Quantcast
Channel: Infidelidad – PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 892 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 9” (POR MOSTRATE)

$
0
0

portada criada2Hoy les voy a relatar una de las historias que nos ha pasado no hace mucho tiempo y que nos pone muy calientes solo con recordarla.

Por suerte nunca había tenido problemas con los autos que tuve. Es cierto que nunca fui de usarlos mucho y que los cambiaba con pocos kilómetros, así que no sabía lo que era llevarlos al mecánico, solo a los Services oficiales. Pero como en todo, siempre hay una primera vez.

sin-tituloUn sábado por la mañana habíamos decidido ir a visitar a unos familiares que viven a unos 100 kilómetros de distancia. Pero tuvimos que suspenderlo, el auto no quiso arrancar. Nunca imaginamos que la amargura y bronca de ese momento, iba a terminar en una de las situaciones más excitantes que hemos vivido.

Mientras mi esposa telefoneaba a los familiares para explicarle lo sucedido yo salí en busca de alguien que nos pudiera solucionar el problema.

Hacía unos meses se había instalado un taller a unas 3 cuadras de casa. No tenía ninguna referencia de ellos pero la verdad que tampoco conocía otro lugar, así que me dirigí allí en busca de ayuda.

Al llegar me sorprendió ver lo grande que era y la cantidad de autos. Ocupaba una superficie enorme y había como 10 personas trabajando entre la parte de mecánica y de chapa y pintura.

Apenas crucé la puerta de entrada del taller un muchacho me recibió:

– Mi nombre es Carlos, ¿en que puedo ayudarlo señor? me preguntó muy amablemente.

Carlos tendría alrededor de 35 años, de tez morena, de contextura delgada pero bastante musculosa. Estaba vestido con una camiseta sin mangas color blanca y un pantalón gris, ambos llenos de manchas de grasa, lo que le daba un aspecto bastante desagradable.

– Hola, mi nombre es Jorge y desearía hablar con el encargado, dije.

– Sígame por favor.

Atravesamos todo el local hasta llegar a una pequeña oficina que se encontraba al fondo.

– Tome asiento que ya le aviso al patrón.

Le agradecí y me senté en una silla que estaba detrás de un escritorio lleno de papeles, revistas de mecánica y algunas herramientas.

La oficina era típica de un taller. Estaba “decorada” con pósters de autos y principalmente de mujeres desnudas en poses muy sexys. Me detuve en una morocha que estaba de espaldas sacando el culo para afuera. Imaginé cuantas pajas se habrían hecho los mecánicos con ese póster y automáticamente se me apareció la imagen de mi esposa en esa posición parada delante de los mecánicos. Un terrible escalofrío recorrió toda mi espalda a tal punto que tuve una erección inmediata.

– ¿Que pedazo de culo eh?, escuche detrás de mí.

– Como pude recuperé el aliento y gire la cabeza para ver quien era.

– Hola como le va, soy Oscar, el encargado del taller, me dijo mientras me tendía la mano.

– Jorge, mucho gusto.

Oscar era un tipo rústico de unos 50 años, muy fornido, cabello bastante largo y como Carlos, tenía las ropas llenas de grasa.

– Y, que me dice, tremendo culo, ¿no le parece?

– Si claro, dije yo, sin poder sacar a mi mujer de la cabeza.

– Me encantan las morochas, son todas putas, rió

Apenas sonreí. Que mal momento le haría pasar si como respuesta le dijera que mi esposa es morocha, pensé y volví a sonreír.

– Bueno, ¿que puedo hacer por usted?, prosiguió

– Mire Oscar, vivo acá a tres cuadras y hace un rato intente arrancar el auto pero no pude, quería preguntarle si es posible que fuera alguien a ver de que se trata el desperfecto.

– Sabe que pasa los sábados cerramos a las 2 de la tarde y estamos tapados de trabajo, lo vamos a tener que dejar para el lunes, me dijo.

– Que macana quedarme todo el fin de semana sin el auto. Bueno pero si no hay remedio, paso el lunes, gracias igual, le dije mientras le tendía la mano.

– A ver, me puede esperar un momento que le entrego el auto a un cliente y como favor se lo veo yo.

– Le agradecería mucho.

Mientras esperaba volví a observar el póster y nuevamente imaginé a Marce en esa foto exhibiendo su hermosa cola y yo ahí disfrutando como la deseaban.

– ¿Veo que lo pone loco ese culo?, escuche detrás de mí. Era Oscar que había regresado y me hacía volver a la realidad.

– Me voy a poner celoso, es mi culo preferido, rió, mientras le daba un beso al póster.

– Sonreí.

– Como me gustará esta puta que acá tengo dos pósters iguales, dijo.

– Tome le regalo uno, prosiguió, mientras me entregaba una lámina enrollada.

– No, esta bien, gracias

– Tome hombre, es un regalo de la casa.

– Bueno, gracias.

– Si le parece vamos a ver su coche, me dijo mientras tomaba un maletín lleno de herramientas.

En el camino a casa no hizo otra cosa que contarme lo que le gustaban las morochas y afirmarme lo puta que eran. Narró algunas historias con unas vecinas del barrio que yo no conocía por lo que solo me limité a escuchar sin hacer ningún comentario.

Al llegar al garaje de casa, me solicito que abriera el capó y que le diera marcha al auto. Así lo hice.

– Está bien, suficiente, me dijo.

– Tengo poca luz acá, si no le parece mal lo empujamos hacia la calle.

– No hay problema, le respondí.

– Aguarde que llame a mi esposa así ella lo guía mientras nosotros empujamos, continué.

No creo que fuera necesario que Marce nos ayudara, solo fue una excusa para que Oscar la conociera. Me calentaba la idea que la viera después de lo que habíamos conversado.

– Marce, ¿podes venir un minuto?, le grite.

Bastó que ella apareciera por la puerta, para que Oscar le clavara la mirada y mostrara en su cara una expresión de vergüenza mezclada con deseo.

No era para menos, por un lado me había hablado de lo putas que eran las morochas y por el otro estaba viendo una morocha que estaba vestida solo con una remera y unas calzas de algodón color gris que le marcaban su fabulosa cola.

– Te presento a Oscar, es el mecánico, le dije.

– Mucho gusto dijo Oscar, todavía perturbado.

– Igualmente dijo ella, extendiéndole la mano.

– Necesitamos sacar el auto, podrías conducir mientras empujamos.

Marce subió al auto y con Oscar fuimos a la parte trasera.

– Perdóneme lo que le dije de las morochas, no sabía, me dijo.

– Quédese tranquilo, no hay problema le contesté.

– Además yo creo lo mismo, continué, mientras reía.

Oscar solo me miro y sonrió, tratando de entender lo que había escuchado.

Sacamos el auto a la calle y cuando Marce se bajo, Oscar no pudo evitar clavarle los ojos en el culo, sin importarle que yo estuviese delante, acción que hizo que comenzara a excitarme.

– Ya le traigo algo de tomar, le dije, mientras Oscar ponía manos a la obra.

– No se moleste, me dijo.

– No es molestia, es a cambio de su regalo le dije riéndome.

– ¿Que regalo?, preguntó Marcela.

– Nada, un póster que me regaló Oscar, dije.

Oscar asomo su cabeza por detrás del capó y me miro sorprendido.

– Donde está, quiero verlo, dijo ella, seguro es una foto de una chica desnuda, típica de taller, continuó.

Oscar seguía mirándome y no decía palabra.

– Así es y es parecida a vos le dije riéndome.

– A verla, quiero verla, dijo.

Oscar sonrió nerviosamente mientras le daba arranque al auto y este arrancaba. Yo ya estaba caliente y el juego ese me estaba gustando.

– ¿Ya está?, que rápido lo arregló, dije.

– Era una pavada, contestó el.

– Venga Oscar ya que terminó, vayamos adentro a tomar algo y mientras le muestro el póster a mi mujer.

Note que la mirada de Oscar se había transformando de sorpresa a la de desconcierto.

La agarre de la mano a Marce y entramos a casa. Oscar venia detrás y apostaba que le estaba comiendo con los ojos la cola a mi esposa. No solo yo estaba seguro, ella también se había dado cuenta y, como es su costumbre cuando esto pasa, arqueo mas la espalda para parar mas el culo, mientras me apretaba la mano y me lanzaba una mirada cómplice.

– Marce, acompañalo al living al señor que voy a buscarle algo de tomar, le dije.

Oscar ya a esta altura no pronunciaba palabra, solo asentía con la cabeza.

– ¿Y el póster?, preguntó ella.

Lo saqué de mi campera y se lo di. Así los vi alejarse camino al living, ella delante con el póster en la mano y el detrás visiblemente exaltado y con la mirada clavada en el culo de Marce.

Yo corrí hacia la cocina, llene 2 vasos con jugo y fui tras sus pasos.

Al atravesar el pasillo que da al living, me detuve antes de llegar. Quería espiar lo que estaba pasando.

La escena era de lo más caliente. Todo estaba en silencio. Oscar estaba sentado en un sillón doble y mi esposa había desenrollado el póster y parada de espaldas a el estaba observando la foto de ese terrible culo.

La vista que ella le estaba dando era fabulosa. Oscar podía ver a la morocha y a su vez su cola que, se notaba, había parado a propósito.

– La verdad tengo que reconocer que tiene una linda cola, dijo ella.

– Su marido quedo embobado cuando la vio, por eso le regale el póster, dijo el.

– ¿En serio?, preguntó ella.

– Si, y la verdad que no entiendo porqué, usted tiene una cola preciosa, dijo un poco tímido.

– Gracias, respondió ella, sacándola más para afuera.

– Es más me animaría a decir que es mas linda que esa, siguió Oscar, ya un poco mas seguro.

– ¿Le parece?, respondió ella, acercándole un poco el culo y ya claramente excitada.

Ver a mi esposa poner la cola parada a un metro de la cara de un desconocido me puso como loco. En ese momento decidí entrar, quería mirar eso más de cerca.

– Aquí están lo jugos, dije y le extendí uno a cada uno.

– Gracias, dijo el, con la voz medio entrecortada.

Mi esposa seguía en la misma posición. Yo pensaba la gran templanza que tenía Oscar para no extender la mano y acariciar esas calzas metidas en la cola de mi mujer.

– ¿Así que te quedaste embobado con esta cola?, dijo Marce en un tono simulando estar enojada, mientras me mostraba el póster y abandonaba su postura para irse a sentar en un sillón frente a Oscar.

– No mi amor, lo que pasa es que, como ya te dije, me pareció que esa cola era parecida a la tuya, le respondí.

– Acá el señor dice que la mía es mas linda, ¿no?, preguntó mientras volvió a pararse a mostrarle la cola.

– Si, contesto Oscar. Se notaba en su cara que la situación lo incomodaba, pero que lo había puesto muy caliente.

– En realidad mucho no puedo comparar porque usted esta vestida, dijo un poco tímido.

– ¿Y que quiere, que mi mujer se desnude? , le dije con cara de enojado.

– No, por favor, no lo tome a mal, solo decía, contesto todo ruborizado.

– En realidad el señor tiene razón, así vestida no puede cotejar si mi cola es mas linda que esa, dijo ella, señalando el póster.

– Sabes que me encanta que me elogien la cola, ¿me dejas que se la muestre al señor, así puede decirme que le parece?, continuó ya totalmente excitada.

Oscar me miro no entendiendo nada. Yo tenía una erección que ya no podía disimular.

– Bueno, pero solo la cola eh, le dije, para poner un límite y evitar que todo se desmadrara.

Marce, de espaldas a Oscar, metió dos dedos al costado de las calzas y se las bajó hasta las rodillas. Tomó el póster y lo puso al lado de ella, tratando de imitar la pose de la foto.

– ¿Y ahora que me dice señor? Le preguntó con cara de puta.

Ahí estaba mi esposa, como otras tantas veces, mostrándole el culo a un desconocido, solo cubierto por una tanguita blanca que se perdía entre sus nalgas.

– Si, si es muy linda, es, es mejor su cola, tartamudeó Oscar, mientras se acomodaba en el sillón.

– Bueno ya es suficiente, súbete las calzas, dije

Marce se subió muy sensualmente sus calzas y volvió a sentarse.

– Podría ser usted la del póster, la verdad, no tiene nada que envidiarle a esa chica, rompió el silencio Oscar.

– Gracias, a mi me encantaría estar en un póster pegado en un taller y que todos se exciten con mi cola, es mi fantasía, dijo ella, mirándolo a los ojos.

– ¿Y a usted no le molestaría ver a su señora calentar hombres?, me preguntó.

– No, al contrario, me excita mucho que la deseen, respondí.

– Si no lo toma a mal puedo llamar a los muchachos del taller, dijo Oscar.

– ¿Para que?, pregunté haciéndome el ingenuo.

– Para que su señora se muestre delante de nosotros como si fuera una foto y le cumplimos su fantasía, me respondió Oscar, ya totalmente lanzado.

– ¿Lo dejas amor que llame a los señores? me preguntó ella con deseo.

Estaba demasiado caliente para negarme.

– Está bien, pero no más de 4 y sin hacer bardo, es solo mirar, esta claro, dije.

– Por supuesto, dijo Oscar, mientras marcaba en su celular.

– Hola Carlos, ¿quien esta todavía en el taller?… bueno deja todo y venite ya con Alberto y con Fabián que los necesito acá, anota la dirección… no, no traigan herramientas…

– Ya vienen, son buenos chicos, no va a ver problemas, dijo.

La espera se hizo interminable. Estábamos los tres muy excitados y tratábamos de disimularlo hablando de cualquier cosa. Oscar a cada rato se acomodaba en el sillón lo que demostraba que estaba con una erección que no podía bajar. A mi me pasaba lo mismo, y a Marce se la notaba súper ansiosa por mostrarse.

La charla ya no daba para más cuando se escucho el timbre. Yo me levante a abrir.

A Carlos ya lo había visto en el taller, Alberto era morocho y corpulento aparentaba unos 50 años como Oscar y Fabián era mas delgado y mas joven, de unos 40 años. Todos estaban con la ropa del taller bastante sucia de grasa por todos lados. Solo Alberto tenía una musculosa blanca que dejaba ver un gran tatuaje en el hombro.

– Pasen por acá, les dije, mientras los guiaba al living.

– Les presento a mi esposa, su nombre es Marcela.

Todos le extendieron la mano mientras miraban desorientados. Ella, sonriendo, le dio la mano a cada uno. Se notaba que le encantaba la situación

– Vengan siéntense acá, así no manchan nada, dijo Oscar, señalando el piso delante del sillón donde estaba sentado el.

– Los hice venir porque la señora necesita un favor ¿no?, pregunto Oscar mientras me miraba.

Yo solo asentí, estaba demasiado caliente para hablar.

– Póngase de pie señora y dénos la espalda por favor, continuó.

Mi esposa obedeció. Oscar tomo el póster y lo extendió cerca de ella.

– No les parece que la señora tiene mas linda cola que la de la foto, preguntó a sus compañeros.

Los tipos con cara de asombro, clavaron la mirada en el culo de mi mujer. Se hizo un silencio total. Marce paró un poco mas la cola y los miro con cara inocente.

– Les gusta mi colita, preguntó.

La cara de asombro de los mecánicos se transformo de inmediato en cara de deseo. Oscar ya sin disimulo, se metió la mano en la entrepierna, como tratando de calmar el dolor que le causaba la erección que tenía.

– Si, respondieron casi al unísono.

Yo como pude me pare, la agarre de la mano y la alejé un par de metros de ellos. Estaba muy cerca y temía que alguno no pudiera controlarse. Me gustaba demasiado esa situación como para que se terminara rápido.

Marce seguía con la cola parada apuntando a los cuatro tipos. Yo me puse de frente a ella y escuche lo que estaba esperando

– Señora, no le muestra la cola a mis compañeros como me la mostró a mí, pidió Oscar.

Me miro, cerro los ojos, y se mordió el labio inferior. Oír ese pedido y ver como ella se había puesto hizo que me llenara de perversión. Mi erección ya no me permitía estar parado, así que tome por los costados su calza y se la baje de un tirón dejando su culo al aire.

– Está bien así, pregunte, mientras regresaba a mi asiento.

Oscar me miró fijo y sin decir una palabra, desabrochó su pantalón y sacó su miembro totalmente erecto. Yo solo le hice un gesto de aprobación, mientras hacía lo mismo. Esto fue aprovechado por el resto que terminaron también sin sus pantalones.

– Mi amor, mira como se masturban los señores con tu cola, dije para poner mas caliente todavía el momento.

Ella les miró los miembros con esa cara de puta que solo ella puede poner.

– Sáquese todo señora que queremos verla desnudita para compararla con la foto, pidió Oscar.

– Siempre que a usted señor no le moleste, continuó.

– No, esta bien, es necesario para que comparen, dije haciéndome el ingenuo.

Marce se arrodillo, se desató las zapatillas, se saco las calzas y luego la remera, quedando solamente con la tanga blanca metida en la cola y un par de medias del mismo color. Se paró en la misma posición que estaba y me preguntó:

– ¿La tanguita también mi amor?

– No creo que sea necesario, ¿vos querés sacártela?, le pregunté.

– Y… la chica de la foto no tiene tanga, no se si ellos podrán verificar así si mi cola es mas linda, dijo con voz entrecortada por lo excitada que estaba.

– Tiene razón su esposa, dijo Oscar. Los demás no hablaban, solo se masturbaban de un modo frenético.

– Bueno, esta bien amor, quitate la tanga, dije.

Eso fue mucho para Carlos que no aguanto más y eyaculó, desparramando semen por todo el piso. Pregunto donde estaba el baño y se dirigió hacia el.

Mientras se alejaba, Marce lo miro y se paso la lengua por los labios, mientras bajaba sensualmente su tanga, dejando a la vista de todos su hermosa cola.

– Que divina cola que tiene su esposa, me dijo Oscar.

– Gracias, conteste yo mientras hacia un esfuerzo terrible para no acabar.

– Mostrales el hoyito amor, le pedí.

Marce se abrió un poco de piernas, se agacho y se puso un dedo en la cola, mientras les regalaba a todos unos constantes jadeos debidos al primer orgasmo que estaba teniendo.

Hasta aquí llegaron Alberto, Fabián y Oscar que casi al mismo tiempo esparcieron todo su semen.

Yo me deje llevar y también tuve un terrible orgasmo. Marce al ver esto, se incorporó, tomó su ropa y salio corriendo para el baño.

Tardamos unos minutos en recuperar el aliento. Oscar trataba de limpiar el piso con su pantalón y Alberto y Fabián estaban fatigados recostados contra el sillón.

– Vio que ser potaron bien los muchachos, dijo Oscar

– Si, les agradezco, ¿la pasaron bien?, les pregunte solo para decir algo.

– Si señor, su esposa es muy caliente dijo Alberto.

– ¿Podemos volver a venir?, continuó.

– Mientras se porten así no hay problema, le respondí, mientras me dirigía a la cocina a buscar algo para beber.

Al atravesar el pasillo, pase por el baño de las visitas y no había nadie. Supuse que Marce estaba en un baño que esta pegado a nuestra habitación. Fui a la cocina y mientras servía las bebidas, me acorde de Carlos, ¿donde está?, pensé.

Enfilé hacia el dormitorio y tuve un pensamiento que lejos de enojarme, me hizo correr un frío por la espalda que me dejo nuevamente con el miembro como una roca. Estaba en lo cierto.

– Perdoname amor, no me pude aguantar, dijo ella entre gemidos.

Ahí estaba mi esposa en nuestra cama totalmente desnuda, puesta en cuatro patas con la cola bien parada, y en el medio de ese fabuloso culo, la cara de Carlos, con su lengua que entraba y salía a toda velocidad de su hoyito.

El ni me miró, estaba como alienado. Marce gritaba cada vez mas fuerte y yo me senté al costado de la cama para no perderme nada.

De repente Carlos salió de su posición, apoyo su verga en el hoyo y le entro hasta el fondo. Marce grito.

– Traelos a todos mi amor, por favor, me pidió, ya sacada y mientras se hamacaba al ritmo de las embestidas.

– Eso señor, vaya a busca a mis compañeros que la puta de su mujer necesita vergas, dijo Carlos descontrolado.

Lo dude un instante, pero mi calentura fue mas fuerte.

– Muchachos pueden venir, les grite saliendo al pasillo.

Un minuto después los tenía a los tres en la puerta de mi habitación. Seguían sin pantalones y Oscar se había sacado la parte de arriba.

– Menos mal que sus compañeros se iban a portar bien, le recrimine a Oscar mientras le señalaba a Carlos dándole por el culo a mi esposa.

En realidad no se si me escuchó. Todos se treparon a la cama y manoseaban a Marce por todas partes. Alberto y Fabián fueron hacia su cara y metieron sus vergas en su boca, mientras Oscar corrió a Carlos de su lugar y empezó a meterle lengua al culo, mientras sus manos acariciaban sus pechos.

Marcela solo gemía descontroladamente.

– Que culo hermoso tiene su mujer, me dijo sacando la cara de su cola.

Ella lo escucho, sacó las vergas de su boca y lo busco con la mirada.

– Si le gusta mi cola, cójamela por favor, le grito, y volvió a lamer.

– Primero quiero su conchita dijo, mientras introducía su verga ahí y dos dedos en el culo.

A Marce le encantaba y yo quería que eso no terminara nunca.

– ¿Querés uno en la cola también mi amor?, pregunte. Ya me dolía la verga de tanto pajearme.

– Si, si, si, si, gritaba ella.

Oscar la levantó, le ordenó a Alberto que se acostara y la empujo a Marce arriba. El busco con su verga la concha y la penetró y Oscar desde atrás la ensarto por el culo.

– Hija de puta, que buen culo que tiene, le gritaba Oscar. Ella le respondía con mas gemidos.

Estuvieron así un buen rato y luego se fueron turnando no dejando nada en el cuerpo de mi esposa por explorar. Yo estaba exhausto, había acabado 3 veces.

– Acábenle dentro de la cola que le gusta, dije con mi último aliento.

Me hicieron caso, uno a uno le dejaron la leche dentro del culo.

Ella gozó como pocas veces.

Regresaron un par de veces más. Pero eso es otra historia.

Visiten el blog de Marce con fotos y videos: www.lacolademarce.blogspot.com

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “Mi nueva vida2” (POR SOLITARIO)

$
0
0

Lunes 29 de abril de 2013

Cuando desperté Mila no estaba en la cama. Me asome y Ana tampoco estaba en su habitación. Me di una ducha. Tome café, que estaba preparado y fui al centro de control.

Tenía que ver que habían hecho, el sábado, mientras estuve fuera con los niños.

Pase imágenes de Ana contándome su historia hasta que me vi salir del piso. Las dos seguían en la cocina. Mila hablaba con Ana.

–Eso que le has contado yo no lo sabía—

–El qué mamá—

–Lo de Pedro—

–¿Lo conoces?—

–Me tuvo liada casi dos años. Trató de chulearme, pero de eso hace mucho. Es un amigo de María y ella lo utiliza para convencer, a tontas como tú, de lo bueno que es ser puta.—

–¿Tontas como yo? Y cómo tu, ¿no?

–Si, tienes razón, también como yo, no nos peleemos por eso.—

–Mamá, ¿desde cuándo conoces a María?

–Desde hace muchos años. Cuando entramos Marga y yo en el grupo Ji, (X en griego), ella estaba allí. Trabajaba como celestina de G, que regentaba una cadena de puticlubs de carretera y un club de citas para gente importante, donde empezamos a putear Marga y yo recibiendo a “Señores”, que pagaban cifras astronómicas por hacer guarradas con nosotras. Claro que, muchas veces, disfrutábamos.

–¿Y qué hablasteis cuando te llamo?.—

–Me llamo por teléfono, quería hablar conmigo. Le dije que viniera a verme y me contestó que quería mostrarme algo, que era muy importante. Me esperaba en su casa el siguiente martes a las once de la mañana.

Cuando llegué a su casa la noté muy nerviosa, atropelladamente, de sopetón, me dijo que tú estabas allí con un cliente.

Me entro lo que no puedes imaginarte. No quería esta vida para ti.

Se me aflojaron las piernas y tuve que sentarme.

Cuando me calmé me explicó que habías llegado allí por casualidad, ella no supo que eras mi hija hasta el día antes. Hablando con Paolo le dio tu nombre completo, asoció el segundo apellido conmigo, indago y lo confirmó.

Ella me conoce y sabe que puedo crearle problemas, así que opto por decírmelo antes de que me enterase por otro lado.

Me dijo que si quería verte, me levanté y fui a la habitación del cuadro, lo quité, miré y allí estabas tú.

Era uno de tus primeros encuentros con el tipo importante.

Estaba dispuesta a entrar y formar una bronca, pero María me calmo y me hizo ver que tú eras como yo de cabezona, que te gustaba aquello y lo disfrutabas, como yo.

Y que si te sacaba de allí lo harías por tu cuenta, con los peligros que sabemos conlleva. Al menos allí María te tendría más controlada.

Así que decidí dejarte como estabas.

Por cierto mamabas muy bien aquella mierdecilla de polla, tienes una habilidad especial.—

–Al parecer es de familia. Nos gusta y ya está.—

Dejo la grabación porque entran Mila y Ana en la cocina

–¿Que vamos a hacer con lo de papá?—

–Tal y como están las cosas, lo que él diga. De todos modos ya estaba harta de esta vida. Después de la paliza del otro día me estaba replanteando si seguir o no con las citas.—

–Oye, ¿nos estará escuchando?

— Quien sabe. De todos modos las imágenes que vimos eran del dormitorio, allí si puede que esté grabando.—

–Por cierto, ya he llamado a Marga, Claudia y tu amiga para que vengan a comer y no sé dónde está tu padre. Voy a llamarlo al móvil.—

–¿Para qué las querrá ver?

Suena mi teléfono.

–¿Si?, dime Mila.—

–José, he invitado a Marga y a Claudia con su niña para que vengan a comer. ¿Tú estarás no? Me dijiste que las llamara.

–Vale Mila, te dije que tenías que llamarlas pero no cuando. Por esta vez pase, pero la próxima no llames a nadie ni hagas nada sin consultarme. ¿Está claro?

Dentro de un rato estoy ahí–—

–Ssi, perdona no volverá a repetirse.—

Cuelga.

–Vaya, ¿a que resulta que no conocíamos a tu padre? —

–¿Que te ha dicho?.—

–Que ahora viene, pero echándole genio—

–Y que esperabas después de lo que le hemos hecho. Mama, me da mucha pena. Es muy bueno y no se merecía esto.—

–Ya me lo has dicho dos veces, ¡Sí! lo he engañado, pero ¿Qué podía hacer? Convertirme de la noche a la mañana en la puritana que aparentaba ser cuando me casé? ¿Consumirme en casa como una monja mientras el mundo giraba a mí alrededor?

No Ana. Hubiera sido peor. Hay millones de parejas que viven toda su existencia amargándose, sacrificándose, sufriendo y haciendo sufrir a toda la familia. Al menos nosotros hemos sido felices, hasta ahora. Nos gusta follar y lo hemos hecho. Ya está.

–Pero, es que no ha sido un simple engaño, ha sido monstruoso mamá. Hasta ahora yo no era consciente de lo que estábamos haciendo y de las consecuencias que podía acarrear.—

–Que le vamos a hacer. Ahora solo podemos esperar a ver que decide papá. Y obedecer.

Si lo piensas bien no es muy diferente a lo que he estado haciendo hasta ahora. Me llaman, acudo a la cita y obedecemos las ordenes que nos dan, chupa, chupo, chocho, chocho, culo, culo, lo que nos piden lo hacemos.

La única diferencia es que será papa quien lo organice.

Quizá no sea tan malo, sobre todo para ti. Recuerda que te dije que no estaba conforme con lo que hacías. Que debías dejarlo, que eres una niña.–

–Y yo te conteste que tú no eras quien para decirme que debía hacer. Ahora me arrepiento, lo siento mama. Quizás tengas razón y esto que ha pasado sea lo mejor.—

Me voy para mi casa. Ya no me altera nada. Sigo adelante con mis planes.

En la entrada me encuentro con Marga. Nos saludamos con un beso y subimos.

–Hola familia, ¿que se celebra hoy para invitar a tita Marga?—

–Es una comida familiar y tu eres de la familia.—

–Si Mila, pero sospecho que algo mas ocurre. ¿No estarás embarazada?

–No querida. Eso se acabo.

Cuando tuve a Mili me hice ligar las trompas para evitar más embarazos.—

Me quede de piedra, yo no sabía nada. La miré. Si pudiera la hubiera fulminado con los ojos.

–Vaya, gracias por avisar, ¿Guardas más cosas en tu armario?

–Puede José. Puede. Ya irán saliendo según vayas aceptándolas.—

–Oh. Oh. Aquí pasa algo y yo me quiero enterar.—

Mire a Marga a los ojos.

–Te enteraras, Marga, te lo aseguro.—

–Mila, Ana poner la mesa.—

Marga me mira sorprendida, normalmente era yo el encargado de prepararlo todo.

Llaman al portero. Contesta Ana y abre, son Claudia y su hija.

Abro la puerta, entran, saludo con un beso.

–Que sorpresa, José en casa un lunes. ¿Ocurre algo?—

–Ya hablaremos, pasa al comedor.—

Ana intenta irse a la habitación con la hija de Claudia.

–¡¡Ana!! Veníos al comedor. Nada de secretitos por ahora.

Vuelven las dos y nos sentamos a la mesa. Comemos sin casi intercambiar palabras.

–Oye Marga ¿tú sabes que hacemos aquí?—

–Se lo mismo que tu Claudia.—

Terminada la comida me dirijo al equipo de sonido.

–Queridas, el motivo de esta reunión es el de poner algunas cosas en claro.–

Conecto el pendrive con las fotos y la grabación sonora de los lavabos del bar de Chueca.

Claudia abre los ojos como platos. Marga, Mila y Ana me miran con asombro.

–¿Qué es esto José? ¿Qué pretendes con esto?

Claudia me fusilaba con la mirada.

–En principio que tu hija sepa algo de ti que no sabía. Si te digo la verdad fue patético, dejaste al pobre chaval traumatizado para el resto de su vida ¿Cómo podéis ser tan egoístas?.—

–Claudia, hija vámonos.—

–No Claudia, quédate, te conviene, también vas a conocer a tu hija.—

Selecciono la grabación de la niña con mi hija y los sus “clientes”, incluida la charla donde se habla de María.

–¡¡Claudia por dios!! ¡¡Que es esto!!

La niña se rebrinca.

–Ya lo ves mama, a mí también me gusta follar.—

Marga no dejaba de mirarme con gesto escrutador. Ya se imaginaba lo que estaba pasando.

–Claudia, a partir del 3 de Junio, lunes empiezas a trabajar para mí en mi agencia como puta. La discreción será total, ganaras dinero y te follaran, que es lo que te gusta.

Si no aceptas tu marido y toda tu familia recibirá las grabaciones las fotos que tengo y, jajaja Tus bragas. Con restos de tu calentura y los del chaval a quien casi conseguiste follar.

Ya lo decía tu hija, te cuesta la misma vida correrte y aquel muchacho, me consta, hizo lo que pudo.—

Sentada en el sofá se abraza a Mila sollozando.

Marga me mira fijamente, con sorna.

–Y a mí, ¿cómo me vas a chantajear?.

–De ninguna forma Marga.

A ti te voy a proponer un negocio, que no creo que dejes escapar.

Como he dicho a Claudia en un mes y medio estará funcionando la agencia, por eso necesito tu ayuda, tus contactos, y quizás tu fidelidad.

Creo que has sido la más honrada de todas y prefiero que seas tú quien me ayude a llevar este negocio. ¿Qué contestas?

Ya más relajada, su cara reflejaba sorpresa, incredulidad.

–Jajaja. ¿No vas a dejar que lo piense?

–Si. Un minuto. O te subes al tren o lo pierdes.

–Jajaja. No me dejas elección. De acuerdo. ¿Cuándo empezamos?

–¡Ya!. Ahora mismo—

–Las niñas a la habitación de Ana. No salgáis de allí hasta que yo os llame.—

Mila me miraba asombrada.

–No Mila, no estoy loco, he estado a punto de perder el juicio por tu culpa, pero no.

Marga, durante años he deseado besarte, ¿Puedo?

Marga sin dudar se acerca a mí la tomo en mis brazos, acerco mis labios y la beso, me gusta, huele muy bien, además de su perfume detecto un delicioso aroma a hembra en celo.

Pongo música chillout, suave.

–Marga, ¿bailamos?.—

Inicia un baile sensual con movimientos sugerentes. Yo me muevo a su alrededor. Ayudo a desprenderse de la camisa y queda desnuda de cintura para arriba. No lleva sujetador. No lo necesita, sus pechos no son grandes pero sí muy hermosos. Las aureolas como pequeñas monedas de un delicioso color rosado y un pezón casi imperceptible.

–¡¡Vamos, espabilar Mila, Claudia!!.

Ahora soy vuestro cliente, tenéis la obligación de complacerme, si no lo conseguís no cobráis.—

Mila intenta marcharse y la detengo.

–No Mila. Tú te quedas. Quiero que estés presente. ¡¡Obedece!!

Marga sorprendida no pierde el tiempo y me desabrocha la camisa. Me desprendo de ella y del cinturón del pantalón que se encarga de bajarme. Le quito la falda y admiro sus torneadas piernas con un tanga hilo dental negro con lacitos en ambas caderas y medias grises hasta el muslo con ligas.

Paso el dedo índice de la mano derecha por sus labios, su boca se abre y lo captura en un voluptuoso chupeteo.

Mi mano izquierda acaricia sus pechos, los pezones crecen, parecen pequeños garbancitos, duros y rugosos. Deslizo mi mano izquierda a lo largo de su vientre acariciándola mientras con la derecha sujeto su cabeza con los dedos entre sus sedosos cabellos atrayéndola hacia mí, besándola con ansia, con desesperación. Jamás había besado a otra mujer además de Mila.

Mi excitación me hace estremecer, mi miembro constreñido por el slip me produce dolor.

Al llegar con mi mano izquierda al elástico del tanga paso mis dedos por dentro hasta colocar mi mano sobre el pubis.

Meto un dedo en su húmeda fruta y da un respingo.

Me paro un momento y empiezo a frotarlo, a pasarlo a lo largo de su raja que moja toda mi mano, froto lentamente arriba y abajo varias veces hasta detenerme en su guisantito abultado por la excitación. Me entretengo en el mientras sigo besándola y arañando con mis dedos su nuca.

Lanza un grito y con un extraño movimiento, me aprisiona entre sus muslos con una fuerza inusitada.

No puedo mover ni sacar mi mano, la sujeto con mi brazo derecho por la espalda para que no se caiga y la deposito en el sillón.

Se deja caer con la cabeza hacia atrás. Al poco se recupera.

–¡¡¡JODER, JODER, JODER!!! ¡¡Ha sido bestial!!

Hacía años que no me corría así. Mila eres una hija de puta. Lo tenías guardado y no lo aprovechabas. Has perdido y me has hecho perder quince años de autentico placer.

Mila sentada junto a Claudia en el sofá cubre su cara con las manos.

–¡¡Mila, mírame!! Quiero que veas en lo que me has convertido.

Mila levanta la cabeza y me mira con profunda tristeza. ¿O la finge? No lo sé aún.

–¿Qué quieres que vea? ¿Qué ha sido necesario que me veas follar como una perra para que te comportes como un hombre? ¿Para qué dejes de ser un santurrón con la mente de un monje? Si lo hubieras hecho hace quince años, ahora no estaríamos así.

–Tienes mucha razón, pero tú lo sabías, sabías como era hace quince años. Si me hubieras dejado entonces mi vida sería otra, sin tener que pasar por las humillaciones que me has prodigado. Ahora ya no tiene remedio. Marga ven conmigo. Vosotras quedaos aquí, ya os llamare.–

Me llevo a Marga al dormitorio. Me tiendo, ella se arrodilla en el suelo entre mis piernas, con las dos manos coge mi verga que ha empezado a encogerse por el altercado con Mila.

Pasa sus labios por el glande, golpea ligeramente con la lengua el prepucio, sube a la cama y coloca su sexo sobre mi cara.

Es la primera vez que tengo un sexo tan cerca de mi cara. Lo que me estaba perdiendo. No se lo pedí nunca a Mila y ella tampoco me lo ofreció. Aunque de haberlo hecho quizá yo lo hubiera rechazado.

Beso y con la lengua acaricio su grieta. Me impacta el sabor, que yo pensaba sería desagradable y ahora compruebo que me gusta, un punto salado pero suave. Ella chupa y lame mi miembro hasta que la rigidez se me hace insoportable.

Empujo suavemente su culo desplazándolo y ella, comprendiendo lo que quiero, coloca su vulva sobre mí y se empala. Deja caer su torso sobre mí y siento sus senos duros y sus pezones sobre mi pecho. Me abraza, sus besos son cálidos, húmedos. Mueve sus caderas con la maestría de años de experiencia. Intento pensar en todo lo ocurrido, en las lágrimas que he derramado, en mi desgracia. Estos pensamientos retrasan la eyaculación, Marga de pronto grita, araña mis hombros, mi espalda, me estruja entre sus brazos y grita.

¡¡¡AAHHH!!! ¡¡¡QUE GUSTO DIOOSS!!

¡¡JOSÉ TE QUIERO, TE HE QUERIDO DESDE QUE TE CONOCÍ!!

Tras un fulminante orgasmo se desploma sobre mi pecho. Yo al sentirla arqueo mi cuerpo penetrándola totalmente y me derramo en su interior.

Lo que sentía es inenarrable. Era fuego en mi pecho. Mi corazón casi se paraba. Me faltaba aire.

— ¡Marga. Te quiero. Yo también te quiero!.

— Te he querido siempre.

–Pero mi moral, mi ética, no me permitían demostrarte mi amor.

–Yo era un hombre casado y me debía a mi familia. Ahora todo es distinto.

Acaricio su espalda su nuca, la redondez de su culo, la piel suave delicada, deslizo su pelo entre mis dedos.

–Pero a pesar de todo también quiero a Mila, ha sido mi compañera durante muchos años.

–Al principio me engañe a mí mismo, confundiendo amor con obligación. Ahora siento cariño y pena por ella. Sabes bien que me casé por el embarazo. Era mi responsabilidad.

–Con el tiempo he llegado a quererla, pero su traición ha hecho inviable nuestro futuro juntos. Por otro lado están los pequeños a los que quiero, a pesar de no ser míos. –No quiero que sufran.

–Ya lo suponía, Mila no tenía idea de quienes podían ser los padres. Cuando descansaba de los anticonceptivos estaba muy expuesta, trataba de poner barreras pero cuando bebíamos en alguna fiesta perdía los papeles.—

–Y las bragas Marga, y las bragas. Así me engañó. En una de las pocas fiestas a las que me llevó, me convenció para beber tequila, yo no estaba acostumbrado al alcohol, me maree, me arrastro a una habitación donde había otra pareja follando, los aparto y me coloco a mí en la cama.

–Los otros siguieron y cuando me di cuenta estaba desnudo y ella me estaba cabalgando.

–Era mi primera vez, en un momento de lucidez la vi desnuda, con sus pechos botando y la otra pareja mirándonos. Aquello era alucinante y llegue al clímax.

–Después lo hicimos algunas veces más, pero ella se cabreaba cuando me corría enseguida y ella no llegaba. Y en lugar de ayudarme a superarlo me hizo un cornudo.

–Y lo sigues siendo, un maldito cabrón que ahora me traiciona a mi.—

Mila y Claudia nos miraban desde el pasillo.

–Lo has oído. Bien me alegro. Pues esto es lo que has conseguido, un cabrón.

Y como estoy en periodo de aprendizaje en un curso de cornudos, Marga necesito que me ayudes en esta aventura que es nueva para mí. ¿Le comerías el chocho a Claudia?

–Me encantaría, es una estrecha para ciertas cosas. A mi ya sabes que me encanta comerme un chumino y que me lo coman..—

–Pasa Claudia, creo que te perdiste algunos temas del curso.

–¿Yo? ¿Qué quieres hacer ahora conmigo?

–Ya lo veras. Por lo pronto desnúdate, Mila ayúdala.

Se desnuda y se acerca a la cama.

–Esto no me gusta José.—

–Te gustara ya lo veras. Marga tiéndete y tu Claudia colócate al revés sobre ella.—

–Esto es un sesenta y nueve.—

–Así es, comeos el coño, ¿Te gusta Marga?—

–Si, ya sabes que me gustan los chochetes. Jajaja—

— ¿Y a ti Claudia?

–Estoy muy cohibida, me da vergüenza.

–Mila desnúdate y ayúdalas.—

En silencio se desnuda y se tiende al lado de la pareja acariciándolas.

–¿Habéis hecho esto muchas veces?—

–Muchas con Marga pero Claudia no solía participar, era mas de polvete y sal corriendo en el WC de cualquier bar.—

— ¿Y le cuesta correrse?

–No le conozco ningún orgasmo con nosotras, es muy dura y no venía a las orgias. Decía que no le gustaban.–

Mientras hablábamos se comían sus respectivos chochos. Me coloco detrás de Claudia que se mueve inquieta.

–Por atrás no, por favor que no me gusta.—

–Te gustara, ya lo creo que te gustara.—

Emitía grititos, como una niña pequeña.

–Mila trae el bote de lubricante de tu armario. Ah y no lo cierres nunca más con llave.—

Mila obedece. Dejo caer un chorro de líquido en el culo de Claudia, que da un respingo al sentir el frio.

–Ahora me toca a mi.—

Deslizo arriba y abajo mi miembro rozando los labios de su coño hasta que lo siento suficientemente húmedo, entonces penetro su cuerpo, lentamente, centímetro a centímetro, hasta tenerla toda dentro. Marga le lamia el clítoris y mis testículos. La saco despacio, a cámara lenta y noto la agitación de la mujer, acelero y cuando la oigo jadear con fuerza ante el inminente orgasmo, se la saco.

–Marga, párate.

–¡Ahora no os paréis, cabrones! Estoy a punto de correrme.

Inicio la introducción en su ano y ella protesta, se mueve hacia los lados.

–Marga sujétala—

Y con un fuerte golpe de caderas meto más de la mitad, ella grita. Me quedo quieto.

–No te habían follado nunca el culo ¿verdad?—

Llorando.

–No, nunca ha entrado nadie por ahí.

Mila le da una palmada en la nalga y le grita enfadada.

–Entonces nos tenias engañadas, nos decías que tu marido te lo hacia todos los días zorra, que es lo que le gustaba.—

–La mentira es la norma en este mundillo.—

Comienzo un lento mete saca, sigo rociando con el lubricante, su esfínter comprimía mi polla pero la situación me excitaba y me la endurecía.

Consigo que se relaje y la follo sin compasión. Grita pero Marga apretaba su cabeza contra su coño tapándole la boca.

Silencio, solo se oye el chop-chop de mis testículos golpeando sus muslos.

Nos sorprende con un grito, unos movimientos descontrolados, espasmódicos y se deja caer desmadejada sobre Marga, que se la quita de encima medio asfixiada, con la cara llena de fluidos varios.

Cuando nos reponemos nos me dirijo a la ducha.

Mila me interroga con la mirada.

–¿Qué?

–¿Yo no participo en el cursillo?—

–No Mila, a ti no puedo enseñarte nada sobre sexo. Tendrás que hacer cursillos de otras cosas, por ejemplo sinceridad, honestidad, dentro de tu mundo de rameras.—

Mira al suelo, recoge y se pone el vestido que llevaba.

Ya todos vestidos conduzco al grupo al salón y llamo a las niñas, que se han enterado de todo desde el pasillo.

–Bien señoritas. Esto va a cambiar para ustedes también y mucho. Ya he visto sus notas del último trimestre. Nefastas.

–He reservado dos plazas para el próximo curso en dos institutos privados. En función de las notas del próximo trimestre, irán a uno u otro.

–El primero es serio pero abierto. O sea a comer y dormir en casa. El segundo es de régimen cerrado o sea interno. Vosotras veréis lo que os conviene.

Ana no protesta, agacha la cabeza y asiente pero Claudia me mira altanera.

–Y si no me da la gana ir. Tú no eres mi padre.—

Muy tranquilo, bajando el tono. Las demás mirándome.

–Tienes razón, no soy tu padre.

–Claudia, explícale a tu hija lo que ocurriría si tu padre se enterase de todo lo que yo sé, sobre ti y sobre tu madre. Si esto trascendiera vuestras madres irían a prisión y vosotras a un centro de menores. Piensa que en estas semanas pasadas he estado al borde del suicidio.

Lo he perdido todo. Vosotras sois lo único que voy a intentar salvar. Tú y Ana, sois ahora lo que más me importa.

En pocos años seréis mayores de edad, espero que las decisiones que estoy tomando ahora, sirva para que toméis las decisiones acertadas de cara a vuestro futuro.

Ana ya te ha puesto en antecedentes de cuáles son las normas. No me importa si os folláis a medio colegio, pero siempre dentro de un orden.

Nada de prostitución ni escándalos. Nada de drogas ni alcohol. Así nos llevaremos bien y tendréis acceso a muchos caprichos.

–Claudia, hija, tenemos que hacerle caso. No le discutas. Es la mejor solución.

–Ana un taxi y a por los niños.—

–Mila, dame las llaves del otro piso y prepara la merienda.—

–Claudia y Marga conmigo.—

Nos trasladamos los tres al otro piso. La distribución era idéntica a la del mio pero al revés, o sea como visto en un espejo.

–Marga, ¿tengo entendido que has hecho algo de decoración?—

–Si claro, estudie bellas artes, ¿No te acuerdas?

–Lo recuerdo, por eso te pido que te hagas cargo de acondicionar este piso para la tarea a realizar aquí. O sea, follar. Tiene que ser algo coqueto, agradable, que incite al goce y la lubricidad.—

–Por mi encantada, pero ¿Nosotras trabajaremos aquí de putas?—

–¿Tu quieres? Claudia lo tiene que hacer y creo que tu también. Además tengo en mente un plan que seguramente os gustara. Vamos con Mila.—

Mila está preparando la merienda de los niños y algo para los demás.

–Ya tengo la libreta con nombres y direcciones de clientes de Mila. Y los listados de correos electrónicos de la web de Mila. Que por cierto ya está cerrada. Seleccionare nombres para que investiguéis las correrías de las mujeres de los “clientes” y después invitarlas a trabajar con nosotros, por muy buenos ingresos, claro. Algunas os resultarán fáciles, ya las conocéis, por ejemplo la mujer de Edu. ¿Qué os parece?

Mila me mira con incredulidad.

–¡¡Tu lo que quieres es venganza!!

–De todas no, solo de algunas. Pero ¿qué más da si mi venganza os beneficia?

–No puedo creer que hayas caído tan bajo—

–¿Más bajo que tú!? A ti te lo tengo que agradecer.

–Ahora voy a ser un verdadero cabrón, ya te lo dije.

–Tú me has hecho así. Ahora no te extrañes de nada de lo que haga.—

Llega Ana con los niños. Merendamos. Yo me siento bien por primera vez en mucho tiempo.

–Mañana empezamos a trabajar. Claudia. Tu estudiabas derecho ¿verdad?—

–Si pero no termine, me case con un abogado—

–Pero algunos conocimientos tendrás. Ponte al día en temas de constitución de empresas, hacienda, permisos para actividades en fin para montar una o varias empresas.

Y ahora a casa que es tarde.

Mila acuesta a los niños y con Ana nos sentamos en el salón. Se sientan una a cada lado, me dejan en medio. No sé porqué encendemos la tele. No la vemos. Cada cual con sus pensamientos.

–Ana, dijiste que sabias lo que hacía mamá, desde hace mucho tiempo.

¿Cómo lo supiste?—

Mira a su madre y luego a mí.

–Ya hace unos años. Tú estabas de viaje, tenias que dar un curso de unos aparatos, eso me dijiste, era en Málaga y estuviste muchos días fuera.

Una noche mamá se puso mala. Después supe lo que era, estaba bebida.

Nos mando a dormir y nos dio un vaso de leche, como muchas veces. Los niños se lo tomaron pero yo se lo cogí y lo deje sobre la mesita para tomarlo luego. Sin darme cuenta lo deje caer. Cogí una toalla del baño y lo seque todo, mama estaba en la ducha y no se entero. Los cristales los tire a la basura. Y me acosté.

Al rato la escuche hablar con alguien en el salón, se reían y se oía música. Me asomé y vi que estaban mamá y un señor en el sofá y se abrazaban y se besaban.

Volví a mi cama pero no podía dormir. Al ratito los oí por el pasillo hacia el cuarto de Mamá, había dejado la puerta un poquito abierta y por la rendija vi que el señor le sacaba las tetas a mamá con una mano mientras la abrazaba con la otra.

Cuando entraron en el cuarto dejaron la puerta entreabierta. Esperé un poco.

Me acerque por el pasillo y, desde la puerta, vi a mama desnuda encima de aquel hombre y chupaba algo entre sus piernas.

Después se puso de revés y ella chupaba y el señor le chupaba a ella el chichi.

Me asuste mucho, no sabía qué hacer y me quede quieta a ver qué pasaba.

Aquello me daba miedo pero también me atraía, no podía dejar de mirar.

Mamá se colocó sobre el hombre y se metió la cosa aquella que chupaba en su pepe y botaba encima y daba grititos y parecía que lloraba y yo creía que le hacían daño, me puse a llorar. Y me oyeron. Mamá se giró y me vio.

Yo llorando me fui a la cama, pero ella entro al momento y me acariciaba el pelo y la cara, las manos le olían raro. Me daba besos que olían a tabaco.

Le pregunte quien era aquel señor y me dijo que un amigo de papá, que no se encontraba bien y papa le había dicho que fuera a verla a ella para que no estuviera sola y triste.

Que papa lo sabía, pero que no le gustaba que habláramos de eso y que si le decía algo se enfadaría mucho conmigo.

Me sentía mal, muy mal. Se me revolvió el estómago. Con tan tierna edad, mi hija, había visto a su madre follando con un desconocido. Y la madre le miente y la convence de que su padre lo sabe y lo acepta. Y mantiene la mentira durante años. Es demencial.

Mila agachaba la cabeza sin atreverse a mirarme. Ana viene hacia mí me abraza y me besa con verdadero cariño. Como pidiendo perdón, cuando la culpable era su madre.

La abrace y mire sus ojos empañados por las lágrimas, y no, no llore. Ya no quedaban lágrimas. Tanto dolor endurece. Enfurece.

Nos fuimos a la cama, Ana remoloneaba, no quería acostarse. Mila la convenció. Y nos acostamos Mila y yo.

–Mañana nos traen una cama nueva, colchón, almohadas y vamos a llevar toda nuestra ropa de cama y los muebles al otro piso.-

–¿Es necesario?—

–Es imprescindible. Me da asco dormir aquí después de lo que he visto.-

–Y de lo que has hecho esta tarde ¿No te da asco?-

–No Mila, en absoluto. Tal vez tengas razón en algo. Debería haber probado antes todo esto. Pero aun tengo tiempo para aprender.-

–¿Quieres que te enseñe?-

–No. Tuviste quince años para enseñarme y no me permitiste ni siquiera verte desnuda, y ahora ¿Quieres hacer en una noche lo que no hiciste en quince años?.

–¡No!. Ahora me sucede algo muy raro.

–El amor que yo creía sentir hacia ti, primero se volvió rabia, dolor, después se ha convertido en lastima y ahora en indiferencia.

–No siento nada por ti Mila. Ahora ni siquiera me atraes sexualmente, ha sido algo extraño para mí. Se fueron mis principios, mi ética, mi moral mi estima y mi amor. Ya no queda nada.

–Pero yo te deseo. Te quiero. Ahora sé que no puedo vivir sin ti, sin tus halagos, tus atenciones, tus besos. Te necesito. (Sollozando)

–Pues vete acostumbrando. Seguiremos aparentando que no ha pasado nada ante los niños y ante amigos y conocidos, pero aquí entre nosotros ya no queda nada.

–En cuanto a halagos, atenciones y besos, los imprescindibles cuando haya alguien delante, pero nada más.

–¡Olvida a José, Mila!. ¡Olvídalo!. Hazte a la idea de que el José que conocías ha muerto. Buenas noches.

Le di la espalda y me quede en silencio. Sollozaba. Oí muy despacio.

–Dios mío. ¿Qué he hecho?-

No pude evitarlo. Salté.

–Mila, ¡¡ese dios al que ahora te diriges era mi guía!! ¡¡Ese dios ya no existe, ha muerto con el otro José!!

Vi a Ana en el pasillo de entrada. Lloraba, me conmovió. Me acerque a ella y la abrace intentando serenarla, tenía el corazón encogido, hipaba con desesperación. La acompañe a su cama. La acosté me tendí a su lado, se acurruco contra mí. Temblaba.

–¿Papa tu no me dejaras verdad?

–Ana, te quiero más de lo que puedas imaginar, cuando tengas hijos lo entenderás. Pasamos por una fase crítica. Se ha derrumbado el edificio de nuestras vidas y hay que empezar a construir desde cero.

–Ahora, lo que necesito de ti es sinceridad y obediencia. Solo así podremos remontar esta crisis.

Tenía a mi hija sufriendo entre mis brazos y una gran ternura se apropio de mí. La estreche entre mis brazos. Ella levanto su cabecita y me dio un beso, a continuación otro. Y otro. Intentó besarme en la boca. Sentí un roce de su mano en mi bajo vientre. Y me aparté de ella. Con el movimiento de mi cabeza le dije, no.

–Ese no es el camino, Ana.

–¡¡Papa, te lo suplico no te enfades conmigo!!.-

–No Ana, no me enfado, pero es precisamente esta actitud tuya la que debe cambiar. Aun eres una niña por mucho que te creas mayor. Has aprendido demasiado pronto las artes de la seducción, pero no cuando y con quien puedes o debes utilizarlas. Y son un arma de doble filo.

Ya sabía que lo intentarías, pero también que no debo permitirlo. Y no lo haré. Si consintiera esta relación dejaría de ser tu padre para convertirme en uno más de tus amantes o peor, clientes.

No, la única razón por la que sigo aquí eres tú. Mi hija. Y no quiero perderte. Tu principal problema en este momento son tus estudios, tu comportamiento, no me falles Ana.

Ahora duérmete y descansa.

Beso su frente y al salir de la habitación veo a Mila de pié, en medio del pasillo llorando.

Se abraza a mí, la acompaño a la cama y la acuesto.

Me tiendo a su lado y tardo poco en dormirme.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 10” (POR MOSTRATE)

$
0
0

A mi novia le gusta mostrar su culito (10)

Después de lo que me había pasado entre los compañeros de mi anterior trabajo y mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.

Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Marce no fuera conmigo, pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.

El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.

La ubicación que nos toco no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.

Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales del interior del país.

Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes y los de avanzada edad se la comían con los ojos.

Ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus caderas, con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su costumbre, Marce exhibía sin disimulo.

La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa y los aplausos habituales al terminar el mismo.

Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con los compañeros de mesa.

La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario era bastante tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.

Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso hizo la cosa mas alegre.

– ¿Vamos a bailar?, me pidió Marce.

La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, la que al no ser muy grande, estaba bastante concurrida.

La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos los tipos que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían sentados.

En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba la cola muy atentamente.

Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy elegante y con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la empresa.

Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.

Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida pensé.

Considere que alguien que admira de esa forma la cola de tu esposa había que agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo contemplara en toda su expresión.

Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy lentamente para que Marce no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.

Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.

La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.

Observe al viejo y ahí note que el me estaba mirando fijamente. Sentí como que me preguntaba si eso había sido para el. Le hice un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Marce.

En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacia difícil disimular mi erección.

– ¿Que fue eso del beso?, me preguntó

– Nada, tuve ganas de besarte, le conteste

– Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo

– Nadie nos vio, le respondí.

Ella no dijo nada, solo río.

Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares a las de el. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera babeando con la cola de mi mujer.

La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida, eso hacia que me volvieran a la cabeza la imagen de los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.

Mientras tanto Marce seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin siquiera sospechar mis pensamientos.

Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.

– ¿Vamos?, me pidió Marce tomándome de una mano.

– En un rato, le conteste.

Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi pantalón.

– ¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.

– No, para nada, respondí.

Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, por lo que aproveche para cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.

Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo pero el viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de vino.

– ¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.

– Claro, respondí. Era el.

– Yo ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo

– En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.

– Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.

– Jorge Prieto, mucho gusto, estreche la suya.

– ¿En que sección de la empresa esta?, preguntó.

– En ventas ¿y Ud.?

– Yo estoy en el directorio.

– Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales rió.

– Para nada, le dije mientras sonreía.

– Además yo estoy solo y Ud. con una hermosa mujer, así que son dos contra uno rió nuevamente.

– ¿Es su novia?

– No, mi esposa.

– Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, mientras me señalaba la pista

donde ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.

– Y si, reí nerviosamente.

Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el espectáculo de hace un rato había sido dirigido a el. La situación me incomodaba, pero a la vez me ponía muy caliente.

– Ese vestido le queda de maravillas, ¿no le parece?, me preguntó.

– Si, le conteste un poco inquieto

– Le digo porque se lo pude ver bastante de cerca hace un rato mientras bailaban.

– ¿Que cosa?, lo mire.

– El vestido, ¿que pensaba?, río.

– Nada, nada, respondí aún mas tenso.

– ¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?

No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente nervioso.

– ¿Sabe si su esposa tiene bombacha?

– ¿Como?, pregunté con cara de disgusto.

– Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpo ante mi reacción.

– Le preguntó porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las tiras de las bombachas y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no observe marca alguna, prosiguió.

Lo nervioso que estaba se transformo en excitación. El viejo se había pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de todo yo lo había empezado.

– La verdad no lo se, le respondí

– Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se nota, dije a propósito.

– Tal vez, dijo

Yo esperaba que la respuesta lo incomodara, pero no tuvo ninguna reacción

– Me lo averigua, me gustaría saberlo, continuo mientras me dio la mano y se retiro regresando a su mesa.

Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mi a ver si quería continuar con el juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado mucho ese dialogo.

Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Marce sin mirarla y continuo con su animada charla con sus compañeros de mesa.

Yo quede nuevamente solo y mas excitado que antes y sin estar seguro de querer continuar con esta diversión peligrosa.

Al rato, se corto la música y todos volvieron a la mesa.

– ¿Que paso que no viniste?, me preguntó Marce.

– Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.

Se río y me dio un beso.

– ¿Y que viste?

– Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurre al oído.

– ¿Te diste cuenta?, río

– Con estos vestidos no se puede usar, me respondió con voz picara.

– ¿Nada de nada?, le pregunte.

– Nada de nada, me contesto sonriendo.

– ¿Te molesta?, continuó.

– No, para nada, dije.

Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.

Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo pensar muy bien

– Voy al baño, ya vengo, dije.

Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenia. Por suerte no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.

Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerque y le dije al oído:

– Ud. tenía razón.

El solo me miro, yo seguí camino al baño.

Me metí en un cubículo y me baje los pantalones, ya no aguantaba la presión que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.

– ¿Sr. Prieto, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.

Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.

– Si, respondí.

– Perdone que lo moleste pero quería estar seguro si entendí bien.

– ¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.

– Completamente, le dije mientras me masturbaba frenéticamente.

– Ah, mire Ud.

– Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?

Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.

– Bailar digo

– Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.

– ¿Ud. no tendría problemas verdad?

– No, fue lo único que salio de mi boca.

– OK, después lo veo.

Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miro.

– Como tardaste, me dijo Marce.

– Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.

– Se te nota que estas muy colorado, ¿querés que vayamos?, me preguntó.

– No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.

Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de terminarlo cuando quisiera.

Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a bailar.

– ¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.

– La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si querés.

– Si Ud. lo desea puede bailar conmigo, se escucho detrás de nosotros.

– Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Marce.

– Marcela Prieto, un gusto, dijo ella.

– Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?

– Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.

– ¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.

– Para nada, anda, mientras yo me repongo un poco.

Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su culo.

Nuevamente me cambie de silla para poderlos apreciar mejor a los dos, estaba seguro que Marce con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.

No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola, dirigió la mirada hacia mi y le dijo algo al oído, Marce me miro y río, situándose nuevamente frente a el.

Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba produciendo dolor, tenia que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.

Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se porto como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con un gracias.

Pensé que todo había terminado ahí; Nada mas equivocado.

– Vi que la pasaste bien, le dije.

– Si, Marcos es muy simpático, me respondió.

– Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.

– Y también lo tenes loco, dije sonriendo.

– Si, me lo dio a entender, río

– ¿Si?, ¿Como?

– En un momento me le puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta que era viejo pero no de fierro y que vos me estabas vigilando, dijo con cara picara.

– Si lo vi., y vi que te diste vuelta enseguida.

– Te prometí que me iba a portar bien no.

– Yo cumplo mis promesas, sonrió.

– ¿Te calentó el viejo?, quise saber.

– Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.

Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se le notaba excitada. No me sorprendí, yo sabia lo mucho que le gustaba eso.

– Voy al toillete, ya vuelvo, me dijo.

La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró mas el culo, hubiese apostado que lo haría, y continuó camino.

El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que se perdió tras la puerta de baño.

Luego me miro, se incorporó y se acercó.

– Le pido disculpas, me dijo.

– ¿Por que?, le pregunte.

– Por no poder dejar de mirarle la cola a su esposa, dijo en tono pausado.

– Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo esta desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.

– No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.

– Es mas, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.

– Me alegro que no le moleste.

– ¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.

– ¿Que cosa?

– Mostrarme esa colita.

– Ya se la mostró en la pista, le dije.

– No me entendió, le preguntó si a ella le molestará mostrarme la colita sin el vestido, dijo muy seguro.

Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar bien.

No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.

– ¿No le parece que seria excitante para Ud. ver como su esposa le muestra el culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.

No emití palabra, solo miraba la pista, mientras el seguía hablándome discretamente.

– Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su mesa.

No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no me iba a ser difícil convencer a Marce, a ella le encanta eso.

Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo mas y estaba dispuesto a hacerlo.

– No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Marce al regresar.

– Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.

– ¿Te sentís mejor?, me preguntó.

– La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.

– ¿Si?, que lástima, me dijo.

– Bueno vamos, no hay problema, continuó.

– Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.

– ¿Te parece?, no te veo bien, dijo.

– Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.

– OK, voy a buscar los abrigos al guardarropas, ya vengo, dijo.

– Yo le voy a avisar al viejo, dije.

Llegue a su mesa, el se dio vuelta para prestarme atención.

– Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.

– Por supuesto, me contesto con una sonrisa.

– Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.

Nos ubicamos en mi auto, el viejo en la parte trasera y partimos.

– Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el aroma inundaba todo el habitáculo.

– Gracias, respondió el.

– Me alegro que le guste, continuó.

– El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.

– Gracias, respondió ella con una sonrisa.

– ¿Uds. viven lejos?

– No, acá a unas 10 cuadras, conteste.

– Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.

– Otro día lo invitamos a cenar, dijo Marce.

– No estoy tan mal, no es para tanto, ¿le agradaría pasar a tomar un café?, le pregunté.

– Si a su esposa no le molesta me encantaría.

– No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba desconcertada.

Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy excitado y quería llegar lo antes posible.

Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor. Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.

– Tenés que comprarte un perfume como este, es muy estimulante, me sugirió Marce.

– Es lindo dije.

– ¿Le parece estimulante?, preguntó el.

– Mucho, respondió ella.

– ¿Y que le estimula?, continuó el, mirándola con deseo.

– Uh tantas cosas, contesto ella riéndose.

El rió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.

Lo invite a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living, yo lo hice frente a el, mientras Marce fue hacia la cocina a preparar el café prometido.

– ¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.

– ¿Que cosa?

– Que me trajo para que ella me muestre el culo.

– Para nada, respondí inquieto.

– ¿Cree que va a ser posible, no se me va a arrepentir no?, preguntó con tono impaciente.

– Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí desafiante.

– Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.

Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso sobre la mesa frente a el.

– Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.

Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba insinuando que no solo quería verla desnuda a Marce, sino que también pretendía algo mas. Acepte el desafío.

– Amor, podes traer un vaso de agua que el Sr. Marcos tiene que tomar una pastilla, le grite a Marce para que me escuchara.

El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo que no le había visto en toda la noche.

En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.

– Ya se esta calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba el vaso al viejo.

– ¿A que se refiere? preguntó el, mientras tragaba la pastilla.

– Al café, que creía, dijo riendo.

– Debe ser de bravo Ud. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.

– ¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.

– ¿Que converso con mi marido?, no se, no me dijo.

– Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.

– ¿No le contó Prieto?, me preguntó haciéndose el distraído.

– ¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.

– Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, conteste visiblemente acalorado.

Se noto en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato, Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar:

– Le pido por favor que no se enoje, dijo.

– Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella, continuó.

Ella me miro y sonrió nerviosamente.

– A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mi, y realmente a mi me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le preguntó.

El rostro de ella se ruborizo, creo que por una mezcla de excitación y vergüenza, no esperaba que el viejo fuera tan directo.

Por unos segundos todo quedo en silencio.

– No se, me toma por sorpresa, dijo ella.

– Mire señora Prieto, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y seguramente Ud. también lo disfrutará.

Ella lo miro y tímidamente hizo un gesto de convencimiento y aprobación.

– Prieto, me gustaría verlo a Ud. sacándole el vestido, ¿me haría el favor?, preguntó.

Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera ver la cara de puta que tenia Marce en ese momento. El seguía atentamente la escena sin gesto alguno.

Lentamente le baje los breteles y los solté. No se si fue por el tipo de tela o por la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente y quedo a sus pies.

– ¿Que le parece Marcos?, me anime a preguntar.

– Me parece que su esposa tiene una cola preciosa, respondió.

– Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.

– Retírele el vestido pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.

Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicada, me sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.

