dinero, pues tenía miedo de perder el bolso o mi móvil iphone 4 regalo de mi chico, que acababa de estrenar el mes anterior. Total, íbamos a estar juntas toda la noche.
Llegamos a Valencia alrededor de las 11 de la noche, dispuestas a arrasar la ciudad. Al final, habíamos tomado el tren de cercanías que nos dejó en la estación del norte, y entre la gente nos fuimos acercando al centro. Imaginaos un grupo de 8 chicas sexys y vestidas para “matar”, encima un poco alegres. Llamábamos la atención e íbamos bromeando con unos y con otros.
Primero estuvimos viendo los ninots en distintas plazas y tomando cañas por distintos bares. La nit del foc sería al día siguiente y entonces los quemarían. Nunca había estado en las fallas. La ciudad estaba hasta los topes de gente, tanto por las calles y plazas, como por los bares. Continuamente sonaba el estallido de petardos, lo cual era un poco desagradable. Después de deambular de bar en bar y comer algún bocadillo de los puestos de la calle para acompañar la bebida, nos recomendaron una de las discotecas de moda de la ciudad, creo que se llamaba “La Indiana”. Aproximadamente a la una, cuando ya empezaba a hacer frío en la calle nos dirigimos a ella. Nada más llegar, mis amigas entraron en bloque porque querían ir todas al aseo. Pero yo me quedé con Marta un rato más en la calle ya que, al haberla hecho beber tanto estaba un poco perjudicada y era una buena idea estar afuera con ella tomando el aire. A mí también me venía bien que tampoco estoy acostumbrada a beber.
Marta y yo pasamos un rato hablando de mil cosas. De los preparativos de la boda, de nuestros respectivos novios, de nuestras aventuras de jovencitas, etc. Hasta que al cabo de unos 20 minutos me comentó que se sentía mejor y que ya podíamos pasar adentro y eso hicimos. El sitio era precioso y muy bien decorado, quizá algo oscuro. La música un poco tipo máquina, pero combinada con versiones de temas españoles del momento. El local tenía al menos 3 barras ubicadas en distintos lugares y encontramos al resto del grupo al final de una de ellas, bailando algunas y otras hablando y bebiendo. Poco a poco iba entrando más gente a la discoteca. Después de bailar unos minutos les comenté que si venía alguna al aseo, pero estaban ocupadas bromeando con un grupo de chicos, así que les dije a dos de ellas, Natalia y Ana, que me iba al aseo y que me esperasen donde estaban, a lo que asintieron.
La cola en los baños era horrible, pero no me quedó otra que esperar pues no había otros. Cuando llegué a entrar en uno de los cubículos no puede evitar oír como en el de al lado se había metido un chico y una chica y debían estar “ocupados” haciendo el amor, lo cual me indignó bastante por la cola que había. A mí nunca en mi vida se me había ocurrido hacer el amor en unos aseos sucios de discoteca, pero he de admitir que los gemidos que provenían del aseo contiguo eran realmente sugerentes. En fin, terminé de hacer pis y cuando salí me dirigí al lugar donde estaban mis amigas y donde me tenían que esperar. Entre la cola del WC y la aglomeración de gente que había en la discoteca, se puede decir que había tardado casi media hora desde que me fui.
Estaba contenta pues la noche estaba siendo genial. Hacía años que no salíamos de marcha todas las amigas en una noche tan divertida y estaba muy contenta. Incluso, el ambiente de la ciudad y de la discoteca abarrotada que normalmente me suele disgustar, hoy me parecía muy agradable. Tanto que no me pareció tan irritante volver del aseo a nuestro sitio rozando cuerpos. Después de lo que había escuchado hacer en el aseo, hasta tuve alguna idea morbosa al hacerlo, y yo misma iba sonriendo de mi travesura. Seguro que también tenía que ver el efecto de las copas que llevaba bebidas. Según llegaba al lugar dónde me esperaban mis amigas no conseguía verlas me empezó a venir a la cabeza la idea de que no estuviesen. No me puse muy nerviosa porque no me imaginaba que pudiesen no estar.
Pero bueno! ¿Dónde se han metido? Al final de la barra, en el lugar de mis amigas había un grupo de chicos de unos veinte años, y vestidos un poco macarras. Con cortes de pelo extraños, tatuajes y algunos piercings y pendientes. Uno de ellos tenía una barba en forma de perilla formando una línea recortada. Me puse a su lado intentando localizar con la mirada alrededor a mis amigas. Les noté que hablaban entre ellos y se reían. Había uno más alto, delgado pero con una camiseta ajustada que hacía el gesto de coger del brazo a otro más bajito para que viniese a mí. No vino y yo, por supuesto, no hice ningún caso.
Me quedé esperando y mirando alrededor. Pensé “éstas han ido ahora al baño y nos hemos cruzado”. Joder, con la cola que hay. No sabía muy bien si intentar buscarlas o esperarlas aquí, que era donde habíamos quedado. Ahora pensaba que tenía que haber traído el teléfono móvil. Joder, me daba cuenta lo dependiente que somos del teléfono en estos casos, no sabía de memoria ninguno de sus números teléfonos móviles. Pero estaba claro que habíamos quedado que me esperarían en la barra. Veía que los chicos de mi lado hablaban entre ellos y reían, pero me miraban de reojo o directamente continuamente. Justo eso me hacía cierta gracia, que unos chicos tan jovencitos me quisiesen ligar con una chica mucho más mayor que ellos y claramente de otra forma de ser. Incluso pensaba pedirles prestado su móvil para hacer una llamada a algún sitio, pero no se me ocurría como resolver el problema.
De todas formas los comentarios que hacían los chicos de mi lado entre ellos (quizá para que yo los oyese) empezaban a sonarme fuertes “qué buena está…” “qué tetas tiene, las cogería y…”. Parecía que alguno de ellos ya se iba a acercar hacia mí para decirme algo al verme allí solita y envalentonado por los comentarios de sus amigos. Yo ya me estaba poniendo nerviosa, más por lo disgustada que estaba por lo de mis amigas, que por los comentarios de los chicos. Por supuesto no se me pasaba por la cabeza entrar en ningún tipo de juego. Mientras me ponía de puntillas y seguía buscando con la vista a mis amigas.
Uno de los chicos, el más bajito que tenía cuerpo de gimnasio, había empezado a hablarme con su lenguaje macarra “¿qué haces aquí tan sola?” también decía “guapa, pero qué guapa estás”… pero yo le ignoraba. El seguía “¿A quién buscas guapa? ¿no te valgo yo?” e insistía ante mi indiferencia “Ven, que te invito a una copa…”. Lo curioso es que no tenía cara de mal chico y hasta dudaba de si hablar un poco con él mientras volvían. Pero el disgusto que tenía con mis amigas me había bajado un poco el estado de euforia y dije “no, gracias”. Entonces decidí salir a recorrer las zonas próximas del lugar de la barra donde nos habíamos quedado, o acercarme a los aseos. Al hacerlo no podía evitar pasar pegada a los chicos y rozarles con mi cuerpo. Ellos distraídamente reducían en hueco por el que yo tenía que pasar y mi cuerpo les rozaba. Joder, eso me producía coraje. Uno dijo “pero no te vayas…”, y no pude evitar sonreír, lo que tomaron como un juego.
Tardé unos diez minutos en volver. No veía a mis amigas por ningún sitio y no me quedaba otra opción que esperarlas ahí. Encima ahora el sitio estaba completamente abarrotado de gente. Casi empujándome con la gente llegué a mi lugar en la barra y me puse de espaldas a los chicos de antes. Sólo quedaban dos, el más alto y el más bajito que antes me había hablado. Por supuesto yo les ignoraba, y me dispuse a pedir una cocacola. El más alto estaba de espaldas a mí y ocasionalmente su cuerpo me rozaba. La chica de la barra, una adolescente rubia con escote generoso y un piercing en el labio no me hacía caso.
Sin mirar sentí que el más alto le decía a su amigo algo parecido a “nano, vas a ver cómo se hace”, y se volteó hacia mí y puso su mano en mi cintura. Dijo en plan chico duro de película”¿qué quieres guapa? Yo te invito… ” y llamó por su nombre a la chica de la barra que le atendió al momento mirándole como si fuera un dios. Mientras yo le apartaba su mano tratando de no ser muy borde, ya que estaba convencida de que iba tener que esperar en ese punto de la discoteca a mis amigas un rato grande y no quería malos rollos. Él me seguía hablando al oído cosas del tipo qué buena estoy, que si le encantan las morenas como yo…
Jo, prometo que siempre he odiado estas situaciones con chicos hablándote en una discoteca, claro, cuando me pasaban. Pero en ese momento no sé porque… pese a que mi mente no quería, no podía evitar sentirme algo estimulada con la situación. El chico era muy guapo y volvía a poner su mano en mi espalda ignorando mis intentos por librarme de él, seguía insistiendo. Nuestros cuerpos estaban juntos brazo con brazo mirando a la barra, pero esto también era por la aglomeración… distraídamente deslizaba su mano hacia mi cadera mientras me decía más cosas al oído… y yo le apartaba su mano, nerviosa, esperando que la camarera me trajese mi cocacola de una vez.
Entonces él cambiaba unas palabras con su amigo, se hacía el gallito, miraba hacia otro lado o pedía otra copa, pero al cabo de dos minutos ya estaba otra vez diciéndome cosas en mi oído. Cosas incluso soeces “Qué polvazo tienes, si quieres te lo doy yo” y sonreía contento de su propio atrevimiento. Y otra vez ponía su mano en mi cintura. Yo tenía una mezcla entre sensación de enfado y de picardía. En realidad me divertía que fuera un chico de no más de 20 años y yo tengo 33. Pero ya, cuando deslizó el tacto de su mano hacia mis costillas y posó sus labios fríos por el hielo de su copa en mi cuello, mi cuerpo me traicionó completamente con un escalofrío y mis pezones se marcaron claramente sobre la tela del vestido. Joder, me había puesto un sujetador atrevido y sin relleno y ahora me arrepentía. Le quitaba su mano, apartaba mi cuello, trataba de poner cara de enfado, pero él se reía y seguía hablándome de las chicas como yo, de lo cachondas que son, de que estaba seguro de que estaba excitada, de que él lo sabía, lo notaba en mi cuerpo… joder, y yo que encima me había vestido provocativa para esa noche. Llevaba un vestido negro de talle y pecho entallado, algo de escote, un tejido como de lycra con bordados, y una falda de vuelo hasta las rodillas con un tacto de tipo gasa. Incluso mi ropa interior… era sexy ese día.
Lo peor de todo es que tenía razón. Estaba excitada en contra de mi voluntad, y mis pezones se notaban claramente. Incluso puede que mi estado de nervios me delatase. O mi respiración. Hacía muchos años que no me veía en una situación así y no sabía manejarla bien. Diría que nunca anteriormente me había visto en algo así. Mi chico además no es de ir a discotecas y nunca salimos… Si no fuese porque no sabía qué hacer ni dónde ir… uffffff de verdad me estaba poniendo caliente con sus comentarios y el roce de los cuerpos. Era una sensación muy extraña porque estaba enfadada conmigo misma, y a la vez excitada y halagada por su dedicación hacia mí. Ahora combinaba palabras dulces como “no te enfades… que te pones muy fea y eres una princesa” con cosas del estilo de que en cuanto me bebiese mi cocacola me iba a llevar a la pista de baile porque quería que le rozase con “eso que se notaba en mi vestido”… y se atrevía a decirme que “a mí también me iba a gustar… que yo estaba loca por hacérselo… que se notaba”. Aunque me odiaba a mí misma por ello, era verdad… estaba excitada y le decía con un hilo de voz “déjame por favor”, pero en mi cabeza me veía bailando algo sensual con él. No lo podía evitar.
Joder, estaba claro que tenía que escapar de allí, porque si no iba a acabar pasando algo de lo que me arrepintiese. Reuní las fuerzas que me quedaban y, con un gesto de carácter, quité bruscamente su mano de mi cuerpo diciendo bruscamente “¡ya está!”, e hice ademán de irme, aún arriesgándome a no encontrar a mis amigas que aún tenía la esperanza de que volviesen a la discoteca. Al final me veía cogiendo un taxi los 40 km a la casa rural y esperando en la puerta. Pero no hizo falta, él no me dejó marchar y me sujetó de la parte superior de mi brazo con fuerza, como sintiéndose ofendido de mi gesto despectivo. Me dijo otra vez en mi oído con firmeza “ssssshhhhh quieta! tú te quedas aquí”.
Nunca habría admitido algo así. Ni siquiera a mi chico. Pero no sé lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. No lo puedo explicar. No sé si fue el alcohol o la situación. El saberme sola en una ciudad extraña donde nadie me conocía o el tipo de chico que me dirigía con sus palabras como si fuera un muñeco. Parecía que el que tenía 33 años era él y yo era una niña a su lado. Lo cierto es que me quedé quieta, de espaldas a él que seguía agarrando fuerte mi brazo con una mano mientras deslizaba la otra por encima de mi vestido, recorriendo la curva de mi culo y deteniéndose sobre las costuras de mis braguitas… y bajando. Uffffff me hablaba dulce pero firmemente y estaba bastante excitada. Mucho. Encima ahora, él notaba mi dejadez y ya empezaba a decirme cosas más soeces, rozando sus labios sobre mi oído que es mi punto débil. Desde su posición detrás de mí y más alto que yo veía la parte de mi pecho y decía “Pero qué tetas tienes tía… y mira cómo tienes los pezones… ¿te gusta lo que te hago?” rozaba mi pecho lateralmente con el exterior de su mano que aún sujetaba mi brazo pese a que ya no hacía falta pues estaba paralizada. No me podía resistir. Él seguía “¡te gusta! eres una zorrita, te gusta ¿eh? pero qué polvazo tienes” y metía la lengua dentro de mi oído lo cual siempre me excita sobremanera. Sabía lo que hacía.
Tiró de mí y prácticamente me arrastró otra vez hacia la barra sin ninguna resistencia por mi parte, pero esta vez entre su amigo y él. Entonces me besó los labios con rudeza, metiendo su lengua y recorriendo todos los rincones de mi boca. Y yo… yo le correspondía… casi me da vergüenza contarlo, me odiaba a mí misma por hacerlo. Nunca en mi vida me habría creído que en una situación de estas yo hubiese actuado así. No era yo. Ahora dudaba, en realidad no estaba tan bebida como para no saber lo que hacía. Lo sabía perfectamente y… me dejaba hacer. Su cuerpo me aprisionaba contra la barra. Una de sus manos presionaba mi nuca contra él que me estaba dando un morreo descomunal, y la otra mano había ascendido sobre el frente de mi vestido y envolvía presionando uno de mis pechos. Yo estaba desatada también… a veces hacía gestos de escapar como para hacerme sentir mejor, hacerme creer a mí misma que no quería la situación, pero él sin demasiado esfuerzo me fijaba en mi sitio y seguía con su boca sobre la mía o sobre mi cuello. Y yo, yo tenía los ojos cerrados y me dejaba hacer correspondiendo a su beso… incluso a veces salvajemente.
Me había atrapado entre la pared y el extremo de la barra, y su cuerpo me cubría en un rincón que era realmente oscuro… lo cual agradecí pues me había pasado por la mente la posibilidad de que mis amigas volviesen y me encontrasen así. No sé si me daba más miedo la vergüenza que iba a pasar si eso ocurriese, o lo que me habría disgustado más sería perderme la sesión de morbo y sexo que me estaba proporcionando este chico de quien ni siquiera sabía su nombre. Joder. Incluso eso me hacía sentir sucia y, a la vez, cachondísima. El ambiente estaba súper cargado de humo y la música vibraba altísima metiéndose en mi cuerpo. Ahora sus manos recorrían todo mi cuerpo sin ningún impedimento por mi parte. Se habían colado dentro de mi falda y habían subido por mis medias hasta mi culo. Al notar el encaje que mis medias tenían en la zona de mi muslo donde acababan soltó una carcajada y dijo en mi oído “si ya lo sabía yo… eres una putita caliente, mi putita de hoy… ¿verdad? ¡dime que lo eres!”. No sé que extraño mecanismo se había desatado en mi cerebro, pero para mi mayor sorpresa pude oírme a mí misma contestar “síii soy tu puta… síiiii” y pasar mi lengua por su cuello.
Entonces él puso su mano directamente sobre mi sexo. Abierta. Y empezó a presionar, a friccionar muy despacio pero con algo de presión sobre mi conejito, que por entonces estaba absolutamente hinchado y mojadísimo bajo el tanga negro de encaje que había elegido para esa noche. Ufffffff notaba sus dedos longitudinalmente sobre mis labios. Se deslizaban adelante y atrás muy despacio, sobre la tela, lubricados por mis propios jugos que tenían empapada mi braguita. Continuaba con sus comentarios bruscos sobre mi oído, y yo no podía evitar mover levemente mis caderas. Ya había asumido que esta sería mi noche de locura y que iba a dejarme hacer todo lo que él quisiese. Incluso me moría por sentirle dentro de mí, a pesar de que sólo con lo que hacía estaba al borde del orgasmo. Dios mío, si ni siquiera había tocado mi sexo dentro de la ropa, pero la situación me desbordaba. Jamás en mi vida habría pensado verme en ella, pese a que alguna vez en mis sueños me ha pasado algo parecido. Pero eran sueños.
Ahora me sujetaba la nuca presionando mi boca contra la suya, lo cual me parecía supermorboso, y había interpuesto sus dedos entre nuestras bocas. Era extremadamente excitante, sabía a mis propios flujos y me sentía muy sucia y a la vez muy caliente. Pasábamos nuestras lenguas sobre los dedos saboreándolos. Eran dedos largos y cuidados. No parecían del chico rudo que estaba presionándome contra la pared, mientras mis manos recorrían su espalda. Yo me aplicaba en pasar mi lengua frenéticamente sobre ellos y él decía “muy bien… así muy bien, zorrita”. Era como me sentía. Como una auténtica zorra manoseada en una discoteca. Ahora sentía sus dedos entrando dentro de mi tanguita y explorando entre mis labios vaginales… ufffff cómo me estaba poniendo… me estaban entrando las convulsiones que justo me vienen antes del orgasmo… pero de repente algo se disparó en mi mente ¡no podía ser! ¡no podía ser! si tenía una mano en mi nuca y otra entre nuestras bocas… ¿quién me estaba penetrando mi sexo con su dedo? ¡también tenía una mano en mi pecho!…
Ahora sí que me sacudí con fuerza. Esto ya era demasiado. Abrí los ojos y me vi ante los dos amigos, el más alto y el más bajo. Ambos estaban accediendo libremente a mi cuerpo y yo no me había dado cuenta… no sólo no me había dado cuenta, sino que estaba disfrutando sus caricias y toqueteos ¿pero cuánto llevaban así? ¡los dos! Pensé qué pasaría si llegasen mis amigas y me sacudí más… un poco desesperada ¡dejadme! Pero el chico más alto me sujetaba con fuerza y decía “¡quieta, putita! Ahora no empieces con esto… ¿qué te pasa?”… entre lágrimas dije “mis amigas… si me ven… por favor… vámonos”.
No me lo podía creer. No me había preocupado en absoluto que fuesen los dos… sólo me preocupaba que me pudiesen ver así. De mi boca salían palabras con un tono infantil “por favor, por favor, vámonos”. Entonces él, el chico alto dijo “venga, que nos vamos…”, vi como guiñaba el ojo a la chica de la barra a la que no pagó las copas, y cogió de nuevo mi brazo de la parte superior con firmeza, guiándome hacia la salida de la discoteca como si yo fuese una detenida o algo así. Yo actuaba como una autómata. Estaba completamente sojuzgada y me dejaba llevar. Cuando salimos de la discoteca, el frío de la noche me hizo reaccionar, pero sin oponerme a su comportamiento. Dije “¿pero dónde vamos?”, y él contestó “a casa de éste, que está aquí al lado”. Con lenguaje suplicante le decía “pero no me hagáis nada…”, y él “tranquila, no te vamos a hacer nada…” y añadió mirando hacia atrás a su amigo con una sonrisa infantil “nada que tú no quieras”.
No sé lo que pensaría la gente con la que nos cruzábamos. Lo cierto es que la noche de fiesta estaba ya avanzada y nadie se preocupaba por nadie. Además, para ser sincera he de reconocer que yo no me oponía a sus actos. Caminaba dirigida por él y una parte de mí estaba totalmente a su merced. Una gran parte de mí. Incluso la forma en que me dirigía agarrada por el brazo me ponía caliente. Nunca me había sentido así, me sentía lo peor del mundo.
Enseguida llegamos a un portal de un edificio de de viviendas antiguas. El chico bajito se adelantó, sacó las llaves y abrió la puerta del portal. Las escaleras eran de madera, y los techos altos. Parecía sucio, con olores añejos a otros tiempos. El chico alto dijo “no enciendas la luz” y yo me estremecí. Lo cierto es que con lo que se filtraba por el cristal del portal, y un par de focos de esos de emergencia era suficientes para vernos con cierta nitidez entre la semioscuridad. Entonces él me dirige a la pared, pone mi espalda en ella y sigue con el beso salvaje que me estaba dando en la discoteca diciendo “lo habíamos dejado aquí ¿no putita?” y llama a su amigo, “ven, vamos a seguir”… y yo, cuando iba a abrir la boca para protestar me la tapaba con un beso brusco, o poniendo su mano en mi boca, sus labios y lengua sobre mi oído y susurrándome “tú has venido a esto así que quiero verte como antes”… uffffffff no podía evitarlo, notando su lengua en mi oído hacía de mí lo que quería. Incluso su amigo ya me estaba tocando otra vez sobre el vestido. Y yo me odiaba a mí misma, pero me dejaba hacer. Estaba fuera de mí.
Estuvimos unos minutos los tres besándonos y tocándonos. Incluso yo me atrevía a tocar su cuerpo, su pecho, incluso sus bultos que se notaban bajo sus pantalones. Él lo dirigía todo y decía “así, muy bien, zorrita, venga vamos a casa” añadiendo “putita, sube delante de mí las escaleras que quiero verte bien el culo que tienes”, y yo me prestaba a hacerlo pero él me paraba “espera, primero quítate las bragas que yo te vea”. Joder, qué situación. Cada vez que pienso en ello me vuelvo a excitar. Incluso ahora, sólo de escribirlo me estoy excitando otra vez, no puedo quitármelo de la cabeza. Me da vergüenza reconocerlo, pero la verdad es que me las quité con la cara más roja que un tomate. La verdad es que subí la falda de mi vestido cuando él me lo pidió porque quería “ver mi coño de pija caliente”. La verdad es que subí las escaleras contoneándome para ellos. La verdad es que me dejé tocar mi sexo desde atrás mientras subía por parte del chico bajito. La verdad es que me excité más si cabe mientras lo hacía, y mientras decía a su amigo “nano, como me gustan las medias de puta que lleva”. No me forzaron. Era algo que había en mí, una fantasía oculta, lo que hacía que me comportase como una auténtica puta.
Mientras subíamos a la tercera planta, notaba que iban hablando de mis tetas… entonces el chico más alto q caminaba detrás de mí me las aprisionó desde atrás, dijo “espera un momento, que tienes que entrar triunfante a la casa aunque no habrá nadie”, y con un gesto abrió el escote de mi vestido y sacó mis pechos por encima de la tela del sujetador. Apoyó su espalda en la pared y me arrastró quedando mi espalda sobre su pecho, de modo que quedé completamente expuesta para que su amiguito pudiera comérmelas hasta q se cansara… delante de él. Mientras, sus manos se adentraban en mi coño sin piedad. Sólo recuerdo q empecé  a gemir como una auténtica zorra, y dijo “jajajaja, vas a despertar a los vecinos”, lo cual me puso más caliente al ser consciente de que cualquiera podía salir y verme así. Aún no había llegado al límite de mí misma, al límite de mi degradación…
Abrieron la puerta y entramos en una casa que era lo más parecido a una leonera. La luz estaba encendida aunque no parecía haber nadie. Había botellas y vasos sucios por todas partes, un olor fortísimo a tabaco e incluso a hachís. Las paredes algo sucias y con pintadas. Era como lo que una se imagina que sería una casa de ocupas…. un piso compartido por chicos hecho un desastre. Nada más llegar me inclinaron sobre la mesa y me subieron la falda, pasando el chico alto a darle una lección de anatomía a su amigo sobre mi cuerpo. Dijo, mira a esta puta… me tiene empalmado desde la discoteca… mira como está de mojada, decía mientras con sus dedos separaba mis labios vaginales… incluso me dio un azote en las nalgas diciendo, “¡abre más las piernas joder!”, a lo que yo respondí con un gemido y haciendo lo que me decían.
Llevó sus dedos a mi boca y yo entendí lo que quería y mojé sus dedos con mi propia saliva. Como si yo no estuviese presente, el chico alto le aleccionaba a su amigo “ves nano, te lo he dicho mil veces, sólo hay que sacar a la zorra que todas llevan dentro. Esta tía mañana nos despreciará, pero mira hoy…” y pasaba su mano grande y mojada sobre mi sexo tocando justo donde sabía que tenía que tocar, “mira cómo se pone” y mis caderas se movían solas sobre su mano “menos mal que no quería la zorrita… jajajaja si llega a querer…”. Y todas esas frases se me han quedado grabadas en mi mente, las he dado muchas vueltas y creo que tienen un punto de verdad. Incluso pueden valer para toda persona, hombre o mujer.
Combinaba su filosofía y su lección sobre mi cuerpo, con caricias cariñosas, azotes rudos, tocamientos expertos… era como quien mira a un caballo antes de comprarlo. Y yo dejándome hacer… la situación me tenía completamente subyugada, gemía, suplicaba, mi sexo ardía, incluso me había corrido ya sobre sus manos y me moría por que me follasen o me usasen como quisieran… Me daba igual todo. Incluso gemía con ansiedad cuando el chico bajito se puso a acariciarme el ano, siguiendo las indicaciones de su “maestro” y escupiendo primero sobre él… jo, quién me habría visto en ese momento, yo que nunca había dejado a mi chico que me hiciese nada ahí, no sé si por vergüenza o por miedo al dolor, ahora siendo manipulada por dos chavalines como si tuviesen derecho a todo sobre mí. Me sentía sucia, puta, desatada… y la verdad es que ese era mi estado.
En esta misma posición uno dice “nano, no aguanto más… vamos a follárnosla” y el otro le dice empieza tú… que aguantas más… y me puso la polla en la entrada de mi sexo desde atrás, mientras en mi boca me la había metido el chico alto que se había puesto de pié ante mí y con su mano guiaba mi cabeza para follarme literalmente sobre la boca. Joder, qué sensación con los dos disfrutando de mí y yo lamiendo su polla lo mejor que sabía y sin ningún reparo, como si me fuera la vida en ello. No tardó mucho en correrse en mi boca y me obligó a tragar el semen por primera vez en mi vida. A veces, recordándolo pienso que no era yo… que fue un sueño, o que me habrían puesto algo en la bebida… pero lo cierto es que era plenamente consciente de todo lo que me hacían, que era deseo puro lo que habían conseguido despertar en mí… no sé si fue el anonimato, el ser desconocidos, que fuesen dos o que fuesen unos macarrillas… quizá el que me dictasen sin ningún escrúpulo lo que tenía que hacer, a mí que siempre he sido una mujer de carácter… o puede que quizá tenía realmente oculto en mi ser tenía un deseo de vivir al menos una noche loca en mi vida… le doy vueltas y supongo que fue un poco todo, incluso el enfado que tenía con mis amigas.
 

Me retorcía de placer siendo penetrada desde atrás por el chico bajito… allí tuve otro orgasmo brutal, aunque tampoco duró tanto ese momento porque enseguida dijo el chico alto “vamos a la cama a follárnosla” y me guiaron a una cama grande, completamente desecha y con ropa alrededor. El chico alto se había erigido en nuestro jefe y seguía dirigiendo la operación. Mientras se sentó en un sillón a prepararse un porro, mandó a su compañero que se tumbase boca arriba y a mí que le limpiase de nuevo la polla a su amigo, que quería verme como “me iba a clavar bien clavada yo solita”, y yo obedecía sus órdenes y me ensartaba en él, llenando mi cuerpo con su miembro joven, grande y durísimo. Era la primera vez en muchísimos años que tenía sexo con alguien distinto a mi pareja… y encima con dos… como una auténtica prostituta, cabalgando sobre uno de ellos, mientras miraba a los ojos al otro, a nuestro “jefe” que se fumaba tranquilamente el porro en un sillón mientras se tocaba la polla. Cuánto deseaba aquella polla que ya veía dura de nuevo.

El chico se acercó a nosotros y, sujetándome el pelo, me daba caladas del porro mientras hacía un gesto de complicidad a su amigo que empezó a ensalivarme el ano con uno de sus dedos. Sabía lo que me iba a hacer y, aunque me daba un poco de miedo que me hiciesen daño, estaba tan sometida que no me importaba. Esa noche iba a vivir más cosas por primera vez, no sólo probar el semen o el hachís. Cada vez que era consciente de lo que estaba haciendo, en lugar de sentirme avergonzada o arrepentida, una oleada de placer me inundaba hasta el orgasmo. Había perdido la cuenta de los que llevaba. Joder, yo, que últimamente me costaba llegar al primero con mi novio y ahora…
Ya tenía al menos dos dedos dentro de mi culito y el chico alto me seguía dando a fumar lo que quedaba de porro mientras apretaba fuertemente mis pezones y tiraba de ellos hacia adelante tensando mis tetitas. Uffffffffffffff. No me dolía en absoluto. De hecho, mis manos masajeaban su polla y buscaba meterla de nuevo en mi boca… pero él decía “tranquila zorrita, ahora te doy lo tuyo y no es el la boca” y añadió “anda, ensalívala bien”, y yo obediente lo hice.
Me inclinaron hacia adelante, aún clavada en la polla de su amigo que de verdad llevaba todo el rato dándome placer sin correrse él mismo… mis tetas quedaron aplastadas sobre su pecho y mi culito expuesto al chico alto que le estaba dando unos mimos y ensalivándolo aún más. Me hablaba cariñosamente ahora “preciosa, cuando pruebes esto ya no vas a querer otra cosa”, y yo gemía y gemía, “vas a ver el cielo”, “este es tu premio por ser nuestra putita esta noche… el sueño de toda niña pija… ser penetrada por dos a la vez…”, “casi ninguna llega a realizarlo y se queda sólo en sueño, pero tú… tú lo vas a probar esta noche, ¿quieres?”… sólo acerté a decir “síiiiiiii” pero el ya tenía la cabeza de su polla dentro de mi culito… mientras me distraía hablándome, ya me había desvirgado mi agujerito. Él sabía perfectamente que su voz me fascinaba.
Estaba desatada, yo misma me clavaba en las dos pollas, sudando, con el pelo suelto sobre la cara, loca de lujuria y de vicio… oleadas de placer me invadían repetidamente y ya me dolía la musculatura de mi abdomen de tanto contraerse… Aquella noche me hicieron de todo… todas las posturas y todos los orificios de mi cuerpo quedaron saciados con su leche. Gracias a ellos he perdido muchos prejuicios en materia sexual y he tratado de practicarlos con mi pareja. Por supuesto de forma dosificada porque no quiero que piense que hubo un antes y un después de ese viaje. A veces mi chico no quiere hacer ciertas cosas, y echo de menos en ese momento a alguien más dominante sobre mi cama, o a alguien más imaginativo… cierro los ojos y veo al chico alto y entonces me pongo como una moto… Joder, ese día no podía dejar de escucharle… había algo que me lo impedía, algo en él. No sé el qué, pero no podía dejar de escucharle y ahora no puedo quitármelo de la cabeza.
Cuando la luz del día entraba por las persianas me levanté como pude y, superando todos los reparos sobre el estado de su cuarto de baño, conseguí darme una ducha y recomponer mi ropa. Un taxi me llevó a la casa rural donde, gracias a Dios, ya estaban mis amigas. En la media hora de taxi, sentada en el asiento de atrás, ponía una pose digna, erguida y con las piernas cruzadas… como hago habitualmente en mi trabajo. Yo misma iba sonriendo por dentro viendo cómo me mostraba así ahora, como una chica completamente digna y respetable, pese a que aún resbalaba líquido de dentro de mi cuerpo sobre mi vestido y la tapicería del taxi. No llevaba puestas mis braguitas pues se las había dado en las escaleras al principio y no me las quisieron devolver… era una paradoja, la paradoja de mi vida, digna por fuera y puta por dentro. Ahora pienso que realmente yo soy cualquiera de las dos personas, un ángel y un demonio. Sólo hay que cogerme en el momento preciso.
Cada vez que oigo la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, siento un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Pero lo que me ha hecho contarlo es que la semana pasada recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos donde me han mandado un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo follada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas…
 
Carlos – diablocasional@hotmail.es

Relato erótico: Dulce cuñadita mía (POR VIERI32)

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Amo a Sandra, o al menos eso creía cuando comenzó todo.

A ella la había conocido en unas clases de refuerzo para el ingreso en la universidad en la que nos postulamos. Desde que la vi, abandoné al par de amigos con el que habíamos acordado ingresar para sentarme junto a ella y sus amigas. Una bella muchacha de tez blanca y un look conservador, sin maquillajes pero a la vez sin dejar de perder su encanto. Parecía como si ella no quisiera sobresalir de las mil y unas putas que pululan en la universidad. Supongo que eso fue lo que me llamó la atención de ella.
Cuando me la había acercado, Sandra pensaba que yo no tenía ningún conocido en el lugar y, tras ver mis apuntes de las clases de Lengua Castellana, se apiadó de mí y con una sonrisa aceptó que me sentara en su grupo. Mis amigos me perdonaron, por cierto.
Nunca insistí tanto con una muchacha y, válgame, literalmente la seguí a todas partes; la cafetería de la uni, centros comerciales e incluso íbamos en el mismo bus pese a que el que ella tomaba no me dejaba ni cerca de mi hogar. Hasta que por fin el destino se compadeció de mí; Sandra entendió todas mis indirectas y en una tarde de verano en el patio de su casa, a tan sólo dos días de los exámenes, dejamos a un lado el montón de apuntes apilados en la mesa y nos besamos como unos malditos posesos… si la madre de ella estuviera allí, seguramente habría corrido a separarnos. La mujer era de las celosas y desconfiadas, nunca la soporté de todos modos. Y creo que tampoco la soportó el marido, que vivía separado de ella y en la ciudad lindante.
La cosa siguió de parabienes cuando, cuatro días después de haber rendido los exámenes, supimos que habíamos ingresado. Tres años después de aquel victorioso momento, aún seguíamos juntos. Sí, algunas peleíllas hubieron, algunos momentos en que uno no quería ver al otro, nuevas amigas o amigos que nos encelaban… supongo que todo ello era normal.
Pero nada de esos problemas se compararon con lo que iba a venir. Estábamos en la sala de su casa al mediodía, viendo el televisor con un par de horas antes de las clases pues yo tenía como costumbre visitarla antes de salir ambos para la uni. Sandra estaba reposando su cabeza contra mi hombro y viendo plácidamente la película. Su hermana Dulce había entrado a la sala y como siempre nos saludó tímidamente, con sus cuadernos pegados contra sus pechos aún niños y su cabeza gacha como si aún tuviera vergüenza de mí. La nena de dieciséis vivía con el padre, pero como éste tuvo un imprevisto viaje al exterior, no le quedó otra que venir a la casa de la odiosa madre. La saludé con una risa, es que la timidez de la chiquilla me parecía muy graciosa.
Minutos más tarde se había vuelto a aparecer por la sala y venía con unos pantaloncillos bastante pequeños y una remerilla rosada y ajustada, pasó frente a nosotros pues había dejado un par de cuadernos sobre el televisor. Cuando la tuve frente a mí, caí en la cuenta; no pensé que la nena pudiera haber crecido tanto en tan poco tiempo, las piernas largas y la cintura asomándose tras el pantaloncillo… los senos aún niños y el rostro casi angelical… ¿para qué mentir? Me excitó… yo estaba enfermo por mirar a la hermanita de esa manera, lo sé.
No podía creer cuánto había crecido de un momento para otro, tenía fija mi vista en su generoso trasero hasta que ella giró su vista hacia nosotros y se percató que yo la estaba comiendo con los ojos. Se puso roja, bajó la cabeza con una fina sonrisa y volvió a su cuarto. Tragué saliva, menos mal Sandra no se percató de lo acontecido. Pero yo aún tenía varios problemas metidos en la cabeza como para andar calentándome por una chiquilla como ella. Esa misma tarde volví a entrar en mi mundillo de deudas y exámenes pendientes…
Ese momento de “pensamientos impuros” quedó en el olvido hasta que Sandra me había invitado nuevamente a su casa pues se le antojaba ver un devedé romántico. Nunca me gustaron de ese tipo… pero bueno, como que ya me estaba acostumbrando a Julia Roberts y sus sopocientas películas sensibleras. Compramos un par de cervezas y nos sentamos en el sofá. Al rato Sandra empezó a sentirse fatal, fue al baño y tras regresar me contó que el alcohol le había caído bastante mal. La acompañé hasta su habitación y le dije que yo me volvería para mi casa pero que la llamaría enseguida para saber cómo seguía. Cuando bajé hacia la sala, me di cuenta que la nena estaba sentada en el sofá, observando el televisor y con la latilla de cerveza en una mano, no la estaba bebiendo, sólo estaba observando. Y los malditos “pensamientos impuros” volvieron a mí al verla con tan poca ropa. Fue allí cuando comenzó todo;
– Mira nada más – dije en plan bromista – ¿que no eres aún menor de edad como para andar bebiendo?

– No, no… no estaba bebiendo… – dijo ella mientras rápidamente devolvía la lata en la mesa.

– ¿Qué estás haciendo tan tarde por la sala, nena?
– Nada, nada… es que no puedo dormir. La bicha de mi compañera me envió un mensaje al celular sobre algo…
– ¿Algo?
– Nada que te interese. – dijo cruzando sus brazos.
– Anda, cuéntame. Puedes confiar en mí.- respondí dibujando una sonrisa mientras me sentaba a su lado en el sofá. Rápidamente puse ambos pies sobre la mesa frente a mí y descansé mis manos tras mi nuca; – Anda, nena, que seguro no es para tanto.
– ¿Cómo? No voy a confiarte nada.
– Ah, bueno, ¿y a quién le vas a contar lo que te sucede? ¿A la rabiosa de tu hermana, a la monja de tu madre, o al encantador de tu cuñado?
– ¿Encantador? – rió despacio.
– ¡Va!, que yo soy muy encantador.- y ella volvió a regalarme su risa tan encantadora. Luego de contarme el problema por el cual no podía dormir – nada de otro mundo- nos pusimos a ver el devedé que había alquilado. La nena resultó ser divertida durante todo el transcurrir del filme, pero en un momento erótico de la película – un beso con lengua al más estilo Hollywood entre la Robert y un no sé quién – la noté como curiosa, así que decidí codearle;
– Oye… ¿y tú ya te pusiste a besar a algún chico? – Su inmediata respuesta fue un tremendo golpe a mi brazo, ella volvió a sonreír, respondiéndome que “eso no se pregunta”.
– Va, nena, pero qué mojigata te pones… cuenta, cuenta. – le volví a codear a expensas de un nuevo golpe.
– Ya me han besado. – susurró sentándose más recta y con aire de orgullosa.
– Ah, menos mal, nena.
– Dulce, soy Dulce y no una nena.
– Está bien, Dulce. Pero cuando me refiero a un beso, me refiero al chapoteo que se está dando la Julia ahí en la tele… ¿ves? Un beso con lengua… no hablo de piquitos con chiquilines.
– Con lengua aún no me han besado… ¿por? ¿Acaso tú me vas a mostrar cómo? – y Dulce rió tanto que mi ego cayó al suelo.
– ¡Qué va!, si tu hermana nunca se ha quejado.
– ¿Mi hermana? Ah, la que ahora está vomitando…
– Está vomitando porque le cayó mal la bebida, ¿eh? Que no soy tan malo besando, nena… digo, Dulce.
– ¿Y vas a demostrarme? – dijo bromeando, yo simplemente le seguí el juego y me acerqué para besarla. Pensé que ella retrocedería su cabeza y volvería a pegarme entre risas, pero la muchacha unió violentamente sus labios a los míos. Fue más un golpe de bocas que un beso. Al instante retiré mi rostro del suyo y la miré atónito:
– Esto… ¿He? Digo…
– ¿Así besas? Pues esos “chiquilines” con quienes estuve, besaron mucho mejor. – rió nuevamente ella. Y otra vez mi ego quedó maltrecho, así que sin mediar palabras tomé su mentón, levanté su rostro y pegué mis labios a los de ella para enterrar mi lengua en lo más profundo de su húmeda boquita. ¿Para qué mentir? Me excité a lo bestia y mis manos rápidamente bajaron por las curvas de su cuerpo. Coincidentemente Julia Robert pasaba por la misma situación en la televisión. Pero al rato fue Dulce quien se apartó de nuestro breve morreo.
– Uh… nena, lo siento… es que las bebidas. Lo siento, Dulce. – dije con el corazón a mil por hora y mi sexo creciendo y demandando las generosas carnes de mi cuñadita. Lastimosamente para mi sexo, la nena quedó muy confundida y sin decirme nada más, ni dedicarme una mirada al menos, subió corriendo a su habitación. Pensé que mi mundo se caía. Me retiré del hogar de ellas y esa noche no pude dormir, pensando que al día siguiente Sandra y su madre me demandarían por haber tocado a la nena o algo por el estilo. Muy para mi suerte, Dulce no contó absolutamente nada ya que cuando fui al mediodía para recoger a Sandra en el coche, la misma salió de su hogar para saludarme.
– Hola. – dijo ella parándose en la vereda, frente a mi puerta, mirándome aunque ya sin su acostumbrada timidez.
– ¿Te he dicho cuánto lo siento, nena? De veras, creo que anoche…
– Lo de anoche me gustó – dijo con su cara levemente roja y cabizbaja.
– ¿Te gustó? ¿Y no se lo vas a contar a alguien?
– No, no pienso decirle ni a la rabiosa de mi hermana ni a la monja de mi madre. – respondió guiñándome el ojo.
– Ahí viene tu hermana, mejor vuelves para tu casa.
– ¿Vendrás hoy?
– Yo… este, sí, sí… vendré hoy.
– ¡Ah, pero mírense ustedes, parece que ya se llevan muy bien! – chilló Sandra ni bien nos vio. – Ya pensaba que tú no lo soportabas, Mari. ¿Y de qué estaban hablando?
– De la película que vimos ayer – respondió Dulce mientras yo estaba blanco y hecho un saco de mierda -… ya sabes, con la Julia Roberts.
– ¿Te gustó? Bueno, hoy veremos otra por si quieres acompañarnos…
– ¡Sí, no hay problema! – sonrió la jovencita.

Genial, mi puto mundo se estaba convirtiendo en el nudo de una película hollywodense. Esa tarde en la uni fue peor, mis amigos preguntaron qué diablos me pasaba pues me veían como si estuviera dopado, es que yo aún no estaba como para confesar que me había echado un morreo ardiente con mi cuñada de dieciséis. Terminada las clases fui con Sandra al Club de Devedé para buscar algo que ver. Ella se decidió nuevamente por uno romántico y cargado de escenas de sensualidad… yo, a sabiendas de lo que podría suceder si su hermanita nos acompañaba, le rogué alquilar alguna película de terror y sin erotismo. Sandra terminó pensando que yo estaba bromeando…

Pero al llegar a su hogar nos percatamos que Dulce no estaba. La madre tampoco, aunque ésta porque siempre trabajaba hasta tarde. Al rato sonó el teléfono de la sala. Sandra atendió y volvió junto a mí para decirme;
– Era Dulce, está en la casa de su amiga Sofía y no tiene cómo volver.
– Entiendo, ¿quieres que la busque?
– ¿No te enojarás? Según Mari, los padres de Sofía no están y por eso no tiene cómo regresar. Yo debo quedarme, si mamá se entera de que dejamos la casa abandonada nos mata.
– No hay problema, corazón… dame la dirección de la casa y ya vuelvo.
Tras darme un croquis, salí afuera para tomar el coche. Al avanzar una mísera cuadra vi a Dulce levantándome la mano en la calle. Perplejo y aturdido, estacioné en la vereda hacia ella, estaba vestida con una faldita que mostraba sus piernas de campeonato así como una remerilla del que apenas se insinuaban sus senos. “Diosa” pensé al verla;
– ¿Nena? ¿No estabas en la casa de tu compañerita?
– No – dijo mordiéndose los labios – llamé a casa por el celular. ¿Puedo subir?
– Claro que sí… retrocederemos una cuadra y ya estarás en casa.
– No vamos a volver a casa – respondió ni bien se subió en el asiento del acompañante. – Sandra sabe que la casa de Sofía queda a quince minutos de aquí… con la ida y vuelta, eso nos da media hora para nosotros, ¿no?
Madre Santa de todos los Cielos que la parió; la nena era lista y sabía lo que quería. Y ni qué decir, media hora era para mí más que suficiente. A lo sumo necesitaría sólo unos quince para terminar de hacerle las guarradas que me imaginaba… No más, ¿para qué mentir? Ni siquiera lo pensé dos veces, cuando los “pensamientos impuros” empezaron a joder, simplemente aceleré el coche y lo estacioné en la vereda de una plaza.
La invité cortésmente al asiento trasero y una vez allí la vi muy nerviosa, así que decidí tomarle del mentón y levantar su rostro;
– A ver, Dulce, te veo miedosa… ¿no eras tú la que planeo todo?
– Sí… ¿pero estacionarse en una plaza? ¿Y si viene alguna patrullera?
– ¿Patrullera? Ostras… tienes razón, podemos ser descubiertos…
– Eso da morbo, ¿verdad? – sonrió ella- Nos pueden descubrir.
– Hmm… está prohibido hacerlo aquí, niña… es un “tabú”… – si esa palabra no agregaba morbo, pues no sé qué más podría hacerlo. La besé con lengua incluida por un buen momento hasta que mi mano más rebelde se dirigió hacia su entrepierna, recogió su faldita por su torso y apartó la braga para manosear sus carnosos labios.
– Esto… ¿eres virgen, princesa?
– ¡No! ¡No lo soy!
– Ah, uno de los “chiquilines”, ¿verdad?
– Pues sí. – se volvió a reír.
– Bien, bien, una culpa menos que cargar.
– ¿Qué dijiste?
– Nada, nada… ven. – volví a besarla mientras mis dedos apartaban su fina mata de vellos para recorrer su rajita en búsqueda de su agujero. Mi dedo corazón empezó a ingresar y salir lentamente, la nena empezó a profesar unas cuantas groserías para luego aumentar la violencia de nuestro beso. Al introducir un segundo dedo en tan estrecho agujerito, ella empezó a mover su cintura adelante y atrás de manera endemoniada… ni qué decir cuando el tercer dedo entraba y se mojaba de sus jugos, la chiquilla empezó a arañar mi espalda mientras me rogaba entre gritos que siga y siga.
Ya no daba más, me retiré el jean y me puse el condón que tenía guardado en la guantera. A la muchacha la tomé por su cintura; “Siéntate sobre mí” – le susurré antes de clavar otro beso. Ella se posicionó torpemente encima de mí pero al fin y al cabo el glande logró reposar entre sus labios, a puerta de su húmeda entrada. Lentamente ella fue bajando y engullendo mi sexo, inclinó su rostro y mordió mi cuello para acallarse el dolor que le ocasionó la penetración.
Yo por mi parte luchaba por chuparme ese par de pezones pequeños y rosados que tenía, ladeaba mi cabeza para alcanzarlos y lamerlos mientras su cuerpo saltaba sobre mi sexo a un ritmo lento. Dulce gemía despacio pero empezó a chillar lastimeramente conforme yo aumentaba la velocidad de mi sexo.
– ¡Me haces daño! – sollozó mientras sus manitos reposaban sobre mis hombros.
– ¡Lo siento, princesa! – la tomé de su cintura y la ayudé a salirse. Su capullo estaba rojizo e hinchado, la nena lloraba en mis hombros, le pregunté varias veces por qué gimoteaba mientras la acicalaba el pelo, pero no me respondía. Y fue cuando me percaté de que sus ojos estaban clavados en mi sexo;
– ¿Tú… tú te llegaste? – me preguntó mientras se secaba las lágrimas.
– No, ¿quieres ayudarme? – le sonreí mientras mis manos tomaron de su rostro, lentamente bajé su cara hasta lo mío.
Sentir su boquita intentando acaparar el glande, las finas punzadas de su lengua y su mano subiendo y bajando por el largor de mi sexo fue una explosión de éxtasis… la nena chupaba como las diosas.
Con mis manos guié su rostro para que saboree mejor… tras esa felación caída del cielo, no tardé en depositar todo lo mío en su boca. Irónicamente Dulce salió del auto para escupir todo…
Tras vestirnos no tardamos en volver a su hogar. Sandra nos recibió alegre y sin levantar la más mínima sospecha. Aquella noche terminamos viendo la película, con mi novia durmiendo en mi hombro derecho y la nena en el otro. Qué lejos estaba Sandra de saber que la boca de su hermanita olía a mi semen y que su tierno sexo había quedado algo irritado “gracias” a mí.
Tras casi un mes de lo acontecido, sólo pude estar una vez más con la nena. Fue cuando Sandra comenzó una pasantía en un banco y yo fui a “visitar” a Dulce en su hogar. Comí sus carnosos labios vaginales y busqué su agujerito con mi lengua en su propia habitación, la niña se corrió en mi boca. Me encantó… ¿para qué mentir?
Unos días después Dulce tuvo que volver a la ciudad lindante para vivir con su padre nuevamente, pues ya había vuelto del exterior. Nunca más me topé con ella, a no ser alguna que otra fiesta familiar a las que me invitaban. Cuando el padre cumplió años, fuimos a su ciudad para visitarlo y allí la volví a ver; seguía igual de nena y prometí visitarla con su hermana el día de su cumpleaños diecinueve. Desde luego a ella le gustó la idea y quedó emocionada.
Pero aún hoy, cuando yo y Sandra nos ponemos a ver algún devedé romántico con la Julia Roberts como protagonista y teniendo algún beso, no puedo evitar recordarla. Pienso en ella y la breve pero caliente aventura que tuvimos, cercana al más estilo hollywodense. Y simplemente espero que ella también esté pensando en “su encantador cuñado”… ¿para qué mentir?
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 2 (POR CARLOS LÓPEZ)

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Hola, mi nombre es Victoria (como ya dije, es un nombre falso, ya que no puedo permitirme que nadie me identifique) y, después de lo que me pasó en las fallas de este año y que he narrado en mi relato anterior, mi vida ha tomado una nueva dimensión. Mejor dicho, mis vidas, porque ahora tengo dos vidas y no sé realmente cuál de ellas representa mejor a cómo yo soy en realidad. Ni yo misma me explico cómo me he podido ver atrapada en esto que voy a tratar de contar, más como terapia que como otra cosa. He entablado una relación perversa con un chico retorcido que sabe los que quiere, mientras que yo, insegura, me he visto arrastrada a renunciar a mi orgullo y dignidad, movida por una irrefrenable avidez de conocer los bajos fondos del mundo del sexo… la pareja perfecta.