– Sr. Prieto, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras bailaba en la fiesta, dijo.

Marce se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a bailar despacio, la tome por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.

Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a unos centímetros de su cara. Baje mis manos a sus glúteos y repetí la escena del salón dándole un largo beso.

– Sr. Prieto ¿me permite acariciar la colita de su esposa?, preguntó.

Marce cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerque un poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.

El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras Marce paraba más la cola. Le di otro beso y me aleje, no quería perderme nada de la escena.

– Que hermosa piel tiene Sra. Pietro, dijo, mientra le acariciaba con delicadeza todo su cuerpo.

– Gracias, apenas se la escucho a ella.

– Realmente tiene una hermosa mujer, Sr. Prieto, continuó diciendo mientras, metía su mano entre las piernas de Marce.

– Lo se, dije, mientras ella nos regalaba un placentero gemido.

– Esta toda mojada Sra. Prieto, dijo mirándose la mano empapada por sus jugos.

– Dese vuelta por favor, le pidió.

Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente depilada vagina.

Marce estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el cierre del pantalón para aliviar la presión.

– Espero Sr. Prieto, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de masturbarse, me sugirió.

Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó:

– Su esposa tiene una hermosa conchita, dijo, mientras hurgaba delicadamente en ella.

– Pero esta conchita tiene dueño y es Ud. y yo soy muy respetuoso de eso, me dijo mientras retiraba los dedos de ahí.

Con Marce nos miramos con asombro.

– No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer casada, continuó.

– Distinto es la cola, siempre creí que la colas bellas pertenecen a todos los hombres, dijo mientras hacia girar nuevamente a Marce.

Eso fue muy excitante para mi, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular. También se noto que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior, y se ruborizo aún más.

El puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.

– Y este colita se nota muy predispuesta, ¿no Sr. Prieto?, preguntó mirándome fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en su hoyito.

Marce pego un gritito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá hecho una diez veces, suficiente para mi esposa que entre gemidos le regalara el primer orgasmo.

Saco los dedos y le dio una palmadita.

– Tranquila Sra. Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.

Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido transparente corría por sus piernas temblorosas.

– Sr. Prieto por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.

Deje el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no quería perderme nada.

Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella, con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.

– Perdón Sr. Prieto, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.

– ¿No Sra. Pietro?, preguntó.

– Si, apenas pudo responder ella, inmediatamente tuvo la lengua del viejo nuevamente en su boca.

Nunca había visto a Marce besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.

– Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le metía la lengua en la boca.

– Ud. es un hombre de suerte Prieto, su mujer tiene una boca deliciosa, y volvían a jugar con sus lenguas.

Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba masturbarme y tener mi primer orgasmo.

Por suerte el se detuvo:

– Sra. Prieto necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar un momento, dijo.

Ella asintió desconcertada y se metió en el baño.

– Mire Sr. Prieto, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el hermoso cuerpo de su esposa.

– Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.

Solo le asentí con la cabeza.

– Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial, ¿Ud. tendría alguna objeción?, me preguntó.

– No, respondí apenas audible.

– Igual, puede confiar en mi, aunque esa conchita sea muy deseable, como le dije antes por respeto a Ud. solo la voy a penetrar por la cola.

– Es toda suya, le dije.

– Le agradezco mucho, contesto.

– Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría dormir acá en los sillones?, preguntó.

– No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.

– Le agradezco nuevamente, dijo.

– Me indica donde esta su dormitorio, pidió.

Lo acompañé a nuestro cuarto.

– Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me esta haciendo efecto la pastilla.

Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose frente al espejo. Se la notaba súper excitada.

– Hola, me dijo

– Hola, ¿esta bien?, le pregunte

– Si, respondió

– Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola ahí toda lo noche.

– ¿Y que le contestaste?, preguntó mientras se masturbaba más rápido.

– Le dije que esta cola era toda suya, le respondí mientras metía un dedo en su agujerito.

– ¿Hice mal?

Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me pidió que la llevara.

Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.

– Lindo colchón, dijo mientras hacia presión en el con las dos manos.

– Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no Sra. Pietro?, preguntó.

Ella solo lo miro con deseo.

– Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.

Marce obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se saco los pantalones y el boxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya mostraba una importante erección.

Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su cuello.

Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.

– Vio Prieto, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que le estimulaba mi perfume.

– Venga Sra. Prieto huélalo por acá que suelo ponerme mas cantidad, continuó diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.

Marce comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que me masturbaba frenéticamente no aguante más y tuve mi primer orgasmo.

Me levante para ir a lavarme.

– ¿Adonde va?, me preguntó Marcos.

– A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo

– Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo

Marce giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca, Yo regrese a mi lugar.

– Que bien la chupa Sra. Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos manos marcándole el ritmo.

Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos mientras alternaba su mirada entre la de el y la mía. En un momento fue con su boca a sus huevos. Se noto que al viejo le encanto. Se tomo el miembro y empezó a masturbarse mientras Marce jugueteaba esa zona con la lengua.

– Que dulce que es su esposa Sr. Pietro, dijo entre suspiros.

– Fíjese que mas encuentra por ahí para lamer, Sra. Pietro, continuó mientras abría y levantaba las piernas.

Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual lamió con placer.

– Eso es Sra. Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mi hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.

Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que tuve mi segundo orgasmo.

– Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.

Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y volvió a meter la lengua en el culo del viejo.

Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveche que los dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.

No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme enérgicamente.

– Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de Marce.

– Y parece que le encantan las vergas duras no Sra. Pietro, continuó mientras manoseaba sus pechos.

Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía hamacándose.

– Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.

– ¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto mirándome.

– Por supuesto, le conteste con voz entrecortada.

Nos miramos con Marce durante el tiempo que el viejo, entre jadeos, le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para nosotros que acabamos juntos.

Ella quedo tendida sobre Marcos.

– ¿Le gusto Sra. Pietro?, rompió el silencio Marcos.

– Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.

– Tuvo buena vista de ahí, ¿no Sr. Pietro?, sonrió.

– ¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.

Los tres reímos. Marce se levanto, me beso y se dirigió al baño.

– Por Dios como coge su esposa, Ud. es un afortunado Sr. Pietro.

– Gracias Marcos, le dije.

– ¿Ud. esta satisfecho ya?, me preguntó.

– Bastante, le conteste con una sonrisa.

– Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta no?

– Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir, le conteste con un sonrisa.

– Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.

En el baño se escucho el caer del agua de la ducha.

– Escuche, esta dejando su colita limpita para que pueda seguir jugando con ella, dije para excitarlo.

Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al otro baño a lavarme, al salir me cruce en el pasillo con Marce que salía del suyo, envuelta en una toalla y con su cabello mojado.

– Anda que el viejo te esta esperando con la verga dura le dije.

– Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.

– Me parece que tenés para rato, continúe.

– ¿Vos no venís?, me preguntó.

– No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.

– Gracias, te quiero, me dijo.

Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.

Ya estaba amaneciendo. No sabia cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.

Sin hacer ruido me encamine hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.

El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de inmediato. Marcos me miro.

– Hola Prieto, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi respuesta.

– No, respondí.

– Hola amor, me saludo ella entre suspiros.

– Hola, dije.

Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.

– ¿No durmieron?, pregunte inocentemente.

– No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.

– Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.

Increíblemente el estaba con una erección importante. A ella se le notaba cansada pero contenta.

– Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.

Ella se acerco y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.

– Mira como me dejo la colita el Sr. Marcos, me dijo con cara de puta.

– Agradécele que no me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me excitarían.

– Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.

– Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.

– Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.

– ¿Que cosa?, pregunte.

– Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.

Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.

El gemía y también se masturbaba. A mi ya me dolía el pene y necesitaba acabar.

– Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.

Marce se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que se noto por su exclamación que una vez más le había dejado toda la leche dentro.

Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto orgasmo de la noche.

Regrese a mi cama completamente agotado y me dormí.

La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que seria mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta allí.

– Hola dormilón, dijo Marce mientras me daba un lindo beso.

Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza. Mire el reloj y eran las 13.25.

– Hola, todo bien, dije.

– ¿Donde esta el viejo?, pregunté.

– Esta duchándose, respondió.

– Te ves cansada.

– Como querés que me vea, no se como hace pero Marcos no paro en toda la noche.

– Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.

– Me encanto, hace rato que no me cojen así, sonrió también.

– Como les va a la hermosa pareja, se escucho detrás de nosotros.

El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.

– Espero no le moleste que haya tomado una bata, me dijo

– Por favor, faltaba mas, respondí.

– Buen día Sra. Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus labios.

– Bien, muy bien dijo ella riendo.

– Siéntense que ya esta el desayuno listo, continuó.

Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las tostadas.

– ¿Linda noche hemos pasado no Sr. Pietro?

– Muy agradable, respondí.

– Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.

– Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.

– Estoy entrenado, río.

– Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.

– Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos mantiene jóvenes, rió.

– Ya me di cuenta, dije riendo.

– ¿Ud. lo disfruto no Sra. Pietro?

– Mucho, respondió mirándolo pícaramente.

– Tendríamos que repetirlo, ¿no Prieto?

– Cuando quiera, respondí

– Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante, ¿Les agrada la idea?

– Claro dijo ella, nos encantaría.

– Anote la dirección, le pidió.

Marce busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyo en la mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.

– Que vista maravillosa nos esta dando Sra. Pietro, dijo el clavándoles los ojos.

Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.

– Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.

Estaba casi con una erección completa.

– Ya vuelvo Prieto, me dijo mientras se sacaba la bata.

La apoyo por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.

– ¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.

Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba en la cara que no iba a aguantar mucho.

– Ahí viene, dijo entre jadeos.

Marce no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que le lleno la boca de semen. Vino hacia donde estaba yo, me miro con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabe en la cara.

Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de entrada del edificio.

– Los espero el sábado, nos dijo.

La saludó con la mano a Marce y cuando estrechó la mía, se acerco y me dijo al oído:

– Vengan de sport, pero eso si, traigala sin bombacha.

CONTINUARA…

Nuevas fotos de Marce en: lindoscuernos.blogspot.com

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Encuentro con Rita 1” (POR MARQUESDUQUE)

$
0
0

-Dígame

-Hola Miguel, soy Mario. ¿Sabes a quién vi anoche?

-Ni idea

-A Rita

Quedé mudo un momento. Rita era la ex novia de mi hermano Mario, pero era mucho más. También había sido su profesora de filosofía y, en cierto modo, la profesora de la vida de los dos… y eso incluía el sexo. Hacía tiempo que habían roto, pero seguía siendo un referente importante en nuestras vidas, de ahí la llamada.

-¿Estás ahí? ¿Por qué no contestas capullo?

-Sí, estoy aquí. Así que has visto a Rita. Pues muy bien.

-Le dije de quedar, pero me dijo que tenía pareja… una mujer.

-Eso tampoco es del todo una sorpresa, antes de salir contigo tuvo un rollo con una tía, según nos contó.

-Bueno, aquello era un experimento universitario, con esta está viviendo, hasta tienen un hijo.

Me costaba prestar atención a lo que me contaba mi hermano. ¿Qué importaba lo que hiciera ahora? Nunca podría olvidar la ocasión en que los pillé en la intimidad, a Mario y a ella, en mi casa. Sabía que el cretino de mi hermano salía con una tía, pero no tenía ni idea que fuera su profesora. En realidad ya no lo era, había terminado el curso, pero lo había sido hasta semanas antes. Era la profe guay, la jovencita, recién terminada la carrera, la buenorra, en la que se inspiraban nuestras pajas, con la que soñábamos todos los tíos del colegio. Y el pringaillo de mi hermano se la estaba tirando. No me lo podía creer. Ahí estaba él con los pantalones bajados, tumbado sobre ella que le dejaba hacer. La profe estaba preciosa, con el pelo revuelto y color en sus mejillas en medio del coito. Aun estaba vestida pero tenía un pecho fuera del sujetador. Mi pene se endureció de repente.

-¿Sigues al teléfono?- mi hermano me saco de mi ensoñación.

-Claro. ¿Te ha dicho algo de Sofía?

-Me ha dicho que todos están bien

-Porque no vienes mañana a casa y hablamos de ello.

La primera vez que la vi me quedé flipado. ¿Esa era la profesora de filosofía? Acostumbrado a profesores de 50 años ese bombón de veintitantos era una novedad. A todos los tíos de la clase, chavales de 17 y 18 años, la mayoría vírgenes, todos con las hormonas en plena ebullición, nos causó el mismo efecto. Era guapa, pelirroja, delgada, vestía sexi… no nos lo podíamos creer. Cuando empezó a hablar fue peor: era simpática, inteligente, explicaba bien, las clases eran amenas… a mí particularmente me fascinaban las historias de viejos filósofos que aceptaban su muerte por ser coherentes con sus ideas y ese tipo de cosas. Ese mismo día al llegar a casa me hice una paja pensando en ella, recordando su escote, su sonrisa, sus ojos…

Estuve varios días mirándola en clase como embobado. Finalmente reuní valor para acercarme a hablar con ella con la excusa de un examen. De cerca era más bella aún y olía bien, a un perfume que no conocía pero me hechizó. Otros profesores parecen molestos cuando les preguntas algo, pero ella fue educadísima y simpática. Me hablaba de igual a igual, sin la típica superioridad de los docentes. Mis ojos se desviaron a sus tetas sin poder evitarlo. No eran muy grandes pero como estaba delgadita le hacían un tipo estupendo, además como iba provocativa podía ver el nacimiento de uno de sus senos desde donde estaba. Esa tarde la paja fue de esas que te dejan sin resuello. A partir de ahí me fui animando: intervenía en sus clases, procuraba cruzármela en los pasillos o en la cafetería y decirle algo, incluso me atreví a llevarle los libros de clase al despacho en alguna ocasión, haciéndome el galante. Ella era siempre encantadora y me daba confianza con lo que cada vez me sentía más seguro. Poco a poco fuimos haciéndonos amigos. En sus exámenes siempre sacaba la nota más alta porque me encantaban sus explicaciones y fuera era ya el alumno con el que más hablaba, su “pelota” decían algunos con malicia, cosa que no me importaba porque estaba orgulloso de nuestra familiaridad. Seguía haciéndome pajas en su honor de vez en cuando, tratando de recordar sus rasgos con detalle, o como le quedaban las tetas con ese conjunto tan atrevido que había traído un día, o su culo alejándose después de clase.

Pasaron los meses y un día una noticia me turbó. Mi profesora favorita estaba saliendo con el majadero que daba educación física. Ciertamente no es que fuera asunto mío. Era una chica soltera, era lógico que saliera con alguien. De todas maneras nada hacía pensar que pudiera tener algo conmigo. Aún así me molestaba. No sabía muy bien porque, pero así era. Entre mis compañeros circulaban toda clase de rumores. Que si les habían visto en una discoteca juntos, que si les habían visto besarse… Todo aquello me mortificaba. Mi Rita, como se llamaba la profesora, era demasiado buena para ese soplagaitas. Estuve las siguientes semanas huraño con ella. Ya no intervenía en clase, ni le llevaba los libros al despacho. Ella seguía simpática y, ante mis desaires, se limitaba a oponer una sonrisa benévola, como si comprendiera lo que me pasaba, aunque yo juzgase eso imposible. Un mes aproximadamente duró este suplicio, hasta que con la misma fuerza con la que habían surgido los rumores de que estaban juntos, surgieron otros que decían que habían cortado. Se hablaba de discusiones a gritos y hasta de una bofetada que ella le habría propinado como colofón a una de ellas. Eso me encantaba. Ese día en el recreo en lugar de pasear juntos, como solían, estuvo cada uno a una punta del patio y ni siquiera cruzaron miradas. Eso parecía confirmar los rumores. Tras la siguiente clase me ofrecí a llevarle los libros, solícito. Ella sonrió de nuevo y me dio un beso en la mejilla. Al agacharse para ello pude verle los pechos casi enteros a través del escote. Mi pene se puso duro al instante. Disimulando la acompañé a su despacho.

Después de aquello nuestra relación se estrechó. Hablábamos de nuestra vida, de los filósofos presocráticos, de la última película que habíamos visto… Junto a Rita había otra chica que me gustaba, ésta algo más accesible. Isabel era una compañera de clase, no era de las más guapas ni de las más populares, pero era simpática y tenía buenas tetas y un buen culo. Acababa de romper con su novio de toda la vida y estaba un poco depre. Yo, como buen amigo, trataba de animarla, así que últimamente pasábamos bastante tiempo juntos. Llegó la cena de Navidad de la clase y no sé cómo terminamos besándonos. Solo había besado a una chica antes, el verano anterior en el pueblo en que veraneábamos y no tenía mucha experiencia. Aun así fue fantástico. Lo de la profesora solo era una fantasía irrealizable, aquello era real. Estuvimos uniendo nuestros labios y nuestras lenguas bastante rato. Al principio estaba nervioso, pero poco a poco fui sintiéndome mejor. Al cabo de unos minutos ya me había relajado y mi lengua estaba tan ágil como dura mi polla. Tras esa noche Isabel y yo salimos un par de veces al cine o a tomar algo. El colofón de nuestra cita siempre era un rato de morreo aunque nunca fuimos más allá. Yo estaba feliz, pensaba ya en un futuro con ella, la quería. Un día llegué al colegio y un grupo de compañeros al verme cambiaron de conversación. Quedé un poco extrañado. Intenté encontrarme con Isabel pero no la vi. Esa tarde la llamé por teléfono, pero no me contestó. A la noche recibí un email suyo en que me decía que había vuelto con su ex y teníamos que cortar. Por lo visto se habían besado ya en el patio del colegio a la vista de todos y por eso la extraña actitud de mis compañeros. Al día siguiente mi imagen en clase era la de la desolación. Procuré no hablar con nadie y evite a la parejita que no se cortaba de hacerse arrumacos. En clase de Rita mi actitud fue la misma y no levante la vista del libro en toda la hora. Al acabar, cuando ya salíamos del aula, me llamó y acudí a su lado mirando al suelo, sin ganas de hablar con nadie, ni siquiera con ella. Se lo que ha pasado, me dijo. Esa niña es estúpida, no te merece, y me abrazó fuerte. Sentí sus tetas clavadas en mi pecho, notaba el relieve de sus pezones. Poco a poco me ablandé y el abrazo se hizo reciproco. De algún modo me trasmitía su calor. Mis manos bajaron por su espalda hasta el nacimiento de sus nalgas, pero no me atreví a más. Lentamente se separó de mí y me besó en la mejilla, muy cerca de los labios. Musité un “gracias” que fue casi un susurro y me marché, no sabía si más reconfortado o aturdido.

A partir de aquel día Rita fue el único objeto de mis deseos. Nuestra confianza además había aumentado y era frecuente que nos quedáramos charlando después de clase, incluso que fuéramos a una cafetería a tomar algo. Una tarde que estábamos frente a dos cafés, lejos de miradas indiscretas, la conversación derivó a lo ocurrido con Isabel. Decidí sincerarme con ella y le confesé que era virgen y que aquella era la segunda chica con la que me besaba después de la vecina de pelo trigueño del pueblo. Le conté mis sensaciones, mi nerviosismo, incluso mi excitación sexual, la erección tan grande que había tenido en esas dos ocasiones. Ella, como para corresponder a la intimidad que había mostrado contándole cosas tan delicadas, decidió relatarme su vida sexual, como perdió la virginidad con el novio de su hermana o la relación que había tenido con otra chica en la universidad. Incluso el ridículo que había hecho el profesor de educación física, que a la hora de la verdad no había respondido, pegando un gatillazo esplendoroso que ella atribuía al alcohol. Estas revelaciones eran fascinantes. Por una parte demostraban una confianza en mí enorme, porque si esas cosas se sabían… bueno, no quería ni pensarlo. Por otra me ponía cachondísimo imaginar a una Rita adolescente con el novio de su hermana, y no digamos con otra mujer, dos universitarias liberadas dándose placer… parecía extraído de una película porno. Las pajas que me hacía en su honor pasaron de estar inspiradas en la evocación del cuerpo de Rita, de su escote, de su culo con esos vaqueros que tan bien le sentaban, de imaginármela desnuda, a basarse en complejas historias que se representaban en mi cabeza, en las que mi profesora seducía a su cuñado o a su compañera de pupitre y terminaban tórridamente. Cada vez que hablábamos procuraba desviar la conversación hacia ese tema y le pedía detalles, que ella me daba de modo aparentemente inocente, como si en mi curiosidad solo detectara un sano deseo de comprenderla mejor motivado por nuestra amistad. Así me enteré de que su hermana consentía lo suyo con Julio, como se llamaba el novio y después marido de aquella. “Yo no hubiera podido mentirla” me dijo con toda dignidad. También supe que su “novia” en la universidad practicaba el “cunnilingus” con especial habilidad, o sea, que le comía el coño mejor que ningún hombre. Estas declaraciones lejos de escandalizarme me excitaban. Bendecía el día en que conocí a Rita, que tantas cosas interesantes me aportaba.

Poco a poco los meses fueron pasando y el curso toco a su fin. A la cena de fin de curso invitábamos a los profesores más “enrollados”, eso incluía, por supuesto, a Rita y, contra mi criterio, también al pichafloja de educación física. El grupo de los “guays” que iba invitando a los profesores me pidió que me uniera a ellos para hablar con Rita ya que era con quien más confianza tenía. Lo que en realidad estaban pensando era “ya que eres su pelota de mierda”, pero se abstuvieron de decirlo así y para premiar el esfuerzo decidí acompañarles. Rita aceptó encantada. Puede que fueran imaginaciones mías pero juraría que me miró con una media sonrisa mientras lo hacía. Fue una mirada de esas que ponen nervioso. Desde luego a mi me puso nerviosísimo.

Llegó la noche tan esperada, tanto porque señalaba el fin de nuestras desdichas escolares y el principio de las vacaciones, como por la fiesta que nos pensábamos pegar. En la puerta del bar donde íbamos a cenar se arremolinaban mis compañeros y me acerqué a ellos. Las conversaciones eran triviales, pero se notaba la excitación en el ambiente. Entonces apareció ella. Las mandíbulas de todos los chicos se desencajaron. Estaba espectacular. Puede que de nuevo fueran imaginaciones mías, pero juraría que buscó mi mirada y se complació al verme tan atribulado como todos los demás, al comprobar que a mí también se me caía la baba por su aspecto. No solo estaba elegante y preciosa, estaba fieramente sexi, más provocadora que nunca. Ni siquiera recuerdo la ropa que llevaba, pero jamás olvidaré lo poco que la tapaba, lo escultural que se adivinaba su cuerpo tras ella. Entramos en el bar y nos indicaron la mesa que habíamos reservado. Intenté sentarme con ella, pero el capullo de deportes se me adelantó. Frustrado me fui a mi sitio y les observé mientras cenaba. Todo fue bien, cenamos y fuimos a una discoteca a bailar. A penas llevaba un cubata en el cuerpo, lo que quería decir que solo habían pasado unos minutos, cuando Rita se despidió para irse. Fui tras ella y la abordé ante su coche para tratar de convencerla de que se quedase un rato más. Me confesó que el profesor de marras la estaba molestando y que prefería marcharse. Que pasara del memo me alegró. Rápidamente reaccioné y le sugerí que fuéramos a otro sitio. Ante mi sorpresa aceptó. Lo cierto es que era una idea descabellada. Pensé que la rechazaría. ¿Por qué una profesora, la más deseada, iba a tomar un cubata solo conmigo? Era absurdo y sin embargo allí estaba yo, en su coche, camino de otro local. Sentado en el puesto del copiloto, observando cómo conducía, empecé a ponerme nervioso. Aún me pitaban los oídos por el contraste entre la música de la disco y el silencio del interior de su vehículo, en el que ninguno de los dos decía nada. Llegamos a nuestro destino y entramos a un pub que ella conocía. El estruendo de la música fue una bendición porque me daba excusa para no hablar sin que resultara incómodo. Tenía miedo de meter la pata. Pedimos unos cubatas y bailamos un poco. Debía estar fallándome de nuevo la imaginación porque juraría que se restregaba contra mí, mientras me sonreía de un modo indescriptible y seductor. Poco a poco me fui relajando y con los bailes sensuales la polla se me puso dura. Quería que aquello no terminase nunca. Eres muy amable, me dijo de repente, te agradezco que hayas venido conmigo, de verdad, pero te estoy separando del grupo. Puedes dejar a esta vieja y volver con tus amigos cuando quieras. Debía estar loca. No pensaba dejarla por nada del mundo. Le dije con toda sinceridad que prefería estar con ella. Sonrió de nuevo y me besó en los labios. No pude más y me lancé sobre ella. La besé con toda la pasión que pude, mi lengua chocó con la suya y nuestros cuerpos quedaron pegados. No quería que aquel beso acabara nunca. No sabía lo que me iba a decir cuando la dejara hablar, seguramente se enfadaría por mi atrevimiento. La sujeté fuerte para alargar aquello todo lo que pudiera. Finalmente, cuando ya me faltaba la respiración, nos separamos. Contra todo pronóstico en lugar de enfurecerse empezó a reír. Estaba desconcertado. ¡Calma campeón!, me dijo. Así, más despacio, y rodeando mi cuello con sus brazos volvió a besarme. No podía creerlo, me estaba dando el lote con la profesora de mis sueños. La abracé por la cintura y me dejé llevar. Aquello no era como besar a las crías que conocía en mi limitada experiencia. Esto era otra cosa. Toda una mujer. Bien mirado solo tenía veintitantos, pero desde mis 18 aquellos 6 o 7 años que nos separaban eran un abismo de placer y sabiduría. Nos besamos de todas las maneras. Lamí sus labios, los mordí, acaricié su lengua con la mía… Estaba en el cielo. En un momento dado se separo de mí, me cogió de la mano y me llevó hacia los baños. La seguí mansamente sin pensar en nada. Estaba en una nube. Entramos en el de hombres y ella cerró la puerta tras de sí. Entonces se agachó y me desabrochó la bragueta. Solo entonces me di cuenta de lo que iba a pasar. Rodeó mi glande con sus labios y ahí se abrió el paraíso para mí. Había soñado muchas veces con el sexo oral pero nunca había estado ni siquiera cerca de practicarlo. No sé el tiempo que duró aquello, para mí fue solo un instante y también la eternidad. Me masturbaba con la mano mientras me chupaba la punta. Sentía la calidez de su boca, su lengua jugando con mi miembro, su saliva empapándolo… Lo siguiente que recuerdo es estar a su lado en el coche yendo hacia su casa. Me vienen fugaces flashes de lo que ocurrió aquella noche inolvidable. Flanquear la puerta de su dormitorio cogidos de la mano, el cubata que me sirvió que a punto estuvo de derramarse cuando me atreví a besarla de nuevo, el sabor de su boca, el tacto de su vagina… y sobre todo la imagen de esa diosa sobre mí, haciéndome un hombre, el más feliz del mundo, botando ensartada en mi virilidad. Pensándolo con frialdad debí estar torpe por mi inexperiencia, pero para mí fue el mejor polvo del mundo en la mejor noche de mi vida. Después de la mamada del baño me propuso tomarnos la última copa en su casa y accedí. Le hubiese dicho que sí a cualquier cosa y nada me agradaba más que seguir junto a ella. Tras un poco de charla intrascendente en el comedor no pude más y la besé con ímpetu. Ella aceptó mi embate y me ofreció los senos para que los chupara. Lo hice con todo placer, eran las tetas con las que tantas veces había soñado, por las que tantas pajas me había hecho. Riendo me llevó a su habitación y me desnudo con toda tranquilidad. Allí se sentó sobre mi polla y me transportó al paraíso. Veía mi miembro entrar y salir de ella y seguía sin poder creerlo. De vez en cuando nos besábamos o le mordía los pezones. Me corrí con abundancia a pesar de haberlo hecho ya antes esa noche.

Colgué el teléfono y me paré a reflexionar. Así que Rita daba señales de vida otra vez. Y Sofía, mi primer amor, la mujer madura que me inició en el sexo y en las relaciones de pareja, parecía que se encontraba bien. ¿Cuántos años habían pasado desde que todo empezó? ¿Siete? ¿Ocho? ¿Y desde que acabó? ¿Dos años? ¿Tres ya? Recordaba como si fuera ayer la escena de los dos en plena faena y lo que pasó después. La verdad es que me costó bastante entenderlo. ¿Por qué había hecho aquello? ¿Era una puta? ¿Una ninfómana a la que le gustaban jovencitos? Por una parte era fantástico, había tenido la mejor experiencia de mi vida, por otra era una putada, no había podido disfrutarla como me hubiera gustado del miedo que tenía y seguía teniendo, porque sabía, que si Mario se enteraba, no solo me partiría la cara sino que nuestra relación cambiaría, tal vez para siempre. De hecho, tantos años después, con todas las cosas que habían ocurrido y que convertían aquello en una anécdota sin importancia, aún no se lo había contado. Tardé un poco en dejar que cayeran los prejuicios y las barreras y comprender porque Rita había actuado así. No fue hasta que conocí a su madre, Sofía, mi Sofía, mi “novia”, mi amor, a pesar de la diferencia de edad, y a su hermana, y hasta que escuché la historia de cómo la novia de mi hermano había perdido la virginidad con su cuñado con la presencia y aceptación de su hermana, y como se había iniciado al sexo espiándolos en la intimidad que empecé a entender… Hasta ahí todo era una mezcla de sentimientos, de amor y odio, de deseo y frustración, porque opinara lo que opinara de ella, de lo que no cabía duda era de que me atraía, de que envidiaba a mi hermano, de que, hasta que Sofía me hizo sentirme el hombre más afortunado del mundo, quería cambiarme por él y ser yo el que compartía todo con Rita y que él fuera el que había tenido aquel encuentro furtivo, el que debía guardar el secreto del goce prohibido.

La primera vez que la vi fue en un recreo. Me pareció, como a todos, una bomba sexual. Acostumbrado a profesores calvos y barbudos, y profesoras cincuentonas y obesas, aquello era una aparición. Era el objeto de todos nuestros comentarios, todos envidiábamos a los del curso siguiente porque la tenían de profesora y esperábamos tener esa fortuna al siguiente año. Aunque me llevaba bien con mi hermano, de ciertas cosas no hablábamos y me enteré que era su “pelota”, su “preferido”, por los comentarios en el patio. Pero claro, una cosa era seguirla como un perrito faldero por los pasillos del instituto y otra…

Cuando acabó el curso noté que Mario estaba más esquivo que de costumbre. No me costó deducir que salía con una chica pero ignoraba su identidad y, a decir verdad, tampoco me importaba mucho. Imaginaba que sería alguna petarda de su clase. Un fin de semana nuestros padres se fueron al pueblo y al capullo no se le ocurrió otra cosa que traer a su churri a casa. Yo solía pasar las tardes por ahí y él no esperaba que estuviera en casa, pero me picó la curiosidad y decidí quedarme. Cuando oí que llegaba me encerré en mi habitación y ni él ni su acompañante repararon en mi presencia. Al cabo de unos minutos salí sin hacer ruido. Esperaba simplemente averiguar quién era la pardilla que andaba con mi hermano y, como mucho, pillarles besándose y avergonzarles un poco. Nada me había preparado para lo que vi.

Después de perder la virginidad con Rita no sabía qué hacer. En el sexo, después de mi empujón inicial, ella había tomado la iniciativa y yo me había dejado llevar, pero no estaba seguro de que eso funcionase a partir de ahora. ¿Debía llamarla? ¿Me llamaría ella a mí? ¿Tendríamos una relación? ¿Solo había sido una noche de sexo desenfrenado sin mayores consecuencias? Estuve un día dándole vueltas y esperando a que ella diera señales de vida. Como no fue así, al día siguiente decidí llamarla yo. La verdad es que no sabía que decirle. Para el “tenemos que hablar de lo que pasó anoche” ya llegaba un día tarde y me parecía la típica frase de telefilm americano. Tampoco me veía recitándole versos del Tenorio o de las Rimas de Bécquer. Opte por hacer lo que hubiera hecho si me hubiera acostado con una chica de mi edad: invitarla al cine. Marqué su número nervioso y traté de ser lo más natural posible. Percibí indiferencia en su voz o, tal vez, un intento de no demostrar los sentimientos que mi llamada le provocaba. Se lo pensó unos instantes que se me hicieron eternos y aceptó. Un par de horas después divisé su figura cerca de las taquillas del cine. Fue un alivio, por un momento pensé que tal vez me plantaría, que se lo pensaría mejor y llegaría a la conclusión de que era absurdo salir conmigo. Pero no, allí estaba, con semblante serio pero cordial. Nos dimos un par de besos en las mejillas y entramos en la sala. Durante los trailers le dije al oído que estaba muy guapa, ella me lo agradeció cogiéndome de la mano y estuvimos toda la película haciendo manitas, aunque eso, después de lo pasó la última vez, no me parecía gran cosa. Cuando terminó la proyección dijo que tenía que ir a retocarse el maquillaje y la acompañé al baño. No sé porque te pintarrajes tanto, le dije. No podrías estar fea aunque te esforzaras. Sonrió y me besó en los labios. Le devolví el beso y nuestras lenguas se encontraron de nuevo. A trompicones fuimos hasta el baño y cerramos con pestillo. Descubrí sus senos y mamé de ellos con gusto. Ella me acariciaba la polla y se dejaba hacer. Después de algunos magreos me sentó en la taza, se quitó las bragas y se colocó sobre mí. Le sobaba las piernas, nos besábamos, palmoteaba sus tetas, le mordía los pezones. Fue mi segundo polvo con ella y el segundo polvo de mi vida. Cuando nos despedimos en la parada del autobús, lo hicimos con un beso en los labios, a la vista de los viandantes. Aquello empezaba a funcionar.

Follamos en los baños de una discoteca y en su coche en nuestras siguientes citas. Por alguna razón no quería llevarme a su casa y en la mía estaban mis padres. No hablábamos de nuestra relación, solo quedábamos, hacíamos algo juntos y terminábamos dando rienda suelta a nuestra pasión. Me apetecía que lo hiciéramos con más comodidad, como la primera vez, así que, en cuanto mis padres se ausentaron un fin de semana, la invité a mi casa. Por alguna razón supuse que mi hermano no andaría por casa aquella tarde. De hecho casi nunca estaba en casa a aquellas horas. En cuanto entramos la llevé a mi cuarto y la desnudé. Ella se dejaba hacer entre risas, como si mi ansia de ella la divirtiese. Fue un polvo rápido, de esos en los que te pueden las ganas, pero no me importó, esperaba repetir al cabo de un rato, con más calma. No sabía lo equivocado que estaba, en cuanto giré la cabeza allí estaba el pequeñajo, dando por culo como siempre desde que vino a este mundo y tuve que compartir con él mis juguetes. El necio de mi hermanito nos estaba espiando. En seguida me aterroricé. No sabía cómo reaccionarían mis padres si Miguel les decía que me había pillado en plena faena con una chica, que encima era mi profesora, pero prefería no averiguarlo. Ahora nuestras fuerzas están parejas, pero en aquella época todavía le podía, así que fui hacia él furioso, dispuesto a asegurarme su silencio, por las buenas o por las malas. El cabronazo me amenazó en seguida con chivarse y si Rita no llega a intervenir no sé qué hubiera pasado. Bueno, sí lo sé, que Miguelito hubiera cobrado. Mi chica estuvo fantástica. Me tranquilizó y dijo que ella se encargaba de convencerle de que no dijera nada. Fui a la cocina a beber algo y los dejé solos. A los cinco minutos salieron totalmente calmados. Tranquilo, no dirá nada, y con estas palabras de alivio Rita me convenció de que no había nada que temer. No sé lo que le diría, pero fuera lo que fuera funcionó: mi hermano nunca volvió a comentar lo ocurrido y, por supuesto, mis padres nunca se enteraron.

Los gemidos ya me alertaron de que aquello era algo más que unos besos. La puerta de su cuarto estaba entreabierta, imaginé que habrían entrado ya enzarzados en sus caricias, con la despreocupación de quien cree que no hay nadie más en casa que pueda perturbar su intimidad. Si mi sorpresa por ver a ese capullo llegar hasta el final ya era grande, la que me produjo reconocer a su profesora fue morrocotuda. Mi mandíbula se aflojó dejando en mi cara un aspecto ridículo. Simplemente no lo podía creer. Sus tetas asomaban por el vestido y sus blancos muslos rodeaban a mi hermano que se esforzaba por penetrarla con toda la pericia que su inexperiencia le permitía. Mi polla, una vez me recuperé del pasmo, comenzó a crecer ante el espectáculo. Disimuladamente, me acaricié el bulto en el pantalón mientras el amante impaciente en el que parecía haberse convertido mi hermano terminaba sobre aquella diosa. Entonces ocurrió lo inevitable, el cenutrio se giró y me vio. Como si se hubiesen desatado los siete infiernos y aún con los pantalones colgando de un modo que sería cómico si no fuese patético y, por lo que a mi respectaba, bastante amenazante, se dirigió hacia mí blasfemando en arameo. Por un instante me sentí culpable al ser descubierto en plenas labores de espionaje, pero en seguida reaccioné. Yo solo estaba en casa y me había alertado un ruido, no había hecho nada malo. El que debía sentirse culpable era él, que utilizaba la casa de picadero sin el consentimiento de nuestros padres. Así se lo hice saber, en un intento de que depusiera su violenta actitud, pero fue en vano. Más bien fue contraproducente. Ya veía la pelea inevitable, en la que por nuestra diferencia de edad tenía todas las de perder, cuando Rita intervino con una calma envidiable. Cuando me quise dar cuenta ya había convencido al energúmeno de que saliera de la habitación con la excusa de hablar a solas conmigo para “convencerme”. Valla si me convenció. Nunca he quedado tan convencido de algo en mi vida. Se acercó a mí con una sonrisa de esas que iluminan una habitación. Su amabilidad me pareció tan mosqueante como la agresividad de mi hermano. Me preguntó mi nombre y me susurró al oído nosequé del derecho de Mario a decirle a nuestros padres las cosas que hacía cuando lo creyese conveniente. La verdad es que no sabía que responderle. Le acababa de ver las tetas y, aunque se había recompuesto la ropa, aún se le veían un poco teniéndola tan cerca. En ese momento hizo algo inaudito que me descolocó del todo. Fue hasta la puerta, cerró con pestillo y me preguntó como la cosa más natural del mundo, si me había gustado lo que había visto. Definitivamente prefería que mi hermano me diera una paliza que soportar aquello. La polla iba a estallarme si aquella bomba erótica seguía tomándome el pelo. “¿Te estabas haciendo una pajita?”, me pregunto con un tono de inocencia imposible de explicar. Aquí yo ya estaba flipando en colores. Seguía sin considerar posible que pudiera parar lo que estaba pasando, y más aún lo que parecía que iba a pasar. Máxime teniendo en cuenta que mi hermano, al que se acababa de tirar, estaba a unos pocos metros en la otra habitación. Pero pasó. Me dijo que debía arreglar aquello, que dejarme así sería cruel y me sacó la polla de los calzoncillos. Me dio un breve beso en los labios mientras me acariciaba el miembro y sentí su aliento en mi boca. Se pegó a mi cuerpo para lamerme la oreja y pude sentir sus pezones duros en mi pecho. Sin más preámbulos se arrodilló y comenzó a chuparme la polla. La cabeza empezó a darme vueltas. Nunca había sentido nada ni remotamente parecido. Sus labios, su lengua, su cálida saliva mojando mi pene… No tardé mucho en estallar. Ella lo limpió todo, como si aquello fuera lo más normal del mundo y salió de la habitación asegurándole al imbécil de mi hermano mi silencio.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “Mi nueva vida 3” (POR SOLITARIO)

$
0
0

Martes, 30 de abril.

Me despiertan las discusiones de los niños por el uso de los lavabos, les teníamos dicho que debían utilizar el del pasillo y no entrar en el de nuestro dormitorio.

Estoy solo en la cama. La puerta de la entrada se cierra, se han ido al colegio.

Hoy va a ser un día movido, espero a Marga para organizar la decoración del piso en función de las necesidades del negocio. Oigo hablar, son las voces de Marga y Mila. Salgo al pasillo para oír mejor.

–No lo esperaba de ti, Marga, de cualquiera menos de ti.—

–Mila, no puedo decirte que lo siento, porque no sería cierto. Sabias que me gustaba José cuando lo conocimos en su facultad, pero utilizaste tus malas artes para atraerlo y quedártelo. Me dijiste que te habías enamorado y que me apartara, lo hice y me arrepentí. Me quede a tu lado porque así también estaba cerca de él y llegue a quererte a ti también. Te quiero Mila. No me peleare contigo, os quiero a los dos y creo que podríamos llegar a un acuerdo, los tres. Sin mentiras, sin ocultar nada.—

–No sé Marga, creo que lo he perdido para siempre y ahora sé lo mucho que lo quiero. Tú sabes que nunca me he dejado manipular por ningún hombre, y muchos lo han intentado. José era otra cosa, lo tenía en casa, era mi soporte, mi seguro y mi refugio en momentos de depresión y angustia. El siempre estaba ahí, sin una pregunta, sin un reproche. Cariñoso y atento. Demostrándome su amor. Y no permitía que me tocara, mientras yo me arrastraba como una perra, sometiéndome a las mayores depravaciones con tipos que no le llegaban a él ni a la suela del zapato. Lo engañaba, si, y ahora pagare muy caro mi error. Le he hecho mucho daño. Y lo he perdido. —

Me asome un instante, sin que me vieran y estaba abrazada a Marga, lloraba. Regrese al dormitorio.

–Mila, ¿estás ahí?

–¡Si José, estoy en la cocina, ven a desayunar, ha llegado Marga!

Me refresco, me aseo, voy a la cocina.

–Marga querida, deberíamos pensar en la posibilidad de que te quedaras aquí, en casa, un tiempo. Al menos hasta que solucionemos lo del piso. ¿Qué te parece?.

–Así no tendrías que ir y venir todos los días.—

Me mira con extrañeza. Quizá intuya que las he oído hablar.

–Por mi bien ¿tú qué dices Mila?

Mila me mira.

–¿Lo que yo diga o piense, servirá para algo?—

Me revuelvo.

–Si, servirá. Si eres sincera y dejas de comportarte como una niña caprichosa y egoísta. Cuando empieces a pensar un poco en los demás y no solo en ti.-

Dirige la mirada hacia Marga.

–Creo que debes venirte a vivir con nosotros, Marga. Te necesitamos, José y yo.

–Pues decidido, tenemos que preparar la habitación de la entrada con lo necesario para que estés cómoda. Mi despacho lo trasladaremos al piso nuevo. Ya he contratado ADSL para empezar a trabajar cuanto antes. Mila, alegra esa cara que vamos a perder clientes, si te ven así.

Mila mira a Marga y agacha la cabeza, con desaliento.

–Por cierto, he pensado en incluir a María en el proyecto como regente del local. Por lo que sé ya tiene experiencia. ¿Qué os parece?

–Creo que puede sernos de gran ayuda además, dentro de lo que cabe, es honrada, ¿Cómo lo ves Mila?

–Si, si acepta puede sernos muy útil, conoce a mucha gente y me fio de ella.

–Pues llámala y que venga a vernos esta tarde. ¿Qué sabemos de Claudia?

–Nada, no ha llamado.

–Llámala y averigua que pasa.

Suena el zumbador del portero. Mila va a responder. Vuelve.

–No es necesario que la llame, ya está aquí.

–Hola a todos, vaya os veo tristes, ¿pasa algo?

Me hace gracia el desparpajo que tiene, después de lo ocurrido la tarde anterior se comporta como si nada. Parece alegre.

–Clau, ¿porque estas tan risueña?

–Tengo mis razones. Esta mañana he discutido con Agu.

Nos vamos a divorciar. Nuestro matrimonio era una farsa. El se gastaba el dinero en juergas y fulanas. Así que le he dicho que a partir de hoy si quiere follar conmigo tendrá que pagar.

Mila sonríe.

–Entonces te puedo decir que yo lo tenía en mi agenda, nos veíamos una o dos veces al mes.

–¡¡Zorra!! ¡Mala amiga! José, ya ves que aquí nadie se libra de los cuernos. Pues bien, me alegro. Por cierto Mila, ¿Cuánto le cobrabas? y ¿Qué te pedía?

–Depende, lo normal trescientos por sesión, pero a veces se lo hacía a cambio de gestiones como abogado. Me citaba en su despacho. Allí me proporcionó buenos clientes. Me pedía mamadas, algún folleteo pero le gustaba más darme por el culo. Iba directo al grano, sin florituras. Me desnudaba me colocaba como él quería y la metía. En unos minutos se acababa todo. A mí no me excitaba en absoluto. Resultaba muy desagradable, despótico, no ocultaba su desprecio. A mí me daba igual, cobraba y me iba.-

Mila hablaba con Clau pero me miraba a mí, estudiando mi cara, mis gestos.

Disimulé como pude el pellizco que sentí en el estomago y forcé una sonrisa.

–¡Quizás tengas en él tu primer cliente, Clau!. Ya sabes lo que le gusta.

–Lo estaba pensando, no creas. Jajajaj

¡¡Estaba feliz!! Es como si se hubiese quitado un peso de encima.

–Clau, a tu hija la dejaras tranquila. No soy quien para juzgar a nadie, pero creo que no es bueno para ella que mantengáis esa relación. Su carácter rebelde indica que le afecta lo que hacéis. Eres libre de educarla como te parezca. Pero esto le perjudica.

–Anoche tuvimos una charla. Creo que dejamos las cosas claras y parece que ella se aviene a razones. El tiempo lo dirá. Pero por favor José, ayúdame. Confió en ti.

–¿A pesar del chantaje?


–Creo que entendí tu mensaje. Aun a costa de mi esfínter. Esta mañana no podía sentarme. Jajaja- Pero debo reconocer que lo pase muy bien con lo que me hicisteis. Yo me consideraba frígida. Me obsesionaba el no llegar al orgasmo. Me gustan los jovencitos y me excito con facilidad, pero luego una vez empezamos me bloqueo y por mucho que insista no lo consigo, entonces me cabréo. En ocasiones me he pasado horas dándome en la pepitilla sin llegar al final. Es muy decepcionante.

Mi marido nunca ha tenido la paciencia suficiente. Me excitaba, pero el entraba se corría y no me daba tiempo.

Llego a violarme. Sí. No pongáis esa cara. Me hacía sentir muy mal cada vez que lo hacíamos, me sentía frustrada. Un día me negué, el insistía y yo que no, que no me dejaba, que me utilizaba como a una muñeca hinchable y no quería pasar otro mal trago. Por sorpresa cogió la pechera de mi camisa la desgarro y me tiro sobre la cama, se sentó sobre mi estomago y me quito la ropa a tirones. Grité. Le suplicaba que me dejara, que no quería, pero no me oía, me arranco las bragas, que me produjeron un corte en la ingle y no se detuvo. Cuando terminó se vistió y se fue sin decir nada.

Desde aquel día me propuse ponerle los cuernos cada vez que tuviera ocasión. Pero aunque lo intentaba no llegaba al orgasmo y eso me hacía sentirme mal. Durante años me he dejado utilizar por él para masturbarse dentro de mí, sin hacerme sentir nada.

Hace unos meses, pille a mi hija masturbándose en su habitación, me excité mucho, ella no podía verme. Me subí la falda, metí mi mano dentro de mis bragas y me acaricié. Cuando ella alcanzo el orgasmo y vi el placer reflejado en su rostro, los ojos cerrados, su boquita entreabierta, los jadeos, no pude más y me ocurrió algo que nunca había sentido, el placer fue inmenso. Tanto es así que se me escapó un grito. Al oírme se giró, me vio se asustó. Yo fui hacia ella, la tranquilice y le hable de mi problema, me miro con dulzura, me empujo a su cama y se tendió a mi lado. Me besaba, sus manos recorrían todo mi cuerpo bajo la ropa. Se paró en mi almejita y la acaricio con sus deditos hasta que exploté en otro orgasmo. Era la primera vez, no sabía lo que era un orgasmo, había estado casada, había tenido una hija y nunca antes había llegado a sentir ese placer.

–Entiendo. Y tu Marga, ¿por qué te divorciaste?

Sonríe tristemente.

–Fue una equivocación.

–No el divorcio, sino el haberme casado con él. Era celoso al máximo, razón no le faltaba, pero me asfixiaba, no me dejaba respirar. Cuando Mila me dijo que había contactado con ella para una cita, me encaré con él. Le dije que yo estaba follando con medio Madrid, exagere, intento pegarme y no se lo permití. Le di un rodillazo en los huevos y me marche. Nos vimos lo imprescindible para los trámites del divorcio. Llegamos a un acuerdo bastante bueno para mí y ya no lo he visto más.

–Pero yo sí marga, no quería que lo supieras pero necesito acabar con las mentiras. Acepte acudir a una cita y follamos, pagando claro. Le advertí que si trataba de hacerte daño lo pagaría muy caro. Y si me delataba y mi marido se enteraba de algo acabaría en una cuneta. No he vuelto a saber de él.

–Bien dejémonos de cháchara y a trabajar. Marga al piso haz una relación de lo necesario. Luego te vienes para comer. Clau con la documentación que te facilitará Mila haz las gestiones para contratar luz y agua.

–¿Y yo?

–Te quedaras conmigo, aún tenemos mucho de qué hablar.

Mila rebusca en su armario y le entrega a Clau la documentación. Marga coge las llaves y se dirige al otro piso. Nos quedamos solos.

–Prepara algo para comer los tres, Mila.

Sin responder se dirige a la cocina. La sigo. Está de pié ante el fregadero. Me pongo detrás y coloco mis manos sobre sus hombros. Acerco mi boca a su cuello, aspiro su aroma, la sensación que provoca en mi es indescriptible. Al sentir mi respiración cerca de su oreja izquierda percibo un estremecimiento, se eriza su piel, me encantaba hacerla sentir aquella sensación, acariciar su “piel de gallina”.

Mila inclina su cabeza hacia atrás para aumentar el contacto. Yo me retiro.

–Sigue por favor. No me dejes así. Bésame.

Me obligo a alejarme de su cuerpo que me atrae como un imán.

–Necesito confiar en ti Mila, pero aun no puedo. Voy a ver que hace Marga.

La sorprendo con una tablet PC en la mano, tomando notas.

–Como vas.—

–Bien, creo que tengo anotado casi todo lo que necesito. Casi todo.

–¿Que quieres decir? Por favor habla claro, no me gustan los dobles sentidos.

–Me has sorprendido con tu decisión de que venga a vivir contigo.

–Pues no debería, es lo más lógico. Si tú me quieres, yo te quiero y ambos queremos a Mila. ¿Qué puede extrañarte? Todo es cuestión de establecer entre los tres unas normas que permitan la convivencia pacífica.

–¿Y lo crees posible?

–Hace un mes hubiera puesto el grito en el cielo. Pero como le he dicho a Mila, soy otro José.

He replanteado todos mis principios, y en ellos cabe una convivencia a tres, llevándonos bien y estableciendo los canales de comunicación adecuados. Vamos a ver qué pasa.

–Mila lo pasara mal y me duele. La quiero mucho, ha sido mi compañera desde que tengo uso de razón, fuimos juntas a la guardería.

–Puedes tener la seguridad de que no tan mal como yo lo he pasado. Pero es inteligente y fuerte. Lo superará y después nos lo agradecerá ya lo veras.

–Dios te oiga.—

–Eehhh, cuidado, Dios aquí no pinta nada. Somos nosotros quienes decidimos y establecemos las normas. Las suyas que las sigan los curas. Ya oíste a Mila criticando mi forma de ser influida por las leyes divinas.

–Vaya, realmente has cambiado. Así me gustas más.

Se acerca mucho, peligrosamente, percibo su aliento, me besa en los labios. Acaricio su mejilla con el dorso de mi mano, con la otra la separo de mi.

–Tenemos que empezar a establecer las normas a seguir. Creo que la primera será la de no permitir ningún contacto intimo de ninguna de las dos conmigo sin estar los tres presentes. Entre vosotras podéis hacer lo que queráis sin mí. ¿Cómo lo ves?

–Vaya, eres duro, no lo parecías hace un mes.

–No lo era Marga, pero lo que he visto me ha creado una coraza de la que difícilmente podre librarme. Por supuesto si en algún momento te sientes mal con esta relación lo hablamos y si decides marcharte tendrás la libertad de hacerlo. Nadie te retendrá.

–Con Mila es distinto, ella debe seguir junto a mí, al menos, hasta que los niños sean independientes afectivamente. Entonces podrá seguir conmigo o no, según yo decida.

La puerta de entrada estaba entreabierta y se movió, supuse que Mila estaba escuchando. Rodee los hombros de Marga con mi brazo y nos encaminamos a la cocina donde ya estaba Mila.

–¿Ya os habéis estado enrollando?

–Ya sabes que no, lo has visto y oído todo, y también que para cualquier rollo entre nosotros deberemos estar los tres.

Durante la comida intentamos dar un toque de humor a la conversación, les sugerí que contaran anécdotas de su vida “profesional”. Relataron peripecias que por un lado me hacían reír, pero por otro me producían un gran desasosiego interno. Mila había tenido multitud de experiencias que yo desconocía y me hacían verla como una extraña. Me producía una rara sensación. Tras el café Marga decidió ir a encargar algunas cosas que necesitaba.

–¡A ver qué vais a hacer..!

Y se marcho. Nos quedamos solos de nuevo. De pronto el ambiente se hizo pesado, como si una losa cayera sobre mí.

–Voy a tumbarme un rato. ¿Te vienes?

Asentí con la cabeza y fui tras ella. Se desnudo totalmente y se dejo caer en la cama. Yo vestido, me quite las zapatillas y me acosté a su lado. Se acerco hasta pegar su cuerpo al mío. No pude evitar una erección evidente bajo mi pantalón.

–Parece que no te soy tan indiferente.

–Mila, la indiferencia es un sentimiento que puedo controlar con el pensamiento y lo que tu observas en mi bragueta es una reacción puramente mecánica. No te equivoques. No vas a conseguir nada por ese camino.

Me gire sobre el lado izquierdo y le di la espalda. No podíamos dormir. Nuestras mentes no lo permitían. Se removía en la cama una y otra vez, hasta que no pudo soportarlo más y se levanto, se puso la bata y se fue. Poco después se oía la música del TV del salón. Me asome discretamente, estaba frente a la tele pero con la cabeza baja, ligeramente ladeada, pensativa. Me acerque y reacciono con un ligero sobresalto.

–Te creía dormido. ¿Quieres algo?

–Como si pudiera conseguir lo que quiero. Quiero a Mila, la que yo conocí, la que me enamoró. No la Mila egoísta y sin conciencia. ¿Y tú, qué quieres?

–También quiero al José amable que conocí pero ya estoy convencida de que ha muerto. ¿Podre tener algún día al nuevo José? Y si lo consigo, ¿tendré que compartirlo con Marga?

–Mila ¿te has parado a pensar en lo que dices?. Durante quince años has vivido conmigo sin yo tenerte y poseyéndote otros. Te he estado compartiendo con un montón de hombres que se acostaban contigo, sin yo saberlo. ¿Ahora te quejas porque tendrás que compartirme, estando tú presente?

–Dejémonos de reproches y háblame de ti. Que paso con la gente del grupo Ji, con María y con el tal Pedro, que al parecer inicio a la madre y la hija en el oficio más viejo del mundo.

–¿Realmente no te enfadas cuando hablamos de las cosas que hemos hecho?

–Si me enfado o no es cosa mía. Tengo que asumir y aceptar que habéis tenido una vida que yo desconocía y que jamás hubiera aprobado, pero es vuestra realidad y necesito conocer todo lo que habéis hecho para saber a qué atenerme en el futuro, si lo tenemos.

–No sé si has escuchado mis conversaciones con Ana.

–Algo he escuchado, se que te llevaron a una orgia en una casa en Toledo y que entraste en el grupo Ji. Después lo que comento Ana sobre la forma de convencerla para que trabajara para la tal María, al parecer a ti te hicieron lo mismo.

–Si, me montaron la misma encerrona que a nuestra Ana, precisamente por eso sabía que sería casi imposible convencerla para que lo dejara.

–Porque yo no lo dejé. Pedro era y es un maestro en las artes amatorias, María lo adiestro. Me convencieron de que esa vida era maravillosa y yo, a decir verdad, la he disfrutado. Por eso te repito que no me arrepiento.

–Nunca lo he considerado como algo malo. El sexo para mí era y es, una fuente de placer, pero también de dinero, ya lo sabes. Pero nunca he asociado el sexo al afecto.

— Tu no me pedias sexo y yo me acostumbre a no dártelo. Por eso no me parecía tan mal follar con otros, que me daban placer, y quererte a ti que me dabas cariño, amor.

–Supongo que para ti será muy difícil de entender. Y de verdad lo siento.

–Siento haberte hecho tanto daño. Jamás he sentido celos, tú no me dabas motivo, estaba segura de tu fidelidad, de tu amor. Hasta ahora.

–No me importa que folles con quien quieras. Lo has hecho con Claudia y creo que lo has pasado bien, me alegro, yo también lo hacía y lo pasaba bien, pero lo que has hecho con Marga es distinto, aquí entran en juego otros factores que lo complican todo.

–Ella ha confesado que está enamorada de ti. Y tú ¿sientes algo por ella?

–Con ella no solo follas, haces el amor y eso me duele. Me rompe el corazón. La vida sin ti ya no tiene sentido. No la quiero.

–Sigues siendo Mila, la egoísta. La ególatra, quieres que el mundo gire a tu alrededor, tú en el centro. Y te importamos poco o nada los demás. ¿Y tus hijos? Son tu responsabilidad, tú los has traído al mundo y ahora, como no logras lo que quieres los abandonas a su suerte. ¿Qué ocurriría si te enamoraras de cualquiera con el que estuvieras follando? No dudarías en dejarnos a todos para irte con él. De eso estoy seguro. Y en el futuro ¿Qué garantía tengo de que no lo harás?

–Ninguna, tenlo por cierto, nadie tiene el futuro garantizado. No te equivoques. Hace ya muchos años que aprendí una lección que a ti te vendría bien.

Vive el momento, deja el futuro a los astrólogos. Disfruta y vive. Si lo pasas bien gózalo, si lo pasas mal olvídalo. El pasado es un lastre que no te deja avanzar. El futuro es algo vacio y desconocido que te aterra y no te deja olvidar. Solo el momento es real, el pasado ya no existe ni existirá más, el futuro aun no es y quizá no lo sea nunca. Vive el presente y disfrútalo.

En ese momento llaman al portero. Mila se levanta para abrir. Entra María sonriente.

–Vaya, por fin voy a conocer a tu marido.

Besa a Mila y me da la mano. La estrecho.

–No puedo decir que me alegre conocerla por ciertas circunstancias, de las que supongo, le habrá hablado Mila.

–Si algo me ha adelantado pero ¿supongo que no habrá problemas? Yo no quiero líos. Y menos con maridos celosos.

–Dirá usted con cornudos celosos.

–¡Uyuyuiii! Como esto siga así me voy.

Mila intercede.

–No por favor María, quédate y escucha a José.

María se sienta en uno de los sillones del salón.

–Bien, vamos a dejar de lado la inducción a la prostitución de menores y el hecho de que la menor es mi hija. Vamos a obviar que hace veinte años hicieron lo mismo con Mila. Y vamos a olvidar que estuve a punto de matarlas a Mila y a usted.

–Por Dios, ¿Qué me dice usted?

–Como lo ha oído. Pero no se preocupe. No quiero hacer daño a nadie. Solo proponerle un negocio. Y olvide a Dios. Es un lastre del pasado que no deja vivir a mucha gente.

–Vaya. Me había asustado. Y ¿Qué negocio?

–El mismo que tiene montado en el cuchitril de su piso pero a mayor escala, con más medios y con menos peligro de ir a la cárcel por comerciar sexo con menores.

–Mila enséñale el otro piso y explícale lo que queremos hacer. Y para que la necesitamos.

Se trasladan al otro piso. Había citado a mi amigo Andrés para hablar con él y luego comprar algunos equipos para ampliar la cobertura de observación al otro piso. Nos saludamos en el café donde nos solemos encontrar.

–Aquí estoy José, a tu disposición, me dijiste que me ibas a proponer algo y me asusté. Dime que no vas a hacer una animalada.

–Depende de cómo lo interpretes. ¿Recuerdas la frase de Sun Tzu “Si no puedes con tu enemigo únete a él” de “El arte de la guerra”?

–Si tengo una vaga idea.

–Pues es lo que estoy haciendo. Y necesito tu ayuda. Está muy relacionado con tu trabajo, tendrás que pasar revisiones médicas periódicas a las putas con las que voy a trabajar. Entre ellas a mi mujer.

–¡¡¡¡JOSÉ, NO ME JODAS!! ¡¡¿Pero que me estás diciendo? ¿Estás loco?

–No Andrés, no estoy loco y baja la voz que nos miran, nos teníamos que haber entrevistado en mi cubil. Pero ya estamos aquí.

Le puse en antecedentes de todo lo que había planeado y las razones que me movían a hacerlo. Y lo entendió.

–Tengo que felicitarte, Te juro que he pasado noches sin dormir con tu problema y por lo que veo has tomado, creo, la única decisión posible, la más razonable. Y me alegro. Por mi parte colaboraré en todo aquello que mi ética me permita.

–Hay otra cosa, quiero que hagas una llamada anónima a la policía, al grupo de menores. Grabarán la voz y no puedo verme involucrado. Informales para vigilen esta dirección, particularmente los martes a partir de las diez de la mañana. Un alto ejecutivo estará allí con una menor.

–Se puede liar, lo sabes ¿no?

–Si, pero no puedo permitir que esa bruja siga destrozando la vida de más adolescentes.

–Lo haré, no te preocupes.

–Gracias, sabía que podía contar contigo.

Nos despedimos y me desplazo a la tienda donde adquiero el material que necesito. Vuelvo a casa.

Mila está en la cocina preparando la cena de los niños. Al verme corren y me saltan encima. Juego con ellos un rato en el salón. Mila se asoma y nos mira pensativa, esboza una sonrisa triste. Ana está en su cuarto. La llamo para cenar.

–¿Cómo te encuentras Mila?

–Físicamente bien, anímicamente mal, muy mal.

–¿Y tú?, sé sincero, ¿como estas?

–Tengo la extraña sensación de estar viviendo una pesadilla de la que en cualquier momento despertaré.

–Es curioso, a mi me pasa igual. No sé si podre superar esta angustia que me oprime el pecho y me ahoga.

–Es la misma sensación que he sufrido durante todo este tiempo. Desde que descubrí tu mentira.

–Pero podemos superar esto. Yo pongo todo de mi parte. A ti te cuesta más, no das tu brazo a torcer.

–Papá, mamá, porqué no dejáis de atormentaros los dos. Yo no puedo más. Me quiero morir.

Ana llora, Mila intenta consolarla. Yo no puedo más y las abrazo a las dos. Me separo un poco y las miro.

–Parecéis dos lloronas ¿No? Mira que cara tiene Ana, llena de mocos y lágrimas, déjame que te suene, como cuando eras niña. Jajaja

Las beso a las dos. Estamos más calmados. Le hago cosquillas a mi hija y consigo hacerla reír.

–Vamos Ana, cuéntanos que has hecho hoy.

–He pasado todo el día en el insti. Los huecos entre clases los he pasado en la biblioteca estudiando y….

–Y qué, Ana. Puedes hablar de todo. Ya no debe haber secretos entre nosotros.

–Pues que me he encontrado con Paolo. Y me ha parecido un jilipollas. He pasado de él. Solo es un pobre diablo por el que ya no siento nada.

–Es curioso. Antes, solo pensaba en él y no podía estudiar. Ahora ha desaparecido ese problema.

–En la mañana he preparado un examen que tenía pendiente y he aprobado el trimestre. Ha sido tipo test. Voy por las notas.

Mila me mira, me besa. La abrazo.

–Tenías razón José, aun tenemos esperanza.

Ana nos mira. Me entrega un papel en el que figuran las contestaciones y las correctas. La puntuación es media alta. La atraigo y la estrecho entre mis brazos. Mila sonríe.

–Vamos a dormir.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Mi esposa y los mecánicos” (POR MOSTRATE)

$
0
0

Hoy les voy a relatar una de las historias que nos ha pasado no hace mucho tiempo y que nos pone muy calientes solo con recordarla.

Por suerte nunca había tenido problemas con los autos que tuve. Es cierto que nunca fui de usarlos mucho y que los cambiaba con pocos kilómetros, así que no sabía lo que era llevarlos al mecánico, solo a los Services oficiales. Pero como en todo, siempre hay una primera vez.

Un sábado por la mañana habíamos decidido ir a visitar a unos familiares que viven a unos 100 kilómetros de distancia. Pero tuvimos que suspenderlo, el auto no quiso arrancar. Nunca imaginamos que la amargura y bronca de ese momento, iba a terminar en una de las situaciones más excitantes que hemos vivido.

Mientras mi esposa telefoneaba a los familiares para explicarle lo sucedido yo salí en busca de alguien que nos pudiera solucionar el problema.

Hacía unos meses se había instalado un taller a unas 3 cuadras de casa. No tenía ninguna referencia de ellos pero la verdad que tampoco conocía otro lugar, así que me dirigí allí en busca de ayuda.

Al llegar me sorprendió ver lo grande que era y la cantidad de autos. Ocupaba una superficie enorme y había como 10 personas trabajando entre la parte de mecánica y de chapa y pintura.

Apenas crucé la puerta de entrada del taller un muchacho me recibió:

– Mi nombre es Carlos, ¿en que puedo ayudarlo señor? me preguntó muy amablemente.

Carlos tendría alrededor de 35 años, de tez morena, de contextura delgada pero bastante musculosa. Estaba vestido con una camiseta sin mangas color blanca y un pantalón gris, ambos llenos de manchas de grasa, lo que le daba un aspecto bastante desagradable.

– Hola, mi nombre es Jorge y desearía hablar con el encargado, dije.

– Sígame por favor.

Atravesamos todo el local hasta llegar a una pequeña oficina que se encontraba al fondo.

– Tome asiento que ya le aviso al patrón.

Le agradecí y me senté en una silla que estaba detrás de un escritorio lleno de papeles, revistas de mecánica y algunas herramientas.

La oficina era típica de un taller. Estaba “decorada” con pósters de autos y principalmente de mujeres desnudas en poses muy sexys. Me detuve en una morocha que estaba de espaldas sacando el culo para afuera. Imaginé cuantas pajas se habrían hecho los mecánicos con ese póster y automáticamente se me apareció la imagen de mi esposa en esa posición parada delante de los mecánicos. Un terrible escalofrío recorrió toda mi espalda a tal punto que tuve una erección inmediata.

– ¿Que pedazo de culo eh?, escuche detrás de mí.

– Como pude recuperé el aliento y gire la cabeza para ver quien era.

– Hola como le va, soy Oscar, el encargado del taller, me dijo mientras me tendía la mano.

– Jorge, mucho gusto.

Oscar era un tipo rústico de unos 50 años, muy fornido, cabello bastante largo y como Carlos, tenía las ropas llenas de grasa.

– Y, que me dice, tremendo culo, ¿no le parece?

– Si claro, dije yo, sin poder sacar a mi mujer de la cabeza.

– Me encantan las morochas, son todas putas, rió

Apenas sonreí. Que mal momento le haría pasar si como respuesta le dijera que mi esposa es morocha, pensé y volví a sonreír.

– Bueno, ¿que puedo hacer por usted?, prosiguió

– Mire Oscar, vivo acá a tres cuadras y hace un rato intente arrancar el auto pero no pude, quería preguntarle si es posible que fuera alguien a ver de que se trata el desperfecto.

– Sabe que pasa los sábados cerramos a las 2 de la tarde y estamos tapados de trabajo, lo vamos a tener que dejar para el lunes, me dijo.

– Que macana quedarme todo el fin de semana sin el auto. Bueno pero si no hay remedio, paso el lunes, gracias igual, le dije mientras le tendía la mano.

– A ver, me puede esperar un momento que le entrego el auto a un cliente y como favor se lo veo yo.

– Le agradecería mucho.

Mientras esperaba volví a observar el póster y nuevamente imaginé a Marce en esa foto exhibiendo su hermosa cola y yo ahí disfrutando como la deseaban.

– ¿Veo que lo pone loco ese culo?, escuche detrás de mí. Era Oscar que había regresado y me hacía volver a la realidad.

– Me voy a poner celoso, es mi culo preferido, rió, mientras le daba un beso al póster.

– Sonreí.

– Como me gustará esta puta que acá tengo dos pósters iguales, dijo.

– Tome le regalo uno, prosiguió, mientras me entregaba una lámina enrollada.

– No, esta bien, gracias

– Tome hombre, es un regalo de la casa.

– Bueno, gracias.

– Si le parece vamos a ver su coche, me dijo mientras tomaba un maletín lleno de herramientas.

En el camino a casa no hizo otra cosa que contarme lo que le gustaban las morochas y afirmarme lo puta que eran. Narró algunas historias con unas vecinas del barrio que yo no conocía por lo que solo me limité a escuchar sin hacer ningún comentario.

Al llegar al garaje de casa, me solicito que abriera el capó y que le diera marcha al auto. Así lo hice.

– Está bien, suficiente, me dijo.

– Tengo poca luz acá, si no le parece mal lo empujamos hacia la calle.

– No hay problema, le respondí.

– Aguarde que llame a mi esposa así ella lo guía mientras nosotros empujamos, continué.

No creo que fuera necesario que Marce nos ayudara, solo fue una excusa para que Oscar la conociera. Me calentaba la idea que la viera después de lo que habíamos conversado.

– Marce, ¿podes venir un minuto?, le grite.

Bastó que ella apareciera por la puerta, para que Oscar le clavara la mirada y mostrara en su cara una expresión de vergüenza mezclada con deseo.

No era para menos, por un lado me había hablado de lo putas que eran las morochas y por el otro estaba viendo una morocha que estaba vestida solo con una remera y unas calzas de algodón color gris que le marcaban su fabulosa cola.

– Te presento a Oscar, es el mecánico, le dije.

– Mucho gusto dijo Oscar, todavía perturbado.

– Igualmente dijo ella, extendiéndole la mano.

– Necesitamos sacar el auto, podrías conducir mientras empujamos.

Marce subió al auto y con Oscar fuimos a la parte trasera.

– Perdóneme lo que le dije de las morochas, no sabía, me dijo.

– Quédese tranquilo, no hay problema le contesté.

– Además yo creo lo mismo, continué, mientras reía.

Oscar solo me miro y sonrió, tratando de entender lo que había escuchado.

Sacamos el auto a la calle y cuando Marce se bajo, Oscar no pudo evitar clavarle los ojos en el culo, sin importarle que yo estuviese delante, acción que hizo que comenzara a excitarme.

– Ya le traigo algo de tomar, le dije, mientras Oscar ponía manos a la obra.

– No se moleste, me dijo.

– No es molestia, es a cambio de su regalo le dije riéndome.

– ¿Que regalo?, preguntó Marcela.

– Nada, un póster que me regaló Oscar, dije.

Oscar asomo su cabeza por detrás del capó y me miro sorprendido.

– Donde está, quiero verlo, dijo ella, seguro es una foto de una chica desnuda, típica de taller, continuó.

Oscar seguía mirándome y no decía palabra.

– Así es y es parecida a vos le dije riéndome.

– A verla, quiero verla, dijo.

Oscar sonrió nerviosamente mientras le daba arranque al auto y este arrancaba. Yo ya estaba caliente y el juego ese me estaba gustando.

– ¿Ya está?, que rápido lo arregló, dije.

– Era una pavada, contestó el.

– Venga Oscar ya que terminó, vayamos adentro a tomar algo y mientras le muestro el póster a mi mujer.

Note que la mirada de Oscar se había transformando de sorpresa a la de desconcierto.

La agarre de la mano a Marce y entramos a casa. Oscar venia detrás y apostaba que le estaba comiendo con los ojos la cola a mi esposa. No solo yo estaba seguro, ella también se había dado cuenta y, como es su costumbre cuando esto pasa, arqueo mas la espalda para parar mas el culo, mientras me apretaba la mano y me lanzaba una mirada cómplice.

– Marce, acompañalo al living al señor que voy a buscarle algo de tomar, le dije.

Oscar ya a esta altura no pronunciaba palabra, solo asentía con la cabeza.

– ¿Y el póster?, preguntó ella.

Lo saqué de mi campera y se lo di. Así los vi alejarse camino al living, ella delante con el póster en la mano y el detrás visiblemente exaltado y con la mirada clavada en el culo de Marce.

Yo corrí hacia la cocina, llene 2 vasos con jugo y fui tras sus pasos.

Al atravesar el pasillo que da al living, me detuve antes de llegar. Quería espiar lo que estaba pasando.

La escena era de lo más caliente. Todo estaba en silencio. Oscar estaba sentado en un sillón doble y mi esposa había desenrollado el póster y parada de espaldas a el estaba observando la foto de ese terrible culo.

La vista que ella le estaba dando era fabulosa. Oscar podía ver a la morocha y a su vez su cola que, se notaba, había parado a propósito.

– La verdad tengo que reconocer que tiene una linda cola, dijo ella.

– Su marido quedo embobado cuando la vio, por eso le regale el póster, dijo el.

– ¿En serio?, preguntó ella.

– Si, y la verdad que no entiendo porqué, usted tiene una cola preciosa, dijo un poco tímido.

– Gracias, respondió ella, sacándola más para afuera.

– Es más me animaría a decir que es mas linda que esa, siguió Oscar, ya un poco mas seguro.

– ¿Le parece?, respondió ella, acercándole un poco el culo y ya claramente excitada.

Ver a mi esposa poner la cola parada a un metro de la cara de un desconocido me puso como loco. En ese momento decidí entrar, quería mirar eso más de cerca.

– Aquí están lo jugos, dije y le extendí uno a cada uno.

– Gracias, dijo el, con la voz medio entrecortada.

Mi esposa seguía en la misma posición. Yo pensaba la gran templanza que tenía Oscar para no extender la mano y acariciar esas calzas metidas en la cola de mi mujer.

– ¿Así que te quedaste embobado con esta cola?, dijo Marce en un tono simulando estar enojada, mientras me mostraba el póster y abandonaba su postura para irse a sentar en un sillón frente a Oscar.

– No mi amor, lo que pasa es que, como ya te dije, me pareció que esa cola era parecida a la tuya, le respondí.

– Acá el señor dice que la mía es mas linda, ¿no?, preguntó mientras volvió a pararse a mostrarle la cola.

– Si, contesto Oscar. Se notaba en su cara que la situación lo incomodaba, pero que lo había puesto muy caliente.

– En realidad mucho no puedo comparar porque usted esta vestida, dijo un poco tímido.

– ¿Y que quiere, que mi mujer se desnude? , le dije con cara de enojado.

– No, por favor, no lo tome a mal, solo decía, contesto todo ruborizado.

– En realidad el señor tiene razón, así vestida no puede cotejar si mi cola es mas linda que esa, dijo ella, señalando el póster.

– Sabes que me encanta que me elogien la cola, ¿me dejas que se la muestre al señor, así puede decirme que le parece?, continuó ya totalmente excitada.

Oscar me miro no entendiendo nada. Yo tenía una erección que ya no podía disimular.

– Bueno, pero solo la cola eh, le dije, para poner un límite y evitar que todo se desmadrara.

Marce, de espaldas a Oscar, metió dos dedos al costado de las calzas y se las bajó hasta las rodillas. Tomó el póster y lo puso al lado de ella, tratando de imitar la pose de la foto.

– ¿Y ahora que me dice señor? Le preguntó con cara de puta.

Ahí estaba mi esposa, como otras tantas veces, mostrándole el culo a un desconocido, solo cubierto por una tanguita blanca que se perdía entre sus nalgas.

– Si, si es muy linda, es, es mejor su cola, tartamudeó Oscar, mientras se acomodaba en el sillón.

– Bueno ya es suficiente, súbete las calzas, dije

Marce se subió muy sensualmente sus calzas y volvió a sentarse.

– Podría ser usted la del póster, la verdad, no tiene nada que envidiarle a esa chica, rompió el silencio Oscar.

– Gracias, a mi me encantaría estar en un póster pegado en un taller y que todos se exciten con mi cola, es mi fantasía, dijo ella, mirándolo a los ojos.

– ¿Y a usted no le molestaría ver a su señora calentar hombres?, me preguntó.

– No, al contrario, me excita mucho que la deseen, respondí.

– Si no lo toma a mal puedo llamar a los muchachos del taller, dijo Oscar.

– ¿Para que?, pregunté haciéndome el ingenuo.

– Para que su señora se muestre delante de nosotros como si fuera una foto y le cumplimos su fantasía, me respondió Oscar, ya totalmente lanzado.

– ¿Lo dejas amor que llame a los señores? me preguntó ella con deseo.

Estaba demasiado caliente para negarme.

– Está bien, pero no más de 4 y sin hacer bardo, es solo mirar, esta claro, dije.

– Por supuesto, dijo Oscar, mientras marcaba en su celular.

– Hola Carlos, ¿quien esta todavía en el taller?… bueno deja todo y venite ya con Alberto y con Fabián que los necesito acá, anota la dirección… no, no traigan herramientas…

– Ya vienen, son buenos chicos, no va a ver problemas, dijo.

La espera se hizo interminable. Estábamos los tres muy excitados y tratábamos de disimularlo hablando de cualquier cosa. Oscar a cada rato se acomodaba en el sillón lo que demostraba que estaba con una erección que no podía bajar. A mi me pasaba lo mismo, y a Marce se la notaba súper ansiosa por mostrarse.

La charla ya no daba para más cuando se escucho el timbre. Yo me levante a abrir.

A Carlos ya lo había visto en el taller, Alberto era morocho y corpulento aparentaba unos 50 años como Oscar y Fabián era mas delgado y mas joven, de unos 40 años. Todos estaban con la ropa del taller bastante sucia de grasa por todos lados. Solo Alberto tenía una musculosa blanca que dejaba ver un gran tatuaje en el hombro.

– Pasen por acá, les dije, mientras los guiaba al living.

– Les presento a mi esposa, su nombre es Marcela.

Todos le extendieron la mano mientras miraban desorientados. Ella, sonriendo, le dio la mano a cada uno. Se notaba que le encantaba la situación

– Vengan siéntense acá, así no manchan nada, dijo Oscar, señalando el piso delante del sillón donde estaba sentado el.

– Los hice venir porque la señora necesita un favor ¿no?, pregunto Oscar mientras me miraba.

Yo solo asentí, estaba demasiado caliente para hablar.

– Póngase de pie señora y dénos la espalda por favor, continuó.

Mi esposa obedeció. Oscar tomo el póster y lo extendió cerca de ella.

– No les parece que la señora tiene mas linda cola que la de la foto, preguntó a sus compañeros.

Los tipos con cara de asombro, clavaron la mirada en el culo de mi mujer. Se hizo un silencio total. Marce paró un poco mas la cola y los miro con cara inocente.

– Les gusta mi colita, preguntó.

La cara de asombro de los mecánicos se transformo de inmediato en cara de deseo. Oscar ya sin disimulo, se metió la mano en la entrepierna, como tratando de calmar el dolor que le causaba la erección que tenía.

– Si, respondieron casi al unísono.

Yo como pude me pare, la agarre de la mano y la alejé un par de metros de ellos. Estaba muy cerca y temía que alguno no pudiera controlarse. Me gustaba demasiado esa situación como para que se terminara rápido.

Marce seguía con la cola parada apuntando a los cuatro tipos. Yo me puse de frente a ella y escuche lo que estaba esperando

– Señora, no le muestra la cola a mis compañeros como me la mostró a mí, pidió Oscar.

Me miro, cerro los ojos, y se mordió el labio inferior. Oír ese pedido y ver como ella se había puesto hizo que me llenara de perversión. Mi erección ya no me permitía estar parado, así que tome por los costados su calza y se la baje de un tirón dejando su culo al aire.

– Está bien así, pregunte, mientras regresaba a mi asiento.

Oscar me miró fijo y sin decir una palabra, desabrochó su pantalón y sacó su miembro totalmente erecto. Yo solo le hice un gesto de aprobación, mientras hacía lo mismo. Esto fue aprovechado por el resto que terminaron también sin sus pantalones.

– Mi amor, mira como se masturban los señores con tu cola, dije para poner mas caliente todavía el momento.

Ella les miró los miembros con esa cara de puta que solo ella puede poner.

– Sáquese todo señora que queremos verla desnudita para compararla con la foto, pidió Oscar.

– Siempre que a usted señor no le moleste, continuó.

– No, esta bien, es necesario para que comparen, dije haciéndome el ingenuo.

Marce se arrodillo, se desató las zapatillas, se saco las calzas y luego la remera, quedando solamente con la tanga blanca metida en la cola y un par de medias del mismo color. Se paró en la misma posición que estaba y me preguntó:

– ¿La tanguita también mi amor?

– No creo que sea necesario, ¿vos querés sacártela?, le pregunté.

– Y… la chica de la foto no tiene tanga, no se si ellos podrán verificar así si mi cola es mas linda, dijo con voz entrecortada por lo excitada que estaba.

– Tiene razón su esposa, dijo Oscar. Los demás no hablaban, solo se masturbaban de un modo frenético.

– Bueno, esta bien amor, quitate la tanga, dije.

Eso fue mucho para Carlos que no aguanto más y eyaculó, desparramando semen por todo el piso. Pregunto donde estaba el baño y se dirigió hacia el.

Mientras se alejaba, Marce lo miro y se paso la lengua por los labios, mientras bajaba sensualmente su tanga, dejando a la vista de todos su hermosa cola.

– Que divina cola que tiene su esposa, me dijo Oscar.

– Gracias, conteste yo mientras hacia un esfuerzo terrible para no acabar.

– Mostrales el hoyito amor, le pedí.

Marce se abrió un poco de piernas, se agacho y se puso un dedo en la cola, mientras les regalaba a todos unos constantes jadeos debidos al primer orgasmo que estaba teniendo.

Hasta aquí llegaron Alberto, Fabián y Oscar que casi al mismo tiempo esparcieron todo su semen.

Yo me deje llevar y también tuve un terrible orgasmo. Marce al ver esto, se incorporó, tomó su ropa y salio corriendo para el baño.

Tardamos unos minutos en recuperar el aliento. Oscar trataba de limpiar el piso con su pantalón y Alberto y Fabián estaban fatigados recostados contra el sillón.

– Vio que ser potaron bien los muchachos, dijo Oscar

– Si, les agradezco, ¿la pasaron bien?, les pregunte solo para decir algo.

– Si señor, su esposa es muy caliente dijo Alberto.

– ¿Podemos volver a venir?, continuó.

– Mientras se porten así no hay problema, le respondí, mientras me dirigía a la cocina a buscar algo para beber.

Al atravesar el pasillo, pase por el baño de las visitas y no había nadie. Supuse que Marce estaba en un baño que esta pegado a nuestra habitación. Fui a la cocina y mientras servía las bebidas, me acorde de Carlos, ¿donde está?, pensé.

Enfilé hacia el dormitorio y tuve un pensamiento que lejos de enojarme, me hizo correr un frío por la espalda que me dejo nuevamente con el miembro como una roca. Estaba en lo cierto.

– Perdoname amor, no me pude aguantar, dijo ella entre gemidos.

Ahí estaba mi esposa en nuestra cama totalmente desnuda, puesta en cuatro patas con la cola bien parada, y en el medio de ese fabuloso culo, la cara de Carlos, con su lengua que entraba y salía a toda velocidad de su hoyito.

El ni me miró, estaba como alienado. Marce gritaba cada vez mas fuerte y yo me senté al costado de la cama para no perderme nada.

De repente Carlos salió de su posición, apoyo su verga en el hoyo y le entro hasta el fondo. Marce grito.

– Traelos a todos mi amor, por favor, me pidió, ya sacada y mientras se hamacaba al ritmo de las embestidas.

– Eso señor, vaya a busca a mis compañeros que la puta de su mujer necesita vergas, dijo Carlos descontrolado.

Lo dude un instante, pero mi calentura fue mas fuerte.

– Muchachos pueden venir, les grite saliendo al pasillo.

Un minuto después los tenía a los tres en la puerta de mi habitación. Seguían sin pantalones y Oscar se había sacado la parte de arriba.

– Menos mal que sus compañeros se iban a portar bien, le recrimine a Oscar mientras le señalaba a Carlos dándole por el culo a mi esposa.

En realidad no se si me escuchó. Todos se treparon a la cama y manoseaban a Marce por todas partes. Alberto y Fabián fueron hacia su cara y metieron sus vergas en su boca, mientras Oscar corrió a Carlos de su lugar y empezó a meterle lengua al culo, mientras sus manos acariciaban sus pechos.

Marcela solo gemía descontroladamente.

– Que culo hermoso tiene su mujer, me dijo sacando la cara de su cola.

Ella lo escucho, sacó las vergas de su boca y lo busco con la mirada.

– Si le gusta mi cola, cójamela por favor, le grito, y volvió a lamer.

– Primero quiero su conchita dijo, mientras introducía su verga ahí y dos dedos en el culo.

A Marce le encantaba y yo quería que eso no terminara nunca.

– ¿Querés uno en la cola también mi amor?, pregunte. Ya me dolía la verga de tanto pajearme.

– Si, si, si, si, gritaba ella.

Oscar la levantó, le ordenó a Alberto que se acostara y la empujo a Marce arriba. El busco con su verga la concha y la penetró y Oscar desde atrás la ensarto por el culo.

– Hija de puta, que buen culo que tiene, le gritaba Oscar. Ella le respondía con mas gemidos.

Estuvieron así un buen rato y luego se fueron turnando no dejando nada en el cuerpo de mi esposa por explorar. Yo estaba exhausto, había acabado 3 veces.

– Acábenle dentro de la cola que le gusta, dije con mi último aliento.

Me hicieron caso, uno a uno le dejaron la leche dentro del culo.

Ella gozó como pocas veces.

Regresaron un par de veces más. Pero eso es otra historia.

Visiten el blog de Marce con fotos y videos: www.lacolademarce.blogspot.com

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Encuentro con Rita 2” (POR MARQUESDUQUE)

$
0
0

-Hola Mario

-Hola Miguel. ¿Me pones un cubata?

Unas horas después de nuestra conversación telefónica mi hermano se pasaba por mi casa para comentar el tema, y el tema no era otro que Rita, su ex novia, con la que se había encontrado en un pub la noche anterior.

-Y dime: ¿Esta guapa?

-Esta preciosa. No ha envejecido nada desde que nos daba clase. Daban ganas de comérsela.

Era obvio que mi hermano aún sentía algo por ella. Habían roto porque ella quería tener un hijo y él no estaba por la labor, pero eso no quería decir que no se quisieran. Desde la ruptura él no había salido con ninguna chica en serio. Se notaba que no podía olvidarla. Su entusiasmo solo por habérsela cruzado en un local lo atestiguaba. Yo también lo había pasado mal al romper con Sofía, pero no había sido lo mismo. Aunque hubo un tiempo en que pensé que podríamos sobrellevar la diferencia de edad y tener un futuro juntos, los últimos meses ya me había hecho a la idea de que aquello no podía ser, había conocido a otra chica y, aunque mentiría si dijera que no echaba de menos a Sofía de vez en cuando, tenía asumido que nunca volveríamos. Mi hermano en cambio pensaba que Rita era su gran amor y albergaba la esperanza inconfesable de volver con ella algún día.

-¿Y estaba sola?

-No, estaba con su hermana, que por cierto también estaba guapísima y con su amante lesbiana.

-¿Una camionera?

-No, que va, una cría monísima, de 18 añitos. Una perita en dulce.

-Valla con Rita, no es tonta ni na…

-Pero no creo que vayan en serio.

Mi hermano volvía con sus fantasías. Antes de estar con él Rita ya había tenido una relación lésbica en la Universidad. En las películas americanas eso suele indicar un “experimento” que luego no tiene continuidad en la vida adulta, pero esto no era una película americana y ambos sabíamos positivamente que Rita era bisexual, así que aquella podía ser una relación perfectamente seria. Tampoco la diferencia de edad garantizaba nada. También Mario tenía 18 años cuando empezaron a salir y habían estado juntos 5. Después de haber tenido yo una relación con una mujer que me triplicaba la edad, unos cuantos años no me parecían una gran dificultad.

-¿Crees que debería llamarla?

Después del incidente con mi hermano Rita se decidió a que usáramos su casa de picadero. Era un gusto poder follar acostados en una cama, cómodamente y sin miedo a ser descubiertos, puesto que aunque ella vivía con su madre, la señora sabía lo nuestro y no se oponía. Fue un poco incomodo cuando me la presentó y acto seguido fuimos a su cuarto a echar un casquete. Se notaba que esa familia era más liberal que la mía. Además Sofía, como se llamaba su madre, era una mujer espectacular, casi tan guapa como la hija, una madurita atractiva, con unas tetas enormes.

Esos días conocimos mejor nuestros cuerpos, practicamos varias posturas y mis destrezas como amante mejoraron fruto de la experiencia. En cierta ocasión me invitó a pasar con ella y su madre el fin de semana. En casa dije que iba a pasarlo con una compañera y mis padres se empeñaron en que me llevara a Miguel, que no tenía otra cosa que hacer. No sé si querían que me ocupase de él porque su pasividad les preocupaba o si lo querían de carabina, fuera como fuese se lo pedía Rita y ella no tuvo inconveniente. Parecía que mi hermano, persuadido por ella, guardaba el secreto de nuestro encuentro, así que no había motivos para negarse. Miguel aceptó acompañarme con desgana y así nos presentamos en su casa aquella soleada mañana de sábado estival. El escote de Sofía era de vértigo y mi hermano no le quitaba ojo. Aquella noche y la siguiente Rita y yo follamos como locos. La verdad es que no hice mucho caso a Miguel que pasó casi todo el tiempo con Sofía. La mañana del lunes, cuando nos levantamos, me llevé la sorpresa.

-Llámala si quieres. Entonces te dijo que Sofía estaba bien…

-Sí, eso dijo. ¿Recuerdas el fin de semana que pasamos en su casa cuando la conociste?

Como podría olvidarlo…

Cuando mis padres insinuaron que debía acompañar a Mario contuve la indignación que esa propuesta me producía (yo tenía mejores cosas que hacer que de sujeta-velas de mi hermano) ante la posibilidad de volverla a ver. Me había hecho mi primera mamada, que era lo más lejos que había llegado nunca con una chica. No es que esperara que lo volviera a hacer, pero quien sabía que podía ocurrir si estaba ella cerca. Tampoco debía mostrar un entusiasmo que hubiera resultado sospechoso, así que fingí la típica desgana adolescente. Así, cuando me quise dar cuenta estábamos llamando a la puerta de su casa. Fue entonces cuando la vi. Es Sofía, mi madre, dijo Rita. Mama este es Miguel, el hermano de Mario. Y aquel monumento maduro pero irresistible se me acercó y me dio dos besos. Recuerdo su escote como si lo estuviera viendo. Sofía tenía unas tetas enormes, preciosas, perfectas. Me dejaron sin aliento.

El día transcurrió anodinamente. Mi hermano y Rita lo pasaron haciéndose arrumacos y pasando de mí. Parecía tan a gusto con mi hermano y sin embargo me la había chupado unas semanas antes, lo que no la impedía ignorarme completamente ahora. Simplemente no lo entendía. Por otra parte Sofía estaba buenísima. Cierto que debía tener cuarenta y tantos, pero era una mujer de bandera, alta, escultural, elegante… Entre madre e hija me tenían loco. Llegó la noche y Mario se acostó con Rita y yo me quedé solo. Tras un par de vueltas en la cama me levanté a por un vaso de agua y comencé a oírlos. La verdad es que podían cortarse un poco, vale que follaran, pero podían ser más discretos: los gemidos se oían en toda la casa. No pude evitar acercarme movido por la curiosidad. De nuevo la puerta estaba entreabierta y la luz que entraba por la ventana me bastaba para ver el cuerpo, esta vez completamente desnudo, de Rita cabalgando sobre mi hermano. Ni que decir tiene que ante ese espectáculo de porno en vivo la polla se me puso dura al instante. Me la meneé un poco, pero tuve miedo de ser descubierto y me retiré enseguida. Me pareció poco probable que si me volvían a pillar me callera otra mamada, más bien un guantazo, así que reculé, pero entonces la vi a ella. Sofía estaba nadando desnuda en la piscina. De nuevo había bastante luz para distinguir los detalles de su cuerpo que me dejaron anonadado. Aquello era una mujer y lo demás tonterías. Tras un par de chapuzones salió del agua en toda su gloria, me miró sin ningún aspaviento y vino hacia mí como si que semi-desconocidos la vieran desnuda fuera lo más normal del mundo. “Me acercas la toalla” pidió con una voz dulce y tranquilizadora. Se la di flipando. Intenté disculparme pero me dijo que era ella la que se estaba bañando desnuda a pesar de tener invitados, así que no era culpa mía. Luego me preguntó, con toda tranquilidad, si no estaba mirando a los tortolitos. Totalmente desconcertado contesté la verdad: que prefería mirarla a ella. Esa respuesta la agradó y se le escapó una sonrisa. Entonces se acercó y me besó en los labios. ¿Qué le pasaba a esa familia? ¿Iba a ocurrir lo mismo, pero ahora con la madre? Pues sí, la señora se arrodilló y se metió mi miembro en la boca. No sabría decir si la chupaba mejor la madre o la hija, pero a los pocos minutos eyaculé mojando con mi semen sus labios. Turbado, pero satisfecho me fui a dormir.

El día siguiente fue tan raro como incómodo. No sabía cuál debía ser mi proceder. Rita y mi hermano seguían a la suya pasando de todo, y Sofía y yo… era tan extraño todo aquello. Ella era amable y deferente conmigo al máximo y yo… prácticamente no podía ni mirarla sin que se me pusiera dura. Racionalmente pensaba que era mayor para mí, pero esa mujer era puro sexo según yo la percibía, exuberante, sensual… me tenía loco y después de que me comiera la polla aún más. En los ratos en que nos quedábamos solos jugaba conmigo cogiéndome la mano o preguntándome si era virgen. Incluso cuando le contesté sincero que sí me lamió la oreja y murmuró que tal vez dejara de serlo esa misma noche. ¿Hablaba en serio? ¿Esa mujer madura y tremendamente atractiva me estaba seduciendo o estaba riéndose de mí? Por lo ocurrido la noche anterior todo hacía pensar que lo primero, pero aún así me costaba creerlo. El resto de mujeres del mundo que no eran de esa familia no parecían mostrar excesivo interés por mí… Llegó la noche y todos se acostaron temprano. Yo me quedé en el comedor solo pensando. A los pocos minutos la parejita ya estaba follando a juzgar por los ruidos que hacían y, mientras, Sofía sola en su habitación… ¿Debía ir tras ella? La mamada del día anterior y la escenita de la lengua en la oreja parecían una invitación en toda regla, pero, ¿y si me equivocaba? Finalmente hice acopio de valor y me dirigí a su cuarto con un par de excusas preparadas por si no me recibía como yo esperaba. La puerta estaba abierta así que no tuve que llamar, me paré en el umbral y ella, al verme abrió, las sabanas mostrando su cuerpo solo cubierto con fina lencería. No hicieron falta palabras, me acerqué y ella misma me cogió de la mano y me atrajo hacia sus labios que besé como si no hubiera otros más tentadores en el mundo. Para mí, en aquellos momentos, no los había. Me desnudó despacio. Estaba nervioso pero trataba de disimularlo y ella era comprensiva. Seguimos besándonos lentamente. Me ofreció sus pechos y los palpé incrédulo. Me parecía mentira que fueran de verdad, tan grandes, tan tentadores, tan suaves. Aproximé la boca a los pezones, primero de la teta derecha y luego de la izquierda. Los lamí, los mordí, los besé. Volví a unir mi lengua con la suya mientras mis manos seguían agarradas a sus gloriosos globos. Ella acariciaba mi pene y comenzó a guiarlo hacia su cueva. Al tocar con la punta en los labios de su vagina me estremecí. Poco a poco mi miembro iba adentrándose en su coño mientras nuestros labios seguían pegados. Me agarró el culo con las manos y mi polla se deslizó totalmente dentro de ella. Empecé a moverme en el ritmo que me marcaba. Mis manos seguían en sus tetas y sus pezones se clavaban en mi pecho. Pasé a besarle el cuello y aceleré un poco mis movimientos. Ella me frenó e hizo que me sentara sobre la cama. Me la meneó un poco con la mano, para que no perdiera consistencia con la interrupción y se sentó encima de mí. Aquello era maravilloso. Sus maravillosas tetas volvieron a restregarse sobre mi pecho y volvimos a besarnos. Poco acostumbrado a besar a una chica casi me dolían los labios, pero no me importaba, podría pasar la vida cosido a esa boca fantástica. En esta postura la polla me entraba menos en su chocho y me hubiera sido difícil correrme, pero volvió a cambiar de posición tumbándose de lado. Ella misma me la cogió y se la metió desde atrás, tenía su culo pegado a mi pelvis y podía agarrar sus tetas y acariciarlas a gusto y besarla en el cuello y la oreja, y en la boca si giraba la cabeza. Mi mano bajó por su vientre hasta llegar a su clítoris. Cuando lo rocé dio un respingo. En esa posición no podía acelerar mis embestidas así que se levantó, me tumbó boca arriba y se puso sobre mí. Sus tetas cayeron sobre mi boca y las besé con placer. Nos corrimos así, con su cuerpo glorioso sobre el mío, botando sobre mí, cabalgándome como a su potro recién domado.

-Creo que voy a llamarla- dijo mi hermano sacándome de mis ensoñaciones. Le acerqué el teléfono y le dije: Llámala. Cuanto antes acabásemos con aquello, mejor. Lo cogió nervioso, tomó aire y marcó el número- Hola Rita, soy Mario… ¿Sabes? Me gustó mucho encontrarme contigo la otra noche… he pensado que podíamos quedar un día… estas con alguien… ¿y vas en serio? … pero te echo de menos… ¿y no echas de menos las pollas? Bueno, no pasa nada, llámame si cambias de opinión.

-¿De verdad le has preguntado si echaba de menos las pollas?

-Esta con una lesbiana, yo que sé…

-Te ha dado calabazas ¿no?- mi hermano asintió en silencio, tras lo que añadí- Cuando la viste en la discoteca te dijo si Sofía estaba con alguien.

-No, solo me dijo que estaba bien. ¿Quieres llamarla?

-No, rompimos por una razón y a diferencia de tu paja mental con Rita yo recuerdo cual era.

Nos levantamos tarde pero aún así fuimos los primeros. Rita preparó el desayuno mientras charlábamos. Me pareció raro que mi hermano no diera señales de vida, pero no le di importancia. Cuando el desayuno estuvo listo Rita decidió despertar a su madre. Fui con ella y al llegar a su alcoba… Miguel estaba con ella en su cama… los dos estaban desnudos, era evidente que habían pasado la noche juntos. Rita no le dio ninguna importancia, con una sonrisa les dijo que el desayuno les estaba esperando y se fue. Yo flipaba en colores. Mi hermanito con la madre de mi novia. Bien pensado aquello no estaba mal del todo. Ya no tendría que preocuparme de que el enano les dijese nada a mis padres, ahora era mi cómplice al 100% por la cuenta que le traía. Además seguro que la señora, que por cierto no estaba nada mal, podría enseñarle un par de cosas. Aun así una vocecita interior me decía que aquello no estaba bien, que era una diferencia de edad excesiva.

Desde ese día cada vez que iba a casa de Rita el pequeñajo se venía detrás para estar con Sofía. ¿Estás seguro?, le pregunté la primera vez. Respondió afirmativamente y le dejé acompañarme. Ya se apañaría. Al principio follábamos cada uno en la habitación de nuestras respectivas, pero poco a poco fuimos cogiendo confianza y terminamos haciéndolo las dos parejas juntas en el salón o en el dormitorio de Sofía, en la enorme cama de matrimonio en la que cabíamos los cuatro. En esas ocasiones Rita siempre me provocaba preguntándome si me gustaban las tetas de su madre y cosas así. Yo sabía que su madre se había acostado también con el novio de su hermana años antes con la aprobación de esta. ¿Quería hacer lo mismo conmigo? Me parecía todo tan increíble… Unos meses antes era virgen y ahora estaba pensando en orgias con mi profesora, su madre y mi hermano…

Después de esa primera vez lo que tenía claro era que quería repetir. No me importaba que me doblara la edad, ni que fuera la madre de mi profesora que era además la novia de mi hermano. No sabía si estaba bien o mal, ni lo que duraría, pero quería volver a estar con ella, quería volver a sentir sus besos, quería volver a meter mi pija en su coño húmedo y caliente.

La ocasión se me presentó al fin de semana siguiente. Mario quedó a comer en casa de Rita y yo me pegué a él como una lapa. La verdad es que no sabía que decirle a Sofía salvo que me moría por acostarme otra vez con ella. Durante la semana no la había llamado principalmente porque me daba vergüenza. Estuve incómodo toda la comida hasta que conseguí quedarme a solas con ella. Me muero por darte un beso, le dije al fin. Ella se río con esa risa cristalina que tenía y me dijo que lo hiciera. Le di un beso torpe y nervioso. Ella me devolvió el beso y nos enzarzamos a batallar con nuestras lenguas. Poco después estábamos en la cama de nuevo. A partir de ahí quedábamos directamente para hacer el amor. Hablábamos poco. Iba a su casa, follábamos y volvía a la mía. Mientras Rita y mi hermano continuaban con su noviazgo algo más tradicional.

Poco a poco fuimos hablando más entre polvo y polvo. Conocí su historia de mujer abandonada por su marido y rehabilitada al amor, o cuanto menos, al sexo, por el novio de su hija mayor y como a partir de ahí sus vidas se habían convertido en la locura que ahora compartíamos mi hermano y yo. Además de una mujer hermosa que me ponía a mil a pesar de la diferencia de edad Sofía era también una persona interesante. Un día después de hacer el amor le propuse ir al cine. Aceptó con naturalidad. No me di cuenta de la trascendencia del hecho hasta el día siguiente. Ya no solo follábamos… Poco a poco fui queriendo estar con ella en general y no solo para el sexo. Acostarse con ella era genial, pero me apetecía también hablar con ella, acompañarla a donde tuviera que ir, cogerla de la mano, oírla contar chistes, verla cocinar y comerme su comida… Cuando no estaba con ella no hacía más que pensar en nuestro reencuentro. Finalmente una noche mientras nos besábamos y mi pene entraba y salía ágilmente de su vagina húmeda y cálida le dije que la quería. Me respondió que ella a mí también y esa noche cambió todo.

Desde entonces formamos dos parejas, mi hermano con Rita y yo con Sofía, a todos los efectos. Íbamos a cenar los cuatro, o al cine, o a bailar a alguna discoteca y terminábamos en su casa follando cada uno con nuestra respectiva. El resto del mundo no sabía nada de lo nuestro, claro. Mis padres sabían que Mario tenía novia pero no quién era, y desde luego, no imaginaban que fuera su profesora. De lo mío no sabían nada, obviamente. En el colegio tampoco podían saber lo de mi hermano y Rita, aunque él ya iba a la universidad y no era alumno suyo. Siempre íbamos a sitios en los que no pudiéramos encontrarnos con nadie y casi siempre las dos parejas, de tarde en tarde cada pareja por separado y nunca con otras personas. Así las cosas y siendo nosotros hermanos y ellas madre e hija surgió una complicidad muy especial entre nosotros. Al principio se limitaba a la vida social no a la intimidad del dormitorio que era un mundo aparte. Aún así no se me olvidaba que Rita me había hecho una mamada y me seguía atrayendo. Por aquel entonces me estaba enamorando, ahora lo sé, de Sofía, pero eso no me impedía desear a Rita y morirme de morbo por ella. Mi hermano no tenía razones para sentirse especialmente atraído por Sofía, tirándose a su hija, pero era obvio que las tetas de mi chica ponían cachondo a cualquiera de cualquier edad. Poco a poco la confianza empezó a entrar en el terreno sexual. Primero en las conversaciones, alusiones veladas al principio, más explicitas después. Luego en las muestras de cariño, cuando nos besábamos o nos metíamos mano una pareja frente a la otra. Mi hermano y yo, que antes evitábamos estos temas, ahora hablábamos abiertamente de sexualidad y de lo que hacíamos con nuestras parejas, e imagino que madre e hija harían lo mismo. Progresivamente los besos y caricias que nos permitíamos una pareja frente a la otra se fueron extendiendo hasta hacer frecuente que nos enrolláramos los 4 en el salón antes de ir a las habitaciones por separado a hacer el amor. Finalmente Sofía y yo terminamos follando delante de ellos sobre la arena en una playa nudista casi desierta que ellas conocían. Antes Rita se la había chupado a mi hermano mientras nosotros “vigilábamos”. Desde entonces se convirtió en “normal” practicar el sexo las dos parejas juntas. Solíamos hacerlo en el comedor o en la alcoba de Sofía, el escenario de mi primera vez y de tantas noches mágicas. Pasó lo que tenía que pasar. Al principio estaba cada oveja con su pareja, pero poco a poco Mario fue quedándose prendado de las tetas de Sofía, y yo hacía mucho que deseaba fieramente a Rita. Las fronteras se iban debilitando, una noche ellos terminaron primero y nos “ayudaron” a nosotros. Rita fue la que tomó la iniciativa incitando a mi hermano a besar a su madre mientras yo se la metía. Luego ella me besó a mí. No había sentido sus labios desde el día de la mamada, pero nunca había dejado de soñar con ellos. Me corrí en el coño de Sofía como un loco.

Desde entonces tuve claro lo que tarde o temprano iba a pasar. Estar finalmente con Rita era cuestión de tiempo. Lo malo es que eso implicaría que mi hermano se acostaría también con mi novia, pero que le íbamos a hacer. Adoptar una pose de celos a estas alturas no tendría sentido. Aun pasaron algunas semanas de sexo compartido, juntos pero no revueltos, o al menos no demasiado. En cierta ocasión estábamos los cuatro sobre la cama de Sofía. Rita cabalgaba sobre Mario y yo penetraba de pie a mi chica que, recostada sobre las sabanas, tenía la cara justo al lado de la de mi hermano. No tardaron en besarse. La mano de Mario pasó por los pechos de Sofía, pero en lugar de encelarme me excité más. Cambiamos de postura y mi hermano comenzó a darle a su novia, a cuatro patas. Fui yo entonces el que se tumbó con Sofía sobre mi cuerpo y la cara de Rita sobre la mía. Nos devoramos las bocas ansiosos mientras jodíamos con nuestras parejas. Fue espectacular. En otra ocasión estábamos sentados en el sofá enrollándonos con ellas cuando Rita se puso a mamársela a Mario. Sofía la imitó y comenzó a chupármela a mí. Ahí estábamos los dos hermanos, repantingados entre cojines recibiendo las atenciones de aquellas mujeres experimentadas y maravillosas. De repente Rita abandonó el miembro de mi hermano y aproximó su boca al mío. Su madre le hizo sitio y empezaron a chupármela entre las dos. Aquello era alucinante, las lenguas iban y venían sobre mi falo palpitante. Sofía se apiadó de Mario y se la metió un momento en la boca mientras Rita me la seguía lamiendo a mí. Era la segunda vez que sentía esos labios aprisionando mi polla, pero esta vez estaba mi hermano, su novio, delante y no le importaba. Sofía volvió conmigo y Rita con Mario y terminamos follando allí mismo.

Llevando aquella marcha que un buen día Sofía me dijera que había hablado con Rita y que le había propuesto un intercambio de parejas no me sorprendió en absoluto. Obviamente accedí. Esa misma noche cenamos los cuatro. La tensión se palpaba en el ambiente. Después de cenar pasamos al sofá y Sofía y yo comenzamos a besarnos. De reojo vi que ellos hacían lo mismo. Fue Rita la que tomó la iniciativa y, dejando a mi hermano, me atrajo hacia sí. Habíamos hecho cosas parecidas en nuestros juegos, pero se notaba que aquella vez era especial, que ambos sabíamos que acabaría de otra forma. Cuando me quise dar cuenta Mario estaba enzarzado con Sofía y Rita y yo nos habíamos alejado. Le dije lo mucho que la deseaba desde el día en que me la chupó. Confesó sentir lo mismo, no sé si por cortesía o con sinceridad, pero me sentí bien al oírlo. La besé por todas partes, le mordí los pechos, no tan grandes, pero más firmes que los de su madre y le acaricié ese coñito con el que tanto había soñado y que pronto iba a ser mío. Ella volvió a meterse mi polla en su boca como aquella primera vez que no conseguía olvidar. Estuve cerca de correrme entre sus labios como entonces, pero se frenó a tiempo. Ella tenía el control y yo solo era un peluche entre sus brazos… y pronto lo sería entre sus piernas. Más que penetrarla yo, se penetró ella con mi miembro. Tumbada sobre mí, se movía como quería, arrancándome placer y dulzuras que le decía al oído y que ella correspondía agradecida, sobre lo mucho que la deseaba y lo que había esperado ese momento. La besaba, le agarraba el culo, sentía sus pezones en mi pecho y mi verga entraba y salía de su vagina perfectamente lubricada como si se hubiese creado para eso. Cuando detectaba que me iba a correr, paraba o ralentizaba sus movimientos. Conocía mejor mis reacciones que yo mismo, debían ser parecidas a las de mi hermano. Finalmente llegamos los dos a la vez, mientras mi lengua se hundía en su boca. Inundé su coño con mi esperma, creo que eyaculé como nunca antes en mi vida.

Confieso que cuando Rita me propuso lo del intercambio me puse un poco celoso. Que el capullo de mi hermano se la tirase no me hacía ninguna gracia. Habíamos tenido ya algún contacto de ese tipo haciendo el amor los cuatro y tampoco había pasado nada, pero eso eran besos y poco más, que se la metiera a mi chica era otra cosa. Por otra parte me moría por follarme a mi suegra. Verla con mi hermano, las provocaciones de Rita, preguntándome con voz de niña buena si me gustaban las tetas de su madre justo antes de llegar al orgasmo… todo eso había conseguido aumentar mi deseo hacia ella a límites insospechados. Al final tenía que pasar y, en efecto, pasó. Me preocupó un poco que la iniciativa la tomase Rita. ¿Deseaba ella estar con mi hermano? Si era así nunca había dado muestras de ello. No parecía que mi hermano le gustase ni pensase en él de esa manera más allá de la lujuria de nuestras noches compartidas. Podía servirse de él para su placer como de un vibrador, pero no le excitaba especialmente. No como yo. Simplemente se veía envuelto en la ola de erotismo que se había establecido entre los cuatro. O eso quería pensar.

Llegado el momento todo fue más fácil de lo que pensaba. De nuevo tomó la iniciativa mi novia y morreó a mi hermano, pero estaba tan pendiente de lo que iba a hacer con Sofía que no me importó. Por fin la besé a gusto, me comí sus tetas, la abracé con libertad, olvidando nuestra diferencia de edad y que era la novia de mi hermano. Entendí lo que le atraía de ella, en la cama Sofía era una fiera. Además te hacía sentir seguro, como si fueras todo un semental. Me lancé sobre ella y se la metí en la postura del misionero. Mi pecho se resbalaba sobre sus impresionantes tetas, nos besábamos y la follaba con energía. Con ese ritmo no tardamos mucho en corrernos, pero seguimos abrazados, haciéndonos arrumacos. Miguel y Rita seguían a lo suyo y los estuvimos observando. Ella tenía el control del polvo y él se dejaba llevar como un muñeco. Mis celos desaparecieron. Yo me había follado a la novia de mi hermano, pero mi hermano no se estaba follando a la mía. Era ella la que se lo follaba a él. Sonreí mientras acariciaba a Sofía. A ella también le gustaba la escena. Supongo que le complacía ver a su hija feliz. A quien unos meses antes me hubiera dicho que iba a ver algo así le hubiera llamado mentiroso.

-Miguel, ¿recuerdas cuando hicimos el primer intercambio de parejas?

-Precisamente estaba pensando en eso ahora.

-Joder, como disfrutamos. Por cierto, siempre me he preguntado algo. Cuando nos pillaste follando a Rita y a mí en casa. ¿Qué te dijo ella para convencerte de que no les dijeras nada a los papas?

-Coño no me acuerdo. Con Rita no era lo que decía sino como lo decía.

Aquello era cierto. Mi Rita era una mujer muy persuasiva. En aquel momento sonó el teléfono. Era ella. Había cambiado de opinión. Podíamos quedar aquel mismo fin de semana. Se me puso dura al oírlo. Colgué y con una sonrisa me dirigí a Miguel.

-Adivina.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “Sexo duro con mi amante virtual, una casada infiel” (POR GOLFO)

$
0
0

¿La infidelidad existe aunque no haya trasvase de fluidos? Esta pregunta lleva años torturando a muchos. Para el autor, los cuernos se manifiestan desde el momento que una mujer o un marido se entrega plenamente a otra pareja aunque sea de modo virtual. ¿Tú qué piensas? ¿Estás de acuerdo o no?

Hoy me has preguntado por mail qué es lo que quiero de ti. Tras pensarlo durante unos instantes, te contesté:
– Por querer, quiero muchas cosas. una noche recorriendo tus pechos con la lengua, un amanecer acariciando tu melena mientras me sumerjo en ti, una mañana con tus piernas entrelazadas con las mías….. Que me regales tus bragas sabiendo que te has masturbado con ellas puestas, Sentir tus labios mientras engulles mi miembro. Azotar tus nalgas y oír tus gemidos al ser poseída por mí.

Mi respuesta te satisfizo e interesada, tecleaste en tu ordenador:

– Dime que te caliento.

Al leerlo, supe que querías jugar y por eso ya excitado, escribí:

– Me pones bruto. Cuando enciendo el facebook, estoy deseando encontrarte y que pidas que te diga guarradas. Releo los relatos que hemos escrito mientras juntos mientras agarro mi pene y me pajeo. Me encantaría mordisquear tus pezones y oír tu acento chileno mientras me pides que te posea. Te juro que de estar frente a ti, mordería tu cuello y con mis dientes te bajaría los tirantes de ese bikini blanco para descubrir el color de tus pezones. En mi mente, son rosados y grandes y en este momento te los estás tocando mientras me imagino que tus pechos tienen el tamaño y la separación perfecta para hundir mi cara entre ellos.
Ya lanzado, recordé que habías dejado a tu marido en tu patria y que estabas sola. Aprovechándome de eso, te solté:
– Y ahora mismo, ¿no echas de menos a alguien que te
susurre en las orejas y que mientras lees mis palabras, te pida que cierres el ordenador y le acompañes al jacuzzi?
Reconociendo mis intenciones, muerta de risa, preguntaste:
– ¿Para qué me ensarte en el jacuzzi?

– Exactamente- respondí. –De ser yo quien te llevara a esa bañera, aprovecharía que las burbujas, acariciando tu sexo, te han puesto caliente para pedirte que te montaras sobre mí. Sé que aceptarías gustosa y cuando ya tuvieras mi pene dentro de tu coño, me apoderaría de tus pechos con mis dientes.

Al leer la descripción de mis deseos, juntaste tus rodillas instintivamente por la agitación que sentías en tu entrepierna y casi temblando, escribiste:
– No seas malo, recuerda que estoy casada…

– Sabes que eso nunca me ha importado. Tu estado civil lejos de cortarme, me excita por el peligro que un día mientras te estoy follando nos sorprenda tu marido.

Fue entonces cuando el morbo de poder ser descubierta, te impulsó teclear:
– Juguemos a que me dices eso mientras me ensartas y me metes un dedo por el culo.
Conociéndote supe que en ese momento, te estarías pajeando al otro lado de la red y queriendo incrementar tu calentura, contesté:
– Al oír cómo gimes al sentir mi dedo en tu culo, pellizco uno de tus pezones mientras junto otro dedo dentro de tu ojete.
Imbuida en tu papel, usaste la web para implorarme:
– ¡Apriétame las nalgas! ¡Enséñame quien manda!
Leí tu ruego sentado en la silla de mi despacho y sabiendo que te tenía a mi merced, letra a letra fui pulsando las teclas de mi computadora:
– No solo apretaría tus nalgas sino que sacando de una bolsa un enorme consolador, lo usaría par empalarte por el culo mientras mi verga campea en tu sexo. Y entonces con tus dos orificios asaltados por mí, me oirías decir: -Eres una zorrita.

– Me encanta- respondiste metida en el juego y mientras seguías torturando tu clítoris en la intimidad de tu habitación, te atreviste a preguntar: – ¿Te gustaría follarme?
Sacando mi pene de su encierro, respondí:
– Me enloquecería y más aún ver tu cara de puta mientras te penetro. Si algún día llegamos a conocernos, sé que no podrás aguantar tu calentura cuando te empiece a acariciar mientras cenamos en un restaurant.
Al leer que me había olvidado de la escena en la que ya te tenía en mi poder en una cama, me pediste que volviera a cuando te tenía ensartada con el consolador diciendo:
– Yo no pararía de gemir al sentir mis dos agujeritos rellenos por ti y disfrutando como una perra, lamería de un lengüetazo tu boca recordándote que estoy casada.
Tu insistencia en recordar al sujeto con el que te ataste en una ceremonia me hizo saber que te ponía la infidelidad y por eso proseguí incrementando tu excitación escribiendo:

– Mordiéndote esa lengua que busca mis besos, te agarraría las nalgas, putita mía. Conozco tus deseos y sé que tu mayor deseo es que te ponga en mis rodillas y azote tu culo mientras te digo que eres una golfa infiel.

– Aaaahhh, sigue…en el jacuzzi
Tu gemido aunque fuera a distancia, me obligó a seguir diciendo:
– Esperaría a que me lo pidieras en voz baja mientras hundes tus uñas en mi espalda. Al sentir el arañazo y sin solicitar tu opinión, te colocaría de esa forma y lanzaría una serie de mandobles sobre tu culo mientras meto dos dedos dentro de tu coño.

– Ahhhhhhhh.

– Tus quejas azuzarían mi lado perverso y separando tus bellas nalgas, hundiría mi lengua en tu esfínter a la vez que pido que te masturbes en mi honor

– Sigue, sigue… Estás haciendo cornudo a mi esposo….
Tu evidente excitación me indujo a meter mi dedo en tu herida diciendo:

– Si cazaras sabrías que tu marido es medalla de oro por la cornamenta que exhibe cuando hundo mi lengua dentro de tu culo. Y reconocerías muy a tu pesar que mi pene es la escopeta con la que oteas su reacción por dejarte tan sola.

– Ahhhhhhh.

– El sabor agrio de tu culo lejos de molestarme, me excitaría y por eso penetraría todavía más entre los músculos circulares de tu ojete, usando mi húmedo apéndice como instrumento.

– ¡Para! O me vas a convertir en tu puta……

Esa confesión escrita me hizo gracia y por eso te contesté:
– No te voy a convertir, ya eres mi puta aunque sea por internet. Jajaja- tras lo cual seguí calentándote al escribir: -Teniéndote abierta de piernas, acariciaría tus nalgas mientras te alzo en mis brazos para acto seguido llevarte con mi dedo dentro de tu culo hasta la cama donde pienso poseerte. La sorpresa no te dejaría reaccionar cuando te cogiera de tu rubio pelo y te sodomizara brutalmente mientras protestas por mi violencia.

– ¡Cómo me pones!- descompuesta tecleaste al sentir como si fuera realidad mi miembro rompiendo tu culo.
Tu entrega aunque fuera virtual, me permitió decirte:
– Cogiendo impulso, usaría mi pene para machacar sin pausa tu trasero mientras piensas que tu marido nunca se podría imaginar que su esposa es una puta en mi teclado. Con ello en tu mente, agarraría tus pechos y comenzaría a cabalgar sobre tu culo mientras me rio de tus sollozos.

– Eres un cabrón pero sigue…

Aunque no necesitaba tu permiso, me complació leer que estabas cachonda y tratando de dar todo el morbo posible a mis palabras, proseguí:

– Sabes que estás disfrutando poniendo cuernos a tu marido y aunque eso va en contra a la educación que recibiste en tu casa, no lo puedes evitar. Tu madre era una mujer dedicada a su esposo mientras tú aprovechas la ausencia del tuyo para dejar que un desconocido te use a su antojo. Por ello contra tu voluntad notas que tu coño te pica y llevando tus manos hasta tu clítoris te empiezas a masturbar mientras mi sexo campea libremente dentro de tu culo.
Tu respuesta no pudo ser más gráfica:
– Con tu pene mi trasero, me daría la vuelta y con mi cara sudada, te preguntaría: ¿te gusta encularme?

Muerto de risa, escribí:
– Es una sensación sin par sodomizarte mientras pienso que en Santiago tu marido se come los mocos creyendo que su mujer le es fiel. Tu orgasmo coincide con el mío y sacándola de tu culo te miro y te digo: ¡ya sabes que hacer! (¿Qué harias?)

– Abriría mi boca grande y me tragaría tu polla.

Siguiendo ese juego, respondí:
– Y yo te agarraría de las orejas y presionando tu cabeza la metería hasta el fondo de tu garganta mientras reprimes tus ganas de vomitar, sabiendo que de hacerlo te azotaría sin piedad. Al comprobar tu sumisión, como una muñeca sin voluntad, movería tu cabeza para follarte tu boca- momento en que te pregunté- ¿Qué estás pensando al sentir mi glande entrando y saliendo de tu garganta?

– Que soy tu puta, tu guarra.

– ¿Y qué dirías al saborear mi semen mientras mi pene golpea tus mofletes por dentro?

– ¡Dame más!

Tras lo cual, me sorprendiste, diciendo:

– Repentinamente dejo de mamártela y corro hacia la puerta intentando escaparme.

Comprendí que querías conocer mi reacción y poniéndome en esa situación, te respondí:

– Te persigo y tirando de tu pelo te exijo que sigas mamando mientras te amenazo con atarte durante toda una noche y llamar a tres amigos para que te follen uno detrás del otro.

– Uhmmmfff , te la volvería a mamar, jaja

– Tu rápida respuesta me confirma que deseas que lo haga realidad y por eso mientras oigo tus protestas, te llevo hasta tu cama y usando las corbatas de tu cornudo, te ato al cabecero.
Desde tu habitación leíste lo que había escrito y me pediste que volvieramos atrás diciendo:
– Quiero follar contigo por el chat. Acorrálame contra la pared y mientras me follas la boca con tu lengua, quiero que me estrujes el culo.
Mas excitado de lo que nunca me imaginé al estar chateando por internet, reescribí la escena diciendo:
– Persiguiéndote, te alcanzo en la puerta de mi piso y lanzándote contra la pared, te beso metiendo mi lengua hasta dentro de tu boca mientras estrujo tu culo. Mi violencia te excita y por eso usas tus piernas para abrazarme mientras intentas llevar mi pene hasta tu coño. Contigo en mi poder, te grito: – ¿No sabes que eres mía? Nunca podrás evitar ponerte cachonda conmigo. ¡Eres mi PUTA! ¿Lo entiendes?

– Sí…….soy tu puta.

– Y las putas ¿Que hacen?- pregunté mientras hundía mi verga entre los pliegues de tu sexo

– Son folladas por su macho.

– Y ¿quién es tu macho? ¿Tu marido o Golfo?- insistí y mientras respondías comencé a mamar de tus rosadas areolas.

– Suspiraría y acariciaría tu pelo mientras tu cara está en mis tetas.
Al sentir que estabas intentando evadir tu respuesta, indignado volví a la carga:
– Contesta puta. ¿Quién es tu macho?- insistí mordiendo uno de tus pezones de manera virtual pero no por ello menos brutal.

– Tú.

– Di mi nombre, ¿Quién es el hombre por el que estás ahora cachonda? Reconoce que me buscas en el face para sentir tu coño húmedo una y otra vez.

– Golfo….

Sabiendo que necesitaba tu completa claudicación y que de nada me valía ese mero reconocimiento, insistí:
– Confiesa que te gustaría hacer realidad todas nuestras aventuras mientras piensas en que sentirías mientras me empiezo a mover dentro de tu coño.

Comprobé tu rendición al leer:

– ¿Vas a follarme?

Y cómo queriendo saber si tus sentimientos eran compartidos, usando tu teclado, preguntaste:

– ¿Te caliento??

– Sí, y lo sabes. Me gustaría verte desnuda. Disfrutar de la tersura de tus pechos mientras separo los pliegues carnosos que escondes entre tus piernas.

No contenta con mi respuesta, escribiste:
– Dime con todas sus letras que te caliento y que eres mi macho.
No me costó reconocer en tí la urgencia de ser parte de mi propiedad y por ello te contesté sinceramente:
– Me calientas porque eres mi hembra y yo soy tu único macho. Sé que esta noche soñarás conmigo, con ese maduro que te dice guarradas y que hace sentirte mujer sabiendo que al otro lado tiene la verga parada esperando tus caricias.
Habiendo resuelto tus dudas, volviste a la escena idílica que estábamos narrando diciendo:
– Estás follándome contra la puerta….

Siguiendo tus deseos, describí tu entrega escribiendo:

– Mi pene está golpeando la pared de tu vagina mientras te follo con tu espalda presionando la misma puerta que quisiste cruzar al huir de la evidencia que eres mi zorrita.

Al leer escrito lo que ya sentías en la humedad de la gruta que tienes entre las piernas, nuevamente me imploraste:

– Dime que me follas a pesar de ser la mujer de otro.

– Te follo siendo la mujer de otro legalmente pero sabiendo que tu coño se mantiene caliente al pensar en mí y por eso incremento la velocidad con la que machaco tu interior con mi verga.

Habiendo obtenido tu capricho a través del monitor de tu ordenador, incrementaste la velocidad con la que te masturbas, mientras con la mano libre escribías en el chat:

– Aahhhhh. Muérdeme el cuello. Dame lametones. Hazme un chupetón.
«Mi zorrita está excitada», pensé mientras intentaba dar cauce a tu excitación a través de mi teclado:

– Sensualmente echas tu cabeza hacia la izquierda, insinuando lo que deseas. Obedeciendo tus deseos, abro mi boca y llevándola hasta tu cuello, la cierro sobre el mientras estrujo tu culo con mis manos. Tu chillido me excita y sacando la lengua lamo tu cara, tus ojos, tus mejillas y tu boca dejando el olor de mi saliva sobre tu rostro.

– Sigue….te deseo. Me has calentado.

– Mi lado perverso me obliga a decirte que abras la boca y al hacerlo dejo que mis babas se introduzcan dentro de ella mientras te sorprendes al notar que mi salivazo ha mojado aún más tu coño.

– Dime que soy tu hembra….

– Al notar su sabor me preguntas porque lo he hecho y mordiéndote la oreja, te digo: ¡Estoy marcando mi hembra!. Al igual que un lobo marca su territorio con su orina yo te he marcado con mi saliva. Y antes que me respondas, llevó mi boca nuevamente a tu cuello con la intención de dejarte un chupetón en la mitad para que mañana al volver al trabajo tus compañeros sepan que ya tienes un macho que te folla en España.

– Sigue…emputéceme.

– En ese momento me sorprendes al ponerte de rodillas y decirme: ¡Soy una loba!. Al escucharlo de tus labios, suelto una carcajada y metiendo un dedo en tu culo, te llevo ensartada con él hasta la cama. Una vez allí, te dejo un instante esperando y dejo la puerta de la habitación entre abierta. Al verlo, me preguntas el porqué. Muerto de risa, cojo el teléfono y llamando a la cocina del hotel, pido que nos suban unos sándwiches. ¡No tengo hambre!, protestas deseando volver a empalarte con mi pene pero entonces te contestó que es una excusa para que el camarero vea lo puta que eres mientras saltas sobre mi verga.

Durante unos segundos permaneciste callada. Conociéndote sabía que en ese preciso instante debías de estar retorciéndote en la silla. Por ello sin esperar tu respuesta, te pregunté:
– Dime princesa, ¿qué pasaría por tu mente al ver entrar al empleado con la bandeja? ¿Te pondría cachonda que trajera la cuenta para que yo se la firmara mientras miraba de reojo tus tetas botando a la vez que metes y sacas mi miembro de tu interior?

– Ay sigue…..

– Imaginate que queriendo forzar tu calentura, le digo que quiero pagar con mi tarjeta y que la agarre de mi cartera que está bajo tus bragas chorreadas en la mesilla.

– Me encanta- respondiste totalmente entregada a esa perversión,

– El tipo cortado, las coje con dos dedos y al hacerlo le llega el aroma a hembra que mana de ellas, Tus gritos y el olor le hacen preguntarme mientras me pasa el bolígrafo: -¿le importaría apuntar el teléfono de su puta en el recibo?. Está muy buena la rubia y se nota que es una zorra dispuesta.
Recreándote y todavía con ganas, me pediste que aclarara si te tenía en cuatro o en cambio permanecía tumbada sobre las sábanas en plan misionero.

– Misionero, para que disfrute el tipo del vaivén de tus melones mientras te follo

Visualizando en tu mente esa imagen, no pudiste evitar preguntarme si me gustaban tus melones:
– MUCHO- respondí – Estoy seguro que me enloquecería mamar de ellos mientras te estrujo el culo con mis manos y de tener una foto, me pajearía en tu honor para acto seguido mandarte una imagen con mi pene derramando mi simiente sobre ellas.
– Sigue, cabrónazo…… haz que se vaya el camarero.
– Soltando una carcajada, firmé la nota sin acceder a sus deseos pero poniendo en su mano una buena propina.
Interrumpiendo teclaste:
– Al verlo salir girándose continuamente para fijar en su retina cómo mis tetas se banbolean sin parar me rio y te insulto diciendo: Eres un hijo de puta, folla casadas.

– Tus insultos me hicieron gracia y por eso te tumbé sobre las sabanas y sin pedirte opinión agarré dos de mis corbatas y te até al cabecero con ellas.