Como podéis leer en el relato anterior, las pasadas fiestas de las fallas en Valencia celebrábamos la despedida de soltera de una de mis mejores amigas. En ese viaje, por circunstancias que no voy a repetir, me quedé sola en la ciudad buscando a mis amigas y, aún no sé porque, permití a unos chicos desconocidos que me usasen a su antojo. Me hicieron todas las fantasías y aberraciones sexuales y yo me presté a ello. Al principio quise resistirme, pero luego caí en su juego, me dejé llevar sin poder evitarlo, y me hicieron gozar del sexo como jamás pensé que haría en la vida. Joder, me trataron como una auténtica puta. Con lo lista que siempre me he creído, con mi brillante carrera de Derecho y mi puesto ejecutivo… no me imaginaga que esto podía ser así.
Lo más grave de todo es que durante estos meses no he podido dejar de pensar en ello. Y no con rechazo. Cada vez que lo recordaba o que oía la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, sentía un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Por más rabia que me dé, aún me excito pensándolo. No sé en qué me he convertido. Yo, que siempre he sido una chica bien, responsable, fiel a mi pareja… habían abierto una faceta desconocida en mí y, pese a todo, durante estos meses tenía la firme convicción de olvidarla. Tenía la firme convicción de considerarla una locura que nunca repetiría, y mandarlo a rincón de las fantasías que no se realizan nunca. Tenía la firme convicción de volver a mi vida con mi pareja y mi trabajo, con mis rutinarias sesiones de sexo y mi existencia acomodada.
Pero claro, dicen que toda situación es susceptible de empeorar. En mi caso, hace unas semanas recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos con un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo penetrada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! Inmediatamente me he puesto a llorar. No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas… aunque mi mente quiera, no lo puedo evitar.
Dudé mucho sobre como contestar. Una vez más, mis dos personalidades luchaban entre sí. Por una parte, había conseguido ocultar lo que me pasó en Valencia, nadie lo sabía y mi vida transcurría igual en mi trabajo y con mi pareja. Me daba mucho miedo arriesgar mi modo de vida, cómodo y agradable. Me gustaba mi vida. Me gustaba mi chico aunque muchas noches de sexo acababan en nada. Y yo era (¡soy, joder!) una chica respetable. Pero por otra parte, en mil sueños mi cuerpo deseaba ser tratada como sólo esa noche en mi vida había sido. Me levantaba empapada. Deseaba experimentar de nuevo todas las sensaciones. Creo que una parte de mi mente también lo necesitaba.
Al final me bloqueé, me pudo mi miedo, y les contesté por email diciendo que no estaba preparada para esta situación. Que reconozco que lo pasé bien con ellos, pero que soy una mujer casada (mentira, porque en realidad mi chico y yo no estamos casados), y no podía permitirme entrar en su juego. Por favor, que no me hagan entrar en ello.
A los pocos días llegó su respuesta “No seas tonta, Victoria. Lo estás deseando y lo sabes. Tenemos que hablar, prefieres darme tu móvil o quieres que vayamos a verte cuando vayamos a Madrid”. Sin duda lo había escrito el chico alto, que pese a su imagen de macarra, se le notaba una cultura mayor que la de sus compañeros. Tenía algo que le hacía especial.
Ahora sí que me asusté terriblemente… y se lo di. Les di mi teléfono y empecé a dormir mal por la noche de lo angustiada y excitada que estaba. Odiaba el momento en que me tuviese que enfrentar a la situación. No quería verlos. Pese a ello cada vez que salía de casa miraba a un lado y a otro deseando ocultamente encontrarlos. Aunque me duela reconocerlo, desde ese día empecé a ir especialmente guapa. Engañándome a mí misma pretendía no ir sexy y no llevaba faldas o vestidos, pero algo me hacía ponerme mis vaqueros más bonitos o algún suéter entallado. Así iba vestida para ir al trabajo el día en que ocurrió y aparecieron sin llamar.
 

Habían pasado unos días de su última comunicación y ya estaba relajándome, cuando al salir de casa para el trabajo un día de diario un coche paró a mi lado. Se abrió la ventanilla y me dijeron imperativamente “sube”… dudé 2 o 3 segundos, pero mi excitación y las fotos mías que tenían hablaron por mí y subí. Subí temblando. Sabía que eran ellos. El coche era mediano, parecía de esos preparados por los chicos jóvenes para lucirse, pero sin exagerar.

Me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta. Vi que iba él solo. Ni me miró. Tengo que reconocer que era guapísimo. Se había afeitado la barba aunque no iba completamente apurado. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta. Me preguntaba a qué demonios podía dedicarse profesionalmente un chico así. Tenía el pelo revuelto, sus ojos oscuros que nada más verlos me acordé del poder que tenían sobre mí. De hecho, nada más ponerse en marcha y, sin mediar un saludo o un beso, dijo “abre las piernas, Victoria” y os imagináis mi reacción: Sí, las abrí inmediatamente. Dios mío, si sólo con esas palabras ya sentía que se me empezaba a humedecer. Por no hablar de que en cada semáforo y continuamente ponía su mano inocentemente entre mis piernas, sobre mi pantalón vaquero y mi cuerpo reaccionaba pese al rechazo de mi mente y mi nerviosismo. Incluso experimentaba un escalofrío cuando rozaba mi pecho con su antebrazo. Estaba acojonada pero excitadísima.
No sabía adonde nos dirigíamos y, aunque lo pregunté, ni me contestó. Temblando saqué fuerzas de flaqueza para intentar evitar lo inevitable y empecé a contarle que no estaba preparada para esto, que era una chica buena y que estaba casada, que lo pasé muy bien con ellos pero que no quería hacerlo más veces. Que por favor no me hicieran nada y que me dejase tranquila. Casi lloraba cuando se lo decía. Él parecía no hacerme ni caso mientras conducía. Eso sí, con una mano en el volante y la otra ocasionalmente apoyada sobre mi entrepierna sobre el pantalón, que temía que estaba empezando a mojarse y él lo notaba. No nos alejamos demasiado. Aparcó en el parking subterráneo de un centro comercial al que yo iba a veces, en una esquina apartada.

Cuando me temía lo peor, dijo “Victoria, dame un beso y luego, si quieres, sal del coche, no te voy a hacer nada”… “paso de estar con nadie que no quiera estar conmigo”… “no me hace falta”… yo no reaccionaba, no me lo esperaba, pero él seguía “anda, dame un beso y vete, que esto no es para ti”. Y yo me relajé, en ese momento me sentía agradecida porque llevaba semanas temiendo que me chantajearían o que me usarían. Ahora me daba cuenta de que yo le daba exactamente igual, que sólo me quería si era capaz de proporcionarle distracción y me tranquilicé. Con todo, no podía evitar estar un poco contrariada. Rechazada como mujer. Joder, qué complejas somos.

En ese momento, no sé por que pero confiaba en él. Acerqué mis labios a los suyos darle un último beso y él abrió su boca comenzando lo que yo pensaba que era un beso tierno de despedida… ¡qué equivocada estaba! Me besaba de tal manera que no podía despegarme de él, suave y tiernamente… no lo sé explicar, pero poco a poco incrementaba la pasión del momento. Con sus manos agarró mi cara, acariciándome, descubriendo con sus fríos dedos la piel bajo el cuello del suéter cisne que llevaba. Me empezaba a estremecer, me había colocado enfrentada a él y sus antebrazos rozaban mi pecho produciéndome escalofríos. Agarró mi pelo recogido desde detrás y manejaba mi cabeza a su antojo. Su lengua era como una serpiente que me tenía hechizada. Dentro de mi boca o sobre mi cuello… combinándose con sus labios, cerca de mi oído. Uffffff ya estaba enfrentada a él y jadeaba como una auténtica zorra. No quería irme. Puso su mano sobre el botón de mis vaqueros y hasta yo metí tripa deseando que los desabrochase y no me echase del coche… estaba dominada por la misma sensación que tuve en Valencia en las fallas, pero esta vez no podía poner la excusa de que había alcohol de por medio… no había nada. Sólo deseo.
Obedecía sus órdenes como una autómata. Me hizo desnudarme de cintura para abajo. Mis braguitas estaban empapadas. Se las quedó. Combinaba frases tiernas con otras del tipo “¿has echado de menos a mi polla?, a la que yo respondía disciplinadamente con lo que él quería oír “sí, todos los días”, y él continuaba con “seguro que llevas días preparándote, depilando tu coño y matándote a pajas pensando en el momento justo en que te la meta”. Creo que a ésa no contesté, pero recuerdo que pensé con cierto remordimiento que era la pura verdad.
Notaba cómo tenía un dominio absoluto de mí y de la situación, y eso me ponía mucho. Siempre me han gustado los chicos que aparentan control. Pese a todo, jugaba conmigo, cariñoso y cruel mientras me acariciaba “que piernas más suaves tienes puta” “porque eres una puta, ¿lo sabes?” o “rózame con las tetas, que sé que te mueres por hacerlo” o directamente “ven aquí” creo que es su autoridad lo que me vuelve loca. Su autoridad. Su habilidad. Su control. Su olor. Su cuerpo. Su piel. Me comportaba como una adolescente cachonda y desatada. Estuvo un rato besándome la boca, sujetando mi pelo con una mano mientras sólo rozando exteriormente mi sexo con la otra me tenía al borde del éxtasis. Cuando introdujo dos dedos en mi cuerpo me moría de ganas, y comencé a mover yo sola mis caderas clavándome sobre su mano. Buscando que llegase a todos mis rincones. Él decía susurrando “tranquila Victoria” o “tranquila putita”. Mi nombre en sus labios me ponía aún más. En cuanto introdujo el tercer dedo, esta vez en mi ano, me vino a la mente el episodio de Valencia empalada por los dos amigos y tuve mi primer orgasmo a gritos entre espasmos.
Él sabía manejarme perfectamente, sabía lo que hacía. Yo, que no recuerdo haber gritado en un orgasmo con mi pareja, ahora lo hacía con un desconocido sólo acariciándome. Estaba en sus manos y no me importaba en absoluto lo que me hiciese, lo que me degradase, ni estar faltando a mi trabajo, ni estar siendo infiel a mi pareja… nada. Hasta deseaba que continuase con su lenguaje sucio conmigo.
Quería mucho más de él. Subirme encima, que me follase como quisiera, por donde quisiera. Quería corresponderle. Estaba loca por acceder a su paquete, pasaba su mano por encima y lo notaba durísimo. Estaba desatada, ansiosa, jadeando, pero él, sólo con decirme “quédate ahí quieta”, me situó en mi asiento. A pesar de que no pasaba demasiado de los 20 años, me manejaba como a un muñeco. Después, pensándolo, creo que él buscó a propósito ese momento en el que no había sido capaz de proporcionarle placer a él. Algo así como para jugar con mis sensaciones y mis sentimientos. Como podéis imaginar, obedecí y me senté clavadita en mi butaca. Permanecía mirándole con una especie de admiración, como una niña pequeña. Juntando mis piernas entre sí y con mis manos unidas entre ellas, intentando apurar las últimas sensaciones de mi orgasmo anterior. Ahora no tenía ninguna duda, me sentía suya, no me acordaba de mi trabajo ni de mi pareja ni de mi vida, me sentía sólo suya, y estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiese. Y él iba a hablar.
Me dijo “Victoria, eres una chica preciosa y está claro que quien sea tu marido no te sabe tratar. Te voy a proponer una cosa, si quieres aceptas y si no te vas”. Yo estaba nerviosísima, completamente excitada y ávida de conocer su proposición. Pero él hablaba pausadamente: “Mira, de vez en cuando vengo a Madrid. Cada dos o 3 meses. Y cuando vengo a veces me apetece tener a una chica para mis juegos. Que te quede claro que sólo te quiero para follarte, para usarte o para llevarte a alguna fiesta. A veces vengo sólo y a veces no. Quiero una puta, y tú eres una puta, bajo un barniz de chica encantadora, pero una puta. No quiero rollos ni cosas románticas. Me tienes loco con tu cuerpo, con tu clase, con esa inexperiencia que no aparentas… me gusta que seas una chica bien. Por eso me apetecía volver a verte, pero que te quede clara una cosa, que quiero una puta”.
Me dejó un poco descolocada. No sé describir lo que pasaba por mi mente en ese momento. Evidentemente tenía razón “soy una puta bajo una imagen de chica encantadora”… yo misma sabía que estaba dispuesta a hacer todo lo que él me dijese. Pero que lo plantease así, tan directa y abiertamente, que me dijese con todo el descaro que me quería sólo como “su puta” hería profundamente mi dignidad. Otra vez mi mente se debatía entre la abogada triunfadora y esposa respetable, y la mujer llena de fuego que necesitaba la manera de calmarlo. La primera estaba a punto de escapar del coche indignada y abofeteando al individuo por su impertinencia, mientras que la segunda… la segunda estaba loca por que el mismo individuo infame dispusiese de mi cuerpo a su antojo, me usase, me follase o me humillase.
El resultado fue que no era capaz de articular palabra, debatiéndome entre ambas ideas. Sé que mi orgullo pugnaba por encontrar una fórmula en la que fuese yo quien pusiese algunas condiciones, pero no me atrevía a prever las consecuencias. Él me miraba fijamente, y yo me ponía más nerviosa, más excitada, y más ansiosa. Temblaba.
Después de dejar transcurrir así aproximadamente un minuto que se me hizo eterno sin atreverme a contestar, él dijo “anda, vete, no me vales…” y en ese momento me puse a llorar. A intentar abrazarme a él. “quita, Victoria, no me vales, vístete y vuelve a tu vida”. Joder, no sé por que pero el mundo se me había caído encima en ese momento.
 

La realidad es que estaba llorando desesperada, medio desnuda, intentando abrazarme a un chico más de 10 años menor que yo. No sabía su nombre, ni a qué se dedicaba… me moría por saberlo, por que me hiciese caso. Estaba abrazada a él, rozándole torpe e impúdicamente con mi cuerpo y diciendo cosas inconexas acerca de lo “puta” que era para él. Era la culminación a unos días de emociones diversas, y sentimientos encontrados. Pero ya lo tenía claro. Quería ser su puta, me moría por serlo. Luego, pensándolo con más calma, reconozco que lo que me ha ofrecido es lo mejor que podía pasarme, algunas sesiones de puro sexo al cabo del año, sin interferir en modo alguno con mi vida. Mi vida que tanto me gustaba y no quería cambiar, pese a que le faltaba esa emoción y ese sexo al que ahora se me hacía durísimo renunciar.

Lo que empezó a partir de entonces es demencial. Algo que no sé si alguna vez seré capaz de contar siquiera a mi mejor amiga. De película porno dura. Él dijo “¿entonces quieres ser una puta? Bueno, pues vamos a probarte”, y sacó su teléfono e hizo una llamada… dijo básicamente “Tío, estoy en el parking… en la planta -2, zona D, plaza 184. Anda baja, que tengo una sorpresa para ti”… “Síii, de las que a ti te gustan, jajajajaja”. Yo estaba alucinada, había llamado a alguien para que bajase al parking diciéndole que tenía una “sorpresa”… ¡y la sorpresa era yo! No me lo podía creer, pero estaba dispuesta a demostrarle que podía usarme para lo que quisiera. Él sacó un pañuelo negro de la guantera y se me puso a vendarme los ojos… suavemente, como preparándome para algo. Dio dos vueltas vendando mis ojos y, después de unos segundos creo que observando su obra, dijo “perfecta”.
No pasó más de un minuto cuando se abrió la puerta del coche y entró al asiento de atrás una persona saludando a mi… a mí chico… joder, no sé ni como llamarle. En ese momento podría decir que a mi “dueño”. Después de unos saludos cordiales entre ellos, como si yo no existiese, el extraño dijo “a ver qué has traído de Valencia”… y él, sin aclararle que soy de Madrid dijo “lo que a ti te gusta, jajajaja una chica bien que se aburre con su marido”… “anda, pruébala, que la estoy enseñando”. Pero la persona que entró quería verme y tocarme. Me movieron al asiento trasero con el desconocido. Tenía un olor peculiar, no era del todo a sudor, pero sí era una mezcla entre eso y algún desodorante barato. Él me abrió las piernas porque “quería ver el coñito de esta putita”… se reía porque no estaba completamente depilada. Me tocaba, me metía sus dedos en mi sexo, y se reía más “está completamente encharcada la muy puta”.
Joder, qué extraño mecanismo es la mente humana. Nunca en mi vida habría pensado que admitiría una situación así. Si me lo describen de alguien jamás lo hubiera creído, y de mí mucho menos. Pero lo cierto es que estaba completamente excitada. Dos desconocidos hablando de mí y tratándome de puta para arriba como si yo no estuviese presente. Me había dejado tapar los ojos, estaba desnuda de cintura para abajo, en el asiento de atrás de un coche en un parking me estaba dejando tocar con brusquedad por alguien que ni siquiera sabía quién era, y con todo ello, cada vez que usaban palabras más sucias acerca de mí, más cachonda me ponía. Había perdido completamente los papeles, la identidad…
Me cogió del pelo y me dirigió la cabeza hasta que su miembro tocó mi cara. A pesar de que tenía un olor fuerte y no muy agradable, no tuvo que decirme nada y yo sólita abrí la boca para metérmela dentro y esmerarme para hacerle la mejor mamada de la que era capaz. Mientras ellos seguían con sus comentarios humillantes “aún tiene que aprender esta zorrita, pero no lo hace mal del todo”, decía el extraño mientras me introducía su polla hasta la garganta provocándome arcadas. “No te quejes… que te lo tienes que tragar todo”. Estaba arrodillada en el asiento, con la cabeza metida en su regazo y había puesto mi mano en la base de su polla, lo que pareció gustarle y así me evitaba que la metiese tan profunda en mi boca. Mi “chico” se entretenía poniendo canciones en el aparato de música, y el extraño comenzaba a jadear como un jabalí. Joder, si hasta me sentía orgullosa de tenerle así. Me dijo “tócate putita, que yo te vea” y me faltó tiempo para llevar una de mis manos a mi perlita y acariciarme en su presencia. Él seguía con sus comentarios, pero el tono de su voz le delataba, estaba a punto de terminar y noté como sujetaba mi cabeza para que no pudiese apartarme y empezó a descargar su semen espasmo tras espasmo. Yo lo tragaba como podía, porque era mucha cantidad, pero no quería decepcionar a ninguno de los dos. Creo que no lo hice.
Había quedado en posición fetal sobre el asiento. Me sentía sucia y usada, pero contenta por haber complacido al amigo de mi dueño. Había hecho de mí lo que había querido y, mientras se abrochaba, decía “quiero follarme a esta zorrita, ¿cuándo la traes?”. Mi “chico” respondió “Ahora no, que me tengo que ir a Valencia. Cuando vuelva por aquí”. Yo sabía que era mentira, pero no abría la boca.
Cuando el desconocido se fue, me indicó que me vistiese y que me llevaría al trabajo. Me sentí decepcionada porque quería con todas mis fuerzas sentirle dentro de mí. Estaba ardiendo por todo lo que había pasado, pero él me dijo riendo “jajaja, por el momento prefiero que sigas deseando mi polla, pero para mañana tengo una sorpresa para ti”. Y continuó, esta vez con tono firme “vamos, vístete que tengo prisa”. Por supuesto obedecí al instante y, después de secarme como pude con una toallita de mi bolso, me puse los vaqueros directamente sobre mi piel. Como la otra vez, él se había quedado con mis braguitas. No sé porque pero me atreví a pedírselas, y él me contestó “acostúmbrate a venir con ellas e irte sin ellas”.
Por el camino me acariciaba ocasionalmente la mejilla, diciéndome cosas cariñosas que me hacían sentir bien. Decía que era guapísima, que le encantaba tenerme con él, y yo sonreía al oírlas. Me comportaba con él como una niña pequeña. Joder. De alguna forma me engañaba pensando que en el fondo era un buen chico. Mi chico para esta faceta de mi vida y, aunque no lo creáis, incluso después del episodio de su amigo, me sentía contenta. Me dio algunas instrucciones para el día siguiente. Dijo que me buscaría por la noche para ir a un club de swinggers, de intercambio de parejas. Ufffff otra vez mezcla de sensaciones… vergüenza, curiosidad, deseo, excitación, miedo a encontrar a alguien conocido… más aún cuando me fue describiendo la ropa que debía llevar.
Mientras, yo pensaba en cómo había llegado hasta allí… lo inverosímil que me parecía. Una parte de mí pensaba que debía escapar, pero mi otra parte ya estaba pensando la excusa que iba a tener que dar en casa a mi novio para poder faltar toda una noche. Uffff toda una noche.
Muchas gracias por las sugerencias, comentarios y correos (que me hacen ilusión), y por leer hasta aquí.
Carlos López.  diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Adrián) parte 5” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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Adrián: Yo conocía a Diana cuando tenía 20 años desde que la vi me deslumbro su belleza angelical esa mirada llena de pureza su bonitos ojos, sus tiernos labios su cabello lo llevaba lacio con un mechón hacia el lado izquierdo y una coleta eso me cautivo también he de decir que vi ese cuerpo de infarto sus bien torneadas piernas ese trasero redondo de buen tamaño parado que hace voltear miradas y sus buen par de senos grandecitos bien parados que daban a su figura esa silueta perfecta. Yo un tipo normal ni flaco ni gordo provengo de una buena familia pudiente mi padre tiene su propia empresa. Nos conocimos en la universidad por amigos en común ya que estudiamos diferentes carreras, me impresiono por lo inteligente que es paso la universidad becada, a medida que pasaba el tiempo nos fuimos acercando más entre salida y salida, las cosas se fueron dando entre nosotros hasta que nos hicimos novios, la relación se hizo seria y cada uno conoció a sus suegros y familias, en el sexo nos iba bien lo normal aunque con ese trasero deseaba que fuera mío pero nunca lo logre siempre sacaba pretexto de que por ahí no que le iba a doler y sexo oral ni se diga decía que era cochino pero aun así disfrutábamos y nos dábamos nuestras escapadas para tener intimidad.
Para mí todo iba muy normal aun que si notaba que era algo coqueta pero no pasaba de ahí creí que era normal por su forma de ser cariñosa bueno eso creía hasta que un día me di cuenta de que la cosa no era como creía. El día en cuestión fue su cumpleaños número 21 se hizo una reunión con un gran grupo de amigos en su casa temprano en la noche, ella usaba un vestido blanco enterizo manga corta con botones al frente que le llegaba hasta la mitad del muslo dejando ver sus torneadas piernas le quedaba entallado realzando esa espectacular figura, de ahí salimos todos a bailar a una discoteca popular en la ciudad todo de maravilla licor baile, en la mesa de al lado se hicieron unos tipos eran 3 bastante atractivos altos parecían modelos de portada revistas venían con dos mujeres muy bellas dos de los tipos en cuestión quedaban mirando hacia la mesa en la que estábamos notaba que miraban a mi novia le sonreían y ella se daba cuenta y de vez en cuando les regalaba una sonrisita, ella me decía que iba al baño que queda al lado de unas escaleras que suben a un segundo piso de la discoteca donde era más íntimo, más oscuro para las parejas y desde arriba se tiene una vista de la pista, 5 minutos desde que se fue mi novia veo a uno de los tipos ir hacia el baño en esas alcanzo a ver que mi novia salía el tipo la detiene y le dice algo hablaron como por 2 minutos el tipo le da un beso en la mejilla y entra al baño mientras mi novia vuelve a la mesa, cuando llega le pregunte que si conocía al tipo del baño me dice que no, que solo la quería felicitar por el cumpleaños que se dio cuenta por la algarabía que teníamos en la mesa, yo decidí no darle importancia al asunto y continuar con la fiesta, el tiempo trascurrió hasta altas horas de la madrugada los tipos seguían mirando a mi novia y ella regalándole sonrisas, ya más bebidos más ebrios mi novia dice que quiere ir al baño yo le dije que también fuimos ya algo mareados la vi entrar al de mujeres y yo entre al de hombres salí y la espere pasaron como 5 minutos y no salía pensé que ya estaría en la mesa me asome desde lejos y no la vi mire la mesa de al lado y los dos tipos no estaban, me empecé a preocupar vi que una mujer iba a entrar al baño le pregunte que si había una mujer con las características de mi novia ahí adentro se asomó y me dijo que no.
Preocupado salí del baño y vi las escaleras decidí subir estaba muy oscuro solo había unas pequeñas lámparas en las mesas en el sitio logre ver solo 3 parejas muy cariñosas dándose placer al fondo logre distinguir dos hombres y una mujer logre ver que la mujer llevaba un vestido blanco estaba abierto con un buen par de tetas grandes fuera del sostén estaba arrodillada chupándoles el pene a ambos hombres me acerque en medio de la oscuridad y me coloque detrás de una columna que había cerca ahí pude ver mejor era mi novia con su vestido abierto ese delicioso par de tetas al aire disfrutando chupándole las vergas como de 19 cms a un par de desconocidos, mi novia se veía hermosa chupándoles ese par de pollas ellos gemían de placer y mi novia saboreaba a gusto pajeaba a uno mientras chupaba la otra y así iba intercambiando mamada les levantaba las pollas y le chupaba los huevos así estuvieron como 5 minutos hasta que ambos cogieron sus pollas y empezaron a pajearse rápido frente de la carita de mi novia y le empezaron a decir…. abre la boca puta aquí te va tu regalo de cumpleaños…. la ración de leche que tanto quería dijo mi novia. Abrió su boquita y le empezaron a caer los lechazos de ambas vergas en toda la cara dentro de su boca le dejaron la cara perdida de semen parte de él le cayó en esas ricas y jugosas tetas quedo toda untada, lo que le cayó en la boca se lo trago a gusto.
Mi novia les dio las gracias por la lechita y los tipos solo se reían y le decían que de nada que era muy puta que estaba muy rica le dieron su teléfono para ver si se veían después, yo no hice nada la imagen era tan impresionante no podía creer lo que veía mi dulce e inocente novia me había engañado se veía muy bella con esa expresión de puta llena de lujuria comiendo pollas a pesar del engaño no hice nada para detenerlo me sentí celoso traicionado pero con una sensación nueva me sentía excitado y humillado eso hacía que mi excitación estuviera al máximo tenía una erección que no podía controlar, mi novia mientras tanto recogía el semen se su cara y se lo tragaba se chupaba los dedos saboreando la lechita yo salí rápido de ahí y volví a la mesa pasado un rato llego mi novia contenta, los dos hombres también se sentaron en su mesa riéndose, mi novia se puso cariñosa conmigo me daba besitos en la mejilla en los labios podía sentir un sabor extraño del semen que se había comido mientras tenía una erección que sentía que iba a romper el pantalón, en la otra mesa los tipos nos miraban y reían obviamente de mí.
Yo quería ir a tener relaciones con mi novia pero ella me dijo que no que estaba cansada ese día la lleve a casa y tuve que irme a la mía a quitarme la calentura recordando lo que vi.
Pasaron los días en una ocasión Diana vino a mi casa yo vivo en una unidad uno de los vecinos es un señor de unos 65 años de nombre Javier él es blanco, cabello canoso a pesar de su edad se ve bien conservado de joven se notaba que era una persona bien parecida de contextura delgada 1.80mts siempre anda bien vestido muy educado él es viudo y vive solo sus hijos viven en otra ciudad creo que fue profesor universitario, Diana y yo íbamos a salir a dar una vuelta saliendo de la unidad nos encontramos al vecino que muy educadamente nos saludó pasamos junto a él y seguimos me dio por mirar hacia atrás y pude ver como el viejo vecino le miraba ese culo grande redondo bien parado a mi novia como le quedaba ese jean que usaba apretado se le alcanzaba a meter entre las nalgas se le marcaba bien, el viejo solo miraba sin descaro con mucho morbo en esas me mira pudo ver que me daba cuenta de que miraba a mi novia el simplemente me vio y se sobo un bulto enorme que tenía entre el pantalón y me sonrió, yo no supe cómo actuar quede desconcertado, algo nervioso pero me empecé a excitar del saber cómo mi novia iba parando vergas por ahí sin darse cuenta, me di cuenta mientras paseábamos por algún centro comercial o algún sitio que mi novia no pasaba desapercibida su belleza y su cuerpo la hacían muy atractiva yo me sentía orgulloso por poder estar con una mujer así pero también sentía morbo y excitación al saber que iba despertando deseos.
En otra ocasión salimos a celebrar el grado de una amiga nuestra Diana iba hermosa como siempre su cabello castaño liso un poco más abajo de los hombros con un mechón al lado izquierdo de su angelical rostro y los labios pintados de color rojo, una blusa negra manga larga ceñida a su cuerpo con un muy buen escote recto que llega casi hasta la mitad de sus enormes pechos que llamaban la atención y podía verse un hermoso canalillo, tenía puesta una minifalda a cuadros muy pequeños blanco con negro que le llegaba a medio muslo dejando ver esas piernas gruesas bien torneadas y que hacia resaltar ese culo grande carnoso y redondo por ultimo unos tacones altos negros que estilizaban esa deliciosa figura y hacia destacar ese hermoso trasero, salimos de mi casa mi vecino estaba atento nos saludó se quedó mirando a mi novia con cara de pervertido no disimulo mientras lo miraba solo sonreía y me dio un guiño Diana lo alcanzo a ver y me dijo…. Ese señor como me mira. Le respondí…. Jajaja es que le gustas hasta a los viejitos jajaja no te gustaría un novio viejito…. Hay no que asco tener de novio un viejito…. Te podría mantener jajajaj…. Hay no que asco…. Solo te molesto amor jajaja…. Si ya me di cuenta mejor vamos que llegamos tarde. Me dio un piquito.
Fuimos a una discoteca a bailar éramos 3 hombres y 3 mujeres entre los hombres estaba José, para ir al sitio salimos en mi auto al ser yo el conductor no podía beber alcohol, nos divertimos mucho se tomó, bailamos la pasamos muy bien, en a la madrugada decidimos salir a comer algo ya todos estaban en un alto grado de ebriedad y lo único que había abierto a esa hora era una estación de servicio la cual acostumbramos a ir siempre que salimos de fiesta y está abierta las 24 horas, estábamos hablando en esas José fue al baño del establecimiento que es mixto 3 minutos después mi novia dijo que quería ir al baño le pregunte que si la ayudaba me dijo que no que podía ir sola la vi dirigirse al baño algo tambaleante yo me quede con los demás que estaban muy borrachos hablando pasaron como 10 minutos y mi novia nada que volvía ni tampoco José.
Llegue a la puerta del baño intente abrir pero tenía seguro al parecer había alguien pegue mi oreja a la puerta y poniendo mucha atención alcance a escuchar gemidos, sentí en ese momento que se me iba a salir el corazón solo pensaba en mi novia debía buscar la manera de comprobar que ella estaba ahí adentro pensando recordé que el baño tiene una pequeña ventana enrejada en la parte superior de una de las paredes que da a la parte de atrás de la estación de servicio disimuladamente salí pase por un lado de los borrachos que seguían hablando y no se dieron cuenta que pase por ahí llegue a la ventana estaba algo alta así que acomode unos contenedores de basura y con cuidado me asome para no ser descubierto.
Lo que vi era increíble mi novia estaba apoyada con sus manos sobre el lavamanos inclinada sacando ese hermoso culo en pompa con ese enorme par de tetas afuera saliendo por encima del escote de su blusa, su faldita sobre su cintura enrollada, sus piernas algo abiertas y su pequeña tanguita negra en sus tobillos ella se miraba en el espejo tenía una cara de puta salida llena de felicidad simplemente gemía llena de placer, en la parte de atrás se encontraba José solamente con el cierre del pantalón abierto con su polla y sus enormes pelotas afuera, le estaba clavando ese pedazo de carne de 23cm gordo y totalmente duro por ese pequeño coñito apretado que tiene mi novia se lo abria mientras se la metía le daba nalgadas y se aferraba a sus caderas para poder darle duro, solo escuchaba los gemidos de mi novia, entre gemidos la escuchaba decir…. José aaahhh te amooo aaahhh te amooo que rico me coges con tu vergota aaahhh siempre te voy amaaarrr mientras me sigas cogiendo aaaahhh asiiii aaahhhh…. Claro que si amooorrr te voy a seguir cogiendooo estas muy ricaaa y mereces que te coja a pollasos como la buena puta que eres aahh. Yo no aguante me saque mis 15cms en erección del pantalón y me empecé hacer una paja como desesperado disfrutando el espectáculo, José la levanto le dio vuelta su calzoncito quedo en el suelo, se empezaron a besar apasionadamente mientras José la agarraba apretándole una teta y le metía mano en el culo, Diana mientras tanto con una de sus manitas le hacia una paja a esa vergota mi novia se veía entregada se dejaba hacer solo quería complacerlo la escuche decirle…. Amor ven te la chupo ese pipi otra vez. La vi arrodillarse coger ese pedazo de carne abrir esa boquita a todo lo que daba y metérsela en la boca empezar a chupar no podía creer lo que veía lo hacía como una puta profesional se metía hasta la mitad le pasaba la lengua por todo el tronco le chupaba esas enormes pelotas se las metía a la boca José solo gemía parecía en trance le decía…. Me vas hacer venir para ven te la quiero seguir metiendo.
La levanto la sentó en el lavamanos le abrió las pierna mi novia se veía hermosa con una cara llena de lujuria y deseo agitada por la excitación sus enormes tetas perfectas hinchadas con sus pezones rosa en punta brotados por la calentura, sus piernas abiertas permitían ver ese cuquita mojada toda chorreada esperando por pija, José acerco esa enorme verga la empezó a restregar en su chochita babeante y se la empezó a enterrar sin detenerse hasta clavársela hasta las bolas mi pobre novia solo gimió mientras su cara se desfiguraba de dolor y placer… aaahh así amor me encanta sentir toda esa preciosa verga dentro de mi siento como me abre a toda aaaahhh…. prepárate mi putica que me voy a empezar a mover…. Si dale que estoy caliente. José le puso esas deliciosas piernas en los hombros le saco 20 cm de verga y luego se la metió toda la fue cogiendo así hasta acelerar y darle duro a un ritmo demencial mi novia solo gemía y pedía más él le agarraba las tetas y se las chupaba mi novia solo lo jadeaba tenía los ojos en blanco como si se fuera a desmallar José no paraba mi novia solo recibía placer se veía hermosa cuando se la cogían como se movían ese par de tetas y su cuerpo sudado hasta que José empezó a gritar se empezó a venir dentro de mi novia y ella empezó a tener un orgasmo que la hizo estremecer solo convulsionaba mientras recibía los pijasos profundos y los lechazos que le llenaban la conchita, yo me vine ahí a chorros sentí mucho placer ver esa imagen de mi novia siendo poseída por otro hombre me daba mucho placer ella se veía bellísima, José le dejo la verga adentro mientras perdía dureza encima de Diana, aprovecho para besarla y darle una chupadas a ese par de tetas después de un rato le saco la polla la conchita de mi novia se veía hinchadita toda mojada empezó a chorrearle una gran cantidad de semen que cayó al suelo una parte la otra empezó a bajarle por las piernas.
Se empezaron acomodar la ropa Diana cogió su calzoncito se lo puso con su vagina llena de leche y se acomodó sus tetas en la blusa cruzaron unas palabras y salieron yo rápidamente me acomode la ropa y fui con el resto de mis amigos, mi novia llego se veía feliz y relajada dijo que quería ir a casa así que nos montamos todos al vehículo dejamos a todos nuestros amigos en sus casa inclusive a José que también estaba muy feliz por ultimo lleve a Diana a su casa me dio un beso en la boca nos despedimos me dijo que me llamaba más tarde.
Antonio: woo José nunca va a desaprovechar el cogerse a Diana.
Adrián: si estoy seguro que se la siguió cogiendo más de una vez.
Steven: espero que ahora no vaya aprovechar que esta acá en Colombia para volvérsela a coger.
Jajajaja Antonio y Adrián rieron, le dijeron esperemos que no.
Adrián: bueno déjenme seguirles contando.

Relato erótico: Mi ex-cuñada, una caja de sorpresas (POR CARLOS LÓPEZ)

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El pasado mes de octubre me pasó algo que no puedo evitar contar aquí. Fue algo morboso y excitante, no esperado y que hasta ahora aún me tiene fascinado.

Antes de nada, voy a hablar un poco de mí. Tengo 38 años y vivo en Madrid, España, donde trabajo de contable en una multinacional. De todas formas, nací y viví hasta los 22 años en una capital de provincia algo alejada de mi residencia actual, que es donde aún viven mis padres. No me gusta demasiado volver por allí, en parte porque aprecio mucho mi ciudad actual, y en parte porque tuve una juventud allí un poco “salvaje”. Con mi grupo de amigos, algo pasados de rosca e influenciados por los grupos musicales de aquel momento, flirteamos con las drogas y con todos los desfases que se nos pusieron cerca.
Aquello acabó fatal. Una de las chicas del grupo se suicidó, y algunos de los amigos aún llevan una vida desastrosa. Otros hemos rehecho nuestras vidas y nos va razonablemente bien, ya curados de esos pecados de juventud. Yo, por aquel entonces salía con Marta, una chica preciosa, morena y alta, con ojos grandes y oscuros que me cautivaron en cuanto los vi en una discoteca de moda de entonces. Marta era una chica de familia bien, de esas que son varios hermanos y van a la iglesia todos los domingos. Pese a ello, al salir conmigo y unirse a nuestro grupo, pasó de ser una chica modosa y estudiosa, a estar tan enganchada a todos los vicios (alcohol, hachís, pastillas… sexo) que a mí mismo me daba miedo. Cuando nuestro grupo estalló y mis padres me trasladaron obligado a Madrid, nuestra relación se rompió y no supe nada de ella en muchos años. Luego me enteré de que se había casado, tenía niños, y que llevaba una vida de lo más convencional. Me alegré de ello, siempre tuve el remordimiento de haberle jodido la vida.
Con todo, aún muchas noches recuerdo nuestras sesiones de risas y sexo salvaje, cuando todo nos importaba nada. Como dice el gran Springsteen en The River “But I remember us riding in my brother´s car. Her body wet and tan down at the reservoir”. Marta, cuando estaba afectada por el hachís le surgía la fijación sexual de ser dominada, usada, sometida… y yo, también afectado, jugaba el papel que ella me asignaba, usando el lenguaje más rudo que se me ocurría, gritándole, atándola a la cama o exigiéndole cosas como si fuese mi criada, siempre impresionado por el grado de excitación que Marta alcanzaba. En fin, eso pasó y nunca pensé que iba a tener influencia en mi vida actual, mucho más tranquila y convencional. De hecho, en los últimos años he tenido alguna pareja estable, aunque en este momento estoy libre y, en el plano sentimental, mi vida vuelve a ser un poco tumultuosa.
Pero bueno, paso a contar el episodio que me tiene fascinado en los últimos tiempos. Ocurrió que en uno de mis viajes de trabajo, comiendo con un proveedor, se me quebró la funda de un diente que me habían puesto en la adolescencia después de que me lo rompiesen en una pelea. Esto me obligaba a ir al dentista, cosa que odio y procuro evitar. La casualidad hizo que tuviese un viaje programado a mi ciudad natal con motivo del cumpleaños de mi madre, así que pedí cita en la clínica dental de siempre.
La clínica había sido ampliada y ahora era mucho más grande y moderna de lo que yo recordaba. Había varias salas separadas por paredes de cristal y muchos profesionales con bata blanca, casi todos chicas jóvenes. Llegué y me pasaron a la sala de espera. Mi cita era urgente, y se atendería cuando quedase un hueco. Mientras leía alguna revista observaba el ir y venir de dentistas y enfermeras, impresionado por lo guapas que me parecían todas. Empezaba a pensar que me excitaban especialmente las batas blancas. A los pocos minutos, la recepcionista me pasó a una de las salas y allí, me recibió una chica morena, de unos 28 años y bastante guapa. Me llamó la atención por algo, su cara me era familiar, pero no sabía por que.
Le conté mi problema y ella se dispuso a trabajar. Me acomodó en el sillón e inspeccionó mi boca. A continuación me pasó a una sala anexa donde me hizo una radiografía de la dentadura completa. Me preguntó el nombre para incluir la radiografía en el archivo informático, y volvimos a lo que ella llamó con una sonrisa preciosa el “sillón de torturas”.

 

Ya sabía como te llamabas, aunque no estaba segura del todo.
¿quée?
Sí, jaja, tú no me reconoces, pero hemos sido cuñados… yo soy Estela, la hermana pequeña de Marta. Lo que pasa es que he cambiado algo ¿no? Jajajjajaja. Tú también has cambiado. Anda abre la boca.

 

Empezó a trabajar y no pude contestar, pero en ese momento caí en la cuenta de todo. ¡Por eso me resultaba familiar! Estela era la hermana pequeña de Marta. Aquella mocosa que cuándo yo salía con Marta tenía unos 13 años. Aquella que con su permanente aparato en los dientes y su ropa siempre rosa me parecía insoportablemente cursi y desgarbada. Pero eso era entonces, porque ahora era una proporcionada y resuelta joven que se había hecho dentista, y manejaba a los pacientes con soltura y a su antojo.
Reconozco que ser atendido por la hermana de Marta me dio cierto miedo o reparo. Uno siempre va al dentista con miedo, pero si el dentista es la hermana pequeña de alguien a quien mi mala influencia casi le destroza la vida, se tiene aún más inquietud. De hecho, su familia siempre mostró hostilidad hacia mí, cosa que ahora comprendo perfectamente. En aquellos años de relación con Marta, la antipatía de su familia me traía completamente sin cuidado. Simplemente procuraba no aparecer por allí cuando estaban sus padres y, cuando no estaban y Marta quedaba al cuidado de sus hermanos pequeños, entonces sí aparecía yo, y nos encerrábamos en su habitación a practicar en una cama nuestras sesiones de sexo salvaje y así evitar el asiento trasero del coche. Estela entonces, con resignación, cuidaba de las necesidades de los más pequeños por delegación de Marta, que tenía sus propias necesidades (que era yo quien atendía :-).
A pesar de mis miedos en la camilla, Estela trabajaba con soltura y no me hacía excesivo daño. Cuando tuvo clara la “obra de reparación” que me iba a hacer, se retiró la mascarilla y me la explicó, anunciándome que iba a anestesiarme preventivamente.

 

En realidad no te hace mucha falta, porque el diente ya lo tienes desvitalizado, pero es posible que te haga algo de daño en la encía al tallarlo.
Haz lo que tengas que hacer –dije yo haciéndome el duro para aparentar valentía-

 

Mis palabras la produjeron una sonrisa divertida, y para mí preciosa. Preparaba la jeringuilla con el anestésico y los instrumentos que iba a usar a continuación, hablando alegremente.

 

Ya verás qué guapo vas a quedar, jiji, no tanto como eras, pero es que el tiempo pasa.
Venga, no te burles de mí, que mira en qué estado estoy.
¿En qué estado estás? Jajaja no seas quejica. Que sepas que estuve dos años completamente enamorada de ti y que ni me miraste. Jajaja, te veía guapísimo. Anda, abre la boca, que viene un pinchacito.

 

Joder, sus palabras me tenían extrañado. Por un lado, tomaba el papel de médico y me manejaba a su antojo, hablándome como si yo fuera un niño pero con una gran profesionalidad. Pero por otro me sentía halagado de que una belleza así hubiese estado, de niña, “enamorada” de mí, y notaba coqueteo y una cierta nostalgia en sus palabras. Aunque para nostalgia la mía. Era uno de esos momentos en que uno piensa que ojalá se pudiese rebobinar la vida… siempre he tenido la sensación de que en el presente no me doy cuenta de las cosas que pasan a mi alrededor. Y ahora, joder, era yo el que me había “enamorado” repentinamente de la preciosa joven que estaba trasteando en mi boca.

No sé, supongo que todos hemos tenido algún episodio en el que nos hemos sentido muy atraídos por una profesora, doctora, la dependienta de la tienda de muebles, la cajera del supermercado o algo así… entonces ponemos una sonrisa benéfica y actuamos de forma “idiota”. Las mujeres tienen un don especial para captar estos gestos y, cuando los hacemos, se desencadena en ellas un mecanismo por el que perdemos automáticamente la mínima atracción que pudieran sentir hacia nosotros.
Para mi fortuna, en mi situación de aquel momento no pude hacer ningún gesto estúpido y, no obstante, yo me sentía completamente ridículo. Estaba recostado en una camilla de dentista, con un babero de plástico, con un diente roto, la boca abierta, y con un aparato que succionaba mi saliva. Por supuesto, sin poder hablar ni sonreír, y con mis ojos clavados en los preciosos ojos de Estela, en los que nunca antes me había fijado.
Ella se había puesto una mascarilla y me hablaba mientras trabajaba. Había un fresco olor a menta que no sé si pertenecía a la clínica o al cuerpo de Estela, que se adivinaba sólido bajo su bata. Supongo que para ella la situación era completamente rutinaria, pero para mí era una mezcla de sensaciones. La veía alta, cercana al metro setenta, aunque algo menos que su hermana. Su pelo largo pero no exageradamente, oscuro y liso estaba recogido en una coleta informal que dejaba ver todo su rostro no cubierto por la mascarilla. Su piel, más bien morena, y su nariz recta le conferían personalidad, al igual que a Marta tal como la recordaba. Sus ojos denotaban que ponía concentración en su trabajo. Eran oscuros, marrones, como diría Fito “del color de la cocacola”, y también parecidos a los de su hermana que me volvían loco.
No sé el tiempo que estuve allí siendo tratado. Recuerdo que Estela trabajaba y hablaba de cosas informales. Aunque sí hubo dos momentos en los que hizo algo, no sé si a propósito, pero que me sorprendió y excitó bastante. Cuando tuvo mi diente tallado, preparó una masilla para tomar un molde de mi boca, y así encargar una nueva funda. Situada detrás de mí la colocó con sus dedos en mi boca sobre mis dientes superiores, y entonces apoyó la parte trasera de mi cabeza sobre sus pechos de modo que pudiese apretar fuerte con los dedos encajar perfectamente la masilla en mi dentadura. Estuvimos así cerca de un minuto, en ese momento ella no hablaba y yo, yo sólo pensaba en las dos montañas sobre las que apoyaba mi cabeza, redondas y tensas. Ufffff qué sensación. No sé si fue una fantasía, pero tuve la impresión de que simulando colocar mejor el molde, hizo algunos movimientos laterales insistiendo más en el contacto sobre su pecho. Lo que sí puedo asegurar es que notaba su corazón, y su respiración. Era algo excitante.
Un segundo momento de excitación se dio cuando me estaba colocando un cemento para que mi sonrisa no se resintiera estéticamente esas 2-3 semanas en las que aún no iba a tener colocada la funda definitiva. En esos momentos su pecho también rozaba deliciosamente contra mi hombro. Uffffff creo que estaba algo excitado ¿lo notaría Estela?
Por lo demás, todo había transcurrido entre miradas, su charla agradable y mi sentimiento oculto de envidia hacia el novio con el que me comentó que vivía. Aunque hubiese estado libre y, a pesar de la atracción que sentía hacia ella, jamás me habría atrevido a decirle nada. Era como si fuese un tren que ya había pasado por mi vida y no tenía posibilidad alguna de alcanzar. Sentía su posición en el mundo superior a la mía… era joven, guapa, simpática, preparada, mientras que yo ya me acercaba peligrosamente a la madurez de los 40 años, sin haber hecho nada destacado en una vida, la mía, que transcurría sin pena ni gloria. Pero las cosas pasan cuando no se esperan y, para mi sorpresa, antes de despedirse, Estela me propuso salir a tomar algo en plan tranquilo “para recordar viejos tiempos”, ya que “esta noche su novio estaba de guardia en el hospital”.

Por supuesto, tratando de no dejar translucir mi entusiasmo por la propuesta, y con el labio superior aún anestesiado, le dije que sí. Ella, una vez más marcando la pauta de nuestro encuentro, me dijo que iba a salir de la clínica pronto, que se daría una ducha y que sobre las 9 de la noche, podíamos quedar en la esquina de la casa de mis padres.