Muerta de risa y excitada, me preguntaste qué iba a hacerte y cómo iba a seguir abusando de ti:
– La indefensión de saber que la puerta seguía abierta de forma que cualquiera que pasara por el pasillo, te vería en pelotas y atada sobre el colchón, te excitó y más cuando me viste llegar del baño con mi maquinilla de afeitar y un bote de espuma en la otra mano.
– Cabrón, se va a dar cuenta que me lo he afeitado- protestaste desde el otro lado de la línea.
– Haciendo oídos sordos a tu queja, lentamente, esparcí la espuma por tu sexo y mientras acariciaba tu clítoris mojado, susurré en tu oido: -Te voy a afeitar ese coño peludo que tienes. A ver que le dices a tu marido cuando vea que lo tienes depilado como una puta.
– Me pones a cien- confirmaste.
Sabiendo que no podía dejar que te enfriaras, proseguí;
– Cogiendo la guillete comencé a retirar el antiestético pelo púbico de tu coño. Cada vez que retiraba una porción de la crema de tu piel y con ello, una parte del bosque que cubría tu chocho, te daba un lametazo consolador sobre la fracción afectada.
– Dime que te caliento…cabrón….
No mentí al contestar:
– Tengo mi polla tiesa al pensar en tu coño. Me excitas putita.
Al leer que confirmaba lo que para mí era evidente me pediste que continuara.
– Poco a poco, las maniobras sobre tu sexo, hicieron que este se encharcara y sabiéndote indefensa, seguí arrasando con el rubio vello que enmascaraba tu coño. -Te lo voy a dejar como el de una quinceañera- murmuré en tu oreja mientras la mordía.
– Me haces sentir tuya….. maldito infiel…
– Tu calentura y la imposibilidad de moverte, hizo que meneando tus caderas me pidieras que te follara pero haciendo oídos sordos a tus deseos, pacientemente terminé de afeitar tu coño y tomando mi móvil, lo fotografié repetidamente mientras te amenazaba con mandar esas imágenes al cornudo de tu marido.
Atropelladamente me pediste que siguiera.
– Tus gemidos se hicieron gritos cuando recuperando el consolador, te lo incrusté a su máxima potencia, diciendo: -Sonríe que quiero dejar constancia del estreno de tu nuevo chocho, Tu cara de zorra fue un indicio del morbo que te daba ser inmortalizada con ese enorme aparato en tu interior y por ello comencé a menearlo sacando y metiéndolo de tu interior mientras pellizcaba tus tetas.
– Sodomízame duro. ¡Que me quede claro que soy tu hembra!
– No esperabas que liberando una de tus manos te diera la vuelta sin dejar de penetrar con el consolador tu sexo y volviéndote atar, te dijera: -¿estas preparada para que te dé por culo a pelo?
– ¡Estoy cachonda.
– No respondiste y comprendiendo que con tu silencio me dabas el permiso que necesitaba, separé las dos nalgas con mis manos y acercando mi glande a tu ojete, apunté y de un solo empellón, te lo clavé hasta el fondo.
– Cierra la puerta….deseo gemir mucho.
– Tu grito se debió de oir hasta la recepción del hotel pero no por ello me compadecí de ti y sin dejar que te acostumbraras a tenerlo campeando en tus intestinos, machaqué sin pausa tu culo mientras me pedías que cerrara la puerta: -Ahora, no. Primero quiero demostrarte que eres mi hembra y que yo soy tu dueño- respondí cogiendo tu melena y forzando tu espalda al tirar de ella.
– No pares- leí tu entrega en la pantalla.
– El dolor y el placer se mezclaron en tu mente mientras temías que en cualquier momento alguien entrara por la puerta, alertado por el volumen de tus gritos. De haber estado libre, te hubieses arrodillado ante mí y me hubieses pedido que te dejara levantarte pero en tu estado solo pudiste seguir gozando mientras rogabas que nadie apareciera.
– ¡Me corro!- reconociste desde la mesa de tu despacho.
Quise seguir zorreando pero saber que te habías corrido, azuzó mi muñeca y releyendo nuestra conversación durante un par de minutos me pajeé hasta que mi sexo explotó dejando pringada la pantalla de mi portátil.
– ¿Estás ahí?- preguntaste confundida por mi silencio.
– Sí- contesté todavía con la respiración entrecortada.
No fui capaz de reconocerte que justo en ese momento mi semen amenazaba con estropear mi ordenador, en vez de ello tecleé:
– Disculpa pero tuve que atender a un cliente.
Fue entonces cuando cruzando la barrera que nos habíamos auto impuesto me rogaste que querías verme en persona. Ni siquiera contesté, molesto apagué el ordenador pensando en que era imposible y que si lo hacía tú, mi querida amante virtual, descubrirías que te había mentido y que aunque muchas veces te había hablado de los veinticinco centímetros de mi verga, todo era mentira…
No soy GOLFO sino GOLFA y entre mis piernas existe un vacío que por mucho que intento llenar con mi imaginación sigue existiendo. No tengo pene, polla, ni trabuco ni nada…¡SOY UNA MUJER!

 

Relato erótico: “Aprendiendo en la plaza” (POR ROCIO)

$
0
0

Cuando tenía dieciocho sufrí una de las depresiones más fuertes de mi vida, y algo así cuando los estudios de la secundaria están finalizando puede ser fatal para las aspiraciones académicas. La razón era mi padre; cada vez que me cruzaba con él en la casa terminábamos enzarzados en una violenta discusión, y no ayudaba que el segundo aniversario del fallecimiento de mi mamá estuviera al caer. Era como un extraño reloj biológico que nos volvía los peores enemigos.
Que nada de lo que yo hacía estaba bien, que al ser yo la única chica de la casa me quería cargar con más responsabilidades, y que además debería mejorar las notas “mediocres” que había sacado. El más mínimo intercambio de palabras propiciaba una discusión tóxica; había tratado que ese tipo de situaciones no me afectaran, pero cuando ni mis mejores amigas pueden servirme de apoyo pues solo vivían problemas banales, una termina cediendo.
Así que estaba allí, sentada en un banquillo de una plaza, lejos de mi casa, lejos de mi colegio, desentonando con mi uniforme escolar y tratando de soportar el terrible frío. Eran horas muy tempranas y pese a que había gente cruzando por los alrededores, sombras sin rostro yendo y viniendo, tenía la impresión de ser una maldita hormiga solitaria preguntándose cómo terminó en el hormiguero equivocado.
Ya no podía seguir soportando el ir y venir del gentío sombrío y apático así que me limité a abrazar mi mochila, refunfuñando que tal vez debería haberme hecho la enferma para quedarme en casa. Y así, pese a decirme a mí misma que no iba a llorar, mis ojos empezaron a arder para que empezara a derramar lágrimas como si acabara de ver una película romántica.
Pero creo que dejé escapar algún jadeo entre el gorjeo de las palomas que poblaban la plaza, porque alguien me habló. Era la voz de un hombre y noté que estaba a varios metros detrás de mí.
—¿Mal día?
Pero yo no estaba de humor, así que le contesté sin siquiera mirarlo:
—Métase en sus asuntos.
—Ya veo. Lo siento, solo preguntaba.
¡Y para colmo tratándole como una bruja a la única persona que se estaba preocupando por mí! Al único que parecía despegarse de aquellas sombras sin rostro. Me froté las enguantadas manos por el frío y me armé de valor para girarme:
—Discúlpeme, señor. Por favor no me haga caso.
El hombre, que tenía la mirada perdida en algún punto indeterminado del cielo, me miró extrañado. Era una persona mayor que podría pasar por mi padre, tal vez un poco más mayor, bien trajeado pero abrigado con una chaqueta de cuero marrón que no hacía juego, cabello bien cortado, nariz aguileña y una sonrisa bonachona que no tardó en mostrarme.
—Madre mía, pequeña, esos ojos rojos, ¿me vas a decir qué te pasa?
—Que me acabo de unir al club de los desgraciados, eso pasa.
—No me digas. Pues bienvenida, ¿ya te sacaste el carné?
—Voy a hacerlo otro día porque mi cara seguro es un desastre ahora.
No tardó en venir para acomodarse a mi lado. No muy cerca, que de lo contrario me asustaría, pero tampoco excesivamente lejos de mí. Aunque admito que por un momento pensé que se trataba de un pervertido; todo cambió cuando resopló y levantó la mirada, dibujando una larga figura con el vaho de su aliento.
—Venir aquí me ayuda a despejar la cabeza. Es más barato que ir al psiquiatra, ¿no crees?
—Pues es una plaza horrible y solo me bajé del bus porque no quería irme al colegio.
—Entonces sí que estás en un mal día. Pero deberías ir a tu colegio, se te hace tarde.
—¿Y usted no debería ir a su trabajo?
—Yo entro a los ocho, así que tengo tiempo. Por eso vengo aquí a las siete, para desconectarme un rato de una esposa que no me habla, una hija que sí me habla pero solo para decirme lo mucho que me odia, un puesto de trabajo que no soporto… ¡y hasta de un perro que ya no me hace fiesta al llegar a casa!
—Uf, lo del perro es el acabose, señor.
—Es un caniche de cinco años, creo que está en plena crisis de mediana edad.
—¡Ja! Bueno, tengo que irme, llegaré tarde pero supongo que puedo rogarle al portero que me deje entrar. Gracias por la charla.
—Me alegra oírlo. ¿Te subí el ánimo, pequeña?
—No me llame pequeña. Pero en serio, gracias.
Me levanté, cargando la mochila en un hombro. Antes de irme me giré y le deseé que su día mejorase, porque si era cierto lo que me había confesado, el hombre era prácticamente un pobre diablo arrastrándose por la vida y puso mis problemas en perspectiva. Me lo agradeció y pareció tomar rumbo a su coche, pero no pude evitar preguntarle algo más antes de retirarnos.
—Oiga, señor. ¿Ha dicho que tiene una hija?
—Sí. Estrenando adolescencia y todo.
—Vaya. Y… ¿Y qué le alegraría que hiciera ella?
—¿En serio? ¿No es obvio?
—Si lo fuera no lo preguntaría…
—Bueno, que dedique un rato de su vida a conversar amenamente con su padre estaría bien…
“Pues sí que parece algo obvio”, concluí para mí, viéndolo alejarse, levantando las palomas a su paso. Parecía un buen hombre, pero había notado algo especial en sus ojos oscuros; cierto halo de soledad, como quien ha sufrido mucho, como percibía a veces en los míos al mirarme en el espejo. Me reconocí en él, en ese extraño, por un breve instante. Ridículo, imposible, lo que quieran, pero así lo sentí.
Al día siguiente decidí volver a bajarme del bus cuando se detuvo en la parada de la plaza. En parte, mi estado de ánimo estaba en mejores condiciones y se debía a aquel desconocido. Lo volví a encontrar sentado en uno de los banquillos, leyendo un periódico. No se percató de mi presencia hasta que me presenté frente a él y le hablé:
—Señor, he venido para darle las gracias por el consejo.
—¿Otra vez tú? —Me miró por sobre el periódico—. ¿De qué consejo hablas?
Me senté a su lado y me alegró que doblara su periódico para escucharme. Podría mandarme a tomar por viento, o mirarme como a una loca porque no nos conocíamos, pero no lo hizo. Simplemente me prestó atención, y eso era algo que, por más ridículo que suene, necesitaba muchísimo.
—Verá, ayer al mediodía fui al trabajo de mi papá. Sé que suele almorzar con sus colegas en un bar que está a una cuadra de su oficina, así que me presenté para almorzar con él. Sus compañeros se rieron un montón y lo puse rojísimo, pero creo que ha valido la pena porque sonrió como pocas veces. Así que gracias por el consejo.
—No recuerdo haberte aconsejado, pero entiendo lo que quieres decir. Ojalá mi nena me visitara, eso cambiaría un poco el panorama.
—A lo que vine. Como muestra de agradecimiento he preparado algo.
Acomodé mi mochila sobre mi regazo y corrí la cremallera; retiré un pedazo de pan alargado y envuelto en una bolsita de papel cartón. Lo partí en dos y le di el pedazo más grande al estupefacto señor.
—Eres increíble, pequeña, me traes desayuno y todo.
—¡Ja, nada que ver! Verá, como dijo que estaba viejo y acabado le he traído pan para que le dé de comer a las palomas.
—¿Me he quejado de ser viejo?
—No, pero bueno, se deduce…
Le di el pedazo con una sonrisa aunque él seguía extrañado. No era la primera persona que se asustaba de mi forma de ser: sarcástica, cabrona, una chica que le gusta meter el dedo en la llaga de manera fugaz pero solo para hacer sonreír. Me había ganado muchos problemas por comportarme así pero me sentía cómoda de esa manera, escudándome con mi punzante forma de ser.
—¡Qué suspicaz! Dame eso.
Y estábamos allí, viendo cómo las palomas y su particular gorjeo llenaban la plaza en búsqueda de las migajas que estábamos arrojando. Era terapéutico casi, para ambos, desconectados de nuestras tristes vidas. Claro que el señor aún no conocía cuál era mi historia, supongo que era el siguiente paso natural de nuestra recién estrenada amistad.
—¿Y qué me dices de ti, pequeña? ¿Quién te ha robado el noviecito?
—¡Nada de eso! Ojalá mi problema fuera algo así… Cuando me siento con mis amigas mi cara se desencaja oyéndolas quejarse por uñas rotas, novios y cortes de cabello… ¡Ya le digo, ojalá esos fueran mis problemas!
—¡Eso mismo me digo a veces! ¡Malditas uñas rotas! ¿Y entonces, pequeña?
—¿Y entonces? Pues que en casa parezco más una empleada doméstica que una hija. Que lavar las ropas, que la cocina, que limpiarlo todo, que la cena, que cuidar a mi hermano. Al final el tiempo libre para mí misma lo tengo en esta plaza. Y para colmo a veces la extraño, ¿sabes? O sea, a mi mamá…
—Ya veo. Lo siento mucho.
—Y aquí voy de nuevo, se supone que no iba a llorar…
Lancé el pedazo de pan que aún tenía en mi mano y me levanté, llevando mi mochila en un hombro. Y seguro que aquel señor intentó detenerme, de hablarme o gritarme para que volviera junto a él, pero entre el gorjeo y el aleteo de aquellos bichos a mi alrededor no pude oír nada, ni quería. Se suponía que tenía que ser alguien fuerte, responsable, al menos esa era la imagen que mi papá esperaba de mí al delegarme responsabilidades, pero simplemente no podía; me derrumbaba fácil y eso era algo con lo que no me sentía cómoda, no me gustaba que me vieran así. Ni mi papá, ni mis amigas, ni incluso un señor desconocido de una plaza. Supongo que por eso me escudaba con mi forma tan punzante de ser.
Otro día más; miércoles. El señor como siempre estaba allí, leyendo un periódico sin notar que yo estaba frente a él, mordiéndome los labios, tamborileando mi cintura con los dedos.
—¡Necesito hablar… con alguien!
—¿¡Pero qué cojones!? ¡Casi me das un infarto!
Fue sorprendente cómo su semblante cambió cuando notó mi rostro. ¿Tal vez le recordé a su hija? ¿O tal vez reflejé esa soledad que tenían sus ojos? Porque estábamos allí, en medio de esa plaza abandonada por Dios, buscando un breve descanso de nuestras vidas. Éramos dos completos extraños que de alguna manera nos reconocimos como similares más allá de edades y estratos. No nos conocíamos, para nada, pero nos necesitábamos para aguantar, o eso sentía yo. Inocente, demasiado idealista, lo que quieran, pero así lo sentía.
—Tú de nuevo… Bueno, ya estás tardando en sentarte a mi lado, pequeña. Estoy tomando un mate, ¿me acompañas?
—Bueno… ¡Un mate! Hágase espacio, don.
—¡Pues venga! Y llámame Enrique.
—A mí dígame princesa, pero mi nombre es Rocío.
Y allí estábamos juntos, viendo el tráfico, a la gente yendo y viniendo, éramos como dos hormigas que se salieron de la línea para ver a la marabunta trabajar, tomando un mate que se me antojaba algo amargo, obviando nuestras responsabilidades porque sentíamos que merecíamos un descanso de la vida.
Aprendí algo sobre su hija mientras el mate iba y venía. Ella era una adolescente que escuchaba “música estruendosa e inentendible”, que vestía “demasiado ligera”, y que incluso él creía notar “la cabeza de un clavo brillando en la punta de su lengua”. No sabría juzgar la música con tan pobre descripción, y vestir ligera de ropas en invierno me parecía directamente una salvajada, pero sí podría ayudarle con lo último.
—¿O sea que su hija tiene un piercing?
 —¿Así le dicen?
—Así se llama… Bueno, no creo que sea para tanto. ¿Qué le dijo?
—Prefiero no decirlo.
—Vamos, Enrique, imagine que tengo uno. Aquí, dispare. —Saqué la punta de mi lengua.
—Supongo que puedo imaginarlo… —Me tomó del mentón y soltó con total naturalidad—. ¡Qué puto horror, niña!
—¿Enzedio, zeyor? —Escondí la lengua—. ¿¡Dónde se ha dejado la gentilidad!?
—Ya veo, “gentilidad”… ¿“Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida”?
—¡Ja!, tampoco el sarcasmo, sea sincero. Vuelva a imaginarme —volví a sacar la puntita de mi lengua.
—Pues… ¡sinceramente es horrible, has destrozado tu lengua, niña!
—¡Uf, usted no tiene solución!
Pero todo era dicho con tono amistoso. Tal vez fue gracias al mate o simplemente nuestras risas, unificadores sociales por excelencia, o tal vez fue el haber entendido por fin cuánto nos necesitábamos para escapar aunque sea por media hora de nuestra vida. Allí no éramos una estudiante y un hombre de negocios, allí, risas y mate de por medio, éramos dos personas cansadas de patear por la vida; estábamos emparejados a la misma altura.
Así comenzó nuestra pequeña aventura. Nuestro pequeño ritual. El de dos completos desconocidos que se reunían en la plaza por casi media hora para charlar o simplemente para mirar el tráfico en silencio, juntos en el banquillo y a veces alimentando a las palomas.
Para el viernes me armé de valor y volví a hablarle sobre los problemas de mi casa. Desde luego no pude evitar derrumbarme a mitad de mi historia; ese lado mío, patético, débil, toda una niña llorona… pues como había dicho ese lado no era algo que quería proyectar, por lo que decidí irme antes de que me viera con los ojos rojos y los labios temblando. Pero al levantarme del banquillo, me sostuvo de la mano.
—¿A dónde vas? Te puedes quedar aquí.
No respondí. Solo sostenía su mirada en completo silencio. Fue raro: no se oía el tráfico. No había gorjeos.
—Le harías un favor a este “viejo y acabado” si te quedas, ¿sabes?
Le vi los ojos. Le vi la sonrisa. No había nadie en mi vida así; un reflejo cristalino de mi persona. Así que le revelé ese lado frágil que tengo, lejos de la chica cabrona, lejos de la chica brava. Me senté a su lado y reposé la cabeza en su hombro; resoplé un par de veces, rodeando su brazo con los míos, y luego sí, empecé para llorar a moco tendido. Era mi peor versión, pero descubrí que a su lado me sentía cómoda.
Podría quedarme todo el día allí; porque sí, lloraba sin cesar pero el corazón parecía desbordarse de felicidad o alivio porque finalmente había encontrado el sostén que buscaba. Tal vez estábamos excediendo nuestra media hora diaria, o tal vez quiso consolarme con algo más que un hombro, porque repentinamente me acarició la caballera y me habló con un tono dulce.
—¿Te sientes mejor?
—No. Me da un poco de vergüenza que me vean llorando al lado de un hombre cuya chaqueta parece provenir del neolítico, pero gracias.
—¡Ja! Esa es la pequeña que conozco. Descárgate, vamos.
—Pero se lo digo en serio, creo que un día de estos deberíamos ir a una tienda y elegir algo más bonito, madre mía, ¿en qué estaba pensando para salir de su casa con algo así?
Abracé con más fuerza su brazo con los míos, y volviendo a reposar en su hombro, le rogué que me acompañara así solo un rato más.
Los días siguieron pasando y nuestros encuentros (o rituales) seguían pactándose ya no a horas tempranas del día, sino a la una de la tarde, luego de mis clases y aprovechando el horario de descanso de su oficina, para no joder mis estudios. Con él aprendí pequeños detalles que terminaron, poco a poco, acercarme más a mi padre. Desde llevarle el desayuno a la cama y hasta rememorar mi infancia pasando horas muertas del domingo viendo juntos un álbum de fotos. Aquel hombre era, básicamente, un ángel caído del cielo que ayudó a recomponer la relación con mi papá, a achicar aquella línea que amenazaba con separarme más y más de él.
Para el lunes de la siguiente semana, estrenando una preciosa gabardina negra de película, me acompañó a una tienda de música. La idea era encontrar algo juvenil que pudiera regalarle a su nena, algo con el que ambos pudieran sentirse conectados. No valdrían discos de y para adolescentes, que a un adulto como él no podría gustarle.
En un par de exhibidores, dotados de auriculares, tenían varios discos de muestra. Uno de ellos tenía un álbum que reconocí inmediatamente, por lo que no dudé en llamar a Enrique, que estaba echando un vistazo a los discos en las estanterías.
—Mire, encontré algo potable. Avril Lavigne, a ella la escuchaba antes de comenzar la secundaria. Tiene canciones muy buenas, ¿conoce alguna?
—¿Tengo pinta de saber japonés, pequeña?
—¿Japonés? No, no… Dios santo, ¡solo… solo escúchela!
Me hice con un auricular conectado al exhibidor y le pasé el otro, pero se negó a ponérselas porque creía que iba a gastarle una broma con el volumen, aunque lo más probable es que tuviera miedo de ponérselas. Aceptó a regañadientes cuando le dije que ya iba siendo hora de dar un par de saltos evolutivos importantes si pretendía recuperar a su nena.
Así que tras ojear por la lista de reproducción en la caja del disco, decidí por una de mis preferidas: “Im with you”. Cuando miré a Enrique, esperando que la canción iniciara, no pude evitar hacer un paralelismo con un videoclip de los RadioHead en donde una par de desconocidos escuchaban una canción desde un exhibidor como el nuestro. Claro que él no era Jhonny Depp, ni mucho menos yo me asemejaba a aquella preciosidad que lo acompañaba en el vídeo, pero no me importaba; la canción estaba en marcha.
—No es Gardel pero te digo que esta japonesa no canta nada mal —me codeó para que yo estallara en risas.
Pero todo se desmoronó cuando llegamos al estribillo: “Estoy tratando de entender esta vida. ¿Podrías tomarme de la mano y llevarme a otro sitio? Porque aunque no sé quién eres, estoy contigo”.
Tal vez haya sido demasiado tonta o romántica al reconocernos en aquella canción. Pero debo decir que, por más que él tuviera un anillo brillando con promesas de amor en su dedo, en ese momento sentí algo que sé que no debería. En ese instante algo dentro de mí se había quebrado y mi sonrisa se desdibujó. Lo miré por largo rato, le miré esos ojos en los que me reconocía, él estaba sonriente en su mundo porque le gustaba la canción, pero yo sentía la imperiosa necesidad de tomarle de la mano.
 “Y busco un lugar, busco a alguien que esté conmigo, porque nada me sale bien y todo resulta ser un desastre”.
Buscando una conexión con su hija, terminé encontrando una conexión demasiado peligrosa con él.
Éramos prácticamente unos desconocidos, sí, pero él estuvo allí en mis horas bajas, acompañándome y prestándome su hombro cuando me quebraba en llanto. Aprendí a atesorar cada minuto que pasábamos juntos, desconectados del mundo, y me dolía que nadie en su vida notara cuánto sufría, cuánto anhelaba y sobre todo, cuán grandioso hombre era. Yo sí.
No sé si “enamorada” sería la palabra más adecuada para describirme en ese entonces, pero sí estaba segura de que todo se había jodido para mal. Porque ese hombre casado, con su anillo brillando, con su sonrisa bonachona… pues simplemente ya no podía verlo como antes. Y, sinceramente, media hora al día ya no me sabía a suficiente.
Estoy contigo, y quiero seguir contigo”, pensaba yo, pero las palabras no me salían. Su anillo brillaba demasiado.
De noche no pude evitar pensar en él mientras me bañaba, y pronto comprobé qué tan deliciosa fue la ducha mientras me tocaba imaginándome en sus brazos. Mis deditos eran los de él, los que plegaban los labios y acariciaban el clítoris oculto tras mi pequeño capuchón. Creo que habré tenido uno de los orgasmos más placenteros de mi vida pensando cómo me hacía suya, desvirgándome con dulzura en una amplia cama matrimonial. Era suya en mis fantasías, y ese maldito anillo no brillaba en absoluto, solo caía al suelo y repicaba hasta silenciarse.
 “Estoy contigo, quiero estar contigo…”.
Me maldije al acabar. Por tonta, por idealizar demasiado, por querer tomar de la mano a un hombre casado y pedirle que estuviera conmigo más que media hora al día. Por querer que fuera él quien me arrebatara mi virginidad.
Llegó el martes. El frío era matador, pero allí estaba yo, pateando por la calle, cargando mi mochila en el hombro, avanzando a empujones entre ese montón de gente trajeada. La cabeza la sentía abombada, no estaba acostumbrada a hacer lo que estaba haciendo: abrí las puertas de aquella oficina en par en par y traté de encontrarlo entre el gentío que atestaba el lugar. Pregunté a la recepcionista. Me indicó el segundo piso, tercera puerta a la izquierda.
Cada paso que daba conforme me acercaba se hacía demasiado pesado. Pensaba que tarde o temprano terminaría cayéndome al suelo desmayada. En ese entonces, más que nunca, sentía la necesidad de tomarle de su mano y susurrarle cuánto necesitaba estar con él, que media hora al día no me era suficiente ya.
Estoy contigo, quiero seguir contigo”.
Y sonreí al verlo, charlando por teléfono en un escritorio apartado. Resoplé una y otra vez antes de armarme de valor para interrumpir en su vida. Miré mi falda plisada, comprobando que no estuviera arrugada, rápidamente me arreglé un poco el cabello en una coleta alta; pensé que tal vez no debería haber venido en mi uniforme escolar, lo último que quería era proyectarle una imagen de cría o de “pequeña”, pero ya era muy tarde para volver sobre mis pasos.
—Señor Enrique, s-si su hija no quiere visitarlo y almorzar con usted, yo lo haré.
—¿Eh? —colgó su teléfono—. ¿Rocío? ¿Qué haces aquí?
—Uf, parece que está perdiendo el oído. Le he dicho, hombre torpe, que he venido para almorzar juntos.
—No me lo puedo creer… ¿Lo dices en serio?
—Dios, sé que no soy su nena, pero podría simular algo de alegría…
—Esto, no pienses que no estoy contento, pero lo cierto es que ya te has robado un par de miradas, vaya con el aprieto en el que me has metido al presentarte aquí.
—¡Ya! ¿Cree que he venido así, sin pensarlo? Le he dicho a la recepcionista que soy su sobrina.
—Bueno, podrías haberme avisado, pequeña —se pasó la mano por la caballera visiblemente azorado.
—¡Deje de decirme pequeña! ¿Qué dices? ¿Nos vamos?
En el bar parecíamos padre e hija, sentados a una mesa alejada. Al principio me hacía gracia verlo tan nervioso, oteando el bar con desconfianza pues no quería encontrar a alguien conocido, supongo, porque iba a serle complicado explicar por qué estaba almorzando con una colegiala. Pero a mí no me importaba, necesitaba avanzar en el terreno; sentía que él me veía como solo una amistad, o peor incluso, como la hija que no podía tener.
Se comportó como un caballero, pero yo como una niña mala que sacaba provecho de sus atributos. Me inclinaba hacia él varias veces para recoger el salero o servirme de la gaseosa, y que así pudiera tener mejor vista de mi tímido escote, para que notara que yo le ofrecía algo más que lo que su hija podría. Hasta incluso le sequé (torpemente) los labios con una servilleta luego de que bebiera de un vaso de agua.
—Maldito invierno —murmuró.
—¿Qué le pasa, Enrique?
—Bueno… ahora que lo pienso, siempre nos hemos encontrado en la plaza, así que ibas bien abrigada. Pero ahora, aquí y sin suéter ni abrigo, veo que eres una auténtica preciosidad, pequeña.
—Enrique, es la primera vez que me dice algo así… Gracias, me halaga.
—¿En serio? ¡Menos mal!, pensaba que si lo decía ibas a ridiculizarme.
—Bueno, hoy me estoy portando bien porque me gusta verlo contento, ¡no se acostumbre!
¡Pero por Dios! Tenía ganas de tomar de su mano y quitarle ese maldito anillo, pero no tenía el valor de hacerlo porque las mías estaban temblando de los nervios, inseguras, inquietas.
No fue sino en el tercer almuerzo, el día jueves, cuando junté la fuerza necesaria para dar el paso definitivo. Lentísima, torpe, lo sé, pero no estaba acostumbrada a actuar como una loba, y menos con un señor mayor que seguramente podría sospechar mis intenciones con facilidad.
—¿Y su esposa, Enrique?
—¿Graciela? ¿Podríamos no hablar de ella?
—No diga eso. Así como estoy haciendo los deberes de su nena, tal vez pueda tratar de hacer los de ella… —tomé el jugo de naranja, estaba mareada.
—Rocío, estás sacándome pensamientos inapropiados.
—¡Ya, no sea desubicado y cuénteme!
—Mira, si tanto quieres saberlo, te diré que hace más de once meses que no tengo relaciones con mi esposa. Y en los últimos cinco años no lo hemos hecho más de diez veces. ¿Contenta?
Escupí el jugo en el vaso. Eso sí que no lo esperaba. Cinco años casi en castidad eran una auténtica locura para una pareja casada. ¿O no? ¿O sí? Como fuera, ¿qué clase de mujer podría no atenderlo como debía? ¿Qué clase de monstruo podría tirar por la borda todas esas promesas de amor que brillaban en ese anillo matrimonial? Él no se lo merecía, él debía tener a alguien mejor. Y no digo que ese alguien fuera yo, ni mucho menos, pero al menos sé que yo lo trataría mejor que ella.
—Rocío… ¿estás bien?
—Enrique, ¿¡cinco años!?
—Lo último que espera alguien de mi edad es que una jovencita le tenga pena. Por favor, no necesito esa mirada de ti.
—Ya. Tiene razón. ¿Quiere que pateemos un rato por el centro y busquemos una prostituta? Porque a mí no me mire si quiere desfogarse, pervertido.
—¡Ja! Exacto, esa es la Rocío que conozco.
Sí, esa era la chica que él conocía. La colegiala cabrona y entrometida que le hacía chistes pesados y criticaba cada decisión suya. La que prefería no discutir airadamente porque se rompe en llanto fácilmente. La nena con problemas que necesita de su hombro para llorar. Una hija, eso quería él, una hija con la que pudiera sentirse vivo y realizado. Pero yo no necesitaba un padre, ya tenía uno en casa.
—Aunque no te lo negaré, pequeña, será mejor que termines de almorzar y vayas pitando para tu casa, porque no sé si podré contenerme —bromeó.
Miré esos ojos, esa sonrisa suya. Y simplemente di el paso que tanto había practicado en mi habitación: tomé de su mano más cercana con las mías. Una descarga de estática me hizo dar un pequeño respingo, pero lo tenía por fin, agarrado de la mano. Era mío, estaba conmigo. “Estoy contigo… y me encanta”.
—Yo… yo creo que usted se merece algo mejor, Enrique.
—¿Te refieres a mi ensalada? —preguntó con una media sonrisa. Estaba jugando conmigo o pateando balones fuera.
—Uf, ¡no! No se haga del desentendido, por favor. No digo que yo sea lo que busca, pero escúcheme, pe-permítame ser la esposa que se merece.
—Estoy pensando seriamente que te estás volviendo loca. ¡Eres una menor!
—¡Tengo dieciocho y sé lo que hago!
—Estoy casado, pequeña, ¿ves este anillo?
Para mí no valía nada, ¿qué sentido tenía llevar algo que solo relucía promesas rotas? Claro que no tuve el valor de decírselo, por lo que prosiguió excusándose.
—Rocío, y no es solo mi esposa. Hay casi treinta años de diferencia entre tú y yo.
¡Pues para mí no la había! Deshicimos esos años en aquella plaza, en cada conversación que tuvimos, en cada risa, cada llanto y cada mate que compartimos. ¿O fue solo una impresión mía? ¿Una quimera que me inventé para sentirme comprendida en un hormiguero que no era mío?
Me levanté para retirarme. Otra vez los ojos ardiendo, otra vez el maldito labio inferior temblando sin control. De nuevo la niña salía a relucir, y eso era algo que no debía permitir. Quería mostrarme ante él como una mujer, como una posible pareja, ya no como la cría que buscaba consuelo. No miré para atrás, y aunque esa vez no hubo palomas ni gorjeos entre nosotros, estaba tan ensimismada en mi mundo que ni siquiera oí sus reclamos (si es que los hubo).
Me lo merecía. Ese mazazo sádico a mi vida (¿cuántos más?). Por tonta, por idealista. Por creer que un hombre casado sería capaz de quitarse ese anillo para hacerme feliz.
En mi casa pensé, mientras lavaba los cubiertos, que tal vez lo mejor sería olvidarme de todo, de aprender a afrontar mis problemas en completa soledad. Tal vez era la única forma de avanzar en mi vida, de madurar, de deshacerme de la “pequeña” que me jodía el rostro con lágrimas cada vez que la vida me embestía. Construir una muralla para olvidarlo, tal vez eso era la mejor opción. Pero luego recordaba sus ojos, y por Dios, nadie más en mi vida tenía esa mirada cargada de soledad en los que me reflejaba cristalinamente.
Decidí, en la cama, antes de cerrar los ojos, que iba a luchar por él; un último intento antes de abandonar aquel hormiguero ajeno.
Viernes de día. Me quité el suéter al bajarme de la parada y me la até en la cintura. Iba desabrigada, pero tenía mis razones. Él estaba en la plaza, sin periódico en mano, caminando por el parque, oteando en derredor en mi búsqueda. No mentiré; me alivió encontrarlo, temía que me quisiera evitar tras haberle confesado mis sentimientos.
Me acerqué sin que me notara, justo cuando paseaba por la vereda. Le tomé de la mano y retiré el maldito anillo de su dedo. Lo tiré al suelo y vi cómo el hombre se empalideció. Me miró, no sabría decir si feliz o sorprendido, luego se fijó en el anillo repicando en el suelo, subió de nuevo la mirada, pasando fugazmente por mi sujetador negro reluciendo tras mi blusa blanca, y por último observó mi cara repleta de deseo.
—Ahora no hay ningún anillo, señor.
—¡Rocío! Te estaba buscando… ¿No te parece que deberías estar abrigada? ¡Vas a pescar un resfrío!
Tengo que admitir que yo era un auténtico caso perdido. Iba a llorar de nuevo porque esperaba un abrazo, un beso, una mano, pero en cambio el maldito solo se quitó su gabardina (nuestra gabardina) para abrigarme. Decepción, desazón. Me lo merecía, por tonta, por idealizar cosas que no debía. Era una maldita hormiga perdida en un hormiguero que no era suyo.
Y de repente, el anillo en el suelo dejó de repicar.
Cuando los ojos empezaron a dolerme y no quedaba otra más que mirar el suelo, cuando los labios me empezaron a temblar, contra todo pronóstico, me tomó del mentón para besarme. Primero fue un pico rápido que me robó mientras yo mascullaba que debía recoger su anillo, que lo tiré solo por un lapsus nervioso. “Déjalo ahí”, susurró. Al verme sorprendida, el beso cayó en mi nariz para hacerme sonreír. Y así, con el corazón desbordándoseme de alegría, me besó como ningún hombre había hecho hasta ese entonces conmigo. Nada de lenguas, nada fuerte. Solo labios apretujándose mientras unos ásperos pero juguetones dedos se enredaban entre los míos.
Estás conmigo, y me encanta…”.
—Pequeña, me alegra que hayas venido…
—Uf, deje de hablar y siga besándome.
—Estoy casado y tú apenas eres una niña, es complicado así, ¿no te parece?
—¡No soy una niña! Y ya sabe, ahora tiene vía libre…
—Solo espero que nadie me haya visto besándote…
—Deje de mirar por la plaza. —Lo tomé de la mejilla y rogué—: Enrique… lléveme a otro lado.
Su casa era hermosísima, de dos pisos, estilo colonial; atravesamos un jardín delantero para entrar. Mientras él llamaba a su oficina para comentar que no podría presentarse ese día, sacié mi curiosidad viendo las fotos de su hija y señora, muy bonitas por cierto, en los portarretratos que infestaban la casa. Pero no había mucho tiempo para ellas porque las cosas cambiaron drásticamente cuando me llevó de la mano para subir por las escaleras, rumbo a su habitación matrimonial. Me alarmé, había algo que aún no le había dicho porque tenía demasiada vergüenza.
Se sentó en la cama, esperándome, pero yo aún no podía entrar en la habitación por el miedo que tenía. Él me vio recostada por el marco de la puerta, con la cara roja, y preguntó qué me sucedía.
—Señor Enrique, vamos a manchar su cama… ¿No es así?
—Mi esposa duerme en otra habitación. Pero si te preocupa, hay un lavarropas abajo, es muy bonito.
—¡No es eso! Bueno… quiero decir que so-so-soy virgen, ¿entiende?
—¡Jajaja! ¡Muy buena broma! Dale, vente.
—No se ría, ¡le digo la verdad!
—Sí, claro, y yo soy Superman, Rocío.
—Estúpido, ¿qué quiere decirme con eso?
—A ver, ¿me estás diciendo que es la primera vez que vas a ver una… verga?
—¡Obvio que no! ¡Las he visto a montones! Solo que ahora será la primera vez que vea una “en vivo y en directo”… ¿Puede entender un poco mi problema en vez de reírse tanto?
—¡Es que en serio, no me lo creo!
—¡Pues créalo, será la primera vez que esté con un hombre!… ¡Un hombre que se está riendo de mí!
—No puede ser, pequeña, no estás bromeando…
—Uf, le ruego que no se enoje.
Se levantó y me extendió la mano, invitándome a entrar. Me vio indecisa, pero bastó que cambiara su tono para convencerme.
—No te preocupes, yo te guiaré. Ven aquí.
Avancé. Me agarró de la cintura al acercarme y, tras depositar otro beso en la nariz que me hizo reír, me ayudó a quitarme los primeros botones de la blusa. Al caer al suelo, fue el turno del sujetador;  le miraba a los ojos cada vez que sentía que me iba a desmayar para poder tranquilizarme. Me estaba viendo los senos, los tocaba suavemente con sus gruesos dedos; me excitaba.
Prosiguió desabrochándome el cinturón de mi falda. Me giró, y lentamente fue bajándomela para dejarme en braguitas. Se arrodilló ante mí; volví a girarme para verlo, tenía que mirarlo a los ojos para no desesperarme; agarró delicadamente las tiras de mi ropa interior, la última prenda antes de quedarme desnuda (salvo por mis blancas medias recogidas hasta mis tobillos), y me la bajó hasta la mitad de los muslos. Fue el primer hombre que me veía toda, mi vello, mi carne; en mi entrepierna sentía un calorcito excitante.
Me acarició mis partes con sus dedos, luego utilizó su boca de una manera tan sensual que doblé las rodillas y me tuve que sostener de sus hombros; pasaba su lengua de abajo hacia arriba de mi rajita, subiendo hasta besar mi mata de vello púbico, subiendo más para besar mi ombligo.
—¿Te ha gustado lo que te hice, Rocío?
—Síii… y no recuerdo haberle dicho que se detuviera.
—¿Te gustaría hacerme algo similar? Me harías muy feliz.
Me volvió a besar la conchita, era simplemente una delicia sentir su lengua apretándome allí abajo, húmeda, caliente, abriéndose paso por mis carnecitas. Y claro que quería hacerlo feliz, por lo que le acaricié el cabello y le susurré que me dijera qué debía hacer. Así que se levantó. Otro beso en la boca, su legua tenía un gustito amargo.
—Ponte de rodillas y quítame el cinturón, pequeña.
Lo hice. Se lo desabroché y procedí a bajárselo para que quedara un bóxer negro en donde se marcaba algo grueso, duro y palpitante. “Quítamelo también”, me dijo acariciando mi cabello. “Ya, es obvio, ¿no?”, respondí, bajándosela. Y allí estaba frente a mí. Era imponente, tenía la piel oscura, distinta a la del resto de su cuerpo, con venas que iban y venían por el largo del tronco. Era la primera verga que veía, sí, aunque solo podía pensar en algo mientras admiraba cada centímetro:
—Enrique, prométame que no me va a doler.
—No te preocupes, lo haré despacio para que disfrutes. Solo haz lo que te digo, no quiero que hagas algo que te pueda desagradar.
—Entiendo. Guíeme por favor—susurré viendo esa carne que tarde o temprano iba a estar dentro de mí.
—Te aconsejo que comiences por acariciarla, sentir cómo es al tacto.
Tragué saliva. Primero posé el dedo índice en el tronco, justo sobre una vena. Presioné sobre ella, y pronto me armé de valor para agarrarla tal zarpa. Pero era gruesa, no podía cerrar mi mano. Con la otra toqué la cabeza, de textura y color diferente, nada rugosa, más caliente. El señor dio un respingo de sorpresa cuando se la agarré. Supe que era un poco más sensible allí. Estuve así, palpándola y contemplándola con respeto conforme él me acariciaba la cabeza.
—Eso es, pequeña, ahora dale unos besitos en la punta y en el costado, lamela un poco, así te vas acostumbrando al gusto. Que quede bien húmeda.
Cerré los ojos y, poniendo ambas manos sobre mi regazo, procedí a besar tal como me pidió. Primero en la cabeza, luego, con la lengua extendida, fui recorriendo el tronco, pasando a conciencia por una gigantesca vena que la cruzaba. Ensalivé un poco y seguí besando, lamiendo, dando un pequeño mordiscón. Para cuando volví hacia la cabeza, noté que de la punta bullía un líquido traslúcido.
—Lo estás haciendo muy bien, Rocío. Ahora abre tu boquita lo más grande que puedas, voy a meter la punta. Trata de mirarme a los ojos, ¿sí?
Al principio abrí pero era obvio que no iba a entrar, por lo que tuve que esforzarme más. Hice fuerza y por tenía su polla dentro de mi boca, pero no sabía si debía usar mi lengua o mis labios de alguna manera, simplemente estaba allí con ese gigantesco miembro latiendo mientras mis ojos trataban de sostener su mirada.
—No te quedes así, pequeña, pálpala con tu lengua. La idea es que te guste, ¿te está gustando?
Afirmé y procedí. Claro que me estaba gustando, estaba calentísima, si eso era solo el comienzo estaba con muchas ganas de quedarme hasta el final. Estaba arrodillada ante él, con mi carita de niña, acariciándole su verga solo con mi lengua y mis manos temblando sobre mi regazo. Me retiré la tranca un par de veces para besarle en la punta, allí donde seguía escapándose algo pegajoso y traslúcido. Volví a metérmela en mi boca, cada vez más profundo, abriendo más y más para que me cupiera.
Engullí un poco más allá de la cabeza de su verga y empecé a chupar. Él inició un mete y saca suave, despacio, como tratando que yo sintiera toda esa carne que por primera vez estaba descubriendo. Traté de metérmela más aún porque estaba enviciándome ya; pero se la retiró de mi boca y empecé a toser, con saliva colgándoseme de los labios. Había hecho una arcada por haberme atragantado.
—Tranquila, pequeña. Te dije que me hicieras caso.
—Perdón, trataré de no meter tanto.
Volví a agarrar la verga pero no pude más que darle un par de besos antes de que él me la separara. Me dijo que sería mejor si lo acompañara hasta su cama, porque a su edad no estaba para rodeos largos. Así que, con los labios humedecidos de ese extraño líquido, le tomé de la mano y le sonreí.
En la cama me acomodé sobre él, lenta y torpemente procedí a desabotonarle la camisa, besando su peludo pecho para mostrarle todo mi amor, devoción y respeto.
—¿Quieres hacerlo, Rocío?
—¡Síii! Enrique, me arde muchísimo entre las piernas, uf, pero si llega a lastimarme le juro que le arañaré.
Me tomó de la cintura y con su mano guió su tranca hasta mis carnes, pasándolas por mi tímida raja, restregándomela, se resbaló un par de veces pero luego la tuvo bien sujeta contra mí. Era riquísima la sensación, quería devolverle el favor llenándole la cara a besos pero no podía controlar nada de mi cuerpo debido al vicio.
Empezó a empujar; la húmeda punta de su verga me estaba abriendo despacio. Mi coñito ardía, picaba, pero me gustaba, no era nada doloroso. Pero en seguida dejó de meter, ya no se deslizaba para adentro con suavidad. Así que dio un empujón, seco, casi violento, tan repentino que me hizo arquear la espalda y gritar del dolor.
—¡Aghmm! ¡Enrique, me está lastimando!
—Tranquilízate, como te prometí, te la voy a meter despacio para que disfrutes.
—¡Pues lo de recién no fue “despacio”!
Recibí otro envite que no penetró más, solo empujaba toda mi conchita hacia adentro.
—¡Bastaaaa, es demasiado grande para mí! ¡No siga, me está doliendo!
—¡Tranquila, mi pequeña, no pasa nada!
—¡Obvio que no pasa nada! ¡No quiere entrar y para colmo me dueleeee! ¡Quítese, quítese!
Él se retiró un poco pero sin sacarla del todo y volvió a arremeter.
—¡Nooo!
Me aparté de él y caí a su lado, su tranca se había deslizado fuera de mi adolorido coño. Quedé recostada a su lado, algo atontada. Me acarició diciéndome que aquello que estaba sufriendo era normal, que muchas mujeres sienten un poco de dolor la primera vez.
—Déjame verte, tu himen debe ser muy resistente y no se rompió, por eso no pude penetrar.
—¿Himen resistente? ¿Existe algo así? Dios, soy un monstruo, don Enrique, nadie va a poder penetrarme jamás…
—¿Pero qué estás diciendo, Rocío? No seas exagerada. Ven.
Metió mano en mi entrepierna y buscó mi agujerito, haciéndose lugar entre mis abultados y enrojecidos labios vaginales. Me retorcí y me mordí los labios porque era buenísimo. Me dijo que me estaba haciendo una estimulación vaginal, que quería sentir mi barrerita, tratar de empujarla un poquito con sus dedos. Yo sentía un ardor molesto al inicio pero como su dedo vibraba también me resultaba un poco placentero.
—Uf, siga haciéndolo, Enrique…
—¿Te dolió? ¿Qué sientes?
—Duele… pero ya no tanto como recién.
—Aguanta un poco, pequeña, ya no te va a doler –dijo, colocándose encima de mí; el contacto contra su cuerpo velludo me volvió loca. Metió las manos por debajo de mi espalda, hasta los hombros, para atajarme.
Acomodó su verga. Un beso a la nariz. Una sonrisa de mi parte. Y empujó de nuevo.
Yo sentí que me desgarraba algo, que vencía una resistencia, por lo que empecé a luchar para sacármela, pero me tenía bien sujeta. Por suerte no desistió porque conforme su tranca se abría paso en mi interior,  el dolor se hizo soportable y volvió ese ardor placentero. Mi carita arrugada de dolor había desaparecido, según él, mientras lo sentía deslizándose centímetro a centímetro dentro de mí.
Su carne estaba llenándome toda la cavidad, tocando paredes que en ese momento recién estaba descubriendo; era suya, estaba dentro de mí, estábamos más unidos que nunca y el corazón me latía a mil por hora de felicidad porque estaba cumpliendo mi sueño. Lo abracé fuerte, atrayéndolo para hundir mi cabeza en su hombro y poder llorarle:
—Estoy con usted, Enrique. Puedo sentirlo… usted está adentro de mí…
—Lo sé. ¿Te gusta, pequeña?
—Síii… no tiene idea de cuánto me arde, me e-encanta…
—Fue un poco difícil porque aún estás muy estrechita.
Empezó a menearla un poco y eso fue devastador para mí. Yo sentía que mi vagina se contraía de manera violenta con ese intruso dibujando círculos, entrando y saliendo. Me dijo que le encantaba cómo usaba las paredes internas de mi vagina para estimularlo, pero obviamente yo no sabía manejarlas, era solo un espasmo muscular, pero entendí que si lograba dominarlo podría hacerlo gozar en otras ocasiones. Lo mejor de todo llegó cuando retiró su verga de mí; mi coño se contrajo de una forma que me provocó un orgasmo espectacular, comencé a temblar como una poseída, a enredarme con la manta, retorciéndome en la cama con sacudidas de placer que duraron varios segundos.
El señor se limitó a acostarse a mi lado, acariciándome, viéndome resoplar entrecortadamente, contemplando mi carita roja de goce, secándome a besos las lágrimas que derramé por el sufrimiento.
—¿Qué tal estás, pequeña? Estás temblando un montón.
—Enrique… dolió muchísimo al principio. –Hundí mi rostro en su hombro—. ¿Y qué me dice usted? ¿Le ha gustado? Sea sincero…
—Desde luego, Rocío. Lo has hecho bien para ser tu primera vez.
No sabría cómo describir la felicidad que en ese momento sentí bullendo en cada rincón mío. No solo yo había sentido esa conexión especial que habíamos creado. No me refiero a lo físico, al menos no del todo. En ese momento en el que su carne estaba dentro de mí sentí algo único, como la calma, fuerza y consuelo que yo buscaba. Y que Enrique me confesara que también fue agradable para él fue el pistoletazo para que mi corazón se desbordara de alegría. Eso sí, aún me quedaban un par de temas por averiguar:
—¿Y sangré, Enrique? Tal vez debería llevar las sábanas a lavar…
—Bueno, sangraste un poco, pero en esta casa no eres ninguna empleada doméstica, ¡hala! No te preocupes, yo la llevaré a lavar. Ve al baño, date una ducha caliente y espérame allí. Verás, a mí me encantaría poder terminar. ¿Quieres que yo también tenga un orgasmo, no es así?
—Obvio que sí, le dije que no pienso decepcionarlo.
En la ducha, bajo el agua caliente, nos bañamos juntos, acariciándonos y descubriéndome puntitos especiales con sus gruesos dedos. Lo masturbé mientras besaba su pecho, y cuando me aviso que estaba por acabar, me arrodillé para abrir la boca. Empezó a cascársela y pronto escupió varios chorros que fueron a parar en mi lengua.
Me dijo que le haría feliz si me lo tragaba. Así que, crispando mis puños, metí la lengua y tragué aquella leche tibia; tenía un saborcito rancio que me pareció terrible pero hice tripas corazón para disimular mi cara. Estaba feliz así, arrodillada ante él, besando su verga que poco a poco perdía tamaño, mostrándole mi admiración y respeto.
Nos volvimos a su cuarto, arreglamos la cama con nuevas mantas para volver a acostarnos. Me dormí, con la cabeza reposando sobre su pecho, mientras sus ásperos dedos se enredaban entre los míos. Estaba conmigo, por fin, y era feliz así. Estuve unida a un hombre como nunca antes, y vaya hombre; mi sonrisa simplemente no se borraba.
Pasamos los días siguientes repitiendo aquella escena en su ducha (salvo el sexo en sí, que no me sentía del todo recuperada). Para cuando cumplimos una semana juntos, volvimos a experimentar aquella unión de cuerpo y mente tan excitante que parecía reforzarnos como personas. Y para mi fortuna logré aguantar mucho más tiempo, incluso llegué a tener mis primeros orgasmos con su verga aún dentro de mí. Como dije, y seguiré insistiendo, el sexo con él no era simplemente una experiencia física, al contrario, en el momento que él estaba dentro de mí era algo que implicaba una gran carga emocional.
Enrique parecía un hombre renovado, se le notaba en la cama y también en la plaza; ya no quería estar sentado, quería dar caminatas conmigo, de compras y hasta seguir conociendo más de mis gustos musicales en aquella tienda con los exhibidores porque a su hija le habían encantado los discos que le escogí. Y de alguna manera esa nueva actitud, la de un hombre satisfecho, habrá sido reconocida por su esposa, y su vida, poco a poco, habrá mejorado. Tarde o temprano iba a suceder, desde el momento en que tenía que enfocarme en mis exámenes finales y dejar de encontrarnos, supe que terminaría volviendo con ella.
Cuando terminé mis estudios, lo visité en su oficina para poder almorzar juntos como antaño. Le comenté que en mi casa ya no era la empleada doméstica de nadie, que las cosas mejoraron desde que mi padre, comprensivo, decidió agarrar una escoba para limpiar la casa mientras obligaba a mi hermano a lavar las ropas. La princesa de la casa había vuelto a ser princesa y ya no necesitaba de un hombro. Ambos estábamos “curados”, sí, pero era una felicidad extraña la mía, porque en su ausencia descubrí un agujero en el estómago que no sabía cómo cubrir.
Prometimos encontrarnos nuevamente el día después de mi graduación, en aquella plaza donde nos conocimos. Para recordar, para resucitar esa conexión que habíamos creado.
Lo cierto es que ese día lo esperé y esperé, sentada, mirando el tráfico y las personas pasar. Y me culpé por seguir ser tan tonta, tan idealista, por creer que un hombre casado sería capaz de romper su ya feliz rutina para dedicarle un último adiós a la joven que le había rescatado.
Cuando los ojos empezaron a doler, cuando los labios empezaban a temblar sin control, vi un anillo cayendo ante mis ojos, repicando en el suelo, entre mis pies. Sentí un beso en la nariz. Y una cálida mano me agarró, unos juguetones y ásperos dedos se entrelazaron entre los míos, sin anillos, sin brillos que interrumpieran, sin el sonido del tráfico ni el gorjear de las palomas.
Le vi los ojos cargados de alegría, como los míos. Le vi la sonrisa bonachona, como la mía.
“Estoy contigo, pequeña”.
Y el anillo, otra vez, dejó de repicar.
 

Relato erótico: “Mi nueva vida 4 original” (POR SOLITARIO)

$
0
0

Miércoles 1 de mayo de 2013

El trasiego mañanero es el de todos los días, Pepito y Mili peleándose por el baño, Ana, pacientemente mediando en la disputa.

Es mi casa, son mi familia, mis hijos, mi mujer.

Pero que estoy diciendo.

¡Despierta José!. ¡Ya nada es igual, todo ha cambiado!.

La casa, la familia, el trabajo. Todo eso pertenece al pasado. El ahora es distinto.

–Mamá, nos vamos.

Es Ana, se lleva a los niños. Me levanto y me termino de despertar con una ducha. Mila me observa desde la puerta del baño.

–Buenos días dormilón.

–Buenos días Mila, ¿Cómo estas hoy?

–Más tranquila. ¿Te lavo la espalda?

–Como quieras.

Entra y refriega mi espalda con la esponja. Me enjuago y salgo de la ducha. Mila me mira atentamente.

–¿Que miras?

–¿No puedo mirar a mi marido?

–Claro pero no puedes tocar.

–Lo sé. Solo miro. Has adelgazado.

–Bastante, he perdido cinco kilos en menos de un mes. Los cuernos deben ser una buena dieta.

–Ya estamos otra vez. Por favor, me haces daño.

–Dejémoslo así. Vamos a desayunar.

Se oye la puerta. Es Mariele. La muchacha que ayuda a Mila en la casa y en la cama.

–¿Hay alguien? Donde estas Mila?

–Aquí, en el dormitorio.

–¿Ya estas dispuesta a coger mamita?

–Si me dejan ¿Por qué no?

–¿Y quién te lo va a impedir?

Entra en el dormitorio y me ve desnudo junto a Mila.

–Hay por dios, perdóneme usted señor, no sabía que estaba aquí y le gastaba una broma a su esposa. Me da pena verle desnudo señor.

–No te de vergüenza Mariele. Y no te preocupes. Sé lo que hay entre ustedes.

Y si estas dispuesta a coger, cogeremos, a mi me encantará. ¿Qué te parece Mila?

–Estoy dispuesta, llevo más de una semana sin correrme, si me dejas lo disfrutaré.

–Mariele, ¿te apetece?

–Hay señooor, estoy apenaada. Pero si no hay bronca por mi vale.

–Acercaos y acariciaos las dos. Me gusta veros.

Mila se acerca a Mariele y le besa los labios, le quita la ropa hasta dejarla desnuda. Se desnuda a su vez. Forman un bello cuadro, dos cuerpos, jóvenes, esbeltos, de piel suave como la seda, una blanca, la otra de tono canela, acariciándose. Se tienden en la cama.

–Mariele, sé que te atrae el fisting y a mí me gustaría aprender a practicarlo. Mila me guiará para no hacerte daño, ¿Qué te parece? ¿Mila me enseñarás?

–Estoy dispuesta si Mariele está de acuerdo.

–¡Ay! Señora no me hagan daaño. Me dolerá la chimba.

–No temas. Cuando quieras paramos.

–Mila colócate debajo y ella encima, en un sesenta y nueve.

Se colocan y se besan sus respectivas chimbas. Acaricio sus cuerpos con mis manos en sus pechos, sus pezones, sus nalgas. Me detengo en las de Mariele y beso su ojete. Mila intenta besarme pero solo le permito llegar a mi barbilla. Sigo hurgando con mi lengua. La chica no puede más y llega a su primer orgasmo. Llaman al portero. Será Marga me levanto y voy a abrir.

–Continuad, no os paréis.

Marga se sorprende al verme desnudo pero reacciona y me saluda con un beso en los labios.

–¿Qué estabais haciendo? ¿No os habréis liado verdad?

–Algo sí, pero no te preocupes, nada entre Mila y yo. Está con Mariele.

–¡Ah putones! ¡Zorras ahora veréis lo que os espera por haber empezado sin mí!

Me rio de la ocurrencia y vamos al cuarto, Marga va dejando la ropa por el pasillo. Al llegar al dormitorio va con zapatos, las medias y el tanga. Es una preciosidad de mujer. Al llegar a la cama lanza los zapatos y se une a la pareja.

–Dejad algo para mí. Un chochito por favor.

Saca a Mila de debajo y se coloca ella, están cruzadas en la cama de forma que presentan cara y culo a ambos lados. Me dispongo a follar a Mariele.

–Métame la poronga en la chimba señor José, para calentarme.

Ella misma coge mi poronga y la coloca en posición. Empujo un poco y entra como un cuchillo en manteca, me muevo adelante y atrás. Mila se endereza y me besa, lo acepto. Sigo practicando las enseñanzas recibidas. Pensar en otra cosa, no en lo que se está haciendo. La muchacha lanza un aullido y se desploma sobre Marga. Mila se apresura a chupar mi polla que sigue firme. Marga me acaricia los testículos.

–¡Folla ahora a Mila, José! ¡Fóllala!

Mila se incorpora y me mira con ojos suplicantes. Con mis manos rodeo sus hombros y la atraigo hacia mí. Beso sus labios, me saben a miel, me embarga la emoción y la estrecho fuertemente entre mis brazos.

Marga le indica a Mariele que salga y se marchan las dos. Nos dejamos caer sobre la cama, seguimos abrazados, la siento cerca, más cerca que nunca.

Nos fundimos, ella dirige mi miembro hacia su interior, la penetración es lenta, se desliza suavemente hasta las profundidades de su cuerpo. Acaricio sus senos, los hombros, paso mis dedos por sus labios que se abren para dejarlos entrar, los lame. Con mi mano en su nuca la atraigo hacia mí, hacia mi boca y bebo sus carnosos labios, su lengua que juguetea con la mía. Estoy ciego de pasión, no puedo pensar, solo en ella.

Nos movemos, al unísono, despacio, más rápido, más y más hasta estallar en el mayor y mejor orgasmo de mi vida. Su cuerpo se estremece, convulsiona y grita, un grito que sale de lo más hondo de su ser, le falta el aire, se agita y se derrumba, sigue con la respiración agitada.

Dentro de mí se libra una terrible batalla. Quiero a esta puta.

Y por su engaño estoy descubriendo un mundo nuevo, distinto a todo lo conocido por mí anteriormente.

Hacer que una mujer se corra de gusto, alcance el máximo placer en mis brazos, me produce una sensación totalmente desconocida.

Una emoción distinta a las anteriormente experimentadas.

Y seguro que la mayoría de los hombres desconocen este placer. Como yo lo desconocía.

Poco a poco se va normalizando. Con sus dos manos aprisiona mi cara y la atrae hacia ella, me besa, como jamás me había besado.

–¡¡Gracias!! ¡Gracias, José! ¡Te quiero!

–No tienes porque darlas Mila, sabes que te quiero y te seguiré queriendo a pesar de todo. No sé si es una bendición o una condena.

Regresan las chicas. Desde los pies de la cama Marga nos mira con un poco de resentimiento.

–Vaya con la parejita, ¿Lo habéis pasado bien?

–He follado mucho a lo largo de mi vida Marga, tú lo sabes, pero nunca había hecho el amor. Y esto es distinto. Es algo maravilloso. Lo que he sentido hoy no lo había experimentado nunca. Y es distinto a todo lo que he vivido hasta ahora.

La emoción de Mila es evidente, sus ojos están anegados de lágrimas. Endurezco el gesto.

–Sin embargo, yo he querido hacerte el amor durante quince años y ahora lo que hago es follarte. Ya ves como cambian las cosas Mila. Vamos Mariele, Marga, sigamos con el curso de fisting.

–Eres cruel José, no sigas lastimando a Mila. Te ama.

Marga me miraba con tristeza.

–Quizás, pero aun no estoy seguro de su sinceridad.

Mila no puede más.

–¿Necesitas más pruebas? ¡¡Haré lo que me pidas!!.

–Déjalo estar Mila, dame tiempo. Aun está todo muy reciente.

–Ahora lo que quiero es experimentar, aprender y follar. Tengo que recuperar el tiempo que he perdido. Tal vez a ti también te convenga experimentar con esta nueva forma de relacionarte conmigo, para eso necesitas tiempo. Según has dicho nunca habías hecho el amor. ¿Eso es cierto? ¿Puedo creerte? ¿O esto es una comedia, en la que, me consta, eres experta? ¿Cómo puedo saberlo? Con el tiempo. Con el día a día.

–Repito ¡¡A la cama chicas!! Dejémonos de charla que hay mucho que hacer.

Me miran las tres con cara de disgusto.

–Ahora no tenemos muchas ganas, la verdad.

Marga no se callaba. Pero yo debía seguir adelante.

–Sin embargo estoy seguro de que en muchas ocasiones habréis tenido que hacerlo sin ganas, incluso con gente a quienes detestabais. Y lo habéis hecho con profesionalidad. ¿Me equivoco?

Cariacontecidas se suben las tres a la cama y comienzan a acariciarse. Marga y Mila colocan a Mariele en posición, tal y como las vi hace unos días a través de la cámara. Beso a Marga, que acepta sin mucho entusiasmo pero no me importa. Me acerco a Mila e intenta rechazarme pero le sujeto un brazo y la fuerzo a besarme. No es un beso cariñoso, es una pugna, un duelo, una batalla, en la que nos mordemos los labios hasta hacerlos sangrar, hasta que ella, impotente para oponerse, se entrega.

Coge mi mano y la dirige hacia la vagina de Mariele que ha recibido una buena dosis de líquido lubricante con algún dilatador.

Con mi mano en sus manos me coloca los dedos en posición para penetrarla, dos dedos, tres dedos, movimientos dentro, fuera, rotando la mano y dándome instrucciones hasta que, tras varios minutos, con un profundo gemido de la chica, mi mano queda alojada en su interior.

Me sujeta para que no me mueva durante algún tiempo, después me indica que gire a izquierda y derecha lentamente. Me dice que cierre levemente el puño manteniendo las uñas hacia el interior de la palma, para evitar lesiones.

El tacto es suave, cálido, la sensación es de una extrema sensualidad. Adentro y afuera, una y otra vez, rotando. La muchacha gime, mientras Marga, debajo, acaricia con su lengua el clítoris y con sus manos pellizca sus pechos, sus pezones.

El orgasmo me pilla desprevenido, es brutal, espasmódico. Las contracciones del esfínter vaginal aprisionan mi mano en su interior con una fuerza increíble, sus gritos resuenan en la habitación. Mueve la cama con todos nosotros encima.

Miro a Mila atónito, no me lo esperaba. Mila sonríe, como una madre sonríe a un hijo que acaba de aprender una lección. Me indica cómo sacar la mano sin provocar dolor a la chica que queda desmadejada con los brazos en cruz sobre Marga y las piernas estiradas y abiertas en V invertida. La experiencia ha sido grandiosa. ¿Quién me lo iba a decir?. En un mes estoy conociendo más sobre sexo que en treinta y nueve años de vida

Por fin Marga consigue librarse del cuerpo de Mariele que al poco se queda dormida. La dejamos descansar y nos vamos al salón. Mila prepara algo para comer.

La comida se realiza en un ambiente más distendido, incluso se cuentan anécdotas y chistes que nos hacen reír.

Marga ha llamado a unos conocidos que se dedican a trabajos de albañilería, fontanería, electricidad… Cuando llegan los acompaña para que vean el local y nos faciliten un presupuesto.

Mila ayuda a Mariele para terminar rápido con sus quehaceres domésticos. Yo preparo el nuevo dormitorio de Marga en el que era mi despacho.

Voy al local para tomar unas medidas de una de las salas y al entrar oigo quejidos, lamentos. Me acerco a la habitación del fondo y me encuentro a Marga entre los dos conocidos formando un sándwich. Han subido su falda hasta la cintura, mostrando sus nalgas desnudas, han bajado la parte superior del vestido y sus pechos están entre las manos del que la abraza por detrás, mientras el que está delante le besa la boca mientras con las manos amasa los glúteos y acaricia su chocho.

Me retiro discretamente y vuelvo con Mila.

–¿Qué ocurre?, traes mala cara.

–¿Marga no se cansa?. Esta liada con los dos albañiles.

–A ella la has dejado al margen hoy y estaría caliente. Además es su modo de cerrar los tratos. ¿Cómo crees que he ganado el dinero que tenía en el banco?

–Con tus citas. ¿No?

–No José, no. Las citas no dan tanto dinero, hay mucha competencia con las muchachas que vienen engañadas, de los países del este, de África, de Asia, forzadas a prostituirse a cambio de una miseria.

–Las citas, han sido para nosotras, una forma de acceder a información que, adecuadamente utilizada, puede llevar a negocios donde sí se gana mucho dinero. Hace unos años el mercado inmobiliario era una mina. Se cerraban tratos en los que los beneficios eran muy altos y el sexo facilitaba esos tratos. Marga y yo comprábamos sobre plano y nos dedicábamos a buscar clientes a quienes vender con márgenes altísimos.

–¿Entonces la sesión de la otra noche con Marga y los dos energúmenos que acabaron soltando el dinero en nuestra cama? ¿También era un negocio? No me lo creo.

–Pues créetelo. Precisamente un antiguo colaborador nuestro en el tema inmobiliario, llamó a Marga para pedirnos el favor de convencer a esos “energúmenos”, y así firmar un contrato con un ayuntamiento que le permitiría ganar cerca de un millón de euros. De los que recibiríamos un pellizquito. Por eso les permitimos hacer lo que viste.