Con ese sentimiento de niño con zapatos nuevos me dirigí hacia mi coche, pensando en la situación que se había propiciado sin haberlo previsto. Puntual a mi hora, bajé con mis mejores vaqueros, camisa oscura, chaquetón y bufanda. Hacía un frío polar ese día. Al cabo de 10 minutos de espera, ya estaba empezando a impacientarme… la llamé al móvil y me dijo… “ya mismo llego, no tenías que haber bajado hasta que no te hubiese llamado”. Joder, empezaba a sentirme ridículo allí esperando. ¡¡Al final llegó con 27 minutos de retraso nada menos!! Y yo, muerto de frío, pensando en qué cojones hacía yo ahí esperando a esta chica… madurando la idea de lanzarme a su cuello sin perder tiempo.
De todas formas, he de reconocer que cuando apareció mi seguridad ya no era tanta. Venía guapísima y sonriente, con el pelo recogido y un chaquetón rojo que dejaba ver sus piernas enfundadas en unas medias negras. Sobre ellas, una segunda capa de medias de las que se llaman “calzas” hasta por encima de sus rodillas.
Tras los protocolarios saludos dijo

 

Vamos a ir a la zona de la avenida.
No, vamos a un bar que hay en el casco antiguo -contesté con firmeza pero con educación-
No, allí no, que hay que andar un poco y hace mucho frío –decía resistiéndose-
Ya sé el frío que hace, llevo 27 minutos esperándote. Además, si sabías que hacía frío, no haberte puesto falda.
Eso ya no tiene remedio.
Bueno, pues haberlo pensado antes –dije sonriendo-

 

 

Me había hecho esperar tanto tiempo que ahora tenía claro que iba a dejarla manipularme. Me apetecía ir a un bar irlandés que hacía años que no iba y, tomando su brazo, la guié en esa dirección. Aún así, ella protestaba adoptando un tono de niña:

 

Jooo, por qué tenemos que ir donde tú dices. Yo salgo mucho por esa zona, no ves que vivo cerca…
Porque yo quiero ir allí, así que no seas pesada y vamos.
Pero es que hace mucho frío para andar –era verdad, hacía mucho frío, pero no pensaba ceder-
Tú vives aquí y puedes ir cuando quieras al que quieras. Pero hoy vamos al que digo yo.

 

No dijo más cosas sobre el asunto, pero se notaba que caminaba a regañadientes, que quería irritarme. Ahora ya, vestida de calle, ya no era la eficiente doctora que domina todo y se había transformado en una chica joven y algo alocada. Habíamos cambiado los papeles, y era yo el que hacía comentarios más adultos. Íbamos por las calles del centro y, cómo las aceras eran estrechas, caminábamos por el asfalto. Pasó un coche y tuve que tirar de ella para apartarla. No fue una situación peligrosa, pero se veía que quería provocarme de alguna manera.

 

Te estás portando fatal –dije divertido- al final tendré que acabar dándote unos azotes en ese precioso culo que tienes.
Jajajajaja ni se te ocurra. No creo que te atrevas.
¿No crees? Pues si tengo que hacerlo lo haré, jajaja
A mí nadie me da azotes. Puedes hacerme lo que quieras menos darme azotes –dijo provocándome-
No me pongas a prueba, Estelita. Ya fui bastante irresponsable con tu hermana, a ti prefiero educarte, para que tus padres me tengan algo que agradecer.
¿Tienes un chicle? –dijo con tono ya serio-
Sí toma –saqué del bolsillo de mi chaquetón un paquete-

 

Entonces Estela, se detuvo, lentamente desenvolvió uno de ellos y, tras metérselo en la boca con un gesto divertido, recreándose en el momento, tiró el papel al suelo mirándome retadora. Entonces no pude aguantar más, partiéndome de risa la cogí de los brazos y, aprovechando mi mayor fuerza, la incliné hacia delante y le di varios azotes fuertes sobre la ropa que llevaba, mientras ella gritaba “¡déjame!”.

 

Jajajaja eres un cabrón, te has aprovechado de que eres más fuerte –era verdad-
No haberme provocado, jajaja, a ver si ahora te portas bien, o te tengo que volver a dar…

 

Según yo decía esta última frase, noté que había una curiosa excitación en su mirada y entonces me di cuenta de todo. Me pasó por la cabeza cuál era la razón por la que ella me había dicho que quedásemos juntos. Deduje qué era lo que ella buscaba en mí y decidí jugármela.
La tomé de la parte superior del brazo, y la llevé hacia la oscura acera de la calle y, cuando ella se apartaba de mí sonriendo tímidamente le dije con frialdad “Estela, ven aquí”. Insistí “Ven aquí ahora mismo”. Noté que dudaba, pero seguí “¡vamos! ¡aquí!”. Obedeció. Me quedé alucinado. Bajo su cabeza y me obedeció. Tomé su cara con ambas manos y le pegué un beso fuerte en los labios. Un beso duro, dañino, salvaje, mordiendo su carne e introduciendo mi lengua en su boca. Lo prolongué durante un minuto y notaba cómo se aceleraba su respiración. Notaba cómo sus manos sujetaban mi cintura, y cómo su cuerpo se apretaba contra mí sobre nuestros abrigos. Cuando paré dijo.

 

Me gusta tu lengua
¿Sí? ¿es mejor que la de tu novio?

 

El gesto de su cara lo dijo todo. Le había hecho daño, pero yo estaba con la soltura de los que se saben ganadores de la batalla, continué besándola y notaba como se entregaba, pero no me conformaba con eso y quería ir mucho más allá:

 

Estela, tengo una fantasía. Quiero que me des permiso para usar tu cuerpo esta noche cómo y cuando quiera. Pero no te asustes, te dejo dos condiciones.
¿Qué condiciones? –dijo susurrando-
Primero, que tengo todo el permiso sobre tu cuerpo, pero que me lo puedes retirar cuando tú quieras sólo con decirlo. Y segundo que no te voy a hacer daño físico. Por lo demás eres mía.
… -se quedó pensativa-
Estela, no te lo voy a repetir… dije aparentando firmeza
Si, sí te doy permiso, pero no lo digas más veces.

 

 
Joder, qué curioso me pareció. Estaba dispuesta a hacerlo, pero aún le daba reparo oírlo. Una preciosa mujer, diez años menor que yo y con pareja, se entregaba a mí sólo por cumplir una fantasía que tenía en su cabeza desde niña. Y yo no iba a hacer que se arrepintiese.
Sin ningún gesto más, salvo que la dirigía del brazo, llegamos al bar irlandés que me gustaba. Cuando se despojó de su abrigo, me quedé impresionado. La verdad es que se había puesto guapísima y por eso habría llegado tarde. Llevaba una falda verde con look militar, muy corta, y una camisa ultra femenina blanca y delicada para contrarrestar el efecto. Medias y botas negras. La miraba tratando de no dejar traslucir mi deseo.

 

¿Qué miras? –me dijo partiéndose de risa-
Jajajajaja ¿qué piensas que miro, listilla? –ahora ya miraba descaradamente todo su cuerpo-
Mis botas jajaja son las botas de moda este año…

Sí, ya las he visto. Si luego hace frío me las podrías dejar a mí para meter las manos y que no estén frías
Jaja ¿Y dónde pongo los pies?
Ummm ya te diría yo dónde…
Ah ¿sí? ¿me vas a decir lo que tengo que hacer? –Dijo con el tono más pícaro de que fue capaz-
Claro –dije yo, aparentando seguridad- Acércate a mí y dame un beso… quiero sentir tu cuerpo. Vamos.

 

Ufffff aún no me lo podía creer. Contoneándose despacio me obedeció y pude sentir de nuevo sus preciosas tetas, esta vez sobre mi cuerpo. Mientras duraba nuestro beso, rozaba descaradamente su cuerpo contra el mío. Hasta tuve que decirle que tenía que aparentar un buen comportamiento “Estela, quiero una chica bien por fuera y una puta por dentro”… con un gemido a modo de queja se volvió a sentar en su taburete.
Entonces comenzamos a hablar de temas diversos. Le combinaba preguntas de cosas serias de nuestra vida, con otras de aspectos más morbosos de su vida, como la ropa interior que llevaba o cuáles eran sus fantasías. Me confesó que incluso ahora, en algunos momentos de pasión, se excita pensando en los episodios que tenía yo con su hermana. Esos episodios donde trataba a Marta como una auténtica puta. Estela, que entonces era una adolescente, nos espiaba o simplemente nos oía despertando en ella unas sensaciones que hasta entonces desconocía.

 

Que sepas que por tu culpa empecé a masturbarme. Jiji, me corrompiste.
Ah sí? ¿y se masturba mucho esta niña bien? ¿lo sabe tu novio?
No, nadie lo sabe, sólo tú ahora –dijo con alguna timidez-
Estela! ¿cuántas veces a la semana? Vamos, dímelo. –yo siempre firme-
Jooooo
Vamos!
¿Cinco? –ahora sí se había puesto roja-
Cinco son pocos para ti, yo creo que eres mucho más puta que eso. ¿Acaso no acabas de entregar poderes sobre tu cuerpo a un desconocido?
… sí –dijo tras unos segundos-

 

Sentados en nuestros taburetes, recoloqué mi abrigo sobre las rodillas y, disimuladamente, deslicé mi mano subiendo entre sus piernas por el tejido de sus medias. Me miró sobresaltada, pero no dijo nada. Yo me llevé una cierta decepción porque no llevaba medias hasta la mitad del muslo, que son las que me gustan a mí. Se lo dije y contestó “hace mucho frío, además, con minifalda no se puede, parecería una puta”…
“Es verdad, me gusta que por fuera parezca que eres buena”. Yo representaba mi propia fantasía, que consistía en hacer gestos aparentando una conversación normal entre amigos. Aparentar ser gente decente y, sin que nadie en el bar lo sepa, hablar de temas muy subidos de tono. A juzgar por cómo me seguía el juego, la fantasía era compartida. Aspecto de personas honestas, un tema de conversación muy guarro, y algunos roces disimulados a su cuerpo o al mío sin que nadie los perciba… uffffffffff Estela estaba en ebullición. Yo también. Por supuesto, nos dábamos algunos besos, pero sin el punto salvaje que ella se merecía.
Le hice admitir que la excitaba muchísimo que la tratasen como a una puta… me contó que cuando me vio en la consulta se mojó sólo de recordarme. Que estaba tremendamente caliente mientras trabajaba en mi boca, hasta el punto de tener miedo de que alguien lo notase. “¿Ah sí? Y ahora no estás húmeda?” acercó su boca a mi oído y, tras deslizar su lengua sobre mí susurró “síiii, no te imaginas cómo…”. Ufffff yo también llevaba toda la noche excitado, pero ahora especialmente mi polla estaba a punto de reventar los vaqueros. Una idea me rondaba la cabeza.
 

Vi que en la zona de la barra dónde estábamos no había camarero y dije “Estela, ven aquí, ponte de pié”. Yo estaba sentado en un taburete lateralmente a la barra, con el brazo izquierdo apoyado en ella. Mis piernas estaban abiertas y ella vino a abrazarse a mí. “mira a la barra Estela”… quedó de pié entre mis piernas y mientras le besaba el cuello y mi mano derecha acariciaba su espalda. Tapada de la gente de alrededor por su propio cuerpo, mi mano izquierda se metió por la cintura de su falda… dentro del elástico de sus pantys, acariciando la piel de su abdomen fui bajando bajando, por el interior de sus braguitas… su monte de venus depilado total… el comienzo de su rajita… hasta su sexo… ufffffff realmente estaba súper húmeda, y su cara… su cara era un poema en ese momento. Sin sacar mi mano dije:

 

Estela… Estela habla conmigo, cuéntame ¿qué vas a hacer mañana en el trabajo?
Eres un puto cerdo –dijo susurrando nerviosa y divertida-
O te comportas bien o todo el mundo va a sospechar que aquí pasa algo, que esta chica tan fina y tan mona tiene la mano del hombre con el que va dentro de su ropa interior.
Vamos, ¿qué vas a hacer mañana en el trabajo…?
No séee, jooo, atender a los pacientes –se le iba un poco la voz… estaba muy excitada-
Ah sí? Ten cuidado con los pacientes, que algunos te ponen caliente… -dije con una voz maléfica-

 

En ese momento vino la camarera hacia nuestro lado y me dio corte tener allí la mano… la saqué disimuladamente, no sin antes mirar a los ojos a la chica que se percató de todo.
Continuamos hablando como si nada hubiera pasado, pero el ambiente entre nosotros estaba tremendamente caldeado. Cada poco se acercaba a mí y me rodeaba con sus brazos besando mi cuello… mientras yo acariciaba su espalda bajo la fina tela de la blusa… siempre erguido y sin perder mi posición. Tan pronto hablaba de cosas serias, como espetaba con total seriedad:

 

Estela, ¿cuántas veces te habían tocado el coño en la barra de un bar lleno de gente?
Ummmmm… hasta hoy ninguna –ya había cogido mi juego y aparentaba también seriedad-
Jajajajaja pues no parece que te haya disgustado…
Ha sido horrible… ufffff –dijo gimiendo mientras me guiñaba el ojo-

 

Cada vez me sentía más ansioso por estar con ella. Me bebí mi copa de un trago y dije:

 

¿No decías que vivías por aquí?, pues vamos a tu casa.
¿A mi casa? –eso no parecía gustarle mucho-
Sí, a tu casa. Yo no soy dentista, pero también tengo un tratamiento para ti…
Es que… mi novio… -un poco compungida-
¡Vamos! –sabía que su novio estaba de guardia-

 

Una vez más la tomé del brazo y la dirigí hasta salir del bar… a partir de allí nos besamos salvajemente en cada esquina… pero la notaba nerviosa… no le gustaba que fuésemos a su casita. Ya nos estábamos acercando y mi mente seguía maquinando. Joder, a mí mismo me sorprendía qué mente más sucia tengo. En un rincón oscuro la detuve y entre besos metí de nuevo mi mano entre sus piernas bajo su falda… uffffff estaba muy caliente y se notaba que la humedad estaba filtrando la tela de su lencería…

 

¿Qué te pasa? Estelita, ¿no quieres que te folle como te mereces?
Síiii, pero es que en mi casa…
Te follo donde me da la gana. Me has dado permiso para hacer contigo lo que quiera…
Sí, pero si nos ve algún vecino…
Haberlo pensado antes… ya has despertado a la bestia -dije con maldad atrayéndola para que notase mi miembro erecto-
Pero… no podrías dejarme subir a mí primero… por favor… por favor…

 

¡Ajá! Ya la tenía donde yo quería… desde luego hay días en los que todo sale bien… justo quería que me propusiese esto y ya había elaborado mi plan:

 

Vale, pero con una condición…
¿Qué condición? –se notaba que ya tenía miedo a mis ideas, pero la excitación la podía-
Llamaré al interfono cuando llegue, abrirás la puerta del portal sin contestar y, en ese momento abrirás la puerta de tu apartamento, apagarás todas las luces salvo una luz de mesita, y te colocarás inclinada hacia delante en la mesa del salón… con los brazos extendidos… Estela… de espaldas a la puerta ¿vale?
…. ¿y si entra alguien? –tardó unos segundos en contestar, como si internamente luchase sobre si hacerlo o no-
Tendrás que correr el riesgo… si no quieres me quitas mis derechos y me voy…
No, no –respondió al instante- he decidido jugar y voy a jugar… -sus ojos brillaban-
Esta es mi niña!!! Ah! Una cosa más… pase lo que pase… no te muevas y no mires hacia atrás… al menos hasta que yo té de permiso ¿lo prometes?
Jooooo… me das miedo… pero sí, lo prometo…
¡Eres una puta Estela! ¡Detrás de esa carita de niña buena, no hay más que una puta caliente! –cambié voluntariamente en tono a brusquedad- dime tu dirección ¡vamos!
Marqués de Vadillo, 2, 3º A…
¡Venga, vete! En 10 minutos estoy allí…

 

La vi alejarse caminando rápido y sin mirar atrás. En realidad tenía miedo de que al llegar a su casa le entrara la sensatez y no me abriese… quizá estaba perdiendo un polvo seguro por forzar la situación, pero a veces hay que arriesgarse… ¿no?
Aproveché esos 10 minutos en entrar en una tienda de chinos “todo a 1 €” y compré cinta adhesiva de pintor, unas tijeras y un trozo de tela negra… Sin dejar pasar mucho tiempo, llegué a su portal y llamé al interfono. Todo sucedió según lo planeado y sonó el zumbido que abre el portal.
Al llegar, la puerta estaba cerrada salvo por una pequeña rendija. Empujé y todo estaba como le había pedido… había puesto música suave y se notaba un ligero resplandor que salía de una puerta… era el salón… me acerqué y allí estaba ella… inclinada y dejando su culazo a mi vista… la falda le daba una forma redonda preciosa… se había quitado las medias. Fue obediente y no miró. Yo tampoco emití ninguna palabra, aunque hacía los sonidos propios de mis pasos.
Pausadamente, me quité el abrigo y lo puse en una silla. Tomé la tela negra que acababa de comprar y, haciendo una cinta con ella, me acerqué a Estela… me di cuenta de que estaba temblando… con un movimiento sencillo la tapé los ojos con la tela y lo anudé atrás… “ssssssssssshhhhhhhhhhhhhhh” dije… no quería usar mi voz. A continuación, con la cinta adhesiva de pintor pegué sus muñecas a las patas de la mesa que, por suerte, no era muy grande… “ssssssssssssshhhhhhhhh”… yo seguía sin hablar y ella… ella temblaba ahora ostensiblemente. Dijo “¿eres tú?… ¿eres tú?” y yo una vez más “ssssssssssssshhhhh”.

No podía creerme mi suerte. Tenía a mujer brutal a mi completa disposición… comencé a pasar las yemas de mis dedos por su piel… por su espalda… por sus piernas… la cara interior de sus muslos… ahora ya sólo gemía y aún no había hecho absolutamente nada. Joder… yo estaba empalmadísimo pero no quería follármela simplemente… quería disfrutar el momento y hacerla gozar como nunca. Pasé de mis caricias suaves a presionar con mis manos todo su cuerpo… su culo, su espalda… el lateral de sus pechos aplastados en la mesa… su nuca… y ella sólo gemía con cada uno de mis contactos “ummmmmmm” “por favorrrrr”… “¿eres tú?”… le dí un fuerte azote sobre su culo “ssssssssssshhhhhhhhhhh” seguía sin decirle nada.

Tras contemplarla unos segundos… era una auténtica jaca a mi disposición… metí mi mano bajo su falda… y con ella abierta me dispuse a cubrir su sexo. Reconozco que me decepcionó un poco que se hubiese quitado también las bragas porque quería cortarlas con las tijeras, pero la noté tan húmeda que su flujo comenzaba a resbalar por su muslo… Uffffff nunca había visto a una chica así, pero en ese momento me pareció lo más natural del mundo. Le subí la falda para dejar su culo a mi vista. La luz era ténue, pero lo suficiente para disfrutar el momento.
Me arrodille detrás de ella y, con mi mejor técnica, comencé a pasar mi lengua longitudinalmente a su raja… joder, era preciosa, labios grandes e hinchados, abiertos haciendo una curva mágica… me moría por envolver con ellos mi polla que, en ese momento, estaba a reventar…. pero lo primero era hacerla gozar a ella, quería verle retorcerse y me puse a hacerle cosquillas con roces extremadamente suaves de mis manos. A pesar de sus ligaduras, movía su culo como queriendo clavarse en mis dedos… gemía “por favor… por favor… por favor… fóllame”, y yo le daba un azote en el culo que ahora estaba frente a mi cara –plas- “sssssssssshhhhhhhhhhhhhhh”.
Mientras, mi lengua seguía trabajando. Bebía el elixir que manaba de esa parte de su cuerpo que, cada vez tenía más claro, estaba diseñada sólo para el placer… mi placer y el suyo. Su coño, su sexo, su raja, su gruta… ella sólo gemía y se movía… antes de meter mis dedos para acompañar los movimientos de mi lengua noté como incrementó sus gemidos y se puso a jadear… “se estaba corriendo la muy puta”… joder qué momento… no pude evitar sacar mi teléfono móvil e inmortalizar el momento, su cuerpo y también algún primer plano de su vagina… “para mi consumo interno” pensé, ¿Quién sabe el tiempo que tardaré en vivir otra situación así en mi vida?
Cuando se fue relajando y en lugar de follármela directamente, decidí continuar para que tuviese la mejor comida de coño de su vida, me había sabido a poco lo anterior… Ahora, con más tranquilidad, me fui centrando en diversos lugares… los pliegues de sus labios, su pequeño agujerito… por cómo gemía, creo que descubrió algo que no conocía… y entre lengüetazos longitudinales fui acercándome a su clítoris. Ella mantenía las piernas abiertas y poco a poco notaba cómo volvían a incrementarse los sonidos que emitía… cómo los movimientos de su grupa se aceleraban… pero esta vez mis dedos sí exploraban a fondo su cuerpo… caliente y resbaladizo… hacía los curiosos sonidos propios de la humedad de la zona “chip chip chop chip”… me moría por decirle que era una puta, que cómo se podía poner así porque un desconocido la atase a la mesa de su propia casa… pero me mantenía callado… quería que no tuviese la completa seguridad de que era yo el que estaba ahí.
Puse mi lengua plana sobre su perla más preciada, mientras con mis dedos masajeaba la zona delantera dentro de su coño buscando su punto g. El masaje en esa zona casi nunca fallaba y, con el estado de excitación de Estela, tampoco fallaría ahora. A los pocos segundos, noté de nuevo en los dedos que exploraban su interior como se contraía en espasmos toda su musculatura abdominal… segundo orgasmo… decía “¡me vas a matarrrr!”… y yo –zas- otro azote… “me matassssss!”… –zas- otro… “¿qué me hacesss? ¡por favorrrr! –zas- -zas-… Joder. Era completamente mía en ese momento. Su orgasmo fue larguísmo, pero ahora ya me tocaba a mí…
Sí, me tocaba a mí. Me desvestí rápidamente… mientras ella seguía diciendo “¿eres tú?”, “¿dónde estás?”, “por favor… ¡fóllame!”… me acerqué despacio al otro lado de la mesa, junto a su cabeza… ella seguía con las muñecas atadas a la mesa y los ojos vendados… la cogí por la nuca, del pelo, tratando de simular autoridad pero no hacerle mucho daño y sin contemplaciones introduje mi polla en su preciosa boquita… No tuve que decir nada… comenzó a chuparla con ansiedad, como si no hubiera comido nada en dos semanas… yo dirigía sus movimientos con mi mano en su nuca y cogiéndola de su pelo. Tan pronto le hacía lamerme el mástil lateralmente, como se la introducía todo lo que daba de sí hasta la garganta provocándole arcadas… La sensación de dominio me fascinaba… creo que a ella también.

Estaba a punto de correrme, pero no quería dejar sin usar ese caliente y acogedor refugio en que se había convertido su coño… así que sin entretenerme mucho más me situé detrás de ella y, después de jugar un poco con la cabeza de mi polla sobre su clítoris, la penetré muy muy despacio y muy profundo… recreándome en cada sensación… entraba sola, todo estaba absolutamente encharcado… agarré sus preciosas caderas con mis manos y comencé a moverme alente y atrás, haciendo movimientos profundos y lentos, para súbitamente coger cada uno de sus glúteos con mis manos y comenzar a darle sacudidas con mucha fuerza… empujones con mi pelvis, como si quisiera sacarla de la habitación… sus gemidos me tenían completamente motivado, me sentía realmente crecido, dispuesto a morir y hacerla morir de placer.

Continué y continué, saboreando cada momento y cada sensación como si fuera la última vez que tendría a esa mujer en esa situación. Cuando no podía aguantar más, bajaba el ritmo y pensaba en el color de la pared para luego, tras unos segundos, seguir y seguir embistiendo a Estela, empalándola. Quería que tuviese el mejor recuerdo sexual de su vida.
Me moría de ganas de hablarle, de gritarle… pero me contenía para que no supiese con certeza quién estaba tras ella, quién se la estaba follando salvajemente… poco a poco fui notando como sus gemidos se hacían más fuertes, hasta que empezó a gritar… joder, lo había vuelto a conseguir. Entonces empecé a hacérselo despacio, para sentir de nuevo sus contracciones, esta vez sobre mi polla… tuvo muchas… más de 20… y yo, yo ya me dejé llevar por las sensaciones y tuve un fuerte orgasmo entre escalofríos de placer, sintiendo como con esos espasmos extraía todo el semen de mi polla. Fue bestial… me derrumbé sobre su espalda…
Ahora sólo sentía amor… aunque mi mente turbulenta ya tenía planeado seguir con el juego… tenía planeado no decir ni una palabra y, soltar casi del todo sus ataduras e irme de la casa… de ese modo, ella sería capaz de soltarse sola, y encontraría un sms en su teléfono móvil en el que la diría “Estela, ¿por qué no me has abierto?”… para que sintiese más dudas de lo que había pasado exactamente… No pude seguir mi plan, no me pude contener… y la besé todo el eje de su espalda, la nuca… mientras la soltaba.

 

Gracias Estela, ha sido el mejor regalo que he tenido en mucho tiempo…
Te lo debía desde hace muchos años, pero creo que te sigo debiendo algo… -intuí su mejor sonrisa-

 

Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por todos los comentarios y sugerencias.
diablocasional@hotmail.com 

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Adrián) parte 6” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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Adrián: las cosas con Diana se empezaron a volver más morbosas a medida que el tiempo pasaba.
Steven: por qué dices eso
Adrián: bueno me di cuenta que me gustaba ver cómo me engañaba y como era capaz de mentirme me gustaba sentirme cornudo y que ella se haga la inocente. Las cosas empezaron a subir de tono les contare lo que paso cuando decidimos salir de la ciudad y darnos una escapadita un fin de semana.
Mis familia tiene una casa de campo a las afueras de la ciudad como a 45 minutos de ella es una casa con todos los lujos en un conjunto de casas cada una está dividida por cercas las propiedades tiene un gran terreno cada casa está decorada a gusto de cada propietario la de nosotros tiene piscina árboles frutales zonas verdes, árboles en la parte de atrás donde pasa un rio en el cual uno puede darse un baño tiene aguas cristalinas en la parte de atrás esta una pequeña cabaña donde vive el mayordomo, antes de salir mi padre me dijo que a la casa le estaban haciendo unas reparaciones pero que igual podíamos ir me dio algo de dinero extra para los gastos que pudieran surgir, decidimos salir el sábado en la mañana a eso de las 8 am Diana llego a mi casa la trajo su padrastro al llegar se veía increíble unos tenis blancos sin medias, un shorcito blanco apretado que dejaba ver la increíble silueta de su culo redondo grande se le metía entre los cachetes marcándole bien la apetitosa forma de sus nalgas también traía una blusita de algodón manga corta color azul pegada a si cuero que contornaba su hermosa figura y estaba adornada con un escote redondo que permitía divisar esa grandes y turgentes tetas sin ser muy vulgar, llevaba su cabello recogido con una coleta y su mechón de cabello hacia el lado izquierdo, al llegar a saludarme concidencialmente salió el vecino Javier a saludar el pobre viejo no perdía oportunidad para morbosear a mi novia y deleitarse la vista con el maravilloso cuerpo de mi novia ya lo hacía de forma descarada sin importar que lo estuviéramos viendo yo solo le decía a Diana…. Amor tienes matado al viejito le va a dar un infarto jejejejeje…. Ay no ese viejito verde tan dañado jajajaja. Al final montamos las maletas en el carro y emprendimos el viaje llegamos a eso de las 9am nos recibió el mayordomo de la casa don Carmelo quien cuidaba la propiedad y estaba a cargo de ella.
Don Carmelo es un hombre de unos 50 años 1.70mts de piel blanca pero ennegrecida curtida por el sol de pelo negro con algo de canas, su cuerpo grueso fibroso, sus manos callosas y toscas de trabajar la tierra, es una persona muy servicial y honrada, estuvo casado pero se separo tiene hijos pero viven con su madre, nos dio la bienvenida muy atento yo le presente a mi novia.
Adrián: Don Carmelo le presento a mi novia Diana.
Carmelo: mucho gusto señorita, muy bonita su novia patrón.
Diana: mucho gusto Don Carmelo gracias por el alago.
Adrián: Carmelo como va lo de los arreglos.
Carmelo: si patrón pues contrate tres trabajadores que están arreglando algunos detalles pintando la casa, arreglando el jardín y otros detallitos, la piscina no está funcionando hay un empaque malo se está filtrando el agua toca comprarlo. Deje les llamo a los trabajadores para que los conozca.
Note que le gusto mi novia por que disimuladamente la miraba en eso llegan los trabajadores Alberto como de 40 años 1.70mts fibroso delgado de piel y rasgos indios, Juan de 18 años 1.75mts también de rasgos indios hijo de Alberto y por ultimo Joaquín de 30 años 1.80 de raza negra cuerpo musculado de nariz ancha y rasgos toscos. Al ver a mi novia quedaron sorprendidos y no era para menos estaba para comérsela le miraban esas lindas piernas gruesas bien torneadas y apetecibles luego ese escote con esas preciosas tetas. En esas mi novia dijo que iba a dejar las maletas pidió permiso educadamente y se fue mientras caminaba los hombres no perdieron tiempo y le clavaron la mirada en ese precioso culo redondo se veía como ese shorcito se metía entre sus apetitosas nalgas así estuvieron hasta que se perdió de vista.
Les pregunte como iba el trabajo me dijeron que bien pero que el trabajo iba a demorar todo el fin de semana eso no me convenía porque quería estar solo con Diana pregunte que si ayudábamos podíamos terminar más rápido me dijeron que si, le dije a mi novia que si ayudábamos los trabajadores terminarían rápido me dijo que ayudaría con la comida y a limpiar mientras yo ayudaba con los demás las tareas eran pintar las paredes exteriores de la casa, ayudar en el jardín podándolo el pasto, sembrando plantas, podando árboles. A mí me dieron la podadora y me dijeron que ayudara a podar el pasto, juan iba a pintar, Alberto a sembrar, Joaquín podar los árboles, Carmelo dijo que iba a ver que había en la cocina de suministros para comer en caso de tener que salir a comprar más al pueblo y ayudar a Diana en lo que podía todos empezamos a trabajar pasada como media hora el sol era muy intenso decidí entrar a la casa a buscar una gorra la casa tiene un concepto abierto al fondo está la cocina detrás de una isla que tiene la cocina se encontraba mi novia y Carmelo dándome la espalda por lo que no me vieron entrar Carmelo aprovechaba para tocarla disimuladamente la rosaba con su bulto por las nalgas al ver que mi novia no ponía resistencia se atrevió a más la tomo de la cintura y le empezó a restregar la polla con total impunidad por entre las nalgas mi novia al verse atacada solo gimió y paro el culo para facilitar la rastrillada que le metía, Carmelo se movía en círculos detrás del culo de mi novia como intentando abrirlo le empujaba el bulto con fuerza, yo me escondí detrás de una esquina que da al pasillo donde quedan las habitaciones Carmelo la volteo quedando de frente a mi desde mi escondite veía a Diana que solo gemía en eso Carmelo subió sus manos y se prendió de esas ricas tetas se las apretaba jugaba con ellas hasta que le bajo el escote y le saso ese par de tetas del sostén esas deliciosas ubres quedaron afuera desafiantes Carmelo no perdió tiempo se las agarro las apretó le estiraba esos pezones rosaditos que estaban en punta mi amada solo se dejaba hacer solo gemía con su cabeza hacia atrás sobre el hombre de Carmelo mientras este aprovechaba para besar su cuello. Carmelo empezó a desabrochar el shorcito y a bajarle cierre puso sus manos a cada costado de sus caderas y empezó a bajarle el shorcito dejándolo a medio muslo junto con su tanguita luego con su mano izquierda tomo su teta izquierda y empezó a jugar con ella, llevo sus dedos de la mano derecha a su boca y los empezó a ensalivar para después empezar a tocar el dulce coñito depilado de mi novia tocaba su clítoris rápidamente rozaba con sus dedos todos sus labios hasta que estuvo bien mojada y le empezó a enterrar dos dedos en la concha babeante de mi novia lo hacia lo hacía de forma acelerada mientras le apretaba una teta mi novia jadeaba gemía le decía…. Aaahhh don Carmelo nooooo aaahhh pare aaahhh nooo que me hace aaahhh…. Tranquila se ve que te gusta mamacita…. Noooo aaaahhh Adrián aaahhh nos vaaaa a ver aaahhh me va hacer venir aaahhh. En eso veo como mi novia empieza a convulsionar y a venirse a chorros la mano de Carmelo quedo empapada se la llevo a la boca y la chupo…. Mamita que rico sabes estas deliciosa y no te preocupes por el cornudo del patrón yo me encargo acomódate la ropa ve a mi cabaña. Carmelo le dio una nalgada.
Mi novia obedientemente se subió el shorcito se acomodó las tetas en la blusa salieron por la puerta de atrás que se encuentra en la cocina rápidamente me dirigí a la podadora un instante después llego don Carmelo me pidió el favor de ir a comprar algunas cosas para la comida me dio un listado con lo que necesitaba me dijo que el terminaría de podar mientras yo iba, simplemente me subí al auto y me dirigí al pueblo cercano entre ir y volver me demore como 45 minutos cuando volví la podadora estaba donde la deje el pasto no había sido cortado no vi a los trabajadores entre a la casa Diana no estaba en ella deje los víveres y me fui a la cabaña de don Carmelo vi que los trabajadores salían de la parte de atrás de la cabaña mientras Joaquín le decía a los demás…. Quien ve al Carmelo le jodio la novia al patrón y que buena esta se la lleno de leche jajajaja se la va a entregar preñadita. Todos empezaron a reír a penas me vieron se callaron e intentaron disimular pero me miraban burlándose, ellos siguieron a terminar sus labores yo fui a la parte de atrás de la cabaña ahí hay una ventana la cortina estaba un poco corrida así que se podía mirar adentro, se veía la habitación de Carmelo sobre la cama se encontraba Carmelo y mi novia estaban desnudos, Diana estaba boca arriba se veía sudada respiraba agitada su cabello revuelto en su entrepierna se veía untada de semen le escurría leche por ese cuquita apretadita Carmelo se la gozo a su gusto y al parecer quería más porque le empezó a sobar las tetas y su polla que estaba morcillona se empezaba a endurecer mi novia estiro su manita y se la agarro esta se le puso dura su manita no se alcanzaba a cerrar los 22cm de carne que se gastaba mi mayordomo Diana solo le dijo…. Me vas a matar con ese pedazo. Acto seguido Carmelo se puso encima de ella y la empezó a besar apasionadamente mientras abría sus ricas piernas y le acomoda ese trozo de carne en su tierna vaginita.
Se la empezó a meter yo solo veía como desaparecían esos 22cm y su chochita se empezaba a abrir recibiendo a su invitado mi novia empezaba a gemir de placer Carmelo la empezó a bombear fuerte y rápido mi novia cruzo los pies por su espalda para no dejarlo salir ella solo le decía…. Rico papi aaahh dame así que rico te siento aaahhh…. Todo para ti preciosa me estás haciendo gozar mucho aaahh que buena estas el cornudo de mi patrón tiene mucha suerte de tener una puta asi de ricaaaaa. Carmelo me la bombeaba como a una puta y mi novia encantada, yo no aguante y me desabroche el pantalón y me saque mis 15cm duros y me empecé hacer una paja como loco de ver como se cogían a mi novia, Carmelo le saco la verga cogió a mi novia la volteo la puso en cuatro con ese culo grande y redondo en pompa se colocó detrás de ella y le empezó a restregar la polla por esa chochita mi novia solo se derretía en gemidos así estuvo un rato hasta que mi novia no se aguantó y le dijo…. métemela de una vez quiero sentirla adentro. Carmelo se rio y le dijo…. tranquila puta aquí tienes. Y se la dejo ir toda mi novia dio un grito al sentir todo ese intruso adentro llenándola Diana cae con su rostro en la cama dejando el culo levantado para que Carmelo se la siga clavando en esas Carmelo levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan quedamos paralizados el con su enorme verga en las entrañas de mi novia y yo con mi mano en la mía tanto Carmelo como yo no sabíamos que hacer estuvimos quietos un instante hasta que una vos nos devolvió a la realidad…. Por qué te quedas quieto empiézamela a meter hace me gozar por favor…. Carmelo se la empezó a meter duro como un autómata la cogía de las caderas mi novia con su carita enterrada sobre el colchón empezaba a gemir…. Aaahhh si cógeme así aaaahhh duro amor duro aaahhh. Carmelo mientras la clavaba me mira burlonamente se ríe y dice…. Que puta más rica tiene el patrón aahhh. La seguía clavando y le daba nalgadas se montó sobre ella le apoyo la mano en la cabeza haciéndole presión sobre el colchón y le empezó a dar clavadas profundas y rápidas, mi dulce novia solo gemía así la tuvo un buen rato hasta que se la saco mi novia callo desplomada agitadita sudada, Carmelo se acostó y le dijo…. ven puta sentate aquí y empieza a cabalgar la acomodo dándome la espalda ella quedo mirándolo de frente mi amorcito se empezó a sentar sobre ese trabuco lentamente se lo trago todito y empezó a brincar sobre él, Carmelo le agarraba esas preciosas nalgas se las acariciaba y le daba nalgaditas…. Que rica mami sos una buena putica seguí así que me vas hacer venir…. Bueno amor yo también me voy a venir. Carmelo la trajo hacia el con una mano en su espalda y la otra en una preciosa nalga acariciándola y besándola mi novia le correspondía jugaban con sus leguas mientras me la seguían clavando, en un punto Carmelo le apretó la nalga se aferró a ella dejo de besar a mi novia y me empezó a mirar por un lado mirándome a los ojos mientras empezaba a bombearme a mi novia duro quien empezó a gritar y a jadear fuerte…. Aaaahhh me estas matando aaaahhh me voy a venir aaaahhhh me matas a vergazos aaaahhh. Mi novia empezó a convulsionar y a venirse empezaron a escurrir sus fluidos de su chochita Carmelo empezó a venirse también solo decía…. Que rico puta me estas ordeñando siento como me aprieta la verga esa conchita que te mandas puta me estas sacando toda la leche. Yo al ver como llenaban de leche a mi novia y como las enormes pelotas de Carmelo se contraían con cada lechazo que le metía me vine a chorros sentí un gran placer de ver como se cogían a mi amorcito. Carmelo me miro y me dio una sonrisa burlona sintiéndose triunfador, le saco la polla y acostó a mi novia boca arriba ahí pide ver cómo le dejo la vagina hinchadita chorreando semen toda babocita ella toda sudada despeinada.
Carmelo se levantó se puso el pantalón y le dijo vístete que ya tu novio llego. Rápidamente volví a la podadora en esas veo salir a mi novia acomodándose un poco la ropa e intentando arreglar su cabello detrás de ella salió Carmelo subiéndose el cierre del pantalón y abotonándose la camisa mirándome con una gran sonrisa, mi novia me vio y se puso nerviosa se acercó a mí y me pregunto qué se hace mucho había llegado le dije que no que acababa de llegar deje las compras en la casa y volví para terminar de podar le pregunte que hacía en la cabaña de Carmelo me dijo que le ayudaba a limpiar un poco, después me dijo que iba a terminar de hacer la comida fue a la cocina, Carmelo se acercó a mí y me dijo…. Patrón que rico coge su novia que suerte tiene de tener una hembra así de rica jejejeje. Me dio una palmadita en la espalda y se fue con el resto de los trabajadores, el resto del día se pasó haciendo labores Diana dijo que se daría un baño y descansaría así que durmió casi todo el día los trabajadores se fueron a eso de las 6pm quedaron en volver al día siguiente temprano a terminar algunas cosas que quedaron faltando.
Al día siguiente despertamos temprano a eso de las 7 am desayunamos nos bañamos y vestimos Diana me dijo que le gustaría nadar en la piscina pero como faltaba repararla le dije que si quería fuéramos al rio le pareció buena idea me dijo me puse una pantaloneta una camiseta unos tenis baje mientras Diana se cambiaba y se ponía el traje de baño, los trabajadores llegaron saludaron y empezaron a hacer sus labores, Carmelo me saludo le dije que íbamos a bañar en el rio ya que la piscina no funcionaba en esas aparece mi dulce novia vestida tan solo con un bikini amarillo se veía espectacular sus piernas gruesas bien torneadas suaves una tanguita amarilla que a pesar de no ser un hilo le marcaba muy bien ese hermoso, redondo gran trasero apetecible y al frente su sostén del bikini dos triángulos que sostenían ese hermoso par de tetas perfectas grandes suaves bien puestas con su cabello recogido su rostro de niña buena apenas vio a Carmelo se puso algo nerviosa como apenada lo saludo con una vos algo coqueta mientras los demás trabajadores no perdían de vista de lo deliciosa que estaba mi novia veía como se sobaban el bulto de sus pantalones.
Diana: buenos días don Carmelo.
Carmelo: buen día señorita si pudo descansar.
Diana: si gracias, caí como piedra jijiji.
Carmelo: me dice Adrián que querías nadar en la piscina si gustas podemos ir a la ciudad comprar el repuesto instalarlo y ya para el medio día podría estar funcionando.
Diana: ay sí que rico amor por que no hacen eso y así la piscina queda lista y bañamos en ella, yo mientras tanto me bronceo un poco y si algo voy al rio y me baño un ratico.
Adrián: pero me toca ir hasta la ciudad, además quería pasar tiempo contigo.
Diana: ay por fa amor si, mira entre más rápido vayas más rápido regresas y a así podemos estar juntitos si por fa si si si si.
Carmelo: vamos patrón así volvemos pronto.
Adrián: Esta bien.
Diana: siii gracias amor te amo.
Carmelo y yo nos dirigimos hacia el vehículo mientras mi novia se sentó en una silla de la piscina para empezar aplicarse el bronceador dejando su cuerpo aceitoso todos mirábamos con deseo note que Carmelo le hizo un guiño a Joaquín nos subimos al carro y arrancamos cuando perdimos de vista la casa pasando unos árboles Carmelo me dijo que me detuviera que bajáramos del auto y volviéramos en silencio. Al llegar ocultos vimos a mi novia recostada en la silla bronceándose y los trabajadores a unos 4 o 5 metros mirándola fijamente sobándose sus bultos descaradamente mientras ella los veía algo nerviosa e incómoda se levantó tomo la toalla y se dirigió hacia el rio los trabajadores se miraban y unos instantes después se fueron tras ella. Fuimos tras ellos nos ocultamos detrás de unos arbustos mi novia estaba en el rio bañándose los trabajadores estaban en el borde de él mirándola obscenamente Joaquín le pregunto…. Esta rica el agua…. Si esta rica…. Pero no tanto como tu jejejeje, estábamos pensando en bañarnos también hace mucho calor aunque no tenemos traje de baño pero creo que no te importa. Sin darle tiempo a opinar se empezaron a quitar la ropa quedando desnudos con tremendas erecciones juan debía tener un pene de unos 19cm Alberto su padre con uno de 23 cm gruesa y Joaquín una verga enorme negra como el carbón descomunal muy gruesa como de 25cm llena de venas mi novia con los ojos desorbitado asustada viendo eso mientras estos hombres empezaban a entrar mi novia solo les dijo…. Yo mejor me voy. E intento salir del rio pero Joaquín la detuvo la agarro a la fuerza y le dijo…. no mamita rica no te vas ya verás como la vamos a pasar rico. Mientras le empezó a restregar esa verga por ese enorme trasero se la ponía entre las nalgas se la desliza entre ellas mi novia solo gemía y le decía…. No por favor no me hagan daño mmmnnn…. Jajaja tranquila putica solo queremos lo que le diste a Carmelo no te preocupes vas a ver como lo gozas.
Juan y Alberto se acercaron a mi novia le empezaron a sacar las tetas del bikini chupándoselas y a correrle la tanga a un lado a sobarle el coñito y meterle los dedos en el mi pobre novia solo se retorcía y gemía mientras tanto Carmelo se bajaba los pantalones y sacaba esa enorme verga empezándose a masturbar me dijo…. Sácatela y empieza a masturbarte que sé que te gusta cornudo maricon. Yo simplemente obedecí me la saque y empecé hacerme una paja viendo como manoseaban a mi novia en medio del rio. Pusieron de rodillas a Diana Alberto le dijo…. Empezala a chupar que te va a encantar. Y sin más le metió ese trozo de carne apenas le cabía en la boca la sujeto del cabello y le empezó guiar la mamada empezaron a reír mi dulce novia solo aguantaba así la tuvo un rato hasta que la soltó intento recuperar el aliento pero rápidamente fue sustituido por su hijo que le dio el mismo tratamiento hasta que fue el turno de Joaquín, Diana apenas vio ese enorme miembro le dijo…. No por favor no me va a caber…. Hay que hacer el intento zorrita ahora abre la boca y di aaaa. Mi novia abrió la boca todo lo que pudo Joaquín simplemente le empezó a enterrar la polla su cabeza apenas paso rozando sus dientes y le empezó a meter todo lo que pudo le metió como 10cm ya no le entraba más Joaquín hacia fuerza para meterle más pero no podía mi novia hacia fuerza para sacársela pero la tenía bien agarrada se veía su rostro colorado ahogándose lagrimas empezaban a salir de sus ojos la tuvo un rato así hasta que se la saco y la dejo respirar mi novia tocio recuperando el aliento lo miro y le dijo…. Que bruto eres casi me matas te dije que no me iba a caber…. Jajaja pero si lograste meterte un buen trozo jajajaja mira está bien tómala chúpala como vos sabes. Le puso la verga en la cara pasándosela por las mejillas y los labios mi novia la tomo con su manita la cual no podía cerrarla alrededor de tremendo tronco la puso en sus labios la empezó a lamer le paso la lengua por todo el tronco a ese negro llego a sus pelotas enormes y peludas abrió su boquita y comenzó a chuparle los testículos el negro solo se moría de placer después volvió a lamerle el tronco empezó a abrir su boquita y como pudo se metió esa enorme cabeza y la empezó a chupar se veía que estaba a gusto chupando y metiéndosela hasta donde podía así estuvo un rato hasta que ya Alberto y Juan protestaron y dijeron…. Ya Joaquín vamos a culiarnos a esta puta.
La llevaron a la orilla le arrancaron el bikini la tiraron al suelo Juan le abrió las pierna y sin más se la clavo Diana solo lanzo un alarido mientras Juan se la empezó a dar un mete y saca rápido…. Aaaahhh me haces doler aaahh dios como me la metees…. Que apretada estas zorra se ve que tu novio no te usa bien. Mi novia empezaba a gemir parece que la excitaba que la usaran por que dejo de quejarse para empezar a gemir de placer, Juan la tuvo un rato así hasta que le tocó el turno a su padre que le restregó la verga por esa chochita que estaba mojada, se la empezó a meter lentamente hasta que empezó acelerar el ritmo solo veía como el cuerpo de Diana se sacudía ahí en el suelo recibiendo verga sus grandes y hermosas tetas se movían al ritmo de las sacudidas sus pezones estaban en punta hinchados a mas no poder mi novia empezó a voltear los ojos y a ponerlos en blanco lanzando grandes gemidos se empezó a venir solo veíamos como su vagina chorreaba sus jugos mientras tenía el pene de Alberto dentro el cual no paraba de moverse…. A puta me estas apretando la verga en espasmos esta puta se vino, que rico como se viene aaahhh. Carmelo me miro y me dijo…. Que puta es tu novia mira como estoy como me tiene ayúdame sácame la leche…. No voy a sacarte la leche nunca le he cogido la verga a nadie y no lo pienso hacer ahora…. Cállate cornudo a los cornudos como tú les gusta coger la verga de los machos que se tiran a sus mujeres hasta las chupan y se tragan su leche…. Pero yo no te le voy a chupar…. Perra deja de hablar y pajeame mientras miro como se cogen a tu mujer. Sin darme tiempo cogió mi mano derecha y la apretó alrededor de su enorme tronco no alcanzaba a cerrar mi mano alrededor de ella y empezó a moverle de arriba abajo la sentí muy dura, caliente palpitaba en mi mano hasta que me soltó yo deje mi mano ahí subiendo y bajando haciéndole una paja…. Así es putico cornudo lo haces bien seguí así mientras veo como se terminan de coger a tu novia. Yo seguí viendo como estaba mi novia tirada en el suelo mientras me masturbaba y masturbaba a don Carmelo.
Llego el turno de Joaquín se puso en medio de las piernas de Diana ella lo miro asustada le dijo…. Es muy grande no me va a caber…. Tranquila relájate vas a ver que te entra…. Me va a doler…. No, se ve que te gusta la verga estoy seguro que lo vas a disfrutar. Le empezó a pasar el pene por todo el coñito mojado lleno de sus jugos le puso la vega en la entrada y se lo empezó a empujar podía ver como las paredes de su vagina se abrían al recibir tremenda verga mi novia empezaba a gemir y hacer caras con cada centímetro de carne que le entraba Joaquín no se detenía se la metió toda Diana solo se agitaba aguantando mientras se acostumbraba a tremendo invasor estuvo un rato quieto hasta que Diana se empezó a mover las caderas en círculo para disfrutar la penetración Joaquín al ver esto la empezó a sacar y a meter lentamente para que Diana sintiera placer ya empezaba a gemir…. Mierda que negro tan rico como me abrís siento cada centímetro de tu verga movete papito movete. Joaquín empezó a moverse más rápido mientras todos veíamos la tremenda cogida que le metía la tuvo como 10 minutos así entre gemidos hasta que se empezó a venir mi novia tuvo un orgasmo brutal al sentir eso Joaquín se empezó a venir también…. Puta me estas ordeñando me estás haciendo venir. Veía como los dos tenían espasmos y como rellenaban de semen a mi novia se le empezaba a escurrir alrededor de su vagina con esa verga aun metida Joaquín se quedó encima de Diana ella toda desmadejada este aprovecho para empezarla a besar y a meterle la lengua dentro de la boca un negro feo disfrutando de una bella y deliciosa mujer, la mía. Joaquín se levantó sacándole ese pedazote de carne.
Alberto se acostó en el suelo puso a mi novia encima de él y le dijo…. Vamos puta empieza a cabalgar. Mi novia como zombi se sentó sobre su verga que le entro sin problemas y empezó a cabalgar. Juan la inclino hacia adelante dejando ese gran culo perfecto y gordo en pompa se veía muy delicioso, empezó a pasarle la lengua por su rozado anito a dilatarlo Diana solo gemía se veía que solo sentía placer Juan le empezó a meter un dedo por el culo a moverlo circularmente luego le metía dos dedos hasta que vio que ya estaba dilatado se acomodó detrás de ella y le empezó a empujar la verga por el culo su anito se abrió alrededor del glande y se empezó a tragar esos 19cm se los clavo todo de un empujón mientras su padre le seguía clavando ese dulce chochita Juan se quedó quieto un rato agarrado de las caderas de Diana ya después de un rato le empezó a bombear el culo ambos padre e hijo se cogían a mi novia sincronizados mientras uno la metía el otro la sacaba Diana estaba encantada…. Si así cójanme así me la están metiendo muy bien que placer siento. Alberto le respondía…. Que buena estas pobre tu novio tener una hembra tan puta como novia seguro le metes los cuernos a cada rato. Juan le decía…. Uff es que con ese cuerpo de puta que tiene debe pedir verga a cada rato mira lo rica que esta y con esa carita de niña buena de seguro es una puta busca pijas. Yo solo veía eso estaba muy excitado la verga de Don Carmelo estaba muy dura y caliente tenía toda mi mano babosa untada de su liquido pre seminal que hacía que mi mano se deslizara por todo ese tronco, Carmelo me miraba y se reía…. A putico sí que lo haces bien y tu novia es una completa perra.
En esas Joaquín se acerca con la polla morcillona y se la pone en la cara a Diana esta capto el mensaje y se lo empezó a chupar así estuvieron un rato hasta que el pene de Joaquín cobro vida le dijo a Juan que se quitara que se la iba a meter por el culo, Juan le dio campo se hizo al frente le ofreció la verga a Diana y la empezó a chupar Joaquín detrás de mi novia le empezó a empujar ese pollon por el culo mi pobre novia solo abrió los ojos a todo lo que podía y empezó a gritar lentamente le metió como 20cm y se la dejo ahí sin moverse Diana solo se quejaba mientras Alberto la seguía clavando…. Mierda Joaquín la llenaste toda siento como me aprieta mas la verga con tu pollon metido en ese culazo. Estuvieron un rato para que se acostumbrara a las vergas después de un tiempo Diana les dijo…. ya pueden moverse pero lento. Cogió la verga de juan y empezó a mamar Joaquín y Alberto empezaron a moverse, ver eso era un gran espectáculo solo gemían me insultaban me decían lo cornudo que era a ella la trataban de puta que era muy fácil le empezaron a dar duro Diana pedía más yo sentía que ya me iba a venir como a los 10 minutos Diana decía que ya se iba a venir Juan no aguanto le lleno la boca de leche y la cara Diana empezó a convulsionar y a venirse Alberto Dijo…. Me ordeña esta puta no aguanto más se empezó a venir dentro de ella a llenarla de semen…. Puta ese culo también me ordeña me está apretando la polla te voy a llenar el culo de leche perra. Joaquín le enterró toda la verga y la empezó a surtir de leche Diana solo dio un grito desgarrador mientras caía sobre Alberto casi desmallada Joaquín le cayó encima sus penes todavía dentro de mi novia todos sudados mientras veíamos eso yo me venía a chorros y don Carmelo también solo mire su enorme verga veía como palpitaba en mi mano cómo se movía en espasmos como se contraían sus enormes testículos con cada lechazo que soltaba eran demasiados como 8 chorrasos boto mi mano quedo llena de semen y pre cum de Carmelo…. Cornudo que buena paja me hiciste se ve que lo disfrutaste eres un buen putico y tu novia es una puta de lujo se ve que te encanta que te la cojan y que te encanta deslechar a sus machos jajajaja. Yo solo callaba como un cornudo sumiso y me limpiaba la mano con mi ropa interior.
Joaquín, Alberto y Juan se levantaron se vistieron y fueron a terminar sus labores la dejaron ahí tirada brotando semen por todos sus agujeros sudada la veíamos con esfuerzo se levantó caminaba con dificultad se metió al rio se enjuago con una sonrisa pícara recogió su bikini, la toalla y se fue desnuda para la casa, nosotros nos escabullimos y volvimos al carro y fuimos a la ciudad por los repuestos de la piscina durante el viaje Carmelo se burlaba de mí y no dejaba de hablar de lo puta que era mi novia nos demoramos dos horas en ir y volver los trabajadores estaban ya recogiendo sus cosas pues habían terminado me miraban burlándose de mí se reían yo me sentí humillado y excitado se despidieron y le mandaron saludes a mi novia, yo entre a la casa a buscarla la encontré en la habitación desnuda dormida, me acerque la desperté le pregunte que si estaba bien me dijo que sí que se sentía cansada que estuvo en el rio y que después se vino y que se quedó dormida me pidió disculpas que no hizo nada de comer yo le dije que no se preocupara que yo hacía algo que descansara.
Baje empecé a preparar algo comimos la vi muy agotada se veía incomoda al caminar así que le dije que descansara un rato si quería que en tres horas volveríamos a la ciudad fuimos a la habitación hay un televisor y acurrucados empezamos a ver una película Diana se quedó dormida así que la deje descansando baje me encontré con Carmelo sentado en unas sillas que tiene en el pórtico de su cabaña me acerque me senté junto a él y me pregunto…. Como está la putica… pues se ve adolorida…. Pues no viste la verga que se gasta Joaquín, se la metió por ese precioso culo seguro casi la mata jajaja pobre….si casi me la daña…. Ella todavía no se da cuenta de que ya sabes lo puta que es…. No ella todavía cree que me engaña…. jajaja que puta es pero una hembra como esa necesita que la tengan bien atendida y con esa verguita que tienes no lo vas a lograr jajja seguimela trayendo yo acá te la pongo a gozar e igual te guardo el secreto cornudo maricon. Yo no sabía que decirle solo le respondí con un tímido sí.
Carmelo se rio y me dijo de solo pensar en esa puta que tienes por novia se me pone dura mira, se desabrocho el pantalón y se sacó la verga ya dura me dijo tienes fotos de ella en el celular le dije que si se las mostré y se empezó a pajear con ellas me dijo que me la sacara que me masturbara también viendo las fotos nos hacíamos la paja yo miraba su enorme verga y las fotos de mi novia estaba muy excitado Carmelo se dio cuenta y me dijo…. hacele putico que te morís de ganas por hacerlo. Simplemente estire mi mano y le empecé hacer una paja le sobaba esa verga como desesperado me escupía la mano y lo masturbaba con ella se la lubricaba bien Carmelo solo gemía…. Aaahhh putico maricon que bien lo haces aprendes rápido sos un buen cornudo sumiso vas a ver cada que me traigas a tu novia te la voy a dejar bien cogida aaaahhhh seguí así que buena ordeñada que me das aaahhh putica aaahhh. Así estuvimos como 10 minutos viendo fotos y masturbándolo hasta que empezó a gemir y a botar chorro tras chorro de leche yo también me vine mi mano quedo toda pringada me la restregué por toda mi verga que quedo toda untada de su semen y el mío le cogía esa polla toda morcillona y se la alaba se la acariciaba como embobado con ella como niño con juguete nuevo. Carmelo solo se reía y me decía lo cornudo y puta que era que me iba a seguir cogiendo a mi novia y que a mí me iba a seguir dando la verga para que lo pajeara. Yo me limpie la mano con mi ropa interior después cogí su verga se la guarde en sus calzoncillos le subí el cierre y le abroche el pantalón como buen cornudo sumiso.
Me fui donde Diana la desperté recogimos las maletas nos despedimos de Carmelo y volvimos a la ciudad.
Steven y Antonio solo se miraban sorprendidos por lo que Adrián les decía.
Antonio: uff que fuerte lo que nos dices.
Adrián: si espero que guarden el secreto ustedes me dieron su palabra.
Steven: claro no te preocupes por nuestra parte no saldrá ni una palabra igual aquí todos tenemos que perder.
Antonio: si tranquilo Adrián por nuestra parte no diremos nada.
Adrián: gracias, yo la verdad no sé qué me paso en esos momentos el sentirme engañado y humillado me excitaba era algo nuevo para mí diferente simplemente no me pude controlar.
Steven: y paso algo más?
Adrián: si las cosas se pusieron más decadentes.

Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente” (POR GOLFO)

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En todos los edificios hay una mujer buenorra que levanta el ánimo de sus vecinos cuando la ven pasar por el portal. Si por casualidad la comunidad tiene piscina, su mera presencia tomando el sol provoca que aumente el número de hombres que por casualidad bajan a darse un chapuzón. Parece algo connatural a los  tíos, sabiendo que es peligroso acercarse a ella, olvidan que su esposa puede pillarlos y se pavonean metiendo tripa por el borde del jardín, con la inútil esperanza que se fije en ellos.

Así era Paloma. Una impresionante hembra de enormes senos y mejor culo. Todo lo que os diga es quedarse corto. Con sus treinta años y su melena morena era todo un espectáculo el verla andar al ser dueña de un trasero grande y duro que excitaba y estimulaba las mayores fantasías de todos aquellos que teníamos el privilegio de observarla.
Era tanto el morbo que producía entre los casados del bloque que corrió como la pólvora la noticia que se había divorciado de su marido. Curiosamente, esa buena nueva me llegó antes que por los amigotes por mi esposa cuando en una cena, me soltó como si nada ese bombazo diciendo:
―¿A que no sabes de lo que me he enterado en la peluquería?
Harto de chismes de vecindad seguí comiendo sin preguntar, pensando que iba a contarme una historia sobre un hijo de algún vecino, pero entonces poniendo cara de asco me reveló que el marido de esa belleza la había dejado por su secretaría. Reconozco que ya interesado, le pregunté cómo había sido.
Satisfecha de que le hiciera caso, me explicó:
―Por lo visto, le pilló una factura de un hotel e investigando descubrió que le ponía los cuernos con una jovencita que resultó ser su empleada.
Aunque me parecía inconcebible que alguien dejara a ese monumento, me quedé callado no queriendo hablar de más y que mi mujer se enterara que la encontraba irresistible.  María ya envalentonada, prosiguió diciendo:
―Ya le he dicho que el que pierde es él porque siendo tan guapa, no le costará encontrar alguien que le sustituya.
En ese momento, mi mente trabajaba a mil por hora al imaginarme a mí remplazando a ese cretino en su cama y por eso casi me atraganto cuando sin darle mayor importancia, me dijo que había invitado a esa preciosidad a nuestra casa en la playa.
Tratando de mantener la cordura, pregunté únicamente cuando había pensado que nos acompañara:
―La pobre está tan sola que le he dicho que puede pasarse con nosotros todo el mes.
« ¡No puede ser!», pensé al comprender que se refería a nuestras vacaciones.
Asustado por tener esa tentación tan cerca, protesté diciendo que con ella en el chalet nos limitaría nuestras entradas y salidas pero entonces, insistiendo me respondió de muy mala leche:
―Seguro que ahora me dirás que si su marido la ha abandonado es por algo. Tú verás que haces pero ella viene.
Reculando di mi brazo a torcer temiendo que de insistir mi esposa sospechara que indudablemente me sentía atraído por nuestra vecina y como quedaban dos meses para el verano, lo dejé estar suponiendo que llegada la hora, Paloma no nos acompañara.
Tan desolada se había quedado esa monada con el divorcio que, buscando compañía, se convirtió en habitual de mi casa. Rara era la noche que al llegar de trabajar, no me encontraba a María y a Paloma charlando en el salón de mi casa. Afortunadamente en cuanto yo aparecía por la puerta, nuestra vecina se excusaba y desaparecía rumbo a su apartamento. Tan cotidiana era su huida que con la mosca detrás de la oreja, pregunté a mi mujer si Paloma tenía algo en contra de mí.
―¡Qué va!― contestó riendo― lo que pasa es que es muy tímida y se corta en tu presencia.
Aun pareciéndome ridículo que se sintiera cohibida ante mí, no dije nada porque me convenía que María no se percatara de lo mucho que me gustaba esa mujer.  Lo que no pude evitar fue pensar que difícilmente aceptaría acompañarnos a la playa si llevaba tan mal el verme.
Contra todo pronóstico una semana antes de salir de vacaciones, mi mujer me confirmó que la vecina iba a acompañarnos. Confieso no sé si esa noticia me alegró o por el contrario me molestó, porque sentía una sentimiento ambiguo. Por una parte una pequeña porción de mi cerebro deseaba que viniera soñando con que el roce entre nosotros la hiciera caer entre mis brazos mientras el resto temía con razón que mi esposa me pillara mirándole el culo o algo peor.
«Tengo que evitar que se me note», sentencié viendo que era inevitable que esa morena tentación pasara treinta días en nuestra casa.

Reconozco que el lavado de cerebro al que me sometí durante esos días no sirvió de nada y quedó en buenas intenciones en cuanto vi aparecer a Paloma el día que nos íbamos.  Ajena a la atracción que provocaba en mí, ese mujerón llegó vestido con un top y un short que más que tapar realzaban la rotundidad de sus formas. Babeando y excitado por igual tuve que retirar mi mirada de sus tetas para que bajo mi pantalón mi apetito no creciera sin control:
« ¡Está buenísima!», sentencié mientras trataba de descubrir de reojo el tamaño y el color de sus pezones.
El destino o la suerte quisieron que ni ella ni mi mujer advirtieran el sudor que recorría mi frente mientras intentaba evitar la excitación que me nublaba la mente, de forma que en un cuarto de hora y con todo el equipaje en el coche emprendimos la marcha hacia nuestro lugar de vacaciones.
Ya frente al volante y mientras María y Paloma charlaban animadamente, usé el retrovisor para recrearme la vista con la belleza de esa mujer.
«Es perfecta», admití tras notar que todas mis hormonas estaban en ebullición por el mero hecho de observarla.
Sus ojos negros y sus carnosos labios eran el aditamento necesario para que esa mujer fuera el ideal de una hembra. Para colmo hasta su voz era sensual, dotada de un timbre grave casi varonil con escucharla era suficiente para que cualquier hombre soñara con que ella te susurrara al oído que te deseaba.
«Estoy jodido», maldije mentalmente al darme cuenta que mi atención no estaba en la carretera sino en las dos piernas y en el pantaloncito de Paloma.
Las cuatro horas que tardamos en llegar a nuestro destino me resultaron un suplicio. Por mucho que intentaba olvidar a nuestra pasajera, continuamente mis ojos volvían a quedar fijos en ella. Tantas veces, la miré a través del espejo que la morena se percató e involuntariamente se puso roja.
«Estoy desvariando», pensé al ver que bajo su top dos pequeños bultos habían hecho su aparición y creer que se había sentido excitada por mi mirada. «Ni siquiera me soporta, en cuanto me ve sale por piernas».
La confirmación de mi error vino cuando charlando entre ellas, María le preguntó porque no se echaba un novio:
―Estoy bien así, no necesito un hombre que me vuelva a hacer daño― contestó mientras fijaba sus ojos en los míos.
El desprecio con el que se refirió a todos los de mis género fortaleció mi primera impresión y comprendí que sintiéndose una víctima, odiaba a todo el que llevara un pene entre sus piernas.
« ¡Qué desperdicio!», mascullé entre dientes al sentir que no existía posibilidad alguna de poner mis manos sobre esas dos nalgas.
Al llegar al chalet entraron hablando entre ellas, dejándome solo para subir las maletas. Cabreado subí primero las nuestras y fue al volver a por las de Paloma cuando localicé un consolador en una de sus bolsas.
―¡Qué calladito se lo tenía la muy puta!― reí tras asimilar la sorpresa de hallar ese enorme aparato entre sus cosas.
Ese descubrimiento me abrió los ojos e intuí que su supuesto desprecio por los hombres era una fachada con la que luchar contra su sexualidad, por eso mientras recorría el jardín rumbo a la casa decidí que haría todo lo posible por excitarla sin que mi mujer se diera cuenta…

Inicio mi acoso.
Como era temprano María y Paloma decidieron darse un baño en la piscina. La morena ignorando lo que se le venía encima tuvo a bien plantarse un bikini azul tan provocativo que temí no poder aguantar semejante provocación y lanzarme sobre ella sin importarme que mi esposa estuviera presente.
Os puede parecer una exageración pero si hubieseis contemplado como yo cómo la tela de su parte de arriba apenas conseguía ocultar de mi vista sus pezones estaríais de acuerdo. Sabiendo que de quedarme cerca María hubiese adivinado mi excitación, resolví dar una vuelta por la urbanización corriendo para borrar de mi mente su cuerpo.
Desgraciadamente por mucho que me esforcé tanto física como mentalmente, al volver todo sudado por el ejercicio seguía pensando en su culo y sus tetas.
Ya de vuelta me acerqué a la piscina y al saludarlas, el modo en que esa morena se quedó mirando a mis pectorales llenos de sudor me hizo ratificar que su desdén por los hombres era ficticio.
« ¡Está bruta!», con alegría asumí el exhaustivo examen al que me sometió y queriendo forzar su calentura, me acerqué a donde estaban y me lancé sobre mi mujer a darle besos.
―¡Para!― gritó muerta de risa por esa muestra de afecto― ¡Eres un guarro! ¡Estás empapado!
Obviando las quejas de María, la besé mientras miraba fijamente a los ojos de nuestra invitada. Esta sintió la lujuria con la que mi mirada recorrió su anatomía y mientras se ponía roja, involuntariamente cerró sus piernas para que no descubriera que había incitado su calentura. Desgraciadamente para ella, no dejé de comerla con la vista mientras descaradamente acariciaba los pechos de mi mujer por encima de su bañador. Al verlo, no pudo evitar morderse los labios exteriorizando su deseo.
―¡Vete a duchar!― me echó María de su lado sin que nada en su actitud demostrara enfado por mi exhibición ante su amiga.
Satisfecho, me despedí de las dos y subí a mi cuarto de baño. Ya bajo el chorro de agua, el recuerdo del brillo de sus ojos me hizo desearla aún más y sintiendo una brutal erección entre mis piernas, me puse a pajearme mientras planeaba mis siguientes pasos para conseguir hundir mi cara entre las tetas de la morena.
Lo que nunca preví fue saliendo de la ducha y mientras me secaba en mi habitación que mi esposa llegara y sin hablar, se arrodillara ante mí en ese momento  y que viendo mi pene estaba lo suficiente erecto, sin más prolegómenos,  se lo metiera de un golpe hasta el fondo de su garganta.
―¿Te ha puesto cachonda que te tocara frente a Paloma?― pregunté descojonado al comprobar la virulencia con la que me hacía esa mamada.
Azuzada por mis palabras, usó su boca para imitar a su sexo y gimiendo, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada. Era tal su calentura que mientras metía y sacaba mi extensión cada vez más rápido, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de su bikini y ya totalmente excitada, gritó en voz alta:
―¡Necesito tu leche!
Al exteriorizar su deseo elevó mi excitación y sin poderme retener me vacié en su boca. Andrea, al sentir mi semen chocando contra su paladar, se volvió loca y sin perder ni una gota, se puso a devorar mi simiente sin dejar de masturbar.
―¡Qué gusto!― la oí chillar, mientras  su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies.
Absorta en su gozo, no le preocupó el volumen de sus gritos. Berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme y aún seguía masturbándose sin parar. Al ver que se comportaba como una ninfómana en celo, me excitó nuevamente y levantándola del suelo, la llevé hasta la cama.
Desde el colchón, me miro llena de lujuria y quitándose la braga se puso a cuatro patas mientras me pedía que la follara. Ver a mi mujer en esa postura, fue motivo suficiente para que mi verga recuperara todo su esplendor y acercándome hasta ella, jugueteé con mi glande en su entrada antes de que de un solo empujón se lo metiera hasta el fondo.
María, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a la cama, me pidió que la tomara sin piedad. Justo en ese momento percibí un ruido y al levantar mi mirada descubrí a nuestra vecina espiando desde la puerta. Mirándola a los ojos, agarré la melena de mi mujer y usándola como si fueran mis riendas y María, mi montura, la cabalgué con fiereza. Sin dejar de verla de pie en mitad del pasillo, mi pene  empaló una y otra vez a mi esposa mientras Paloma se tocaba uno de sus enormes pechos ya excitada.
Sabiendo que la morena no perdía ojo de nuestra pasión,  pregunté a  mi mujer dejando caer un azote en sus nalgas:
―¿Te gusta?
―¡Sí!― aulló y levantando todavía más su culo, chilló: ―¡Me encanta que me folles como un animal!
Sé por la cara de sorpresa que lució Paloma al oír a su amiga que nunca se le pasó por la cabeza que pudiera ser tan zorra y por eso, deseando azuzar la calentura de mi vecina, incrementé  mis embistes sobre el sexo de mi mujer siguiendo el ritmo de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui derribando las defensas de ambas hasta que María aulló de placer con su trasero enrojecido mientras se corría. Paloma viendo que íbamos a acabar, se tuvo que conformar con huir con una inmensa calentura hasta su cuarto.
Ya solos sin espías, cogí a mi mujer de sus pechos y despachándome a gusto, dejé que mi pene se recreara en su interior pero con mi mente soñando que a la que me estaba tirando era a la morena que se acababa de ir. El convencimiento que Paloma iba a ser mía, fue el acicate que necesitaba para no retrasar más mi propio orgasmo. Y mientras María aullaba de placer, sembré con mi semen su interior mientras mi cuerpo convulsionaba pensando en la otra. Mi mujer al sentir las descargas  de mi verga en su vagina se desplomó agotada contra el colchón.
Contento y queriendo ahorrar fuerzas no fuera a ser que nuestra vecina cayera antes de tiempo en mis brazos, me acurruqué a María y mientras le acariciaba tiernamente me pareció escuchar el ruido al encenderse de un consolador. Sonriendo, pensé:
«Ya falta menos».
Pasado un rato y viendo que mi mujer se había quedado dormida, decidí levantarme e ir en busca de una cerveza fría. Al llegar a la cocina, me topé de frente con Paloma que al verme bajando su mirada intentó huir pero reteniéndola del brazo, le pregunté si le había gustado.
―¿El qué?― contestó haciéndose la despistada y sin querer reconocer que ambos sabíamos su pecado.
Me hizo gracia su amnesia y acercándola a mí, llevé su mano hasta mi entrepierna mientras le decía:
―Conmigo cerca no tienes que usar aparatos eléctricos.
Asustada, intentó retirar sus dedos de mi pene pero queriendo que sintiera una polla real, mantuve presionada su muñeca hasta que bajo mi pantalón pudo comprobar que mi miembro crecía. Cuando ya había alcanzado un tamaño decente la solté y susurrando en su oído, le dije:
―Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.
Indignada me recriminó mi comportamiento recordando que María era su amiga. Siendo cruel, acaricié su pecho  al tiempo que le contestaba:
―Eso no te importó cuando te quedaste mirando ni tampoco cuando ya excitada te masturbaste pensando en mí.
Esa leve caricia provocó que bajo su bikini, su pezón la traicionara irguiéndose como impulsado por un resorte y viéndose acorralada intentó soltarme una bofetada. Como había previsto tal circunstancia, paré su golpe y  atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua. Aunque en ese instante, abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya, rápidamente se sobrepuso y casi llorando se apartó de mí diciendo:
―Por favor ¡No sigas!
No queriendo violentarla en exceso, la dejé ir pero cuando ya desaparecía por la puerta, riendo le solté:
―Soy un hombre paciente. ¡Tengo un mes para que vengas rogando que te haga mía!
Consciente que esa zorrita llevaba más de cuatro meses sin follar y que su cuerpo era una bomba a punto de explotar,  sabía que solo tenía que tocar las teclas adecuadas para que Paloma no pudiese aguantar más y cayera entre mis piernas. Para hacerla mía, debía conseguir que sus reparos se fueran diluyendo a la par que se incrementaba su calentura y curiosamente, María se convirtió esa noche en involuntaria cómplice de mis planes. Os preguntareis cómo. Muy sencillo, al despertar de la siesta, decidió que le apetecía salir a cenar fuera de casa y eso me dio la oportunidad de calentar esa olla a presión  sin que pudiese evitarlo.
Cuando mi mujer me comentó que quería ir a conocer un restaurante que habían abierto, me hice el cansado para que no me viera ansioso de compartir mantel con ellas dos. Mi vecina al escuchar que no me apetecía, vio una escapatoria a mi acoso y con gran rapidez, aceptó la sugerencia.
―Si crees que te vas a escapar de mí, ¡Estas jodida!― susurré en su oído aprovechando que María había ido a la cocina mientras con  mi mano acariciaba una de sus nalgas.
La morena no pudo evitar que un gemido saliera de su garganta al sentir mis dedos recorriendo su trasero. Me encantó comprobar que esa mujer estaba tan necesitada que cualquier caricia la volvía loca y sin ganas de apresurar su caída, me separé de ella.
―¡Maldito!― masculló entre dientes.
En ese instante, no estuve seguro si el insulto venía por haberle magreado o por el contrario por dejar de hacerlo. De lo que si estoy seguro es que esa mujer tenía su sexualidad a flor de piel porque ese leve toqueteo había provocado que sus pitones se pusieran duros como piedras.
―Estás cachonda. ¡No lo niegues!― contesté sin sentir ningún tipo de piedad.
La vuelta de María evitó que siguiera acosándola pero no me importó al saber que dispondría de muchas otras ocasiones durante esa noche.  Paloma por el contrario vio en mi esposa su tabla de salvación y colgándose de su brazo, me miró retándome. El desafío de su mirada me hizo saber que se creía a salvo.
« ¡Lo llevas claro!», exclamé mentalmente resuelto a no darle tregua.
Desgraciadamente de camino al restaurante, no pude atacarla de ninguna forma porque sería demasiado evidente. Mi pasividad le permitió relajarse y por eso creyó que si se sentaba frente de mí estaría fuera del alcance de mi hostigamiento. Durante unos minutos fue así porque esperé a que hubiésemos pedido la cena y a que entre ellas ya estuvieran charlando para quitarme el zapato y con mi pie desnudo comenzar a acariciar uno de sus tobillos.
Al no esperárselo, pegó un pequeño grito.
―¿Qué te pasa?― pregunté mientras iba subiendo por su pantorrilla.
Mi descaro la dejó paralizada, lo que me permitió continuar acariciando sus muslos camino de mi meta. Su cara lívida mostraba su angustia al contrario que los dos botones que lucía bajo su blusa que exteriorizaban su excitación. Ya estaba cerca de su sexo cuando metiendo la mano bajo el mantel, Paloma retiró mi pie mientras con sus ojos me pedía compasión.
Ajena a la agresión a la que estaba sometiendo a nuestra vecina, María le comentó que estaba muy pálida.
―No me pasa nada― respondió mordiéndose los labios al notar que mi pie había vuelto a las andadas pero esta vez con mayor énfasis al estar acariciando su sexo por encima de su tanga.
La humedad que descubrí al rozar esa tela ratificó su calentura y por ello, olvidado cualquier precaución busqué con mis dedos su clítoris y al encontrarlo, disfruté torturándolo mientras su dueña disimulaba charlando con mi señora.
«Está a punto de caramelo», me dije al notar su coño totalmente encharcado, « ¡No tardará en correrse!».
Nuevamente, Paloma llevó su mano bajo la mesa pero en esta ocasión no retiró mi pie sino que empezó a acariciarlo mientras con uno de sus dedos retiraba la braga dándome acceso a su sexo. Como comprenderéis no perdí la oportunidad y hundiendo el más gordo en su interior, comencé a follarla lentamente.
« ¡Ya es mía!», pensé y recreándome en su mojada cavidad, lentamente saqué y metí mi dedo hasta que en silencio la morena no pudo evitar correrse por primera vez.
Satisfecho, volví a ponerme  el zapato, al saber que ese orgasmo era su claudicación y que no tardaría en pedir que la follara. Habiendo conseguido mi objetivo, me dediqué a mi esposa dejando a Paloma  caliente e insatisfecha.
Al terminar de cenar, María estaba cansada y por eso nos fuimos a casa. Y allí sabiendo que la morena nos oiría, hice el amor a mi esposa hasta bien entrada la madrugada….
 

 Ella misma cierra el nudo alrededor de su cuello.

A la mañana siguiente me desperté sobre las diez totalmente descansado y sabiendo por experiencia que María no iba a amanecer hasta las doce, me levanté sin levantar las persianas y me fui a desayunar.  En la cocina me encontré a Paloma con cara de haber dormido poco y sabiendo que yo era el causante de su insomnio, la saludé  sin hacerle mucho caso.
―¿Dónde está tu mujer?― preguntó dejando traslucir su enfado.
―Por ella no te preocupes. Seguirá durmiendo hasta el mediodía― respondí dando a entender que podía entregarse a mí sin miedo a ser descubierta.
La superioridad que encerraba mi respuesta, la cabreó aún más y llegando hasta mí, se me encaró diciendo:
―¿Quién coño te crees? ¡No voy a ser tuya!
Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y pegando mi boca a la suya, forcé sus labios mientras mis manos daban un buen repaso a ese culo que llevaba tanto tiempo volviéndome loco. Durante un minuto, forniqué con mi lengua el interior de su boca mientras mi vecina se derretía y empezaba a frotar su vulva contra mi muslo. Habiendo demostrado a esa zorrita quien mandaba, le solté:
―Ya eres mía, solo falta que lo reconozcas.
Tras lo cual, la dejé sola y café en mano me fui a la piscina. Llevaba solo unos minutos sobre la tumbona,  cuando la vi salir con un bikini azul aún más diminuto que el del día anterior con el que parecía completamente desnuda. Interesado en saber que se proponía, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar.
―Reconozco que tienes un par de buenas tetas― solté sonriendo al ver que arrastraba su tumbona junto a la mía
―Lo sé― contestó mientras dejaba caer la parte superior de su bikini.
Girando mi cabeza, la miré. Sus pechos eran tal y como me había imaginado:  grandes, duros y con unos pezones que invitaban a ser mordidos. Sabiendo que si me mantenía calmado la pondría aún más cardiaca, me reí en su cara diciendo:
―¿Me los enseñas para que te los coma o solo para tomar el sol?― fingiendo un desapego que no sentía al contemplarla.
¡Paloma era perfecta! Su escultural cuerpo bien podría ser la portada de un Playboy. Si de por si era bellísima, si sumábamos su estrecha cintura, su culo de ensueño, esa morena era espectacular. Sonriendo, se acercó a mí y pegando su boca a mi oído, dijo con voz sensual:
―No me sigas castigando. Sabes que estoy muy bruta― Tras lo cual, sacando una botella de crema bronceadora de su bolso, se puso  a untarla por sus tetas mientras me decía: ―¿Qué tengo que hacer para que me folles?
Su cambio de actitud me divirtió y mostrando indiferencia, le ordené:
 

―¡Pellízcate los pezones!

La morena sonrió y cogiendo sus areolas entre sus dedos, se dedicó a complacerme con una determinación que me hizo saber que podría jugar con ella.
―¡Quiero ver tu coño!― le dije mientras bajo el traje de baño mi pene iba endureciéndose poco a poco.
Bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, esperé a que esa zorrita se desprendiera de esa prenda. Paloma al comprobar mis ojos fijos en su entrepierna, gimió descompuesta mientras se bajaba la braga del bikini lentamente.
―¡Acércate!― pedí.
Rápidamente obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un largo lametazo mientras mi vecina se  mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista, separé mi cara y con voz autoritaria, ordené:
―Mastúrbate para mí.
Por su gesto supe que esa zorrita había advertido que no iba a poseerla hasta que todo su cuerpo estuviera hirviendo. Esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y separando sus rodillas dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mirándome a los ojos, preguntó:
―Si te obedezco, ¿Me vas a follar?
―Sí, putita― respondí descojonado por la necesidad que su rostro reflejaba.
Mis palabras la tranquilizaron y con sus mejillas totalmente coloradas por la calentura que sentía,  deslizó lentamente un dedo por su intimidad. El sollozo que surgió de su garganta ratificó mi opinión de que Paloma estaba hambrienta y gozoso observé que tras ese estremecimiento de placer, todos los vellos de su cuerpo se erizaron al sentirse observada.
―Date placer― susurré.
En silencio, mi vecina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en el polvo con el que le regalaría después. La imagen de verse tomada tras tantos meses de espera provocó que toda su vulva se encharcara a la par que su mente volaba soñando en sentir mi verga rellenando ese conducto.
―Eres un cerdo― protestó necesitada al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba.

Lo quisiera reconocer o no, Paloma comprendió que nunca había estado tan excitada y por eso decidió dar otro paso para conseguir que yo la complaciera. Sabía que en ese instante, estaba  mojando la tumbona con su  flujo y que desde mi lugar podía advertir que tenía los pezones duros como piedras. Decidida a provocarme, llevó sus dedos empapados a la boca y me dijo mientras los succionaba saboreando sus propios fluidos.

 
―¿No quieres probar?
Asumiendo que sus comentarios subidos de tono iban destinados a calentarme aún más, me negué y poniendo un tono duro, le exigí que se metiera un par de dedos en el coño. Al obedecer, esa zorrita notó que el placer invadió su cuerpo y gimiendo  de gusto, empezó a meterlos y sacarlos lentamente. La calentura que asolaba su cuerpo la obligó a aumentar el ritmo de su masturbación hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡Me voy a correr!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
Pero entonces, levantando la voz le prohibí que lo hiciera y recreándome en el poder que tenía sobre ella, le solté:
―Ponme crema.
Reteniendo las ganas de llegar al orgasmo, cogiendo el bote de protector, untó sus manos con él y me obedeció. Sus ojos revelaban la lujuria que dominaba toda su mente cuando comenzó a extender con sus manos la crema sobre mi piel.
―¡Necesito que me folles!― murmuró en mi oído mientras acariciaba mi pecho con sus yemas.
Cerrando los ojos, no me digné a contestarla al saber que con solo extender mi mano y tocar su vulva, esa morena se correría sin remedio. Envalentonada por mi indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas. Al  acreditar que bajo mi bañador mi pene  no era inmune a sus caricias, me rogó que le diera permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad la crema bronceadora:
―¡Tú misma!― contesté al saber que era lo que esa guarrilla buscaba.
No tardé en comprobar que estaba en lo cierto porque sin pedir mi permiso y poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó el bulto de mi entrepierna en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No quise detenerla al saber que eso solo la haría más susceptible a mi poder ya que a tela de mi bañador impediría que culminara su acto, eso solo la haría calentarse aún más. Muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Paloma se frotaba con urgencia su clítoris contra mi pene.
―Me encanta― berreó mientras se dejaba caer sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel.
Sus primeros gemidos no tardaron en llegar a mis oídos. La temperatura  que abrasaba sus neuronas era tal que buscó mis labios con lujuria. Sin responder a sus besos pero deseando dejar esa pose y follármela ahí mismo, aguanté su ataque hasta que pegando un grito se corrió sobré mí dejando una mancha sobre la tela de mi bañador.
Entonces y solo entonces, le ordené:
―Ponte a cuatro patas.
Mi vecina no necesitó que se lo repitiera para adoptar esa posición. Su cuerpo necesitaba mis caricias y ella lo sabía. Verla tan dispuesta,  me permitió confesar:
―Llevo años deseando follarte, zorra.
Mi confesión fue el acicate que necesitaba para entregarse totalmente y por eso aun antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Paloma ya estaba berreando de  deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor dulzón al llenar mis papilas incrementó aún más si cabe mi lujuria y separando con dos dedos los pliegues de su sexo, me dediqué a mordisquearlo mientras la morena claudicaba sin remedio. Su segundo orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo por sus piernas, mi vecina me rogó que la tomara.
 

―Todavía, ¡No!― respondí decidido a conseguir su completa rendición. Para ello, usando mis dientes torturé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Al notar que su cuerpo convulsionaba sin parar, vi llegado el momento de cumplir mi fantasía y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué hasta su entrada. La morena al advertir que me eternizaba jugando con su coño sin metérselo chilló descompuesta:

 
―¡Hazme tuya! ¡Lo necesito!
Paloma era un incendio sin control. Berreaba y gemía sin pararse a pensar que mi esposa podría oír sus gritos. Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi verga disfrutó de los pliegues de su sexo mientras la empalaba. La estrechez y la suavidad de su cueva incrementaron mi deseo pero fue cuando me percaté de que entre sus nalgas se escondía un tesoro virgen y aun no hoyado cuando realmente me volví loco. Mi urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada provocaron que de un solo empujón se la clavara hasta el fondo:
―¡Házmelo como a tu esposa!― gritó al notar su sexo lleno.
Su grito me hizo recordar la tarde anterior e imitando mi actuación de entonces, la cogí de la melena y dando un primer azoté en su trasero, exigí a Paloma que empezara a moverse. Mi vecina al oírme se lanzó en un galope desenfrenado moviendo sus caderas sin parar mientras se recreaba con mi monta.
―¡Sigue!― relinchó al sentir que me agarraba a sus dos tetas y empezaba a cabalgarla.
Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina. Para entonces, su calentura era tal que mi pene chapoteaba cada vez que forzaba su vulva con una nueva penetración. Contagiando de su pasión, agarré su a modo de riendas y con una nueva serie de azotes sobre su trasero, le ordené que se moviera. Esas nalgadas la excitaron aún más y comportándose como una puta, me pidió que no parara.
Disfrutando de su estado de necesidad, decidí hacerla sufrir y saliéndome de ella, me tumbé en la tumbona mientras le decía que se sirviera ella misma.
―Eres un cabrón― me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras paraba de quejarse, se puso a horcajadas sobre mí y cerrando los ojos, se empaló con mi miembro. No tardó en reiniciar su salvaje cabalgar pero esta vez mi postura me permitió admirar sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
―¡Chúpate los pezones!― ordené.
Desbocada como estaba, mi vecino me obedeció y estrujando sus tetas, se los llevó a su boca y los lamió. Ver a esa zorra lamiendo sus pechos fue la gota que necesitaba para que el placer se extendiera por mi cuerpo y derramase mi simiente en el interior de su cueva. Paloma al sentir que las detonaciones que bañaron su vagina aceleró los movimientos de sus caderas y mientras intentaba ordeñar mi miembro, empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, saltó una y otra vez usando mi pene como eje hasta que ya agotada, se dejó caer sobre mí mientras me daba las gracias diciendo:
―Me has hecho recordar que soy una mujer.
Viendo su cara de alegría, acaricié su culito con ganas de rompérselo pero entonces miré el reloj y me percaté que mi mujer debía estar a punto de despertar. Sabiendo el riesgo que corría si María veía a su amiga tan feliz porque podría sospechar algo, le pedí que desapareciera durante un par de horas. Paloma comprendió mis razones pero antes de irse y mientras sus manos jugueteaban con mi entrepierna, me rogó:
―Espero que esto se repita. ¡Me ha encantado!
Muerto de risa, contesté:
―Dalo por seguro. ¡Estoy deseando estrenar tu pandero!
Mi vecina sonrió al escuchar mi promesa y cogiendo su ropa, se fue a vestir mientras yo subía a despertar a mi esposa. Ya en mi habitación me tumbé a su lado y pegando mi cuerpo al suyo, busqué sus pechos.  María abrió los ojos al notar mis manos recorriendo sus pezones. Por su sonrisa comprendí que debía cumplir con mis obligaciones conyugales para que no sospechara y sin más prolegómeno, me desnudé mientras ella se apoderaba de mi sexo. Al contrario del día anterior, esa mañana mi mujer y yo hicimos el amor lentamente, disfrutando de nuestros cuerpos y solo cuando ambos habíamos obtenido nuestra dosis de placer, me preguntó por Paloma:
―Se ha levantado pronto y ha salido― contesté con más miedo que vergüenza que algo en mí hubiese hecho despertar su desconfianza.
Pero entonces, María soltando una carcajada comentó:
―Tenemos que buscarla un novio.
Su pregunta me cogió fuera de juego y deseando saber por qué lo decía pero sin ganas de mostrarme muy interesado, pregunté por qué:
―Ayer nos estuvo espiando cuando hacíamos el amor. La pobre lleva tanto tiempo sin un macho que está caliente- respondió en voz baja creyendo que podía enfadarme.
Haciéndome el despistado me reí y sin darle mayor importancia, contesté:

 

―Te lo juro: ¡No me había fijado!
 
 

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
 Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
 
 
 
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 

 

 

Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 2” (POR GOLFO)

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Sabiendo que debía tener cuidado para que mi esposa no sospechara que me había acostado con su amiga, no toqué el tema de buscarle un novio a nuestra vecina. Cualquier interés por mi parte ya fuera a favor o en contra de hacer de celestino, haría despertar sus alertas y me sería más difícil, repetir la experiencia, pero sabiendo que debía avisar a Paloma que María me había pedido ayuda para conseguirle pareja, esperé a que volviera y aprovechando que mi mujer se estaba duchando para contárselo.

Esa morena al verme entrar en el salón solo creyó que mi presencia se debía a mi interés por ella y saltando a mis brazos, me besó mientras frotaba mi sexo con el suyo intentando animarlo. Durante unos segundos mis manos recorrieron su trasero, deleitándose con su dureza al recordar la promesa que me había hecho de darme su virginidad como regalo. Mi vecina por su parte me demostró que el polvo que habíamos echado esa mañana no le había resultado suficiente y metiendo sus dedos dentro de mi pantalón empezó a pajearme mientras me preguntaba cuando la haría nuevamente mía.

―Tenemos un problema― contesté –Mi mujer te vio espiándonos mientras le hacía el amor.

― ¿Se ha enfadado? ― avergonzada preguntó.

Muerto de risa, le contesté que, al contrario, que le había dado pena descubrir su calentura y que me había pedido que le ayudara a buscarle un novio.

―Pero…― dudó antes de contestar― …si yo no quiero. ¡Soy mujer de un solo hombre!

Sus palabras y la confesión que encerraban me hicieron saber que Paloma asumía que era mía y que, teniéndome como amante, no necesitaba a nadie más.  Tratando de mantener una cordura que no tenía porque esa confesión había hecho que mi pene se pusiera erecto, le hice ver que al menos tenía que mostrarse de acuerdo cuando María se lo propusiera:

―Así no sospechará de nosotros.

Mi vecina se quedó pensando unos instantes y volviéndome a sorprender, me soltó:

― ¿Y si me busco una novia?

Un tanto desubicado le pregunté si era bisexual a lo que, sonriendo, me respondió:

―No, pero, por ti, lo sería. 

―Entonces, no entiendo.

Sin dejar de sonreír y poniendo cara de puta, me explicó:

―Tu mujer al verme espiándoos, pensó con razón que me había puesto bruta… ¿Y si le digo que fue por ella? ― hizo una pausa antes de seguir: ―Piénsalo… si cree que soy lesbiana, no desconfiará de ti y nuestro máximo riesgo es que intente seducirme.

Partiéndome de risa al imaginarme la escena, susurré en su oído mientras pellizcaba uno de sus pezones:

― ¿Y qué harías? ¿Te acostarías con ella?

Con una determinación que provocó que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran, ese monumento de mujer contestó:

― ¡Por supuesto! Pero le exigiría que me tomará frente a ti. Recuerda que para ella fui abandonada por un marido infiel, comprenderá que no quiera repetir sus errores.

― ¿Me estás diciendo que le propondrías un trio?

―Claro, ¡tonto! –y con un extraño brillo en sus ojos, prosiguió diciendo: ―No creo que ocurra, pero no me importaría pagar el precio de comerle el coño a tu mujer por la felicidad de tener tu compañía.

Os reconozco que, en ese momento, la hubiera desnudado y me la hubiese follado contra la mesa del comedor porque me calentó de sobre manera el imaginarme una sesión de sexo entre los tres, pero haciendo acopio de cordura, me separé de ella y mientras iba a por una cerveza que me enfriara, contesté:

―Bien pensado. Creyéndote de la otra acera, se fiará de mí.

La carcajada que soltó mientras me iba retumbó en mi mente durante horas. Tuve que reconocer que más que tener una esposa y una amante, lo que realmente me apetecía era ampliar mi matrimonio y que ese bombón se integrara en él….

6

No sabiendo a qué atenerme ni cómo iba a resultar el plan de mi vecina, no me quedó más remedio que esperar y observar cómo se desarrollaban unos acontecimientos que, aunque me interesaban no debía intervenir en ellos.

Mi espera no fue larga porque al salir del baño, mi mujer nos preguntó si nos apetecía ir a una cala cercana a tomar el sol. Paloma alabando como le quedaba el bikini que llevaba puesto, se acercó a mi mujer y susurrando en su oído, le dijo:

―No me extraña que traigas loco a Raúl. ¡Eres bellísima!

María abrió los ojos escandalizada por el tono sensual con el que la alabó, pero creyendo que había malinterpretado a su amiga no dijo nada.

Al ver la reacción de mi esposa y riendo en mi interior, las azucé a salir del chalé. Ya en el coche, por el retrovisor, descubrí que la zorra de Paloma sonreía en plan putón y aprovechando que solo la podía ver yo, se pellizcó uno de sus pezones mientras le preguntaba a mi mujer como era la playa a la que íbamos.

―Es un pequeño saliente que conocemos y que nunca hay gente. No creo que nos encontremos con nadie, estaremos solos― contestó María sin saber que nuestra vecina usaría la soledad de esos parajes para iniciar su ataque.

La determinación que descubrí en el rostro de Paloma me terminó de poner nervioso al suponer que de lo que ocurriera entre esas dunas, dependería no solo ese verano sino el resto de nuestras vidas.

«Si la aborda en plan bestia, la mandará a Madrid y tendré que esperar a septiembre para tirármela», sentencié menos preocupado al saber que eso solo supondría un retraso pero que luego María nunca sospecharía de mí al creer que la morena era lesbiana.

Ya en la cala y mientras bajábamos hacia la arena, mi vecina aprovechando que mi esposa se había adelantado unos metros me preguntó si María tenía algún punto débil:

―Le pone como una moto que le acaricien en culo― respondí en voz baja.

Su pícara sonrisa me informó de antemano de lo que iba a hacer. Por eso, aguardé con interés sus siguientes pasos. María involuntariamente colaboró en su caída cuando extendiendo la toalla, me pidió que le echase crema. Antes de que pudiera decir algo, Paloma sacó un bote de su bolso y sentándose junto a ella, comenzó a esparcirla por sus hombros mientras le decía:

―Tienes mucha tensión acumulada. ¿Quieres que te dé un masaje?

Mi esposa no quiso o no pudo negarse y asintiendo con la cabeza, permitió que la morena se recreara poniéndose sobre ella. Usando sus dos manos, comenzó a masajearle los músculos de su cuello sin que nadie pudiese observar nada erótico en ello. Hundiendo sus yemas en los trapecios de su amiga fue relajándola lentamente mientras desde mi toalla no perdía detalle.

― ¡Qué gozada! ― gimió María al sentir que los nudos de su cuello se iban disolviendo con la acción de los de su amiga.

Guiñándome un ojo, Paloma me anticipó el inicio de su ataque y poniendo un tono despreocupado, le dio un azote en el trasero:

― ¿Estás mejor? ¿Si quieres te relajo las piernas?

―Por favor― susurró su víctima inocentemente.

Cogiendo el bronceador fue dejando caer un hilillo de crema por las piernas de mi mujer con la intención de extenderla a continuación. Al hacerlo, observé que María se mordía los labios al sentir derramarse ese líquido por sus nalgas y por vez primera empecé a albergar esperanzas que el plan de Paloma tuviese éxito.

Actuando en plan profesional, nuestra vecina comenzó por los tobillos de mi mujer y presionando con sus dedos duramente los gemelos, fue subiendo por sus piernas mientras desde mi sitio me empezaba a calentar al ver la cara de placer que María ponía al notar las manos de Paloma relajándola. Con los ojos cerrados, estaba disfrutando del masaje sin saber que ese era el plan.

Mientras tanto, Paloma estaba esperando a que se confiara para terminar amasando su trasero con oscuras intenciones.

― ¿Te he dicho que tienes un culo precioso? ― preguntó mientras sus manos ya recorrían los muslos de mi esposa.

Esa pregunta hubiese sido inocente si no fuera porque en ese momento estaba acariciando con sus yemas el inicio de las duras nalgas de María.  La cara de sorpresa de mi mujer al notar que esa caricia se prolongaba más allá de lo normal me divirtió y no queriendo que se cortara al descubrirme mirándome, desvié mi mirada y me puse a observar las olas, aunque de reojo seguía atento a lo que ocurría en la toalla de al lado.

Paloma obviando la tirantez de su amiga, siguió masajeando dulcemente su culo con caricias cada vez más atrevidas. Si en un principio María creyó que estaba equivocada y que ese masaje de nuestra vecina era inocente y por eso no se levantó al sentir esos dedos amasando sin parar sus nalgas, cuando los notó recorriendo los bordes de su ojete por encima de su bikini ya estaba tan mojada que no pudo evitar un gemido de placer.

Al oírlo, la morena le dio un nuevo azote y levantándose, nos avisó que tenía calor y que se iba a dar un chapuzón al agua. Acababa de irse corriendo hacia la orilla cuando incorporándose María me preguntó:

― ¿Te has fijado?

Haciéndome el despistado y aunque la humedad que lucía mi mujer en su entrepierna era evidente, contesté:

  • No, ¿a qué te refieres?

Durante unos segundos, mi esposa dudó si decirme que Paloma le había metido mano teniéndome a un escaso metro de ella, pero tras pensárselo bien, decidió no hacerlo y en vez de ello, me pidió que la acompañara a pasear por la playa. Su calentura me quedó patente cuando al pasar por unas rocas, tiró de mi brazo y sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a frotar su sexo contra el mío mientras me rogaba que la tomara.