–Pero tú disfrutabas, yo lo vi.

–Mira José, no deberíamos hablar de esto porque sé que te duele. Aprendí muy joven que cuando me veo forzada a hacer cosas que son desagradables, incluso dolorosas, lo mejor es hacerlo buscando alguna fuente de placer que lo compense. Para eso Marga es insustituible. Nos compenetramos muy bien y ella sabe cuando lo estoy pasando mal. Cuando me duele, trata de paliar el dolor dándome placer. Aquel tipo me destrozaba el culo, creo que lo viste ¿No? Pues Marga me acariciaba el clítoris y los pechos para hacerlo soportable.

También utilizamos la bebida como anestésico. Después de algunas copas se me hace todo más llevadero. Lo que no he aceptado nunca es ir por el sendero de las drogas, cocaína, heroína. He visto a otras putas lo que son capaces de hacer por un chute. Eso jamás.

–Pero con Carlitos si lo pasabas bien ¿O no?

–Por favor José, no sigas atormentándote. Carlitos era un juguete, me daba gusto y me traía las cosas del súper sin pagar.

Si, también es prostitución, he sido y soy una puta.

He follado por dinero y porque me gustaba, te lo he dicho y lo repito.

¿Hasta cuándo vas a seguir dándole vueltas a este asunto?

Te quiero, no sabía cuánto, pero ahora sí, lo sé.

Cuando te he perdido. Cuando quizá ya no tenga remedio.

¿Pero qué puedo hacer? ¿Qué quieres que haga? ¡¡Dímelo por favor!!

No te quedes callado y dímelo.

–No sé qué decir Mila. Déjame que intente entender lo que ha pasado. Es por esto que te pido que me lo cuentes todo, sin dejar nada. Necesito comprender.

–Pues estoy dispuesta a responder a lo que me preguntes. No te ocultaré nada y sé que habrá cosas que te dolerán mucho. Quería evitarte ese sufrimiento.

Marga entra y nos mira a ambos.

–¿Ya estamos otra vez de gresca? ¿Qué pasa ahora?.

–José te ha visto con los albañiles y no entiende porque.

–Pues es muy sencillo. De un presupuesto inicial de doce mil euros vamos ya por ocho mil. ¿Te parece bien?. ¡Ah! y he visto que ya tengo el cuarto arreglado, esta noche me quedo aquí, si os parece bien.

–Por mi bien, Mila ¿qué piensas?

–Por mi también, a ver si entre las dos podemos meterle en la cabeza, a este bruto, que lo que hacemos es por el interés, por el nuestro y por el suyo.

–O sea, que vais a seguir follándoos a quien se os ponga a tiro.

–Bueno, si no te parece bien lo podemos discutir.

Llegan los niños con Ana y dejamos el dialogo en suspenso. El resto de la tarde se desarrolla con normalidad. Con los peques en la cama nos sentamos en la cocina.

–¿Ana como te ha ido hoy?

–Bien papa. Te he prometido que no te voy a fallar y no lo haré.

Se sienta sobre mis rodillas y me besa con cariño en la mejilla.

–Ana deja a tu padre que tenemos que continuar hablando con el de ciertos asuntos.

–Yo me quedo. A mí también me interesan vuestros asuntos.

–Si hija, quédate porque entre las dos me pueden, a ver si contigo a mi favor se equilibra la cosa.

–Pero ¿Cuál es el problema?

–Que tu padre quiere entender porque somos putas. Y yo le digo que no hay nada que entender. Lo somos. Y eso no se puede cambiar. ¿Qué no le gusta? Lo siento, pero esto es así. Cuanto antes lo acepte mejor para él. Y aceptar supone no pillar un berrinche cada vez que nos vea a alguna de nosotras liada con alguien. Tiene que tener la seguridad de que lo hacemos por el interés, que solo follamos, pero es a él a quien queremos.

–Pues yo solo veo una solución. Papa, dices que necesitas saber nuestro pasado para comprender. De acuerdo, pero ten en cuenta que no debe condicionar nuestro futuro. No nos reproches nada. Lo que hemos hecho, hecho esta y no podemos cambiarlo, pero sí podemos comprometernos a vivir sin crearnos problemas absurdos. Podemos cambiar. Tú ya lo estás haciendo. Nosotras también. Yo no volveré a venderme, puedes estar seguro.

Pero nosotras pensamos que el sexo y el afecto son cosas distintas. Si no aceptas esto, no podremos ponernos de acuerdo nunca. Tienes que aprender a separar las dos cosas. Mientras no lo hagas, mientras asocies el sentimiento y el placer sexual no tendremos paz. Te queremos mucho las tres pero debes aceptar que no somos monjas y nos gustan los juegos sexuales. Puedo asegurarte que no volveré a vender mis favores, eso lo tengo muy claro, pero no dejare de tener sexo. Tengo que confesarte que hoy nos hemos hecho unos deditos Claudia y yo en el servicio del insti. Me relaja mucho. Y ahora me da vergüenza decirlo.

Ana se cubre la cara con ambas manos. Su exposición, su sinceridad, me deja perplejo.

Vaya, el razonamiento de Ana me ha dejado sin habla.

–Eres una mujer muy madura Ana. Al parecer el equivocado soy yo. Abrázame cariño.

–Pero aunque cambie mi modo de pensar, cosa que ya he hecho, mi problema sigue siendo la desconfianza. Y esto, ya lo he hablado con Mila solo el tiempo y vuestro comportamiento lo resolverá.

Y ahora vamos a la cama.

–¿Como lo vamos a hacer José?

–¿El que Mila?

–¿Como nos vamos a acostar? O mejor dicho, ¿Con quién, te vas a acostar?.

De nuevo mi cara de extrañeza.

–Pues, no me lo había planteado. ¿Qué pensáis vosotras? ¿Cómo lo hacemos?

Las tres mujeres me miran y riendo dicen casi al unísono.

–¡¡Pues con las tres!!

–¿Los cuatro juntos?

–¿Por qué no?

–¿Por qué no?. Jajaja vamos.

Y fuimos los cuatro juntos a la cama. Resultaría algo pequeña, pero no era la primera vez que se las tenía que ver con tanta gente encima.

Me empujaron, caí de espaldas y sobre mi cayeron las tres, la cama crujió y se partió. Fue una casualidad que no nos diera el cabecero a cualquiera de nosotros. Entre risas desmontamos la cama, fuimos a por los colchones de Ana y Marga, los colocamos en el suelo y nos acostamos, haciéndonos cosquillas y acariciándonos los unos a los otros.

Me dejaron en medio de Mila y Marga y a su lado Ana. Poco después penetraba a Marga, que me daba la espalda mientras Mila detrás acariciaba mis testículos y sentía las caricias de Ana a Marga, sus besos, está, a su vez, la masturbaba con los dedos.

No tardaron en producirse los orgasmos, Ana fue la primera, la experiencia de Marga surtía efecto. Casi inmediatamente aprecié el temblor que agitaba a Marga. También Ana la acariciaba.

Cuando se calmó me gire hacia Mila que esperaba impaciente. Acaricié sus mejillas y bebí la miel de sus labios al tiempo que ella acariciaba con sus manos mi verga que seguía rígida, la colocaba entre los labios de su vulva y movía las suaves caderas hasta quedar enterrada en su carne. Vibraba, se movía con una suave cadencia, entraba y salía de su cuerpo provocando sensaciones jamás experimentadas por mí.

No quería correrme aun, quería que fuera ella quien primero llegara al clímax.

Dio un giro con su cuerpo me puso boca arriba y se coloco sobre mí, me cabalgo como una posesa, mis manos amasando sus tetas, se dejaba caer sobre mi pecho y me sorbía la vida por mi boca, su aliento, sus labios, la lenguas se entrelazaban, las manos acariciaban sin descanso. Jadeaba, se erguía y abría la boca como queriendo atrapar todo el aire.

Y lo logré. Fue como un quejido salido de lo más hondo de sus entrañas, fue creciendo hasta convertirse en un bramido gutural acompañando las contracciones de sus piernas que aprisionaban mis caderas y se derrumbó sobre mi pecho.

En medio de sus estertores me deje ir, sentí el calambrazo que recorría mi cuerpo desde la cabeza a los pies y se centraba en mis genitales, estallando en un orgasmo que nublo mi vista y dejo sin fuerzas mi cuerpo, pero seguía dentro de Mila que se movía de nuevo hasta lograr varios orgasmos, en un corto periodo de tiempo, para quedar deshecha sobre mí con nuestros labios unidos.

No es posible definir lo que sentí en aquellos momentos. Una mezcla de ternura, cariño, gozo, pasión. Estaba eufórico. ¡¡Amor, joder!! ¡¡Esto es AMOR!! ¡¡Os quiero y me encanta que seáis felices follando con quien os dé placer!! Pensé en silencio.

Para mí fue una gratísima experiencia sentir tan cerca los cálidos cuerpos de las mujeres a quien más amaba, a las que deseaba. Si alguien, hace un mes, me hubiera dicho lo que estaba sucediendo, no solo no le hubiera creído, le habría partido la cara. Sin embargo ahora me siento feliz.

Tengo la sensación de haber salido de una profunda caverna y ver la luz por primera vez. Como cuenta Sócrates, desde dentro solo veía sombras, eso era para mí el mundo, sombras. Ahora al salir veo las imágenes claras con una luz diáfana. Pero tanta luz me deslumbra. ¿Lo que veo es real? ¿Yo estaba equivocado?, ¿ciego?. Con estas disquisiciones caí en los brazos de Morfeo. Y en los de Mila y Marga que me abrazan por ambos lados.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Mis morbosas vacaciones (1)” (POR ALFASCORPII)

$
0
0

Mis morbosas vacaciones (1)

Hay veces que las cosas no salen como las planeas, una pequeña chispa puede trastocarlo todo y llegar a cambiar tu mundo.

Hola, mi nombre es Laura, tengo 24 años, acabo de terminar mi carrera de Ingeniería, y ésta es la historia que me gustaría relatarles:

Por fin habían llegado las vacaciones de verano, y con ello acababa de terminar mi último examen en la universidad. Para concluir mis estudios sólo me faltaba presentar el Proyecto Fin de Carrera, que ya lo tenía bastante avanzado, aunque tendría que trabajar en él todo el verano para poder presentarlo en la convocatoria de Septiembre.

Los padres de mi novio, Luis, tenían una preciosa casa en la sierra, en plena naturaleza, que estaría a nuestra disposición durante una semana en la segunda quincena de Julio. Luis invitó a nuestros amigos a pasar esa semana con nosotros, así yo podría continuar trabajando en mi proyecto, sin quedarse él sólo las horas que me enfrascase con el ordenador.

A éstas minivacaciones campestres se apuntaron Susana y Pedro, pareja consolidada desde hacía tres años (poco más o menos como Luis y yo), Manolo (amigo mío desde la infancia) y Juan (con el que no me llevaba muy bien). Todos tenían, más o menos, la misma edad que nosotros, entre los 23 años de Susana y los 26 de Juan.

Cuando llegamos a la casa, tras hora y media de viaje en coche, los padres de Juan nos recibieron cargando las maletas en su todoterreno, puesto que ellos habían pasado la primera quincena allí y, tras resolver unos asuntos de negocios en la ciudad, no volverían a la sierra hasta una semana más tarde.

– Cuidadla bien – dijo el padre dándole las llaves a su hijo -, y no hagáis mucho el gamberro. Que quede todo como está.

– Claro, papá, no te preocupes. Ya somos mayorcitos…

En cuanto los padres se despidieron, salimos todos disparados hacia la casa para verla. Luis nos la enseñó haciendo el reparto de habitaciones, de tal modo que las dos parejas tuvimos nuestra cama grande, y Manolo y Juan compartirían el dormitorio de dos camas.

La casa era amplia, decorada al estilo rural, sencilla pero con todas las comodidades de la vida moderna, y como aliciente, estaba junto a un río que formaba una charca a apenas cincuenta metros de la vivienda. Era como tener una piscina natural para nosotros solos.

Pasamos la tarde organizando la casa, especialmente la cocina, donde tuvimos que encajar en los armarios, haciendo Tetris, todos los víveres que habíamos llevado, sobre todo el ingente número de latas de cerveza. También planeamos las actividades que haríamos en los días siguientes, desde rutas de montaña, hasta piragüismo en el embalse cercano.

Por la noche, después de una copiosa cena bien regada con litros de cerveza, las botellas de bebidas más fuertes fueron abriéndose, corriendo el alcohol por nuestras gargantas mientras reíamos y disfrutábamos consumiendo parte de nuestra juventud con una buena borrachera.

Al día siguiente desperté con un buen dolor de cabeza que sólo el ibuprofeno pudo mitigar. Había sido la primera en irme a la cama, y también la primera en levantarme, así que dejé a Luis roncando como un oso, para desayunar algo e intentar trabajar en mi proyecto, aunque sólo fuese una hora.

La mañana fue poco provechosa, me costaba centrarme frente al ordenador, y poco a poco fueron amaneciendo el resto de resacosos para hacerme imposible escribir nada en condiciones.

Después de la comida, que en realidad fue un desayuno tardío (el segundo para mí), estaban todos aún tan hechos polvo, que prefirieron sestear para recuperarse y así pasar las horas centrales y más calurosas del día. Incluso Susana, a la que yo nunca había visto borracha, tenía cara de haberse bebido la noche anterior hasta el agua de los floreros.

– Aprovechando que me dejaréis tranquila un rato- le dije a Luis cuando ya estábamos a solas en nuestro dormitorio-, intentaré trabajar un poco.

– Está bien, cariño – me contestó dándome un beso -, pero tampoco te esfuerces demasiado, estamos de vacaciones y mañana tendrás todo el día para trabajar.

– Claro, en cuanto me canse, y si aún no te has levantado, iré a darme un baño a la charca – concluí cogiendo las cosas de baño para llevármelas al salón.

Tras una hora escribiendo delante de la pantalla, ya estaba cansada por el pegajoso calor de finales de Julio, así que, viendo que ni Luis ni ninguno de los otros se levantaban aún, cerré el ordenador, me puse el bikini-tanga, y salí a darme un buen baño en la charca. El agua estaba genial, fresca pero no demasiado fría, así que disfruté de la agradable sensación de nadar teniendo el río para mí sola.

A los diez minutos, oí un chapoteo tras de mí, y al girarme vi a Juan surgiendo del fondo del río hasta ponerse en pie, quedándole el nivel del agua por la mitad de su liso abdomen.

– Está buenísima – dijo echándose el pelo mojado hacia atrás.

Aquel gesto me provocó una pequeña descarga que recorrió todo mi cuerpo.

A pesar de no congeniar con él, siempre me había sentido físicamente atraída por Juan: era un chico guapo, atlético, bastante más alto que mi novio, y un par de años mayor que yo. Desde el día que me lo presentó Luis, a pesar de que muchas veces había tenido ganas de estrangularle, nunca había dejado de fijarme en él, de tal modo que, bastante a menudo, tenía ardientes fantasías con él. Para mí, Juan tenía el erotismo del malo de la película.

La pequeña descarga que sentí se evidenció físicamente con un erizamiento de mis pezones, lo que me hizo quedarme sumergida de cuello hacia abajo.

– Sí, está genial – le contesté -. ¿Y los demás? – pregunté nadando hacia él.

– Están todos más dormidos que una marmota. Anoche se les fue un poco la mano… menos mal que yo me fui a la cama a tiempo, un poco después de irte tú.

– Ya… Luis no vino a la cama hasta las 7, dando tumbos.

– Como Manolo, que llegó a la habitación tan perjudicado que se tropezó y cayó sobre mi cama despertándome.

– ¡Vaya novios tenemos! – exclamé riéndome mientras me ponía en pie junto a Juan.

Éste rió con ganas, pero advertí que no me miraba a la cara. Sus ojos estaban fijos en mis pechos, y brillaban observando cómo mis pezones le apuntaban a través de la fina tela del bikini. La breve charla me había echo olvidar por un instante mi estado. El agua me quedaba justo por debajo de los pechos, y los pezones se me marcaban muy notoriamente.

Sentí vergüenza, pero también se acrecentó mi excitación al comprobar que a Juan parecía gustarle lo que veía.

No es que yo sea una top-model, pero creo que no estoy nada mal: mi pelo es castaño y mis ojos marrones, algo muy común, aunque con el conjunto de los rasgos de mi cara creo que podría considerárseme atractiva. Soy de estatura media y complexión más bien delgada, culo redondito, pequeño y prieto, cintura estrecha y pechos redondeados, generosos para mi complexión, aunque tampoco muy grandes. En definitiva, no soy un bellezón imponente, pero tengo cada cosa en su sitio y sé que, por lo general, les gusto a los hombres. Como, por ejemplo, a Manolo, mi amigo de la infancia y quien me presentó a mi novio.

Sé a ciencia cierta que Manolo me desea, aunque yo siempre le he visto únicamente como a un amigo. Pero tengo que confesar que me encanta tontear con él, mostrándole mi amistad a través de efusivos abrazos, inocentes besos, e “inconscientes” caricias. No es más que un juego, y lo hago sin malicia, simplemente me gusta sentirme deseada.

Ésta actitud con nuestro amigo, mi novio se la toma como una natural muestra de afecto, porque a los ojos de cualquiera no es más que eso, aunque en más de un abrazo he notado el duro paquete de Manolo dispuesto para follarme.

Y esto me lleva a donde lo había dejado: Juan nunca había mostrado ningún especial interés por mí, más bien lo contrario, muchas veces parecía que mi sola presencia le irritaba, y eso a mí también me ponía enferma. Pero aquel día, en que parecía estar con el hacha de guerra enterrada, cuando le tuve delante de mí, mojado y sonriente con sus ojos dándose un festín con mis tetas y pezones, me encantó.

– Mi cara está más arriba – le dije sacándole de su ensoñación.

– Yo… eh… – contestó apurado y más rojo que un tomate.

¡Uf!, me encantaba esa situación, me excitaba tener en ese estado a aquel con el que tanto había discutido, pero no en vano, había protagonizado muchas de mis fantasías. Me sentí traviesa, y quise deleitarme prolongando ese momento.

– ¡Creo que necesitas enfriarte la cabeza! – le dije abalanzándome sobre él para hacerle zambullirse.

El efecto que se produjo fue exactamente el que buscaba: Juan me recibió con los brazos abiertos, y mi empuje le hizo perder el equilibrio cuando todo mi cuerpo se pegó al suyo. Durante un par de segundos, bajo el agua, mis pechos se aplastaron contra su torso clavándole los pitones que él me había provocado. Mis caderas chocaron contra las suyas y, a través de la tela de su bañador y de mi bikini, pude sentir su sexo bajo el mío. ¡Qué gozada!, tenía la polla erecta y dura por mí. En aquel instante, aunque no hubiésemos estado dentro del agua, mi tanguita habría acabado empapado igualmente.

Volvimos a ponernos en pie, separándonos unos centímetros y mirándonos fijamente.

– Espero que no quieras devolverme la aguadilla – le dije con picardía mientras me giraba para alejarme de él.

El anzuelo estaba echado, y Juan lo mordió con ganas. Como si se le acabase de ocurrir a él mismo, dio un paso hacia mí poniéndome una mano sobre el hombro, y justo antes de que su pie consiguiera ponerme la zancadilla para zambullirme, yo di un paso hacia atrás.

– ¡Oh! – exclamamos los dos.

Mi culito contactó con su dura verga, que a pesar del bañador se alojó entre mis nalgas. Él se quedó paralizado, y yo no me moví. Estaba hiperexcitada, sintiendo cómo aquél que hasta ese día había sido inmune a mis encantos, estaba tan excitado como yo.

No podía pensar con claridad, el morbo de la situación obnubiló mi juicio. Quería sentir esa polla bien dura, la deseaba, anhelaba que Juan me follase como había hecho tantas veces en mi imaginación… aunque por otro lado no quería serle infiel a mi novio, su amigo… Pero mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro, la “inocente” travesura se me había ido de las manos. Mis caderas continuaron el juego por su cuenta, haciendo que mi culito se moviese arriba y abajo, apretando y masajeando ese mástil con las dos nalgas.

– Uffff, Laura – me susurró al oído.

Todos mis sentidos estaban centrados en mis sensibles glúteos, que recorrían la longitud de esa estaca provocándome agradables cosquilleos que se extendían hasta mi coñito. Pero necesitaba sentirla aún más, y me dejé llevar por la lujuria. Mis manos fueron hacia atrás y tiraron de su bañador hasta bajárselo lo suficiente para liberar su polla.

– Mmmm – gemí al sentir el contacto de la suave piel de su glande sobre mis redondeces.

– Esto no está bien – me dijo Juan en tono de reproche, aunque sin dejar de acompañar los movimientos de mis caderas con las suyas.

– Mmmm, lo sé – contesté -, pero me está gustando tanto…

Su glande se restregaba en la raja, contra la tira del tanga, pero yo seguía necesitando sentirlo aún más, así que de nuevo, sin pensarlo, me sorprendí a mí misma tirando de los laterales del tanguita hacia abajo para dejármelo a medio muslo.

– Jooodeeeeer, Laura – dijo Juan moviendo nuevamente la verga entre mis nalgas para seguir friccionando -, qué culito tan apretado tienessss…

Sus manos me tomaron por las caderas y sentí cómo ese poderoso músculo se iba abriendo paso entre mis cachetes, haciéndome suspirar. Los pezones me dolían de excitación, mi coñito ardía, me palpitaba el clítoris, y mi agujerito trasero se relajaba con cada caricia. Todo mi cuerpo se estaba entregando a aquel macho para que, bajo el agua, pudiese entrar por donde nadie lo había hecho.

Recientemente se había despertado en mí la curiosidad por el sexo anal, y en dos ocasiones lo había intentado con mi novio, pero los nervios y el miedo al dolor me habían impedido relajarme en ambas ocasiones, manteniendo mi ojal virgen. Esos dos intentos fallidos no habían conseguido hacer desaparecer mi curiosidad, sino todo lo contrario, la curiosidad se había convertido en deseo… realmente ansiaba que me diesen por el culo….

Y allí estaba, con la pollaza del amigo de mi novio abriéndose camino por mi culito, totalmente entregada a él, sintiendo cómo su glande comenzaba a explorar la delicada piel de mi esfínter mientras éste comenzaba a dilatarse y hacerse receptivo con cada empujón.

Juan ya se había dejado llevar por sus impulsos de hombre, haciendo cada vez más fuerza, llamando con la punta de su verga a mi entreabierta puerta trasera, resoplándome al oído…

Estaba a punto de poder entrar, en cada acometida la lanceada cabeza ya podía penetrar un par de milímetros dentro del ojal, haciéndome sentir un delicioso calorcito.

La suerte estaba echada, por fin mi culo iba a ser desvirgado y los dos traicionaríamos a mi novio, a su amigo, pero…

– Grrrrr – gruñó mi macho entre dientes.

De repente sentí un calor abrasador en mi ano, por fuera, en tres o cuatro oleadas que me provocaron un pequeño amago de orgasmo. Giré la cabeza y vi a Juan con los ojos cerrados y los dientes apretados… estaba terminando de correrse sin haber logrado metérmela.

– Ufffff – suspiramos al unísono.

Algún poder superior y la pura excitación, habían sido mucho más cuerdos que nosotros dos, logrando que mi “amante” se corriese antes de sellar nuestra infidelidad con una penetración. En realidad, sólo habíamos tenido unos pocos roces íntimos, poco más que una fantasía.

Nos separamos y recolocamos nuestra ropa de baño viendo cómo el blanquecino líquido se diluía en el agua y era arrastrado por la corriente. La tensión entre ambos se podía cortar con un cuchillo, hasta que se esfumó repentinamente cuando un “¡Chicos!”, nos hizo mirar hacia la orilla. Susana y Pedro nos saludaban acercándose al río en bañador para darse un chapuzón.

Cinco minutos después, ya estábamos todos metidos en la charca, los seis, jugando a tirarnos la pelota unos a otros. Apenas crucé ninguna palabra con Juan.

Por la noche, después de cenar, nos fuimos pronto a la cama para poder madrugar al día siguiente. Luis, Pedro, Susana y Juan iban a hacer una marcha hasta una laguna de la sierra para acampar allí y hacer noche. Manolo iba a acercarse al pueblo, donde tenía una amiga veterinaria con la que iba a pasar el día, y como él mismo había dicho: “Echar unos polvos por la noche”. En cuanto a mí, aprovecharía el día de tranquilidad y soledad para trabajar seriamente en el proyecto y, así, estar más libre al día siguiente para disfrutar con todos.

En la cama, no podía dejar de darle vueltas a lo ocurrido con Juan en el río, me sentía culpable, pero también excitada, así que calenté a Luis hasta que conseguí que me hiciera el amor pausada y silenciosamente, evitando que los demás pudieran escucharnos. Así, medio satisfecha, pude quedarme dormida pensando: “Sólo ha sido otra fantasía, nunca llegará a más”.

¡Qué equivocada estaba!.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

alfascorpii1978@outlook.es

 

Relato erótico: “Mis morbosas vacaciones (2)” (POR ALFASCORPII)

$
0
0

Mis morbosas vacaciones (2)

Al día siguiente Luis me despertó a las 8 de la mañana, ya se iban a marchar de excursión, pero yo, muy adormilada aún, le deseé que lo pasaran bien pidiéndole que me dejase dormir cinco minutos más.

Cuando volví a despertar, no habían pasado cinco minutos, sino dos horas. Todos se habían marchado, incluso Manolo, así que tras desayunar y asearme me puse en la mesa del salón a trabajar.

Apenas llevaba media hora frente al ordenador, cuando de repente apareció Juan, que dejó su mochila y una tienda de campaña en el suelo, saludándome:

– Hola, Laura.

– Pero… ¿qué haces tú aquí? – le pregunté sin salir de mi asombro.

– Bueno… verás… – contestó dubitativo -. Les he dicho a los demás que me he torcido el tobillo y que no aguantaría la marcha… así que me he dado la vuelta…

– ¿Es grave? – pregunté preocupada -, ¿por qué no se han vuelto contigo?.

– Porque les he dicho que no era nada y que no quería fastidiarles la excursión, aunque no podría hacer una caminata de cinco horas…

– Ya… ¿y es verdad? – le pregunté con algunas sospechas.

– Pues claro que no… no me he torcido el tobillo… necesitaba hablar contigo, Laura… de lo que pasó ayer…

– Lo de ayer… – dije pensativa rememorando cada sensación – …no fue más que un calentón… – añadí tratando de convencerme a mí misma más que a él.

– Es lo que yo creo – contestó Juan sentándose al otro lado de la mesa -, pero he estado toda la noche dándole vueltas y llegué a la conclusión de que debíamos hablarlo. Quería saber qué pensabas tú.

– Claro, claro… Sólo fue un juego que se nos fue de las manos… Yo estoy con Luis…

– Tu novio y mi mejor amigo… así que entre nosotros no hay nada.

– Eso es – le dije tratando de alejar locas fantasías de mi mente -, ¡si ni siquiera nos llevamos bien!.

– Eso es lo único en lo que siempre hemos estado de acuerdo – afirmó con una tensa sonrisa.

La situación era embarazosa, y parecía que los dos intentábamos zanjar el asunto cuanto antes para seguir con nuestras vidas como si nada hubiese ocurrido.

– Pues muy bien – concluyó ante mi silencio -, tema solucionado.

Y, poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la mochila y la tienda de campaña, añadió:

– Guardo los bártulos, me voy al río y te dejo trabajar.

– Espera, que te ayudo con la tienda – le dije poniéndome en pie yo también y acercándome a él, aunque no pude evitar el admirar su bonito culo al agacharse para coger las cosas.

– No ha-ce fal… – la frase se le cortó a medias al incorporarse y observarme de pies a cabeza ante él.

En su pantalón se hizo visible un aumento de riego sanguíneo en la zona pélvica.

Me miré a mí misma y comprobé por qué empezaba a abultarse su entrepierna. Cuando él había llegado, yo estaba tras la mesa y la pantalla del ordenador, de tal modo que Juan sólo había podido ver mi cara. Como a esas horas ya hacía calor, y estaba sola, no me había molestado en vestirme más que con un corto top de tirantes, bajo el que no me había puesto sujetador, y una pequeña braguita que apenas ocultaba lo pudorosamente correcto.

– ¡Pero qué buena estás! – exclamó dejando caer nuevamente la mochila.

Mis ojos no podían apartarse de su incipiente erección, contemplando cómo aquel paquete aumentaba y aumentaba, haciéndome sentir un cosquilleo en mi zona más íntima. Ante aquella visión y su comentario, no pude reprimir el impulso, y cuando me quise dar cuenta, mi mano ya estaba palpando el enorme abultamiento de su pantalón de deporte.

Él me agarró de la cintura y me atrajo hacia sí, pegando mi cuerpo al suyo para que, como el día anterior, sintiese su dureza en toda su extensión.

Mis pezones se pusieron como escarpias, y sentí cómo mi braguita comenzaba a humedecerse. Sentía los labios secos, y mirándole a los ojos me pasé la lengua para humedecerlos. Volvía a desearle, con todas mis fuerzas, y no era capaz más que de responder a los impulsos de mi cuerpo.

– Tienes un polvazo, Laurita.

– ¿Ah, sí? – pregunté denotando mi excitación en la voz -. Creía que habías venido a dejar claro que sólo somos amigos por una persona en común.

– No – contestó apretándome aún más contra su inhiesto músculo-. Mira cómo me pones… he venido para follarte…

– Menos amenazar y más actuar – le respondí sin poder creer cómo aquellas palabras estaban saliendo de mí.

Sus labios chocaron contra los míos y su lengua invadió mi boca. Nos fusionamos en un beso voraz, ansioso, desesperado… una despiadada lucha a muerte de dos húmedas lenguas que se buscaban mutuamente.

Las grandes manos de Juan recorrían mi cuerpo, delineando mi espalda y cintura, apretándome el culo, amasándome los pechos, poniéndome la piel de gallina, haciéndome contonear con cada una de sus caricias.

Mis manos también exploraban su cuerpo, colándose bajo su camiseta para sentir el tacto de sus pectorales y abdomen, apretando su duro culo, y recorriendo su aún más duro miembro. El día anterior me había parecido grande al sentirlo entre mis nalgas, poderoso al correrse contra mi ano, pero ahora, al tacto, me parecía imponente. Tantas veces había fantaseado con esa polla… imaginando que su tamaño sería acorde a la estatura del dueño… Quería comprobarlo, necesitaba comprobarlo… Bajé el pantalón sin esfuerzo, y él me ayudó deshaciéndose de todas sus prendas, quedándose únicamente con el slip para que fuese yo quien se lo quitase en última instancia.

Me sacó el top, y se quedó admirando mis pechos de erizados pezones para, un instante después, agarrarlos con sus manos, apretarlos y pellizcar las rosadas cúspides mientras su lengua hacía diabluras con la mía. Me estaba volviendo loca, estaba desatada y necesitaba más de él.

Bajé su ropa interior y “¡Oh!”, ahí estaba ese orgulloso falo, con sus dos compañeros colgando, todo para mí. No era tan grande como había fantaseado en múltiples ocasiones, pero era de buen tamaño, mayor que el de mi novio.

Luis volvió a mi cabeza en ese instante, una sombra de duda que nubló mi mente por unos momentos, dejándome paralizada, observando esa dura verga de cabeza rosada y tronco venoso… ¿Qué estaba pasando?, mis travesuras estaban yendo demasiado lejos, estaba jugando con fuego, y me iba a quemar… quería quemarme… pero no debía.

Juan no dudó un instante, tomándome por el talle, me alzó en volandas haciéndome notar su dureza en mis húmedas braguitas para, acto seguido, dejarme caer sobre el sofá como si fuese una muñeca. Su calculada rudeza me excitó sobremanera, un calor abrasador partió desde lo más profundo de mí, recorriendo todo mi cuerpo y haciéndome temblar con un suspiro. Luis desapareció de mis pensamientos, la infidelidad dejó ser un problema para convertirse en una imperiosa necesidad y en un excitante aliciente.

Mi amante se puso sobre mí. Besó mis labios anhelantes, surcó mi sensible cuello con su boca, devoró mis estimulados pechos, recorrió el valle de mi vientre y aspiró el aroma de mi deseo con su nariz pegada a mi más íntima prenda.

– Me estás matando – le dije casi sin aliento.

No respondió, abrió la boca, y con sus dientes atrapó mis braguitas para tirar de ellas hacia abajo. El roce de sus dientes arrastrando la tela sobre mi vulva me provocó un escalofrío que hizo que mi espalda y mi culito se despegasen del sofá facilitando su tarea de dejarme sin ropa interior. Sus manos se desplazaron por mis nalgas y ayudaron a sus incisivos para dejarme totalmente expuesta ante él, completamente desnuda, con las piernas abiertas mostrándole mis rasurados, húmedos e hinchados labios vaginales; con mis pechos subiendo y bajando con el alocado ritmo de mi respiración; con mi boca entreabierta en una muda súplica, y con mis ojos centelleando con la luz del deseo y la lujuria.

– Laura – me dijo con su voz teñida de pasión -, ahora sí que te voy a matar…

Sólo pude suspirar.

Como una nube que ocultase el sol, todo su cuerpo se colocó sobre mí y, de pronto, con un golpe seco de sus caderas, sentí cómo su grueso pene se abría paso por mi interior para alojarse en mi vagina, hasta que su pubis golpeó con el mío consiguiendo que mi clítoris vibrase con el empellón.

– ¡Aaaaaahhh! – gemí gritando.

Esa enérgica embestida, esa audaz y profunda penetración, me provocó tal placer que todo cuanto me rodeaba dejó de existir para centrarme únicamente en las sensaciones que mi coñito, lleno de polla, enviaba por todo mi cuerpo para mi deleite.

Agarré a Juan por la cabeza, y atraje su boca a la mía para besarle, demostrándole pasionalmente cuánto me había gustado su maniobra.

Sentí su ariete deslizándose entre las paredes de mi gruta para retirarse ligeramente y volver a acometer sin piedad.

– ¡Qué gustazo! – me oí exclamar.

Por unos minutos, esas fueron mis últimas palabras. Juan empezó a follarme como nunca antes me habían follado, imprimiendo tal violencia a las embestidas de sus caderas que, cada vez que rítmicamente su verga me abría por dentro, su glande se incrustaba en lo más profundo de mi ser y su pelvis chocaba contra mi clítoris, sólo jadeos, gemidos y gritos incoherentes podían salir de mi garganta.

Yo nunca había sido tan escandalosa, pero era tanta la carga sexual y el goce que experimentaba, que incluso había perdido el control de mis cuerdas vocales.

Aquella polla era magnífica, grande, gruesa, larga, y me perforaba con tantas ansias que mi coño chorreaba. Mis manos recorrieron sus anchas espaldas y acabaron agarrando con fuerza su culo de pétreos glúteos contraídos, haciéndome sentirle aún más intensamente.

Mi espalda y mi culito se restregaban contra el sofá en cada empujón, mis pechos se mecían arriba y abajo como si corriese los 50 metros lisos sin sujetador, mi botoncito del placer estaba duro y vibraba con cada choque, pero mi coñito… Esa profunda entrada era un festival de sensaciones: calor, humedad chapoteante, hormigueos, cosquilleos, descargas eléctricas, contracciones…

Juan me estaba echando un polvo pasional, potente, enérgico y enormemente satisfactorio, pero por esas mismas causas, también fue corto. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, y sentí que escapaba de mi cuerpo, me faltaba el aire, y el calor subió desde mi sexo hasta mis mejillas haciéndome sentir febril. Él comenzó a jadear entre gruñidos, imprimiendo más fuerza a cada follada, hasta que con un último gruñido sentí cómo me inundaba por dentro con una explosión de candente y espeso elixir de hombre.

– ¡Oooooooooooooohhhhhhhh! – grité.

La sensación de su corrida escaldando mi ya candente vagina fue lo que me hizo ver las estrellas. Perdí todo contacto con la realidad mientras todo mi cuerpo se convulsionaba en el más intenso orgasmo que jamás había tenido, hasta que volví a tomar conciencia del mundo cuando nuestros cuerpos extasiados se desplomaron sobre el improvisado lecho, quedando inmovilizada por el peso de ese magnífico semental.

Nos quedamos inertes, sólo escuchando nuestras respiraciones, recuperándonos de la intensa experiencia, hasta que tuve la necesidad de mi pequeño vicio secreto.

– Necesito un cigarrito – le dije.

Juan se incorporó sacándome su ya flácida virilidad embadurnada con nuestros mutuos fluidos.

– ¿Pero tú fumas? – me preguntó sorprendido -. Nunca te he visto.

– Claro que nunca me has visto – le contesté sonriéndole -, porque sólo fumo después de echar un polvo… me relaja. ¿Podrías traerme el tabaco de la mesilla de noche de mi dormitorio?.

Juan asintió y me dejó sola unos instantes, regalándome la vista con su trasero mientras se alejaba. Mi mente estaba en blanco, disfrutando de los ecos de lo que acababa de ocurrir.

Tras pasar por el cuarto de baño y limpiarse, mi amante volvió con mi paquete de tabaco, sentándose a mi lado para observar cómo me encendía un cigarrillo y exhalaba el humo en un suspiro que escapó a través de mis labios.

– Pero qué sexy eres… – dijo mirándome con renovada pasión.

Tuve un Déjà vu, aquellas mismas palabras ya las había oído en otra ocasión similar, en boca de Luis. Era la misma expresión que había empleado mi novio cuando nos acostamos juntos por primera vez y contempló fascinado mi pequeño vicio.

Pero en ese momento, quien estaba a mi lado no era mi novio, sino su amigo. Hasta ese preciso instante no fui consciente de la implicación que tenía lo que acababa de hacer: ¡Acababa de ponerle los cuernos a Luis!… ¡y para colmo había sido con su mejor amigo!.

– ¿Pero qué hemos hecho? – le pregunté a Juan consternada.

– Echar un polvo apoteósico – contestó seguro.

– Pero… ¿y Luis?.

– Ya… – pareció dudar – Esto no ha sido premeditado, simplemente ha pasado lo que tenía que pasar…

– Lo que tenía que pasar… – repetí pensativa mientras me llevaba el cigarrillo a los labios.

– No te tortures – me dijo acariciándome la pierna -. Desde que te conozco, siempre he sentido una irracional atracción por ti, y hasta ayer había conseguido interiorizarlo para que no se notara… pero hay cosas que no pueden ser contenidas eternamente…

Me sentí algo aliviada, porque era exactamente lo mismo que me había ocurrido a mí, pero seguía confusa. Realmente quería a mi novio, aunque lo que acababa de ocurrir denotaba que no me sentía satisfecha con él.

– No quiero dejar a Luis – dije pensando en voz alta.

– Y yo no quiero que lo hagas por mí – me contestó Juan creyendo que le hablaba a él -, como tampoco quiero perderle a él como amigo. Además, Laura, tú y yo no tendríamos ningún futuro juntos.

¿Pero cómo podía ser tan engreído de creer que dejaría a mi novio para mantener una relación con él…?. A pesar de que no era eso lo que me estaba planteando, a sus palabras no le faltaban veracidad: Juan y yo éramos totalmente incompatibles en casi todos los aspectos, como acababa de corroborar con su presuntuoso comentario. Nunca nos habíamos llevado especialmente bien, cuando él decía blanco, yo decía negro, simplemente estábamos en ondas diferentes. Y fruto de esa discordancia, habíamos tenido más de una discusión en la que Luis había tenido que mediar entre su novia y su amigo.

– Eso es verdad – respondí obviando lo desacertado de su presunción -. Esto que ha pasado debería quedar aquí. Sólo ha sido un calentón porque nos atraemos físicamente, nada más…

– Aunque yo no me arrepiento – añadió pasando la mano de mi pierna a la cintura -. ¡Ha sido un polvazo!.

Sentí un cosquilleo que se propagó desde el punto de contacto de sus dedos con mi piel, hasta mi sexo, a lo que mis pezones respondieron volviendo a ponerse duros.

– Uffff – resoplé con un escalofrío -, y tanto que lo ha sido… creo que yo tampoco me arrepiento.

Le di una nueva calada a mi cigarrillo y exhalé el humo pausadamente, observando de reojo cómo Juan me contemplaba con su pedazo de carne recuperando la vida, parecía que le excitaba verme fumar. Además, no hay que olvidar que estaba desnuda a su lado, con los pezones erizados como colofón de mis turgentes senos. Aquella situación me excitaba a mí también.

Su mano seguía delineando mi silueta, y sus largos dedos comenzaron a recorrer el contorno de mi pecho izquierdo. Esa suave caricia consiguió que mi coñito comenzase a humedecerse. El roce de sus dedos en mis zonas erógenas, la visión de aquel macho desnudo para mí, con su polla aumentando de tamaño, siendo yo la causa de dicho crecimiento, estaban excitándome más allá de lo que querría admitir. En aquel momento me sentí muy sexy, cargada de erotismo, un irresistible objeto de deseo… Aquello me encantaba, y mi naturaleza siempre había sido provocadora, así que no pude evitar comenzar nuevamente el juego.

Le di una nueva calada al cigarrillo y me giré hacia Juan para echarle el aromático humo, soplándoselo a través de mis rosados labios de la forma más sensual de la que fui capaz, acentuando la provocación con mi caída de pestañas más seductora.

– Eres una calientabraguetas – me dijo con su verga alzándose para mí.

– Y tú un cabrón follanovias – le contesté dándole el último beso a la boquilla del cigarro para volver a echarle mi aliento lentamente.

– Me pone malísimo eso que haces… Me vuelven loco esos labios de puta que pones…

– ¿Ah, sí? – pregunté mordiéndome el labio inferior y recreándome -. A mí me pone malísima esa pollaza con la que te follas a las novias de tus amigos – añadí pasándome la lengua por los labios.

– Después de discutir contigo, no sabes cuántas veces he imaginado que callaba tu boca de replicona llenándotela con esta polla. Tienes labios de buena come-rabos…

– Ni te lo imaginas – repliqué relamiéndome de nuevo -. Y tú no sabes cuántas veces he imaginado que me comía tu polla para hacerte callar y no tener que seguir escuchando cómo me contestabas…

Su verga ya estaba totalmente erecta, mirándome con su ojo ciego. Realmente era más grande que aquella que llevaba degustando exclusivamente desde hacía tres años. Se veía tan apetitosa que yo, plena de lujuriosa gula, ansiaba probarla y hacerla estremecer en mi boca.

Con una nueva muestra de la medida rudeza con que me había tirado en el sofá, Juan agarró mi cabeza y la forzó hasta que su dulce plátano contactó con mis labios. No tuvo que seguir empujando, porque fui yo la que succionó con todas sus fuerzas para llenarme de falo hasta la garganta.

– Ooooohhhhh – gimió.

Me acomodé en el sofá poniéndome a cuatro patas, apoyando mis pechos sobre su muslo izquierdo y con mi cabeza sobre aquel mástil. Tenía la boca llena de dura carne, y aún había más que no podía engullir, así que comencé un lento sube y baja succionante, mientras con la mano masajeaba lo que no era capaz de tragar. Me gustaba el tacto de su verga en mi lengua, y su olor y sabor a hombre que, junto con sus ocasionales gemidos, estaban haciéndome el coño agua.

Noté cómo su mano dejaba mi cabeza y se deslizaba por mi columna vertebral, consiguiendo que toda mi espalda se arquease con una sacudida. Llegó hasta mi culito en alto, y comenzó a acariciármelo describiendo su redondez. Sus dedos empezaron a explorar la separación de mis nalgas, y tantearon la suave piel de mi ojal.

– Mmmmm – gemí sin dejar de chuparle la polla.

Sus dedos continuaron investigando, y llegaron hasta mi empapada vulva para recorrer sus labios, provocándome un maravilloso cosquilleo, pero no se detuvo ahí. Continuó con su búsqueda, abriéndome la almeja, e introduciéndome dos dedos para follarme con ellos. Aquellas íntimas caricias eran tan deliciosas, que no era capaz de concentrarme en darle placer con mi boca.

Cuando sacó los dedos de mi conejito, por un momento pensé que ya no le estaba gustando cómo se la mamaba, pero inmediatamente este pensamiento desapareció de mi cabeza, cuando sus falanges, bien embadurnadas con mis cálidos fluidos, volvieron a mi culo y empezaron a estimular su angosta entrada mojándola con mis juguitos. En ese momento sí que me detuve, me saqué la verga de la boca y tuve que suspirar.

Frotaba mi entrada trasera con las yemas, untándola con mi propia lubricación. Al igual que ocurriese el día anterior con el roce de su estaca, mi pequeño orificio fue respondiendo a su saber hacer, relajándose, abriéndose poco a poco como una flor, hasta que su dedo corazón se metió por el agujerito.

– Uuummm – gemí al sentir el cálido cosquilleo de mi ano perforado.

Ese dedo trazó movimientos circulares, dilatando mi esfínter y haciéndome sentir una extraña sensación mezcla de placer e incomodidad.

– No dejes de chuparme la polla – me dijo poniendo su otra mano sobre mi cabeza -. Lo haces muy bien…

Envolví nuevamente su glande con mis labios, y volví a succionar como si fuera un polo de hielo. Su dedo salió de atrás y volvió a registrar mi almeja para embadurnarse con más lubricante, mientas en mi ojal se instalaba su pulgar manteniéndolo abierto. Aquella sensación de leve doble penetración me hizo arquear más la espalda de puro gusto.

Su dedo corazón volvió a ocupar el puesto del pulgar, penetrando mi ano una y otra vez, ensanchándolo y lubricándolo hasta que:

– ¡Uuuummmm! – volví a gemir cuando otro de sus dedos logró entrar también.

Los dos dedos siguieron con su trabajo, entrando y saliendo, aumentando el diámetro de la entrada, y me estaba gustando tanto, que inconscientemente aumenté el ritmo y fuerza de mis succiones.

– Uffffff – suspiró Juan tomándome de la barbilla para sacarme la piruleta de la boca -. Si sigues chupándomela así vas a conseguir que me corra… Y creo que ya estás preparada para seguir con lo que no pudimos hacer ayer.

– ¿Quieres darme por culo, cabronazo? – le pregunté.

– Ayer estuve a punto – contestó -, pero eres tan zorra y calientabraguetas que conseguiste que me corriese antes de tiempo. ¡Ahora voy follarte ese culo inquieto que tienes!.

Aquello me hizo sonreír, tanto por su forma de decirlo, como por el recuerdo de lo sucedido el día anterior.

La expectativa de conseguir, por fin, lo que llevaba tiempo deseando, me excitó más aún. Sabía que estaba preparada, de hecho ya lo había estado el día anterior, pero ahora sí que había llegado el momento de la verdad, mi anhelo se iba a hacer realidad: ¡mi culito iba a ser desvirgado!, y nada menos que por el tío con el que tantas veces había fantaseado.

– Eres un engreído – le espeté -, y no hay nada que me dé más por el culo que un engreído – añadí invitándole a cumplir su amenaza.

Sacándome los dedos se levantó y, mostrándome su falo con la punta enrojecida y brillante por mi saliva, rodeó el sofá para colocarse de rodillas tras de mí.

Apoyé la cabeza en los antebrazos y, respirando con fuerza por la expectación, alcé mi culo cuanto pude, dejándolo totalmente expuesto a él.

Sentí su mano sujetando mi cadera izquierda, y su glande deslizándose entre mis cachetes hasta que alcanzó el agujero. Con un empujón, sentí cómo la cabeza de aquel ariete me penetraba el ano dilatándolo al máximo.

– ¡Aaaggggg! – grité.

Me había dolido, aunque no tanto como había temido en anteriores intentos con mi novio. Era un dolor soportable pero, al fin y al cabo, seguía siendo dolor.

Juan se quedó inmóvil, permitiendo que me acostumbrase al grosor de su potente músculo. Y me acostumbré, desapareciendo el dolor para convertirse en una sensación de intenso calor con la que suspiré.

Su mano derecha dejó de apuntar, y me sujetó con firmeza de la cadera del mismo modo que hacía con la izquierda.

– ¡Pero qué culito más apretado tienes! – me dijo -. Me encanta, Laura, siempre he querido darte por culo.

– Estaba sin estrenar – le contesté respirando profundamente -. Venga, desvírgamelo, pedazo de cabrón.

La embestida fue brutal. Aquella lanza de carne se abrió paso por mi recto con tal violencia, que sentí su pubis chocando contra mis nalgas como si me hubiesen dado un azote. Experimenté cada milímetro de su verga perforándome el ano como si me hubiesen metido una barra de hierro al rojo vivo. Y grité, ¡vaya si grité!, pero no sólo porque sintiese que me ensartaban con puro fuego, sino que también grité de excitación, de júbilo por el triunfo conseguido y, sorprendentemente, también de placer mezclado con dolor.

Estaba totalmente empalada, y sentía cómo mi cuerpo se contraía intentando expulsar a aquel invasor que lo había profanado, pero con cada contracción, el dolor iba remitiendo.

– ¡Diossss, qué culo más voraz tienessss! – exclamó Juan sin moverse, disfrutando de cómo mi recto estrangulaba su verga.

Sólo pude asentir con un sutil quejido.

Tras dejar que mi cuerpo se adaptase al grosor de su ariete, lentamente, Juan se retiró hacia atrás, dejándome una intensa sensación de alivio por cada centímetro que su polla iba desalojando de mi interior, hasta que con un acuoso “¡Chofff!”, salió de mi ano dejándomelo totalmente dilatado.

– Uuuuuuufffff – medio aullé y suspiré según salía.

Pero volviendo a agarrar su miembro con la mano, mi sodomizador apuntó de nuevo, y sentí cómo su glande se abría paso otra vez por mi culito para presionar mi agujero y, venciendo su ya escasa resistencia, introducirse provocándome un delicioso cosquilleo.

– Mmmmm – gemí.

Siguió empujando y percibí cómo el grosor del tronco iba llenándome por dentro, arrastrándose por mis entrañas con una agradable sensación de calor, hasta que me la metió entera con sus huevos chocando contra mis hinchados labios vaginales.

El dolor había desaparecido por completo, y la extraña y agradable sensación que experimentaba, comenzaba a asemejarse al placer.

– Quiero más – le hice saber.

– ¡Pero qué zorra eres! – me contestó -. No he hecho más que abrirte el culo y ya me pides que te lo folle bien…

– Mmmm, sí – le dije levantando la cabeza y estirando los brazos para quedarme a cuatro patas -. Dame bien por el culo, cabronazo.

Apoyé las manos sobre el reposabrazos del sofá, y al incorporarme sentí cómo las contracciones de mi esfínter y todo el recto se hacían más potentes, pasando de ser una agradable sensación, a un verdadero placer.

A él también le gustó que me incorporase, emitiendo un gemido de satisfacción según me levantaba, de tal modo que se agarró bien de mi culo y tiró de él, clavándome su lanza cuanto nuestros cuerpos permitieron.

– Uuuummmmm – volví a gemir yo.

– Te voy a dar tu merecido, calientabraguetasssss – susurró él entre dientes.

Ya sin miramientos, se echó hacia atrás rápidamente y, antes de llegar a salir y de que me diese tiempo a suspirar, volvió a embestir con fuerza, a fondo, muy a fondo.

– Aaaaaaaahhhh – grité embriagada de deleite.

Sus caderas chocaron contra mi culito con el sonido de una palmada, y me estremecí con el calor y el gusto que sentí en mi estrecho orificio al ser penetrado brutalmente. Pero no tuve tregua, porque inmediatamente Juan se retiró para volver a darme otra vez, seguido, sin compasión.

– Ah, ah – salió de mi boca en breves interjecciones como respuesta a sus acometidas.

Su fiereza enculándome, y la exquisita sensación, me habían gustado, me habían gustado mucho.

Mi amante cogió un buen ritmo de mete-saca, empujando mis posaderas una y otra vez, bombeando de tal modo que cada salvaje penetración me hacía jadear como si estuviese en una carrera de fondo, porque a fondo me metía su polla.

Todo mi cuerpo se movía por su empuje, manejado con firmeza como si fuese un juguete en sus manos, y me encantaba esa sensación. Me sentía sometida, dominada, cabalgada y sodomizada como si fuese una vulgar zorra, con mis pechos colgando y zarandeándose con el vaivén, con mis nalgas al rojo por el reincidente choque de su pubis contra ellas, con mi vulva protuberante e hipersensible al contacto de sus pelotas, y mi coño llorando de placer con cálidos fluidos que recorrían la cara interna de mis muslos.

Tenía la boca abierta, tratando de atrapar bocanadas de aire que escapaban de mi garganta en cortos gritos cada vez que era empujada y dilatada por dentro. Sentía la polla de Juan como una tuneladora que trataba de excavar en roca pura, abriendo un estrecho conducto en el que podía sentir la fricción con un intenso calor en todas sus paredes. Era tan maravillosamente placentero, que no entendía cómo había podido retrasar durante tanto tiempo el experimentar esa práctica. Era una auténtica gloria a la que podría hacerme adicta.

Me encontraba al borde del abismo, a punto de saltar al vacío, pero el orgásmico empujón no llegaba, prolongado mi goce hasta cotas que no había conocido hasta entonces.

Con los ojos cerrados, intensificando aún más el cúmulo de sensaciones, oía mis propios gritos de placer, los gruñidos de mi macho, el rítmico golpeteo en mi culo, y un sutil chapoteo de la verga deslizándose por mi ano. Hasta que todo se detuvo de repente.

– ¿Por qué paras, cabrón? – pregunté a ciegas -. ¡Sigue dándome por el culo, que me encanta!.

– Manolo – contestó Juan con su polla estática en mi recto.

– ¡¿QUÉ?! – grité abriendo los ojos y girando la cabeza.

Allí, en la puerta del salón, estaba Manolo, mi eterno pretendiente, mirándonos con una sonrisa de oreja a oreja mientras sujetaba en alto su teléfono móvil para inmortalizar mi infidelidad (y desvirgado anal) en una fotografía.

“¡Click!”.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

alfascorpii1978@outlook.es

 

Relato erótico: “Mi nueva vida 5” (POR SOLITARIO)

$
0
0

Jueves 2 de mayo

Es fiesta en Madrid y salimos a divertirnos con los niños. Mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados.

Me sentía feliz acompañado por mis mujeres y mis hijos.

Pero no quería demostrarlo. Debía mantenerme firme y seguir adelante con mis planes.

–Mila, ¿recuerdas la casa rural que alquilamos el ultimo puente?

–¿A qué viene eso ahora Marga?

–Es que se me ha ocurrido gastarle una broma a Eduardo.

–Marga que te conozco. ¿Qué vas a liar?.

–Nada tonta, ya verás.

Oigo esta conversación mientras paseamos por el parque. Marga marca con su móvil.

–¿Hola? ¿Eres Loli?————Si mira soy Marga la que os alquiló la casa rural en ———- ¿La tenéis libre para este fin de semana?. ¿Sí?, estupendo, te llamo en unos minutos para confirmártelo.

Marca de nuevo.

–¿Amalia? Hooola, soy Marga, ¿como estas cariño?, ———–bien. Mira te llamaba por si os apetece a ti y a Edu veniros con los niños a una casa rural en——–. Si, vamos con Mila, José, Claudia y los niños, ¿cómo lo ves? ————¿Si? ——–De acuerdo, mañana os recogemos, a las nueve. ————Traeros ropa de abrigo que hace frio en la sierra. Un beso Chau.

–Hecho Mila. Ya lo tenemos.

–¿Qué demonios estas planeando Marga?, Que eres una conspiradora.

–Solo seguir tus órdenes, José. A ver qué te parece.

Y me explicó el plan. Me reía para mis adentros. Era maquiavélico.

Al regresar a casa, después de la cena nos acostamos temprano, pero como los niños habían visto el desastre de cama quisieron dormir también con nosotros y nos acostamos todos juntos.

Al rato percibí un roce en mi verga por encima del pijama, era Mila. Cogí su mano y por encima de mi pecho se la puse a Marga, que estaba boca arriba, en una teta. Ésta, que no estaba dormida, se giro hacia mí, pensando que era yo y me cogió mi palo, llevándose la sorpresa de encontrarse con la otra mano de Mila. Se volvieron las dos dándome la espalda y así pude dormir.

Tenía claro que no podía darle preferencia a ninguna de las dos.

Así podía mantener el equilibrio.

Viernes 3 de mayo de 2013

A las siete y media nos levantamos. Las cotidianas peleas por los lavabos, el desayuno y a los coches. Marga fue a recoger a Claudia y sus hijas y nosotros a Edu para que nos siguiera, ya que no conocía el camino. El trayecto se amenizó con las típicas canciones. -Vamos a contar mentiras trailara–. ¿Mentiras? ¿Más mentiras? Joder.

Atravesamos el pueblo, cogimos un desvío, por un camino vecinal de unos tres kilómetros y llegamos a la casa. Ya la conocíamos.

Era una construcción no terminada, tenía la planta baja diáfana y sin paredes, por lo que se podía aparcar los coches debajo de la primera planta donde la dueña guardaba enseres y herramientas. La parte habitable estaba en la primera planta.

Una escalera llevaba a un amplio corredor cubierto, con barandilla a lo largo de toda la fachada. En el centro la puerta de un salón muy grande, con una chimenea en medio y amplios ventanales hacia la parte opuesta a la puerta. A ambos lados las habitaciones, dos y no muy grandes, con dos literas en cada una de ellas a las que también se accedía desde el corredor. Una puerta en el extremo derecho, visto desde el frente, era el servicio.

Acomodamos a los niños en las habitaciones, las cuatro niñas en una y los tres niños en la otra.

Nosotros dormiríamos en el salón en unas colchonetas, en el suelo, alrededor de la chimenea.

Salimos de excursión por los alrededores, los niños se lo pasaron bien.

Las mujeres se quedaron preparando las viandas mientras Edu y yo dimos una vuelta.

Me atosigaba a preguntas sobre mí, porque había tomado la decisión de irme de la empresa. Yo me reía y le respondía con evasivas.

Pero cuando no me veía lo miraba con verdaderos deseos de darle con un palo en la cabeza y acabar con él. Pero me aguantaba.

Llamamos a los niños a comer y cuando terminamos salimos todos a pasear. Me rezague hablando con Claudia, Marga charlando con Amalia y algo más adelante Edu con Mila. Ella asentía o negaba, a veces se reía, no me imaginaba de qué iba la conversación.

Anochecía y regresamos a la casa.

Los niños cenaron y se fueron a sus cuartos.

Nos quedamos comiendo, bebiendo vino y charlando. Después de tomar café comenzaron los chupitos de ron miel con nata y canela y otros licores.

Todas las mujeres se las apañan para hacer beber a Edu.

Marga apaga algunas lámparas dejando una luz tenue, conecta un equipo de música y baila con Amalia.

A su vez, Claudia, con su chándal, me coge de la mano y me saca a bailar.

Mila sale al corredor. Al poco Edu, tambaleándose por la bebida, la sigue.

Yo sentía hormigas y ratones en el estomago, pero debía mantener la compostura.

La otra pareja no pierde el tiempo, Marga besa a Amalia en la boca y la otra lo acepta. Se miman mutuamente. La mano de mi cómplice acaricia la teta de Amalia sobre la camiseta, se había desprendido de la chaqueta del conjunto de deporte, levanta la parte inferior y mete la mano bajo la tela para sobarla directamente. La otra va desde las tetas al sexo paseándose a lo largo del cuerpo. Introduce la mano por la cintura elástica del pantalón, no hay que imaginar mucho, está acariciando su coño.

Claudia me besa y le respondo, meto mi mano por la cintura y me sorprende, no lleva bragas, acaricio los labios de su vulva, cálida y húmeda. Sus besos me ponen a cien, es toda una experta con la lengua en mis labios, mi cara, mi cuello. No puedo evitar una evidente erección.

Entra Mila, mira sonriente a Marga. Se dirige al colchón y se acuesta, cubriéndose con una manta.

Al poco llega Edu, con cara de enfado, tumbándose en el extremo opuesto. En el rincón. Marga comenta algo a su pareja y van a tumbarse, Amalia entre las dos.

Claudia sigue bailando conmigo acercándose al interruptor de la luz y la apaga. El salón queda alumbrado con la tenue luz de la chimenea que esta sin llama, solo las brasas. Pasa su mano sobre el bulto de mi pantalón dándole un pellizco, al tiempo que me susurra.

–Aun no, aguanta un poco.

Le hablo balbuceando.

–¡BUUFFF! Claudia como me pones.

–Esta noche obtendrás tu primera venganza. Pero después lo harás conmigo. Estoy muy caliente con todo esto. José, has despertado mi bestia sexual. Aguanta.

Me empuja hacia las mujeres y me indica que me acueste entre Mila y Amalia, ella se tumba al otro lado de Marga. Formábamos un tándem, Claudia, Marga Amalia, yo, y Mila, con Edu fuera de combate a poca distancia, dormido.

Bajo la manta acaricio a Mila con mi mano izquierda, se gira hacia mí, me besa, siento a Amalia arrimarse a mi derecha, vuelvo mi cabeza y veo a Marga empujándola.

Mila me indica que me dé la vuelta hacia Amalia, al tiempo que desliza mi pantalón y slip a lo largo de los muslos, se mete bajo la manta para sacármelo por los pies, liberando mi instrumento que esta tieso por los roces con Claudia.

Subo mi mano acariciando los muslos de la mujer de Edu sobre su ropa. Desde el muslo hasta las tetas, sobre la camiseta, no lleva sostén, allí me encuentro con la mano de Marga, compartimos unos senos bastante más grandes que los de Mila, de pezones gruesos como mi dedo índice y duros, que resaltan a través de la tela.

Marga le coge la mano y la coloca en mi verga que va a estallar. Amalia la masajea, acaricia y la mueve arriba y abajo.

Definitivamente he de reconocer que son autenticas profesionales del sexo.

Me controlo para no correrme antes de tiempo con los manoseos de las dos. Bajo el pantalón de Amalia hasta las rodillas. Subo mi pie, lo engancho en su pantalón y lo empujo hasta quitárselo, con su ayuda. Paso mis dedos sobre su tanga, siento una mano que lo aparta a un lado y lo deja expedito para que introduzca mis dedos en el. Es Marga.

Está muy mojado, noto la humedad en sus pliegues, paseo un dedo desde el ano hasta la parte superior de su sexo, rozando el botón del placer, que aprecio más grande que los que he conocido hasta ahora. Tras algunos minutos de tocamientos y con la ayuda de Marga siento sus jadeos indicando que esta próximo el orgasmo y así es.

Un sonido parecido al arrullo de un palomo, reprimido, una contracción de todo su cuerpo, llega al clímax.

Unos segundos después se gira hacia Marga besándose con pasión.

Me acoplo por detrás y coloco mi miembro entre sus nalgas, ella encoge un poco las piernas para facilitar la penetración en su coño que yo no dudo en perpetrar.

Con movimientos lentos, girándome para vigilar al marido que duerme apenas a tres metros de nosotros. Oigo sus ronquidos. Sigo moviéndome mientras Mila me acaricia los testículos por detrás. Claudia que se mete bajo la manta y por los movimientos y los jadeos le come el coño a Marga. A su vez esta acaricia el sexo de mi penetrada rozando mi pene.

Percibo un temblor en las piernas de Amalia, sube la intensidad, se va a correr, ¡¡Ahhh!!.

¡Nos quedamos quietos!.

Esperamos la posible reacción de Edu, pero no se produce, la borrachera parece que lo tiene frito.

Segundos después es Marga quien suspira fuertemente sujetando la oculta cabeza de Claudia sobre su sexo.

La oscuridad ya es total, las brasas están ya cubiertas por cenizas y solo nos alumbran las estrellas a través de las ventanas.

Tengo la polla a punto. Sigo sin correrme, Amalia sigue en la misma posición y no se mueve.

Restriego mi aparato por la raja de su culo, lo lubrico con sus fluidos e intento un primer acercamiento, la cabeza entra un poco, se queja, fuera, engraso, otra vez.

Insisto una y otra vez, hasta dar un empujón y la introduzco hasta la mitad. Me paro, dejo que el esfínter anal se adapte a la agresión, me muevo lentamente. Percibo movimiento por el frente de mi pareja, no sé si Marga o Claudia le excitan el clítoris, la besan le comen las tetas y— lo inevitable.

¡¡¡¡AAAHHHGGGGG!!!!

Un grito acompañado de un estertor brutal que casi arranca mi polla y se queda quieta.

Simulo roncar. No sé si se ha despertado Edu.

El marido se revuelve en su colchoneta gruñe y sigue durmiendo.

Como no protesta me muevo hasta que no puedo más y me corro en su culo.

Mila me masajea los testículos por atrás, pero aparto su mano y me duermo.

No sé el tiempo que ha pasado, algo me despierta, oigo el chillido estridente de un ave nocturna. Busco el pantalón bajo la manta, me lo pongo y me levanto para ir al servicio.

Hace frio, todos parecen dormir, avivo el fuego con leña para caldear un poco la sala y salgo al corredor. Siento el frio de la noche en mi cara. Al acercarme a la puerta del WC oigo jadeos, quejidos.

Presto atención, parece que proceden de la habitación de las niñas. Con cuidado me asomo por una pequeña ventana que da al corredor. Está oscuro, pero los ruidos proceden de dentro.

Muy despacio abro la puerta lo justo para poder pasar, cerrándola a continuación. En la cama de debajo de la litera que está a la derecha se aprecia un gran bulto que se mueve y gime. En la cama superior de la litera izquierda hay un bultito, aquí se acuesta Mili, oigo su respiración, duerme. Pero las otras dos al parecer no.