―Tranquila― le dije riendo: – Paloma puede vernos.

Su respuesta me convenció de que las maniobras de esa morena le habían afectado de sobre manera porque pegando un grito, me respondió:

―Si nos espía, ¡qué se joda!

Tras lo cual, me obligó a tumbarme sobre la arena y me bajó el traje de baño mientras me decía que iba a hacerme una mamada que nunca podría olvidar. Como comprenderéis no me quejé cuando mi mujer cogiendo mi sexo entre sus manos, lo acercó a escasos centímetros de su boca y relamiéndose los labios, me soltó antes de antes de metérsela en la boca:

― ¡Te voy a dejar seco!

De rodillas sobre la arena, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos recogiendo mis huevos con ternura los acariciaba. Desde mi posición, vi como mi esposa abría sus labios y pegando un gemido, se introducía la mitad de mi rabo en la boca. Con una expresión de lujuria en su rostro, sacó su lengua y lamiendo con ella mi glande, se lo volvió a enterrar, pero esta vez hasta el fondo de su garganta.

― ¿Por qué estás tan cachonda? ― con recochineo pregunté al sentir la urgencia de sus actos.

En vez de contestarme, siguió a lo suyo y ya con mi verga completamente embutida en su boca, comenzó a sacarla y a meterla a un ritmo constante. Comprendí al notar la presión que ejercía su garganta sobre mi glande que mi esposa estaba desbocada y por eso presionando con mis manos sobre su cabeza, hice que esa penetración fuera total y que la base de mi pene rozara sus labios.

―Eres una mamona de lujo― sentencié al notar que María incrementaba la velocidad de su mete saca mientras llevaba una de sus manos entre sus piernas y dejándose llevar por la calentura, metía los dedos dentro de su tanga, se empezaba a masturbar.

La excitación que se había acumulado en su cuerpo durante el masaje provocó que, a los pocos segundos de torturar su clítoris, mi esposa pegando un grito se corriera. No contenta con ello se sacó mi polla de la boca, para acto seguido, usándola como pica, empalarse con ella mientras aullaba pidiéndome que la tomara.

La belleza de sus pechos rebotando arriba y abajo al compás con el que su dueña acuchillaba su sexo con mi miembro, me obligó a cogerlos y llevando sus pezones hasta mis labios, ir alternando en ambos mordiscos y lametazos. Los berridos de mi mujer fueron muestra elocuente de la lujuria que la consumía y mientras no paraba de galopar sobre mí, fue uniendo un clímax con el siguiente.

― ¡Sigue! ¡No pares! ― aulló descompuesta.

El enorme riachuelo de flujo que brotaba de su entrepierna y que empapaba mi cuerpo cada vez que mi estoque se hundía en su interior, elevó mi calentura hasta que agarrando sus nalgas con mis garras presioné su vulva contra mi cuerpo mientras con una serie de explosiones de mi pene, me derramé en su interior. María al notar en su intimidad la calidez de mi semilla, se dejó caer sobre mí y retorciéndose obtuvo y mantuvo su enésimo orgasmo mientras todo su cuerpo temblaba de placer.

Abrazada a mí, con mi pene todavía incrustado en su coño, mi mujer apoyó su cabeza en mi pecho y sin levantar su mirada, me preguntó:

― ¿Sabes que te amo?

―Lo sé― respondí mientras con mis dedos acariciaba su melena.

Fue entonces cuando me reconoció que ese masaje la había puesto bruta y casi llorando, me pidió que la perdonara. Conmovido, la consolé diciendo que era lógica su reacción porque en su interior quería ayudar a su amiga:

― ¿Tú crees que ha sido eso? ― insistió.

―Claro― con ternura contesté: – Sabiendo lo sola que está, tu cuerpo ha reaccionado cómo reaccionaría el mío. Piensa que Paloma es una mujer muy bella…

No me dejó terminar y plantándome un beso, buscó reanimar nuestra lujuria justo cuando escuchamos que gritando nuestra vecina nos llamaba. No queriendo que nos pillara en pelotas, acomodamos nuestras ropas y fuimos a su encuentro. Al llegar a su lado, nos explicó que algo le había picado en el pie.

Preocupada, mi mujer se agachó y al comprobar que se le estaba hinchando, me pidió que cogiera a Paloma en brazos porque teníamos que llevarla a la cruz roja para que la atendieran. Mientras la llevaba hacia el coche, mi vecina aprovechó que María se había quedado recogiendo sus cosas para preguntarme si su masaje había conseguido excitarla.

―Sí― reconocí.

Fue entonces cuando ella respondió con una sonrisa:

―Aunque no me lo esperaba, a mí también. Me he puesto brutísima al meterla mano frente a ti.

Al analizar brevemente sus palabras comprendí que ambas compartían un mismo sentimiento y que solo tenía que conseguir que ambas lo aceptaran para cumplir mi fantasía de compartir con ellas un trio permanente. Dando por seguro la aceptación por parte de mi vecina, supe que me tenía que concentrar en mi esposa y por eso, una vez en el hospital y mientras hacían la cura a Paloma traté de tantear el terreno, diciendo:

― ¿Recuerdas cuando en la playa, me has reconocido que te excitaste cuando te tocó?

―Sí― respondió muerta de vergüenza.

Con la imagen de ese masaje en su mente, le confesé que a mí me había ocurrido lo mismo y que en ese momento, me hubiese encantado follármela mientras Paloma la tocaba.

―Eres un pervertido― contestó soltando una risotada.

Al no haberse enfadado por mi indirecta, concebí esperanzas que durante ese mes se hiciera realidad y dando tiempo al tiempo, cambié de tema no fuera a ser que al insistir mi mujer se encabronara. Como a la media hora, Paloma salió de la consulta y nos comentó que estaba bien pero que le había recomendado que no pisara con el píe enfermo.

―Te toca cargarme― soltó con una pícara sonrisa en sus labios.

Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 3” (POR GOLFO)

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Al llegar a casa, las dos me hicieron saber que querían descansar y por eso mientras ellas se quedaban viendo la tele, decidí irme a dar una vuelta por el pueblo. Esa huida era para darles la oportunidad de hablar entre ellas sin tenerme a mí merodeando por la casa. Por eso, antes de salir, cogí por banda a Paloma y le pedí que tratara de sonsacar a mi mujer sin ser muy directa.

―Deja eso de mi cuenta― respondió mientras aprovechaba para dar un buen magreo a mi paquete con sus manos.

Descojonado, la dejé hacer y cuando ya tenía una erección entre sus dedos, le di un azote mientras le decía:

―A mí no hace falta que me persuadas. Es a María a quien debes de convencer.

Mi “orden” le hizo gracia y poniendo cara de puta, contestó:

―Cuando vuelvas, te tendré una sorpresa.

La lujuria de su mirada al despedirse de mí me hizo saber que tenía una estrategia planeada y conociéndolo de antemano, eso no sé si me dio confianza o miedo.

«¿Qué se traerá entre manos?», pensé ya en la acera.

No tenía duda que esa mujer era inteligente, pero, aun así, me fui cabizbajo a tomarme una copa. Tras la barra del bar donde me metí, mis dudas solo hicieron más que crecer y por eso cuando a la hora creí que era el momento de volver, pensé que me encontraría en una situación bastante desagradable. Lo extraño fue que no estaban en la casa y eso me puso todavía más nervioso.

«¿Dónde se habrán metido?», mascullé entre dientes cuando con el paso de las horas no volvían.

Eran cerca de la nueve cuando recibí una llamada de mi esposa avisando que estaban esperando que les terminaran de preparar un pedido en el chino de la esquina y me pidió que fuera poniendo la mesa mientras tanto. El buen humor con el que me habló y las risas de Paloma que pude oír por detrás me confirmaron que todo había ido bien.

Deseando que llegaran, coloqué los platos, abrí un buen vino y esperé. En cuanto las vi entrar me percaté que habían bebido. Su tono desenfadado y el volumen de su conversación eran el de alguien con unas copas y por eso les pregunté que celebraban.

―Pronto lo sabrás― me soltó María y sin importarle la presencia de su amiga, me besó con lujuria.

La manera en que con su lengua forzó mis labios y el modo en que restregó su sexo contra el mío me anticiparon que esa noche iba a dormir poco, pero lo que confirmó que iba a ser así fue cuando uniéndose a nosotros, Paloma unió sus labios a los nuestros. Durante un minuto, dejé que mi lengua fuera de la boca de mi mujer a la de mi vecina mientras ellas no paraban de reír hasta que contagiado de su alegría, pregunté a que se debía tal saludo:

―He hablado con Paloma y hemos llegado a un acuerdo.

Sabiendo el contenido de ese trato, tuve que disimular y preguntar de qué hablaban. Fue entonces cuando mi vecina soltando una carcajada, me soltó:

―Como sabrás estoy divorciada y hace mucho que no hago el amor. Al contarle a tu mujer que soy bisexual y que me siento atraído por ella, me ha explicado que nunca sería capaz de ponerte los cuernos.

―Y ¿qué tengo que ver yo en eso?

Interviniendo, María hizo un puchero y con tono inocente, me dijo:

―Si participamos los dos, ¡no serían cuernos!

Alucinado por su descaro, insistí:

― ¿Me estáis proponiendo un trio?

En vez de contestarme las dos al unísono se arrodillaron frente a mí y sin darme posibilidad de opinar, me bajaron la bragueta.  Mi pene reaccionó al instante y por eso cuando mi mujer metiendo la mano lo sacó de su encierro, este apareció ya totalmente erecto.

Mientras me pajeaba, Paloma comentó:

―Se ve que tu pajarito está de acuerdo― para acto seguido acercar su boca y sacando su lengua, darme un lametazo.

Aunque María fue la que me informó de ese trato, aun así, busqué con la mirada su reacción y en sus ojos descubrí que lejos de enfadarse, mi mujer estaba excitada. La calentura que sintió al ver mi miembro en la boca de su amiga la hizo levantarse y desnudarse para acto seguido poniendo uno de sus pechos en mis labios, preguntar:

― ¿Te gusta la sorpresa?

Sin contestar, mi lengua recorrió el inicio del pezón que puso a mi disposición y al hacerlo, pegó un gemido mientras su areola se retraía claramente excitada.  Paloma al verlo, incrementó su mamada embutiéndose mi falo hasta el fondo de su garganta. Pero entonces, María pidió que siguiéramos en la cama, nuestra vecina a desgana se sacó mi verga de su boca y se quejó diciendo:

― ¿No podías haber esperado a que se corriera?

María ayudándola a levantarse, la consoló diciendo:

― ¿No prefieres ser la primera en ser follada?

La carcajada de Paloma evidenció que el cambio le gustaba y quitándose la ropa, nos guio ya desnuda hasta nuestra habitación. Al llegar a mi cama, las atraje con mis manos y alternando de una a otra, me puse a mamar de sus pechos. El saber que disfrutaría de esos dos cuerpos me hizo avanzar en mis caricias y les pedí que se acostaran junto a mí. Fue entonces cuando escuché que Maria me decía:

―Tranquilo, machote. ¡Tú relájate y déjanos hacer!

La mirada cómplice que descubrí en mi vecina me hizo suponer que ya lo tenía planeado y por eso cuando entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, supe que debía de quedarme quieto.

Paloma fue la que tomó la iniciativa y deslizándose por mi cuerpo, hizo que su lengua fuera dejando un húmedo rastro al ir recorriendo mi cuello y mi pecho rumbo a su meta. Cuando su boca llegó a mi ombligo, sonriendo me miró y al ver que en ese momento estaba mamando de los pechos de mi mujer, pegó un gemido y con sus manos comenzó a acariciar mi entrepierna.

― ¿Te gusta que seamos tan putas? ― preguntó mi esposa al sentir mis dientes mordiendo sus pezones.

―Mucho― respondí más interesado en sentir que en hablar, porque en ese instante mi vecina se había agachado entre mis piernas.

Al disfrutar de la humedad de su boca alrededor de mi pene, gemí anticipando el placer que ellas me iban a otorgar. Mi gemido fue la señal que esperaba mi esposa para unirse a la otra y compartiendo mi pene con su amiga, besó mi glande mientras la morena se apoderaba de mis huevos, introduciéndoselos en la boca.

Su coordinado ataque me terminó de excitar y chillando les grité que se tocaran entre ellas. Curiosamente fue María la que tomó la iniciativa y mientras seguía lamiendo mi polla, llevó una de sus manos hasta el trasero de Paloma.  Nuestra vecina se agitó nerviosa al sentir una mano de mujer recorriendo su culo y tras un momento de indecisión, imitó a Maria usando sus dedos para recorrer los pliegues del coño de mi mujer.

Las dos mujeres compitieron entre sí a ver cuál era la que conseguía llevar a la otra al éxtasis mientras se coordinaban para entre las dos apoderarse de mi falo con sus bocas. Alucinado me percaté que sin buscarlo mi esposa y su amiga se estaban besando a través de mi miembro. Sin darse apenas cuenta, los labios de ambas se tocaban mientras sus lenguas jugaban sobre mi piel.

La visión de esa escena y el convencimiento que esas dos me iban a regalar muchas y nuevas experiencias, aceleraron mi excitación y tanto María como Paloma al notarlo buscaron con un extraño frenesí ser cada una de ellas la receptora de mi placer. Os confieso que era tal el maremágnum caricias que no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene hasta que ejerciendo su autoridad María se apoderó de mi pene para ser ella primera en disfrutar de mi simiente.

― ¡Yo también quiero! ― protestó nuestra vecina.

Compadeciéndose de ella, mi esposa dejó que ambas esperaran con la boca abierta mi explosión, de forma que al eyacular fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron dos manos las que asieron mi extensión para ordeñar mi miembro y obligarlo a expeler todo el contenido de mis huevos.  La lujuria de ambas era tan enorme que no dejaron de exprimir mi pene y de repartirse su cosecha como buenas amigas.

Os confieso que jamás disfruté tanto como cuando ellas iban devorando mi semen recién salido hasta que convencidas que habían sacado hasta la última gota, me preguntaron que si me había gustado.

―Ha sido la mejor mamada que nunca me han hecho― respondí sin mentir en absoluto.

Al oírme alabar sus maniobras, sonriendo se tumbaron a mi lado y se abrazaron besándose. La pasión que demostraron y el modo en que entrelazaron sus piernas me hizo saber que no habían tenido suficiente y que querían amarse entre ellas. Sobre todo, me sorprendió el modo en que mi esposa se comió con los ojos los pechos de nuestra vecina y viendo su indecisión decidí ayudarla:

― ¿No te apetece darle una probadita? ― pregunté mientras pellizcaba los pezones de Paloma.

María se estremeció al verme masajeando esas dos tetas y sin poder aguantar más las ganas que la consumían se acercó y metió una de sus areolas en su boca mientras con su mano recorría el cuerpo de esa mujer.

― ¡Qué gozada! ―, gimió Paloma al notar que mi mujer iniciaba el descenso hacia su vulva.

María, al comprobar que su amiga separaba sus rodillas para facilitar sus maniobras, no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de nuestra vecina, acercó la lengua a su botón de placer. Ella al sentir su respiración cerca de su sexo, sollozó de placer y por eso cuando notó el primer dedo dentro de su vagina, pegó un grito y le rogó que no parara.

― ¡Pídemelo! ¡Putita! – respondió mi mujer al tiempo que usaba sus yemas para torturar el botón erecto de su amiga.

― ¡Fóllame! ― rogó Paloma ya completamente excitada.

Su confesión fue el inicio de una sutil tortura y bajando entre sus muslos, sacó la lengua para saborear por vez primera del fruto de su coño. La humedad inicial que lucía ya se transformó en un torrente que empapó la cara de mi mujer, la cual habiendo dado el paso se recreó lamiendo y mordiendo su clítoris. Al hacerlo, su trasero quedó a mi disposición y sin pensármelo dos veces, cogí mi miembro entre mis manos y la ensarté metiendo en su interior toda mi extensión.

Esa postura me permitió usar a María mientras ella seguía devorando con mayor celeridad el chocho de Paloma, la cual me sonrió al ver como empalaba a mi mujer. Metiendo y sacando mi pene lentamente me permitió notar cada uno de sus pliegues al ir desapareciendo en su interior y disfrutar de como mi capullo rozaba la pared de su vagina al llenarla por completo. Nuestra vecina al verla así ensartada y sentir su boca comiendo de su coño, no pudo reprimir un chillido y llevando las manos hasta las tetas de mi mujer, le pegó un pellizco mientras le decía al oído:

―Eres tan puta como yo.

Al oírlo, María bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse al tiempo que respondía:

―Lo sé― mientras totalmente excitada por ese doble estímulo me pedía que acelerara el ritmo de mis penetraciones.

Al obedecerla e incrementar el compás de mis caderas, gimió pidiendo que no parara para acto seguido desplomarse presa de un gigantesco orgasmo. Paloma al comprobar que mi mujer había obtenido su parte de placer y mientras todo su cuerpo se retorcía como poseído por un espíritu, me obligó a sacársela y actuando como posesa, sustituyó mi polla por su boca.

María al notar el cambio, unió un orgasmo con el siguiente mientras Paloma me pedía que me la follara sin parar de zamparse el coño de su amiga. Demasiado excitado por la escena, la agarré de los hombros y de un solo empujón acuchillé su vagina. No llevaba ni medio minuto zambullido en mi vecina cuando mi pene estalló sembrándola con mi blanca simiente.

― ¡No me jodas! ― protestó al comprobar que me había corrido y buscando obtener su placer antes que mi pene hubiese perdido su erección, me obligó a tumbarme y saltando sobre mí, se empaló totalmente insatisfecha.

Menos mal que mi mujer acudió en mi ayuda y mientras con los dedos la masturbaba, se puso a mamar de sus pechos hasta que pegando un aullido obtuvo su dosis. Agotada cayó sobre mí y con sus últimas fuerzas, rompió el silencio diciendo:

― ¡No me lo puedo creer! ¡Me habéis dejado caliente insatisfecha como una mona!

Sabiendo que era parcialmente mentira, María soltando una carcajada la besó diciendo:

―Tranquila, tenemos un mes para recompensarte.

Paloma, sonriendo, aceptó sus besos mientras me guiñaba un ojo.

8

Aunque esa noche entre María y Paloma me habían llevado al límite, fui el primero de los tres en despertarme y por ello pude contemplar sus cuerpos desnudos sin que se percataran del examen. He de decir que me quedé extasiado al observarlas. Siendo totalmente diferentes, eran dos pedazos de hembra por las que cualquier hombre daría la vida.

«¡Qué buenas están!», murmuré para mí mientras trataba de decidir cuál era más atractiva.

Para mi corazón la elección era clara: ¡mi esposa ganaba de calle! Que prefiriera a María, no era óbice para reconocer que Paloma conjuntaba la perfección de su cuerpo con una poderosa personalidad que la hacía irresistible y por ello seguía sin comprender como el imbécil de su marido la había dejado por otra.

Pensando en su sustituta, me dije:

«Será más joven pero difícilmente la juventud de una chavala puede competir con el pecho, la cintura de avispa y las piernas de Paloma. Con proponérselo, tendría media docena de pretendientes ante su puerta».

Aceptando ese precepto, miré a María. Mi compañera desde la infancia no le iba a la zaga, delgada, pero con unas ubres que te invitan a besarlas, me había hecho feliz muchos años y por nada pensaba en cambiarla.

Mirándolas me di cuenta de que, aunque había disfrutado toda la noche de sus cuerpos, seguía tan caliente como el día anterior. Por ello comprendí que de buen grado aceptaría que ese trío se convirtiera en algo permanente y sin darme cuenta, comencé a acariciarlas.

―Hola cariño― todavía somnolienta susurró mi esposa al ver que estaba despierto.

Cerrándole la boca con un beso le dije:

―Quiero verte haciéndole el amor a nuestra invitada.

María sonrió al escucharme y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus dedos comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de Paloma mientras desde un rincón del colchón observaba

―Es preciosa― me dijo cogiendo un pecho con sus manos.

Los pezones de la morena se erizaron al sentir la lengua de mi esposa recorriéndolos y sé que en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía al escuchar que gimiendo decía mi nombre mientras inconscientemente separaba sus piernas.

Mi señora al ver que le facilitaba su labor usó sus dedos para separarle los labios y acercando la boca se apoderó de su clítoris. Paloma recibió las nuevas caricias con un gemido y ya despierta abrió los ojos.

― ¿Me vas a despertar así siempre? ― susurró al ver que era María la que estaba penetrándola con un par de dedos mientras mordisqueaba el botón del placer que escondía entre los pliegues de su sexo.

―Calla y disfruta― dije pasando mi mano por uno de sus pechos: ―Me gusta ver cómo goza de ti.

Mas excitada de lo que le gustaría reconocer, se concentró en sus sensaciones al ser acariciada. Sabía que le gustaba se nuestra amante, pero alucinada se dio cuenta que le estaba entusiasmando la forma en que mi mujer le estaba haciendo el sexo oral.

―Nadie me lo ha comido nunca así― exclamó al notar que María añadía un tercer dedo a los dos que ya la estaban follando y dando un jadeo, presionó su cabeza para forzar ese contacto mientras le exigía que la hiciera culminar.

Es más, en voz baja, me pidió que me acercara. Al obedecer, cogió mi miembro ya totalmente erecto y, empezó a acariciarlo con su lengua. Ni que decir tiene que una descarga eléctrica surgió de mi entrepierna.

―Quiero que sepas que para mí eres mi hombre y María, mi mujer― comentó mientras con una lentitud exasperante, sus labios recorrían la piel de mi sexo.

Mi señora sonrió al ser tomada en cuenta y con mayor énfasis, siguió devorando el coño de la morena mientras con un gesto me pedía que la ayudara. Separando sus piernas puse la cabeza de mi pene en la entrada de cueva, pero, aunque todo mi ser me pedía el poseerla, no lo hice y usando mi glande, preferí dedicarme a minar su resistencia, jugando con su clítoris.

Mi mujer y mi amante, mientras tanto, se besaban excitadas, y buscando su propio placer se masturbaban una a la otra. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba y con el olor a hembra impregnando por completo la habitación, fueron cayendo en el placer.

 ― ¿Estáis cachondas? ― pregunté al contemplar que sus cuerpos se retorcían entre sí, en un baile sensual de fertilidad.

―Haz el amor a nuestra putita― me exigió María.

Sin medir las consecuencias, le di la vuelta y de un solo empujón le clavé mi estoque.

―Así amor mío, fóllame― rugió la morena.

Por un breve instante temí que mi esposa reaccionara en plan celosa y me la quitase de encima, pero en vez de ello decidió castigarla con una serie de rápidos azotes.

― ¡Qué haces! ― protestó nuestra vecina ya que nunca nadie le había tratado así.

La carcajada de María le hizo saber que debía de someterse o nos perdería para siempre. Consciente de ello, lloró al verse humillada, pero con cada azote en su mente se iba fortaleciendo la certeza de que deseaba entregarse y eso provocó que se empezara a excitar.

Sus lloros se convirtieron en sollozos callados antes de mirándonos a los ojos, pedirnos que no la dejáramos así:

― ¡Necesito tanto la polla de tu marido como tus golpes!

Acto seguido, ya totalmente sometida, se puso a cuatro patas en la cama y mirando a mi esposa, comentó:

―Castígame, pero deja que os ame a los dos.

Esa confesión junto con la hermosura de su cuerpo entregado afectó a mi esposa y dándole un beso, le dijo que siempre que supiera que ella era la primera, tendría un lugar en nuestra cama.

―Tú eres su mujer yo solo la otra― respondió arrepentida.

María al escucharla y sin cambiar de posición me repitió:

― Haz el amor a nuestra putita. Necesita ser tomada mientras la termino de domar.

Tras lo cual, reanudando sus azotes, me marcó el ritmo con el que quería que la tomara. Sin preguntar, recogí parte del flujo que manaba del interior de Paloma y le fui embadurnando su esfínter. María al percatarse de ello, sonrió aceptando que sodomizase a nuestra amante. Paloma al que le ponía mi pene en su entrada, echándose para atrás, se fue introduciendo mi sexo en el trasero.

― ¿Te duele? ― preguntó mi señora al advertir que había conseguido metérselo completamente.

―Si, pero me gusta― la contestó y como muestra de que no mentía, empezó a mover sus caderas mientras pedía que la volviera a azotar.

En un principio, María la dejé acostumbrarse al marcar un compás lento al saber que tanto el esfínter como la voluntad de Paloma se desgarraban con cada embestida y solo al ver que se relajaba, fue incrementando la velocidad con la que golpeaba sus nalgas.

― ¡Dios! ¡Cómo me gusta ser vuestra puta! – chilló descontrolada y ya sin control, me rogó que derramara mi simiente en su interior.

Esta vez no me contuve y penetrándola brutalmente, empecé a galopar con un único destino, el explotar en su trasero. Paloma sollozó al verse empalada nuevamente y cayendo sobre el colchón, me pidió que me corriese.

Al sentir que mi orgasmo era inminente, le dije al oído:

―Hagámoslo juntos― y desparramándome, eyaculé en su interior.

Ella se vio empujada al orgasmo al experimentar que mi semen la llenaba y pegando un berrido, gritó que nos amaba. María al oírla, nos abrazó y besándola dulcemente, la informó que ambos la queríamos.

― ¿Eso es cierto? ― me preguntó Paloma.

Las lágrimas de sus ojos me enternecieron y con una caricia en la mejilla, contesté:

―Tu ex se equivocó cuando te pronosticó una vida de soledad. Con nosotros has encontrado una familia que te desea y que te quiere.

Al escuchar mis palabras, la vecina, nuestra putita y fiel amante, se echó a reír como una histérica…

Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 4” (POR GOLFO)

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9

Después de desayunar una ración de sexo que nos dejó satisfechos a los tres y dada la hora, nos vestimos con la intención de mostrarle a Paloma nuestro chiringuito preferido antes de ir a la playa.

― ¡No te imaginas qué raciones preparan! ― comentó María con mas hambre que el perro de un ciego.

―Ahora me comería un pollo entero― respondió la morena.

Sé que pude comentarla que esa mañana ya se había comido una polla, pero decidí dejarlo para mas tarde, no fuera a ser que le apeteciera repetir.

«Es capaz de quererme hacer otra mamada», medité acojonado por la mas que plausible posibilidad de dar un gatillazo.

La fortuna quiso que Paloma o bien estuviera suficientemente saciada o lo que es más posible, su apetito físico fuera mayor que el carnal y por ello, se puso un traje de baño y un pareo sin más dilación.

Ya en la calle, mientras caminábamos hacia el chiringuito, en las miradas de los hombres que nos cruzábamos descubrí envidia y eso en vez de cabrearme, me hinchó el orgullo al saber que todos ellos hubiesen intercambiado mi puesto.

«Tengo que reconocer que en bikini todavía están mas buenas», me dije valorando el par de hembras que me acompañaban.

No era para menos, tanto mi esposa como mi recién estrenada amante llevaban con gallardía los años y sus cuerpos no tenía nada que envidiar a los de las veinteañeras.

«Soy un suertudo», pensé mientras caminaba junto a ellas.

Ajenas a todo, las dos se estaban riendo y lucían radiantes cuando entramos en el local, pero ello cambió cuando descubrieron al marido de Paloma pidiendo en la barra.

― ¿Quieres que nos vayamos? ― pregunté.

No pudo contestar porque justo en ese momento, su ex levantó la mirada y la vio. La expresión de estupefacción que vi en su rostro nos informó de que él estaba más molesto que nosotros por ese encuentro y quizás por ello, la morena no quiso que nos fuéramos a otro lado.

― ¿Con quién narices habrá venido este cretino? ― se preguntó en voz alta mientras echaba una ojeada alrededor.

Su cabreo fue in crescendo al reconocer en una mesa a su secretaria y sin cortarse un pelo, la señaló diciendo:

―Ha venido con su zorrita.

Aunque no pude decirlo, la chavala en cuestión era una monada y estaba para hacerla un favor.

―No sé qué le ha visto― comentó cabreada sin dejar de observarla.

«Yo, sí», rumié muerto de risa, «tiene unos melones dignos de meter la cabeza y perderse entre ellos».

Lo quisiera ver o no y aunque personalmente yo no la cambiaba por ella, esa joven era preciosa. Con unos ojos verdes inmensos, parecía no haber roto en su vida un plato.

«Demasiado dulce para mi gusto», sentencié al ver el modo en que sonreía a su pareja.

En cambio, Paloma vio en esa sonrisa un ataque a su persona. Estaba a punto de lanzarse sobre ella del cabreo que tenía, pero afortunadamente mi esposa se dio cuenta fuera y cogiéndola de la mano, le susurró:

― ¿Tanto echas de menos a tu marido?

Girándose hacia ella, la miró sorprendida:

―Para nada. Aunque me lo pidiera no volvería con él.

―Entonces, tranquilízate― le pidió molesta: ―. Pareces una perra celosa que sueña con una caricia de su amo.

Bajando su mano por debajo del mantel, Paloma contestó:

―Las únicas caricias que necesito son las vuestras. ¿Quieres que te lo demuestre?

Supo a lo que se refería en cuanto notó que los dedos de la morena subían por sus muslos. Por eso, su respuesta no fue verbal y separando sus rodillas, María la retó diciendo:

― ¡No tienes valor para hacerlo!

Entornando los ojos, nuestra vecina reinició su ascenso por las piernas de mi mujer mientras por mi parte no sabía donde meterme.

―Os van a ver― comenté temiendo que si Juan, el marido de Paloma, descubría que su ex estaba masturbando a María, al volver a Madrid todo el mundo lo supiera.

―No me importa― replicó la morena mientras bajo la mesa se dedicaba a buscar el placer de mi señora.

―A mí tampoco― la apoyó María con la voz entrecortada.

Dándolas por imposible, decidí que la mejor forma de que la parejita en cuestión no mirara hacía nosotros era observarlos yo a ellos y por eso fui el primero que descubrí que la chavala estaba embarazada.

«Joder, ¡menuda panza!», pensé al ver que se levantaba de la mesa.

Paloma fue más gráfica porque, al verla, exclamó confirmando mis cálculos:

― ¡Será hijo de puta! ¡Está de más de seis meses!

No tuve que ser un genio para comprender las razones de su cabreo: su marido la había dejado preñada cuatro meses antes de irse de casa. María comprendió a la primera el estado de la morena y con un dulce beso en la mejilla, le brindó su apoyo.

―No se merece que le montes un escándalo― murmuró en su oído.

―Lo sé― respondió mientras desaparecía rumbo al baño.

Asumiendo que la necesitaba, mi esposa fue a consolarla. Comprendí lo afectada que estaba Paloma por la futura paternidad de su ex, cuando al cabo de diez minutos ni ella ni María habían vuelto del baño. Por ello cuando el capullo aquel desapareció por la puerta acompañado de su novia, lo agradecí.

«Así no tendrá que verlo», mascullé entre dientes mientras pedía una ración de patatas bravas y otra cerveza.

Si calculamos el tiempo en que tardaron en volver por mi bebida, he de decir que fueron tres cañas y un doble después. Pero lo cierto es que no les dije nada al observar que ambas habían llorado:

«Estás mas guapo callado», pensé para mí viendo en sus rostros una extraña determinación que no supe traducir correctamente, «han tenido bronca entre ellas y vienen cabreadas».

Tratando de calmarlas, llamé al camarero y pedí que les pusieran algo de beber.

―Un cubata, por favor― pidió Paloma.

―Y otro para mí― replicó mi esposa.

Que pidieran una copa antes de comer, confirmó mis temores y reafirmándome en la decisión de no comentar nada al respecto, cambiando de tema, les pregunté qué les apetecía hacer después de comer.

―Volver a la casa y que nos preñes― contestó María.

Como os podréis imaginar, casi me caigo de la silla al escuchar semejante desatino y mas cuando la morena acto seguido soltó sin dar tiempo a que me repusiera:

―Hemos hablado entre nosotras y queremos ser madres.

― ¿Algo podré opinar? ― tartamudeé totalmente desarmado.

―Sí― respondió mi mujer: ―Te dejaremos elegir los nombres.

Sentí un escalofrío al saber que lo que realmente me estaba diciendo era que no iban a admitir discusión al respecto. Por ello, tomando mi vaso me bebí la cerveza de un golpe y pedí un whisky.

―Cojonudo, quince años casado y ahora queréis que sea padre por partida doble― comenté.

Demostrando lo poco que les importaba mis reticencias, las dos brujas se echaron a reír diciendo:

―Piensa que así que los hermanitos se criarán juntos y que de paso te ahorrarás un bautizo…

10

Con toda intención decidí y conseguí retrasar la vuelta. Tres horas y seis copas después regresamos a casa con una borrachera de las que hacen época. Sin duda, la más perjudicada era mi señora. María, del pedo que llevaba, le costaba mantenerse en pie. Por ese motivo al llegar al piso entre Paloma y yo la acostamos mientras ella no dejaba de protestar pidiéndonos otro ron.

―Vamos cariño, duérmete― tuve que insistir al desnudarla.

―Tú lo que quieres es follarte a Paloma sin mí― me respondió mientras intentaba incorporarse.

Su grado de alcohol en sangre debía ser alto porque en cuanto conseguimos que se tranquilizara, se quedó dormida casi de inmediato. Eso me permitió preguntar a la morena si iba en serio con eso de ser madre.

―Al principio me cabreó ver que Juan iba a ser padre, cuando nunca quiso serlo conmigo. Pero ahora sé que deseo tener un hijo y que tú seas su padre― contestó.

―Joder, Paloma. ¿No crees que deberíamos esperar un poco hasta ver si lo nuestro tiene futuro?

―Sería lo lógico― me reconoció, pero haciendo extensiva su respuesta a mi esposa continuó diciendo: – aunque no podemos. María y yo tenemos una edad en la que el reloj biológico manda.  Es ahora o nunca.

Os juro que se me puso la carne de gallina al escucharla y casi tartamudeando hice un último intento:

― ¿No hay marcha atrás?

―No― me replicó: ―Ambas queremos un hijo.

Me tomé unos segundos en asimilar que no tenía salida y entonces, sonriendo, le solté:

―Ya que no hay otra, ¿qué te parece si nos ponemos a ello?

Con una sonora carcajada me informó que le parecía una buena idea y confirmando sus intenciones, se empezó a desnudar mientras me reconocía que no se tomaba la pastilla desde que su marido le había abandonado.

― ¿Te han dicho que además de puta eres una cabrona? ― pregunté.

―Solo tú, mi amor. Los demás solo dicen que soy una hija de perra a la que les gustaría tirarse.

Su descaro me hizo gracia y poniéndola a cuatro patas sobre el colchón, empecé a juguetear con mi glande entre sus pliegues mientras le decía que la iba a dejar el coño escocido de tanto follármela.

―Lo estoy deseando, mi amo y señor.

Desternillado quise saber a qué venía tanta dulzura y tanta sumisión.

―Si mi dueño ha aceptado que mi vientre germine con su simiente, su dulce esclava solo puede dar las gracias― respondió haciéndome ver que deseaba jugar duro esa noche.

Decidido a complacerla, me levanté en silencio de la cama y fui al cuarto de baño a por unos juguetes. Con ellos en la mano, volví a la habitación. Acercándome a ella, le comenté mientras mis manos se apoderaban de sus pechos que la iba a violar.

Riendo, Paloma se trató de zafar de mi acoso, justo cuando sintió que cerraba un par de esposas alrededor de sus muñecas.

― ¿Qué coño haces? ― exclamó muerta de risa.

Tomando el mando, la tiré sobre la cama y tras atarla, coloqué otros grilletes en sus tobillos. La actitud de la morenaza seguía siendo tranquila, pero cuando le puse una mordaza en su boca, noté que se estaba empezando a preocupar.

―He pensado en inmortalizar el momento ― comenté― y ya que no te importa que tu ex sepa que eres nuestra amante, he pensado en mandarle una película.

Por vez primera, Paloma se percató que había jugado con fuego y trato de negociar conmigo que la desatara. Al ver que no le hacía caso, intentó liberarse sin conseguirlo, mientras descojonado, sacaba una cámara de fotos y la ponía sobre un trípode.

―Estoy seguro de que Juan querrá recordar las dos tetas que dejó escapar.

Para entonces, dos lágrimas surcaban sus mejillas y dando un toque melodramático, sacando una máscara de látex, me la puse mientras le explicaba que no me apetecía que su ex me reconociera.

Sé que intentó protestar, pero el bozal que llevaba en la boca se lo impidió y mientras sus ojos reflejaban el terror que sentía por verse así expuesta, incrementando su turbación, saqué unas tijeras y con parsimonia fui cortando la camisa que llevaba puesta.

Una vez desnuda y atada de pies y manos, me la quedé mirando y tuve que admitir que asustada, mi vecina y amante se veía tan guapa como desdichada. Tanteando sus límites, me dediqué a pellizcar los negrísimos pezones que decoraban sus tetas mientras pensaba en mi siguiente paso.

― ¿Quieres que tu marido observe cómo te sodomizo o por el contrario prefieres que te vea ensartada por todos tus agujeros? ― pregunté mientras sacaba de mi espalda un enorme consolador con dos cabezas.

― ¿Te gusta? ― comenté mientras ponía frente a sus ojos el siniestro artilugio para que viera las dos pollas de plástico con las que la iba a follar.

Moviendo la cabeza, lo negó, pero no por ello me apiadé de ella y recorriendo con ellos su cuerpo, llegué hasta su sexo. Aprovechando su indefensión, jugueteé con sus dos entradas. Para entonces Paloma había perdido su serenidad y lloraba como una magdalena.

―Así quedará más claro lo puta que eres― le dije sin dejar de grabar para la posteridad su martirio: ―No me extrañaría que tu ex muestre estas imágenes a todos nuestros pervertidos vecinos para que se pajeen en tu honor.

Dándose por vencida, la morena había dejado de debatirse y seguía mis maniobras con sus ojos cerrados, pero no pudo evitar abrirlos al sentir que le incrustaba uno de los penes en su esfínter.

El ahogado gemido que dio me informó del dolor que había sentido y comportándome como un auténtico cretino, me reí diciendo:

― Deja de llorar. No es la primera vez que uso tu culo.

Metiendo el segundo en su coño, proseguí con su tortura y en cuanto noté que se había acostumbrado a la intrusión de esos dos objetos, los encendí. No tardé en comprobar que mi querida y recién estrenada amante se estaba retorciendo de gusto contra su voluntad.

«Le está gustando», sentencié mientras enchufaba la cámara a mi portátil para así grabar todo en su memoria y con ella gozando como la puta que era, me quedé pensando en cómo había cambiado mi vida desde que ella y mi mujer se había hecho amigas.

Tal y como había previsto, Paloma no pudo aguantar mucho sin correrse y viendo que se retorcía de placer, decidí que había llegado la hora de intervenir, Por eso saqué el sustituto de pene que llevaba en el coño y lo sustituí por el mío mientras le quitaba la mordaza de la boca.

― ¡Maldito! ― gritó al poder hablar: ― ¿Quién te ha dado permiso de tratarme así?

Al escuchar su indignación, solté una carcajada y comencé a follármela a un ritmo constante. El ritmo con el que martilleé sus entrañas aminoró sus quejas y paulatinamente éstas fueron mutando en gemidos de placer.

―Cabrón, te odio― chilló descompuesta al correrse.

Satisfecho, saqué mi verga de su coño y chorreando de su flujo, lo acerqué hasta su boca.

―Empieza a mamar― con tono autoritario, ordené.

Demostrando su carácter, Paloma se negó a hacer esa felación y fue entonces cuando le solté:

―Piensa que, si no me la mamas, tendré que desahogar mis ganas en tu culo.

La amenaza cumplió su objetivo y cediendo a su pesar, abrió sus labios. Momento que aproveché para metérsela hasta el fondo de su garganta. Curiosamente esa brusquedad hizo que mi vecina se derrumbara y emergiendo su faceta más sumisa, comenzó a usar su lengua para obedecer.

―Sonríe para la cámara― comenté mientras Paloma me demostraba su maestría en mamadas sin manos.

―Por favor, no te corras en mi boca. Fóllame, quiero ser madre― suspiró sin poderse mover.

La lujuria de sus ojos me convenció y cambiando de boca a coño, reinicié mi asalto. Paloma agradeció mi gesto con un chillido de placer y ya totalmente entregada, me rogó que la inseminara.

―Tú lo has querido― repliqué dejándome llevar y explotando en su interior.

Al percatarse que estaba regando su fértil vientre, se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, buscó y consiguió extraer hasta la última gota de mis huevos, mientras nuevamente su cuerpo sufría los embates de un renovado orgasmo.

―Me vuelves loca― aulló antes de caer rendida sobre la cama.

Ya totalmente ordeñado, me compadecí de ella y la liberé. Paloma demostrando lo mucho que le había gustado ese rudo trato, se acurrucó entre mis brazos diciendo:

―Eres un capullo. Llegué a pensar que me estabas grabando.

Descojonado, conecté mi ordenador y le demostré que no le había mentido al decirle que había inmortalizado su violación

― ¿No serás capaz de mandársela a mi ex? ― preguntó acojonada.

―No se lo merece. He pensado en ponérsela mañana a María para que vea lo puta que eres cuando ella está indispuesta.

Riendo a carcajadas, la morena me soltó mientras señalaba a mi esposa que permanecía totalmente noqueada sobre las sábanas:

―Me parece bien, pero aún mejor que aprovechando que todavía le queda espacio a la memoria, mañana se despierte atada y que en cuanto se queje, le demos caña.

Alucinado, por el monstruo en que había convertido a esa dulce belleza, pregunté:

― ¿Qué te apetece hacer?

Su respuesta me hizo descojonarme de risa:

― Nunca me he follado propiamente a una mujer y como este consolador tiene dos penes, he pensado en meterle el grande mientras yo me quedo con el pequeño…


Relato erótico: “El amigo de mi hermano pequeño” (POR CARLOS LÓPEZ)

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Hola, buenas tardes, me llamo Vanesa y, desde hace tiempo, soy una asidua lectora de Relatos Eróticos. Me excito bastante con ellos y, desde aquí, quiero mandar un beso fuerte a todos los escritores. Siempre he pensado que estos relatos están basados en la fantasía. De hecho, a mí nunca me había pasado nada fuera de lo común en materia sexual. Nunca hasta lo que me sucedió hace unos meses y por casualidad, aunque he tenido varios novios formales.
Antes de nada voy a describirme. Tengo 34 años, y mido 170 y peso 60 kg. Soy morena, algo pecosa y mi piel es muy suave y tirando a blanca. Tengo curvitas porque soy más bien corpulenta sin llegar a estar gorda, digamos que maciza, y un poco más alta que la media. No es por presumir, pero me dicen que tengo un culo bonito, y sé que es verdad porque noto que los hombres se dan la vuelta para mirarme. Y mi pecho más bien grande y firme, aunque por mis complejos suelo vestirme para disimularlo. En realidad, me visto bastante normal, aunque cuando voy al trabajo me arreglo un poco pero sin exagerar. Pertenezco a una familia convencional, de de una ciudad de la periferia de Madrid, y he recibido una educación tradicional, pero no completamente estricta. Soy la segunda de 4 hermanos, dos chicas y dos chicos. El más mayor tiene 36 y el más joven 17. Siempre nos burlamos de él diciendo que ha sido un accidente de mis padres, pero casi es al que más queremos y a quien le consentimos casi todo.
Pero vamos a la historia. Todo empezó el día que tuve que dejar el coche en el taller por una avería. Me dijeron que tardarían 4 días en arreglarlo, así que me armé de valentía para trasladarme a mi trabajo en el autobús urbano.
Era el mes de septiembre y finalizaba el verano. Pese a ello, hacía un tremendo calor, y yo llevaba un vestido hasta las rodillas y una chaquetita de punto. Zapatos de tacón. Serían las 7 de la tarde. Acababa de salir del trabajo y el calor aún era intenso. El autobús tardó en llegar mucho más de lo habitual, lo que no me incomodó demasiado pues estaba absolutamente enganchada a un libro y aproveché a leer. No siempre tengo tiempo para ello. En la parada se estaba acumulando mucha gente.
Cuando llegó el autobús y subí, a pesar de que el calor exterior era muy fuerte, tuve que ponerme la chaqueta ya que en el autobús el aire acondicionado era muy fuerte y no quería resfriarme. Tampoco quería que se me notasen los pezones, ya que son muy sensibles y enseguida se endurecen con el frío. Pese a todo, tenía la sensación de que algo se notaban. Me anoté mentalmente ponerme un sujetador con relleno al día siguiente.
No pude encontrar sitio sentada, y me quedé en la zona de viajeros de pie, apoyada contra la pared lateral y la ventana, y me dispuse a leer mi libro. Así estaba, concentrada, cuando en una de las paradas se subió Nacho, uno de los amigos de mi hermano menor. No me di cuenta de ello hasta que él llegó a mi lado y me saludó tímidamente “Hola Vanesa”. Me dio cierta rabia porque era el típico conocido con el que no se tienen muchos temas de conversación y mi libro estaba en una fase bastante interesante.
Pese a ello, cortésmente entablé conversación con él, preguntándole por los exámenes. Estaban preparando la selectividad. Cada vez entraba más gente en el autobús, y cada vez estábamos más juntos. Aunque no existía contacto físico entre nosotros, la sensación de tenerle tan cerca invadiendo mi espacio vital, me tenía algo inquieta. Aún más porque Nacho es algo más alto que yo, y tenía la sensación de que  desde su posición tenía una vista inmejorable de mi escote. Siempre he tenido complejo de tener el pecho grande, pero especialmente ese día que llevaba un vestido con escote en pico algo pronunciado y un ligero sujetador de verano.
Me sentía azorada porque debido al efecto del aire acondicionado o de los nervios de la situación en sí misma me habían provocado excitación en los pezones, que no quería mirarlos, pero estaba segura que se marcaban claramente sobre la tela. No estoy acostumbrada a estas situaciones y me preguntaba por qué me producía una sensación extraña tener tan cerca de mí a un chico más joven que yo.
Una vez más, el autobús llegó a una parada con muchas personas esperando y, aunque algunos se bajaron, subió mucha más gente… que presionaba por tener espacio. Un grupo de jóvenes que estaba en la entrada empujó a todos los demás bruscamente para poder entrar. Eso sí que lo vi venir, y me giré para no establecer contacto de frente con el amigo de mi hermano, que quedó pegado al lateral de mi cuerpo frente a mi hombro. Ahora sí que estaría viendo el comienzo de mis tetas y los encajes del sujetador ligero de verano que llevaba… pero no podía hacer nada.
Un empujón más y quedó completamente pegado a mí, hasta el punto que sentía su bulto presionando a mi cadera. Lo notaba casi perfectamente tal cuál era. A Nacho se le había quedado una sonrisa idiota, como si esto fuera una experiencia agradable o curiosa “Joder, cómo se está poniendo esto” dijo bajito en mi oído,  produciéndome un escalofrío.
Por suerte el autobús pudo cerrar las puertas y emprender la marcha, lo cual me alivió algo hasta que me di cuenta de que el movimiento que se estaba produciendo era aún peor. El traqueteo propio de la marcha del autobús provocaba que sintiese su cuerpo rozándose contra mí en pequeños vaivenes. Estoy segura de que no lo hacía a propósito pero el hecho es que sentía como su miembro iba creciendo y poniéndose más y más duro contra mí. Y yo, notándolo me sentía cada vez más descolocada. Estaba notando el cosquilleo entre mis piernas, que precede a la humedad. Joder, no lo entendía. Exteriormente trataba de aparentar calma. Incluso disgusto. Pero la realidad es que presionaba mis muslos muy juntos entre sí, para incrementar el ligero cosquilleo que notaba en mi sexo. Me estaba poniendo muy muy caliente.
Ahora ya no hablábamos de nada. Casi tenía los ojos cerrados dejando pasar el tiempo y tratando curiosamente de averiguar cuanto mediría la polla de aquél chico. Estaba inmensa y dura dura. Me distraje un poco en esos pensamientos, hasta que un movimiento brusco del autobús me hizo reaccionar y sorprendiéndome a mí misma ya que estaba aprovechando el movimiento del autobús para rozar lateralmente uno de mis pechos contra él. Él estaba también azorado, no sabía donde mirar y se le notaba que, como yo, lo estaba pasando mal y bien a la vez. Era una experiencia nueva.
Me dio hasta un poco de pena la carita de apuro de Nacho. No era culpa suya, pero su miembro estaba verticalmente apoyado presionando mi cadera sobre la tela. Hasta tenía dudas de si había humedad en él. Decidí quitar un poco de hierro al asunto y hacer un comentario gracioso “vaya Nacho, no debías haberte metido ese vaso de tubo en el bolsillo del pantalón”.
Me miró y sonrió tan adorablemente, casi pícaramente que algo me hizo continuar con el roce de mi teta contra él. Tratando de disimular, aunque seguro que la expresión de mi rostro me delataba, continué rozándome aprovechando el traqueteo. Me giré levemente para que mi pezón notase también algo de ese roce con su cuerpo. Siempre he tenido los pezones muy sensibles, aunque el bestia de mi novio nunca los ha sabido tratar y casi no le dejo tocarlos.
Una de las personas que estaban detrás de nosotros rompió la magia del momento, anunciando que quería bajar en la próxima parada. Ello me obligó, con cierto disgusto que no quise traslucir, a darme la vuelta contra el cristal sin poder ver ya a mi “romeo”, pues quedaba de espaldas a él. Cuando tras la parada se recolocaron los viajeros empujándonos otra vez, noté con sorpresa cómo él quedaba con su pecho comprimido contra mi espalda, y su polla perfectamente encajada en mi culo sobre el vestido.
Ahora sí que el momento me produjo un escalofrío largo. Ya no era un pequeño cosquilleo, ahora con el traqueteo me estaba poniendo cachondísima y estaba segura de que mis braguitas se estaban empapando. Pensaba “joder, con este crío me estoy poniendo mucho más cachonda que los últimos 2 años con mi novio”. Tenía cierta preocupación sobre qué pensaría él de mí en este momento, pero me dio por fantasear que quizá él pensase que era una chica caliente y puta… y eso me puso aún más caliente. Me movía ligeramente sobre él, y pensaba en que si fuera capaz de colocar mi bolso entre mi cuerpo y la pared a la altura de mi abdomen y mi sexo, sólo unos roces serían suficientes para correrme como una perra. No me atreví a llegar a tanto, pero me quedé con un deseo no satisfecho.
No sé el tiempo que estuvimos así. Seguro que duró sólo unos pocos minutos hasta que llegamos a la parada de mi casa, pero la experiencia me dejó bastante descolocada. Me fui caminando a casa notando la humedad entre mis piernas y planteándome cómo había pasado para encontrarme en esta.
Los dos días siguientes aún fui en autobús. Aunque no quería reconocerlo, me sentía nerviosa como una adolescente ante la posibilidad de volvérmelo a encontrar con Nacho en una situación así. Luego me devolvieron mi coche y ya no tuve ocasión de verle más. Con todo, a veces me venía a la mente la escena en algunos de mis desahogos solitarios, o haciendo el amor con mi novio cerraba los ojos y pensaba en ese momento.
Poco a poco se me fue olvidando. Mejor dicho, no lo olvidaba, pero se me hacía casi imposible imaginarme de nuevo en una situación como la del autobús. Empecé a pensar que fue algo que no pasa nunca ni volvería a pasar. En dos o tres ocasiones vi a Nacho por casa acompañando a mi hermano y no me atreví a decir nada, quedando todo en algún cruce de miradas.
Pero llegó la Navidad, y mi hermano nos anunció que Nacho pasaría el fin de año con nosotros, ya que es hijo único y sus padres habían decidido pasarlo esta fiesta en un crucero, por primera vez a solas. Aunque externamente no mostré ninguna emoción, por dentro me dio un pequeño vuelco al corazón. El chico objeto de mis fantasías sexuales en los últimos meses durmiendo en nuestra casa. Ummmm rápidamente me puse a pensar en la ropa que llevaría esos días, o en como me iba a vestir o peinar. Estaba nerviosa, tengo que reconocerlo.
Esos nervios me hicieron que, durante la cena de nochevieja, bebiese más vino blanco de lo normal en mí. Nacho, al principio se mostró tímido cuando yo le miraba, pero luego también tomó vino y se soltó con algunos comentarios bastante graciosos. Entonces ya me miraba directamente, provocándome una sensación curiosa y agradable, como si fuese algo deseado y prohibido. Recuerdo que la cena fue divertida, con todos mis hermanos y Nacho. Hicimos algunas bromas a Nacho y a mi hermano, que estaban perfectamente vestidos con traje y corbata ya que iban a una fiesta de etiqueta. De todas formas, yo me pedí el primer baile, antes de que salieran y me tuvieron que decir que sí. El vino me había dado una idea y la tenía entre ceja y ceja.
Vimos las campanadas por televisión, y todos nos besamos deseándonos feliz año y brindando. Ya en mi beso a Nacho acerqué mi cuerpo a él para que sintiese mi pecho. Me había puesto un vestido rojo pasión bastante atrevido de escote, y unas medias negras hasta la mitad del muslo. Ropa interior negra (ya llevaba rojo el vestido). Luego empezaron las llamadas de teléfono de felicitación. Mi novio me mandó un mensaje al móvil diciendo que vendría a buscarme a la 1 y media. Íbamos a ir a casa de unos amigos a celebrar la noche.
Todos se empezaron a preparar para salir. Mi madre a recoger las cosas de la mesa. Mi padre a ver la tele y no nos dejó poner música allí. Entonces yo, que soy persistente, dije con mi mejor sonrisa para que todos me oyesen “¡Yo no me quedo sin mis bailes!” y tomé a mi hermano de la mano hacia la habitación de estar, pero mi hermano me dijo en tono de queja: “déjame anda, ya sabes que yo no bailo”… con lo que ya había provocado la situación que quería… dije para disimular “peor para ti, que a las mujeres se nos conquista con un baile” y, tomando a Nacho de la mano dije “Nacho sí va a bailar conmigo” y le arrastré a la habitación de al lado.
Ufffff no conocía a mí misma. Siempre he sido muy tranquila, pero ahora estaba hirviendo por dentro y no me podía creer haberme portado tan decidida. Pero ya lo había conseguido y nadie sospechaba nada. Bueno, alguien sí, Nacho estaba rojo como un tomate y creí notar por el bulto en sus pantalones, que la situación le estaba poniendo. A mí también, aunque el vino también influía. Cogí un CD de música lenta, puse la luz bajita, casi en oscuridad, y dejé la puerta medio cerrada como si no tuviésemos nada que ocultar y fuera un baile inocente. De todas formas, nadie había reparado en nosotros.
Puse el CD en el equipo de música exagerando mi postura para que apreciase bien mi trasero. Aunque creo que el día del autobús se llevó ya una buena sensación del mismo jeje. Entonces le dije guiñando un ojo “ven, acércate a mí, que esto ya sabes hacerlo y lo haces muy bien”, y me tomó entre sus brazos comenzando a moverse al compás de la música lenta de Frank Sinatra. Me pegué a él con todo mi cuerpo y pude confirmar que estaba tan excitado como yo. Joder, vaya herramienta tenía. Parecía el doble que la de mi novio y encima estaba siempre dispuesta. Y yo, la chica seria y formal de 34 años, restregando mi cuerpo como una gata en celo con el amigo de mi hermano pequeño de 18 años… uffff cada vez que lo recuerdo… me pongo caliente. Encima esperando a que me viniese a buscar mi novio y en casa con toda la familia.
Estaba mojada, desatada, excitada… tomé su nuca y le aproximé su cabeza a mi cuello, ofreciéndole abiertamente mi punto débil para que me besase allí. El hecho de poder ser sorprendidos por alguien de mi familia incrementaba la sensación de “momento prohibido”. Así estábamos, los dos supersalidos pero sin hacer abiertamente ninguna otra cosa que restregarnos disimulando que bailábamos. Pasé mi mano por su cuerpo sobre la ropa y no parecía tan joven. Cuando llegué a su polla la acaricie sobre la ropa y confirmé su tamaño y su estado… al poco tiempo me quiso retirar la mano y no le dejé. Entonces pasó un “pequeño accidente”… esa polla maravillosa empezó a convulsionarse y se corrió completamente, poniendo una carita mezcla de vergüenza y placer… dijo con un hilo de voz “perdona…”. Por suerte no había manchado mi vestido rojo de fiesta.
Justo en ese momento se oyó a mi hermano “¡Nacho, vamos! Que nos tenemos que ir a la fiesta…” y yo contesté por él poniéndole una sonrisa pícara “¡Ya va! En cuanto acabe la canción”. Su carita aún era de timidez, de haber estropeado un momento precioso… entonces no sé qué cable se me cruzó, pero subí mi vestido impúdicamente y, despojándome de las braguitas negras empapadas, se las entregué susurrando “toma guapo, que no las vea nadie”. Tenía los ojos como platos, especialmente cuando en el gesto vio mi conejito hinchado y abierto como una flor. Había decidido depilarme completamente dos días antes… ¿lo habría hecho por él sin saberlo yo misma? Uffff no lo sé. Ya no sabía nada. Dándole un beso en la mejilla salí de la habitación a ayudar un poco a mi madre. Creo que el gesto de entregarle mis bragas húmedas lo hice para que sintiese que no ha fallado en nada, que yo también estaba excitadísima con él, pero este gesto luego tendrá su importancia.
Vino a buscarme mi novio, con el que tuve que disimular que me alegraba de su presencia en esa noche. Saludó a mi familia y nos fuimos a casa de nuestros amigos. Yo no me podía quitar de la cabeza lo que había vuelto a hacer esa noche con Nacho y estuve toda la noche distraída y bebiendo algo más de lo que yo suelo. Alguna vez me entraba una risa floja, pero la mayor parte del tiempo estaba absorta pensando en la polla del amigo de mi hermano. Creo que toda la noche tuve las nuevas bragas que me había puesto húmedas. Sobre las 7 de la mañana nos fuimos y mi novio me dejó en el portal, no sin antes hacer varios intentos de llevarme a algún sitio apartado. Intentos que yo rechacé a pesar de estar excitadísima y algo borracha.
Cuando llegué a casa me llevé una sorpresa agradable que no esperaba: Mi hermano y nacho ya estaban de vuelta. Nacho estaba en el WC lavándose los dientes y lo primero que quiso es disculparse por el episodio del baile. No le dejé. Entonces me dijo que mi hermano había bebido demasiado y, después de devolver, se había quedado dormido… por eso habían llegado tan pronto. Otra vez sin conocerme a mí misma, dije “¿y tú le has ayudado? Ummmmm alguien de la familia te lo tiene que agradecer…” y con la mirada más pícara que pude me arrodille ante él y susurré imperativamente “¡tú sigue lavándote los dientes!”.
Os podéis imaginar lo que hice. Me comportaba como una auténtica puta. Saqué su polla del pijama, y puse mis labios sobre la punta. Ya estaba completamente empalmado de nuevo. Poco a poco la fui introduciendo en mi boca, jugando con mi lengua y mirándole como una gata caliente y dejando que él, también algo borracho y en su primer gesto de controlar la situación, me apretase la cabeza contra su polla y me dijese… “muy bien… putita”. Uffffff eso me puso mucho más cachonda… no sé porque pero llevé una de mis manos a mi sexo y me puse a acariciarlo sobre las braguitas. Ahí estaba yo, la chica seria y con novio, algo borracha y con la polla de este “casi niño” en mi boca y comiéndosela con fruición. De mí, que se lo hago a mi novio en contadas ocasiones porque me da algo de asco, había salido una auténtica guarra ansiosa, hasta el punto de que no protesté cuando y me sujetó la cabeza y se corrió obligándome a tragarlo y diciéndome “eres mi puta” resoplando. Nunca en mi vida lo había tragado, pero en ese momento me pareció lo más natural… era su puta.
Oimos una puerta en algún lugar de la casa y nos asustamos. Rápidamente nos recompusimos y me fui corriendo a mi habitación, metiéndome en la cama jadeando y temblando. Ya había corrido demasiados riesgos y no iba a salir de nuevo. En la intimidad de mi cama me masturbé en silencio… como siempre, pero esta vez con sensaciones más intensas que nunca. Me desmaquille, me cambié una vez más de bragas, me puse el pijama y me dormí sorprendentemente relajada. No estaba mal para un comienzo de año!
Me levanté casi a la hora de comer. Como todos los días de año nuevo en casa, el panorama era desolador. Caras de resaca en los hijos por la juerga del día anterior. Mi madre tratando insuflar algo de ánimo festivo, a la vez que preparaba la comida hecha principalmente de “sobrantes” de la cena del día anterior y con pocas ayudas. Mi padre con la cara hasta los pies, enfadado por el estado en que volvieron sus hijos el día anterior. Supongo que en todas las casas es similar.
Yo tenía un sentimiento entremezclado de vergüenza, arrepentimiento, y también de excitación. Tenía un cierto “miedo” a enfrentarme cara a cara en la mesa del comedor con Nacho, pero a la vez tenía una cierta ansiedad por ver a mi “Romeo”. Qué cara tendría, cómo sería su mirada, qué actitud tendría hacia mí…
Tanto mi hermano menor como él bajaron al salón ya con la mesa puesta. El contraste era perfectamente apreciable. Mientras mi hermano estaba pálido y decaído, vestido con un chandal, Nacho apareció duchado y con el pelo ligeramente húmedo, peinado pero revuelto. Estaba guapísimo, olía a gel y tenía una sonrisa abierta mientras nos saludaba a todos. Cuando llegó a mí noté sus ojos brillar, pero no dijo nada que no fuese formal.
La comida transcurrió sin pena ni gloria en cuanto a los comentarios de la familia o las bromas que solemos hacer. Con todo y, debido al estado en el que había empezado el año, mi mente daba vueltas sin parar. Le miraba aparentando indiferencia, pero no paraba de imaginarme la sensación q me daría tenerle sobre mí… me imaginaba el momento de la penetración como un acto q se desarrolla en lentos segundos. Lentos segundos en los que su polla durísima de chico joven va entrando en mi cuerpo abriéndose camino y proporcionando un universo de sensaciones. Me sentía húmeda sólo de pensarlo. Ufff sabía que tenía que tirármelo mientras duerma en nuestra casa, o que siempre me iba a arrepentir de no haberlo hecho.
Sólo le quedaba una noche más en nuestra casa y, antes de terminar la comida, ya tenía elaborado mi plan. Esta noche, cuando todos durmiesen, me colaría en la habitación de invitados y me metería en su cama. Pasé la tarde nerviosa y abstraída. Hasta mi novio me lo notó. Había salido al cine con él. Lo cierto es que había momentos en los que estaba decidida y segura de mí misma, pero otros momentos me entraban las dudas. En esos momentos me prometía a mí misma que, después de tirármelo, le olvidaría  y seguiría con mi vida.
Entonces me entraba el miedo de que me gustase demasiado. Dios mío, entonces el planteamiento actual de mi vida no tendría sentido.
Esa noche me puse mi pijama favorito. Negro, de tela muy fina y con algunos encajes y bordados en las bocamangas y el escote. Me puse unas braguitas sencillas aunque dudaba de ir sin ellas a mi “incursión” nocturna. Me hice una coleta alta y me puse a leer, esperando que poco a poco fuesen apagándose las luces de la casa. No tardaría mucho porque todos estaban cansados de la fiesta del día anterior. En el momento en que notase todas las luces apagadas, cronometraría una hora y saldría a mi misión: “tirarme al amigo de mi hermano de 18 años”. Nacho no sabía nada. Nadie lo sabía. Sólo mi mente y mi cuerpo, que estaba temblando y excitado.
Llegó el momento. Me quité las braguitas que ya estaban húmedas otra vez, ya que nunca me habría imaginado hacer esto, y me puse el pantalón del pijama sin ellas. Salí en dirección al aseo, pero lo pasé de largo y sigilosamente abrí la puerta de la habitación de invitados. No estaba oscuro del todo, ya que entraba algo de luz del exterior. Nacho no había bajado la persiana y la calle estaba iluminada. Se le oía respirar profundamente, estaba dormido. Me quité los pantalones y los doblé cuidadosamente. Ahora sí que temblaba ostensiblemente, pero estaba decidida. Sólo con la parte de arriba del pijama, me sentía una mujer fatal. Una puta. Aparté las sábanas con cierto sigilo y fui entrando a la cama muy pegada a Nacho, sintiéndolo en mi cuerpo.

Nacho se despertó sobresaltado pero rápidamente puse mi mano en su boca “sssshhhhh no digas nada” susurré. Entonces me vio e intuí una sonrisa en la penumbra de la habitación. Aunque yo quería que estuviese quieto, se volvió hacia mí abrazándome acurrucándose con su boca en mi cuello. Era más fuerte que yo. Pero le ordené en un susurro “¡quédate boca arriba!” y me obedeció. Uffff eso me ponía aún más, que hiciese lo que yo decía. Me tumbé sobre él y comencé a recorrer su cuerpo con mis labios, mientras mi propio cuerpo se restregaba en su musculatura. No le dejaba cambiar su posición… joder era impresionante ver cómo reaccionaba tan rápidamente y sentir crecer así su polla una vez más.

Estaba flipando. Se notaba. Supongo que debía ser un sueño para él verme a mí, la chica bien… la hermana mayor de su compañero de andanzas, siempre seria y amable, ahora restregándome sobre él como una auténtica puta, lamiendo y besando todos los rincones de su cuerpo. Yo también hacía esfuerzos por no gemir, no quería que nos oyesen. En realidad estaba a la vez muerta de morbo y de miedo por haberme atrevido a tanto. A tanto y en casa de mis padres.
Tampoco podía prolongar eternamente el episodio, así que me situé a horcajadas sobre él y a tientas coloqué la cabeza de su polla sobre mi sexo empapadísimo. Para no dejar ninguna de mis sueños sin hacer me masturbé sobre mi clítoris con esa herramienta durísima, y luego la coloqué en mi gruta y me clavé un poquito en él. Quería hacerlo despacio, sintiéndolo, así que poco a poco fui dejando caer el peso de mi cuerpo. Subiendo y bajando. Cada vez un poco más. Subiendo y bajando… y notándolo. Hasta que llegó al fondo de mi ser y me sentí llena… nunca me había sentido tan llena como esta vez.
Le tome sus manos y se las abrí, poniendo las mías sobre ellas mientras subía y bajaba tratando de que la cama no sonase. Ummmm entonces guié sus manos hacia dentro de mi camisón, dejándolas abiertas sobre mis pechos, que botaban suavemente mientras yo le cabalgaba despacio y profundo. Me sentía en el cielo. Creo que también me excitaba el riesgo, no lo niego. Mojé mis dedos y los llevé a mi sexo, quería correrme antes que él… puse mi otra mano sobre su pecho y así apoyada me incliné ligeramente hacia adelante. Sus manos sujetaban mis pechos, desde mis pezones salía una ola de placer que llegaba a mi abdomen… ninguno de los dos decía nada. No era necesario. Ya no podía más y no quise prolongarlo, me dejé ir… con el ritmo lento que había puesto, frotando los puntos exactos de mi cuerpo y completamente empalada me corrí intensamente. Muy intensamente… y muy largo. Joder, joder…
Nacho tampoco tardó mucho, las contracciones de mi vagina le afectaron de tal manera que sujetando ahora fuertemente mis tetas con sus grandes manos se vació en mí. Ummmm. Me quedé tumbada sobre él, clavada, unos minutos sintiendo como su sangre iba retornando al cuerpo y le susurré “Nacho, promete que esto será nuestro secreto”… pero ya estaba dormido… Un poco acojonada por lo que había hecho recogí mis cosas y sigilosamente volví a mi cama. De todas formas, si alguna vez le da a Nacho por contarlo, nadie le creería. Tampoco fue la única vez.
Carlos López
Muchas gracias por leer hasta aquí. Espero que te haya gustado 🙂 Manda cualquier comentario, idea o crítica a   diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Historias de Maureen: El Ex” (PUBLICADO POR PRISMA ESCRITOR)

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-En serio te llega al pincho, ¿no?

 

-Pta, sí…

 

-No has cambiado nada, conchatumare.

 

Javier terminó de armar el pucho y se lo pasó a Maureen, que lo encendió con presteza. Pronto, el cuarto se copó con el tufo penetrante de la marihuana. No había ventilador allí, así que Maureen se levantó a abrir la ventana para poder botar un poco del humo y el olor. Javier la observó mientras que ella fumaba: al igual que él, estaba desnuda, pero su larguísimo cabello azabache ocultaba sus nalgas prietas dándole un aire elegante. La conocía bien, por eso no se preocupó por decirle nada aunque sabía que la ventana daba a la calle. Vio la hora: apenas las 8, tenían mucho tiempo por delante.

 

Mientras que aspiraba su pucho de marihuana, Javier alcanzó su celular para revisar sus mensajes. Como esperaba, tenía ya varios mensajes de su enamorada, que le mostraba que seguía enfrascada en los estudios de sus parciales. Él, por su parte, estaba oficialmente haciendo lo mismo. 

 

-¿Es ella?

 

Maureen había dejado de fumar hacia la calle y regresaba a la cama con Javier. Él admiró brevemente los piercings que se había hecho su ex-pareja en su plano ombligo y los pequeños pezones antes de responder que sí. Maureen se echó a su lado en la posición de la Maja Desnuda de Goya y se puso a observar lo que Javier le escribía a su enamorada actual.

 

-¡Jaja! ¡qué cojuda esa pendeja!

 

Maureen conocía a la novia de Javier. Habían juergueado juntas en varias ocasiones y se podían llamar compañeras de fiesta en toda la regla. Aunque habían salido a la playa juntas y hasta fotos en redes sociales tenían, todo esto le importaba poco a Maureen, que tenía tanta paciencia como cola un Boston Terrier. Le había agarrado enojo por un episodio que no venía al caso y ya no le hablaba desde hace un buen tiempo y por eso ahora estaba allí, desnuda junto a su novio en un cuarto de hotel. 

 

-¿Qué te dice la huevona esa?

 

-Que está estudiando… esa nota pues.

 

Maureen había dejado su pucho a un lado para tomar el pene de Javier en la mano. Este, por supuesto, se puso duro rápidamente.

 

-Puta madre no hagas eso que no me concentro…

 

-A mí qué chucha.

 

Javier conocía a la chica y pensaba que igual hubieran acabado en esa situación pelea o no, aunque ella ciertamente hacía que Maureen se esforzara más. En el tiempo que habían estado juntos como pareja el sexo siempre había sido bueno, pero desde que volvieron a hacerlo tras su ruptura era aun mejor. Ni siquiera la había buscado esa vez que la encontró de vuelta yendo de compras, cuando volvieron a hablar como viejos amigos solamente mientras que ella iba a buscar pan. Esa tarde llevaba un short muy apretado y pequeño y un polo corto que exhibía su nuevo piercing, que lo sorprendió. Habían salido del supermercado a caminar un rato sin plan alguno, él le había contado de su nueva enamorada y los casi 6 meses de relación que llevaba con ella, y Maureen pareció genuinamente feliz por él en aquella ocasión. 

 

-Oye, vamos a un telo.

 

-¿Ah?

 

-Ya me oíste, vamos a un telo.

 

-¿Para qué?

 

-No te hagas el cojudo, ¿quieres?

 

-Te acabo de contar de mi novia, Mau.

 

-A mí qué chucha. Hace tiempo que no me meten pinga como debe ser y tengo ganas. Además los exes siempre tienen remembers, no me jodas.

 

-Mau no la hago, además no traigo condones. 

 

-Métemela así nomás, mejor. No me digas que no quieres.

 

-Mau no es acerca de eso…lo sabes.

 

-Ya te dije que a mí qué chucha.

Total, que en resumidas cuentas Javier acabó aceptando la proposición de su ex. Muy aparte de que Maureen tuviera una personalidad avasalladora como la de un tirano fascista del siglo pasado, como todos saben la carne es débil y Javier acabó accediendo cuando su ex pareja le ofreció el permiso de, cito, “reventarle el culo a pingazos”. Ella siempre había tenido un buen culo gracias al ejercicio, pero como Javier pudo comprobar, desde su ruptura lo había tonificado de una gran manera. Él, por supuesto, hizo buen uso del ofrecimiento y reventó el ano de Maureen en la habitación del hotel más cercano hasta quedar peor que un maratonista olímpico. En casi 4 horas apenas tocó su vagina, en cambio sodomizándola sin piedad y viniéndose sin tapujos en el ajustado culo de su ex novia, que bufó como una cerda. Ambos se quedaron dormidos del cansancio hasta el día siguiente, cuando Javier descubrió decenas de mensajes angustiados de su actual novia preguntando por él. A su lado, su pareja pasada seguía dormida de costado, exhibiendo un raudal de semen seco que salía de su ano.

Pero regresando al presente, Javier luchaba por mantener la concentración en el chat con su enamorada.

-Puta madre…

Maureen ya no solamente lo masturbaba, sino que le lamía los testículos y escupía su pene para succionarlo.

 

 

-Concha de su madre, Maureen…

-No jodas, bien que te gusta que te chupe la pinga…

-Sí pero ahora no pues pendeja…

-Calla mierda, disfruta nomás.

Maureen, fiel a su costumbre, al final siempre hacía lo que le daba la gana. Sin importarle las dificultades de Javier por concentrarse en textear, empezó a chuparle el pene con ahínco, sin escatimar saliva y bulla de su garganta. Las manos de Javier no paraban de temblar ante la monumental mamada que su ex le estaba regalando, y pronto sus respuestas se volvieron una misión imposible.

-Ven…

Totalmente sometido a la voluntad de Maureen, Javier obedeció y se paró delante del monumental espejo de la pared. Volteó la mirada hacia la larga superficie pulida y se vio a sí mismo aún sujetando torpemente su celular mientras que su ex novia estaba de rodillas ante él succionando su pene como si quisiera derretirlo con el calor de su boca. En todo el tiempo que estuvieron juntos nunca ella le había hecho una mamada tan salvaje como la de ese momento, tan ardiente húmeda e impetuosa que sentía que se le iba el cerebro en cada embate.

-Oye, si tú no sigues yo tampoco.

-¿Qué?

-Respóndele a tu flaca o no sigo.

-No jodas… no recuerdo ni mi nombre ahora…

-Respóndele o no sigo.

Muy a su pesar, el sometido ex novio tuvo que aunar lo poco (poquísimo) de razón que le quedaba y responderle a su novia actual sin que, de paso, sospechara nada. Por supuesto, la mamada salvaje de Maureen y la imagen reflejada de ella arrodillada ante él succionando su pene como si no hubiera mañana no ayudaba en nada, y muchas veces tuvo que parar para que su subconsciente no lo traicionara.

-Mau… por favor… ya no aguanto…

-Ok, si quieres cáchame la boca.

Javier no necesitó oírla dos veces. Aventó su celular a la cama y tomó a Maureen de la cabeza. Con rabia y una calentura que ya dolía, empezó a penetrarle furiosamente la boca. Ella, increíblemente, aguantó las embestidas del grueso pene de Javier, que estaba hinchado de sangre y parecía a punto de explotar. El celular seguía vibrando, notificando nuevos mensajes mientras que Javier solo podía pensar en la boca de su ex y el placer que le estaba dando.

-Mierda…

El pobre pene necesitó apenas un par de sacudidas para empezar a soltar su caudal blanco y viscoso, que fue directamente disparado hacia su cara y sus pequeñas tetas perforadas.

-Concha tu mare… ¡avisa al menos!

Maureen se dirigió al baño a limpiarse mientras que Javier, ya desahogado y con algo más de cerebro, volvió a tomar su celular y vio los mensajes de su novia que le decía que lo quería, que se cuidara e iba a continuar estudiando. Se sintió como una cucaracha al leer esas líneas.

-¿Quién se murió?

-Nadie Mau… es solo que en serio me siento como una mierda, no deberíamos seguir haciendo esto.

-¿Te vas a ir tan temprano y sin otro round al menos? tu pinga aún tiene para dar.

-No está bien esto, Mau…

-Lo que no está bien es que me estés cachando el culo todo el tiempo y dejes mi concha sin tocar.

Maureen había tomado de nuevo el pene semi flácido de Javier y lo masajeaba con habilidad, devolviéndolo poco a poco a la vida.

-Que no, Mau.

-Tú no te vayas sin cacharme la concha.

La boca y las caricias de su ex novia hicieron maravillas, y pronto el pene de Javier estuvo listo para la acción de nuevo. El remordimiento se iba.

-Ven, vamos.

Maureen se echó sobre el colchón separando las piernas como las aguas del mar rojo. Su raja, pelada y apetitosa, lo tentaba. Se había concentrado tanto en metérsela por el culo que, en efecto, había sido tremendamente negligente con su concha. Los recuerdos de caches pasados le vinieron a la cabeza (la de abajo) y le pedían una sola cosa: revivirlos.

-Ya… pero esta es la última vez.

-Entonces hazla valer.

Otra vez Javier había perdido su capacidad de razonar. Ganado por el deseo, se puso encima de su ex y apuntó su glande a la húmeda entrada. No le daba la cabeza para otra cosa así que empujó hacia dentro de una sola vez. No le sorprendió notar que Maureen estaba mojada como un piso recién trapeado.

Empezó una penetración salvaje alimentada únicamente por sus ridículos niveles de adrenalina. Su pene ansioso se deslizaba una y otra vez en el interior de Maureen, que gemía a todo pulmón.

-¡Ay qué rico! ¡métemela! ¡no pares, mierda!

Los gemidos y las exigencias de su ex pareja se alternaban con el sonido que provocaban sus cuerpos chocando y el chapoteo proveniente de la empapada vagina de Maureen, que parecía agradecer cada embate de Javier. El espejo, confidente fiel y silencioso, observaba callado la imagen del hombre de espaldas que, como un poseso, no paraba sus penetraciones furiosas. Las piernas de ella, largas y blancas, se asían a la espalda sudorosa de él para que no la soltara. Se ponía más y más rojo a medida que se prolongaba la penetración, el hombre sudaba como un caño abierto.

Javier sentía que no iba a durar mucho más en esa condición. Su físico y su cuerpo a punto de explotar de nuevo no paraban de enviar alarmas, pero Maureen lo abrazaba con sus piernas y no lo dejaba ir.

-Me voy a venir…

-Vente dentro. Tomaré pastilla, no pares.

-Ya…

Un hombre arrecho está en condiciones de prometer el mundo y la luna. Javier cogió las piernas de Maureen y las colocó sobre sus hombros. Con lo último de su fuerza física, volvió a acelerar mientras que ella bufaba. Unos minutos después, su pene se infló por última vez y escupió lo último de semen que le quedaba dentro de la vagina de su ex. A medida que jadeaba recuperando sus fuerzas, regresaba también la culpa. “Soy una cucaracha” pensaba él mientra sentía la vagina de Maureen palpitar en su aún erecto pene. Lo sacó un minuto después y su ex se paró sin decir nada para ir al baño. Él, por su parte, se tiró en la cama aplastado por el remordimiento mientras oía la ducha encenderse. Maureen salió poco después con la toalla puesta y empezó a vestirse. 

-¿A dónde vas? 

-Tengo una reu luego.

-¿Y me vas a dejar así?

-Pta eres libre de irte a donde quieras ah, ya no eres mi flaco, aparte. 

Era cierto. Todo esa situación era, como ella misma había dicho, una mera cuestión de diversión. Le entraron ganas de llorar. Maureen no lo notó: después de cambiarse, lanzó una despedida escueta y salió de la habitación. Javier se quedó en la cama desparramado con su culpa y su pene cansado, mientras que su celular seguía vibrando de notificaciones. 

PD: Este es mi primer relato, espero les agrade y no sean tan crueles con él. Críticas constructivas son bienvenidas y por si les interesa tendré más material. ¡Gracias por leer!

 

Relato erótico: “Esta me la pagas” (PUBLICADO POR XAVIA)

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ESTA ME LA PAGAS

 

Mamen y yo somos como hermanas. Mucha gente lo cree, al vernos juntas, pero nuestra relación comenzó en la universidad, en primer año de carrera. No sólo nos caímos bien, congeniamos enseguida y nos convertimos en inseparables.

La verdad es que no me extraña que nos consideren familia. Físicamente, tenemos fisonomías parejas, aunque Mamen tiene más cuerpo que yo, una talla más de sujetador y media más de pantalón, lo que no nos ha impedido compartir ropa en más de una ocasión.

Nuestros gustos y mentalidad también son cercanos, aunque yo siempre he sido más promiscua que ella, sobretodo de pensamiento, pues de facto no sabría decir cual le lleva la delantera a la otra. Nunca me he preocupado en contar los rollos que hemos tenido. Ella tampoco, pero debo reconocer que Mamen siempre ha fantaseado con encontrar un Príncipe Azul, es más romántica, mientras yo nunca he sentido ese anhelo.

Hasta ahora, que acercándome a la treintena, he encontrado en Jorge al compañero ideal con el que tal vez pueda construir un futuro. Mi amiga, sí ha tenido varias relaciones largas, la tercera de las cuales parecía la definitiva. Pero se rompió, dejándola hecha unos zorros una temporada.

Desde entonces, ha vuelto al acostumbrado estilo de aquí te pillo, aquí te mato, exceptuando un argentino con el que queda periódicamente para que le pegue un buen repaso. Sin compromisos.

Ambas nos licenciamos a la vez en Administración y Dirección de Empresas y nos incorporamos al mercado laboral con distinta suerte los primeros meses, yo tardé menos en situarme, pero al poco tiempo estábamos bien colocadas en compañías solventes que nos recompensaban con salarios dignos.

Aunque Mamen nunca rehuyó el ambiente laboral para sus escarceos, a mí nunca me ha gustado liarme con compañeros pues creen poder tomar sobre ti derechos que no tienen. ¿Tan difícil es de entender que estás bueno, como lo estoy yo, y solamente me apetecía una cana al aire? Pues no todo el mundo lo tiene tan claro.

No haré un repaso de mi vida profesional ni de la de mi amiga, pero al poco de cortar con Eduardo, el que debía convertirse en su Príncipe Azul, Mamen cambió de trabajo. Suponía un ascenso en su carrera, además de encontrase con un ambiente laboral bastante majo, según decía.

Si el cambio la ayudó a superar sus problemas afectivos, la llegada de un nuevo jefe que estaba buenísimo, según su fiable opinión, supuso para ella un aliciente añadido para su jornada profesional diaria. Cuando confirmó que el tío estaba soltero, no se lo pensó más y decidió concentrar sus ataques en conquistar aquel castillo. Un buen par de tetas, un culo ceñido, su seductora sonrisa y simpatía a raudales fueron sus armas. Caerá antes de quince días, afirmó convencida.

Pero no caía. Dos meses después ya no sabía qué hacer para que el tío se le tirara encima. Tal vez sea gay,  le dije, pero ella lo negaba.

-Si lo fuera no me miraría como lo hace. Le gusto y sé que me desea, pero creo que es de los tuyos. No quiere líos en la oficina o algo así.

Hasta que me llamó hace tres días eufórica, pues había encontrado el acceso que le permitiría cruzar la muralla. Pero para ello, necesitaba de mi concurso. El problema vino cuando no me gustó nada el plan que había trazado. En primer lugar porque me situaba en una situación incómoda, en segundo, porque tuve un mal pálpito desde el momento en que éste salió de sus labios.

El jueves por la tarde, Mamen debía acompañar a su jefe a una reunión con un cliente importante. Al acabar, solos, esperaba atacar como una poseída, pues estaba convencida que la invitación tenía segundo plato. El problema vino cuando éste le explicó que su hermano llegaba a Barcelona aquella tarde-noche y que debía ir a buscarlo al aeropuerto. Viendo cómo su estrategia se venía abajo, le planteó salir a cenar los cuatro. El tío aceptó de inmediato.

Así que a las 9 de la noche un Mercedes clase C blanco me recogía cerca de mi casa. Mi labor era muy sencilla, quitarle de en medio al carabina para tener cancha libre con Quim, que es como se llama su jefe.

Si había sentido cierta incomodidad los tres días precedentes, al montarme en el asiento trasero del vehículo sentí pavor. Inesperadamente, mi compañero de asiento no era mi amiga, sino un tío de unos 45 años que, a pesar de la educación con que me recibió, me repasó de arriba abajo sin ningún pudor, acosándome con aquellos sucios ojos de rata.

Delante, Mamen actuaba ya como la señora de, a pesar de que no había ocurrido nada aún entre ellos.

La cena transcurrió con relativa calma, degustando platos exquisitos, pero en todo momento me sentí como una ofrenda maya lista para el sacrificio. Quim estaba bueno, muy bueno, más teniendo en cuenta que rondaba los cuarenta. Debía medir 1,80 y se notaba que se cuidaba. Castaño de ojos almendrados y labios carnosos, sus facciones eran muy agradables, así como sus maneras, educado y divertido en todo momento.

Antonio, en cambio, era la antítesis de su hermano, aunque sorprendentemente eran muy parecidos de facciones. Pero lo que era armonía y belleza en un rostro, en el de mi emparejado era disonancia, como si hubieran tomado las piezas prestadas y las hubieran pegado mal. Además, debía pesar unos veinte kilos más y el cabello, casi rubio en su caso, ya raleaba en buena parte de su cráneo.

Llegando a los postres tuve claro que la noche no había hecho más que empezar. Mamen y Quim habían entrado ya en aquella fase de charla íntima por lo que a mí me tocó aguantarle la chapa al invitado. Después de habernos contado que llevaba años viviendo en Madrid, que dirigía el departamento de operaciones de una multinacional holandesa y que era la viva imagen del éxito personificada, eso nos vendió con la colaboración de su hermano, ahora se estaba lanzando a por mí sin disimulo. Me halagó de todos los modos que él conocía, sin mala educación, aunque era un tío tan transparente que podía leer claramente su mente, a esta hoy me la follo.

Habíamos bebido vino cenando, dos botellas de un excelente Ribera del Duero que eligió Antonio, siempre atento a llenar mi copa, y ahora pedimos cava para celebrar el encuentro, en otra burda estatagema para ponernos contentas y ser presas fáciles.

El tío había visto claramente que su hermano iba a cepillarse a Mamen en cuanto quisiera, algo que veíamos todos, pues estaba siendo tan descarada que si se hubiera arrodillado debajo de la mesa del restaurante no nos hubiera sorprendido, así que daba por sentado que también yo me abriría de piernas en un rato. Pero mi actitud no era esa, algo que le dejé claro cuando pasó su brazo por mi hombro al brindar con el cava, preguntándole por la alianza que llevaba en el dedo anular. Su respuesta no me sorprendió, pues he visto, incluso me he acostado con casados a los que su pareja les importa una mierda, esta noche soy libre y tú eres mucho más guapa que mi mujer. Pero yo sí respondí como debía, mostrándole la mía, aunque no estoy casada Jorge me regaló un fino anillo de oro blanco que para mí tiene ese significado, para dejarle claro que yo no estaba por la labor. Como era de esperar, mi gesto tampoco le frenó.

Fuimos juntas al baño antes de salir del restaurante, tratando de poner las cartas sobre la mesa. Me parecía bien que Mamen quisiera tirarse a Quim, tenía que reconocer que la pieza lo valía, pero no estaba dispuesta a aguantar mucho más al baboso de su hermano.

-Tía, aguanta un poco más…

-¿Cuánto más?

-No sé, una hora, un par como mucho.

– ¡Una mierda! Sabes perfectamente que en cuanto dejemos el restaurante se me echará encima como un troll. Y no pienso pasarme toda la noche parándole los pies. Mejor me dejáis en casa.

-Tía, hazlo por mí. Ya has visto lo bueno que está Quim, lo tengo a punta de caramelo, en un par de horas como mucho lo tendré bebiendo de mi mano.

-La que bebe de su mano eres tú, que pareces una adolescente salida…

-Pues sí, estoy salida, ¿y qué? Pienso tirármelo esta noche, en su casa, en la mía, en el coche o en la calle. Pero me lo merezco, después de que el mierda de Eduardo me dejara no he estado con ningún tío como este y no pienso dejarlo escapar –sentenció con lágrimas en los ojos fruto de la rabia.

La abracé con fuerza, pues que más de medio año después aún recordara a su casi Príncipe Azul demostraba que aún no lo había superado, prometiéndole aguantar un par de horas más, pero sólo un par de horas.

Como no podía ser de otro modo, propusieron ir a tomar una copa y bailar para que bajara la comida. Un jueves no hay tanto ambiente como en fin de semana, pero los locales de moda suelen estar bastante concurridos. Fue Mamen la que propuso el destino, una mini discoteca que habían inaugurado hacía pocos meses y a la que yo aún no había ido.

La música era agradable y cerca de la barra se podía charlar, pues el volumen quedaba amortiguado al estar en un ambiente distinto. Nos invitaron a la primera copa, gin-tonic de precio prohibitivo para cada una, mientras los acercamientos se sucedían. Bastó que tomara la bebida que Antonio me tendía y le pegara el primer sorbo, para notar por primera vez su mano en mi cintura. La aparté con educación y seguimos charlando.

Pero como me temía, no iba a detenerse porque fuera educada, pues él no era educado. No sé las veces que tuve que quitar su mano de mi cuerpo. Cintura, muslo, cadera, hombros, brazos. Incluso me tomó de la mano para sacarme a bailar. Sin duda, esperaba que yo reprodujera con él el comportamiento de Mamen con su hermano, la diferencia estribaba, a parte que yo no quería acostarme con él, en que Quim no era tan agresivo con ella, como Antonio lo era conmigo.

Curioso comportamiento. El que tiene la puerta abierta de par en par se frena, mientras el que la tiene cerrada la aporrea sin compasión.

Pasé el peor momento cuando me entregó la tercera copa. Ya llevábamos hora y media en el local, no dejaba de mirar la hora mientras mi compañero me decía a milímetros de mi oído que no me preocupara por la hora, que lo noche es joven, cuando se negó a soltarme la cintura. Volví a apartar su mano como había hecho decenas de veces, pero me sujetó con más fuerza, dejándola allí. Se lo dije, que la quitara, pero su respuesta fue que estaría loco si dejaba escapar un tesoro tan valioso como yo.

Ni me gustó el gesto, pues incluso tuvo la desfachatez de bajar la mano y tocarme la parte superior del culo, ni me gustó el comentario, pues era evidente que iba con segundas y me estaba avisando de que se acostaría conmigo sí o sí.

Necesité un manotazo en su antebrazo para liberarme, a la vez que iba en busca de mi amiga para largarnos de allí. Casi se habían cumplido las dos horas y el cerdo con ojos de rata comenzaba a tornarse muy desagradable, incluso peligroso. Justo llegué a la altura de Mamen cuando se daban el primer beso. No me importó. Tiré de ella para que me acompañara al lavabo. Y allí, como había hecho en el restaurante, la informé de que yo me iba.

-Va tía, aguanta un poco más. Justo ahora que empezábamos a besarnos.

-Pues ya está, ya lo has conseguido. Yo no aguanto más al baboso del hermano.

-Va, tómate la última copa, porfa, que lo tengo a punta de caramelo.

-No, Antonio ya está desatado. Me ha metido mano varias veces y ya estoy harta, no tengo porqué aguantarlo más.

Entonces me descolocó.

-¿Por qué no te emborrachas?

-¿Qué?

-Sí, como en aquella fiesta de la universidad que ibas tan borracha que no recuerdas prácticamente nada. –Abrí la boca sorprendida, los ojos como platos. ¿Me estaba diciendo lo que creía que me estaba diciendo? Sí, porque a continuación añadió: -Te liaste con un tío del que ni recuerdas la cara. Yo sí lo recuerdo y te aseguro que era más feo y gordo que Antonio.

-¡Vete a la mierda! –grité.

-Joder, no te pongas así.

-¿Qué no me ponga así? Me recuerdas una burrada que hice hace casi diez años, como si dejarse follar borracha fuera lo más normal del mundo, sin pararte a pensar en mí o en Jorge. ¿Recuerdas que por fin tengo un novio que me quiere, al que quiero?

-Vale, vale, tía, perdona. No quería decir eso, aunque yo no se lo iba a contar a nadie…

-Me largo. Aquí os quedáis. Si tan fácil es, ¿por qué no te montas un trío con los dos?

Diez minutos después me las prometía muy felices cuando montábamos en el coche para volver a casa. Antonio a mi derecha, en el asiento posterior, mientras los tortolitos iban delante, acaramelados. El baboso siguió dándome conversación pero mis respuestas no pasaban de monosílabos.

Las alarmas sonaron cuando cerca de mi barrio, el Mercedes se desvió tomando el camino de la playa. Pregunté dónde íbamos, mirando a Mamen, a lo que me respondió girando la cabeza hacia mí, que Quim quería enseñarle a su hermano las vistas desde el acantilado, que echaba de menos el mar pues en Madrid no tenía ese privilegio y ya hacía más de un año que no lo veía.

Miré a mi amiga asesinándola, pobre de ti que pasemos allí más de cinco minutos, la amenazaron mis ojos, pero no lo vio o no me hizo caso, cada vez más cariñosa con su jefe al que me pareció que acariciaba por encima del pantalón mientras conducía.

La verdad es que el lugar era precioso, más de día a mi parecer, pero la noche permitía ver todo el puerto deportivo y la cala sur iluminadas, así como el faro anunciando el final del espigón. Yo había ido muchas veces, sobretodo de adolescente, pues solíamos frecuentarlo buscando intimidad.

Detuvieron el coche al final del camino, desde dónde podía divisarse el espectáculo luminoso y bajaron. Yo preferí quedarme en el vehículo, a pesar de la insoportable insistencia de Antonio. Mamen saltaba como una chiquilla a la que han llevado a los autochoques por primera vez mientras los hombres la secundaban hasta el límite del litoral. Al final resultará que acabará haciendo un trío, pensé asqueada.

Pero si llevaba días con un mal pálpito, horas con muy malestar, ver a Antonio volviendo solo al coche encendió todas las alarmas. La parejita se había quedado al filo del acantilado, besándose apoyados al único pino que se atrevía a acercarse al mar.

Cuando entró en el coche, los ojos de rata me confirmaron que iba a tener que defenderme con todas mis armas, pues aquello había sido una encerrona con todas las letras. ¡Ojalá resbaléis y caigáis al mar, cabrona!

-Aquí estamos -me dijo al entrar en el coche acercándose a mí, ávido como un oso ante un tarro de miel. Le pedí que se detuviera, pues sus manos ya habían tomado mi muslo y su rostro se acercaba al mío. –Venga, ¿qué tiene de malo pasar un buen rato?

-Ya te he dicho que tengo novio y no voy a engañarlo.

-No se va a enterar, venga, no te hagas la estrecha.

-No me hago la estrecha. Te he dicho que no –levanté la voz apartándole la mano de mi cintura.

-A ver preciosa, -su tono era amenazante –si no querías nada, ¿por qué has venido?

-Porque me lo ha pedido mi amiga, para acompañaros, pero no pienso acostarme contigo.

Su mano había vuelto a mi cintura, pero a pesar de mis esfuerzos, ascendía hacia mi pecho, mientras la izquierda me tomaba de la nuca.

-Yo creo que sí te acostarás conmigo. Sois un par de guarrillas que llevan toda la noche pidiendo polla. –Negué, agarrando la mano que ya había llegado a mi pecho. El comentario era descriptivo del comportamiento de Mamen, era innegable, pero no del mío, que no le había dado pie en ningún momento a nada. –Venga, no te hagas la espléndida ahora, que según tu amiga te has comido más pollas que ella.

¡Hija de puta! Pensé mientras trataba de apartar las ocho manos del pulpo de mi cuerpo. He dicho que no, grité, suéltame. Entonces la mano de la nuca, me acarició el rostro con suavidad, la otra me tenía el pecho bien sujeto y, calmado, me escupió.

-Si pretendes bajar de este coche sin vaciarme los huevos, lo llevas claro. No he pagado la cena y las copas a dos putillas para que me dejen a dos velas, así que yo de ti, aprendería de tu amiguita -señaló con la vista hacia el acantilado donde la sombra de Mamen agachada movía la cabeza a la altura de la cintura de sus jefe. –Así que tú misma…

-Por favor, tengo novio –imploré.

-Y yo tengo mujer, y no está ni la mitad de buena que tú –respondió metiéndome la mano del pecho por dentro del escote.

Si trataba de quitar la mano, que ya había superado el sujetador, me acabaría rompiendo el vestido, así que opté por empujarlo a la altura del pecho, manteniendo el por favor Antonio, no puedo hacerlo.

-¿Quieres que te pague? ¿Es eso? ¿Cuánto quieres? ¿100, 200?

-No, por favor Antonio, suéltame.

Pero no escuchaba. Acercó su cara a la mía para besarme. Giré la cabeza instintivamente, por lo que sus labios acabaron en mi cuello, bajando hacia mi pecho. ¡Joder, puta encerrona! Si no encontraba una solución rápida aquel cerdo me iba a violar, así que opté por un término medio que me permitiera salir indemne y a él medio satisfecho.

-Espera, espera, así no –rogué mirándole a los ojos mientras mis manos lo empujaban. Se apartó un palmo, sin soltarme, mirándome ávido, hambriento ante el apetitoso manjar. –Mira, entiendo la situación y quiero ayudarte, poner de mi parte, pero tengo novio y no quiero engañarle. Es muy buen tío y le quiero mucho. Así que si quieres, te hago una paja. –Sonrió suavemente, sus ojos me inspeccionaban dubitativos, recorriendo mi cuerpo, pensando, supongo, que no podría comerse una parte del pastel, así que añadí, bajándome los tirantes del vestido: -Puedes sobarme todo lo que quieras mientras te la hago.

También bajé los tirantes del sujetador para que mis tetas aparecieran orgullosas, la izquierda aún cubierta por su mano derecha. Acercó la otra y también tomó a la gemela, con afán renovado, pellizcándome el pezón, alabándolas en forma y tamaño.

Acaba con esto lo antes posible, me dije, alargando los brazos para desabrocharle el pantalón y sacarla. Cuanto más me sobes, antes te correrás, pensé, iniciando la masturbación de un miembro de escaso tamaño, más largo que ancho.

El juego duró un par de minutos, hasta que decidió acercar sus labios a mi cara de nuevo. Volví a girarme, pues el tío me daba más asco a cada segundo que pasaba, así que sus gemidos invadieron mi cuello, babeándome, del que descendió hasta mis pechos, lamiéndome el derecho pues es el que tenía más cerca, chupándome el pezón.

Aceleré el movimiento de mi mano, esperando que se derramara rápido, deseando que se manchara la camisa como prueba de lo cerdo que era. Pero no había manera. El tío estaba aguantando más de lo que esperaba.

Coló la mano derecha entre mis piernas, buscando mi sexo, pero las cerré. Eso no, repetí una frase ya gastada aquella noche.

-Venga, así tú también te lo pasarás bien. –No, insistí apartándola.

Parecía haberse dado por satisfecho, pues la quitó para posarla en mi cintura mientras sus labios cambiaban de pezón. Miré al frente, aunque no vi a Mamen ni a Quim, pues ver su escasa cabellera cerca de mi cara me incomodaba más que sentir sus sucios labios babeándome, así que opté por cerrar los ojos. Me relajé, el cansancio de la noche me estaba atenazando, e involuntariamente, relajé mi mano, que resbalaba demasiado en un pene viscoso. Craso error.