Bajo la manta hay luz, una linterna encendida. Veo las siluetas de Ana y Claudia, como sombras fantasmagóricas proyectadas sobre la ropa. ¿Juegan?, ¿hacen el amor?. No lo sé, solo me importa que estén bien. Regreso al corredor y entro en el servicio. Al salir me encuentro a las dos asomadas a la puerta, con cara de pillas, a pesar del frio están desnudas, cubriéndose con la manta. Son preciosas.

Si esto hubiera ocurrido hace un mes habría puesto el grito en el cielo. Ahora les mando un beso con la mano y regreso a la cama.

Todos siguen durmiendo.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Maquinas de placer 01” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

Al principio Jack Reed avanzó sigilosamente por entre la floresta.  Aun a pesar de moverse por entre un mundo paradisíaco, no podía evitar sentir una cierta inquietud cada vez que volvía a transitar por el mismo.  Por mucho que quisiera hacerlo, costaba asimilar la idea de andar por un mundo en el cual no había otro hombre más que él.  Apartó las hiedras y lianas que caían a su paso, casi siempre jalonadas por grandes coronas de flores que, en tonos blancos, amarillos o anaranjados, pendían desde lo alto cual si se tratase de una lluvia que caía desde un verde vegetal tan infinito como indefinible.

 Dio unos pocos pasos hacia adelante y, de pronto, la vegetación se abrió.  Un maravilloso estanque que parecía salido de algún cuento apareció ante él; aquí y allá, nenúfares y camalotes poblaban el acuático ámbito coronados con campánulas de color violeta, en tanto que hermosas aves zancudas que parecían recordar a flamencos pero eran infinitamente más bellos, se erguían a ambos lados del estanque, cada uno de ellos sobre una única pata.  Peces multicolores se arracimaban contra la orilla y, cada tanto, alguno de ellos saltaba unos centímetros por encima de la superficie de las aguas.  No parecía realmente existir para Jack Reed la posibilidad de contemplar un cuadro más hermoso que el que tenía ante sus ojos, tan lejano de cualquier cosa a la que pudiese tildarse de perfectible.   No parecía así, al menos, hasta que apareció ella…
No fue que hubiera sido una sorpresa; Jack Reed sabía bien que iba a aparecer de un momento a otro pero, aun así, el verla así de magnífica en su etérea desnudez al otro lado del estanque superó todo cálculo que su cerebro y sus sentidos pudieran llegar a haber hecho previamente…
Era ella, claro: Theresa Parker, la conductora televisiva de aquel insulso programa deportivo que él nunca se dignaría en ver de no ser por la turbadora presencia de tan despampanante mujer.  Cuantas veces, cómodamente ubicado en el sillón de su casa, había estado contemplándola con su mandíbula caída, siguiendo con ojos extasiados y hambrientos cad movimiento que ella hacía ante las cámaras luciendo su par de perfectas e increíbles piernas cuya belleza se realzaba por la costumbre que tenía la producción de hacerla vestir con faldas cortísimas.  Cuantas veces había soñado con esos ojos de azul profundamente oceánico y con esos labios carnosos, mientras la veía y la oía hablar cosas  de las que nunca pudo determinar si tenían algún sentido, puesto que siempre había tenido todos los sentidos atentos a su belleza.  Pero qué distinta era esa imagen que le había entregado tantas veces el televisor de la que ahora se erguía en la otra orilla del estanque.  Esbelta en su desnudez, como tantas veces la había soñado, ella estaba allí y recién ahora se daba él cuenta de que en realidad nunca había llegado a captar o imaginar su completa y soberbia magnificencia. 
Ella comenzó a andar hacia él y Jack Reed sintió que su corazón se detenía; caminó a través del estanque sin tener el agua nunca más arriba de las rodillas mientras sus dorados cabellos caían en gloriosas cascadas cubriendo unos senos cuya perfección, apenas visible por entre las ondas, constituía un llamado a la tentación…

A Jack Reed le temblaron las piernas y, en un gesto casi reflejo, extendió sus brazos hacia adelante, como queriendo asir tanta belleza aun cuando todavía no la tenía lo suficientemente cerca para poder hacerlo.  Ella dotaba a cada paso que daba con tal sensualidad y gracilidad que hasta daba la impresión de estar imbuida de una cierta ingravidez, como si flotara sobre el agua o, al menos, sus pies no tocaran fondo alguno.  Siguió avanzando hacia él y cuando Jack Reed la tuvo a tiro de sus manos, creyó que moriría, presa de un infarto; de hecho, pudo fácilmente percibir cómo su pulso se le aceleraba y parecía entrar en zona peligrosa: bien sabía él que existía ese riesgo y, sin embargo, insistía en volver y volver siempre…

 Era tan penetrante la presencia de la joven y tal el halo de sensualidad que irradiaba, que incluso Jack Reed no logró mantener horizontales los brazos que extendía hacia ella, sino que, por el contrario, se sintió obligado a bajarlos; resultaba paradójico hacerlo ahora que la tenía al alcance de sus manos, pero sintió como si hasta fuera una profanación intentar asir tal perfección.  Ella notó ese temor en él y, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos ni un solo instante, le tomó ambas manos y, levantándoselas nuevamente, las llevó a esos pechos tan deseables a los que Jack Reed no podía terminar de ver como alcanzables.  Los dedos de él se perdieron por entre los pliegues de aquel maravilloso cortinado que formaba la dorada cabellera y tantearon, por debajo de ésta, la más lisa y perfecta piel que jamás había Jack Reed tocado en su vida.  Ella lo atrajo hacia sí y, prácticamente, devoró su boca en un solo bocado y buscó con avidez su lengua hasta encontrarla para luego, enroscarse la de él con la de ella como si fueran dos serpientes bailando alguna especie de danza ritual. 
Él le masajeó el pecho y tuvo la sensación de que sus dedos se confundían con la piel y penetraban por debajo de ella; luego sus manos descendieron hasta atraparle el talle de la cintura.  Una vez que la tuvo de esa manera, sin embargo, se le escapó prácticamente como si hubiera estado enjabonada y su hermosa piel, casi impalpable, se deslizó por entre los dedos de Jack Reed como si no existiera posibilidad alguna de asirla.  Ella bajó hasta que sus rodillas se posaron sobre la hierba y su piel se fusionó con las flores.  Luego clavó su vista en el bulto que Jack Reed exhibía por debajo de su pantalón y se encargó rápidamente de que ya no hubiera prenda alguna  interponiéndose entre ella y el mismo.  El miembro de Jack Reed se irguió cuan largo era, saliendo disparado como por la acción de un resorte en el momento que ella le llevó abajo tanto pantalón como slip.  Y así, mientras él se preguntaba si sería capaz de sobrevivir a lo que se venía, ella sacó la punta de su roja lengua por entre los labios y se dedicó a aplicar sobre el pene de Jack Reed una serie de lengüetadas muy cortitas que no tuvieron otro efecto más que ponerlo a él al borde de un colapso.  Las lengüetadas  fueron luego haciéndose más largas hasta que, finalmente, le tragó el miembro completo arrancando a Jack Reed un grito de placer que hizo sacudir la floresta, provocando que varias aves multicolores y cantarinas se batieran en vuelo mezclándose con el verde que cubría todo allá en lo alto…
 La presentadora de televisión con la cual tantas veces había él fantaseado, le estaba mamando la verga con tal fruición que hizo a Jack Reed sentir que ya no tenía control de sí mismo, que caía hacia un abismo insondable cuyo fondo desconocía pero que, a la vez, le producía la indescriptible sensación de estar cayendo hacia el nadir de sus sentidos, hacia el ojo de un intenso remolino cuya fuerza motriz era el placer sensual, sexual, animal, bestial… Ella succionó y succionó… Él se sintió caer y caer… Y llegó a pensar que si su corazón, finalmente, no soportaba tal experiencia, no era después de todo, una mala forma de morir, sino más bien todo lo contrario…
Y de pronto todo se esfumó… Ya no había floresta, ni estanque, ni zancudas ni nenúfares; ya no había una verde techumbre sobre su cabeza sino que tan sólo tenía sobre sí el blanco cielo raso de la habitación.  La presentadora televisiva, desde ya, no estaba más y, en todo caso, su miembro erecto funcionaba como único recordatorio de que segundos antes allí había estado o, al menos, eso era lo que sus sentidos habían creído.  La luz de la habitación le cegó al ser encendida y darle sobre los ojos en tanto que el seco chasquido de la perilla del “Virtual Room” le trajo de vuelta a la realidad de la cual, por unos instantes, había logrado escapar.
 “Mírate… das asco” – le dijo, con aspereza, una voz a la cual reconoció fácilmente como la de su esposa y, en efecto, al girar la cabeza sobre el sillón viajero, se encontró con los verdes ojos de Laurie.
“¿Qué… has hecho? – preguntó Jack Reed dirigiéndole una furibunda mirada -.  ¿Otra vez lo mismo?”
“Es lo que pregunto yo… – replicó ella -.  ¿Otra vez lo mismo?  Ya sé, no me digas nada… Estabas con esa hueca presentadora de TV, ¿verdad?  ¡Mírate la verga!  ¡Sólo míratela!  ¿Y el pulso?   ¡Alcanza con verte al rostro para darse cuenta de que lo tienes aceleradísimo!  ¿Hasta cuándo vas a seguir?  ¿Hasta que esta maldita máquina te mate?”
Por cierto, Jack se daba cuenta de que sus pulsaciones estaban a mil; trató de no alterarse demasiado ni responderle muy violentamente a su esposa por eso mismo.  La verdad era que el “VirtualRoom” era un invento y una adquisición excelente, pero peligrosa… Era como una especie de droga hacia la cual uno siempre volvía aún siendo consciente del daño que provocaba.  Eran miles las historias que conocía acerca de gente que había encontrado la muerte con aquel chisme conectado a su cabeza, del mismo modo que el fumador bien sabe la cantidad de gente que ha muerto víctima del cáncer de pulmón y, sin embargo, una fuerza irresistible lo lleva hacia aquello que, momentáneamente, pareciera hacerle bien.  No se podía, por supuesto, comparar ni un cigarrillo ni tan siquiera la más poderosa y alucinógena droga con el efecto y los potenciales daños colaterales ligados al “VirtualRoom”: básicamente el artefacto consistía en un sillón que remitía bastante a los que usan los dentistas para atender a sus pacientes; una vincha metálica en forma de herradura y con varios cables conectados se ajustaba alrededor de la cabeza ciñéndola de tal forma que casi daba la sensación de no permitir la correcta circulación sanguínea en las sienes.  Complementando tal acción, el solo accionarse de un botón sobre el apoyabrazos hacía que sendos grilletes se cerraran tanto sobre muñecas como sobre tobillos para así reducir al mínimo la capacidad de movimiento del usuario, dado que el exceso del mismo bien podría alterar las visiones insertadas momentáneamente en la cabeza.  Los manuales de instrucciones recomendaban, además, instalar el artefacto siempre en una habitación con paredes y techo blancos, de tal modo de provocar el menor estímulo externo posible para que las visiones pudiesen operar dentro del cerebro del usuario del modo debido.
Jack pulsó con un dedo índice el botón del apoyabrazos y los grilletes se abrieron, en tanto que llevó las manos hacia su cabeza para manipular la vincha de tal modo de ir aflojándola y soltándola.  Una vez que logró retirarla, se dio cuenta que sentía tal dolor de cabeza que le parecía que sus sienes iban a estallar de un momento a otro.
   “¿Qué es lo que buscas con eso? – le continuaba imprecando Lauren -.  ¿Matarte?  Jack, no me gusta este aparato: ya es hora de que nos desprendamos de él.  Arrojémoslo a la calle o vendámoslo: ahí lo tienes a nuestro vecino, Luke Nolan; él seguro que le va a sacar buen provecho para dejar de masturbarse…”
“Lauren… – dijo quedamente Jack mientras cerraba sus ojos y se restregaba las sienes, claramente dolorido y exhausto -.  Estuvimos los dos de acuerdo al comprarlo…”
“¿Y qué esperabas?  Estabas realmente insoportable con la idea: se te había instalado en la cabeza y no había forma de hacerte pensar en otra cosa.  ¿Qué iba a hacer yo?  ¿Decirte que no?”

“No es una máquina demoníaca… – replicó Jack buscando sonar apaciguador -.  Es… sólo un entretenimiento.  Y hasta donde recuerdo, los dos estuvimos de acuerdo en que comprarlo sería una buena forma de evitar el hastío de la rutina que podía poner en peligro nuestro matrimonio… ¿Qué preferías?  ¿Qué ambos nos liáramos con amantes reales, de carne y hueso?  Esto… es sólo una fantasía; no hay nada, no hay nadie… y tú lo sabes… De hecho, también lo usaste…”

“Sólo una vez – respondió secamente Lauren -.  Y fue suficiente…”
“Pero dio la impresión de que la estabas pasando bomba con ese actorcito de la serie de la tarde…”
Ella sacudió la cabeza, entre nerviosa y contrariada.
“Simplemente… quise darle una oportunidad y, de algún modo, seguirte el juego… – dijo, no sin algo de culpa en el tono de su voz -.  Le di una chance a esa loca idea tuya de que este trasto podía ayudar a salvar nuestro matrimonio.  Creo que desde entonces fue todo lo contrario, Jack; se te nota cada vez más alejado… Más metido en tus fantasías virtuales y lejos de mí…”
“Eso no es cierto…”
“¡Sí, lo es! – exclamó Lauren, a viva voz -.  Además… no me gustó cuando lo usé… Mi pulso acelerado, mi cabeza a punto de estallar… Es como que te da todo el placer en pocos segundos y te lo hace pagar después…”
A su pesar, Jack Reed debía admitir que había algo de razón en las palabras de su esposa.  Cada vez que terminaba una sesión con el “VirtualRoom” y regresaba a la realidad, no sólo sentía los mismos síntomas fisiológicos que acababa de describir Lauren, sino también una cierta sensación de vacío, una angustia extraña e inmanejable.  Aquel aparato creaba en la cabeza de él un mundo tan ideal e inmejorable que, forzosamente, el regreso al mundo real funcionaba como una especie de mazazo que provocaba desaliento y desazón…
“Además… – continuó ella gesticulando con las manos y con gesto de incomprensión -.  ¿Necesitamos de eso?  ¿No nos bastamos el uno al otro?”
Jack miró fijamente a los hermosos ojos verdes de su esposa.  Por cierto que era una mujer deseable que más de uno le envidiaba: tersos cabellos negros, bello y perfectamente delineado rostro, cuerpo esbelto y armonioso.  Sí, en cierta forma, la pregunta que se hacía y le hacía Lauren tenía algo de sentido: quizás cualquier otro tipo que viese la situación desde afuera jamás podría entender que teniendo él una mujer tan hermosa tuviese, sin embargo, necesidad de recurrir a aparatos de fantasía para sumergirse en lascivos mundos virtuales.  No obstante, la realidad era que, como en todo matrimonio, con los años habían venido cargados de hastío; aun cuando se hubieran esforzado en evitar la rutina, lo cierto era que todos los días hacían lo mismo: salían hacia sus respectivos trabajos a la misma hora, miraban sus respectivos programas de tv favoritos, cenaban a la misma hora y, al ir a la cama, inevitablemente hacían exactamente las mismas cosas noche tras noche… La rutina es una enemiga mortal de cualquier pasión, por más ardiente que ésta haya sido alguna vez…
 “La cena está servida…” – anunció Lauren mirándolo a los ojos y sospechando que el tema estaba concluido y que su esposo ya no argüiría palabra alguna en su defensa; sin más, dio media vuelta y se marchó de la habitación.
La cena también fue más o menos lo de siempre; a lo sumo podía variar entre tres o cuatro menús, pero no más.  En esa oportunidad se trataba de unas lonjas imitación tocino con una ensalada de vegetales que habían sido cultivados en algún huerto hidropónico por debajo de la ciudad y bajo un sol artificial.  El centro de la mesa era ocupado por un receptor de tv de forma redondeada y de vista panorámica en tres dimensiones; a cada lado del aparato, tanto Lauren como Jack estaban equipados con un pequeño audífono adosado a la oreja que les permitía a cada uno tener su propio audio y así  ver simultáneamente programas diferentes.  En efecto, ella se hallaba, como era habitual, enfrascada en ese culebrón que tanto la atrapaba y que a Jack tanto irritaba, en tanto que él, por supuesto, no apartaba los ojos por un momento de ese programa deportivo que ella detestaba sobremanera, no tanto por el programa en sí sino, obviamente, por su conductora, la avasallante Theresa Parker.  Jack, de hecho, casi podía prescindir del audífono dado que el contenido del programa bien poco le importaba.  Ese tipo de receptores de tv tenían la ventaja de que cada uno podía ver su propio programa desde orientaciones diferentes e incluso verlo a la hora que les venía en gana, pero contaba con la desventaja de que cada programa era interrumpido al menos dos veces por una tanda comercial que había que ver prácticamente de manera compulsiva puesto que el receptor se apagaba en caso de que los sensores del mismo no detectaran los ojos del usuario sobre la pantalla durante más de treinta segundos seguidos; si tal cosa ocurría, el programa quedaba bloqueado y ya no podía volver a verse hasta el otro día.  Se trataba de un modo algo dictatorial que las empresas habían encontrado para lograr que el público no pudiera evitar las tandas publicitarias…
Y así, los productos iban desfilando uno detrás del otro: desde un laser para la limpieza dental que no dejaba el más mínimo residuo de bacteria o caries hasta los nuevos modelos de Citroen con habitáculo extensible de tal modo que el asiento trasero podía ser usado perfectamente como lecho para actividades amorosas sin necesidad de tener que andarse chocando todo el tiempo cabezas y pies contra las puertas.  Pero los más insufribles de todos eran los avisos de venta de robots; la compañía World Robots estaba en pleno auge e invirtiendo mucho dinero en campañas publicitarias destinadas a hacer llegar al gran público cada nuevo modelo que lanzaban al mercado: los había para jardinería, para profesores particulares de hijos con problemas de estudio, para jugar al tenis cuando no se tiene compañero o para llevarlo a uno al trabajo en su propio auto y luego, incluso, irlo a buscar,  evitando de ese modo el tortuoso y, a veces, oneroso problema de tener que aparcar el vehículo en zonas céntricas y congestionadas.  En todos los casos, el aviso terminaba con el eterno y reiterativo “satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero”.

Luego de la tv y de la cena, venía la cama y, por cierto, cada vez menos sexo…

Sakugawa había reunido al directorio de la World Robots por un motivo muy especial aquella mañana.  Se trataba, según decía, de presentarles un prototipo del nuevo modelo que lanzarían al mercado, cuya utilidad la mayoría de los accionistas allí presentes desconocían.  Sakugawa había trabajado casi en secreto con sus principales ingenieros para así lograr el prototipo deseado pero, por cierto, los miembros del consorcio de World Robots no veían demasiada posibilidad de sorprenderse cuando ya prácticamente todas las opciones de uso habían sido cubiertas por los productos de la compañía.  ¿Robots de vigilancia?  Ya los habían hecho.  ¿Robots constructores?  Ya los habían hecho.  ¿Perros o gatos robots para familias que no tenían ganas de lidiar con los excrementos y con las pulgas?  Ya los habían hecho e, inclusive, robots que imitaban especies ya extintas como el pájaro dodo o el oso panda de tal modo que los niños pudiesen ver en los zoológicos la fauna del pasado.  El parque de dinosaurios, inclusive, tenía unos cincuenta mil visitantes por día en las afueras de Capital City, concentrando un público que venía de todas partes del mundo para ver el portento de aquellas criaturas del mesozoico caminando imponentemente en versiones mecánicas que poco tenían que envidiar a los originales.  Sí, ya todo lo habían visto, ya todo lo habían creado, ya todo lo habían vendido… y, de hecho, World Robots era una de las cinco compañías que producía más dividendos en el planeta entero gracias no sólo a la creatividad e inquietud de sus ingenieros sino también al monopolio que se les había otorgado para distribuir robots en la mayor parte de América, Europa y Asia.  Y sin embargo, aun a pesar de todo ello, Sakugawa había estado anunciando durante días que les presentaría un nuevo modelo que les sorprendería…
Él se hallaba de pie ante la larga mesa, en tanto que su jefe de ingenieros estaba sentado a su derecha y su secretaria, de lentes y cabello ensortijado, a la izquierda.  Ella era la única mujer que había en el lugar, lo cual hacía que las miradas se posaran en sus curvas de tanto en tanto, pero el rostro de la joven revelaba no estar demasiado informada de a qué venía el asunto: sólo sabía que Sakugawa la había convocado para que estuviera allí así que, en efecto, allí estaba, revoleando sus ojos por detrás de los lentes cada vez que alguno hacía una intervención.
“Señores – anunció Sakugawa en un momento, dibujándose una sonrisa en sus labios -, permítanme presentarles a la nueva innovación que, desde World Robots, va a sacudir el mercado…”
El tono del anuncio creó la suficiente expectativa como para que todos miraran a un mismo tiempo hacia el líder de la corporación, pudiendo todos advertir cómo, por detrás de éste, el rojo cortinado se descorría y hacía su ingreso un hombre de unos veintisiete o veintiocho años, de físico envidiable y atlético y rostro increíblemente hermoso.  El joven sólo iba vestido con un slip de color blanco que resaltaba un bulto prominente, con lo cual quedaba expuesta en toda su soberbia magnificencia la casi imposible belleza de su cuerpo.  La secretaria de Sakugawa, de hecho, al girar la cabeza sobre su hombro no pudo evitar llevar una mano a sus lentes como para ver mejor, a la vez que su labio caía laxo y sus hermosos ojos marrones se abrían enormes ante tanta perfección.  Pero no fue sólo ella la que manifestó conmoción: la hermosura de aquel muchacho era tal que incluso entre los accionistas presentes, todos hombres, sólo hubo gestos de fascinada admiración.  Sin embargo, aún no quedaba claro cuál era el punto ni hacia dónde quería llegar Sakugawa; uno de los accionistas, mordiendo el soporte de sus lentes, se encogió de hombros e hizo un gesto interrogativo.
“No entiendo… – dijo -.  ¿Vamos a vender slips?”
Una risa generalizada se levantó de entre el grupo de accionistas; Sakugawa, lejos de mostrarse irritado por ello, rió también:
“Je,je, no… No es la vestimenta la cuestión aquí, sino el muchacho…”
El comentario del líder sólo despertó más dudas e incertidumbres; todos seguían mirándole sin entender nada.  Sabedor de ello, Sakugawa, con la ayuda de su jefe de ingenieros quien se puso de pie, tomaron al muchacho por los hombros y lo hicieron girar de tal modo de enseñar sus espaldas a los presentes: por cierto, la impactante imagen que daba no se quedaba en zaga con respecto a la que daba al estar de frente; por el contrario, su espalda parecía tallada por un escultor, al igual que sus magníficas piernas y las perfectamente redondeadas nalgas que se intuían por debajo de la tela del slip.  Murmullos de asombro brotaron entre la concurrencia y la secretaria se vio tan sacudida ante la presencia de tan excelso ejemplar de macho que hasta se sintió avergonzada y echó una mirada de reojo al resto temiendo haber quedado demasiado en evidencia.  La realidad, sin embargo, era que todos estaban demasiado atentos al joven y a lo que hacían Sakugawa y su jefe de ingenieros. Este último, precisamente, tomó por detrás la cabeza del muchacho y le hizo inclinarla hacia adelante.  En ese mismo momento, Sakugawa dirigió hacia la nuca del joven un pequeño artefacto semejante a un control remoto y, claramente, accionó algo en el mismo: acto seguido, una sección de la parte trasera del cráneo se abrió, para sorpresa y estupor de los presentes, quienes no pudieron ahogar una exclamación de asombro.  Sin embargo, en cuanto sus ojos lograron distinguir algo allí donde el cráneo se abría, notaron que no se veía en su interior nada parecido a corteza cerebral o a masa encefálica, sino una serie interminable de circuitos…
“¡Cerebro positrónico!” – aulló alguien, casi cayéndose de su silla.
“Es… ¡un robot!” – exclamó otro.

“Señores… – anunció Sakugawa sonriendo con satisfacción -, tengo el placer de presentarles el nuevo producto de World Robots que revolucionará el mercado: con ustedes… el Erobot…”

Los rostros sólo rezumaban incredulidad y aunque el coro de murmullos y exclamaciones de sorpresa arreciaba, nadie parecía atreverse a decir nada en voz alta, como si aguardasen una mayor explicación por parte del líder de la corporación.
“Como todos bien sabemos  – explicó Sakugawa -, hace ya treinta y dos años que nuestra empresa maneja el negocio de los robots – acompañando sus palabras, una inmensa pantalla se abrió en la pared a un costado del recinto y, de inmediato, comenzaron a desfilar imágenes de robots que la firma, en años precedentes, había ido lanzando al mercado para cubrir distintas necesidades -.  Hemos fabricado robots humanoides para todo tipo de trabajos y, por cierto, creíamos haber logrado el mayor símil de un verdadero ser humano que jamás nuestra tecnología hubiera sido capaz de producir.  En realidad era cierto, pero ahora lo hemos superado… Nuestros ingenieros han trabajado duro para mejorar los implantes de piel y cabello, así como también para lograr un robot que fuera capaz de reproducir al dedillo los más mínimos gestos y actos de un verdadero ser humano.  Como verán, señores, a primera vista no hay diferencia alguna: hemos logrado el robot perfecto… Hoy es un día de gloria para World Robots”
“Pero… – intervino alguien -, ¿cuál sería el fin con el que está desarrollado?  Es decir, todos podemos darnos cuenta de lo asombroso que es su aspecto y que perfectamente sería confundido con un ser humano si lo lanzáramos a la calle, pero… ¿lleva algún mandato específico en su cerebro positrónico?  ¿Alguna tarea o actividad especial a la cual pueda abocarse?”
Sakugawa asintió con la cabeza a la vez que volvía a accionar el control remoto de tal modo que la abierta sección trasera del cráneo del robot volviera a cerrarse.
“Gírate” – le ordenó luego, y el androide así lo hizo, volviendo a encararse con la concurrencia.
Ahora que ya todos sabían que era un ser mecánico, aquellos ojos terriblemente humanos se veían aun más inquietantes y sobrecogedores.  Sakugawa dirigió la vista hacia su secretaria:
“Bájale el slip, Geena” – le ordenó.
La joven se removió en su silla y dio un respingo ante el tenor de la orden recibida; mientras su semblante se ponía de todos colores, miró hacia el consorcio de accionistas llevándose una mano al pecho con vergüenza.  Luego volvió a mirar a su jefe, dudando si se trataba de una broma o no.  Él se mostraba sonriente, pero a la vez no daba la impresión de estar bromeando.
“Ya oíste – le dijo, sin dejar de sonreír -.  Bájale el slip”
Haciendo esfuerzos para reprimir su vergüenza lo más que pudo, la joven, luego de titubear durante un instante, se levantó de su silla y caminó los pocos pasos que la separaban del androide; una vez frente al mismo se inclinó un poco y tomando la prenda íntima por el elástico, la llevó hacia abajo.  Al hacerlo, no pudo evitar el roce con la piel y, por cierto, sintió un fuerte sobrecogimiento al notar que casi no tenía diferencias con una piel humana ni en tersura ni en calor.  Pero lo más fuerte de todo fue, para ella, dejar al descubierto un miembro que lucía no sólo espléndido y portentoso sino además tremendamente lleno de vida y llamando al deseo.  Por mucho que la joven buscó evitarlo, su rostro adoptó una expresión aun más embobada que la que luciera instantes antes; no era descabellado decir que estaba ante el mejor pene que había visto en su vida y los murmullos de asombro que se levantaron de entre los accionistas no hicieron más que confirmar tal sensación.
La joven tragó saliva y se incorporó; al hacerlo sus ojos quedaron enfrentados a los del androide quien la miraba de un modo increíblemente viril, seductor y, hasta diríase, lascivo…  Parecía descabellado pero era así.  No pudiendo sostenerle la vista, la muchacha la bajó pero al hacerlo se volvió a encontrar con el magnífico miembro que pendía tentador, por lo cual no le quedó más remedio que ladear un poco la cabeza girándola por sobre su hombro.
“Como verán, señores… – explicaba Sakugawa, henchido su pecho y notoriamente orgulloso -, hemos logrado no sólo la más perfecta imitación de un ser humano que nunca se haya visto, sino también el más formidable espécimen de macho que se pueda llegar a imaginar…”
“¿Y con qué finalidad lo lanzaríamos al mercado? – preguntó alguien -.  ¿Es… para lo que yo pienso?”
“Piénsenlo por un momento si es que son inteligentes – respondió Sakugawa -.  Montones de mujeres que están solas y que tienen, durante la noche, necesidad de compañía masculina, pero están llenas de pruritos y autorrepresión a la hora de contratar un taxi-boy.  Casadas reprimidas o con ganas de tener una aventura pero que, sin embargo, sus miedos o sus culpas las hacen echarse atrás.  Hombres que buscan ocultar sus tendencias homosexuales o sus fantasías bisexuales pero que tienen muchas ganas de llevarlas a la práctica y nunca se atreven a hacerlo… Una adquisición como ésta solucionaría esos problemas…”
“Ja…, a ver si estamos entendiendo… ¿Nos está diciendo que este robot puede… tener sexo?”
En los labios de Sakugawa se dibujó, una vez más, esa permanente sonrisa beatífica que parecía remitir a Buda.  Miró a su secretaria…
“Geena… – dijo -, lámeselo…”
Los ojos de la muchacha se abrieron cuan grandes eran y, perpleja, giró la cabeza hacia su jefe.  Sencillamente no podía dar crédito a lo que acababa de oír o bien dudaba de haber entendido bien, razón por la cual esperaba una segunda orden o una confirmación de lo que suponía que se le estaba pidiendo que hiciera.
“El pene – subrayó Sakugawa, señalando hacia la zona genital del androide a los efectos de hacer más explícita su orden -: lámelo, bésalo, pásale la lengua…”
Una vez más el coro de murmullos volvió a levantarse.  Geena bajó la cabeza nerviosamente; la orden estaba lo suficientemente clara y no había posible duda al respecto del contenido de la misma.  Comenzó a temblar como una hoja de la cabeza a los pies, pero se aprestó, aun así, a cumplir con lo que se le requería: plantando una rodilla en la alfombra, acercó su rostro hacia los genitales del androide sin poder reprimir un fuerte sacudón interno.  Con una mano atrapó el miembro y, al tocarlo, fue como si una corriente eléctrica hubiese corrido desde él hacia ella: fue tal la sensación que hasta lo soltó por un momento, temiendo que se tratara de una descarga real.  Pero no: no era electricidad; era algo que dimanaba aquel macho artificial y que era sumamente difícil de explicar o definir.  Volvió a atrapar el pene entre sus dedos y, con mucha delicadeza, acercó sus labios al mismo hasta besarlo muy suavemente.  Lo increíble del asunto fue que pudo advertir cómo el miembro parecía activarse y reaccionar ante tal contacto; pensó por un momento que se trataba de su imaginación, pero no: la piel realmente se tensó y la temperatura del miembro subió leve pero claramente.
“Vamos…, sin timidez…” – instó Sakugawa -.  No vengas ahora a hacerme creer que eres vergonzosa”
El comentario, como no podía ser de otra manera, sólo levantó risas y burlas entre los presentes e hizo enrojecer a la muchacha, puesto que su jefe acababa de dejar sugerida una cierta idea de intimidad entre ambos.  Aun a pesar de su intensa vergüenza, Geena no tuvo otra opción que volver a dedicarse con esmero a aquel falo formidable que tenía ante sus ojos y su boca: apoyó los labios contra el mismo y, apenas entreabriéndolos, sacó afuera la punta de su lengua y la hizo correr a lo largo del pene dejando así un húmedo surco en el mismo.  Una vez más, no podía creer que fuera tan real; aquello estaba bien lejos de parecer un ingenio mecánico o un juguete de placer: se trataba, por el contrario, de un miembro increíblemente lleno de vida y de virilidad, pudiendo decirse incluso que superaba a cualquier miembro natural en tales atributos.  Definitivamente ya no era su imaginación: pudo sentir perfectamente cómo el pene se iba irguiendo y también lo notaron los accionistas quienes, no pudiendo salir de su encandilamiento, no paraban de dejar escapar exclamaciones de asombro.  Era tal la vitalidad del miembro que lamía que la joven pareció, por un momento, olvidar toda vergüenza y dejarse caer hacia el abismo.  La punta del falo estaba ahora claramente húmeda, aun cuando nadie pudiera saber qué diablos era aquella sustancia que comenzaba a fluir del mismo.  Fuera lo que fuese, se veía increíblemente real, tan viscosa y espumosa como la verga de un hombre de carne y hueso. 
Al diablo con todo, debió decirse en algún momento la secretaria y, no pudiendo ya resistir más, se introdujo completo el glande dentro de la boca.  Haciendo un aro con los labios lo succionó con fuerza sin poder controlarse y luego fue llevando hacia atrás la piel una y otra vez.  Los murmullos de la concurrencia volvieron a levantarse, coronados ahora por algunos comentarios soeces y carcajadas.  Geena oyó cómo la llamaron varias veces “puta” pero ni siquiera eso la detuvo: el placer de sentir tal miembro erecto, húmedo y esponjoso dentro de su boca superaba cualquier rubor que pudiese cohibirla.  Ella no veía, en ese momento, el rostro del androide pero los demás sí, y notaron incluso cómo el rostro de éste iba adoptando con absoluta perfección el semblante y la expresión de alguien que está a punto de eyacular… La respiración (artificial, por supuesto) se entrecortaba y daba lugar a jadeos a la vez que los ojos, algo idos, parecían perderse en un mar de descontrol…
Y el orgasmo llegó.  El líquido tibio invadió la boca de la secretaria y ella, por un segundo, se preguntó qué sustancia sería aquella.  No importaba: el sabor era, a todas luces, el mismo que el del semen de cualquier hombre aunque, por supuesto, la joven se preguntaba si debía tragar o si se trataría de alguna sustancia tóxica.

“Traga tranquila – le dijo Sakugawa como si leyera sus pensamientos -.  Hemos preparado su leche exactamente para eso, para que las mujeres puedan tragar sin temor ni culpa…”

De hecho, la sensación previa de que el sabor era idéntico al de cualquier semen comenzó, para Geena, a quedar atrás: la realidad era, más bien que hasta le habían mejorado y mucho, el gusto al esperma humano, haciéndolo saber algo más dulzón pero sin llegar a empalagar… De ese modo, el deseo por tragar terminó convirtiéndose casi en una necesidad y así, la joven sintió cómo el líquido bañaba su garganta y luego bajaba a través de su interior, mientras la junta de accionistas no paraba de aplaudir, chiflar y canturrear vítores. 
Recién entonces, una vez que hubo tragado y al sentirse aplaudida desde todos lados, la vergüenza volvió a la joven: y aunque le costó liberar su boca de aquel miembro al que no quería soltar por nada del mundo, lo hizo finalmente, quedando en el piso de rodillas y con la cabeza gacha.  De todos modos, costaba determinar si los aplausos eran para ella, para el robot, para los ingenieros o para Sakugawa: quizás eran un poco para cada uno…  Lo que, por cierto, la secretaria daba por descontado era que su participación en aquella demostración había terminado; ignoraba, sin embargo, que aún había un papel reservado para ella en el próximo acto.
“¿Y… no se cae?” – preguntó alguien.
La joven, en ese momento, levantó los ojos y rápidamente entendió el sentido de la pregunta.  El miembro del robot seguía aún erecto como si nada…
“¡En efecto! – confirmó Sakugawa blandiendo el control remoto en su mano -.  Por mucho que el Erobot evacúe su semen artificial, alcanza con apretar un botón y sus genitales vuelven a llenarse nuevamente en cuestión de segundos…”
“Una… máquina sexual imparable…”
“¡Así es!  Usted lo ha dicho… Un robot no se cansa, un hombre sí…”
“Pero… sin embargo cuando su… secretaria le estaba mamando la verga, pudimos ver bien cómo se le paraba… ¿O eso también fue a control remoto?”
“No, señor…- respondió Sakugawa, siempre con su aire de satisfacción al poder explicar los portentos de su nuevo producto -.  Allí está, justamente, una de las principales virtudes del Erobot… Es capaz de reaccionar tanto a estímulos sensoriales como electrónicos… Su erección puede producirse como resultado de una buena mamada, como recién presenciamos, o bien simplemente como resultado de darle a un pequeño botón en un control remoto…”
“¿Y para qué incluir ambas posibilidades?  Si puede provocársele una erección rápida e instantánea con sólo pulsar un botón, ¿quién va a recurrir a un estímulo convencional?…”
“Con ese comentario, mi querido amigo, usted revela no conocer bien los recovecos de la mente femenina – respondió Sakugawa -.  No estamos dando paso alguno en falso al decidir lanzar este producto al mercado… Hemos testeado bien las preferencias del público femenino a través de encuestas encubiertas, es decir sin revelar el verdadero motivo que guiaba a las mismas.  Y, en efecto, podemos decir que a las damas les  gusta recrear situaciones que les hagan acordar lo más posible a una verdadera escena de sexo y erotismo, por lo cual la estimulación al pene nos pareció algo fundamental… Aun así, también sabemos algo: mientras que el hombre se desestimula muy rápidamente luego del acto sexual y, específicamente, de la eyaculación, en el caso de la mujer es un proceso mucho más gradual en el cual la excitación va cayendo en un lento declive.  Durante esa caída, incluso, la mujer puede volver a excitarse sin problemas o, inclusive, mantener la excitación, pero claro: se encuentra con el problema de que su compañero sexual no está en condiciones de responder a tan rápida demanda…”
“Ya entiendo a qué va el asunto… ¡Un robot sí podría hacerlo!”
“¡Exactamente!  Es el amante perfecto que la mujer requiere y necesita, es decir alguien que sepa acompañarla en ese momento en el cual ella quiere continuar pero él no puede… En este caso, ¡él sí puede!”
Las expresiones de asombro se habían apropiado del lugar; los accionistas de World Robots no terminaban de dar crédito a sus ojos y oídos.  De acuerdo a lo que estaba diciendo Sakugawa pero también a lo que habían visto, estaban ante algo realmente grande… Cuando el magnate empresarial había dicho que el nuevo producto revolucionaría el mercado, no sólo no sonaba ahora para nada exagerado sino que además hasta parecía sonar a poco.  El Erobot podía cambiar, definitivamente, las pautas de la conducta sexual de allí en más: podía significar, para la sexualidad de las mujeres, lo mismo que la aparición del ferrocarril había sido en su momento para la aceleración de los transportes y las comunicaciones.  Quizás, la era del sexo convencional estaba empezando a quedar atrás: dos millones de años de una determinada sexualidad para producir, ahora, el quiebre hacia otra enteramente diferente.
“Geena, ponte de pie” – dijo el líder empresario dirigiendo la vista a su secretaria, quien aún permanecía de rodillas en el piso.
La joven, aún temerosa y vergonzosa, se incorporó y se acomodó un poco la ropa.  Le fue imposible no echar un rápido vistazo al magnífico pene del androide que lucía increíble e insaciablemente erecto luego de haber eyaculado hacía contados instantes… Claro: no resultaba tan increíble si se pensaba que era justamente un androide: un organismo artificial…
“Gírate y apoya las manos sobre la mesa” – le ordenó Sakugawa acompañando la orden con un gesto de su mano.
La joven palideció.  No sabía, verdaderamente, cuál sería la próxima etapa en la demostración, pero viendo  el pene del androide tan maravillosamente erguido, casi podía suponerlo… Obedientemente, se giró y, al hacerlo, no tuvo más remedio que encararse con todos los accionistas de la empresa, quienes la observaban con ojos tan divertidos como pervertidos.  Una vez más, una indecible vergüenza se apoderó de ella; tal como le había sido requerido, apoyó sus manos sobre la mesa y bajó la vista hacia la misma a los efectos de no tener que mirar a la cara a los allí presentes.

Al estar de espaldas a Sakugawa y al robot, Geena perdió noción en ese momento de lo que estaba ocurriendo por detrás de ella.  No pudo ver, por ejemplo, cómo a través del control remoto, su jefe le hacía llegar una orden al cerebro positrónico del androide y éste, en rápida respuesta a la misma, se adelantaba dos pasos hacia la muchacha.  Le apoyó una mano sobre la nuca y, al hacerlo, la obligó prácticamente a inclinarse hasta aplastar sus pechos contra la superficie de la mesa; la muchacha intentó levantar su cabeza pero no podía hacerlo más que unos pocos centímetros ya que el androide no le aflojaba un ápice la presión sobre la nuca.  Mientras la tenía de tal modo, muy hábilmente, con su mano restante, levantó la corta falda de la secretaria para murmullo de los presentes y, luego, sin mediar trámite alguno, le bajó las bragas.  Una vez que la tuvo así de disponible y sin que la joven pudiera siquiera tener tiempo de ensayar respuesta u objeción alguna, la ensartó en su vagina haciendo que de su garganta brotara un largo y prolongado jadeo que fue festejado por todos los presentes.  A continuación y como si no hubiera acabado de eyacular hacía un par de minutos, el robot se dedicó a bombearla con tal ímpetu que la muchacha perdió todo control de sí misma: sus uñas se aferraban a la madera del mueble con tanta fuerza que trazaban surcos en ella, en tanto que su rostro se apretujaba contra la mesa como si quisiera pasar a formar parte de la misma.  La cara se le contrajo en una mueca del más indescriptible e inédito placer y cerró los ojos mientras sus sentidos viajaban a algún mundo distante…

El robot seguía bombeando y bombeando, acompañado, una vez más por los comentarios, aplausos y vítores de los presentes de quienes no era posible determinar si el motivo de su festejo era el saber las pingües ganancias que sobrevendrían de allí en más o si, simplemente, estaban dando rienda suelta a su costado más perverso y voyeur.
El cuerpo de ella se comenzó a sacudir con tal fuerza que sus lentes cayeron sobre la mesa.  El portentoso miembro que parecía cualquier cosa menos artificial, seguía penetrándola una y otra vez y ella se supo cerca del orgasmo… En algún rincón oculto de su vergüenza quería reprimir ese momento, como si una parte de ella tomara conciencia de que estaba siendo cogida en público por primera vez en su vida.  Sin embargo, otra parte de ella dominaba su cuerpo y sus sentidos al punto de desear que aquello no terminara nunca, que siguiera y siguiera…
Cuando el robot alcanzó el orgasmo, ella pudo sentir el calor de la leche en su interior y, una vez más, no pudo creer que aquella criatura fuera un ser artificial, una pieza de ingeniería.  En lugar de aminorar el ritmo al llegar al orgasmo, el robot, por el contrario, pareció incrementarlo.  Los pechos de Geena se zamarrearon y se estrellaron mil veces contra la madera de la mesa al igual que su rostro, estrujada su mejilla contra la misma en un rictus de infinito placer que se apoderaba de ella al punto de privarla de toda voluntad consciente.  Ya no pudo contener los jadeos, que se fueron convirtiendo en gritos… Un placer único, imposible de describir con palabras, la gobernaba en todo su ser, a  tal punto que deseaba, por un lado, que el robot terminara de una vez por todas con tal tortura pero, por otro, que siguiera indefinidamente sin importarle a la joven si en ello le iría la vida.  El robot la hizo acabar una vez, pero continuó bombeando e incrementando el ritmo: fue inevitable para ella acabar otra vez… y otra… y otra… y otra… Aquello que estaba viviendo no era, definitivamente, una escena de sexo: era el deseo femenino llevado al más alto grado de placer al que hubiera llegado nunca… Y allí residía, sin duda, la principal virtud del Erobot: era capaz de explorar e ir más allá, haciendo llegar el éxtasis sexual de una mujer hasta límites a los cuales ningún hombre de carne y hueso era capaz de llevarlo.  En efecto, si algo estaban entendiendo todos aquellos maníacos que, con ojos perversos y libidinosos, contemplaban la escena, era que el Erobot llevaría la sexualidad de una mujer a una dimensión insospechada, la cual siempre había estado allí pero a la cual ningún hombre había jamás llegado.  De algún modo, todos y cada uno de los presentes podían trazar una analogía entre aquel robot clavando su miembro artificial en aquella secretaria y aquel astronauta clavando una bandera en la luna… Esta vez no era un gran paso para el hombre, sino para la mujer… Y para World Robots, desde ya…
Cuando finalmente el robot retiró su verga, la joven quedó sobre la mesa aún aplastada y carente por completo de energías: estaba exhausta, rendida, entregada… y sabiendo que acababa de participar de un hecho histórico…  El aplauso cerrado que se levantaba venía a coronar tal suposición.  Ya no había comentarios soeces, ni burlas, ni risas… Ahora lo que reinaba en el recinto era la admiración y la conciencia de estar presenciando algo que cambiaría la historia.
“Al igual que hemos hecho con todos nuestros modelos anteriores – explicó Sakugawa -, hemos insertado en el cerebro positrónico del robot las tres leyes de Asimov, más una cuarta ley específica en relación a la labor a la que se le ha destinado…”
“¿Podría recordarnos las tres primeras? – preguntó alguien -.  Las de Asimov… Sepa disculpar mi mala memoria, pero yo, como muchos de los que nos hallamos aquí, sólo nos interesamos por los números del negocio que manejamos y muchas veces prescindimos de los aspectos técnicos que hacen al mismo… No digo que esté bien, pero, en fin, lo cierto es que los tecnicismos se nos escapan…”
“Ningún problema… – concedió Sakugawa, con su eterna sonrisa amable -.  Primera Ley: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño… Segunda Ley: un robot debe obedecer las órdenes impartidas por un ser humano en la medida en que tales órdenes no entren en conflicto con la primera ley… Tercera Ley: un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que ello no entre en conflicto con la primera y segunda ley…”
“Bien… hasta allí Asimov, ¿verdad? – interpuso alguien -.  ¿Y cuál es la cuarta ley que, en este caso, le hemos implantado?”
Sakugawa volvió a sonreír y sus ojos destellaron un cierto deje de picardía.
“Un robot debe dar siempre el mayor placer posible a un ser humano en la medida en que ello le es requerido…”
Un momento de silencio se produjo en la sala.  Si de algo a nadie le quedaban dudas era de que allí, en ese mismo lugar, acababan de tener ante sus ojos una demostración práctica de hasta qué punto el Erobot era capaz de llevar a su mejor cumplimiento la “cuarta ley”.
“¿Y no tenemos mujeres robot? – preguntó alguien, en tono de sorna -.  ¡Quiero una!”
El comentario fue, desde luego, coronado por las carcajadas de todos.  Sakugawa, cortésmente, también rió, aunque de un modo muy leve y, cuando continuó hablando, lo hizo una vez más con la sonrisa dibujada en su rostro.  Hizo una seña a su jefe de ingenieros, quien se acercó prestamente y le puso en su mano un segundo control remoto.  Una vez que el líder empresarial lo pulsó, los presentes lanzaron al unísono una única interjección de asombro cuando vieron descorrerse la cortina y aparecer, algo por detrás del androide muchacho, un no menos magnífico ejemplar de robot – hembra… La mujer más bella y despampanante que en sus vidas hubieran visto se hallaba allí, esbelta y altiva en su desnudez…
                                                                                                                                                 CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “Mi nueva vida 6” (POR SOLITARIO)

$
0
0

Sábado 4 de mayo

Me despiertan los movimientos de Mila. Está amaneciendo. La claridad se cuela por los ventanales. El cielo de color azul oscuro, limpio y diáfano augura un buen día.

Marga se ha desplazado al otro lado y están besándose y acariciándose.

Las observo. Me gusta verlas, encendidas, los ojos brillantes, los carnosos labios hinchados y rojos por los continuos roces, las lenguas lamiendo sin descanso, la boca, las mejillas. Se mordisquean el cuello y las orejas. Runrunean como dos gatas.

Mila me da la espalda, acaricio su hombro desnudo. Se gira, me mira y me acaricia la cara con su mano. Sus dedos huelen a sexo, a coño, reconozco el aroma, es suyo, se ha estado pajeando. Seguramente Marga se ha dado cuenta y quiere calmar su excitación.

Decido ayudar. Paso mi mano derecha bajo su brazo hasta llegar al pecho. Pellizco suavemente el pezón y oigo su gemido. La respuesta es rápida, se endurece. Su querida amiga le hace algo en sus partes que le gusta. Me embelesa el color rojo de sus labios, su lengua los recorre en un gesto que me provoca una erección imparable, dolorosa.

Bajo la mano a lo largo del costado hasta llegar a su cadera. Esta desnuda bajo la manta.

Marga le acaba de quitar el vestido por los pies. Son los movimientos que me han despertado. La estaba despojando de la ropa.

Mi mano se encuentra con la de su amiga sobre el vientre. Dedea su rajita. Dirijo mi mano a su culo y acaricio el ano. Encoge las rodillas y me facilita la entrada. Mi polla esta dura, ensalivo mis dedos y froto su orificio.

Con sus manos separa las nalgas, como tantas veces la he visto hacer a través de mis cámaras, ofreciéndome el regalo de su hendidura.

Amalia ataca por mi retaguardia. Empuja mis pantalones hacia abajo. Salta como un resorte y golpea la nalga de Mila. La atrapa con su mano y la coloca en su ojal, empujo y entra con facilidad hasta el fondo. Contrae y expande su esfínter a voluntad, provocando sensaciones desconocidas para mí. Se mueve, estoy a su merced. Es ella quien controla y dirige toda la acción. Sus conocimientos sobre el sexo son prodigiosos.

Abrazo su cuerpo desde atrás, atrapo sus suaves pechos, como tórtolas palpitando. Siento los latidos de su corazón en mi mano. Acelera. No puedo dejarme ir, debo resistir hasta que ella llegue a la culminación. Marga me mira y lleva sus dedos a mi boca, saben a Mila, a su sexo, es un sabor que ahora me fascina. Me la comería entera. Me metería entero dentro de su cuerpo. Como volver a la matriz. Fundirme con ella.

Su amiga sigue excitando su clítoris y con sus movimientos y los míos llega a un orgasmo brutal, estira y encoge sus piernas y brazos en feroces estertores.

Y se desvanece.

Mila le contó a Ana que ese fue el inicio de su carrera como puta, una característica que comparten madre e hija. Se desmayan en situaciones de extrema excitación.

No podía imaginar que le ocurriera conmigo, claro, conmigo y con Marga.

¿Estaría fingiendo?

Estaba entre mis brazos, como un cervatillo, sentía latir su corazón con velocidad y fuerza inusitadas. Besé su frente.

¡¡Joder, la quiero!!

Es bonita, inteligente, un cuerpo precioso, me quiere, le gusta el sexo y un montón de hombres han pagado y están dispuestos a pagar por follar con ella. Y a mí no solo no me cobra, me paga. Pensándolo fríamente es el sueño de cualquiera. Pero la zorra me lo ha negado hasta ahora. Claro que yo me hubiera negado, antes no sabía lo bueno que es.

Cada vez entiendo mejor la forma de pensar de mi mujer. Y ahora me gusta más. Ahora la conozco mejor.

Marga me mira con el semblante triste. Acerco la mano derecha a su mejilla y la acaricio. Chupa mis dedos, deben saber a culo de Mila.

¡¡También la quiero!!

Me fije en ella antes que en Mila, era la loquilla del grupo, siempre alegre, dicharachera, creo que primero me enamoré de ella. Luego Mila me zarandeó, me follo y me hizo marido y padre.

Amaba a aquellas dos mujeres, las deseaba. Estos sentimientos me hacían dudar del éxito de mis planes.

Se acerco hasta ceñirnos a los dos. Y nos fundimos en un abrazo colmado de sensaciones. Mi pecho se henchía. Me inunda la alegría. ¡Me siento feliz!

Al volverme veo a Amalia mirándonos afectuosamente. Alarga su mano y acaricia mis cabellos. Se acerca y me besa los labios.

Por el rabillo del ojo veo a Edu moverse. Con un gesto les advierto del peligro.

Es Amalia quien reacciona, arregla la ropa bajo la manta y baja su camiseta, cubriendo sus exuberantes pechos. Se levanta y se dirige hacia su marido, en tono imperativo.

–¡Edu, acompáñame anda, que tengo que ir al servicio!.

Se levanta y la sigue. Amalia al salir se vuelve y sin que la pueda ver su marido guiña un ojo y nos invita a seguirlos. Nos levantamos, las chicas se arreglan la ropa y salimos.

El servicio estaba en el extremo del corredor que linda con la habitación donde habíamos instalado a las niñas, que se quejaban de que a través de la pared se oía hasta los pedos.

Se despertaron Ana y Clau, Mili y Elena seguían durmiendo. Por señas les indicamos que guardaran silencio y escucharan.

Oímos a Amalia.

–Joder Edu, haz lo que te digo. Tiéndete en el suelo, boca arriba.

–Pero ¿Qué vas a hacer?

–Estoy muy caliente y necesito que me lo comas, ahora.

–Puagg. Lo tienes chorreando. ¿Qué te pasa?.

–Pues que durante la noche he tenido sueños húmedos y mira como me he puesto. ¡¡Come!! ¡¡Cómetelo, cabrón!!

¡¡Ahhhhyyy!!

¡Qué gusto me da, sigue, sigue, chúpamelo todo, con la lengua, más adentro, el culo también chupa, chupa!

¡¡Trágatelo!!

No escupas, traga lámeme el ojete. Maricon.

–Podd favod –malia no te –ientes en—-ma. No edo –es—-rar. Ne aoggo.

–¿Pero qué haces? ¿Te estás meando encima? ¡Qué asco! ¡Guarraaaa!

–Sigo caliente, Edu. Métemela. Los demás han debido estar follando toda la noche por cómo se movían y mi coño estaba chorreando. ¡Ay!. ¡Ay! ¡¡Me corrooooo!!!

En la habitación no podíamos aguantar la risa que nos producía aquella situación. Mila les explico quedamente a las niñas lo que sucedía. Y tampoco ellas podían resistir las carcajadas.

Para mi aquello suponía una pírrica victoria.

Me debatía entre dos sentimientos encontrados. Por una parte el amor que sentía por aquellas mujeres, por otra el resentimiento que me invadía al pensar en sus actividades.

Dicen que el doctor tiempo casi todo lo cura.

El resto del día transcurre entre juegos y excursiones. Edu andaba cabizbajo, apesadumbrado.

Cuando tuve ocasión hable con Mila sobre lo que había pasado anoche al salir ella y detrás Edu.

–José, sigues desconfiando. Me apoye sobre la barandilla, vino hacia mí. Pretendía follar, aunque dudo que pudiera hacerlo por su borrachera. Intento bajarme el pantalón y le dije que no. Saco unos billetes para que fuera con él al garaje, en el coche, me negué, le dije que tú estabas aquí. Él insistió diciendo que en que otras ocasiones lo habíamos hecho estando tú también.

–Espera, ¿Cuándo ocurrió eso?

–En una ocasión. Una vez en casa, estando tú.

–No me jodas, ¿Cuando?

–Una noche que los invitamos a cenar, hará un año o así.

–Y ¿Cómo?

–Por favor, no te enfades. No quiero hacerte más daño.

–Cuéntamelo.

–Mientras tú preparabas la comida en la cocina con la ayuda de Amalia, los niños estaban jugando en el salón y Ana no había llegado todavía.

Traía el dinero en la mano, me lo dio y salimos por la puerta de la terraza de la habitación de Ana. Estaba oscuro. Apoye los codos en la barandilla, el me levanto la falda me quitó las bragas y me follo el culo mientras magreaba mis tetas.

Fue rápido, yo ni me enteré. Se llevo las bragas como trofeo.

No nos dimos cuenta, Amalia estaba escuchando lo que Mila hablaba. Se acercó.

–Mila. Eres una guarra y una puta. Me costara mucho olvidar esto y no sé si lo lograre. Pero si te puedo decir que me consuela haber follado con José y haber disfrutado de los mejores orgasmos de mi vida con él. Además ha tenido el privilegio de desvirgar mi culo y yo de disfrutarlo. Tu a saber cuando y donde dejaste los virgos.

–José, me tienes a tu disposición para hacer conmigo lo que te apetezca, incluido que me utilices como puta en tu negocio. Y si piensas en hacerle una trastada a esta mala amiga, cuenta conmigo. Para lo que sea. En cuanto a Edu, ese calzonazos, va a llevar cuernos el resto de su vida.

–Como yo, ¿no es así? Pero gracias, Amalia, lo tendré en cuenta. Y por cierto tienes un culito muy estrecho, debemos ensancharlo. También he de decirte que he hecho verdaderos esfuerzos para no correrme y al final no he podido evitarlo. Estas muy buena y tienes que aprovecharte de lo que la vida te da.

¿Te vienes conmigo al pueblo por vino para esta noche?

–Cuando quieras

–Vamos Mila, acompáñanos.

Se lo decimos a los demás y salimos con mi coche rumbo al pueblo.

Una vez en marcha, por el carril en muy mal estado, íbamos muy lentos.

A un kilometro de la casa, me detengo en un pequeño eucaliptal cerca de un arroyo.

Bajamos los tres.

–Amalia quítate las bragas por favor.

–Jajaja. No llevo José y seguramente no volveré a llevarlas nunca.

Abro la puerta trasera de la ranchera.

–Siéntate aquí y échate para atrás.

–Mila, ven a comerle el coño.

Mila obedece. Al agacharse deja su culo en pompa. Le bajo el pantalón y compruebo que tampoco lleva bragas.

–No te asombres. Esta mañana nos hemos puesto de acuerdo las cuatro en no llevar bragas para dejarnos follar por ti donde, cómo y cuando quieras. Y para facilitarte las cosas, leggings elásticos.

Empújo la cabeza hacia el coño de Amalia.

— Has sido muy mala esposa mía, voy a castigarte como te mereces. Claro que a ti a lo mejor hasta te gusta ¿No es así?

–Si por favor, castígame, pégame, me lo merezco.

Le palmeo las nalgas hasta dejar las huellas de los dedos en su culo. Amalia disfruta de la sabia lengua de Mila. Entorna los ojos y entreabre la boca pasándose la lengua por los labios.

–Amalia ¿Quieres seguir?

–Si, si, me encantará calentar a esta puta, pero no con la mano, con un vara.

Doy una vuelta por los alrededores y vuelvo con una vara flexible de unos sesenta centímetros de largo y uno de diámetro, se la entrego a Amalia.

Sin los leggings, desnudas hasta la cintura las dos, sin bragas eran todo un espectáculo. Los culos de ambas a pesar de ser distintos eran hermosos. Me acerque a Amalia y la bese en los labios. Aquello me excitaba. Me tendí en el maletero de la ranchera con las piernas colgando.

–Mila sube y métetela.

Lo hace. Rodea mis caderas con sus rodillas y se deja caer, con ese movimiento que le he visto hacer con otros. Puta.

Inicia un meneo de caderas que me enloquece. La otra comienza a golpearle el culo con la vara. Eso provoca contracciones de su esfínter vaginal que me producen un placer insoportable. Se inclina adelante y queda sobre mí pecho. Su boca me sabe a gloria, su saliva, mezclada con lágrimas y moco que gotea de su naricilla es delicioso. Y pensar que hace un mes me hubiera dado asco.

Paso una mano entre nuestros abdómenes y accedo a la vulva, masajeo y froto el clítoris mientras Amalia la golpea con furia. Está alterada, muy excitada. Su cara refleja crueldad. Para evitar correrme pienso en el negocio.

Amalia será una magnifica “ama sádica”.

Los lamentos de Mila me conmueven. Llora. Tiene las nalgas enrojecidas. Detengo los golpes.

–Amalia, colócate sobre Mila, boca abajo. Voy a follarte sobre ella.

Se coloca y la penetro, con furia, por el coño, los empujones se transmiten a través de su cuerpo al de Mila que soporta el peso y los envites. Gime, llora, maldice. El roce de los muslos de Amalia en su culo le escuece y la excita hasta hacerla gritar.

Se corre Amalia pellizcando el cuerpo y las tetas de Mila. La insulta, las injurias salen a borbotones de su boca, está trastornada. La aparto. Le hemos hecho daño.

Mila sigue en la misma postura. Acaricio y beso sus magulladas nalgas, cojo mi miembro y lo apunto a la suave hendidura de su vagina y la penetro. Con la mano bajo el vientre, alcanzo y excito el clítoris con los dedos. Amalia quiere participar, sube a la ranchera, se sienta frente a Mila y coloca el coño en su boca. Mila lo chupa lengüetea sorbe el elixir de su vulva, exhala un suspiro y se corre. Al verla se acelera mi corrida dentro de su cuerpo. De su delicioso cuerpo.

El castigo infringido a Mila no es un capricho. Amalia ha saciado su sed de venganza, con lo que disminuye su agresividad y así puedo evitar enfrentamientos mayores. Por otra parte debo demostrar a Mila que realmente soy el chulo que ella espera que sea.

A mí no me entusiasma infringir dolor a nadie, menos a personas a las que quiero. Incluso haciéndola gozar con los golpes siento un rechazo hacia estas prácticas. Me parecen enfermizas.

Tal vez debería facilitar tratamiento psicológico a Mila, al menos para tratar de saber el porqué de sus desviaciones.

Seguimos el camino y vamos a comprar vino y pan. De vuelta a la casa. Mila nos cuenta que en una ocasión la invitaron a asistir a la producción de una película, porno por supuesto.

–¿Entonces hay por ahí una película en la que estás tú follando?

–Sí. Me aseguraron que la productora era japonesa y esa era la zona de distribución. Me pagaron poco por mi actuación y solo trabaje en un video.

Desde luego esta mujer no tenia desperdicio.

–Después he seguido en contacto, con los que me llamaron, porque me siguen facilitando citas, acompañando a gentes de ese mundillo cuando vienen a Madrid.

–Y ¿que hacías en el film?

Mila me mira y baja la vista. Mi pregunta le afectaba.

–Pues algo normal en ese tipo de películas. Como tengo cara aniñada me dieron el papel de niña caliente que seduce a su padre y a su madre, metiéndose en la cama de ello mientras duermen. Después aparece un amigo del padre estando ella sola en casa y se lo lleva a la cama, pero…

–Pero ¿Qué? Sigue.

–Mira, mejor te lo doy cuando lleguemos a casa y lo ves.

–¿Hay algo que no quieres contar?.

–Veras, el tal amigo era negro y se calzaba un aparato descomunal. A partir de entonces me aficioné al fisting. Allí conocí a Mariele y ella me inició en estas prácticas sexuales. Eso es todo.

Inaudito. Increíble. ¿Cómo una persona, una personita tan delicada, puede cometer tales brutalidades?

Y yo, imbécil de mí, sin enterarme de nada. Debo reconocer que Mila es una verdadera actriz con una inteligencia para el engaño insuperable.

Trato de no darle más vueltas a la cabeza. Debo reconocer que Mila es una mujer excepcional. Lo experimenta todo, no le hace ascos a nada. A veces me asquea a mí, pero lo compensa dándome un placer indescriptible.

Detengo el vehículo en un claro. Extiendo los brazos sobre el volante. Vuelvo la cara hacia mi derecha. Miro a Mila.

–Dime, ¿cómo empezó tu “relación” con Edu?

Se vuelve hacia mí con ojos escrutadores.

–De la forma más estúpida del mundo. Un día, hará unos dos años, estaba tomando café en un bar en Gran Vía, me sisearon por atrás y me lo encontré acompañado de uno de mis clientes, estaban hablando de negocios.

Cuando se quedó solo vino hacia donde yo estaba, se sentó a mi lado y me dijo que me invitaba a una copa.

Por la forma de decirlo ya sospeche que el otro imbécil le había hablado de mí y de lo que hacía. Le contesté que no, gracias, insistió y al ver que me levantaba para irme me cogió de un brazo y me obligó a sentarme. Ya lo veía venir.

Me dijo que el tipo que se había marchado le había contado que yo era una experta en anal, que “como yo ninguna en Madrid”. Le había facilitado los datos para acceder a la página donde podía contactar para follar. Intente, por todos los medios, de disuadirlo, pero me amenazo en contártelo a ti, y poner una hoja en el tablón de anuncios de la empresa con mis datos como puta. Yo jamás hubiera aceptado a un conocido o amigo tuyo como cliente.

–¿Y el marido de Claudia? También te follaba. ¿Era otro chantaje?

–No José. El marido de Claudia era mi cliente antes de conocerte a ti. Yo le presenté a Claudia. Quería chulearme, que trabajara para él, era muy joven y tenía muchos pajaritos. Al hacerse novio de Claudia, me dejó tranquila, hasta que hace tres o cuatro años, quiso follar otra vez. Me habló de facilitarme clientes y acepté. Intento cobrar comisión por los contactos y no se lo permití.

Reanudamos la marcha.

Al llegar a la casa vemos a las chicas y los niños esperándonos en la entrada, ha ocurrido algo.

–¿Qué os pasa? ¿Qué hacéis todos aquí?

–¡Edu se ha vuelto loco!. Ha intentado violar a Marga y menos mal que ha podido pararlo. Se ha encerrado en el salón y no quiere salir.

–Marga, dime, ¿Qué ha pasado?

–Lo que se esperaba de este malnacido. Me preguntó dónde estaba Amalia, yo le dije que había bajado al pueblo con vosotros por vino y pan, estábamos solos en la cocina e intentó besarme. Había bebido, olía a alcohol. Le di un tortazo y se cabreó.

Me llamó puta, tortillera y no sé cuantas cosas más, se abalanzo sobre mí, que casualmente estaba fregando una sartén y le di con ella en la cabeza. Fue peor.

Me golpeo, diciéndome que todas éramos unas putas calientapollas, que Mila anoche no se dejo follar y llevaba el dinero encima para pagarle, que, “que más queríamos”.