Se apartó, sentándose bien en el asiento, alargó la mano hasta mi nuca y ordenó. Chúpamela. Eso no, repetí por enésima vez.

-Mira putilla, hasta ahora me he comportado como un caballero, -¿un qué? Pensé –pero ya estoy harto de niñerías. O me la chupas o te follo, porque es evidente que así no voy a correrme.

De la nuca, su mano había pasado a tomarme del cabello, sin hacerme daño pero decididamente. Tuve claro que no tenía escapatoria, pero no sabía que me daba más grima, meterme esa mierdecilla en la boca o abrirme de piernas para que el cerdo me jodiera.

El instinto decidió por mí. Y la fuerza de su mano también, claro. Pajear a un tío me parecía una traición a Jorge, pequeña, chupársela la aumentaba, pero dejarme posees me parecía culminarla.

No recuerdo haberme metido nunca en la boca una polla tan fina y el tío tenía razón en que me he metido unas cuantas. No sabía especialmente mal, ni tampoco desprendía un olor desagradable a pesar de saber y oler a polla. Al menos el tío era limpio. Pero por la forma de mis labios en la succión, rodeando una circunferencia tan estrecha, me daba la sensación de estar besándole, más que chupando.

Acaba rápido, volví a repetirme, vacíalo ya y salgamos de ésta. Lamí, sorbí, chupé. Eso es zorrita, chupa, hazme un buen trabajo, oía, pero opté por no escuchar.

Su mano izquierda había abandonado mi cabello para sobarme una teta, sopesándola, pero había sido sustituida por la derecha que me empujaba la cabeza marcando el ritmo que más le convenía. Me dejé dirigir, esperando el sucio bautismo. Incrementó los gemidos, acompañados de adjetivos calificativos que no me importan en un buen amante, aunque Jorge nunca los ha utilizado conmigo, pero que hoy me asqueaban. Traga guarra, come putilla, eso es zorrita.

Acaba ya, pensaba. Pero se detuvo, ordenándome que le comiera los huevos. No me quedó otra. Mírame, me ordenó, para taladrarme con sus ojos de rata y su asquerosa lengua. Ves como eres una puta, una zorra calientapollas, eso es límpiame los huevos furcia, toda la noche haciéndote la digna y no eres más que una puta de carretera que sale a follar mientras deja al novio en casa.

Se me llenaron los ojos de lágrimas que no quise que viera, así que cambié de tarea. Me la metí de un golpe, profundamente, y sorbí con decisión. Córrete ya hijo de puta.

Di en la diana. Mejor dicho, él disparó abundantemente contra mi garganta. Me retiré instintivamente, pero su mano me lo impidió. No me importa que se me corran en la boca y me trago el semen si no me queda más remedio, pero no pude evitar la arcada al notarlo bajar por mi tráquea.

Logré abrir la puerta del coche para escupir el trago más amargo de toda mi vida, pero sólo solté saliva. Un millón de asquerosos antoñitos ya debían estar llegando a mi estómago. Ese pensamiento me provocó el vómito, decorando el precioso acantilado de ostras, vieiras, carpaccio de salmón y trufas, regado todo con vino, cava y gin-tonics.

Cuando me incorporé, estaba muy mareada. Apoyé la espalda en el asiento de nuevo, tratando de detener mi cabeza que no paraba de rodar. Así las tiras del vestido para cubrirme e intenté relajarme, pero la lengua de aquel cerdo seguí percutiendo. Qué bien me la has chupado, ves como no ha sido para tanto, y otras lindezas por el estilo que prefiero no recordar.

No perdí el conocimiento en ningún momento pero sí la energía, por lo que no pude evitar que el tío descubriera de nuevo mis pechos y volviera a sobármelos. Basta, pedí, déjame, pero solamente respondía con sucios cumplidos. Tampoco tuve fuerzas para oponerme cuando volvió a inspeccionar entre mis piernas. Las cerré, pero no con la suficiente fuerza. Llegó a mi sexo y me lo acarició, incómodamente, pero tuve que escuchar como me llamaba zorra por estar empapada como una perra. Algo de flujo debía haber, seguro, pues chupar una polla siempre me ha excitado, pero juro que no había sido el caso.

Oí voces en ese momento. La parejita había vuelto, sin duda. Entreabrí los ojos, pero no vi a Mamen. Quim le dijo a su hermano que se había quedado meando. ¿Qué tal esta le preguntó? Ambos de pie fuera del coche charlando de mercancía como si yo no estuviera allí.

-La chupa de vicio, pero no me ha dejado follarla. ¿Y tu zorrita?

-Una auténtica zorra. Le he hecho lo que me ha dado la gana y seguía pidiendo más. Me parece que me he llevado el premio gordo de la empresa.

-¡Qué cabrón! Y yo con esta calienta pollas.

-¿Quieres que cambiemos? –Hubiera abierto los ojos como platos si hubiera tenido fuerzas, pero no pude. ¿Ese era el mismo Quim que se había comportado como un galán toda la noche, educado, divertido, afable, que parecía que no quería ir rápido con mi amiga? –Si quieres me quedo con ésta –me sobó un pecho –y tú te tiras a Mamen. Ya tendré tiempo de hacerlo en la oficina.

-Por ahí viene.

Ahora sí los abrí. Se había vestido y caminaba decidida, contenta hacia su amado. Una buena amiga la habría prevenido de la catadura del sujeto, pero estábamos allí por su culpa. Lo abrazó fogosa, besándolo hambrienta, mientras su jefe la tomaba de las nalgas. El beso se tornó obsceno hasta que oí a Quim preguntarle si aún quería más. Contigo siempre quiero más, respondió la idiota.

Violentamente, el hombre la giró sobre sí misma, la empujó contra el capó del coche al que se apoyó estirando los brazos, le levantó la falda del vestido, se ensalivó los dedos, hurgó entre sus piernas, estás empapada y sin bragas, sí, ¿dónde están tus bragas? Las tienes tú. Se sacó un tanga negro del bolsillo, se lo mostró mientras Mamen gemía, para metérselo en la boca a continuación. ¡Qué cerdo! ¡Qué puta!

Sin duda Quim estaba protagonizando un espectáculo para su hermano. Al menos lo miró un par de veces, como guiñándole un ojo aunque no pude ver si lo hizo, la segunda al bajarle el vestido hasta la cintura para que el pedazo de par de tetas de mi amiga se mecieran obscenas.

Cerré los ojos, harta de la velada, cuando noté las manos de Antonio moviéndome. No, no, repetí tratando de huir gateando por el asiento. Pero no me quedaban fuerzas. Tiró de mis caderas hacia atrás, quedando mi culo levantado. Apartó mi ropa, ladeó la tira del tanga y me metió los dedos, no sé cuántos. Rogué, pero sabía que era en balde.

Sorprendentemente, noté más polla de la que esperaba. Supongo que debido a mi escasa lubricación sentía la fricción más intensamente, pero su pollita me llenaba. Me dejé hacer. No me quedó otra. Mis rodillas habían quedado al filo del asiento, mientras mis caderas se asomaban al acantilado. Hundí la cabeza entre los brazos tratando de mitigar el malestar cuando sucedió. No, eso no, no me hagas eso, repetí pero lo hice para mí, incapaz de verbalizar ni una sílaba.

Un dedo había entrado en mi recto. El cerdo aquel, involuntariamente, había dado con mi punto débil. Mi anillo anal se abrazaba a aquel intruso como un naufrago a un flotador, lanzando descargas eléctricas a todo mi perineo, encendiendo mis labios vaginales, incendiando mi clítoris. No pude detener los jadeos. Ese doble juego, esa doble penetración, me perdía. Lo había probado con dos hombres, pero no funcionaba pues era demasiado agresivo. Pero una polla en el coño y un dedo o un vibrador pequeño en el culo me llevan al paraíso.

Traté de silenciar mis gemidos, de disimular mis sensaciones, pero me fue imposible. Cuando mi sexo se activa, cuando el orgasmo se acerca, dejo de ser yo, para convertirme en una fiera descontrolada.

Lo peor no fue que me follara contra mi voluntad, que su lengua me insultara de nuevo llamándome puta, zorra y perra.

Lo peor fue sentirme como una puta, una zorra, una perra, mientras pensaba en Jorge esperándome en casa.

 

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Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad:

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Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Adrián) parte 7” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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El tiempo paso cada que estaba con Diana recordaba como otros se la cogieron me excitaba mucho y necesitaba verla siéndome infiel me gustaba verle con otros hombres mientras la muy puta se hacia la inocente, el tiempo fue pasando y mi vecino de 65 años Javier aprovecho para acercarse así ganar más confianza y hacernos amigos claro está también para aprovechar y darle miraditas a mi novia, cada vez que venía mi novia aprovechaba para tratarla de forma educada y ganar su confianza yo me daba cuenta como la morboseaba el viejito verde cuando ella no se daba cuenta él también se dio cuenta de que lo veía y al ver que no hacía nada se volvió más atrevido me decía que mi novia estaba muy linda que tenía un lindo cuerpo que era muy afortunado con el tiempo al ver que no le reprochaba cada vez se atrevía a más me empezó a decir que tenía un buen culo y un buen par de tetas que debía ser una diosa en la cama que debe ser muy rico podérsela coger a mí me excitaba el saber que el viejo verde deseaba a mi novia, me preguntaba que como era en la cama yo le contaba y le describía como era ella eso lo excitaba y podía apreciarse como se le hacía un gran bulto en el pantalón.
Por esa época Diana me conto que en la universidad no le iba muy bien…. Amor estoy preocupada en la universidad voy perdiendo una materia…. Como así y cual…. Física y no sé por qué a mí me va bien con las matemáticas y no sé qué hacer… y hablaste con el profesor para ver cómo te puede ayudar…. Si pero me gustaría buscar a alguien que me pueda explicar bien para ver en que estoy fallando… ve Javier fue profesor universitario el enseñaba física si quieres le pregunto a ver si te puede ayudar explicándote lo que necesitas…. Qué pena con don Javier no crees que le causare molestias…. No estoy casi seguro que te va ayudar (claro que la iba ayudar con tal de tenerla cerca)…. A bueno entonces dile…. Ok yo le digo y te aviso a ver qué me dice. Esa noche le pregunte a Javier y claro que acepto ayudarla solo me decía…. Con tal de tener esa cosita rica que tienes como novia cerca, claro que la ayudo es que está muy buena si quieres mañana mismo empezamos con las clases jejeje…. Tendría que preguntarle cuando tenga tiempo yo te aviso.
Al día siguiente llame a Diana diciéndole que Javier la ayudaría le pregunte que cuando tendría tiempo para acordar una hora me dijo que en las tardes después de las 3 le quedaría fácil que al siguiente día podrían empezar, le avise a Javier que le pareció perfecto.
Al día siguiente a las 3 llego Diana a mi casa muy linda como siempre con unos jeans apretados que resaltaban sus piernas y ese hermoso culo redondo grande y bien parado una blusita negra de mangas cortas y con escote que dejaba ver sus preciosas tetas grandecitas con una cola en el cabello y su mechón de pelo hacia la izquierda y en su linda carita de niña buena unos lentes para poder ver bien que le da un toque se sensualidad…. Hola amor y Javier…. Está en su casa esperándonos…. Pensé que venía para acá…. No me dijo que mejor en la casa de él que así sería más cómodo…. Ok entonces vamos.
Llegamos acá casa de Javier que queda justo al lado de la mía en la unidad, apenas vio a Diana casi se le salen los ojos la recorrió con la mirada casi la desnuda la saludo a mi prácticamente me ignoro nos invitó a sentarnos le pregunto a Diana sobre lo que no entendía que temas eran, Diana le dijo que era sobre mecánica de fluidos le pidió que le mostrara los apuntes y libros que tuviera para empezar a explicarle, yo mientras tanto me quede ahí mirando pasado un rato Javier me dijo que por qué mejor no iba a casa para que así no me aburriera Diana dijo si amor mejor ve que cuando acabe voy yo acepte le dije que la esperaba justo antes de salir Javier me dijo tranquilo Adrián yo se la cuido con una sonrisita y haciéndome un guiño con el ojo. Yo fui a la casa me puse a ver televisión mi mamá aprovecho para pedirme que saliera hacer unos favores a eso de las 6 apareció Diana se veía algo colorada me dijo que mejor iba a casa que ya estaba anocheciendo mi mamá la detuvo le dijo que se quedara a comer ella algo apenada acepto pero que después se tenía que ir a casa terminada la cena la fui a llevar a su casa saliendo nos encontramos con Javier con una sonrisa diciéndole a Diana mañana te espero para que continuemos…. Bueno don Javier mañana a la misma hora y se despidió de el con un beso en la mejilla mientras este viejito le daba un abrazo para sentir todo su cuerpo. En el auto le dije a diana que yo no iba a estar a esa hora tenía que hacer un trabajo que llegaría ya en la noche ella me dijo igual Javier iba a estar esperándola que de pronto nos veríamos cuando yo llegara.
La deje en su casa al volver Javier me estaba esperando en la puerta de su casa me hace una señal para que me acerque y me dice sonriendo…. Tu noviecita es muy especial jejejeje…. Por qué lo dice don Javier…. Sabe mucho jejeje…. Si ella es muy inteligente…. Si no lo dudo jajajaja…. Me parece que me quiere decir algo…. Si ven muchacho mejor entra a mi casa para contarte sobre tu noviecita linda.
Intrigado entre, nos sentamos en el sofá Javier empezó a decirme…. Sabes no dudo que Diana sea inteligente y no sé por qué le va mal en la universidad con esta materia si mientras estudiamos lograba resolver los ejercicios correctamente además logre comprobar su gusto por ciertos fluidos…. A que se refiere. Me miro con una sonrisa triunfante diciéndome…. No te enojes pero tu novia tiene una boquita muy complaciente…. Que me está diciendo. Le dije desconcertado como tratando de procesar lo que me estaba diciendo…. Tranquilo Adrián lo que te quiero decir es que Dianita es una mamona no sabes la mamada de verga que me hizo de las más ricas que me han dado en mi vida. A mí se me empezó a parar la verga se me empezó hacer un bulto en el pantalón. Yo solo pensaba no puedo creerlo mi novia de 21 añitos haciéndole una mamada a un viejo de 65 al cual ella llego a referirse como viejito verde, no puede ser le dije…. No te creo ella no haría eso. Pero en mi interior sabía que si podría hacerlo después de que la calentaran no había nada que hacer.
Tranquilo déjame contarte como paso de solo acordarme mira como me pongo. En su pantalón podía verse un gran bulto. Y mira tú como estas también me dijo señalando mi entrepierna para después decirme con tu permiso, se desabrocho el pantalón se bajó su ropa interior solo dejando salir una enorme verga morcillón muy gruesa con pelitos muy cortos blancos y unos huevos grandes y pesados se la empezó acariciar hasta que se puso durísima alcanzando unos 23 cm a lo largo de ella surcaban unas venas gruesas que la hacían lucir imponente…. De solo acordarme de la mamada se me pone dura ponte cómodo sácatela y hace te una paja mientras te cuento. Yo estaba excitado quería saber lo que había hecho mi novia no aguante y me saque la verga y me empecé hacer una paja, Javier al ver mi pene se rio y me dijo con razón Dianita es tan caliente con esa verguita no la podes satisfacer jejeje, me sentí apenado.
Déjame te cuento que ocurrió, al ver a tu novia cuando llego me calentó mucho toda linda con esa carita de niña buena y ese cuerpo sus tetas perfectas grandecitas y ese gran culo redondo tenía que buscar la manera de que te fueras, ya cuando te fuiste empecé a ganarme su confianza pasado un par de horas descansamos nos sentamos en este sofá empezamos a hablar de lo que le gusta le decía lo linda que es además de lo inteligente que era que debía tener muchos pretendientes me dijo que si pero que solo te amaba a ti le dije que eras afortunado porque una mujer así puede tener al hombre que quiera porque era muy atractiva ella empezó a ponerse coqueta y a decirme que gracias que para un hombre de mi edad me veía bien que debía haber sido muy popular con las mujeres cuando era más joven, le dije que sí que aunque no lo creyera era y soy un buen amante que lograba satisfacer a mujeres hermosas, ella rio algo tímida, coqueta me dijo que tal vez antes si pero que ahora lo dudaba mucho, le respondí tengo la herramienta con que hacerlo y le mostré mi gran bulto en mi pantalón ella se sorprendió diciéndole esto es lo que me provocas ella no dejaba de mirarme el bulto diciéndome que mejor se iba yo me desabroche el pantalón sacándome esta verga la cual puedes admirar ahora Adriancito los ojos casi se le salen al ver mi pedazo de carne se pasaba la lengua por los labios saboreándose le dije no me podes dejar así preciosa compadécete de este pobre viejo ella no muy convencida sin dejar de mirármela decía que mejor no que se iba acaríciamela un poquito por lo menos tome su manito derecha y se la coloque alrededor de mi verga la empecé a subir y a bajar ella simplemente la apretó se dejó hacer un rato luego la solté y ella solita empezó hacerme la paja descapuchándome el prepucio haciendo que mi gran cabeza rosada saliera solo la miraba hipnotizada con deseo su mano no podía rodear todo mi venudo tronco, todo esto me lo decía mientras se hacia la paja frente a mi mostrándome todo lo que mi novia vio yo también veía esa enorme verga mientras me masturbaba completamente excitado.
Mientras me hacia la una placentera paja la puta de tu novia me decía que no debíamos hacer eso yo le decía no te preocupes bonita más bien chúpamela que veo que te morís de ganas, la tome de su lindo rostro y la lleve hacia mi polla ella abrió su boquita se metió la cabeza de mi polla y empezó a chuparla degustándola pasando su lengüita en círculos tratando de meter la puntica de su lengua por la entrada de mi uretra luego empezó a meterse más mi verga dentro de su boca haciendo movimientos de mete y saca recordar eso hace que me den ganas de venirme cornudito tu novia es una puta maestra la mama muy bien yo creo que a practicado mucho vieras como la mamaba ya solo era deseo me la chupaba con mucho deseo pasaba su lengua por todo mi tronco por mis pelotas como me chupaba mis enormes testículos ahí arrodillada frente al sofá y yo sentado con mi pantalón en los tobillos poniéndole toda mi enorme verga sobre su carita de niña buena y ella toda emputecida me cogió la verga y se la metió en la boca dándome fuertes mamadas tenía como 10cm dentro de su boca lo que le quedaba afuera le hacía una paja con sus manos aaa de solo acordarme se me pone muy dura mira como la tengo puto cornudo, la verga se le veía hinchada a punto de estallar yo de imaginarme a mi novia haciéndole tremenda mamada a este viejito no aguante y me vine a chorros que cayeron en el piso, Javier solo rio y me dijo si putico así me gusta que te vengas al saber lo puta que es tu novia mírame ya casi voy a terminar como le termine en la cara a tu novia sabes deje a tu putica arrodillada mientras yo me puse de pie y le dije zorra abrí esa boca que me voy a venir y te la voy a llenar de leche, la puta muy obediente abrió su boquita me decía si dame lechita que me la quiero comer todita no aguanto más yo no aguante más y le di su premio hace rato no me venía tanto y con una puta tan rica como tu novia no era para menos me salieron 8 chorros los 4 primeros se los di en la boquita los trago con gusto. El resto los esparcí por esa bella carita para luego restregarle mi verga por toda la cara recoger con ella los restos de semen y dárselos para que se los comiera la muy puta me dejo la polla bien limpiecita aaahhh el viejo dio un quejido y se empezó a venir boto 5 chorros con una gran cantidad de semen que cayeron al suelo luego quedo rendido sentado en el sofá con cara de satisfacción.
Javier se rio y me dijo tienes una gran puta como novia cornudo hace rato no me deslechaban así recuerdo a mis estudiantes universitarias cuando me las cogía…. Tú te cogías a tus estudiantes…. Claro que si putico y para que te prepares creo que el profesor de la universidad de Diana se la va a coger jajajaja…. Por qué dice eso…. Porque era lo que yo hacía con mis alumnas más ricas Las ponía a perder la materia para luego chantajearlas y culiarmelas jajajaja al principio las muy putas se hacían las dignas pero luego quedaban encantadas con mi verga y ellas solitas venían a buscarme a pedirme mas y Dianita se ve que le gusta mucho la verga estoy seguro que va a venir por mas jajajaja.
Yo solo agache mi cabeza resignado porque sabía que era lo más seguro. Javier me dijo que no me preocupara por la universidad de Diana que cuándo el profesor se la empezara a culiar le iba a poner un 5 por que estaba seguro de que mi novia era una tremenda puta y lo iba a dejar encantado, antes de irme también me dijo que mañana iba a terminar lo que había empezado con mi novia y que me la iba a dejar bien cogida que después me contaba como se la cogió mientras nos hacíamos otra paja.
Me fui a casa ansioso por saber que pasaría el día de mañana ya quería saber que le iba hacer don Javier a mi novia. En la mañana hable con ella todo normal a eso de la las 3 en adelante la llamaba pero no me contesto insistí varias veces en el día pero nada ya a eso de las 8pm que llegue Don Javier me estaba esperando me hizo una señal con el dedo para que entrara cerró la puerta nos sentamos en el sofá y me dijo…. Adriancito que rica es tu novia saquémonos las pollas te cuento como me cogí a tu novia lo mas de rico. Simplemente nos bajamos los pantalones nos sentamos yo solo veía la verga de ese viejo verde grande morcillona y se me puso dura al instante nos empezamos a masturbar sentados uno al lado del otro en el sofá el pene de Javier se puso duro rápidamente lo miraba hipnotizado el viejo al verme solo sonreía me dijo…. Sabes tu novia llego puntualmente venía con un jean apretado como se le marcaban esas piernas y ese culote redondo y una blusita negra manga corta con un escote que le dejaba ver ese buen par de tetas que tiene sus lentes y su cola de caballo apenas cerré la puerta la manoseé con que gusto la abrace le agarre ese culote le apreté las tetas mientras la besaba tu novia dócilmente se dejaba ella ya sabía a qué venia pero la muy zorra de forma coqueta me decía no don Javier yo vine a estudiar…. Claro mamita venga le doy un repaso para que le quede bien aprendida la lección. Le di vuelta le clave mi bulto entre sus nalgotas, le apreté las tetas le besaba el cuello ella volteaba su cabeza y buscaba mi boca para besarnos y así la lleve hasta la mesa del comedor donde la deje sentada sobre mi bulto mientras ella solita se empezaba a mover en círculo buscando enterrarse más mi verga entre esas preciosas nalgas.
Estuvimos un rato besándole esa boquita dulce que sabe a frutas, le dije…. Preciosa desabróchame el pantalón sácamela verga y empieza a mamar con esa boquita juguetona. Tu novia no lo pensó dos veces se arrodillo me saco mi verga y la empezó a chupar con glotonería vieras como me la chupaba como toda una experta a espera de hecho si puedes verla, se soltó la mano de la polla que quedo parada totalmente erecta chorreada de líquido pre seminal busco en el bolsillo se su pantalón el celular lo saco busco algo en el para luego mostrarme la pantalla en ella vi a mi dulce novia arrodillada entre las piernas de don Javier con su enorme polla metida en su boquita chupándola disfrutándola mientras el viejo me decía cógeme la verga y haceme la paja mientras te muestro las fotos, la verga se me puso más dura aun sentía que se me iba a reventar yo solo estire la mano que me sobraba le agarre esa verga untada de pre semen estaba muy gorda y dura no alcanzaba a cerrar mi mano alrededor de ella empezó a mover mi mamo arriba y abajo lubricándole toda la verga con sus fluidos aaahhh siiii putito sigue así, el viejo dio un gemino de placer mientras le hacia la paja y me mostraba la imagen de mi novia chupando verga me mostro varias de como ella chupaba, luego el viejo me dijo…. Me la chupo un rato encantada después la dije que se bajara el pantalón y que se la metiera tu noviecita se paró se bajó el jean y la tanga a medio muslo se dio vuelta mostrándome ese culo enorme y redondo, firme, perfecto cogió mi verga con una mano con la otra se abrió una nalga y empezó asentarse enterrándose mi verga en esa cuquita la muy puta estaba toda mojada y como estaba de apretada se la enterró toda dando un grito de placer y diciéndome aahhh don Javier la tiene muy grande me abrió toda aaaahhh. La muy putica empezó a darse sentones se la sacaba casi toda y se sentaba cogiendo un buen ritmo ella solo disfrutaba y gemía, yo solamente gozaba de poder tirarme una hembra tan rica que buena esta tu novia mira esta foto me mostro una selfi donde se veía sentada a mi novia sobre don Javier con la polla toda enterrada se alcanzaba a ver su jean a medio muslo Javier detrás de ella con una sonrisa con una mano apretándole una teta que las tenía afuera del escote y mi novia con una mirada de placer y su boquita en forma de o. como gozaba la hija de puta ya sentía que me iba a venir de mirar eso y de hacerle la paja a la enorme, dura, babeante y caliente verga de don Javier luego él me dijo…. estuvimos un rato así luego la pare la tire sobre la mesa dejándole ese hermoso culo en pompa ella quedo acostada ahí al verme detrás de ella paro ese culo yo aproveché para enterrarle mis 23cm de carne gruesa por ese coñito baboso, la muy zorrita dio un grito aaahhhh me vas a matar a pijazos aaahhhh no pares por favor no pares aaahhh. Así me la cogí le agarraba esas nalgas le di duro le daba nalgadas era espectacular ver como mi pelvis chocaba contra su culo y como mi verga desaparecía por esa vagina como me apretaba la verga yo creo que se vino varias veces por que gritaba como loca sentía espasmos en mi pene de como apretaba y como se chorreaban sus jugos le estuve dando muy duro como la perra que es.
En esas me mostro una foto de mi novia tirada sobre la mesa con el culo en pompa y se podía ver toda la verga de don Javier enterrada y me decía…. Si putita te gusta lo que vez seguime haciendo la paja que ya me vengo. Yo no aguante más y me vine encima. Don Javier se rio y me dijo…. Te viniste antes de te mostrara lo mejor…. Y que es lo mejor…. Arrodíllate y te lo muestro. Me arrodille Javier se paró al frente de mí su enorme verga quedo a la altura de mi cara y me dijo seguime pajiando te muestro el video puso el celular encima de su verga pegado a su pelvis mientras yo agarraba su enorme polla con las dos manos y lo empecé a masturbar en la pantalla empecé a ver a mi novia eran varios videos en uno cuando estaba arrodillada chupándole la polla a don Javier ella le decía…. No me grabe don Javier…. Cállate y sigue chupando como te gusta…. Es que usted se lo puede mostrar a alguien…. No te preocupes putica esto es para uso personal jajajaja. Mi novia siguió con la mamada como si nada por varios minutos. Después se ve otro video donde mi novia estaba sentada sobre don Javier cabalgándolo con las tetas fuera del escote mientras este desde atrás le apretaba las tetas con una mano mientras ella gemía y volteaba su rostro para besarse a lo que el viejo verde aprovechaba para meterle su lengua a la boquita de mi novia ella entre clavada y clavada le pedía más y más, después siguió otro video donde se ve a mi novia tirada boca abajo sobre la mesa parando el culo en pompa y Javier clavándole ese trozo de carne desde atrás por toda su vagina que se veía muy mojada y se habría de manera impresionante recibiendo polla a toda velocidad y duro en esas le Dianita ábrete el culo para ver mejor como te la meto mi dulce novia toda sudada mirando hacia atrás mira a la cámara del celular con una mirada entregada y perdida en la toma se ve como toma sus manitas y las pone en cada nalga abriéndola se puede ver ese anito estrecho y rosado y como la enorme verga de don Javier le rompe la conchita a mi novia que gime aaaahhh si Don Javier métamela así que ya casi me voy a venir otra vez…. Puta te voy a llenar toda yo también me voy a venir. Le empezó a dar con fuerza y rápido le metía la verga profundamente mi novia solo gemía en esas se escucha el grito de Don Javier que le empieza a llenar de leche el coño a mi novia y ella empieza a tener un orgasmo…. Aaahhh puta me estas ordeñando siento como me exprimes la verga aaahhh puta…. Aaaahh siento tu leche caliente como me llenas aaahh si lléname toda. Se quedan un rato así luego se ve como le empieza asacar la polla morcillona a mi novia enfocando en primer plano su coñito que quedo totalmente abierto y se empieza a ver cómo le escurre el semen y le empieza a chorrear por las piernas y le dice…. te llene de leche jajajaja.
Ahí se corta el video en esas me dice…. Te gusto como me cogí a tu novia es una puta completa se ve que le encanta la verga y por lo que veo a ti también te gusta la verga jajajaja. Yo seguía pajendolo tenía las manos llenas de pre semen le había lubricado bien la polla con el mis manos resbalaban por ese enorme tronco duro y caliente, Javier me dice…. Hacele duro que ya casi voy a terminar mientras veo los videos de cómo me cogí a tu puta. Puso a reproducir los video y a verlos mientras yo sumisamente le hacía una paja arrodillado con esa verga babeante en frente de mi cara con Don Javier gimiendo y diciéndome así puta así jálamela rápido que ya me vengo aaahhh si maricon aaaah me vengo en tu puta cara aaaahhh. De su verga empezaron a salir chorros y chorros de leche caliente y blanca que empezaron a llenarme la cara en las mejillas la nariz la frente sobre los labios me alcanzo a caer algunas gotas en el pelo fue impresionante para un viejo de 65 años la cantidad de leche que me tiro encima…. Toda esa leche se la metí a tu novia jajajaja que buen cornudo eres voy a seguir tirándome a tu novia que te parece…. Está bien Don Javier pero que no se entere nadie y por favor mándeme las fotos y los videos de mi novia quiero tenerlos…. Jajaja no lo sé tengo que pensarlo cornudito ya veremos pero no te preocupes cada vez que me coja a tu novia te llamo para que te pajees y me hagas la paja a mi jajajaja…. Está bien…. Por cierto ahí no termino la cosa después de eso descansamos un rato luego fuimos a mi habitación ahí la desnude toda y me la cogí no me dejo que le diera por ese precioso culote porque dice que la tengo muy grande pero me dijo que me lo iba a dar y de hecho mañana que venga se lo voy abrir todo se ve que le gusta que le den por ese culo, ahora vete mañana nos vemos para pasar un buen rato juntos…. Pero no puedo salir así lleno de semen me puedo limpiar…. si ahí está el baño pero hace le rápido que me quiero ir a descansar.
Fui al baño me limpie rápido y me fui ya en casa salude a mis padres rápidamente mi mamá me miro y me dijo que olía raro le dije que era que había sudado y fui rápido a bañarme y hacerme una paja al rato me llamo Diana me preguntó como estuvo mi día igual que yo me dijo que estuvo en la u que luego fue donde don Javier a estudiar que por eso no me contesto porque estaba muy concentrada estudiando y que como yo no llegaba se había ido a su casa, solo pensaba tremenda puta que es estaba era concentrada culiando de solo recordar se me puso dura y mientras hablaba con ella me masturbaba, me pregunto qué iba a hacer mañana que caía un sábado le dije que tenía que ir a la universidad en la mañana y le pregunte si nos podíamos ver en la tarde me dijo que no porque se iba de paseo con la familia desde temprano que de pronto nos viéramos el domingo yo sospeche que iba a estar con mi viejo vecino y me estaba mintiendo le seguí la corriente hasta que se despidió diciéndome que me amaba y mandándome un beso, me seguí masturbándome esas sonó mi celular y me llego una imagen era la de mi novia chupándole la verga a mi vecino con una sonrisa y mucha calentura me pajee viendo la imagen hasta venirme.
Steven: wow es impresionante no tengo palabras.
Adrian: si, no está bien esa época las cosas se salieron de control.
Steven: pero y que paso después.
Todos estaban expectantes Steven, Antonio y hasta el oculto de Leandro.
Adrian: pues Don Javier la volvió una puta en todo el sentido de la palabra.

Relato erótico: “Aburridas” (POR XAVIA)

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ABURRIDAS                      

 

No debería haberme dejado arrastrar por Bibi. No la culpo a ella, pues yo soy la responsable de mis actos, pero sin su participación nunca hubiera llegado a hacer lo que he hecho. Lo que estoy haciendo en este preciso momento. La cuestión no es si me agrada o desagrada. La cuestión es que no está bien, que es arriesgado, que estoy poniendo en riesgo mi vida personal, familiar, pero sobre todo, que si alguna vez llega a descubrirse, sería avergonzada públicamente y perdería mi estatus.

Pero Bibi tiene razón en un detalle. Nunca me había sentido tan viva como en este momento, notando el sabor amargo de la virilidad de un desconocido, oyendo palabras soeces que nunca le he permitido a ningún hombre.

Bibi es mi mejor amiga. Ambas somos socias del Club Social al que somos asiduas. Club al que vamos a jugar a pádel, al spa, a tomar una copa o, en familia, a comer algún fin de semana. Para ser socia hay que pagar una acción valorada en 9.000€ además de la cuota mensual que creo que ronda los 350€. No estoy segura pues la contabilidad familiar es cosa de Abel, mi marido. A mí solamente me preocupa disponer de dinero suficiente para mis necesidades, pues nunca he trabajado ni tengo pensado hacerlo.

Bibi, como otras socias del club, está en mi misma situación. Carlos, su marido, también es un empresario de éxito que ha dedicado buena parte de su vida a su carrera profesional. Aunque debo reconocerle al mío que se interesa por mí y los niños, tenemos cuatro, más de lo que lo hace el suyo. Tal vez sea debido a que Carlos es quince años mayor que ella, mientras Abel es de mi misma edad y tenemos gustos más parecidos. Tal vez sea por ello que nunca había sentido la necesidad de comportarme como lo estoy haciendo ahora.

Bibi sí. Se casó joven, a los veinticinco años, según ella enamorada, aunque yo no estoy tan segura. Al menos, su percepción de la palabra amor no concuerda exactamente con la mía. Tardaron en tener hijos, a pesar de que él insistía, pero ella se negaba a convertirse en madre tan pronto. Aún no. Yo siempre le decía que era lógico que él tuviera prisa pues ya había entrado en la cuarentena. Pero como en todos los aspectos de su vida, Bibi decidió cuando y cuántos. Solamente uno, una en su caso.

La conocí en el club, como a tantas otras, pero congeniamos enseguida. Me gustaba su manera de vivir la vida aunque nunca le permití que me arrastrara a juegos que me parecían peligrosos. Además, era una de las pocas mujeres que no se dedicaba a despellejar a las demás socias, algo común en nuestro ambiente. Vive y deja vivir, decía, aunque a mí me sonara a eslogan de partido de izquierdas.

Durante estos años nuestra relación ha sido siempre próxima, pero nunca tanto como lo ha sido el último lustro. Que nuestras hijas, en mi caso la segunda, hayan coincidido en el mismo equipo de hockey hierba y se hayan vuelto inseparables ha ayudado. Ha sido entonces cuando hemos tomado la confianza suficiente y he conocido a mi amiga en su faceta más íntima.

Como ella, yo también me he fijado siempre en los hombres, en los jóvenes sobre todo, pero teniendo una vida afectiva completa no te planteas nunca nada a pesar de recibir miradas, gestos e, incluso, invitaciones deshonestas. Las que han surgido las he despachado siempre con elegancia.

Bibi no. Su vida en pareja, específicamente en su vertiente sexual, no es, creo que nunca ha sido, tan satisfactoria como la mía, así que ella sí ha respondido a ciertos cantos de sirena, llegando a traspasar límites que yo nunca cruzaré. O eso pensaba.

No sé con cuantos hombres se ha acostado desde que se casó, pero puedo dar fe de seis casos, a parte del juego que nos traemos entre manos. Bueno, las manos no son lo que estamos utilizando más, todo hay que decirlo.

Lo que sí debo reconocerle es buen gusto y prudencia eligiendo a su juguete, así los llama ella. Aunque a mí me parecieran auténticas locuras.

Así, se lió con un monitor de tenis del propio club. Estuvo jugando con él unos meses, sin darle pie a nada más allá de un flirteo más o menos disimulado, hasta que éste dejó la entidad. Fue entonces cuando le ofreció una despedida de altura.

También relacionado con el club, estuvo acostándose con un camarero holandés que había venido a trabajar un verano para perfeccionar su español. Demasiado joven para ella, me dijo, pues siempre le han atraído hombres mayores, pero se jactaba de haberle enseñado muchas palabras en castellano que de otro modo no hubiera aprendido.

Conozco tres casos más de los que nunca vi al hombre pues no pertenecían a nuestro círculo, otra de sus normas, pues para una mujer guapa y exuberante como Bibi es bastante fácil seducir a quien se proponga.

Pero cometió la mayor locura con un joven árabe que trabajaba de jardinero en una empresa que el club contrató para una reforma de la zona infantil, donde nuestros hijos hacen cursos de tenis, hockey o lacrosse.

-Está bueno aquel moro.

-Ni se te ocurra. ¿Te has vuelto loca?

-No me he vuelto loca, ni se me ha ocurrido nada.

Y tanto que se te ha ocurrido pensé para mí. La confirmación llegó a la semana siguiente. Nunca me he acostado con uno, me confió con aquel destello que aparecía en sus ojos cuando estaba tramando una de sus travesuras. Dicen que también tienen buenas pollas, como los negros.

-¿Cómo puedes estar planteándote algo así? Si los moros ya son sucios por naturaleza, este además es un jardinero.

-¿A ti quién te ha dicho que los moros son sucios? ¿Sabes que su religión les obliga a ducharse dos veces diarias? Además, a las blancas nos ven como a putas. –No digas eso. –Así nos ven, ¿no te das cuenta que sus mujeres no pueden hacer nada, que disfrutar del sexo es de infieles? Seguro que nunca le han chupado la polla, gratis me refiero.

-Eres incorregible.

Tres días después me explicaba con todo lujo de detalles cuánto le había costado metérsela entera en la boca y como mugía el toro mientras le daba desde detrás. Como recompensa por los dos polvos que me ha echado, le he permitido correrse en mi garganta.

Hasta hace seis meses, esta había sido la mayor locura cometida por mi amiga.

***

Mira, me dijo Bibi mostrándome la pantalla de su móvil una tarde que estábamos tomando el cálido sol de junio en la piscina del club.

“Dama de clase alta aburrida ofrece sexo oral a hombres bien dotados”.

Al no reconocer el número de móvil anotado pregunté ¿quién es esta loca? Un movimiento de cejas y aquel brillo tan característico que iluminaba sus ojos avellana me dio la respuesta. ¿Te has vuelto completamente majara?

-¿No te da morbo?

-¿Morbo? ¿Cómo se te ha ocurrido semejante locura?

Había colgado el anuncio en una aplicación de las que sirven para ligar. No os diré cuál, pues tampoco la conocía, pero por lo que me explicó algunas están pensadas para buscar pareja e incluso relaciones estables, pero otras, como la que me mostraba, servían para la búsqueda de sexo sin compromiso.

-Llevo meses dándole vueltas a la idea y al final me he lanzado. Publiqué el anuncio ayer por la noche y ya he tenido 46 respuestas. No te imaginas lo caliente que me tiene. Esta mañana he violado a Carlos.

Insistí en que había perdido el juicio, pero conociéndola, tal vez solamente se trataba de otra manera de echarle sal y pimienta a su sexualidad. Como fantasía, reconocí que tenía su cosa, sobre todo si le había servido para incentivar su vida de pareja, pero obviamente, el juego iba más allá, mucho más allá.

-He seleccionado tres, de momento. -¿Cómo? –Por el tamaño de la polla –respondió.

Aunque mi amiga había entendido perfectamente que no le preguntaba por el método sino por cómo se le había ocurrido hacerlo, vi claramente que no iba a detenerse por más argumentos racionales que yo aportara. Los expuse de todos modos, que a saber con qué y quién se encontraba, en qué situaciones, tal vez peligrosas, apelando además a en qué te convierte eso.

-No será distinto a liarme con desconocidos, con un tío que me ha entrado hace un par de horas, además, esperará de mí una mamada y eso voy a ofrecerle, así que no te preocupes por mi seguridad.

-Pero quién sabe con qué te puedes encontrar –insistí.

-Si tanto te preocupa mi bienestar, ¿por qué no me acompañas?

-Ni hablar, habrase visto.

***

Se llamaba Mr28. O así se hacía llamar aquella monstruosidad oscura y venosa que me mostraba excitada en la pantalla del Iphone 6 que mi amiga se había comprado para disponer de una línea nueva que utilizaría solamente para esto. La foto del miembro era lo único que Bibi había solicitado a su juguete. Lo demás, físico, intelecto, situación, nivel económico, le importaba bien poco. Solamente quedaremos con él para chupársela y luego nos iremos.

-¿Quedaremos? ¿Desde cuándo he decidido acompañarte?

-Venga, acompáñame. Tú también te mueres por verla. He quedado esta tarde a las 6 en la tercera planta del parking del Hipercor de Meridiana.

-¿Pretendes que te acompañe hasta aquel barrio?

Tenía su lógica desplazarse a una zona de la ciudad que nadie de nuestro entorno frecuentara, pero una cosa era visitar un barrio medio y otra muy distinta hacerlo en uno de clase baja. Aunque no es el peor de Barcelona, eso se lo tuve que admitir.

Llegamos a las 6.10, Bibi nunca ha sido una persona puntual, aparcamos su Mercedes SLK en la misma planta, pero lejos del Opel Astra blanco de tres puertas en que nos esperaba. Suerte que había conducido ella, pues yo temblaba como una hoja. Como tuviéramos un problema, no sabría qué hacer ni qué decir. Ella, en cambio, estaba excitadísima.

En cuanto divisamos el coche, aparcamos a unos 50 metros de distancia. Como medida de precaución, además, subimos caminando a la segunda planta tomando una puerta que teníamos detrás de nuestro coche, para reaparecer en la tercera por el acceso más próximo al señor 28.

Un chico que aún no había cumplido los treinta años esperaba sentado en él. Estaba solo, aunque los cristales posteriores estaban tintados y no sabíamos si habría alguien más agazapado. Ese pensamiento me incomodó, pues el parking estaba bastante desierto y si decidían agredirnos, difícilmente tendríamos escapatoria.

Cuando el hombre nos vio dirigirnos hacia su coche sonrió ampliamente, sin quitarse las gafas de sol de espejo que supongo que buscaban hacerle pasar inadvertido. ¿Qué puede haber más llamativo que un hombre solo con gafas de sol en un sitio cerrado?

-Veo que iba en serio. Pensaba que no vendrías y resulta que aparecéis dos. Mejor dos que una –afirmó mirándonos de arriba abajo como si fuéramos dos trozos de carne. -¿Las dos sois damas aburridas?

-No, yo soy la dama aburrida. Ella solamente me acompaña –respondió Bibi altiva.

-Ah, tú eres la dama. Pues tu amiga también parece una dama, en este caso será la dama de compañía, ¿no? –apostilló altanero. Pero Bibi lo cortó, más brusca de lo que yo hubiera preferido.

-¿Y tú eres Mr28 centímetros? –preguntó mirándole directamente la entrepierna.

El chico, sin duda un niñato de extrarradio, sonrió envarado, al tiempo que se bajaba el pantalón de chándal blanco para mostrarnos aquella enormidad. Aún no estaba dura, pero en reposo asustaba.

-Bien, –continuó la maestra de ceremonias –tú y yo pasamos al asiento trasero mientras mi amiga se sentará en el delantero.

-Preferiría que me la chuparas arrodillada. Siempre he soñado con poner de rodillas a una zorra rica como tú.

-Eso aquí no podrá ser –respondió Bibi altiva mirando en derredor. –El vestido que llevo vale más de lo que cobras cada mes y no pienso mancharlo en este suelo asqueroso. Así que si quieres seguir adelante, será como yo he dicho. Si no, nos vamos.

-Está bien, tú mandas Dama Aburrida.

Abrió la puerta del coche para que Bibi entrara mientras él la secundaba. Yo lo rodeé para sentarme en el asiento del copiloto, pues no quería que el volante y los pedales me molestaran. Me giré, apoyándome en la puerta cerrada para gozar del espectáculo.

Mi amiga ocupaba el asiento de detrás de mí, así que el chico me quedaba en diagonal, por lo que tenía una panorámica perfecta de la acción. Mientras Bibi se recogía la melena rubia en una cola para que el cabello no le molestara, él alargó una mano y le sobó un pecho, preguntándole si eran naturales, a lo que mi amiga asintió. Supongo que quería que se las mostrara pero el vestido se desabrochaba por detrás, con cremallera, tenía asas anchas, y vi que ella no estaba por la labor.

Estiró los brazos para bajar el pantalón y el slip también blanco y apareció aquel trozo de virilidad que parecía haber crecido desde que nos lo había mostrado orgulloso fuera del coche. Bibi lo acarició, suavemente, recorriéndolo con lentitud, hasta llegar a sus testículos, inmensos, sopesándolos, para volver a ascender despacio.

-¿Qué te parece lo que tengo para ti?

-No está mal –respondió humedeciéndose los labios.

Bajó la cabeza sin dejar de mirarla ni un segundo hasta que sus labios besaron el glande, abriéndose tranquilos para degustar aquel manjar. Lo rodeó para ascender de nuevo, tomando carrerilla para bajar algún centímetro más. Ascendió de nuevo. Descendió un poco más. Así estuvo, con exasperante lentitud, un buen rato, hasta que llegó a engullir completamente aquel cilindro enhiesto. ¡Madre de Dios! ¿Cómo podía caberle tamaña monstruosidad en la boca?

Se la sacó, roja por el esfuerzo, y repitió el juego una segunda y una tercera vez. El chico resoplaba a la vez que alababa las excelentes dotes de mi amiga en un lenguaje bastante soez al que yo no estaba acostumbrada pero que parecía no molestar a mi compañera.

Bibi cambió, para lamer todo el miembro de la punta hasta la base, para finalizar en los depilados testículos del joven, donde se entretuvo un buen rato. Ascendió de nuevo, reanudando la felación a un ritmo exasperantemente lento. Estoy segura que sentía más placer ella que él.

El chico resoplaba, gemía, eso es niña rica, eso es, chupa, hasta que agarró la cola de Bibi tratando de dirigir el ritmo. Pero la experta felatriz no siguió sus indicaciones. Continuó a la velocidad con que había comenzado, sin modificar el vaivén, alternando succiones más o menos profundas, según su notable albedrío.

Hasta que el chico llegó a puerto. Bibi le masajeaba los testículos mientras él jadeaba estridente insultándola, sigue así zorra, la chupas de vicio puta rica, nunca ninguna furcia me la había chupado como tú, cuando las palabras dieron paso a un profundo gemido acompañado de intensos movimientos pélvicos.

Si ya estaba alucinada con la extraordinaria actuación de mi amiga, que no perdiera el compás a pesar de los envites del joven y que tragara sonoramente toda la semilla que sacudía aquel miembro, me dejó completamente perpleja. Más si cabe cuando aún tardó varios minutos en liberarla, despidiéndose de ella lamiéndola de arriba abajo, también los testículos, para volver a ascender hasta acabar besando el glande.

-¿Qué te ha parecido? –preguntó Bibi cuando ya estábamos en el coche de vuelta a nuestro barrio.

-Una locura.

-Va, dime la verdad. Seguro que te ha parecido excitante.

-Claro que me ha parecido excitante, pero no por ello deja de parecerme una auténtica locura.

-Ha sido bestial. Me he corrido. –No puede ser. –Te lo prometo. No ha sido un orgasmo típico, ya sabes, la explosión del clímax, pero desde que me la he metido en la boca hasta que he acabado, he sentido todo mi cuerpo vibrar. Buf, tienes que probarlo, te encantará.

-¿Yo? ¡Ni loca! –zanjé, pero no pude quitarme la imagen de los labios de mi amiga devorando extasiada aquel pene descomunal durante varios días. Incluso las dos veces que tuve relaciones con Abel durante la semana siguiente, revivía la imagen cada vez que cerraba los ojos llevándome a los orgasmos más intensos de mi vida.

***

-Mañana por la noche tenemos una cita.

-Sí, la cena con las del comité de apoyo a la escuela. No sabes la pereza que me da.

-No, me refiero a después, al acabar.

-¿Qué?

Había pasado más de un mes, cinco semanas exactamente, desde que habíamos ido al parking del Hipercor y el tema parecía haber decaído bastante a pesar de que los días posteriores solamente habláramos de ello. Pero comprendí que había vuelto a las andadas. Me mostró otra imagen de un pene, más oscuro que el anterior, pero también de tamaño considerable.

-Llevo empapada desde ayer por la noche. -¡Ese lenguaje! –De verdad, no te imaginas lo excitada que estoy, y encima esta semana Carlos está de viaje, así que tengo que consolarme sola.

-¡Bibi por favor! No me cuentes esas cosas.

Se rió de mí a carcajadas, negando haberse masturbado pues quería estar completamente despierta y receptiva a todas las sensaciones que el juego le proporcionara, pero estaba impaciente.

-No sabes el morbo que me da. Cenaremos con las monjas de la junta escolar, discutiendo la necesidad de dotar de una rígida educación a nuestras hijas y los valores cristianos que debemos contemplar, para tomarme de postre un buen trago de leche calentita de un mozo de almacén –sentenció sin dejar de reírse.

-Estás loca.

No hay mucho que contar de la cena, más allá de definirla como una reunión de más de dos horas en que las tres monjas, la directora de la escuela y dos maestras que la acompañaban, expusieron a las ocho madres de alumnas que formamos el comité de apoyo las nuevas directrices que pretendían aplicar en aras de encaminar a nuestras hijas en la dirección correcta. Estas charlas no suelen tener demasiada contestación por nuestra parte, pues, exceptuando un par de casos,  solemos asistir más por recibir la información que para proponer cambios.

En cuanto nos montamos en el Mercedes de Bibi, ésta envió un mensaje al afortunado. Después de un par de respuestas mutuas, anotó una dirección en el navegador. Once minutos nos separaban de una calle desconocida en un polígono industrial de Cornellà, un pueblo del extrarradio barcelonés en el que no recordaba haber puesto los pies nunca.

En este caso buscábamos un Seat Ibiza rojo. En cuanto lo divisamos, nos acercamos a él y aparcamos a su lado, siendo los dos únicos coches de una calle sombría que seguramente debía estar muy concurrida de día.

Avisé a mi amiga de la indiscreción que suponía que el individuo viera nuestro coche y pudiera anotar la matrícula, pero nos pareció mucho más arriesgado aparcar en una calle paralela y recorrer andando el desierto escenario.

El hombre superaba holgadamente los treinta años y no era nada atractivo. No veíamos su cuerpo ya que estaba sentado en su asiento pero era obvio que tenía sobrepeso. Con ambas ventanillas bajadas, comenzó una conversación escueta y directa. ¿Dama aburrida? ¿Cañón sideral?

A pesar de la ridiculez del seudónimo, el chico parecía educado, nada que ver con el bravucón de la primera vez. Nos disponíamos a entrar en su vehículo cuando nos pidió hacerlo en el de Bibi.

-Que me la chupe una dama de la nobleza me pone, pero que lo haga en su Mercedes es el súmum.

Bibi accedió, pues así cada vez que monte en él a partir de esta noche voy a excitarme recordando el momento, estás enferma, respondí. Ambas bajamos para que ellos pudieran pasar al asiento posterior, yo tomé la misma posición que la vez precedente y comenzó el espectáculo.

Si el hombre carecía de atractivo, su indumentaria, una bermuda estampada y una camiseta negra, empeoraban el conjunto, pero no estábamos allí para asistir a un pase de modelos. Nosotras, en cambio, sí vestíamos acorde a nuestra posición social y a la cita precedente.

Bibi siguió su ritual, anudarse el cabello antes de lanzarse a descubrir el tesoro oculto, mientras el afortunado esperaba impaciente. Tal como la foto nos había anunciado, era más oscura y menos venosa que la anterior. Estaba fláccida y los hinchados testículos tenían un tono morado debido al rasurado que se había aplicado hacía pocas horas.

Esta vez mi amiga no la acarició. En cambio, entonó un Ave María Purísima antes de introducírsela completamente en la boca que me hizo sonreír. Sin duda, estaba muy metida en su excitante papel. El aún moderado tamaño del miembro le permitió alojarla entera en su cavidad mientras sorbía sin ascender para notar como crecía en su interior. Lentamente fue subiendo, liberando otra monstruosidad mientras el chico gemía. Descendió, ascendió, descendió de nuevo para volver a ascender, con la misma lentitud que mostró cinco semanas atrás.

Yo también se lo haré así a Abel, me dije en ese momento. Ese pensamiento me excitó, endureciendo mis pezones y humedeciendo mi sexo. Bibi recorrió todo el pene, alternando paseos con la lengua que acababan en los testículos con sonoras succiones que elevaban la temperatura del habitáculo, así como los jadeos del paciente.

Aguantó menos que el primero pero también fue premiado con una prórroga de varios minutos cuando su simiente ya se alojaba en el estómago de mi amiga.

Un placer guapas, cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme fue su despedida cuando hubo bajado del coche.

-No entiendo cómo puedes habérsela chupado a un gordo asqueroso como éste –fue mi pregunta cuando enfilábamos el camino de vuelta a casa.

-De asqueroso nada. Es la polla más sabrosa que me he comido nunca. –La miré sorprendida, definitivamente había perdido el juicio. –En serio. Sabía superbién. A polla, evidentemente, pero no desprendía aquel olor agrio, medio sucio de algunas. -¡Qué asco! Pensé. –Y el semen sabía dulzón. Tendría que haberle preguntado qué ha comido hoy.

***

A las dos semanas volvíamos a estar en danza. Varias veces la avisé de que se estaba precipitando, que estaba yendo demasiado lejos, pues una cosa era probar una fantasía y ponerla en práctica y otra bien distinta, aficionarse a un juego peligroso.

Pero no quiso escucharme. Definía las dos experiencias como las más placenteras de su vida, exageras, objeté, pero allí estábamos de nuevo, aparcadas delante del Ikea de Badalona un miércoles a las once de la noche esperando al propietario de un pene muy blanco, de pelo rubio, que Bibi mostraba anhelante en la pantalla de su Smartphone. Por primera vez en su vida, mi amiga había llegado primero a una cita.

A los diez minutos apareció una moto negra de gran cilindrada que se dirigió directamente a nuestro coche. Aparcó a nuestro lado y al quitarse el casco asomó un joven rubio, de pelo cortado a cepillo que era francamente guapo. Dudo que tuviera más de veinte años.

Hechas las presentaciones de rigor, entró en el Mercedes. Su juventud, sin duda, le llevó a comportarse de modo impetuoso. No esperó a que Bibi se anudara el cabello, desconocedor de que era uno de los pasos de la puesta en escena de la mujer. Se bajó el pantalón y el slip y se lanzó a sobar los pechos de mi amiga con ansiedad, tratando de desvestir la camiseta Vogue que los cubría. Ésta le detuvo, pidiéndole calma, pero estaba claro que él quería imponer sus reglas.

Afortunadamente para ambas, el crío aguantó muy poco, pues llegó a ponerse realmente desagradable con su insistencia en desnudarla. La verdad es que por un momento temí que la cosa acabara mal.

-Cerdo asqueroso –sentenció Bibi cuando ya estábamos solas en el coche. Asentí, confirmándole que había sufrido por ella. –Para colmo la tenía sucia. Sabía a orines. Quién lo diría con lo guapo que era.

La mala experiencia con el Príncipe Rubio, así se hacía llamar, atemperó las ansias de mi amiga que pareció aparcar el juego una temporada. Que llegara agosto y marchara a Creta y Tanzania ella, a Nueva Zelanda y Australia yo, también supuso un impasse.

***

La vuelta al cole, que era como irónicamente nos referíamos al mes de septiembre por razones obvias, nos tuvo ocupadas con varios actos públicos en representación de una organización benéfica con la que colaborábamos varias socias del club, así como con el inicio del curso escolar que también nos daba más trabajo del que solíamos tener durante el resto del año.

Así que el tema no volvió a surgir hasta mediados de octubre. Aunque debo reconocer que las tres experiencias vividas, sobre todo las dos primeras, habían hecho mella en mí mejorando mi vida de pareja, lo concebía como un juego superado. Una travesura en la que había participado no activamente que estaba en mis recuerdos y que me había permitido incorporar nuevas sensaciones a mi sexualidad.

Así que cuando Bibi me tendió el teléfono para mostrarme varias fotos mientras estábamos tomando una copa de vino blanco en la terraza del club, no entendí a qué se refería hasta que vi la primera imagen orgullosamente obscena. Oscura, imponente, provocativa. ¿Otra vez estás con eso? Su respuesta fue mostrarme tres imágenes más de otros tantos candidatos.

-Mañana jueves salimos juntas a cenar y como postre…

-Bibi, después de la última experiencia pensaba que lo habías dejado. Pasamos un mal rato.

-No tan malo, solamente si lo comparas con las dos anteriores que fueron la leche. –Rió a carcajadas por la metáfora con segundas utilizada. Negué con la cabeza, no tienes remedio, así que insistió: -No te imaginas cuánto lo echo de menos. Estos meses, para poder chupársela a Carlos, para excitarme, necesitaba pensar en ellos, en que estaba en el coche haciéndoselo a ellos, a cualquiera de los tres.

-Estás enferma.

De las cuatro fotos que me mostró, la elegida fue la segunda. Según afirmaba el anunciante, medía 30 centímetros. A saber, pero a Bibi la excitaba el mero hecho de tragarse el pene más grande de su vida. Ella utilizaba otra palabra que rima con olla.

A mí me agradó que su alias fuera Caballero, después de decenas de usuarios autodenominados con los epítetos más soeces que una pueda escuchar. No esperaba que lo fuera en el significado estricto del término, claro, pero tal vez, pensé, sea algo más que un miembro a un cuerpo pegado. En ese momento no era consciente de cuánto significaría para mí.

Esta vez el encuentro se produjo en pleno corazón de Montjuic, la pequeña pero emblemática montaña que limita la ciudad por el sur y que suele estar frecuentada por deportistas y familias de día, por amantes furtivos en coche cuando oscurece. Que el punto de encuentro fuera algo rebuscado y que tuviéramos que utilizar el navegador del teléfono, mostrándonos la ubicación donde aguardaba, para llegar a encontrarnos, no me tranquilizó lo más mínimo.

Nos esperaba en un Audi A6 antiguo. Era mayor que nosotras, unos diez años más le eché, tenía bigote y se peinaba el abundante cabello negro hacia un lado. Aunque Bibi quiso llevar la voz cantante como las otras veces, el hombre no se lo permitió.

-Si tú eres Dama Aburrida, ¿quién eres tú? –preguntó imperativo mirándome de pie apoyado en su coche.

-Soy la amiga que la acompaña pero no participo.

-Ya veo. –Me desnudaba con la mirada. –¿Y si quiero que participes?

Negué. Afortunadamente Bibi salió al rescate, ella sólo mira, para preguntar también arrogante que en qué coche quería hacerlo, además de conminarle a mostrarle los atributos pues de no ser el propietario de la imagen, nos íbamos.

El hombre mantuvo su pose altiva, fría, unos segundos, antes de añadir sin dejar de mirarnos:

-Vamos a dejar las cosas claras desde el principio. Aquí las normas las marco yo. Tú me la chuparás cómo y cuando yo diga. Y tú, participarás si yo lo ordeno. –Un escalofrío recorrió mi columna. –Estas son mis condiciones. Si no os gustan, podéis largaros ahora mismo.

Vámonos de aquí pensé pero no me atreví a decirlo en voz alta. La mirada de aquel hombre intimidaba. Bibi me escrutó por espacio de varios segundos, calibrando mi reacción supongo, pero tampoco respondió. Esperaba que pusiera el coche en marcha y abandonáramos el lugar pero en vez de eso, le devolvió la mirada, vidriosa, anhelante.

Si aún no estaba claro que habíamos claudicado, las manos del caballero abriéndose el pantalón para que asomara su miembro, arrogante, fue nuestra condena. Realmente era la mayor que había visto nunca, la más grande que Bibi iba a degustar.

-Salid del coche las dos –ordenó. Obedecí temblando, mientras mi compañera parecía un animal en celo. –No me la chuparás en ningún coche. Te arrodillarás en el suelo, aquí mismo. Si realmente eres tan buena felatriz como pregonas, deberías saber que una polla se chupa arrodillada. Como acto de pleitesía al macho.

Bibi miró el asfalto, sin duda preocupada por mancharse el vestido o rasgarse las medias. Al llegar al lado de mi amiga, el desconocido continuó usando el mismo tono imperativo y machista:

-A las zorras callejeras no les importa pelarse las rodillas, pero confirmando que realmente sois damas con clase, permitiré que utilices la chaqueta como cojín.

Mi amiga llevaba un vestido de una sola pieza hasta medio muslo, Sita Murt creo, con una torera a juego en tonos oscuros. Sin que él lo hubiera ordenado directamente se la quitó, doblándola, pero antes de que la soltara en el suelo y se arrodillara, el hombre se dirigió a mí.

-Ya que no vas a participar activamente, lo harás de modo pasivo. Quítate también la chaqueta que también servirá de cojín de la reina.

Yo vestía pantalón elástico negro Margot Blandt a juego con una blusa marfil de la misma diseñadora, cubierto por la chaqueta bolero a juego en el mismo color claro. Mi cerebro negaba pero mis manos no le obedecieron. Me la quité, la doblé como había hecho Bibi con la suya y se la tendí, esperando que la mía quedara encima para no ensuciarla.

-Cuando quieras –ordenó mirándola.

Mi amiga preparó el cojín, con mi chaqueta encima afortunadamente, se arrodilló y no dejó de mirar su postre ni un segundo mientras le bajaba los pantalones hasta las rodillas. Sacó la lengua para comenzar lamiéndola, la recorrió hasta los testículos que también cató, para volver al glande que engulló golosa. El miembro ya había adquirido un tamaño considerable cuando el hombre emitió el primer gemido de satisfacción, acompañado de otro mandato humillante:

-Que sea la última vez que apareces con un vestido hasta el cuello. Pareces una monja. Me gusta ver y sobar las tetas de la comepollas que tengo arrodillada. –Par continuar girándose hacia mí. –Por hoy me conformaré con las tuyas. Venga, ¿a qué esperas? Ábrete la blusa y enséñamelas.

-¿Cómo? –llegué a preguntar aturdida. Pero no reaccioné como esperaba, reaccioné como ordenaba él. Desabroché los seis botones de la blusa, me quité el cinturón Corsario a juego, y me desabroché los corchetes dorsales del sujetador mostrándole a aquel desconocido, a cualquiera que pasara por allí, algo que solamente había visto Abel desde hacía dieciséis años.

-Buenas tetas, operadas sin duda. Pero son perfectas. Es obvio que has pagado a un buen cirujano. Las tuyas, en cambio, -continuó mirando hacia la mujer arrodillada –no puedo verlas pero parecen naturales. –Había alargado la mano para sobarle una. -¿Lo son? –Sí, respondió abriendo un poco la boca. –No dejes de chupármela si no te lo ordeno.

Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Estábamos al aire libre, relativamente escondidas pero cualquiera que pasara con el coche podía vernos, arrodillada mi amiga, medio desnuda yo, aguantando el tono machista de un sátiro que disponía de nosotras como si fuéramos esclavas romanas.

La felación era cada vez más sonora. Por los esfuerzos de Bibi para alojar aquella enormidad, respirando, sorbiendo, llegando a tener alguna arcada incluso. Por los gemidos cada vez más continuados, acelerados, del desconocido. Agarró a Bibi del cabello con la mano derecha, yo te ayudo a tragártela entera, para empujar lenta pero sostenidamente su virilidad en la garganta de mi amiga, que se debatía entre salivar, respirar y alojar. A pesar de la tensión en la musculatura de mi compañera, completamente roja en la cara y el cuello, ni ella se retiró ni él retrocedió. Con la nariz de la pobre chica contra su pubis el desalmado aún fue capaz de proferir dos órdenes adornadas por sus jadeos. Aguanta, referido a Bibi, acércate, a mí. Di el paso, sin objeciones. Su mano libre, asió mis pechos, sobándolos, para emitir un profundo gemido, gutural, al inundar la garganta de mi pobre amiga.

La profundidad de la penetración y la fuerza del músculo percutor provocaron que varias arcadas la sacudieran pero aún hoy no entiendo cómo lo hizo para no desalojar aquel pene de su cuerpo. Fue el hombre el que lo retiró lentamente hasta dejar solamente el glande protegido. Cuando mi compañera se apartó para inhalar una profunda bocanada de aire, el caballero tuvo las santísimas narices de afeárselo. ¿Te he dicho que dejes de chupar? Bibi respondió rauda, chupando con desespero, como si acabara de comenzar.

Así estuvimos un rato, sobándome con ambas manos mientras mi amiga no se detenía. Entonces ordenó, límpiame los huevos que los tienes abandonados. Hasta que llegó el colofón de la noche.

-Eres realmente buena. De lo mejor que me he encontrado, pero no estoy satisfecho del todo. Tengo a dos zorritas a mi disposición y solamente trabaja una. -Hizo una pausa para mirarme fijamente, pero negué con la cabeza incapaz de llevarle la contraria. –Si queréis volver a verme debo irme a casa con dos mamadas. Ya que tu amiga no quiere colaborar, ¿serás capaz de exprimirme de nuevo? –Sí, respondió Bibi chupando con más ansia aún, si es que ello era posible.

Lo logró. Pero una amenaza quedó flotando en el aire. La próxima vez tú también participarás.

Llegué a casa temblando. Tiritaba, y no era frío lo que sentía mi cuerpo, pues ardía. Entré en el baño de invitados, ya que utilizar el de nuestra habitación podía despertar a mi marido que debía dormir plácidamente, tratando de lavarme la cara y serenarme. Como esté despierto, lo devoro, le confié a mi reflejo en el espejo, pero al abrirme la blusa deseché tal posibilidad. Dos puntos morados, dos dedos ajenos, mancillaban mi pecho derecho. Pobre, no debe verlo, lo que me sumió en el mayor de los desconsuelos posibles, por no poder consumar un acto que necesitaba, por el punzante sentimiento de culpa que me martirizaba.

***

Una semana después, Bibi me mostraba contenta un mensaje de Caballero acordando otra cita para el día siguiente, en el mismo sitio. Me negué, esta vez no vengo, no voy a dejarme sobar de nuevo, pero lo que me asustaba de verdad había sido su amenaza de obligarme a participar. Racionalmente, me dije, nunca ningún hombre te ha obligado a hacer nada contra tu voluntad y éste no va a ser el primero. Pero tenía serias dudas de poder controlar la parte irracional de mi mente, pues había sido incapaz de negarme a algo que no debí haber hecho.

Mi teléfono sonó a las 11.15 de la noche. Estaba en la cama leyendo al lado de mi marido cuando me sorprendió ver en la pantalla el número de Bibi. Respondí, alucinando con lo que me pedía mi amiga.

-Tienes que venir. -¿Ahora?, pregunté levantándome de la cama para que Abel no oyera nuestra conversación. –Sí, ahora. Si tú no estás no hay juego.

-Pues no hay juego. Si ya me parecía una locura, este caso me parece demencial. ¿Cómo puedes dejarte arrastrar de esta manera?

Insistió, pero Abel también se había levantado preocupado por mi amiga, no es nada cariño, así que corté la discusión con un escueto, no es buen momento. Pero me quedé muy preocupada, pues el comportamiento de mi amiga me descolocaba.

De vuelta a la cama, no pude concentrarme en la lectura. Mi mente era una concatenación de imágenes de penes variados engullidos por labios expertos, mientras la voz del autodenominado Caballero me ordenaba participar. Me excité como pocas veces, así que me giré hacia mi marido, colé la mano por debajo del fino nórdico de otoño Lexington hasta llegar a su virilidad. Me miró sorprendido, sonriendo a pesar de avisarme que estaba muy cansado, no te preocupes, esta noche sólo trabajaré yo.

Aparté ropa de cama y ropa de noche masculina para engullir el miembro que me había dado cuatro hijos. Lamí despacio, saboreando, sintiendo cada milímetro de aquel pene que había llevado al orgasmo tantas veces aunque nunca lo había hecho con la boca. Hoy llegaré hasta el final, me dije.

Abel, el sí se comportó como un caballero, me avisó varias veces que estaba a punto de eyacular, incluso llegó a agarrarme de la cabeza para apartarme, pero no se lo permití. Por segunda vez en mi vida un hombre descargaba en mi boca. La primera me había parecido asquerosa, fruto de la inexperiencia mutua de dos adolescentes. Ésta la degusté con ansia. Me levanté para pasar al baño a escupir su simiente, pero cuando iba a agacharme en la pila, me miré en el espejo y me atreví. No me gustó el sabor, ni en mi paladar ni en mi garganta, pero cuando noté como cruzaba mi tráquea, una leve sacudida recorrió todo mi cuerpo finalizando en mi sexo en un pinchazo parecido a un orgasmo.

Mi marido me miraba sorprendido cuando volví a su lado. ¿A qué ha venido esto? Me apetecía. Nunca me lo habías hecho. ¿Te ha gustado? Mucho. ¿Quieres que lo repitamos? ¿Ahora? No, tonto, en otra ocasión. Claro.

Aún hoy, casi dos meses después, soy incapaz de explicar por qué me dejé convencer. Bibi estuvo enfadadísima conmigo los días siguientes, pues no comprendía cómo podía haberla abandonado, indignada conmigo, cuando el que la había echado de su coche había sido el caballero negándole su juguete si yo no estaba presente. Argumenté con una amplia batería de razones pero no quiso escucharme. No solamente estaba mal lo que estábamos haciendo y podía tornarse peligroso, además me ponía en un brete que para el que no me sentía preparada. Y Abel no se lo merecía.

Pero ella esgrimió únicamente un argumento. Te excita tanto como a mí.

Tenía razón, por lo que prometí acompañarla con otro desconocido, pero no con Caballero, pues aquel hombre me intimidaba y no estaba segura de poder controlarlo, de poder controlarme.

Supe que me estaba engañando cuando quedó con el siguiente. Como otras veces, me mostró imágenes de miembros desconocidos, pero el instinto me avisó. Ha quedado con él. Algo que confirmé cuando dirigió el coche de nuevo a Montjuic. Pero no protesté.

El Audi A6 estaba aparcado en el mismo lugar sombrío. Cuando nos detuvimos a su lado, bajó la ventanilla confirmando que Bibi no venía sola. Sonrió satisfecho. Veo que la has convencido. Temblaba, tenía un nudo en el estómago y una parte de mí pedía salir corriendo. Pero cuando el hombre bajó del coche, esperando que nos uniéramos a él, no pude reprimir una intensa excitación.

Mi amiga se quitó la chaqueta, mostrando una blusa estampada que se desabrochó sin que él se lo ordenara. ¿Y tú? Me preguntó. También me despojé de la prenda exterior mostrando el sueter morado de cuello alto Yves Loic. Cuando nos ordenó arrodillarnos, Bibi obedeció como una autómata, pero fui capaz de aportar la poca dignidad que me quedaba para pedirle que en el suelo no, dentro del coche. Me miró largamente, retándome, hasta que asintió, te lo concedo por esta vez.

Afortunadamente los asientos posteriores de un Audi A6 son lo suficientemente amplios para que cupiéramos los tres con relativa comodidad. Que ambas fuéramos mujeres delgadas y que él no estuviera gordo, aunque tenía un poco de sobrepeso, lo facilitó. Mi amiga a la derecha, yo a la izquierda del hombre.

Dejamos chaquetas, blusas y sujetadores en el asiento delantero, mientras caballerosamente alababa nuestros atributos. Empezó acariciando los de Bibi, elogiando su forma y dureza. No has tenido hijos, ¿verdad? Una, pero no le di el pecho. Típico de niñas ricas, soltó con desprecio. ¿Y tú, tienes hijos? Cuatro. ¿Te operaste porque los amamantaste y se te cayeron las tetas o las tenías pequeñas y quisiste hacer feliz a tu marido? Los amamanté, respondí sumisa, incómoda por la alusión a mi esposo.

Chupa, ordenó a su derecha, mientras me utilizaba de asidero, sobándome sin compasión. Bibi obedeció ansiosa, desesperada diría yo, tanto que tuvo que ordenarle que se lo tomara con calma, ya no eres una cría de quince años.

-¿Cuántas pollas has chupado en tu vida? –me preguntó. No sé, respondí con un hilo de voz. –Cuéntalas. –Seis, fui capaz de contestar cuando mi cerebro completó la suma. –Me gusta el número siete, pero te gustará más a ti. Acaríciame los huevos.

Obedecí, mientras mi amiga daba lo mejor de sí misma. Le preguntó si la había echado de menos. Mucho, respondió jadeando sin abandonar su juguete. Sus testículos llenaban mi mano, calientes, pesados, mientras sus dedos pellizcaban mis pezones.

-¿Cuánto hace que no chupas una polla? –me preguntó. Dos días. -¿La de tu marido? –Asentí. -¿Cómo se llama? –Abel. -¿Cuánto hace que no chupas una polla distinta de la de Abel? –Diecisiete años. –Pues ya va siendo hora que cambiemos eso –sentenció mirándome a los ojos.

No fue mi cabeza la que tomó, ni empujó mi nuca. Fue la cola de Bibi la que asió para dejarle espacio a tu amiga. Nerviosa, incómoda por las alusiones a mi marido, pero terriblemente excitada, bajé la cabeza lentamente hasta que sentí el olor de aquel hombre. Me detuve un instante, pero el glande morado, el tronco húmedo, el miembro engreído me atraían como nunca me había atraído nada. Abrí la boca y noté su sabor, intenso. Cerré los ojos para intensificarlo. Y por primera vez en mi vida, cometí un acto abyecto, inusual en mí, del que temí arrepentirme en los días venideros.

Pero no me arrepiento. Mentiría si dijera lo contrario. A pesar de los titubeos iniciales, a los pocos segundos estaba chupando con todas mis ganas. ¿Qué imán escondía aquel pene, aquel hombre, capaz de convertirme en una fulana? Ni lo sé, ni lo comprendo. Pero cuánto más sucia me sentía, más excitada estaba. Suciedad que se tornó en estulticia, en obscena indecencia, cuando la lengua de Bibi apareció a escasos centímetros de mis labios lamiéndole la bolsa escrotal.

Sentí en ese instante el significado del pequeño orgasmo sostenido que mi amiga había descrito semanas atrás. No llegué al clímax, mis caderas no vibraron espasmódicas, pero nunca había sentido un hormigueo tan intenso en mi sexo.

No eyaculó en mi boca. Lo odié por ello. Prefirió detenerme para encajarla en la garganta de mi amiga, cuyo estómago recibió el premio. Como si fuera capaz  de leerme la mente, me tranquilizó. El próximo día mi semen será para ti. Hoy has dado un paso importante pero aún es pronto.

Quiso conocer nuestros nombres reales, el de nuestros maridos, así como el de nuestros hijos. Respondimos sumisas. También le dijimos dónde vivíamos, no quiero la dirección, solamente el barrio. Todo ello con aquel miembro orgulloso presidiendo la charla, desafiante, que Bibi primero y yo cuando lo ordenó, acariciamos sin descanso para que no perdiera vigor.

Se me hace tarde, anunció mirando el reloj metálico de pulsera, así que tú, Dama Aburrida, vacíame de nuevo antes de que os despida de mi coche. Diez minutos después lo abandonábamos silenciosas, Bibi con la garganta irritada, yo con los pechos inflamados.

***

En menos de una semana volvimos a quedar con el caballero del que desconocíamos el nombre. Involuntariamente había entrado en el juego de Bibi, sintiéndome más ansiosa que ella ante el nuevo encuentro.

No lo demostraba, claro, pero interiormente era así. Extrañamente, además, no habíamos comentado nada entre nosotras. Las cuatro veces anteriores nos habían dado tema de conversación, incluso de discusión, durante horas, mientras ahora éramos incapaces de comentar nada como si el secreto debiera circunscribirse al interior del Audi A6.

Pero no puedo negar que viví los seis días más excitada de mi vida. Suelo llevar salva-slips por una cuestión higiénica, pero era tal la cantidad de flujo que mi sexo desprendió aquellos días que tuve que sustituirlos por compresas.

Así que cuando nos recibió sentado en su altar me entregué tanto o más que mi amiga. No soy capaz de alojar aquella monstruosidad en mi garganta como ella sabe hacer, pero a ganas, a voluntad, no me iba a superar.

Otra vez quiso que se la chupáramos las dos simultáneamente, pero la que le lamía los testículos también debía subir por el tronco, ordenó. Cada minuto que pasaba me sentía más sucia, más inmoral, más puerca, más entusiasmada con el juguete que compartía con mi amiga. Sentí celos cuando noté que nuestro hombre se acercaba al orgasmo y era Bibi la que le estaba chupando el glande. Afortunadamente, el caballero nos ordenó cambiar de papeles.

No solo sentí una descarga eléctrica cuando su simiente inundó mi boca. Gemí feliz, sorbí ansiosa, dichosa por el premio recibido. Bibi recibió su jarabe media hora más tarde, mientras era yo la que trabajaba la entrepierna para aumentar el placer de nuestro dueño.

***

Volvimos a Montjuic, al Audi A6, dos veces más aquel mes de noviembre. La primera a media tarde de un lunes, cuando el sol otoñal aún no se había puesto. Temí ser vista por alguien pero ello no me impidió, no nos impidió, comportarnos como fulanas, bautizadas ambas en nuestra nueva religión.

La segunda vez me obligó a bajar del coche. Arrodillada en el suelo, afortunadamente aquella noche llevaba tejanos oscuros Gisèle Munch, vacié aquel apetitoso depósito mientras llenaba el mío. La puerta posterior abierta me resguardó de mirones pero no del frío. Por ello, nos citó en su piso la primera semana de diciembre.

Ante la dificultad por aparcar en las callejuelas del barrio de Horta, Bibi alojó el vehículo en un parking cercano a la dirección que nos había enviado, ansiosa por contentar a su nuevo macho. A nuestro macho. La previne ante la posibilidad que Carlos viera el cargo de la tarjeta de crédito en un lugar y a una hora inexplicable, pero no le importó. Necesitaba complacer a su compañero. Ese pensamiento, que no verbalizó con palabras, me llenó de celos como si de Abel se tratara.

Llamamos al timbre del cuarto piso, nos abrió vestido con un batín de cuadros para hacernos pasar a la sala de estar, más pequeña que el baño de mi habitación. Un sofá de dos plazas de sky marrón, una mesita de cristal con revistas y un mueble de caoba oscura eran todo el mobiliario del espacio. Por educación nos quedamos paradas cerca de la puerta, esperando ser invitadas a sentarnos, pero recibimos, en cambio, una reprimenda. ¿A qué esperáis?

Reaccionamos automáticamente desvistiendo la mitad superior de nuestro cuerpo, arrodillándonos ante nuestro brujo, hechizadas. Se sentó en el sofá, Bibi le abrió la bata, bajo la que no llevaba nada y nos lanzamos ambas hambrientas. Compartimos alimento unos minutos hasta que me ordenó entrar en la cocina y traerle una copa de coñac. Tardé en dar con el cristal y la bebida, pues una cocina no es mi hábitat natural, menos una ajena.

Cuando aparecí en la salita, Bibi tenía su virilidad alojada en la garganta mientras el Caballero la sujetaba de la cabeza para que no se moviera. Estaba completamente roja, pues parecía llevar unos segundos en aquella posición. Le tendí la bebida y le dio un trago largo.

-No hay mayor placer que degustar una copa de coñac con la polla completamente incrustada en la garganta de una buena zorra. –La saliva de mi amiga resbalaba por su barbilla, pero no se movía a pesar de emitir leves sonidos guturales. Dio un segundo sorbo, y sin soltar la copa, aflojó la presión sobre mi amiga. –Venga, ya estoy a punto. Tú zorrita, cómeme los huevos.

Obedecí sin dudarlo, a pesar de que era la primera vez que un hombre me llamaba de ese modo.

Durante un rato, como nos tenía acostumbradas, nos tuvo sentadas a su lado acariciándole esperando el segundo asalto. Así lo definía. Tranquila zorrita, parecía haberme bautizado, en unos minutos tú también tendrás tu medicina. Pero antes de ello, nos dio una orden de obligado cumplimiento para el siguiente día.

-No quiero volver a veros en pantalones. Las zorras visten provocativas. Ya sé que sois zorras con clase, pero la única diferencia entre vosotras y las de carretera es que vuestra ropa es más cara.

Lejos de molestarnos, de molestarme, el comentario me encendió más si cabe. Lo leyó en mis ojos, extraña capacidad la suya que me desarmaba completamente, así que no tuvo que darme la orden. Me arrodillé en el suelo, entre sus piernas, como sabía que él dictaba y trabajé para ganarme el premio. La variante vino cuando, sopesándome los pechos, me ordenó masturbarlo con ellos, que la pasta invertida por tu marido sirva para algo, pinchó. La posición impedía a Bibi lamerle los testículos, así que agarrándola del cabello la obligó a besarlo, con lengua, en un gesto que consideré más obsceno aún, para soltarla bruscamente obligándola a lamerle los pezones, fláccidos y velludos.

Pero igual como estaba haciendo yo, mi amiga cumplió sumisa.

***

No volvimos en diez días. Dos veces nos convocó, dos veces lo anuló, aumentando nuestra impaciencia, incrementando nuestra excitación. Sé que lo hizo adrede, pues de no haber sido así no nos hubiéramos comportado como las zorras que describía cuando cruzamos el umbral de su casa aquel 15 de diciembre.

Ambas nos quedamos paralizadas en el quicio de la puerta de la sala al encontrarnos con otro hombre. Pasad, no tengáis miedo, nos empujó tomándonos de la cintura.

-Si para vosotras yo soy un caballero, a mi amigo lo podéis llamar Gentilhombre. ¿Qué te parecen las dos zorras ricas?

-¡Joder! Están bien buenas –respondió con una voz desagradablemente ronca, mirándonos impúdicamente, desnudándonos con la mirada.

Aunque no protestamos, estábamos demasiado ansiosas por venir ni teníamos osadía para ello, el Caballero volvió a dejar claras las nuevas reglas del juego, que acatamos sin rechistar.

-La presencia de mi amigo no cambia nada. No tenéis de qué preocuparos pues sabéis de sobra que tengo polla para satisfaceros a las dos. –Esa frase humedeció mi sexo. –Pero como es de bien nacidos ser agradecido, reza el refrán, he pensado que tal vez os vendría bien un poco más de actividad pues a zorras como vosotras no es tan fácil teneros contentas. Además, aquí mi amigo también tiene sus necesidades.

Un mes antes, hubiera abandonado aquel piso diminuto de barrio obrero sin dudarlo. Bibi creo que también, aunque ella siempre había sido más proclive a aventuras sórdidas, pero la voz de Caballero, su magnetismo, nos tenía subyugadas.

-Cómo ves, son guapas y tienen clase. ¿Has visto con qué elegancia visten? ¿Con qué distinción se mueven? –Mientras él se había sentado en una butaca individual que no estaba el día anterior, el amigo había ocupado el sofá de dos plazas. –Pero es fachada. Arrodilladas son tan zorras como las baratas.

Comencé a temblar cuando nos ordenó desnudarnos. Ambas llevábamos falda con blusa o sueter, así que procedimos como de costumbre, solamente mostrando la mitad superior. Pero esta vez, también cambiaríamos eso. Fuera faldas. Mis piernas tenían serias dificultades para mantenerme de pie debido a los insistentes espasmos que mi sexo les enviaba. Al llevar panties, también nos los hizo quitar añadiendo otra instrucción a las normas que debíamos obedecer.

-No quiero volver a veros con medias de monja. El próximo día hasta medio muslo. Esto no es un convento. –El amigo rió la gracia, hambriento, no dejaba de sobarse el paquete por encima de la ropa. Era desagradablemente sucio, un viejo verde, descuidado y más gordo, aunque debía tener la misma edad que su compañero. -¿Qué te parecen? Puedes elegir a la que quieras aunque no tienen prisa y te dará tiempo de probarlas a las dos. Mientras te decides, -se giró hacia nosotras –servidnos un coñac a cada uno. La mujer de Abel sabe dónde encontrarlo.

Cuando entré en la cocina tuve que apoyarme en el mármol pues me costaba mantenerme de pie, la compostura hacía semanas que la había perdido. Bibi me miró, vidriosa, preguntándome con la mirada qué hacíamos, pero la respuesta era obvia, además de compartida. Quedarnos y tragar, nunca mejor dicho.

Cada una entregó un vaso a un hombre, yo entré primero así que se lo tendí a Caballero que estaba más lejos. Volvimos a quedar de pie en medio de la diminuta sala, vestidas solamente con un tanga y los zapatos, tal como nos habían ordenado.

-La rubia tiene una hija y su marido se llama Carlos. Tiene una empresa de 200 trabajadores y es mayor que nosotros. Se ve que le van maduros, así que tal vez deberías empezar por ahí. La chupa de vicio. Las dos la chupan de vicio –los celos iniciales se tornaron en orgullo, -pero esta se mete toda mi polla hasta la garganta. -¿En serio? –Cómo lo oyes. -¡Menuda zorra!

-La morena es más tímida. Está casada con otro jefazo de no sé qué multinacional y tiene cuatro hijos. -¿Cuatro? –Cuatro, ya sabes cómo son las pijas ricas, como los van a dejar en manos de niñeras, no se cortan. Por eso se operó las tetas, pagadas por su queridísimo Abel. No tiene la garganta de la amiga, pero creo que es más zorra que ella. –El cerdo babeaba, pero mi entrepierna no le iba a la zaga.

No me sentía como una esclava romana, hoy su trato hacia nosotras era más degradante que un mercado persa. Pero allí estábamos, de pie, aguantando improperios, ansiosas, sedientas, excitadas.

Hubiera aplaudido, vitoreado incluso, cuando Caballero me llamó a su vera. Pero mi pudor, el poco que me quedaba, me lo impidió. Bibi se acercó al amigo, desagradable, desaliñado, pero sabía que yo también pasaría por allí.

Fui más rápida que mi amiga desvistiendo a mi miembro, catándolo. Noté sus manos sobando mis pechos, que ofrecí orgullosa irguiéndolos, acercándolos a las expertas extremidades. Sorbí con deleite, con hambre, confirmando que yo era más zorra. La más zorra que nunca hayas conocido. Sin que me lo dijera bajé a sus testículos, huevos me dije a mí misma, llámales por su nombre de guerra, volví a su miembro, hasta que decidí premiarlo con mis pechos, mis tetas. Abracé su pene con ellas, su polla, y lo masturbé mirándolo extasiada. En sus ojos vi satisfacción, gozo, reconocimiento.

Cuando cerró los ojos miré a mi izquierda, donde Bibi engullía aquel miembro asqueroso. Lo había alojado completamente en su boca, este no le llegaba a la garganta, pero sorbía lentamente, llevando a aquel cerdo que la agarraba de la cola, al séptimo cielo. Pude apreciar que era un pene oscuro, ancho pero corto, porque en aquel momento se lo sacó de la boca para lamerle los huevos, casi negros. Entonces el hombre se levantó, súbitamente, chúpame la polla zorra, orden que Bibi obedeció atenta, mientras el hombre descargaba, eso es, bébetelo todo puta rica.

Giré la cabeza pues no quería que mi hombre se sintiera desatendido. Había abierto los ojos por lo que me sentí pillada en falta. Para compensarle, bajé la boca rápidamente y reanudé la felación con la mayor profesionalidad que fui capaz. Se corrió al poco rato sosteniéndome de los pechos, una mano en cada teta, apretando, agarrado a mis pezones.

-¿Qué te ha parecido tu zorra? –preguntó Caballero.

-¡La hostia! Nunca me la habían chupado así de bien.

-Pues viniendo de ti tiene mérito –rió jocoso, -con la de putas a las que has pagado.

-Ninguna puta le llega a la suela de los zapatos a esta dama –sonrió burlón, agarrándola de un pecho.

-Pues espera a probar a la madre de familia. Tampoco le va a la zaga.

El viejo verde resopló, mirándome famélico, como un depravado. Pero aún no me reclamó. Vació de un trago su vaso y pidió otro, así que Caballero nos lo ordenó, servidnos otra copa, damas. Ambas entramos en la cocina para atender su demanda cuando me sobrevino. Los espasmos en mi vagina no se habían detenido ni un momento, pero sería por la fricción en mis labios provocada al caminar, sería porque estaba tan desbocada que había perdido el norte, no lo sé, pero me corrí de pie agarrada al mármol de la cocina con tal intensidad que Bibi tuvo que sostenerme.

-¿En qué nos hemos convertido? –pregunté cuando recobré el aliento. Su mirada, esquiva, me desorientó.

Aunque no me apetecía, era obvio que ahora tocaba intercambio de parejas. Tendimos la bebida a cada uno según el nuevo orden, pero en vez de quedarnos de pie, Gentilhombre me invitó a sentarme a su lado. No me apetecía, pero bastó una mirada de Caballero para que obedeciera sumisa.

Me pasó un brazo por encima del hombro con el que me lo acariciaba, así como la nuca y el cabello, mientras sostenía la copa con la derecha, hasta que decidió que necesitaba las dos manos libres y me lo entregó para que yo lo sostuviera. Ahora, su mano acarició mis pechos, ¿cuánto te han costado?, no lo sé, los pagó mi marido, ¿Abel?, sí respondí mientras un pinchazo se me clavaba en las sienes, remordimientos, y otro en mi sexo, excitación. Bajó la mano a mi entrepierna, pero yo no las separé, eso no, pedí, así que cambió de objetivo. Después de detenerse en mis tetas, con un dedo ancho y arrugado recorrió mis labios. ¿Estos son los labios que me la van a chupar? Asentí. Entonces acercó su cara a la mía para besarme. No quería pero algo me paralizó. Sus labios chocaron con los míos, que no abrí pero fueron lamidos por su lengua. Sabía a alcohol. Me miró altivo, disgustado. ¿No quieres besarme? Negué con la cabeza, rogando para que Caballero no lo hubiera oído.

-Ya veo, no soy lo suficientemente bueno para ti. –Me pellizcó un pezón con saña, haciéndome daño, por lo que no pude evitar un quejido. –Pues ya va siendo hora que alguien te baje esos humos. No eres más que una zorra que se alimenta de polla, así que venga, ¿a qué esperas? Aliméntate –ordenó arrastrándome del cabello hacia su pubis.

No dudé. Me la metí en la boca para acabar lo antes posible, pero no conté con que se había corrido hacía menos de media hora. Después de un buen rato ensalivando aquel miembro corriente me ordenó arrodillarme a su lado en el sofá, como una perra con el culo en pompa y las tetas colgando. Primero me las sobó, hasta que cambió de objetivo. Después de acariciarme la nalga me soltó una nalgada. No me lo esperaba, así que detuve la felación, sorprendida, pero la segunda, más fuerte y sonora, me obligó a continuar. No sé cuantas me pegó, pero se reía y me llamaba perra, hasta que oí la voz de nuestro hombre, al rescate.

-Ayuda a tu amiga que es tarde y quiero acostarme. -Al momento, Bibi apareció a mi izquierda, arrodillada en el suelo, para lamerle los testículos y acelerar su orgasmo. -¿Qué te parece el juego? ¿Divino, eh?

Pero Gentilhombre ya no respondió. Bufaba como un toro, aunque físicamente me recordaba más a un hipopótamo, señal inequívoca de que estaba a punto de derramar su semilla en mi paladar.

***

-No quiero repetirlo.

La sentencia me dejó descolocada. Debería haber sido yo la que la pronunciara, pero había salido de los labios de Bibi, los mismos labios que nos habían llevado al acantilado por el que yo también sentía que nos estábamos despeñando.

Habíamos vuelto al apartamento de Horta y de nuevo nos habíamos comportado como perras calientes, esa era la definición con que Gentilhombre nos había definido esta segunda vez, ataviadas con medias hasta medio muslo, tanga y zapatos de tacón.

Aún sentadas en el coche de mi amiga, delante de mi casa, pasada la media noche de un 20 de diciembre.

Entré en casa, sucia, con la frase de mi compañera de travesuras taladrándome el cerebro. Tenía razón, me decía mientras el agua caliente de la ducha limpiaba los vestigios de mi depravación. Tiene razón, me repetí. Esta ha sido la última vez.

Pero sabía que me estaba engañando a mí misma.

El 24 por la mañana, vigilia de Navidad, sonó mi teléfono. Era Caballero, al que Bibi le había dado mi número, pues ella había decidido acabar con el juego. Le confirmé la decisión de mi amiga a la vez que yo también le comunicaba que no lo veríamos más.

-Me gustaría despedirme de ti. –No respondí, sorprendida por el tono amable, confidente, del hombre que siempre se había comportado como un señor feudal. –Creo que te lo mereces. Que nos lo merecemos ambos. Será una sola vez, la última, y te prometo que no te arrepentirás.

Negué, pero él también notó la poca seguridad de mi voz. Sólo será un vez más, te necesito. Mis piernas temblaron de nuevo, mi sexo se licuó. Sólo una vez, respondí. Te espero esta tarde en mi casa. ¿Hoy? Es Navidad, objeté. Considéralo un regalo que nos hacemos mutuamente.

A las cuatro de la tarde aparcaba el Mini Cooper que Abel me regaló para mi cumpleaños en el mismo parking que Bibi había utilizado. Subí hasta el cuarto piso ataviada con un abrigo largo para protegerme del frío, pues siguiendo sus instrucciones me había vestido como una buscona. Falda corta, tanto que no cubría la blonda de las medias, camiseta ceñida y sin sujetador.

Crucé la puerta del piso que había dejado entornada, el corto recibidor y entré en la sala donde me esperaba sentado en su trono, en bata. Quítate el abrigo. Me escrutó como al trozo de carne en que me había convertido un buen rato, hasta que me felicitó por mi disfraz, de fulana, especificó, pues hoy es un día especial, será un día especial.

No quiso que me desnudara. Acércate. Me arrodillé ante mi señor, abrí la bata y comencé el último contacto que iba a tener en mi vida con aquella maravilla. Era una despedida, así que di lo mejor de mí, esmerándome, recorriéndola, con la firme intención de dejar huella. Pero me detuvo poco antes de llegar al orgasmo.

Me quitó el top, amasó mis pechos, pellizcó mis pezones, mientras mis gemidos se tornaban jadeos, hasta que coló la mano entre mis piernas. Estás empapada. Cerré los ojos sintiendo la llegada de un orgasmo que me recorrería de arriba abajo, pero se detuvo. Lo miré sorprendida, turbada, rogando que continuara, pero me tomó de la mano levantándonos para llevarme a su habitación, cuya puerta también estaba entornada.

Reanudó las caricias a mi sexo mientras cruzábamos el umbral, sosteniéndome de la cintura para que no defallera. Me apoyó contra la pared, abrí las piernas tanto como pude, rogándole que acabara el trabajo. Y entonces lo noté. Una presencia.

Gentilhombre me miraba, sucio, sentado en un lado de la cama. No, suspiré, ¿qué hace él aquí? Traté de protestar, pero los dedos de mi hombre no me dejaban pensar. Otra vez el orgasmo estaba aquí. Pero de nuevo se detuvo.

¿Quieres correrte? Por favor. ¿Quieres correrte? Por favor, lo necesito. ¿Quieres correrte? Sí, necesito correrme, te lo ruego. Arrodíllate, ordenó sentándose en el filo de la cama. Chupé con ansia, con avidez, con gula, jadeando como una perra.

Noté claramente como Gentilhombre se movía, me rodeaba, me levantaba la diminuta falda y apartaba el tanga para colar su asquerosa mano entre mis piernas. Lo necesito, me repetí, necesito correrme, pero de nuevo, cuando me acercaba al orgasmo, aquellos dedos callosos me abandonaron. Un no lastimero surgió de mi interior, pero Caballero me tranquilizó. Ya llegas cariño.

No fue una mano la que me llevó a explotar, no fueron unos dedos. Un pene grueso y corto, casi negro, que había deglutido dos veces en mi vida, entró en mi sexo de una estocada. La polla que tenía en la boca chocó con mi campanilla, provocándome una arcada, pero gemí sonoramente como la perra que aquel viejo verde estaba montando. Fue un orgasmo abrasador, que no remitió pues dos miembros me perforaban, llevándome en volandas a un Paraíso desconocido para mí.

Cuando la semilla de Caballero cruzó mi garganta sentí el segundo clímax de aquel interminable orgasmo, coronado en el tercero cuando la simiente del invitado anegó mis entrañas. Me descabalgó pero no cambié de posición, arrodillada en el suelo, con las nalgas levantadas, incitadoras, y mi rostro alojado en la entrepierna de aquel hombre que me había descubierto un mundo desconocido.

¿Cómo había podido caer tan bajo? Me pregunté en un momento de lucidez, dejándome follar por aquel ser inmundo. Pero el pensamiento fue pasajero, pues leyéndome la mente de nuevo, Caballero no me dejó seguir por aquel derrotero.

-Chúpamela un poco que ahora seré yo el que te folle. Será mi regalo de Navidad.

Como no podía ser de otro modo, obedecí, insaciable. Si sentir aquella monstruosidad en la boca casi me llevaba al orgasmo, ¿cómo sería sentirla en mi vagina? El pensamiento me derritió, licuándome.

Cuando lo creyó oportuno, se retiró en la cama para sentarse mejor, me incorporó y me mandó encajarme. Ahora sabrás lo que es ser empalada.

En cuanto su polla cruzó mis labios comenzaron los espasmos, cuando su glande tocó mi matriz grité, con todas mis fuerzas, desbocada. Se movió despacio, para que aquella barra que me partía se acomodara al nuevo hábitat. Me agarré con fuerza a sus brazos, clavando mis uñas como si quisiera devolverle una milésima parte de la intensidad que me profanaba. Perdí el control de mis caderas, que se movían enajenadas, buscando escapar, tratando de no soltarse, incoherentes.

Los orgasmos volvían a sucederse descontrolados, uno solo o muchos consecutivos, soy incapaz de precisarlo, pero nunca había sentido nada igual. Fue tal la vehemencia del acto, que estuve cerca de perder el conocimiento. Cuando eyaculó, no inseminó mi matriz, anegó mi estómago, mis pulmones. Noté el sabor de aquel conocido néctar en mi propia garganta.

Caí derengada sobre la cama, cerrando las piernas pues mi vagina ardía, mis labios interiores y exteriores chillaban irritados. Pero no tuve descanso. Unas manos me tomaron de los tobillos, tirando de mi cuerpo hasta el límite de la cama, me abrieron las piernas y acomodaron una polla de nuevo, a pesar de mis débiles ruegos para detenerlo. Era más estrecha, pero era tal la irritación de la zona que noté puñales clavándose en ella.

Me dejé hacer, extasiada, mientras el cerdo asqueroso me llamaba zorra rica, puta barata, agarrándome los pechos con furia, pasando su sucia lengua por mi cara, buscando la mía. A penas noté su eyaculación, pero la oí. Si te he dejado preñada, no vengas a buscarme.

***

He dedicado los últimos quince días a mi familia. Se lo merecen, se lo debo. Hemos pasado unas felices fiestas, como cada año, esquiando en Baqueira, regalándonos deseos, repartiendo amor.

Pero hoy he vuelto a Horta. Arrodillada, devoro famélica mi depravación.

 

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