Entonces, para rematarlo le dije que la que era una puta era su mujer, que había estado toda la noche follando con José y todas nosotras.

En ese momento entraron Claudia y las niñas y me salí con ellas. El se encerró por dentro y no quiere salir.

Me acerco a la puerta del salón para hablar con él.

–Edu, ábreme, tenemos que hablar. Abre por favor.

Se acercan Mila y Amalia.

–¡¡Edu, abre y sal de ahí, venga!!

–Amalia, no lo exacerbes más. Déjame a mí.

–¿Que lo deje? Claro que lo voy a dejar, es el hombre más envidioso y ruin del mundo. ¿Sabes qué me dijo una vez?. Que tu y Mila erais solo fachada, que detrás de vuestras vidas había mucha mierda y os creíais superiores. Que nos mirabais por encima del hombro, ¡que si el hablara!.

Escuchamos ruido dentro y opte por dar la vuelta y asomarme por la ventana de atrás.

Lo que vi me puso los pelos de punta. Sus movimientos eran torpes. Se había subido a la mesa y con un cordel atado a la lámpara del techo, intentaba ahorcarse.

La ventana no tenía reja. Desde abajo lance una piedra y partí el cristal, al oír el estruendo Edu resbalo y se cayó al suelo.

En el bajo de la casa, donde la herramienta, había una escalera, la coloque sobre la pared, subí y entre por la ventana rota.

Edu estaba en el suelo lloraba, se quejaba de una mano o el brazo. Lo sujeté y acompañe al sillón y lo senté. Fui a abrir la puerta para que entraran las mujeres.

Mila vendo el brazo, que parecía roto o magullado, para inmovilizarlo. Recogimos todo y nos marchamos. Dejamos cerradas las contraventanas de madera, el cristal roto se lo pagamos a la dueña.

Conduje el coche de Edu con Amalia y sus niños hasta una clínica, deje allí a los padres y me lleve a los niños.

Los sucesos impresionaron sobre todo a Ana y Claudia hija. De vuelta a casa les hablé de las consecuencias catastróficas que traían la lascivia, las prácticas sexuales desordenadas, sin control, mezcladas con el alcohol. Querer ir en contra de los convencionalismos sociales, estaba bien a nivel teórico, pero en la práctica, en la vida real, no funciona. La presión de la mayoría, que permanece entre tinieblas en la cueva, es demasiado grande.

Es lo que había llevado al desastre de nuestra familia y de las que nos rodeaban.

El resto del sábado lo pasamos en casa con Marga, Claudia con sus hijas y los hijos de Edu que no querían volver a casa, decian que su padre estaba loco.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Maquinas de placer 03” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

 

Esa tarde, mientras Jack Reed regresaba por la atestada autovía camino de su casa, no cabía en sí mismo de las ganas de llegar debido a la ansiedad que tenía por cargar el VirtualRoom con los nuevos datos y así poder hundirse en su nueva y doble fantasía… Poco antes de salir del trabajo había pasado por el despacho de Carla Karlsten, encontrándose con el patético espectáculo de ver al muchacho nuevo lamiéndole el calzado; el joven, semidesnudo, lucía marcas tanto sobre sus nalgas como sobre su espalda que evidenciaban que la perversa jefa lo había sometido al látigo y la fusta.  Miss Karlsten había hecho, sin más, pasar a Jack a su despacho, de lo cual podía inferirse que poco le importaba tomar recaudos o que, incluso, se complacía en mostrarle la condición a que había reducido al nuevo empleado.  Por lo pronto, Jack se mostró lo más impertérrito posible, no tanto porque la visión no le turbase sino porque sabía que si demostraba asombro o admiración, sólo contribuía a alimentar el ego de su jefa, cosa que no quería hacer.  Con gesto indiferente, dejó sobre el escritorio los informes y el detalle de los contactos realizados para que el acreedor lograse cobrar la deuda.  Una vez hecho eso, simplemente dio media vuelta y se marchó…
El vehículo, conducido por su robot, fue dejando atrás la zona más atestada de la ciudad e ingresando en la periferia de Capital City.  Pronto, trasponían el portón e ingresaban en la propiedad.  Lauren le recibió en el porche y había que decir que estaba tan hermosa como siempre.  Un súbito acceso de culpa se apoderó de Jack al ponerse a pensar que estaba dejando de lado el bocado que la vida le había servido en bandeja para arrojarse a una mera fantasía virtual.  Sin embargo, tan rápido como llegó, tal pensamiento se fue; le dio un corto beso en los labios a su esposa y se adentró en la casa, obviamente en busca de la habitación blanca.  Ella le hizo algunas preguntas y él contestó muy escuetamente y casi por obligación.
“¿Ya vas a encerrarte con esa porquería?” – le espetó ella con acritud, pero sin lograr detenerle.
Unos instantes después, Jack utilizaba un “data driver” para pasar  a la memoria del aparato la información almacenada.  Mientras lo hacía, fue revisando las configuraciones de las fantasías anteriores y al ir recorriendo en la pequeña pantalla los datos previos, se encontró, como no podía ser de otra manera, con la figura de Theresa Parker una y otra vez.  Al verla, escultural y espléndida, sintió que no era justo reemplazarla, pero rápidamente montó sobre la otra mitad de la pantalla la imagen de Elena Kelvin a los efectos de comparar.  Miró a una, miró a la otra: por mucho que se devanaba los sesos, era imposible quedarse con una; definitivamente tenían que ser las dos.  Así que, en lugar de vaciar la memoria, simplemente se dedicó a instalar los datos nuevos, dejando así la capacidad al límite.  Quedaba por construir el escenario de la fantasía: bosque, sierra, lago, selva subtropical, desierto, playa…; sí, playa, eso era…
Temió que en algún momento el artefacto colapsara ante tanto dato pero dio señales en todo momento de tolerar la información, cosa que Jack celebró con un puño en alto.  Se ubicó sobre el sillón viajero y se colocó la vincha metálica; una vez que la hubo ajustado a sus sienes, pulsó el botón del apoyabrazos y los grilletes se cerraron sobre sus muñecas y tobillos….
Todo se desvaneció en derredor.  La habitación blanca se esfumó… y Jack se encontró caminando sobre una playa de arenas tan blancas que se confundían con la claridad misma de un sol que, desde lo alto del cielo, irradiaba tanto calor que podía sentirse sobre la piel como si fuese real.  Jack Reed inspiró profundamente y, en efecto, olió mar… y sal.  Con todo lo que dijeran del VirtualRoom, estaba claro que era una de las grandes maravillas generadas por la tecnología.  A su derecha y a su izquierda, altas palmeras eran mesadas por la suave y cálida brisa; una gaviota voló por sobre su cabeza y él la siguió con la vista hasta que, súbitamente, se esfumó en el aire como si nunca hubiese estado allí… ¿Una falla de la máquina o del programa?  Imposible saberlo; de todas formas, olvidó rápidamente el asunto ya que en ese preciso momento apareció, por detrás de unas dunas, la figura de diosa de la conductora televisiva Theresa Parker, quien le miraba fijamente con ojos ávidos de sexo… La había visto cientos de veces pero, aun así, cada nueva aparición de ella seguía siendo igual de impactante que la primeara… Lo distinto, esta vez, fue, en todo caso, que Jack percibió, a través del rabillo del ojo, que había, claramente, alguien más en la escena; en efecto, y tal como era de prever, al girar más decididamente la vista se encontró con la descomunal Elena Kelvin…
Definitivamente, el VirtualRoom era una maravilla.  ¿Cómo era posible que hubiese quienes lo cuestionaban?  Viendo a aquella increíble mujer ante él, Jack Reed sólo podía pensar en lo mucho que había deseado tenerla ante su presencia desde que la viera en ese aviso publicitario en la azotea de un edificio.  Pues bien: sólo habían pasado algunas horas y ya la tenía frente a él: ¿no era acaso una de las grandes injusticias de la vida que uno tuviera que morirse sin haber experimentado nunca el hacer el amor con la mujer de sus sueños?  El VR, en definitiva, sólo contribuía a hacer la vida menos exclusivista, más justa y más placentera: ¿cuál era el mal en ello?  ¿Qué importaba que todo aquello fuese tan sólo una mentira virtual?  ¿Cuál era el problema ético que planteaba el engañar a la mente y a los sentidos cuando el objetivo de ello era la propia dicha?   Viendo a las dos esculturales mujeres que allí se le ofrecían, ¿podía, de hecho, pensarse en algo más placentero?   Quizás dos de los más sensuales ejemplares del sexo femenino en el planeta entero estaban allí, en su fantasía, en ese mundo al que, en definitiva, él manipulaba y controlaba a su antojo… ¿Una mentira?  De ningún modo; desde el momento en que la propia mente lo veía como real, era exactamente lo mismo que si lo fuera… Y su pene erecto era la más perfecta demostración de ello… 
Ambas beldades avanzaron hacia él, una por la derecha y la otra por la izquierda; bañados por la luz del sol, sus cuerpos lucían etéreos y angelicales en su preciosa y perfecta desnudez.  Jack apoyó una de sus manos sobre el seno derecho de Elena Kelvin y la restante sobre el izquierdo de Theresa Parker.  El contacto operó como un cimbronazo y al masajear y estrujar esos hermosos pechos, Jack no podía menos que pensar en lo increíble que le resultaba creer que hubiese gente capaz de cuestionar al VR: ¿era acaso posible imaginar una reproducción tan perfecta?   Sus dedos no sentían al tacto otra cosa más que piel y carne que estaban, por cierto, llenas de vitalidad.  Era imposible imaginar una escena más perfecta: la rubia y la morocha, deseables e inalcanzables cuando se hallaba en el comedor de su casa o en el habitáculo de su auto, y sin embargo ahora plenamente tangibles pues, ¿qué importaba, después de todo, que el contacto no fuera real cuando tanto las yemas de sus dedos como su cerebro estaban convencidos de que sí lo era.  ¿En dónde está escrito que sea malo o éticamente incorrecto engañar a la mente y a los sentidos?, pensaba Jack: ¿acaso vivir no se trata de pasarlo bien la mayor parte del tiempo posible?
Pudo notar cómo los pezones se iban poniendo rígidos bajo la presión de sus dedos, al tiempo que los rostros de ambas adoptaban una expresión de un intenso y, diríase, celestial goce.  Theresa Parker fue la primera en llevar su boca hacia la de Jack; lo hizo despaciosamente y esa misma lentitud aumentó la adrenalina del momento: cuando por fin esos labios tan hermosamente carnosos y rojos se confundieron con los suyos, Jack sintió que el pulso se le aceleraba pero, aun así, se entregó a aquel océano de lujuria en el que la vista se le extraviaba y el resto de sus sentidos se ahogaban.  Le tocó luego a Elena Kelvin acercarse; la conductora televisiva se hizo un poco a un lado para dejarle lugar, pero ello no significó en modo alguno que se fuera a mantener inactiva: por el contrario, al momento en que la modelo introducía su lengua por entre los labios de Jack cual si se tratase de una serpiente ponzoñosa y a la vez lasciva, Theresa se arrodilló sobre la blanca arena e introdujo en su boca el miembro de Jack, ya bien erecto desde hacía un buen rato. 
Reed cerró los ojos en un reflejo mecánico y, al hacerlo, tuvo la sensación de que los más variados colores le desfilaran entre las pupilas y los párpados: sabía bien que lo que estaba viviendo bien podía ser la mayor experiencia sensorial en toda su vida… y mientras la conductora televisiva le devoraba su miembro como si estuviera decidida a no soltarlo nunca, él se entregaba, manso y dócil a los apetitosos labios que en esa misma mañana le habían generado tantas fantasías desde una publicidad tridimensional.
Elena le mordió el labio inferior y se lo estiró provocándole la más sublime mezcla de dolor y placer; una vez que se lo soltó, ella apartó su rostro unos centímetros y le dedicó una mirada cargada de deseo y lujuria.  Acto seguido,  la modelo de cabellos negros se arrodilló en la arena junto a la rubia conductora y, así, ambas beldades se dedicaron a lamerle el miembro desde ambos flancos; luego, Elena se lo introdujo en su boca casi completo mientras Theresa le lamía los testículos.  Jack Reed se sentía a punto de explotar…; todo parecía darle vueltas alrededor: el sol, el mar, las palmeras, todo giraba en una especie de gran vorágine… y se sintió caer, caer, caer… muy despaciosamente y como si su cuerpo estuviera dotado de una cierta ingravidez.  Pronto se encontró de espaldas contra la arena y al extender los brazos para hundir sus dedos en ella, la pudo sentir correr por entre los mismos sin el más mínimo atisbo de que no se tratase de arena real.  Las dos muchachas seguían dedicadas por completo a sus genitales: una mamándole la verga, la otra lamiéndole los huevos.  De repente, ambas parecieron olvidar por un momento su festín y alzaron sus cabezas a un mismo tiempo para mirar a Jack con ojos que hacían remitir a vampiresas.  Elena Kelvin se le echó encima y se sentó sobre su erguido miembro, el cual entró en ella de un modo tan delicado que casi no hubo roce.  Theresa, por su parte, se mantuvo arrodillada sobre la arena y bajó la cabeza hasta apoyar sus labios sobre el vello del pecho de Jack Reed; al principio lo besó, envolviendo secciones enteras de piel entre sus labios para levantarlas como si quisiera arrancárselas.  Luego se dedicó a recorrerle todo el pecho con la lengua dejándole surcos de saliva entre el vello mientras que, entre tanto, Elena Kelvin, prácticamente montada sobre él, daba inicio a una cabalgata tan frenética como fantástica.  Jack Reed sintió sus sienes a punto de estallar, pero aun así, optó por entregarse en mente y cuerpo al momento…
El placer alcanzaba techos que no había tocado antes en su vida; el cuello se le hinchaba y el corazón le latía cada vez con más fuerza.  Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró abrir los ojos y, al hacerlo, le pareció que el cielo se volvía borroso, salpicado aquí y allá de manchones celestes que se confundían con un fondo blanco que distaba mucho de parecer nubes, en tanto que ciertas secciones se veían de un negro absoluto.  Jack pensó que era extraño, por cierto, pero lo adjudicó a la intensa excitación que estaba viviendo y, después de todo, en lo que menos podía pensar ahora era en el cielo…, pero cuando, levantando la nuca, bajó la vista para mirar al hermoso rostro de Elena Kelvin quien seguía cabalgando sobre su vientre, tuvo la sensación de no verlo ya tan perfecto como antes.  Jack no sabía qué pensar: ignoraba si se trataba de su imaginación o si la excitación, alcanzado cierto límite, pudiese tener efectos alucinatorios, pero la impresión visual era que, por momentos, secciones completas del rostro se desdibujaban volviéndose difusas o hasta incluso transparentes, a tal punto que a través de ellas podían verse fragmentos de cielo o bien retazos de un blanco intenso; cada tanto, incluso, uno de sus ojos desaparecía… Podía ser también efecto de la luz o del encandilamiento.  Levantando aun más la nuca, bajó entonces la vista hacia Theresa, quien no paraba de lamerle el pecho; Jack se encontró con la sorpresa de que, al intentar asirle sus dorados cabellos, no tuvo éxito y fue como si sus dedos pasaran por entre los mismos del mismo modo que si lo hicieran a través de un holograma y sin lograra asir absolutamente nada… La situación, ya para esa altura, distaba mucho de ser normal y comenzó a preocuparse: ¿qué estaba ocurriendo?…
Un intenso dolor le partía las sienes y pronto comenzó a repercutirle también en el pecho.  Apretó los dientes y dejó caer su cabeza una vez más hacia la arena, pero tuvo la sensación de que caía hacia la nada… Sus sentidos estaban totalmente embotados… Cuando intentó volver a levantar la nuca para mirar en derredor, tuvo la imagen de su propio cuerpo hundiéndose en la arena como si alguien estuviera cavando un foso por debajo suyo y, así, se fue hundiendo hacia un negro abismo sin poder hacer nada para detenerlo: allá en lo alto, y cada vez  más lejos, estaban la conductora televisiva y la modelo publicitaria pero sus siluetas se iban desdibujando y no sólo por la distancia, que aumentaba progresivamente a medida en que él se hundía, sino que además daban la impresión de desvanecerse cada tanto , viéndose por momentos como desenfocadas y por momentos como siluetas vacías cuyo relleno eran sólo líneas horizontales que se movían como si se tratase de  una pantalla de televisión que no recibiera señal algna… Y mientras tanto él caía, caía y caía… El corazón le latía ya con tanta fuerza que lo aturdía y nunca como entonces se sintió cerca del final; le parecía imposible que corazón humano alguno pudiese resistir el feroz golpeteo rítmico a que se estaba viendo sometido… Era la muerte, lo sabía: jamás en su vida la había sentido tan próxima… Y así como instantes antes se había entregado al placer supremo en manos de dos criaturas tan celestiales como virtuales, ahora se entregaba dócilmente dejándose arrastrar en la caída hacia un abismo del cual sabía que no se volvía…
De pronto sintió un violento sacudón; fue como si le hubieran arrancado súbitamente un trozo de cráneo y hasta de cerebro. Sintió una retahíla de golpes en el rostro.
“¡Jack!  ¡Jack! ¡Vuelve!  ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Abre los malditos ojos!..”
Aun dentro del estado en que se hallaba, Jack logró determinar que aquella voz nerviosa y fuera de sí no era otra que la de su esposa Lauren…  Abrió los ojos y se encontró, en efecto, con sus verdes ojos, los cuales lucían terriblemente desorbitados y desesperados.  Lauren, quien acababa de retirarle la vincha del VirtualRoom, pulsó presurosa la tecla que soltaba los grilletes de muñecas y tobillos.  Trabajosamente y con ayuda de ella, Jack se incorporó como pudo; todo le daba vueltas y su esposa le hablaba pero ahora él ya no la escuchaba: sólo la veía mover los labios, en tanto que a sus oídos llegaban una serie de sonidos confusos e ininteligibles… Jack se terminó de poner en pie, aunque sentía que las rodillas le flaqueaban; al girar ligeramente la cabeza pudo ver que la silla del VR estaba siendo objeto de violentas sacudidas; el artefacto parecía haber entrado en malfuncionamiento o bien estar cortocircuitando.  Volvió a dirigir su mirada hacia Lauren; los ojos de ella rezumaban pánico y preocupación: resultaba  evidente que, al verle, ella notaba que algo en él no estaba nada bien.  Jack sintió que la imagen de ella se difuminaba y, por un momento, perdió sentido de dónde estaba el piso y dónde estaba el techo; los dos eran indistintos, como parte de lo mismo.  Supo que estaba perdiendo el equilibrio pero no encontraba la forma de evitarlo; Lauren lo sostenía por la mano pero, a la larga, el peso de él pudo contra la fuerza de ella y Jack se desplomó al suelo cuan pesado era… Luego la habitación desapareció, lo mismo que Lauren…
Cuando volvió en sí, Jack no tenía idea de cuánto tiempo había pasado.  Despertó en un hospital, con un montón de cables y un aparatito conectado a su sistema sanguíneo.  Al echar un vistazo en derredor vio a un hombre al cual, por su traje, supo identificar como médico, así como también vio a dos enfermeras y a la infaltable Lauren.  La cabeza le dolía horrores y le costaba mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo…
“¿Q… qué pasó?” – preguntó, arrugando la frente y entornando los ojos.
“Pues bien – dijo el hombre al que había identificado como médico -, a mis pacientes siempre me gusta decirles la verdad… Usted tuvo un infarto”
En ese momento todas las piezas parecieron encajar en su cabeza.  Desfilaron, una vez más, las dos muchachas: la rubia y la morocha, la presentadora y la modelo, el ambiente ideal, el sol, la playa, las palmeras… y luego los desesperados ojos de su esposa tratando de auxiliarle.
“¿Fue… a causa del VirtualRoom?” – preguntó, dando casi por descontada la respuesta.
“Evidentemente sí: es decir, un infarto se produce como consecuencia de una combinación de cosas pero estar conectado a eso contribuyó a provocar una conmoción demasiado fuerte que puso en serio peligro su vida… – le contestó el médico con un deje de tristeza -; no sé si le sirve de consuelo pero no es ni por asomo el primer infartado que recibimos como consecuencia del uso de ese artefacto… Pero, ¿quiere que le dé una buena noticia?  De todos esos pacientes que hemos recibido, son pocos los que siguen con vida… y usted es uno”
Todo estaba claro, por supuesto.  Jack se daba perfecta cuenta de que lo que debía haber ocurrido no era otra cosa que una sobrecarga de información que había hecho colapsar al aparato… y que lo había dejado a él al borde de la muerte… El médico continuó por un momento con su arenga acerca de los cuidados que había que tener y los peligros de llevar una  vida sedentaria o de no cuidar la alimentación, los cuales se veían potenciados si, además, se exponía al corazón a estados de excesiva conmoción como los que provocaba el VR. 
Jack, fugazmente, echó una mirada a Lauren; sus ojos combinaban tristeza y recriminación.  No era para menos: ella le había advertido varias veces acerca de los peligros que implicaba el abuso del VR.
Jack permaneció unos días en la clínica y luego fue derivado a su casa bajo orden de guardar reposo durante varias semanas.  Al igual que ocurre con cualquier adicción, la tentación por volver a utilizar el VR era demasiado fuerte pero, por fortuna para él, ya Lauren lo había vendido.  Sus actividades, por lo tanto, se dividieron entre pasear por la habitación, mirar por la ventana al parque y, por sobre todo, mirar televisión.  Oteando por la ventana más le tocó más de una vez descubrir a su vecino Luke Nolan hablando con Lauren en la puerta; Jack hervía de rabia al notar los ojos pervertidos con que él la miraba pero le tranquilizaba el que, como fácilmente se advertía, ella buscara la forma de sacárselo de encima lo antes posible; aun así, no pareció tener éxito por completo ya que, en una tarde, Luke le cayó de visita para verle en la habitación.  No había, por supuesto, nada anormal en ello; no se trataba más que de la visita cordial que cuadraba a cualquier vecino que se preciase de serlo cuando se enteraba que alguien había sufrido un serio percance de salud, pero lo que irritaba a Jack era saber que, en realidad, a Luke no le importaba lo más mínimo su estado de salud sino que su único motivo para visitarle fuera gozar más de cerca de la presencia de Lauren; bastaba con observarle para darse cuenta de ello, ya que aun con lo mucho que intentaba disimular, no podía evitar un delator revoleo de ojos cada vez que Lauren entraba o salía del cuarto. 
“Jack – le decía Luke, adoptando un tono conmiserativo -; tienes que cuidar tu salud.  No puedes matarte de esa manera; mira a tu alrededor: tienes una hermosa casa, una esposa maravillosa…”
“Sé que la tengo… – le cortó Jack secamente -.  Ahórrate tus consejos y más bien trata de cuidarte a ti mismo: yo puedo morir con el VR pero tú también vas a hacerlo si te sigues masturbando…”
Al recibir respuestas de ese tenor, Luke bajaba simplemente la cabeza y no volvía a insistir con sus consejos, ya fueran éstos sinceros o no.  Sin embargo, Jack bien sabía que a su vecino no le faltaba buena parte de razón, particularmente en lo concerniente a Lauren.  Hizo, de hecho, en esos días, esfuerzos por tratar de recuperar el encandilamiento o la pasión que en otros tiempos su esposa le despertara, pero lo cierto era que después de haber conocido el VR había entrado en un camino que parecía no tener retorno: la angustia post – virtual, de la que Lauren misma había hablado en algún momento, era bien real…  Su esposa era una mujer adorable y bellísima, sí, pero había algo que ya no parecía estar presente y que nunca volvería… Jack sólo deseaba y añoraba sentir esa lujuria, esa ensoñación y ese éxtasis que había vivido conectado al VR y que probablemente  tampoco volvería…
Carla Karlsten le llamó en un par de oportunidades desde la oficina y, si bien predominaron las palabras de aliento, no dejó pasar oportunidad de recriminarle acerca del uso del VR sobre el cual oportunamente le había advertido.  Lo tragicómico del asunto era que, viendo la imagen de su jefa en la pequeña pantalla del “caller”, era común ver también a su lado a algún muchacho acollarado e incluso, a veces, se dejaban oír chasquidos de látigo o gritos por debajo de la voz de ella.  Seguramente Miss Karlsten, maquiavélica como era, buscaba de ese modo que él viera lo bien que ella lo estaba pasando  o bien cuanto más sano y saludable era su pasatiempo en comparación con las fantasías virtuales a las que Jack era adicto.
Pero la mayor parte de las horas, desde luego, Jack las pasaba mirando televisión.  Vio un par de informes sobre el VirtualRoom ya que en esos días arreciaron las denuncias por casos similares al suyo y el tema se convirtió en algo así como un tópico recurrente o una noticia de moda para los programas informativos; llegó inclusive, y no sin sorpresa, a oír mencionar su propio nombre en un programa.  Vio a un ejecutivo de la compañía fabricante defender a rajatabla el producto pero bastaba con ver su rostro para notar que el hombre estaba abatido y que era plenamente consciente de que el VR tenía los días contados.  Para distraerse y buscar recuperar alguna de las sensaciones perdidas, Jack probó con los canales eróticos, pero después de haber pasado por el VR, los mismos no resultaban más que un triste remedo de situaciones de erotismo.  Argumentos y climas le resultaban, ahora, insulsos y absurdos: una mujer fornicando con un médico en una clínica mientras su novio y futuro esposo se hallaba convaleciente y en estado de coma; una doctora enfermizamente obsesionada con un adolescente al cual ha hecho una revisión médica, pero que termina, por alguna razón, haciendo el amor con el empleado de una gasolinera; una estudiante universitaria con un extraño influjo de poder sobre los demás que somete a una compañera de estudios y la lleva a vivir a su finca convirtiéndola prácticamente en una perra a su servicio… Nada interesante, en definitiva… Nada que se pareciera a lo que había sentido y experimentado en los días en que se conectaba al VR.
La mayor sorpresa, no obstante, se la llevó una tarde con una de esas tandas publicitarias que uno está obligado a ver so pena de sufrir el bloqueo de sus programas favoritos.  El primer aviso mostraba a una mujer muy hermosa pero con talante aburrido y posiblemente insatisfecha, quien, sentada en el living de su casa, pasaba uno tras otro los canales de su televisor con el control remoto; en un momento se detenía en uno de esos canales eróticos muy semejantes a los que Jack había estado viendo, por lo cual no pudo evitar una sonrisa al sentirse identificado con la expresión aburrida e indiferente que exhibía la mujer ante las insulsas escenas que desfilaban en pantalla.  Pero luego la mujer apagaba el aparato y cambiaba un control remoto por otro; de inmediato se presentaba en el lugar un joven increíblemente apuesto y hermoso, pura virilidad y músculos marcados magníficamente exhibidos en su cuerpo totalmente desnudo.  La mujer, luego de mirar hacia cámara y hacer un cómplice guiño de ojo, sacaba una larga lengua de su boca para, a continuación y sin dejar de mirar a la cámara, dedicarse a lamer el envidiable miembro del muchacho.  Hasta allí no había nada que no pudiera verse en cualquier canal erótico como el que ella, aburrida, decidiera abandonar instantes antes, y tampoco lo habría cuando luego el joven la tomara por las caderas y, colocándola de espaldas contra el sofá, se dedicara a penetrarla con una velocidad que se iría incrementando hasta el punto de no parecer humana.  En ese momento se dejaba oír la voz de un locutor en “off”:
“¿Sola?  ¿Insatisfecha?  ¿Harta de las aburridas programaciones de los canales eróticos? 

Aquí tenemos la solución: ¡el nuevo… Merobot!…”

En ese momento Jack Reed dio un respingo y frunció el ceño intrigado.  La pantalla se dividió en dos y mientras a la derecha se seguía viendo la escena de sexo interminable entre el joven y la mujer que no paraba de lanzar agudos aullidos de placer, la mitad izquierda era ocupada por un esquema que mostraba un corte longitudinal del cuerpo del muchacho de tal modo de mostrar lo que había en su interior: una red infinita de cables, circuitos y esferas luminosas… Pero, ¿se trataba entonces de un robot?  
Jack experimentó un sacudón todavía mayor y acercó la vista al televisor para visualizar mejor.  Ahora era una voz femenina la que hablaba en “off”:
“El Merobot es la nueva novedad de World Robots.  Su cerebro positrónico está programado para dar el mayor placer posible a su dueña… o dueño – la voz hizo una pausa como tratando de imprimir a sus palabras un deje de picardía -; su aparato sexual está perfectamente equipado para responder a las mujeres más exigentes y su cuerpo está recubierto con piel y tejidos que imitan perfectamente a la de los hombres…mmm… más hermosos…”
“Y hasta sudan…” – agregaba la mujer que protagonizaba el aviso haciendo un alto en la cabalgata sexual a que era sometida para pasar un dedo sobre la piel del androide y mirar a cámara sonriente mostrándolo húmedo.
El aviso continuaba, luego, mostrando en forma sucesiva y vertiginosa, a distintas mujeres en situaciones de goce sexual con robots: amas de casa, ejecutivas, colegialas o, incluso, policías, fueron desfilando por la pantalla mientras eran penetradas por androides de increíbles cuerpos que las bombeaban en todas las posiciones posibles mientras los rostros de las damas implicadas mostraban estar tocando el limbo por la excitación. Después el aviso terminaba con el latiguillo clásicamente repetido: “satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero…”
Jack no salía de su asombro por lo que acababa de ver; con la frente arrugada y el ceño fruncido, se estrujaba la boca con la mano como si no pudiese asimilar aún la información recibida.   ¿Existía algo así realmente?  Y de ser así, ¿qué destino aguardaba a los especímenes del género masculino al tener que competir contra semejantes amantes?  Ya varias veces la tecnología había llevado a la suplantación de hombres por máquinas: la revolución industrial, los telares mecánicos en las fábricas, el “boom” de la informática, los contestadores automáticos, los robots que hacían tareas domésticas… No había realmente por qué pensar que no iba a  llegar el día en el que a la humanidad le tocaría ver algo así: el hombre perdiendo su rol de macho ante avances tecnológicos que lograban no sólo imitarle sino superarle en tal rol.  Verdaderamente, aquello podía ser el fin para el varón y su utilidad: ¿qué mujer querría tener sexo convencional con un hombre si las máquinas que la publicidad mostraba eran realmente capaces de hacer lo que allí se veía?  La inutilidad absoluta del género masculino estaba a las puertas del mundo que se venía…
Mientras cavilaba sobre tales cuestiones, la tanda mostraba ahora un insulso e intrascendente aviso de cereales al cual Jack sólo miraba para evitar el bloqueo de su televisor, pero apenas el mismo hubo terminado, comenzó uno nuevo que, al igual que el que había visto antes, exhibía el logo de World Robots en el ángulo superior izquierdo de la imagen.  Esta vez se mostraba a un tipo con vestimenta de dandy pero poco favorecido por la naturaleza desde el punto de vista estético, el cual aparecía recorriendo la ciudad a bordo de un auto veloz y deteniendo el mismo cada vez que se cruzaba con una bella señorita; por más que les dijera palabras lisonjeras, las jóvenes, inevitablemente, le miraban con indiferencia y hasta con expresión de asco, sin quedar siquiera impresionadas por el vehículo de alta gama.  El hombre del aviso quedaba abatido y con la cabeza baja hasta que, al levantarla, descubría una publicidad de World Robots en la cual se exhibía a una hermosa robot que no tenía nada que envidiar a ninguna belleza femenina de carne y hueso… Automáticamente, el rostro del tipo se iluminaba y, tal como había sucedido en el aviso anterior, la pantalla se dividía en dos a la vez que aparecía una voz en “off”: mientras la mitad izquierda de la imagen mostraba las virtudes y el diseño del “Ferobot” (tal el nombre con que promocionaban el producto), a la derecha se veía al hombre teniendo sexo con un despampanante androide versión femenina en todas las posiciones posibles.
De pronto, Jack Reed no vio tan oscuro el futuro…   Al parecer, la World Robots no apuntaba sólo a satisfacer la demanda sexual femenina sino también la masculina.  El futuro, por supuesto, no dejaba de ser un interrogante en la medida en que, quizás, tanto mujeres como hombres acabaran prescindiendo de compañías reales para preferir las mecánicas, pero le gratificaba, al menos, el saber que los hombres no quedaban excluidos de los beneficios del progreso.  Y él era un hombre…
El aviso finalizaba, una vez más, con el infaltable “satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero”, tras lo cual dio lugar a una publicidad de cabello artificial que, otra vez, Jack debió ver por obligación pero sin interés alguno; al finalizar la misma reapareció, sin embargo, el logo de World Robots y, para sorpresa de Jack, comenzaron a desfilar por la pantalla imágenes de muchas de las actrices o modelos más reconocidas a nivel mundial; luego se veía a todas juntas compartiendo un mismo ámbito y en ese momento aparecía entre medio de ellas un presentador bajito y poco atractivo, cuya calva cabeza casi se camuflaba entre el mar de senos que le rodeaba…
“Usted piensa que es un montaje, ¿verdad? – decía -.  Pues no: ahora usted puede tener en su habitación a esa estrella de cine o a esa modelo a la cual tanto desea.  ¡Despreocúpese!  World Robots le baja del cielo a cualquier estrella para ponerla en sus manos, ya que los nuevos Ferobot a pedido reproducen fielmente a esas bellezas con las que usted tanto sueña y adem…mmmmffff”
El presentador del aviso no seguía hablando ya que una de las modelos más hermosas y reconocidas en el mundo entero acababa de enterrarle la lengua en su boca impidiéndole decir cualquier cosa medianamente inteligible.  Cual racimo de vampiresas, todas se arrojaban sobre él y se dedicaban a desnudarlo.  Un momento después, regresaban las explicaciones técnicas mientras la mitad derecha de la imagen mostraba al hombrecillo teniendo toda clase de prácticas orgiásticas con aquel hato de increíbles beldades.
Jack Reed no salía de su incredulidad ante lo que estaba viendo.  De hecho, cuando la tanda finalizó, simplemente apagó el televisor por no poder pensar ya en otra cosa.  ¿El futuro se le había venido tan encima que no lo había visto llegar?  De ser así, no podía menos que darle la bienvenida… Se le ocurrió pensar que los Erobots bien podían ser una gran solución ante la falta del VirtualRoom como también una alternativa más que interesante ante los peligros inherentes al mismo… Más aun: al parecer podían guiar a placeres superiores o más tangibles sin poner en riesgo la salud.  Pensó en ello durante los restantes días de reposo que pasó en su casa y vio infinidad de veces los avisos en las tandas publicitarias.  En algún momento se lo comentó como al pasar a su esposa pero Lauren sólo miró con indiferencia o dejó escapar algún monosílabo sin demostrar demasiado interés.  En parte era entendible: aun cuando Jack no lo hubiera sugerido directamente, ella bien sabía que él ya estaba pensando en algún sustituto para el VR y, habida cuenta de lo ocurrido con el mismo, difícilmente podía ver con buenos ojos la llegada de nuevas tecnologías vinculadas al placer erótico.
Días después llegó para Jack el momento de reintegrarse a su trabajo; los médicos habían determinado que ya estaba en condiciones de hacerlo y que, de momento, no corría peligro: desde ya que el alta final que le habían dado iba acompañada por montones de recomendaciones concernientes a alimentación, ejercicios físicos y, sobre todo, evitar emociones virtuales que pudiesen ser peligrosas.
Los empleados de la Payback Company le recibieron con aplausos, aunque no se sabía bien si tal recibimiento tenía que ver con la alegría por tenerle de vuelta y en perfectas condiciones o, más bien, tenían algún deje de sorna ya que su caso había tomado estado público y todo el mundo sabía que su percance cardíaco había estado vinculado a la búsqueda de placeres en el VirtualRoom.
Miss Karlsten quiso verle y, a tal efecto, él se presentó en su despacho.  No llamó a la puerta debido a que había sido convocado unos segundos antes y al abrir se encontró con un espectáculo decadente.  Su jefa estaba allí, soberbia e imponente como siempre tras su escritorio, pero lo más impactante fue ver de rodillas en el piso a un semidesnudo jovencito que, seguramente, sería un nuevo empleado ingresado durante los días de ausencia de Jack en el trabajo: el muchacho estaba dedicado a sacar de entre sus labios su roja lengua para lamer las suelas de los zapatos de taco de Miss Karlsten. 
“Qué bueno tenerte otra vez con nosotros – le espetó ella, sonriente y, en cierto punto, burlona -.  En cuanto me dijeron lo que te había pasado, temí que no contaras el cuento como ha ocurrido con muchos…”
Jack apenas agradeció con un asentimiento de cabeza.  No podía separar la vista de aquel joven cuya actitud sumisa y servil daba una imagen de innombrable degradación.
“Empleado nuevo – dijo ella como si adivinara sus pensamientos y confirmando lo que ya suponía -.  Se porta muy bien, ¿no es así?”
El atractivo joven asintió con la cabeza sin dejar de lamer ni por un instante.  En ese momento se presentó un segundo joven, al cual Jack reconoció como el mismo que había ingresado a la compañía en aquel fatídico día en que él tuviera su accidente.  Lucía apenas un slip que de tan pequeño y enjuto parecía casi una prenda femenina; en sus manos traía una bandeja sobre la cual llevaba una jarra transparente de café humeante y un par de tazas que, según dedujo Jack, estaban destinadas a él y a Miss Karlsten.  Una vez más ella confirmó lo que pensaba al invitarlo a tomar asiento frente a sí.
Jack se ubicó y el joven sirvió ambas tazas; amagó a hacerlo primero, y de acuerdo a la jerarquía, con Miss Karlsten, pero ella le detuvo y le ordenó que sirviera primero al invitado por tratarse de una ocasión especial.  Una vez que el muchacho hubo servido a ambos, su jefa le conminó a girarse y darle la espalda.  Siempre sentada, le tomó el slip por el elástico y se lo bajó; en ese momento Jack pudo ver que el joven tenía un objeto cilíndrico introducido en su orificio anal, el cual no paraba de vibrar.
“Muy bien – aprobó Miss Karlsten -.  Así me gusta; veo que lo sigues teniendo adentro y que no se ha caído…”
“Sí, Miss Karlsten… – dijo el joven y la única forma de saber que su voz no era la de un robot fue que se advirtió un cierto toque de tristeza o derrotismo en la entonación -.  Sigue ahí tal como usted lo ordenó…”
Ella le propinó un beso sobre una de las nalgas y luego la mordisqueó, arrancándole una interjección de dolor.  Luego le palmeó la cola y le subió el slip, encajándoselo de tal forma que no parecía realmente haber manera de que el objeto pudiera llegar a salirse o caerse.
“Bien.  Ahora… fuera… Los dos” – espetó Miss Karlsten con tono imperativo a la vez que hacía chasquear los dedos.
Tanto el muchacho del café como el que le lamía el calzado se retiraron presurosamente y como si fueran perros a los que se acababa de echar.  La escena, sumada a lo que ya acababa de ver, provocó en Jack una fuerte repulsión lindante con el asco.  Una vez que su jefa y él quedaron solos en el despacho, ella permaneció mirándole sonriente.
“¿No te cansas de dar órdenes y de degradar a la gente? – le recriminó Jack, con ojos acusadores -.  ¿Tanto placer encuentras en sentirte poderosa y humillar a quienes están a tus órdenes?”
“¡Mucho! – exclamó ella con un brillo de excitación en los ojos -.  Casi puedo decirte que es en eso en lo que encuentro el verdadero sentido de ocupar el puesto que ocupo, jeje… Y si son jóvenes y apuestos, me gusta más todavía…”
“Quizás algún día encuentres la horma de tu propio zapato – le dijo Jack -.  ¿Nunca pensaste en la posibilidad de obedecer a alguien?”
Un extraño velo pareció deslizarse sobre el rostro de Miss Karlsten: evidentemente tocada por la pregunta de Jack, sus ojos rezumaron algo de ensoñación mezclada con picardía.
“¿Quieres que te diga la verdad?  ¿Aquí, entre nosotros?  A veces se me cruza esa fantasía…”
“¿Y por qué no la llevas a cabo?” – preguntó Jack tratando de asegurarse el terreno ganado con la anterior estocada.
Carla Karlsten vaciló durante un momento; era como si estuviera buscando las palabras justas.
“Yo… soy una mujer de poder – dijo finalmente -; no puedo rebajarme a eso porque significaría un gran desprestigio entre mis empleados en caso de que se supiera.   Debo mantener mi imagen dominadora y altiva para generar respeto y reverencia… Por lo tanto debo dejar mi fantasía de sumisión precisamente en ese terreno: el de la fantasía…”
“Con el VirtualRoom podrías solucionarlo…” – replicó Jack con una mueca socarrona.
“¿Ese adefesio de porquería? – objetó ella con expresión de desagrado -.  No… a mí me gustan las cosas reales.  Y no sé hasta qué punto serviría para mantener una fantasía en secreto.  Fíjate tu caso: casi te fuiste al otro lado y ahora todo el mundo lo sabe…”
Jack sonrió.  De algún modo ella le había devuelto la estocada; aun así, no perdió la oportunidad de contraatacar:
“¿Has oído hablar de los Erobots?” – preguntó a bocajarro.
Miss Karlsten acusó recibo de la pregunta; frunció la comisura del labio y asintió con un revoleo de ojos.
“Sí… – respondió -.  No sólo eso: los he visto en acción… ¡Más aun! – se corrigió mientras sonría de oreja a oreja -.  He sido parte de la acción…”
Jack echó  hacia atrás la cabeza y dejó escapar una carcajada estentórea.
“Pensé que no te gustaban los chismes tecnológicos aplicados a lo erótico…” – repuso, una vez que dejó de reír.
“Una amiga compró uno – explicó Miss Karlsten -; y me invitó a probarlo…”
“Jeje… La tentación de las máquinas es más fuerte que la de la carne – señaló Jack, dando el primer sorbo a su café -.  ¿Y cómo fue la experiencia?”
“¡Excelente! Si quieres que te diga la verdad, una vez que se ha probado un Merobot, se hace muy difícil volver a tener sexo con un hombre de carne y hueso… Como bien sabes, yo siempre he sido partidaria del sexo real y no de los inventos tecnológicos, pero… tengo que admitir que…¡no hay diferencia entre hacer el amor con uno de esos androides y con un hombre verdadero!  Te diría más: ¡el placer que te dan es muy superior!  Pero…”
“¿Pero…?”
La vista de Miss Karlsten quedó perdida en alguno de los tantos edificios de Capital City que se veían a través del amplio ventanal.
“Bien… – dijo finalmente -.  Tú sabes bien cuáles son mis preferencias… El sexo liso y llano me encanta, desde ya, pero un robot no podría darme nunca lo que me dan, por ejemplo, esos dos jovencitos que acaban de retirarse…”
“No veo por qué – objetó Jack -.  Cualquier robot, de acuerdo a la primera ley de Asimov, está programado para obedecer siempre a un ser humano.  Bastaría con que le ordenaras que te lamiera los zapatos para que lo hiciera…”
“S… sí – concedió Miss Karlsten, aunque con más que ostensibles reservas; no parecía muy convencida -.  Pero… deja de haber placer cuando es así… Lo interesante de someter a cualquiera de esos jovencitos es que puedo experimentar el goce supremo de quebrarle su voluntad… ¡Y eso es grandioso!  Un robot… no puede darme eso ya que no tiene posibilidad de hacer algo contrario a lo que le estoy diciendo… ¿Cuál es el placer de someter a alguien que nunca pudo elegir no ser sometido?”
“Creo que te entiendo… – convino él -.  Me cuesta entrar en tu mórbida mente para entenderlo del todo, pero veo a lo que apuntas… No hay dominación cuando no se ha quebrado la voluntad y la resistencia de otro…”
“¡En efecto!  ¡Es eso!  Los robots, por muy perfectos que sean y por muy bien que imiten la constitución física de un ser humano, no pueden darme ese morbo especial que significa el haberlos sometido… Es algo así como que un pescador capturara peces en una pecera… No tiene gracia…”
“Bien, te entiendo… pero volvamos a lo que me dijiste hoy…” – le dijo Jack mientras apuraba su café.
“No entiendo” – dijo ella, con gesto de confusión.
“Me decías que tienes la fantasía de ser alguna vez sometida, de obedecer órdenes…, pero que no te atreves o bien sientes que no puedes hacerlo porque eso sería desprestigiarte en la medida en que se supiera…”
“Sigo sin entender el punto…”
“¡Y yo que te consideraba una persona inteligente!  ¡Un robot puede cumplirte esa fantasía sin que nadie se entere!  ¿O puedes imaginar a alguien más reservado que un androide?”
Miss Karlsten dio un respingo en su silla.  Acusó evidentemente recibo del razonamiento de su subordinado y confidente, siendo obvio que nunca lo había visto desde ese punto de vista.
“Pero… ¿un robot?  ¿Dominar?  ¿Someter?  ¿No es contrario al mandato que le instalan en sus cerebros positrónicos?”
“Insisto: te consideraba más inteligente.  Si un robot te pone a sus pies, lo hará porque tú previamente se lo habrás ordenado… Y, justamente, está en su mandato positrónico el obedecer a un ser humano… No sólo eso: he investigado un poco acerca de esos androides que está lanzando la World Robots y me he enterado que, además, de cargar con las tres leyes de Asimov, están también configurados para dar el mayor placer posible a un ser humano… Y ya sabemos cómo se hace para darte a ti el mayor placer posible, jeje”
Miss Karlsten permaneció mirando a Jack con el ceño fruncido, cavilando aparentemente sobre las palabras que acababa de oírle.
“¿Sigo sin ser claro? – insistió él -.  Obedecer, dar placer… La combinación justa para lo que tú quieres…”
“No se me había ocurrido verlo de ese modo…” – convino ella mientras su mente parecía estar haciendo especulaciones.  Su taza de café permanecía sobre su escritorio sin ser tocada y ya ni siquiera humeaba.
“Por suerte tienes algunos empleados eficientes que te pueden aportar buenas ideas… – apuntó él, divertido, mientras volvía a apoyar sobre el plato su taza ya vacía y se ponía de pie -.  Muchas gracias por el café… A propósito, creo que el tuyo se enfrió…”
Jack Reed se dirigió hacia la puerta para encaminarse hacia su oficina a los fines de reincorporarse a sus actividades normales.  Miss Karlsten no agregó palabra alguna, sino que simplemente lo siguió con la vista algo perdida hasta que salió del despacho…
                                                                                                                                                               CONTINUARÁ
 
Para contactar con la autora:

 

 

Relato erótico: “Maquinas de placer 04” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

El mini módulo espía se introdujo por la ventana de la habitación que, afortunadamente, los Reed habían dejado abierta.  Desde el cuarto de su  casa al que había convertido prácticamente en centro de monitoreo, Luke lo iba guiando y así oteando el panorama.  Al parecer y por fortuna no había rastros del perro – robot, el cual seguramente andaría correteando por el parque sobre el lado opuesto de la propiedad.  La luz matinal que, entrando por la ventana, bañaba la habitación, era más que suficiente y no necesitó, por lo tanto, activar la visión infrarroja con la que había equipado al módulo.
Lauren estaba allí, en la cama.  Desnuda y algo ladeada, con la sábana enroscada en la pierna.   Luke la contempló en toda su belleza: mansa, serena, etérea… El módulo danzó en el aire por sobre ella y la fue recorriendo desde todos los ángulos, previo a lo cual Luke activó el dispositivo de filmación.  Y así, las imágenes de su deseable vecina fueron registrándose una a una para ser transmitidas hacia el ordenador de su casa.  Aprovechando que Lauren dormía, que Jack ya estaba en su trabajo y que no había molestas mascotas mecánicas a la vista, descendió el módulo cuanto más pudo, acercándolo al punto de llenar la imagen por completo con el hermoso paisaje de la piel y las curvas de su vecina, casi como si estuviese viendo un sensual desierto poblado por provocativas dunas.  Lamentablemente la imagen de los senos no era todo lo buena que hubiese querido debido a que ella estaba ladeada y además se los cubría con un brazo mientras dormía.  Decidió, por tanto, que lo mejor era recorrer el resto del cuerpo y se detuvo, de manera especial, en cada centímetro de sus magníficas piernas o, por lo menos, de la que ella tenía más expuesta ya que la otra quedaba perdida entre las sábanas.   Después de deleitarse con ello, guió el módulo hasta ubicarlo a centímetros del precioso trasero de Lauren siendo inevitable que, ya para esa altura, Luke comenzara a tocarse.  Aun a pesar del estado de excitación creciente, se ocupó de constatar que el dispositivo de filmación continuara funcionando y, en efecto, comprobó que así era.  Acercó el módulo hasta las perfectas y redondeadas nalgas, buscando poner el mayor cuidado posible como para que el artefacto no  tocara la piel de Lauren: al menos no de momento ya que ésa era la segunda parte del plan y revestía características diferentes…
Luke Nolan era un adicto a la tecnología y no paraba de armar dispositivos nuevos o bien de adaptar los que ya existían:  el mejoramiento de artefactos de consumo masivo era, de hecho, su principal entretenimiento (luego de espiar a su vecina y masturbarse, desde luego) y más cuando tal hobby  apuntaba a la búsqueda de sensaciones placenteras para sus sentidos… Y, en ese sentido, cuando Luke Nolan pensaba en placer, sólo podía pensar en ella: intocable e inalcanzable… Tocar la piel de Lauren era definitivamente algo que aún no había hecho o, por lo menos, no de esa forma ni en ese contexto: un sueño aún no realizado.  Había equipado al mini módulo con un apéndice telescópico extensible, muy pequeño y tan suave que ante el contacto sólo podía ser percibido como un cosquilleo muy ligero, casi como si una ardilla estuviese pasando una lengua por encima de la piel.  Cuando el monitor le indicó que el módulo se hallaba a cinco centímetros del contacto con Lauren, lo detuvo, dejándolo suspendido apenas por encima del somier.   Para ahorrar energía, lo hizo luego bajar hasta posarse sobre el mismo.  El momento había llegado: no exento de nerviosismo, pero a la vez entusiasmado por probar su juguete nuevo, extendió el apéndice a cuyo extremo había una pequeña esponja equipada con sensores táctiles, a la cual guió hasta que ésta se apoyó sobre una de las nalgas de Lauren.  Al momento de hacerlo, Luke colocó su mano derecha dentro de la cavidad de un receptor táctil especialmente preparado a tal efecto y, una vez que la misma entró y calzó allí, comenzó a recibir las señales táctiles enviadas desde el módulo tal como si fueran sus propios dedos los que por la piel de Lauren se estaban deslizando.
Luke Nolan cerró sus ojos y movió suavemente las yemas de sus dedos como si acariciase la cola de su hermosa vecina y, en efecto, recibió exactamente esa sensación: placer supremo.  Con su otra mano, por supuesto, no dejaba de toquetearse la zona genital.  El mini módulo, por su parte, seguía apoyado sobre el somier mientras los sensores táctiles continuaban deslizándose sobre las nalgas de Lauren en un movimiento circular que Luke mismo había programado.  La sensación para éste era prácticamente la misma que si fuese su propio tacto el que jugaba sobre la piel de ella: placer supremo.  Una vez que terminó de deleitarse en tal movimiento, guió el módulo algo más cerca del hueco entre las piernas y tuvo, en su monitor, un primerísimo plano de la vagina de Lauren.  En una jugada por demás audaz guió el apéndice exactamente hacia allí donde la hendidura se ofrecía generosa.  El extremo esponjoso tocó la misma y Luke tuvo la sensación de que Lauren daba un pequeño respingo.  Presurosamente, alejó un poco el módulo y lo elevó nuevamente: para su alivio, sin embargo, al tener una vista más abarcativa pudo comprobar que Lauren seguía profundamente dormida y, en todo caso, quizás sólo hubiese sentido algún cosquilleo y por eso mismo se hubiera removido sin salir de su sueño.   Excitaba sobremanera a Luke el saber que, quizás, le había generado alguna excitación a Lauren mientras ella dormía y su esposo estaba ausente.   Más tranquilo ante la noticia de que ella no se había despertado, volvió a descender el módulo hasta hacerlo posar nuevamente sobre el somier y, luego, dirigió el extremo del apéndice extensible otra vez hacia la vulva de Lauren; teniendo ahora la seguridad y la confianza que le otorgaban el saber que ella no se despertaba tan fácilmente ante el contacto, lo introdujo en la raja unos dos centímetros…
Apoyó su mano sobre el receptor táctil y, una vez más, sus ojos se cerraron entregados al placer que sentía a través de sus dedos y su mente se trasladó hasta la habitación en la cual ella dormía tan plácidamente mientras él se encargaba de invadirle sus sueños con lascivia.  Quitó luego, por un momento. la mano derecha del receptor táctil en que se hallaba y hurgó a un costado del teclado del ordenador hasta dar con lo que buscaba: el sensor gustativo: una especie de cápsula cóncava y anatómica que se calzaba perfectamente en la punta de la lengua.  En efecto, lo encendió y abrió la boca para calzarlo allí.  Si el placer táctil había sido glorioso, el del gusto fue sublime y celestial: Luke Nolan se sintió exactamente como si estuviera entrando con su lengua en la conchita de Lauren.  Como no podía ser de otra forma, aceleró el movimiento de masturbación con la mano pero eso no fue todo; con la mano restante encendió cuatro monitores que comenzaron a mostrar imágenes de filmaciones que había tomado de Lauren en diferentes momentos, pudiéndosela ver durmiendo, tomando sol, duchándose o desvistiéndose.  Había preparado la disposición de los monitores en la habitación de tal forma de provocar un efecto envolvente, de tal modo que sus ojos prácticamente no podían (ni, por cierto, querían) escapar de las imágenes de la sensual esposa del vecino.  Mirase donde mirase, estaba ella abarcando todo su campo visual, poblándolo todo con su sensualidad y belleza…  Deslizando la mano libre por sobre los controles, Luke activó el receptor de sensaciones olfativas: una especie de flor se abrió sobre su escritorio y la habitación quedó inundaba por el perfume de Lauren.  Ubicó los niveles de volumen al máximo y así pudo escuchar la respiración serena y, hasta por momentos, un cierto ronroneo de ella al dormir.  Una vez hecho ello, volvió a calzar su mano sobre el receptor táctil.
De ese modo, sus cinco sentidos quedaron inundados con Lauren.  En lo que parecía un sueño inimaginable, la estaba viendo, oyendo, oliendo, tocando… y degustando.  Se entregó al placer sin más trámite y el movimiento de masturbación adquirió un ritmo frenético… Su respiración se volvió entrecortada mientras de sus labios salía, como en un jadeo, un solo nombre repetido una y otra vez…
“Lauren… Lauren… ¡Laureeeen!”
Al salir de su trabajo como cualquier otro día y encaminarse hacia la calle espiral para abordar su vehículo, Jack notó que alguien le llamaba.  Se trataba de Ernie, su compañero de trabajo, un gordito bonachón que sufría por no conseguir jamás una compañía femenina, lo cual le convertía en cruel objeto de comentarios y burlas por parte de otros compañeros de trabajo entre los cuales Jack jamás se incluía.  En efecto, notó que le chistaba desde el interior de su auto, habiendo bajado un poco el vidrio polarizado a los fines de que Jack pudiese reconocerle.  Al acercarse vio, como era habitual, a un robot ocupando el asiento del conductor pero lo extraño del asunto era que Ernie se hallaba en el asiento trasero y no en el del acompañante, el cual, por cierto, estaba vacío.  Jack se inclinó un poco para poder mirar adentro:
“¿Qué pasa, Ernie?” – preguntó.
“Mira a mi lado” – le respondió, con el rostro iluminado por agún motivo, su compañero de trabajo.
Jack se inclinó todavía un poco más hasta casi meter la cabeza por la ventanilla y cuando vio hacia donde Ernie le señalaba, la mandíbula se le cayó de incredulidad.
“Jaja – rió Ernie -.  Ésta sí que no la esperabas, ¿verdad?”
Sentada junto a Ernie se hallaba Betty Windom, una de las actrices de cine más sexys que se conocían.  Y era ella; no había dudas: cabello castaño y ensortijado, hermosos ojos grisáceos con pequeñas pintitas verdes.  No se podía pensar en que alguien pudiese parecérsele tanto y menos aún si se  observaban sus generosas curvas y las preciosas piernas que mostraba por debajo del corto vestido color índigo que lucía.  Jack la saludó con expresión estúpida y ella le devolvió el saludo de un modo tremendamente provocativo y sensual.
“Ernie… – comenzó a decir Jack, confundido y con el ceño fruncido -.  Ella es… Betty Windom… ¿Qué cuernos hace en tu auto?”
En ese momento y respondiendo de ese modo a la pregunta que Jack acababa de formularle, Ernie le mostró un control remoto que tenía en la mano y recién entonces el cerebro de Jack comenzó a ordenarse y a ir entendiendo algo.  No por ello, sin embargo, dejaba de manifestar sorpresa.
“¿Es… un… Ferobot?” – preguntó.
“¡Sí! – respondió alegremente Ernie, acompañando con una sonrisa de oreja a oreja y un marcado asentimiento de cabeza -.  La encargué así, como Betty, la mujer de mis sueños… ¿No es maravillosa?”
Jack no salía de su asombro.  El hecho de saber finalmente la verdad, no hacía a ésta menos impactante.  El androide era perfecto por donde se lo viese: no había forma alguna de detectar vestigio alguno de mecanismo.  Y no se trataba sólo del impresionante parecido físico sino también de la mirada, los gestos, la forma de hablar… Era la primera vez que Jack se hallaba frente a frente con un Ferobot y, lisa y llanamente, no lo podía creer.
“¿Quieres acompañarme hasta la azotea?” – le invitó Ernie, siempre luciendo una sonrisa que no le cabía en el rostro.
Jack buscó con la vista a su robot conductor y le hizo seña de que le aguardase en la azotea, la cual éste entendió perfectamente ya que puso en marcha el vehículo y retomó raudo el camino serpenteante hacia la cima del edificio.  Jack entró al auto por la puerta opuesta, con lo cual el increíble símil de Betty Windom quedó entre medio de ellos.
“Ernie – dijo Jack -… Yo… no puedo creer esto…”
“¡Y todavía no has visto nada! – le respondió su compañero, para luego mirar al androide -.  Betty, mámale la verga a Jack…”
“Sí, señor, ya mismo…” – contestó el Ferobot imprimiendo una altísima carga sensual en el tono de su voz  y echando a Jack una mirada penetrante y ansiosa de sexo, sin que éste pudiera todavía siguiera asimilar la situación.
La réplica de Betty Windom bajó la vista y se dedicó presta y obedientemente a desabrocharle el pantalón justo en el momento en que el robot conductor ponía el vehículo en marcha e iniciaba el camino ascendente.  Bajarle el pantalón, hacer lo propio con el bóxer e introducirse el pene en la boca fue todo un solo acto para el Ferobot y, antes de que Jack pudiese darse cuenta de algo, ya el androide la mamaba el falo erecto mientras él no podía impedir lanzar una serie ininterrumpida de aullidos de placer ni dejar de estrellar los puños contra los cristales del vehículo, tal la incontrolable excitación que atravesaba.  La mamada continuó perfectamente hasta que Jack sintió que estaba cerca de eyacular;  dándose al parecer cuenta de ello, Ernie detuvo a su androide con una simple orden verbal:
“Ahora móntalo… Dale a mi amigo Jack una buena cogida…”
La Ferobot soltó el miembro de Jack y  se incorporó dejando ver un par de hilillos blanquecinos sobre la comisura de sus labios. 
“Sí, señor…” – dijo, y sin más pausa, se quitó las bragas por debajo del vestido, dejándolas caer hacia el piso del habitáculo.  Luego se encaró con Jack y, sin dejar de mantenerle una mirada lasciva y libidinosa, se levantó el corto vestido y cruzó por encima de Jack una de sus hermosas piernas para, así, sentarse sobre él.  Mirando fijamente a los ojos a Jack, jugueteó un momento con su pene; resultaba evidente que aquellos robots no eran sólo meras máquinas que recibían órdenes sino que, además, conocían los juegos del erotismo y habían sido cargados con la suficiente información como para saber de qué modo excitar a un hombre.
Jack no daba más.  Se sentía a punto de estallar de un momento a otro y hasta temió por su salud.  Sin embargo, y aun a pesar de que el golpeteo de su corazón se iba acelerando notablemente, en ningún momento se llegó a sentir al borde del colapso ni nada medianamente parecido a lo experimentado con el VirtualRoom.  Ella, con eficacia y exactitud sólo propias de un robot, desabrochó la camisa de Jack de un solo tirón y sin arrancarle un solo botón.  Apoyó con fuerza las palmas de sus manos contra el centro del pecho de él y luego fue haciendo un movimiento de abanico con las puntas de sus dedos enterrando por momentos las uñas en la piel.  No había para Jack nada que delatara el estar siendo tocado por un organismo artificial; él mismo apoyó las palmas de sus manos sobre los muslos del androide y… ¡había que estar loco para afirmar que aquello no era piel natural!  Se podía sentir todo al tacto: la tersura, la firmeza de cada músculo, la tibieza y hasta el bullir de la sangre por debajo de la piel.  ¿Cómo podía haberse logrado tan excelente réplica de un ser humano? 
Betty Windom (o su sustituto; ya para esa altura era lo mismo) cerró los párpados y acercó sus labios a los de Jack; sacando su lengua por entre sus labios la deslizó por entre los de él y la hizo reptar dentro de la boca.  Jack no cabía en sí mismo ni por la excitación ni por la incredulidad: ¡aquello no podía ser un beso artificial!  El androide, sin dejar de besarlo, se ubicó sobre el miembro erecto, el cual entró con tal naturalidad que, una vez más, no era posible para Jack pensar en todo aquello como una escena de sexo que no fuera real.  Ya para ese entonces se daba perfecta cuenta de que los Erobots eran largamente superiores a las recreaciones virtuales del VR: si antes había creído que el VR era inmejorable, era justamente por no haber conocido nada mejor.  Las sensaciones eran infinitamente más reales, más placenteras, más sanguíneas y más carnales.  En ese momento Jack Reed se sentía lisa y llanamente cabalgado por Betty Windom… y punto…, así que se entregó a ello.  Ella subía y bajaba sobre él una y otra vez incrementando el ritmo a la vez que su rostro se teñía de excitación, cosa que Jack pudo notar cuando sus bocas se separaron.  El androide echó su cabeza atrás y pareció entregarse a un éxtasis sexual único: por mucho que uno tratara de meterse en la cabeza que era un robot y, como tal, no podía tener emociones ni sensaciones… ¡lo cierto era que parecía estar gozando!   Y lo hacía con una entrega incluso superior a la mayoría de las hembras humanas.
Llegaron los dos juntos al orgasmo: allí era donde se apreciaba la exactitud de la máquina por sobre la imprecisión humana.  Orgasmo natural en un caso, orgasmo artificial en el otro, pero lo cierto era que no se percibía diferencia alguna: los gritos entremezclados de ambos rebotaban contra el interior del habitáculo en la misma medida en que sus respiraciones entrecortadas y sus jadeos animales daban la pauta de estar viviendo un momento de placer realmente intenso.  El auto ya había llegado a la azotea… y hasta en ese detalle se podía apreciar la precisión de la máquina frente al hombre… Ella quedó con el rostro caído sobre el hombro de él, dando la impresión de estar exhausta y agotada, cosa que, por supuesto, era del todo imposible tratándose de una máquina, pero sin embargo hasta ese detalle habían cuidado los fabricantes: el Ferobot era capaz de lucir cansado y así alimentar el ego y la autoestima del hombre de turno pues bien sabido es que buena parte del placer que sienten los hombres se halla en el saberse responsables del agotamiento de su pareja sexual.
“Sorprendente, ¿no?” – le dijo Ernie y recién en ese momento Jack pareció recordar que su compañero existía y que, más aun, se hallaba en su auto.
Intentó responderle algo, pero durante algunos minutos no fue capaz de articular una sola palabra.  Cuando por fin pudo hacerlo, y aún con el símil de la bella actriz sentado sobre su regazo, lo primero que atinó a preguntar fue:
“¿Cuánto cuesta?”
Mientras viajaba por la autovía de regreso a su hogar, Jack no podía dejar de pensar por un momento en lo que acababa de vivir y en lo bueno que sería comprar un Ferobot… o dos.  Quizás sería la solución definitiva para el vacío que le había dejado la falta del VR.  Pero, claro: ¿cómo lo tomaría Lauren?  Ya bastante le habían molestado sus fantasías virtuales aun cuando ella en sí no las viera.  ¿Cómo podría reaccionar ante una réplica femenina tangible y visible dando vueltas por la casa o revolcándose en su cama?  Definitivamente se trataba de una apuesta difícil…, a no ser, claro, que ella hallase también alguna satisfacción en los Erobots. 
Lo cierto era que Jack no salía de su sorpresa por la maravilla que habían logrado en World Robots.  Antes de descender del auto de Ernie para encaminarse al suyo e iniciar la espiral descendente, se había quedado hablando con su compañero y, en efecto, éste le contó que habían hecho el robot amoldándolo a su pedido.  Según explicó, ello era más caro pero no imposible y, además, era relativamente fácil lograr una réplica capaz de imitar miradas o gestos cuando se trataba de replicar justamente a una gran celebridad de la cual sobraban registros para hacer una buena base de datos.  Demás está decir que Jack no podía menos que pensar en Theresa Parker y en Elena Kelvin, las cuales, por cierto, eran grandes celebridades y, consecuentemente, replicables… Lo que lo desalentaba en parte era que, según lo que le había contado Ernie, los precios eran bastante elevados y, si bien sus ingresos eran buenos, tenía que pensar en desprenderse de algunos de sus bienes si quería llegar a semejante monto.  De pronto dirigió una mirada de reojo a su robot conductor: había sido un buen robot y le daría lástima venderlo… pero, en fin, podía él mismo manejar el auto o cortar el césped después de todo…
Durante los días siguientes, Jack no dejó de pensar en los Erobots y, muy particularmente, en los Ferobots.  Lo que había vivido en el auto de su compañero de trabajo le impedía concentrar sus pensamientos en otra cosa; inclusive en su trabajo se lo notó algo distraído, razón por la cual su jefa le llamó la atención en un par de oportunidades, aunque siempre dándole a sus reprimendas un toque de jocosidad.
“¿Por dónde tendrás ahora perdida tu pervertida mente?” – le decía, sonriente y con un brillo en los ojos.  Si Jack no contestaba era porque bien sabía que el comentario no carecía de verdad.
Un día una caja grande y alargada llegó a las oficinas de la Payback Company; su trayecto fue seguido por la mirada curiosa de los empleados mientras era llevada por tres personas.  La mayoría de ellos mantuvo una expresión de intriga que evidenciaba no tener idea acerca de a qué iba el asunto o de cuál pudiera ser el contenido; sin embargo, Jack distiguió, a un costado de la caja, un logo de World Robots que le hizo comenzar a sospechar algo… Miss Karlsten lo reprendía constantemente acerca de sus pensamientos pervertidos, pero lo cierto era que los de ella no lo eran mucho menos…
Los operarios, una vez dentro del despacho de Carla Karlsten y ya lejos de las miradas de los empleados, fueron guiados por ella, quien les hizo dejar la caja en su “cuarto de torturas”.  Mientras retiraban las cintas de embalaje y hacían firmar a la poderosa ejecutiva por el pedido entregado, no dejaban de mirar en derredor con evidente nerviosismo y no pudieron evitar sentir un estremecimiento ante la imagen de aquel lugar lóbrego y perverso, tan distinto a todo el resto del piso.  De hecho, cuando se marcharon, parecieron hacerlo con cierta prisa.
Miss Karlsten apoyó sus caderas contra una de las mesas de estiramiento y, echando los hombros ligeramente hacia atrás, permaneció un rato mirando la caja; no dejaba de ser inquietante la posibilidad de ver su contenido.  Luego de vacilar algún rato se encogió de hombros y decidió que, después de todo, para algo había gastado tanto dinero…
La caja estaba parada y ella se dedicó a irla abriendo por el frente; una vez que lo hubo hecho, sus ojos se encontraron con la réplica de un bellísimo joven de unos veinticinco años de cabello castaño claro ligeramente ondulado, de ojos verdes y con una pequeña barbilla incipiente: todo exactamente como ella lo había pedido al llenar el formulario y al ir recorriendo las imágenes de los diferentes modelos que le habían ofrecido.  El cuerpo era  un llamado a la tentación por donde se lo viese y, tal como lo había requerido, sólo estaba vestido con un bóxer muy ceñido, razón por la cual el bulto, prominente, hermoso y deseable, se adivinaba tentador por debajo de la prenda íntima.  Por lo demás, cada fibra y cada músculo del cuerpo parecían haber sido hechos por el cincel de un escultor, tanto que Miss Karlsten se quedó sin aliento al verlo y hasta sintió que se mojaba de sólo pensar lo que podría ser aquel robot en acción…
Pero, claro, estaba apagado y, por lo tanto, lo primero que debía hacer era ponerlo en funcionamiento.  Perdido entre los cobertores de telgopor que rodeaban al robot, encontró tanto el manual de instrucciones como el control remoto y las baterías del mismo; una vez que las hubo colocado, no le fue difícil descubrir el botón que decía “on”.  No pudo evitar dar un respingo ni sentir un extraño sobrecogimiento al notar que el androide parpadeaba y que aquellos profundos y hermosos ojos verdes empezaban a arrojar  un destello distinto, lleno de vida, de igual modo que iba ocurriendo con cada músculo del cuerpo que parecía vigorizarse a ojos vista.  El robot se libró del telgopor en que sus miembros se hallaban encastrados y avanzó en dirección hacia Carla Kalsten quien, súbitamente, se sintió desvalida.  Allí, en aquel particular bunker que era su centro de diversión dentro de las oficinas de la Payback Company, se hallaba ante un ser mecánico del cual no tenía forma de prever sus reacciones ni sus comportamientos.  Ya había estado, por cierto, en infinidad de oportunidades frente a robots, pero, decididamente, los Erobots pertenecían a otra categoría y lo que la presencia de ese “joven” dimanaba estaba a años luz de los robots comunes: éstos eran claramente máquinas y se comportaban como tales; aquel muchacho, por el contrario, era inquietante y excitantemente humano…
Miss Karlsten amagó dar un paso hacia atrás en cuanto el androide comenzó a marchar hacia ella, pero la mesa de estiramiento sobre la cual se apoyaba le impedía hacerlo, por lo cual sólo logró llevar sus hombros algo más hacia atrás.  El joven, no obstante, se detuvo a un metro y medio de ella como si ésa hubiera sido la distancia estándar permitida para iniciar la presentación que a continuación sobrevendría:
“Tenga usted buenos días, Miss Carla Karlsten; mi nombre es EG -22573 – U pero puede usted llamarme como desee a partir de este momento.  Soy un producto de la prestigiosa compañía World Robots y llego a usted para cumplir sus fantasías y anhelos y, por sobre todo, darle placer.  Mi número de fabricación es 677.441 y es mi deber informarle que usted cuenta con una garantía que cubre durante un año cualquier malfuncionamiento por mi parte.  Mi cerebro positrónico se halla programado para obedecerle y debo recordarle que llevo instaladas las tres leyes de Asimov más una cuarta que ha incorporado World Robots para mí o para modelos análogos al mío…”
El robot siguió hablando durante un rato en tono de instructivo recitado de memoria como, por supuesto, cuadraba a un androide.  Enunció una, por una, las tres leyes de Asimov y, por último, hizo referencia a la cuarta, la que la compañía le había agregado y que hablaba de dar el mayor placer posible al ser humano a cuyo servicio se encontraba.  Miss Karlsten distinguió una pícara sonrisa en el joven al momento de mencionar la cuarta ley: pensó, en un primer momento, que debía haber sido sólo una sensación, pero el guiño de ojo con que el robot cerró su parlamento le terminó de confirmar que no era así…
Miss Karlsten sonrió; decididamente los temores iniciales que le había despertado el androide comenzaron a ir quedando atrás en la medida en que se empezó a familiarizar con él y, obviamente, a relamerse pensando en los provechos que podía sacarle.  Lo recorrió con la vista de arriba abajo y se detuvo en cada pulgada de esa piel que llamaba a ser tocada.  Se mordió involuntariamente el labio inferior con dos de los incisivos superiores…
“Eres hermoso” – dijo.
“Gracias, Miss Karlsten… – le correspondió el robot y su voz, lejos de sonar fría y maquinal como lo había hecho antes, ahora sonaba cargada con una fuerte impronta viril, que dotaba de sensualidad a las palabras con el modo de pronunciarlas -.  Usted también lo es…”
Miss Karlsten sintió un fuerte sacudón, como si le hubieran dado una estocada en el pecho: costaba creer realmente que la World Robots hubiera sido capaz de crear un ser mecánico capaz de exhibir semejante galantería y a la vez semejante lascivia… Detuvo la mirada por un momento en los preciosos ojos verdes del joven y luego la bajó nuevamente a través del formidable pecho para terminarla clavando en el voluminoso bulto que, por debajo del bóxer, era una irresistible invitación a la lujuria sin control.
“Te llamaré Dick – anunció, en un susurro apenas audible -.  Es un buen nombre y muy apropiado, ¿ no lo crees?”
Una sonrisa cómplice y sobrecogedoramente humana se dibujó en la comisura de los labios del robot, quien, como respondiendo a las palabras de su propietaria, llevó una de sus manos hacia la zona genital sobre la cual ella tenía posados sus ojos y la deslizó por encima de la prenda íntima.
“Creo que no podría usted haber pensado en un mejor nombre, Miss Karlsten” – respondió el androide, volviendo a guiñar un ojo (aclaración: “dick” es, en inglés, un nombre vulgar o familiar para el miembro masculino).
Decidió entonces ella que había llegado el momento de pasar a la acción.  Se tomó, sin embargo, su tiempo a los efectos de no apurar ni desperdiciar por ansiedad  lo que se avizoraba como sublime.  Taconeando despaciosamente, fue girando alrededor del bello cuerpo hasta ubicarse por detrás del mismo, sin apartar ni por un segundo sus ojos de tan precioso ejemplar.   Estando así a espaldas de él, no pudo resistirse a la tentación de apoyar las puntas de sus dedos sobre los omóplatos del joven y pudo, al hacerlo, comprobar cuán difícil era convencerse de que aquello no fuera piel verdadera; clavó incluso ligeramente sus uñas sobre la magnífica epidermis y notó que el androide reaccionaba como si hubiera sentido dolor dejando incluso escapar una interjección de dolor que fue casi un gemido: tan sólo con eso, Miss Karlsten sintió como su entrepierna se humedecía.  Apoyó las palmas de ambas manos sobre la espalda del robot y la recorrió en toda su extensión para luego arrojarse y aplastar su propio pecho contra la misma; pasó sus brazos por debajo de las axilas del Erobot y clavó sus uñas en el hermosamente deseable valle de su pecho: sensualidad pura recorrida por suaves pero a la vez firmes y marcadas ondulaciones.  El joven, una vez más, actuó como si el contacto hubiera ido más allá de lo meramente físico: arqueando la maravillosa “ese” de su espalda, cerró sus ojos y echó la cabeza hacia atrás de tal modo hasta que su nuca se apoyó contra el hombro de Miss Karlsten, quien, gracias a sus tacos, quedaba casi a la misma altura.  El Merobot actuaba como si se estuviera entregando mansamente a la exploración que, de su generoso cuerpo, estaba haciendo la mujer: un delicioso y manso corderito de esos que a ella tanto le gustaba degustar.  Miss Karlsten lo besó en el cuello y, al hacerlo, atrapó entre sus labios la piel del joven y tironeó de ella de tal modo que parecía querer arrancarle un pedazo o bien chequear la calidad del producto.  Repitió el acto varias veces en distintas zonas del cuello y, para aun mayor sorpresa, pudo ver con ojos maravillados cómo la piel se iba oscureciendo de tal modo de formar moretones de pasión allí donde sus labios hubieran dejado huella.  Miss Karlsten sonrió; seguía sin poder creer la altísima calidad del producto.
Volvió a llevar una de sus manos hacia la espalda del joven y la fue deslizando descendentemente por su espalda hacia las perfectas nalgas cubiertas por el bóxer; disfrutó el placer de acariciar aquella perfecta y matemática redondez  para luego enterrar una de sus uñas dentro de la zanja tensando la tela del bóxer a más no poder al meterla entre ambas nalgas; bajó luego con el dedo y sintió que se mojaba nuevamente al momento en que el cuerpo del joven daba un nuevo respingo, acusando recibo de la entrada del dedo en su cola.  Miss Karlsten llegó tan abajo que su mano, allí donde terminaba el trasero, se abrió camino por entre las piernas y, siempre por encima del bóxer, palpó los testículos e inició luego un camino ascendente hacia el fantástico miembro, al cual halló formidablemente erecto… Sin poder  reprimir una risita, masajeó el falo del androide logrando con ello que la erección se hiciera aun más pronunciada pareciendo, para esa altura, que una gran serpiente buscara escapar de debajo del bóxer mientras la ya estiradísima tela de la prenda daba la impresión de querer romperse por la presión.  Pero lo más sorprendente, lo más maravillosamente sorprendente, fue para Miss Karlsten, descubrir el bóxer mojado… Definitivamente había un antes y un después en la historia de la robótica.
 La otra mano de la prestigiosa ejecutiva seguía acariciando el hermoso pecho del androide y, poco a poco, la fue deslizando vientre abajo hasta llegar al elástico del bóxer; el estiramiento a que la prenda estaba siendo sometida por el pene húmedo y erecto ayudó a que la mano consiguiera fácilmente reptar por debajo de la misma y, así, bajar hasta atrapar el suculento y latente miembro que era culpable de hacerle agua la boca.  Estaba bien rígido y firme, pero a la vez era lo suficientemente blando y esponjoso como para alejar cualquier idea de artificialidad.  Lo que Miss Karlsten tenía entre sus dedos era, sin lugar a dudas, el mejor pene que había tocado en su vida y, por cierto, estaba entre tibio y caliente dando la clara sensación de que la sangre estuviese bullendo a mil por las venas que corrían a lo largo del mismo.  Qué importaba cuál era el mecanismo a través del cual habían logrado una imitación tan perfecta y sublime: el miembro que estaba tocando era tan real como cualquier otro y, de hecho, mucho mejor que cualquier otro.  Envolvió con su mano tanto pene como testículos y los estrujó sin miramiento; una vez más el robot lanzó un quejido de dolor fusionado con placer mientras Miss Karlsten, flexionando la rodilla, hacía pasar una de sus piernas por entre las del muchacho.
En ese momento, y para su sorpresa, el robot decidió pasar a la acción.  Hasta el momento había mantenido una actitud pasiva sometiéndose al lascivo manoseo de Miss Karlsten pero, súbitamente, parecía ahora mostrar un cambio: utilizando ambas manos deslizó su bóxer hacia abajo y, al hacerlo, las manos de ella quedaron inesperadamente liberadas.  La mujer dio un respingo por la sorpresa y su vacilación fue aprovechada por el joven, quien de pronto se giró para encarársele y le dirigió una mirada tan penetrante que Miss Karlsten la sintió casi como una violación: momento inquietante pero a la vez tremendamente excitante…
Ella amagó dar unos pasos hacia atrás pero no llegó muy lejos ya que él la capturó por el talle y la atrajo hacia sí, estrujándola contra su cuerpo y devorándole la boca en un beso de una profundidad que nunca jamás Miss Karlsten había experimentado.  El Merobot era, definitivamente, una auténtica joya de ingeniería que no sólo era capaz de comportarse pasivamente frente al deseo sexual de su propietaria sino que, al parecer, estaba equipado y preparado para reconocer cuándo ésta requería de su parte una postura más activa; en efecto, todo indicaba que el androide había pasado a tomar control de la situación.  Miss Karlsten, desde luego, no estaba acostumbrada a ello; su estilo nunca había sido el de ceder ante nada ni ante nadie.  Sin embargo, tal sorpresiva actitud por parte del androide le tocó más de alguna fibra íntima, sintiendo incluso que su vagina volvía a mojarse una vez más.  De algún modo, el robot estaba despertando en ella una vieja fantasía oculta que jamás se había atrevido a mostrar o exteriorizar por no mostrar síntomas de debilidad.  El hecho de sentir que un hombre tomaba control sobre ella era un viejo deseo incumplido y reprimido.  ¿Podía una máquina ser capaz de captar también eso?  ¿Podría captar ciertos componentes químicos en las reacciones orgánicas que delataran en qué momento la persona estaba requiriendo “algún otro tipo de atención”?
En todo caso, más útil que preguntárselo, era entregarse al momento y disfrutarlo… Y, efectivamente, eso fue lo que ella hizo.  El androide, que aún la tenía tomada por la cintura, la levantó como si fuera una pluma y la sentó sobre la mesa de estiramiento contra la cual Miss Karlsten había estado apoyada unos instantes antes.  Una vez que la hubo ubicado allí y sin dejar de besarla, la fue llevando hacia atrás hasta que su espalda tocó la madera y luego, con una maestría difícil de imaginar en macho alguno de la especie humana, deslizó una de sus manos por debajo del vestido de Miss Karlsten  para bajarle, primero, las medias de nylon, y luego las bragas.  En ese momento despegó su boca de la de ella e hizo correr la prenda íntima a lo largo de las piernas hasta dejar a la mujer despojada por completo de la misma, lo cual incrementó en ella la sensación de invalidez e indefensión ante el macho dominante.  De pie y manteniendo sobre ella esa mirada penetrantemente sexual, él se llevó las bragas a la boca y las saboreó con una fruición que dejaba bien en claro que las mismas se hallaban impregnadas por los jugos de Miss Karlsten.  El gesto erotizó aun más a la mujer, quien no pudo evitar llevarse una mano a la vagina para masajearse mientras seguía mirando al muchacho a través de sus ojos perdidos y entornados.  Él, por su parte, entrecerró los suyos y, como si se entregara por completo al deleite del momento, chupó la prenda íntima cual si fuera un caramelo; luego de hacerlo, volvió a mirar a Miss Karlsten con esos ojos cargados de deseo carnal y arrojó la prenda a un costado, con tal fuerza que la misma se estrelló contra una de las paredes para luego depositarse en el piso; el gesto fue terriblemente dominante, lo cual excitó el doble a la mujer debido a lo novedosa que era para ella la situación: jamás en su vida había estado frente a un macho que tuviese control de la situación.  Jamás ante nadie había estado tan entregada y doblegada, casi diríase vencida… y, sin embargo, tal sensación, absolutamente nueva en su vida, le excitaba de un modo misterioso…
            El androide, siempre mirándola directamente a los ojos, se fue inclinando para luego bajar la vista y la cabeza hacia la entrepierna de ella, allí donde su vulva, impregnada en humedad, se ofrecía generosa como una flor abierta.  Sin aviso alguno, él sacó su lengua por entre los labios y aplicó un par de lengüetadas sobre el sexo de Miss Karlsten, provocando que ésta se removiera arqueando su espalda y quedara apoyando sobre la mesa sólo caderas y omóplatos mientras su boca se abría cuán grande era en una expresión de infinito placer y sus ojos se cerraban entregándose a lo que era una experiencia casi diríase alejada de cualquier sexo terrenal en cualquiera de sus variantes.  Cuando el androide introdujo su lengua hasta el fondo, Miss Karlsten dejó escapar un agudo e incontrolable aullido que pobló el lugar; dio frenéticos manotazos contra la mesa sobre la que se hallaba en tanto que sus piernas, izadas y flexionadas, se sacudieron alocadamente pataleando en el aire.  No había modo alguno de reconocer en aquella lengua  a un mero apéndice artificial y, a la vez, tampoco había forma de trazar analogía alguna con el comportamiento de ninguna lengua humana; de hecho, debía ser extensible o algo así porque no se podía creer cuán profundo conseguía llegar ni tampoco a qué velocidad llegaba a moverse rítmicamente dentro de la vagina de Miss Karlsten quien, directamente, se entregó al placer o, mejor dicho, se rindió ante él: no estaba siendo sometida a una sesión de sexo oral sino, más bien, a una cogida de lengua con todas las letras.  Cuando el orgasmo llegó, le hizo arrancar potentes gritos de los cuales no era posible pensar que no estuviesen siendo oídos en todo el piso y, aun así, sin embargo, la poderosa ejecutiva se dejó llevar por el éxtasis de una situación sobre la cual carecía de control…
Una vez que “Dick” la hizo llegar al orgasmo, retiró la lengua del interior de ella y volvió a mirarla a los ojos; su vista seguía siendo segura, penetrante, turbadora y sexual.  Llevó sus manos hacia el pecho de Miss Karlsten y le abrió la chaqueta para luego desabotonarle la blusa.  Las hermosas tetas de la ejecutiva quedaron expuestas bajo un hermoso corpiño de encaje que persistía como único obstáculo para llegar a ellas.  El robot tomó el sostén  por el borde superior y lo levantó hasta calzarlo por encima de los generosos senos de la mujer, eliminando así ese último obstáculo.  Sus manos se apoyaron o, más bien, se clavaron sobre el pecho de ella y, sin embargo, detrás de la aparente rudeza con que la trataba había también un velo de sutileza: cuando comenzó a tocarla, lo hizo de un modo en que nunca nadie lo había hecho con Miss Karlsten y, cuando se dedicó a explorar sus pezones, la ejecutiva se sintió volar nuevamente hacia el paraíso aun cuando sólo hacía contados instantes  que experimentara un orgasmo.  Los dedos de él trazaron círculos en torno a los pezones, a la vez que usaba sus pulgares para juguetear con ellos y hacer que se pusieran cada vez más duros.   Sin poder contener su respiración jadeante, Miss Karlsten echó al joven una mirada que evidenciaba lo maravillada que estaba con la experiencia.
“Eres… increíble…” – musitó, frunciendo sus labios en un beso a la distancia como cierre a sus escuetas palabras.  Luego cerró los ojos y se mordió el labio inferior con tanta fuerza que hasta llegó al borde de hacerlo sangrar.
El androide dejó en paz los pezones de Miss Karlsten provocando en ella un cierto desencanto a juzgar por la expresión que exhibió en su rostro, muy semejante a la de un niño a quien se le acaba de arrebatar un juguete.  Sin embargo, sólo se trató de un alto en el camino o, tal vez, de un paso necesario hacia la siguiente etapa.  En efecto, “Dick” tomó a la dama por la cintura y, así como la tenía, echada sobre la mesa, se inclinó sobre ella lo suficiente como para hacerle sentir el roce del miembro viril contra su vagina.  Al sentirse penetrada, cualquier otra sensación pareció quedar pequeña; Miss Karlsten pudo sentir cómo esa formidable verga se abría camino dentro de ella y no resultaba exagerado definirlo de ese modo ya que se movía dentro de ella de un modo extraño, como si tuviera vida propia.  La analogía con una serpiente que antes se le había ocurrido no resultaba, finalmente, nada desacertada… Allí era donde realmente sí se notaba la diferencia con un hombre de carne y hueso; un espécimen humano empuja su miembro como si se tratara de un ariete derribando puertas, pero aquello… era algo inédito para Miss Karlsten o para cualquier mujer que no hubiese conocido el sexo con un Merobot: esa verga, definitivamente, parecía estar dotada de autonomía; se movía dentro de ella como buscando incidir especialmente en aquellas zonas en las que provocaba placer y le recorría todo el interior por momentos trazando círculos o describiendo movimientos aun más caprichosos. 
El robot inició el bombeo y Miss Karlsten, haciendo un esfuerzo sobrehumano en medio del frenesí que la poseía, entreabrió los ojos para espiar al joven y tuvo una magnífica vista de su glorioso pecho exultante, así como de sus dos maravillosos y musculosos brazos que lo sostenían como si fueran dos imponentes columnas.  Todo su cuerpo ardía y se perlaba de sudor, en tanto que las venas y músculos se hinchaban de un modo que parecía que fueran a estallar de un momento a otro.  El rostro del androide daba una sensación muy acorde y similar: mantenía los ojos cerrados  y, ahora, echaba hacia atrás la cabeza a la par que levantaba los hombros; su semblante lucía como poseído por una fuerza superior y abría la boca lanzando una mezcla de exhalaciones e interjecciones, apretando de tanto en tanto los dientes.  Las sienes se le veían como dos protuberancias rojas al borde del estallido.  En la medida en que el bombeo se fue incrementando, Miss Karlsten ya no pudo seguir mirando porque sus ojos se cerraron casi obligadamente como un acto reflejo ante el nuevo éxtasis sexual hacia el cual se veía arrastrada.  Decir que aquel muchacho era una verdadera máquina sexual resultaba casi una redundancia y hasta una obviedad por tratarse de un robot, pero en realidad no había palabras para definir tamaña e inagotable potencia.
El bombeo llegó a su final en el momento justo en que ella alcanzaba un nuevo orgasmo, pudiendo sentir cómo un río en ebullición le corría por dentro.  Ignoraba qué clase de portentosa sustancia era aquella que estaba ingresando en ella a modo de semen pero no sólo había que decir que era un perfecto sustituto sino que, además,  producía una sensación infinitamente superior a cualquier semen humano, ya que le generaba por dentro un cosquilleo estimulante que resultaba difícil de definir con palabras…   Todo acabó con ambos amantes confundidos en un solo grito de placer y, una vez más, había que quitarse el sombrero ante los logros de la World Robots: la pasión que aquel androide ponía en tal acto estaba a años luz de parecer maquinal o fingida.  Luego del momento culminante, Miss Karlsten destensó los hombros y dejó otra vez caer pesadamente su espalda contra la madera de la mesa, en tanto que sus hermosas piernas seguían enroscadas en torno a las costillas del robot y los tacos, bailoteando en el aire, se entrechocaban a espaldas del mismo.
Miss Karlsten quedó extenuada; por más que lo intentaba, no conseguía recuperar la respiración y sentía el pecho subirle y bajarle con las pulsaciones a mil.  El androide, merced a los milagros que la tecnología lograba, lucía tan cansado como ella y, de haber sido un hombre verdadero, sería incapaz de tener sexo por varias horas a juzgar por su estado… Pero Miss Karlsten se equivocó: la sensación de agotamiento que había observado en el robot era tan sólo un efecto para el cual los fabricantes lo habían configurado de tal modo de crear así en su propietaria la mayor semejanza posible con una escena de sexo verdadera.  Bastó que pasaran apenas un par de minutos para que el joven la tomara nuevamente por la cintura pero esta vez para girarla con fuerza y colocarla de bruces sobre la mesa.  El gesto confundió y hasta alarmó a Miss Karlsten y no era para menos considerando que siempre había sido una mujer de tener el poder y llevar la iniciativa; el ser colocada de esa manera sobre la mesa aumentó su sensación de indefensión y a la vez le provocó una excitante incertidumbre acerca de lo que sobrevendría. 
El robot se dedicó a acariciarle y masajearle las nalgas y, una vez más, el cuerpo de la mujer se puso tenso desde los cabellos hasta las puntas de los pies: Dick” tocaba del mismo modo en que hacía el amor; de algún modo, era como si la “penetrase” con sus manos.  Ella, entretanto, respiraba trabajosamente pues aún no conseguía recuperar el aliento del todo tras la bestial cogida que terminaba de recibir.  Hasta allí no tenía demasiada forma de saber a qué venía el asunto pero, de pronto, Miss Karlsten comenzó a atisbar una respuesta a su interrogante, respuesta que, por cierto, no dejó de ser inquietante.  En efecto, el robot abrió con sus pulgares la entrada anal de la poderosa jefa y acercó el miembro; ella pudo darse cuenta de ello al llevar el mentón hacia su hombro y así girar levemente la cabeza para tratar de entender qué estaba ocurriendo a sus espaldas.  La punta del pene disparó un líquido que ingresó en el orificio provocándole un cosquilleo y luego el androide introdujo allí su dedo mayor para masajearle por dentro… El robot la estaba lubricando, pero a la vez el lubricante tenía algún agregado estimulante porque ella podía sentir cómo el cosquilleo dentro de su cola repercutía también en su sexo.  Pero… ¿significaba entonces que estaba a punto de… penetrarla por detrás?  ¡Nadie nunca le había hecho eso!  Ella jamás lo hubiera permitido por considerar que, de algún modo, hubiera sido denigratorio de su posición jerárquica dejarse someter a una práctica como ésa.  La incertidumbre se convirtió en terror…
“No… – musitó -, no hagas eso… detente…”
Miss Karlsten casi no se reconoció a sí misma en lo suplicante del tono, pero más allá de ello, lo cierto fue que sus palabras funcionaron del mismo modo que la tecla de un control remoto; el robot, por segunda ley de Asimov, estaba programado para obedecer a un ser humano y, como tal, abandonó su aparente plan apenas recibió una contraorden al respecto.  En sólo un segundo había retirado el dedo del orificio anal de su dueña y, envarándose, quedó de pie por detrás de ella, inactivo y, aparentemente, en espera de una nueva orden.  Lo extraño del asunto fue que ello, más que alivio, provocó un cierto desencanto en Miss Karlsten quien, aun a pesar de la resistencia que le provocaba la idea de ser penetrada analmente, había paladeado por un momento el gusto por probar un bocado que siempre le había estado vedado por sus prejuicios y temores.  Sin incorporarse del todo de la mesa, levantó apenas sus hombros y giró aun más el cuello para mirar al hermoso robot, que permanecía allí, de pie como una estatua de bronce y que, aun a pesar de su bellísima e increíblemente humana apariencia física, parecía volver a exhibir un comportamiento de máquina semejante al que había mostrado durante su parlamento de presentación; súbitamente, las réplicas de sensaciones, emociones y pasiones parecían haberle abandonado.
“Te… detuviste…” – balbuceó Miss Karlsten y su voz destiló un ligero toque de decepción que, al parecer, el androide captó.
“Así usted lo ordenó, Miss Karlsten… – dijo, en tono frío y maquinal -.  ¿Desea usted que retome la labor interrumpida?”
No podía haber una herida peor para la autoestima de la poderosa dama.  El robot la estaba poniendo ante una encrucijada, haciéndola debatirse entre serle fiel a su espíritu independiente y dominante o, por el contrario, ceder ante la tentación por lo nuevo y prohibido.  Si decía al androide que retomara lo que había dejado, su dignidad de algún modo sufría mella, pero… al pensarlo bien: ¡estaba ante una máquina!  El sentido de querer mantener a rajatabla la dignidad y la autoestima es claramente de índole social: uno se siente digno o indigno ante la vista de los demás.  Pero… eso que se hallaba a sus espaldas, aun cuando no lo pareciese, era un robot… Es decir, no era nadie ante quien pudiese hacerse pedazos su imagen de mujer poderosa y altiva ni tampoco era alguien que fuera a comentar ante otros sus secretos y deseos íntimos.  Si se sentía en tal encrucijada, era justamente porque la cogida fulminante que el androide le había propinado le había hecho olvidar que él era justamente eso: un androide, una máquina.
“Sí – dijo, sin lograr evitar sentir vergüenza aun a pesar de todo el razonamiento previo acerca de la naturaleza robótica de quien iba a penetrarla por el culo -, retoma lo que estabas haciendo, Dick…”
“¿Quiere usted que la penetre por el orificio anal?” – preguntó el robot, manteniendo aún el frío tono de máquina que había súbitamente adoptado instantes antes.
Miss Karlsten resopló.  Menudo trabajo le había dado rebajar su autoestima lo suficiente como para pedirle al robot que retomara el trabajo y ahora resultaba que se le requería una mayor especificidad en la orden.  Tenía su lógica, en parte: el androide había recibido, en cuestión de segundos, dos órdenes contradictorias y, al parecer, necesitaba una confirmación de la contraorden del mismo modo que un ordenador requiere confirmación antes de proceder a la eliminación de un archivo.  Pero, claro, por mucha analogía que hiciese, lo que Miss Karlsten tenía que decir estaba, en magnitud, muy pero muy lejos de eliminar un simple archivo.  Titubeó un poco; finalmente tragó saliva y se aclaró la garganta a la vez que volvía a apoyar su rostro contra la mesa para evitar así la vergüenza de mirarle a los ojos, vergüenza injustificada, por supuesto, desde el momento en que ese bello joven no era, después de todo, otra cosa más que un ser mecánico.
“Sí, Dick – dijo -…; penétrame por el culo, por favor…”
La nueva orden recibida pareció transformar totalmente al robot.  De pronto la máquina pareció irse nuevamente y su lugar volver a ser tomado por la bestia sexual de instantes atrás: apoyó una mano sobre la nuca de Miss Karlsten de tal modo de mantenerla con la mejilla pegada a la mesa.  El dedo mayor volvió a entrar en la retaguardia de la mujer y trazó círculos que, evidentemente, cumplían función de lubricado.  Una vez que lo hubo hecho, Miss Karlsten pudo sentir cómo la punta del miembro se apoyaba contra su entrada y comenzaba seguidamente a abrirse paso hacia el interior.  Lo hacía de un modo único, el cual, aun cuando ella nunca hubiera sido tomada por detrás, se le antojaba difícil de comparar con cualquier idea de penetración anal que pudiese llegar a albergar en su imaginación.  Por mucho que hubiese especulado acerca de cómo podía llegar a ser, estaba segura que no debía parecerse ni mínimamente a lo que estaba viviendo.  El portentoso miembro parecía tener la particular propiedad contraerse y expandirse; es decir, se contraía para ingresar más fácil y luego, a medida que lo iba logrando, se expandía.  No se trataba de una sensación: era algo real.  El falo, a la vez que entraba, iba también dilatando y estirando las paredes del orificio anal de tal forma que, en cuestión de segundos, hubo ingresado por completo sin demasiado esfuerzo.  Miss Karlsten abrió completamente su boca en una especie de jadeo permanente en tanto que el miembro se seguía achicando y agrandando, y cada vez que se agrandaba, provocaba una expansión y una dilatación aun mayor que la anterior.  En determinado momento Miss Karlsten sintió que, más que una verga, tenía una viga dentro del culo aun cuando se tratara de una viga llena de vitalidad.  Y entonces el robot inició el bombeo: el miembro comenzó a empujar rítmicamente en tanto que Miss Karlsten se sentía transportada al paraíso de los sentidos; jamás, ni en su más remota fantasía, había imaginado que ser penetrada por detrás pudiese constituir una experiencia tan placentera… Y el robot continuó, inalterable, penetrándola y bombeándola, incrementando la violencia de la arremetida en cada oportunidad en tanto que ella ya ni sabía en qué planeta estaba… Y entonces sintió el río caliente nuevamente: esta vez no dentro de su sexo sino dentro (y bien adentro) de su culo…  Clavó las uñas sobre los bordes de la mesa y sintió que las yemas se le lastimaban a la vez que se mordía con fuerza el labio inferior y hasta creyó sentir un ligero gustito a sangre… Todo terminó con el robot jadeante, caído sobre ella y respirándole en la nuca a tal punto que Miss Karlsten podía sentir sus cabellos mecerse al ser agitados por la leve brisa del aliento de él…  Experiencia perfecta, experiencia increíble, experiencia inédita…
Quedaron por un rato en esa posición, uno sobre el otro.  Miss Karlsten se hallaba tan conmocionada por la experiencia vivida que hasta pensaba en la posibilidad de redoblar la apuesta e ir un paso más allá.  Ella, una mujer dominante que nunca había querido mostrarse débil ante los hombres  a los cuales daba órdenes, acababa de ser penetrada por el culo.  Pero su fantasía, tal como lo había confesado en su momento a Jack Reed, iba más allá de eso: ella, a quien le gustaba dominar y someter, quería conocer, siquiera por una vez, la sensación de ser sometida.  Pues bien: allí estaba la oportunidad perfecta; estando con un robot, no había peligro de sacrificar ninguna imagen pública… Manteniendo el mentón contra la mesa, echó un vistazo en derredor: aquí y allá se veían los látigos, cadenas, potro de tormento, máquinas de estiramiento… Si a semejante conjunto se le sumaba el hermoso androide que yacía “exhausto” sobre ella, había simplemente que decir que todo lo que necesitaba para cumplir una vieja fantasía reprimida estaba allí, en aquel cuarto.
“Levántate” – ordenó al robot.
Éste, como no podía ser de otra manera, se incorporó apenas recibió la orden, liberando de ese modo el cuerpo de Miss Karlsten.  Ella se incorporó y se giró hacia él, echándole una voraz mirada a esos ojos que seguían aun llenos de promesas de sexo después de tres orgasmos.  Sin dejar de mirarlo, se quitó las ropas que aún la cubrían de tal modo que su hermoso cuerpo de mujer madura pero sensual quedó expuesto en su desnudez salvo por los zapatos.  Dedicando una mirada pícara al robot, se giró levemente y echó a andar en dirección a una enorme estructura circular de madera colocada en forma vertical.  La presencia de sendos grilletes a la altura aproximada de muñecas y tobillos denotaba claramente que la misma estaba destinada a mantener maniatada a una persona.  En efecto, Miss Karlsten caminó hasta allí taconeando sensualmente y apoyó pecho, piernas y mejilla contra la madera; separó las piernas hasta que sus tobillos calzaron en los grilletes inferiores y estiró los brazos hasta que sus muñecas hicieron lo propio en los grilletes superiores.  Su bello cuerpo quedó, por lo tanto, formando una especie de cruz que remitía a esos famosos dibujos de Leonardo Da Vinci.  A pesar de estar aplastando la mejilla contra la madera, logró mirar de reojo al robot y sonrió:
“Cierra los grilletes, Dick” – ordenó.
Obediente, el androide se acercó e hizo lo que le pedía, cerrando primero los grilletes superiores y luego los inferiores, con lo cual Miss Karlsten quedó absolutamente inmovilizada, situación que le provocó tal conmoción que volvió a sentir cómo su vagina se humedecía.  Tal como podía ver al espiar de soslayo, el robot estaba allí, a sus espaldas, a la espera de una nueva orden.
“¿Ves ese látigo? – preguntó Miss Karlsten -.  El mayor…”
El robot giró la cabeza en la dirección en que miraba ella y se encontró con una repisa empotrada en la pared sobre la cual se hallaban una serie de látigos, uno al lado del otro, colocados de modo semejante a como a veces se suele hacer con los tacos de pool en los bares.
“Sí, Miss Karlsten.  Lo veo” – fue la respuesta.
“Ve por él”
Fiel a su mandato robótico, el androide se dirigió hacia el exhibidor y tomó el látigo más grande, tal como ella le había requerido.  Una vez que lo tuvo en mano regresó junto a su propietaria para ubicarse nuevamente a sus espaldas.
“¿Cómo se siente?” – preguntó Miss Karlsten mientras un hilillo de baba le corría por la comisura.
El androide, empuñando el látigo, lo hizo silbar y chasquear un par de veces en el aire como si comprobara la calidad o buscara familiarizarse con él.
“Se siente bien, al parecer, Miss Karlsten” – respondió,  en lo que parecía ser un mero formalismo ya que “sentir” era un concepto ajeno a un androide.
“¡Bien! – exclamó ella -.  Ahora… golpéame con él…”
Tras haber dado la orden, Miss Karlsten cerró los ojos y se preparó para recibir el primer golpe.  La excitación la invadía a tal grado que ya comenzaba a sentir el placer del dolor aun cuando el látigo no se hubiera aun posado sobre su piel.  Mordiéndose el labio, aplastó aun más su mejilla contra la madera como si se estuviera preparando para el primer quejido de dolor… Sin embargo, la espera se hacía eterna y el latigazo nunca llegaba.  Algo ansiosa e impaciente, se vio obligada a abrir nuevamente los ojos; miró otra vez de soslayo por encima del hombro y comprobó que el robot seguía allí, inmóvil, en tanto que el látigo colgaba laxo hacia el piso.
“¿Y…? – preguntó ella – ¿A qué estás esperando?”
“No puedo hacerlo…” – fue la lacónica respuesta del muchacho.
Miss Karlsten dio un respingo.  Era, por cierto, la primera vez que recibía una negativa por parte del androide; tal vez, incluso, la primera vez que recibía una negativa en su vida…
“¿Q… qué dices?” – preguntó, visiblemente irritada.
“Que no puedo hacerlo, Miss Karlsten…”
“¿Se puede saber de qué diablos hablas…?  – preguntó ella, en tono cada vez más exasperado  -.  Acabas de recibir una orden, maldita sea…”
“Orden que no puedo cumplir, Miss Kalsten, lo siento… – objetó el androide -.  Primera ley de Asimov: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.  Le suplico me perdone, Miss Karlsten…”
                                                                                                                                                                            CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Mi nueva vida 7” (POR SOLITARIO)

$
0
0

Domingo 5 de mayo de 2013

Por la mañana fui a casa de Edu a ver como estaba y para hablar con él y Amalia. Sentado en un sillón del salón, con un pijama azul claro, llevaba el brazo en cabestrillo y le habían dado un calmante fuerte porque estaba atontado. Amalia estaba extraña. El intento de suicidio de Edu le debía haber afectado.

Intente espabilarlo y hablar con él. Entreabrió los ojos y me miró.

–¿Qué vienes a follártela? Ahí la tienes, ya tenemos dos putas por mujeres. ¿Estamos en paz?

–No Edu. Tú follaste con Mila presionándola con un chantaje.

Amalia follo conmigo porque quiso hacerlo, por gusto. Y ya que eres tan directo te diré que, si ella quiere, seguiré follandola. Y si no quiere, pues no lo haré. Y tú debes replantearte tus ideas.

Una puta es una profesional del sexo. Eso no la hace inferior a nadie. Y tiene todo el derecho del mundo a decidir si o no. Y tú, y todos, la obligación de respetar la decisión. Eso es lo que tú no has hecho respetar a Mila, forzándola a estar contigo y a Amalia, a quien le sisabas el dinero para follar, cuando tienes a tu disposición una mujer, muy mujer, capaz de sentir y proporcionar mucho placer. Te lo digo por experiencia.

Sabía que le estaba haciendo daño, pero no podía evitarlo. Recordaba a Amalia golpeando a Mila con la vara y me irritaba haberlo facilitado y consentido. Amalia miraba a su marido con odio.

Yo sabía que su relación no había sido buena, Edu era difícil de tratar. Ahora ella tenía en sus manos lo que necesitaba para su venganza. Y lo utilizó. Mejor dicho, me utilizó.

–¿Sabes lo que me ha dicho Edu?

–No, si no me lo dices.

–Que la otra noche nos escucho follando. Por una parte deseaba coger un palo y liarse con todos a bastonazos.

–Pero hubo un momento, cuando escucho mi grito al correrme, que sabía que era yo, se excitó y se masturbó. Es un consentidor.

–Le gusta ver cómo me joden. También dijo que el supuesto intento de suicidio era fingido, para que no tomáramos represalias por haber intentado forzar a Marga.

Esto me desbordaba. ¿Que pretende Amalia con esta confesión? Pronto llegó la respuesta.

–José, esta situación me tiene muy caliente. Y tener a este cabrón como espectador me enciende más aún. ¿Quieres follarme aquí y ahora?.

Edu abrió sus pequeños ojos a más no poder. No podía creer lo que le acababa de oír a su mujer. Abre la boca para decir algo y su mujer se lo impide.

–No vayas a decir que no, porque solo nombrarlo y ya tienes la polla tiesa, marica. Si José quiere vas a saber lo que es un hombre. ¿Qué contestas José?

No lo podía creer, me estaban proponiendo follar a la mujer delante del marido. Y efectivamente el bulto de su bragueta lo delataba. Y no lo pensé.

–Amalia, dime como quieres hacerlo. Pero, si no te importa, antes debo llamar a Mila para decírselo. Tengo mis razones para hacerlo.

–Por mí como si quieres llamar al cuerpo de bomberos, me los follaría a todos.

Llamo a Mila, le digo que Edu está bien y que voy a follar con Amalia. No espero respuesta y corto.

Al girarme me llevo una sorpresa, Amalia está completamente desnuda. Su cuerpo es exuberante, morena, de mi estatura, carnes prietas, anchas caderas, culo redondo, tetas grandes y firmes a pesar de los hijos y la edad, una mata de pelo negro cubre desde las ingles hasta la mitad de la distancia del sexo al ombligo. Realmente atractiva. Y está aquí a mi disposición. Me desnudo mientras veo como se acerca a su marido y restriega el culo por su cara.

–Edu, amor, huele el aroma del semen de José, lo guardo desde anoche cuando desvirgó mi culo. Jamás antes había sentido tanto placer. Este si es un semental, no tu, mierda, que tienes que pagar para que te dejen hacerte una paja en un coño o un culo. Porque lo que es follar, no sabes un pimiento.

–Chúpamelo y prepáralo para que me follen.

–¡¡Ahhh! Jodio, ¡pues no que se ha corrido ya!

La escena resultaba grotesca y sensual al tiempo.

La mujer, se sujetaba las nalgas abiertas, inclinada hacia delante, con la cara del marido dentro de la raja del culo.

Mientras, al estar agachada, veía entre sus piernas la polla del marido, que él se había sacado del pantalón del pijama, que efectivamente, presentaba los síntomas de una corrida, a juzgar por los chorreones de semen que goteaban arrastrándose por el pantalón. No pudimos evitar las carcajadas. Las tetas de Amalia botaban a izquierda y derecha colgando al estar ella inclinada. Era una hembra apetecible. Que ostias ¡¡Esta buena coño!!.

Yo no había perdido el tiempo, me desnudé totalmente y me puse delante, ella no dudó. Agarro el palo con ambas manos y lo engullo. Se lo tragó, mientras masajeaba mis pelotas. Ella solita se lo tragaba hasta producirse arcadas, lo sacaba lo chupaba como un pirulí y se lo tragaba otra vez hasta que desaparecía en sus fauces. En ese momento parecía tener un gran bigote.

Le indique que si seguía así no tardaría en terminar. Con señales dijo que no importaba y descargue en el fondo de su garganta. Tosió, estornudó, le salía semen por la nariz, pero aguantó lo metió en su boca y besó a Edu, a quien le paso lo que había recogido de mi cosecha. Él no protesto se lo trago.

Observé que su pene volvía a estar erecto. Amalia se lo cogió, y lo retorció, provocándole dolor. Nuevamente vi la cara de AMA SADICA. Disfrutaba provocando dolor. Y Edu disfrutaba sufriéndolo. La pareja perfecta.

–José, ahora mi culo. Quiero ensancharlo para poder usarlo cuando quiera. Hay un mamón en el colegio a quien le tengo ganas. Es del AMPA. Se llama Manolo y lo tengo atravesado.

–¡¡¡¿Cómo?!!! ¿Manolo, amigo de Jorge?

–Sii, ¿Cómo lo sabes,? ¿Los conoces?

–Si Amalia, por desgracia. ¿A ti qué te han hecho?

–Es un chulo de mierda, intento propasarse conmigo, y lo paré. Era la fiesta de fin de curso, con padres, niños. Tú sabes. Al ver que no tenía nada que hacer conmigo empezó a dar voces para que las personas que allí había pensaran que era yo quien le había hecho la propuesta. Menos mal que el director me conoce bien y vino en mi ayuda.

–¿Y qué piensas hacerle?

–Follármelo yo a él, grabarlo y llevarle el video a su mujer que es muy celosa, además es la que tiene el dinero, una chica rica en manos de un aprovechado. Se divorciara y lo dejará sin un euro.

–Ven aquí, luego hablaremos de esto. Vamos a joderlo vivo. Pero antes dame tu culo que me tienes con esto tieso otra vez.

El lengüeteo proporcionado por Edu en el ojete de su mujer fue efectivo. Mi verga destilaba nuevos fluidos que se sumaban a los restos de la anterior corrida. Entró mas fácil que la primera vez, pero entro. En uno de los empujones se la saque, me miro con extrañeza. Sonreí.

–Amelia colócate encima de Edu y clávate su polla en el coño.

Comprendió rápidamente. Se puso sobre el pobre hombre, que se quejaba del brazo, pero no perdía rigidez. Se dejo caer y vi como se perdía su cosa dentro de ella.

–Muévete, no pares, adelante y atrás.

Enfilo la grieta trasera y la introduzco de golpe. Grita. Se mueve más rápido. No hago nada, es ella quien, con sus movimientos se empala en una u otra verga, alternativamente. El ritmo es ya infernal. Esto no puede durar mucho.

–¡¡Aaaggg!! ¡¡Más, dame más!!. ¡¡Necesito otra pollaaa!! ¡¡Para chupaaaar!!

–¡¡Joder, mierda, que puta soy, quiero ser puta, follar, follar, follaaaaaaar!!

Edu era algo más alto que ella, pero al estar sentado y encogido desapareció bajo su voluptuoso cuerpo. Solo se veían sus dos piernas delgadas entre los grandiosos muslos de su mujer.

Me incliné sobre ella y besé su cuello, el sudor cubría nuestros cuerpos, el suyo estaba ligeramente salado, perfumado.

Cuando ella descabalgó vi a un Edu derrotado, llorando, la testuz baja. Me dio lastima.

Pasé por el lavabo para asearme un poco y me fui al centro de control. Quería saber cuál había sido la reacción de Mila al recibir mi llamada informando de que follaría con Amalia.

Pongo en funcionamiento el equipo y busco la localización. Mila está sola en la cocina al contestar. Al colgar se queda muy pensativa. Entra Ana.

–¿Qué pasa mamá? ¿Quién era?

–Tu padre Ana, tu padre. Al que me parece que hemos perdido para siempre. Se ha quedado en casa de Edu para follar con Amalia. Ahora está como un niño con juguetes nuevos. Ha descubierto su pito y no deja de tocárselo.

No podemos hacer otra cosa que esperar y tratar de que siga con nosotras. Tú ya sabes cómo son los hombres, cuatro carantoñas y te lo llevas al huerto, o mejor dicho, a la cama. Si cualquier lagarta se da cuenta de lo que vale, intentará hacerse con él. Luego, cuando se canse lo dejará

–Pero nosotras no dejaremos que pase eso. ¿Verdad mamá? Yo no quiero que se vaya. Tenemos que hacer lo imposible por retenerlo. Que no nos deje. Antes de lo que pasó lo tenía aquí y no me daba ni cuenta. A veces hasta me estorbaba, sobre todo cuando me quería hacer un dedito. Pero ahora, necesito verlo cuando llego del cole, abrazarlo. Lo quiero. Ahora lo sé. Quiero un montón a mi padre. Pero a ti también.

No puedo imaginar tener que elegir entre él o tú. Sería terrible.

Se pasa las manos por los ojos, ¿llora?. Mila se levanta y se abrazan las dos.

–Vamos a preparar la comida. Hoy tenemos mogollón de gente a comer. Lo preparamos todo en la terraza, hace buen día y si algo nos molesta echamos el toldo.

Las veo ir a la terraza que tiene la puerta de acceso por el fondo del salón.

En tiempo real.

Tienen dispuesta las mesas plegables alineadas. Los niños ya están comiendo. Voy para allá. Tengo hambre.

–Por fin. ¿Dónde has estado?

–Ya lo sabes Mila. Y también lo que he estado haciendo. ¿Pasa algo?

–No. Solo que estoy viendo que estas cambiando muy rápido. Demasiado rápido. ¿No crees?

–No. Simplemente aprovecho el tiempo. Nada más.

Vamos a comer, tengo mucho apetito. ¡Uy que bueno!

La comida transcurre con normalidad, charlas banales, por la presencia de los niños.

Recogen la mesa y envían a los niños a jugar a la terraza del otro lado del piso, a la que se accede por las habitaciones de Ana o la de Marga. Corren a coger sus cacharros para enredar en la terraza. Nos quedamos los mayores, Ana y Claudia hija se fueron a trastear en la habitación de mi hija.

–Tengo una propuesta que haceros.

Mila mueve la cabeza.

–Tú dirás.

–Sigo en fase de experimentación. Tuve una pésima experiencia en el club de intercambio. Allí solo pude ver como follaban por el culo a Mila y fue muy desagradable. Quiero repetir pero con otro talante. ¿Quién quiere venir conmigo?.

Se miraron entre ellas. Mila habló.

–En principio tu pareja, al menos legal, soy yo. Pero se puede dar el caso de que quien te acompañe folle con otro u otros. ¿Cómo vas a reaccionar?

–No lo sé. Precisamente por eso quiero ir. Y sí, quiero que seas tú quien me acompañe. Sé cómo se siente el engañado. Ahora quiero saber cómo lo toma el consentidor. O el proxeneta, que es en lo que me vas a convertir.

–Pues no se hable más. Es temprano, son las cinco y hasta las diez o las once no empieza a haber gente. Voy a descansar un rato.

Detecto un extraño gesto en Mila mirando a Marga.

–Voy a salir, he dejado algo pendiente y voy a solucionarlo. En un par de horas vuelvo.

Mila me mira con cara de extrañeza. Le devuelvo la mirada en silencio. Se marcha a su habitación. Mi objetivo ahora es tratar de saber cómo se han tomado mi propuesta, me dirijo a mi centro de comunicaciones dando un rodeo por si se les ocurre seguirme.

Sigo con mi paranoia.

Vaya, están todas en el dormitorio, Mila tumbada boca arriba, Marga junto a ella boca abajo, con las piernas dobladas por la rodilla mostrando sus preciosas pantorrillas y los pies descalzos, apuntando al techo, pequeños, de deditos miniatura, redonditos, como de niña, el tobillo fino y los talones redondeados y sin durezas. Me gustan. Jamás hubiera imaginado que unos pies pudieran excitar tanto. Tengo que comérselos a ver a que saben.

Claudia sentada al otro lado de Mila, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama.

–¿Qué se le estará pasando ahora por la cabeza?

–Supongo que quiere probar algo ¿No Mila?

–No lo sé, Marga, me preocupa su reacción. Pero vámonos de aquí que puede estar viéndonos y oyendo todo.

Vuelven al salón. Se sientan Mila y Marga en el sofá y Claudia en un sillón enfrente.

–¿Aquí no nos puede oír?

–No lo sé Marga, pero hasta ahora solo hemos visto grabaciones del dormitorio.

–En aquel local conozco al dueño y casi todo el personal. Voy a llamarlos para que finjan no conocerme.

–¿Crees que haces bien? Si lo descubre se enfadará y no sabemos qué consecuencias puede traer.

–Quizás tengas razón. Quince años de engaño y simulación no se pueden olvidar tan fácilmente. Sigo con la tendencia a tapar los hechos. Dejaré que lo descubra y veremos qué pasa. Allí he cometido los mayores disparates de mi carrera puteril, desde que me contrató el dueño, para la fiesta de apertura, hace ya cuatro años.

–Mila, ¿Qué es lo mas bárbaro, que has hecho en tu vida, lo que más te ha impactado?. ¿Y lo que no volverías a hacer?

Mila se queda pensativa, e imprime un rasgo de seriedad a su rostro.

–Claudia, esto es algo que solo sabe Marga, a quien se lo conté en aquella ocasión. Fue precisamente en ese local. Hace tres años me llamó el dueño para que acompañara a un grupo de japoneses que había invitado. Estarían un solo día en Madrid y quería un espectáculo de impacto. Cerró el local solo para ellos….conmigo.

Yo no tenía idea de lo que me tenían preparado, sabía que sería algo duro y pensé que sería un gangbang, solo participé una vez en un espectáculo de ese tipo y fue muy fuerte.

En aquella ocasión le dije a José que me había invitado Marga a un viaje a Málaga, pero me quedé en su casa sin poder moverme en una semana.

Fue un martes por la noche. Cuando llegue me recibió Alma, la pareja del dueño y relaciones públicas del local. Nos sentamos en dos taburetes de la barra de la entrada. Aún no habían llegado los invitados ni el dueño, Gerardo, estábamos solas. Parecía nerviosa, se retorcía las manos y rehuía mi mirada, le pregunté qué pasaba.

Entraron dos jóvenes, de rasgos asiáticos, con cajas de catering y una jovencita muy linda, rubia y pelo muy corto. Se paró con nosotras, nos dijo su nombre, que no recuerdo y entro tras los otros. Al poco salieron los dos muchachos, se despidieron con una reverencia y se marcharon.

–Mila, Gerardo me ha prohibido que te diga nada y la verdad es que no se qué te han preparado, pero es algo muy fuerte. Si te vas ahora mismo le digo que has llamado porque te has indispuesto y no puedes venir.

— Alma, yo tampoco sé qué quieren, pero hay algo que me empuja a quedarme, la curiosidad. Probar cosas nuevas me atrae, a veces lo paso mal entonces no repito, pero otras veces me ha encantado. Me gusta probar todo lo relacionado con el sexo.

–De todas formas, gracias por el aviso. Algún día vendré para que me comas el chochete.

–Como tú veas. Dame un beso, estas muy buena y me encantará lamerte la pepitilla.

Y empezamos a besarnos. Mi intención era la de calentarme para hacer frente a lo que fuera.

En medio del besuqueo llegaron los invitados con el dueño.

Realizó las presentaciones intentando seguir el ritual japonés, eran ocho hombres maduros, entre cuarenta y cincuenta años. Lo cierto es que no me prestaron mucha atención. Al parecer los japoneses son bastante machistas. Lo solventaron con una leve inclinación de cabeza.

Pasamos a la parte trasera del local, que yo conocía muy bien, un jardín descubierto con la piscina en un lateral. Fue en verano y la temperatura era agradable.

Me sorprendió ver una mesa preparada con la muchacha desnuda tendida y cubierta de pequeños trocitos de comida y flores. El contraste entre su piel alabastrina y los colores de las porciones de comida era realmente bello. Colores salmón, blanco, negro, rojo, salpicaban el cuerpo de la joven. Nosotras estábamos apartadas, no nos correspondía participar en aquel sibarítico festín.

Se sentaron a la mesa, cuatro en un lado, tres enfrente, y el que parecía de mayor rango en la cabecera, donde estaba la cabeza de la muchacha, con los ojos cerrados. Alrededor del cuerpo había botellas y copas, que Gerardo se había apresurado a llenar, Alma dijo que bebían sake, una especie de vino de arroz. Brindaron con gran ceremonia y comenzaron a comer.

El de la cabecera sujetó con los palillos, que utilizaban, un trozo de pescado, Alma me dijo que era atún y lo habían traído, expresamente de la costa andaluza, para esta ocasión, lo pasó por el sexo de la chica, que se estremeció, como un escalofrió, sin llegar a mover su cuerpo. Aquel gesto disparó al resto de comensales que lo imitaron, pasando por la rajita los trozos de pescado que a continuación comían. Otro le abrió la boca, puso entre sus labios un bocado de color blanco, parecía que se lo ofrecía para comer, ella no se movió, se lo comió el japonés.

Otro, parecía el más joven, se dedico a lamer los pezones, que tenia cubiertos con nata.

Le cruzaron los muslos, formando un cuenco con ellos, vertían vino en su chochito y se lo bebían lamiendo el sexo. Se turnaban, levantaron las piernas sujetándolas a cada lado de la mesa, seguían vertiendo vino en su coño y lo chupaban de los rubios vellos del pubis y los labios de la vagina. Se les veía muy excitados.

El que parecía ser el jefe, se acercó a la chica-mesa y le introdujo un dedo en la vagina, ella no hizo ningún movimiento, lo sacó lo olió y se acerco a la mesa donde estábamos sentadas, me lo puso en la boca. No me importó chuparlo. Sabia a sexo femenino y algo extraño, como vino raro.

Aquello parecía una señal. Gerardo me cogió por un brazo.

–A partir de ahora te toca a ti, no me defraudes. Desnúdate y déjate atar.

Lo hice, totalmente desnuda me ataron las manos por delante y me pusieron una venda en los ojos. No sé cuantas manos toquetearon mi cuerpo, ni cuantos dedos entraron en mis cavidades, pero fueron muchas veces.

Pensé que ese sería el juego y no me disgustaba, me excitaba sentir a un grupo de hombres a mí alrededor acariciándome y penetrándome con sus dedos.

Por experiencia sabia que los penes de los japoneses no suelen ser grandes, por eso no me dio miedo cuando me arrodillaron y me ataron las manos a una argolla en el suelo, presentando mi grupa a quien quisiera utilizarla.

Lo extraño empezó cuando sentí que me frotaban mi coño con algo, parecía un trapo. Olía mal.

Y me aterrorice cuando oí ladrar un perro cerca.

Me puse a gritar histérica, tengo pánico a los perros.

Pero no sirvió de nada, bueno si, para que me amordazaran con una bola dentro de la boca y atada en mi nuca.

Aquella experiencia fue la peor de mi vida.

El animal olisqueaba mi trasero, lo lamia con su lengua, hundía su hocico en mi raja. No podía gritar, solo mover mi cuerpo a un lado y otro, eso encendía más a los espectadores.

De pronto se montó sobre mi espalda y sentía picotear mis nalgas con el vergajo del animal, que a su vez soltaba chorritos de líquido en mis corvas. Hasta que me penetró.

La sensación no fue placentera, el miedo había hecho que se contrajera el esfínter vaginal y yo no podía hacer nada por relajarlo, dolía, aquel animal se movía a una velocidad enorme dentro de mí. Y debía tener un cipote descomunal.

Yo seguía intentando quitármelo de encima y movía mis caderas, se salió. No sé que fue peor. Empezó de nuevo, esta vez ayudado por alguien que me sujetaba y dirigía su verga hacia mi ano. Y entró. Y se repitió el juego una y otra vez, duró una eternidad.

Una de las ocasiones me penetro por la vagina se movía mucho, pero esa vez fue distinta, algo más gordo de lo normal entro en mi coño. Temblaba de miedo y de dolor. Me daba la sensación de que me volvía de revés por ahí. Sentía que me arrancaban las entrañas, cuando el animal desmonto y la bola de carne lo unía a mí.

Alma se acercó, acarició mi cara, me beso y me dijo que me calmara, que en un ratito todo habría terminado. No fue un ratito, fue mucho tiempo el que el bicho estuvo dentro de mí. Un dolor agudo, seguido de un flop y un rio de líquido que bajaba por el interior mis muslos.

Alma seguía a mi lado acariciándome y besándome, me quito la mordaza y la venda, desató la cuerda que sujetaba mis manos y me ayudo a levantarme.

No quedaba nadie, estábamos solas.

Me acompañó a una ducha, se desnudo y entró conmigo. Me ayudo a lavarme y después me llevo al yacusi, donde continuo besándome y acariciándome.

Acabamos en un reservado comiéndonos el coño la una a la otra. La pobre intentaba hacerme olvidar aquella mala experiencia. Que ya no he repetido ni repetiré.

¿Cuántas experiencias, vividas por mi mujer, me quedaban por conocer?.

¿Cuánto me queda por saber de ella?.

¿Qué impulsa a una mujer, como Mila, a dejarse humillar de esa forma? ¿Placer?

¿Saciar una curiosidad malsana, que puede llevarla incluso a la muerte? ¿Placer?

¿Necesidad de placer a costa de lo que sea, sin importar las consecuencias?

Quizá todos tengamos esa necesidad de placer. Unos la cubren fumando, bebiendo, drogándose, juegos de azar. Todas esas actividades “placenteras”, que pueden poner en peligro sus vidas.

Pero hay otros más peligrosos, los que encuentran el placer jodiéndonos a todos, como los políticos, altos directivos de empresas, directores de banco, y un largo etcétera.

¿Es Mila peor que un político en el poder, que toma una decisión por la que se desahucia a miles de familias, las condena a la miseria de por vida y provoca el suicidio de muchos de los que son incapaces de afrontar esa situación?

¿Es Mila peor que ese alto directivo del banco que lleva años defraudando a hacienda, robando al país y enviando cientos, incluso miles de millones de euros a paraísos fiscales, descapitalizando al país?

O ese “supuesto” sinvergüenza que se ha forrado recibiendo “comisiones” ilegales, para un partido y no se sabe cuánto ha entregado al partido y cuanto se ha embolsado y en que chanchullos ha participado?

Mi esposa, Mila, ha proporcionado placer a no sé cuantos, ¿cientos? hombres que, desesperados no tenían el consuelo de una mujer, como no fuera pagando.

Estableciendo estas comparaciones, MILA ES UNA SANTA.

Al único idiota a quien ha hecho daño es a mí y colateralmente a mi hija.

Y nos ha hecho daño, porque esta sociedad de hipócritas, de doble moral, ve como triunfadores a los que nos joden de verdad.

Insultando, injuriando y escarneciendo a personas como Mila, por hacer algo que le gusta sin perjudicar a nadie.

Y la raíz de esta hipocresía esta incrustada en la tradición.

He decidido ir esta noche con Mila a divertirme.

Y a partir de ahora, si ella quiere, dejará de follar como puta, para seguir haciéndolo por puro placer.

Cuando llego a casa están los niños durmiendo, Claudia y Marga se han acostado juntas, ¿Qué estarán haciendo?

Mila me está esperando sentada en la sala.

Luce espléndida. Sus hombros de suaves curvas, descubiertos, el vestido negro, corte palabra de honor, la falda ligeramente tableada, mostrando sus piernas de líneas torneadas. Sandalias negras, con tacón de aguja, que deja a la vista el contorno del pié. Me estoy fijando mucho en los pies. Es preciosa. Claro que si fuera un callo ¿Quién estaría dispuesto a pagar por acostarse con ella?

–¿Vamos?

–Espera José. Tenemos que hablar.

–Tú dirás.

–¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

–Y ¿Por qué no? Tu seguramente lo has hecho muchas veces, sin yo saberlo, ahora quiero ver como son estas cosas, que yo desconocía hasta hace un mes.

–Espera. Quiero decirte, algo, que para mí es importante.

No quiero seguir con todo esto.

Solo lo haré si tú me lo exiges, pero ya no quiero seguir con la vida que he llevado. Ahora sé lo que quiero. A ti. Solo a ti.

He comprendido que hay algo mejor. Y lo he descubierto gracias a ti. Nunca me había sentido como ahora contigo.

Entiendo que no puedas creer lo que te estoy diciendo. Te he mentido y ocultado tantas cosas, que yo en tu lugar también desconfiaría.

He descubierto en ti a una persona distinta, y me gustas. Me gustas mucho.

Quiero seguir contigo, no obligada por el temor a las represalias.

¡Porque te quiero!

No sé cuanto durara esto, pero ahora te quiero y no tengo ningún interés en follar con nadie más que contigo a partir de ahora. Si tú me lo permites. Y tratar de darte todo el placer que te he negado. Intentaré compensar, con mi sumisión, con mi fidelidad absoluta, todo el daño que te he hecho.

Podemos irnos a cualquier parte donde no nos conozca nadie, con los niños.

Llevarnos a Marga y vivir todos juntos sin engaños, sin trampas.

Te seré fiel, porque quiero serlo.

Porque ahora sé lo que significa la palabra AMOR.

Tan fiel como para dejarme joder por quien tu me indiques, sin yo querer, contra mi voluntad. Solo por obedecerte.

Y puedes probar y experimentar conmigo y con Marga todo lo que quieras.

Lo he hablado con ella. No te mentiremos ni te ocultaremos nada, nunca más.

Nos tendrás a las dos porque te queremos y sabemos que tú también nos quieres.

Y ahora, si tú lo deseas, podemos irnos al club de intercambio.

No esperaba aquello. Me desarmó. Me dejo sin habla. Y algo dentro de mí me decía.

¡¡Lo has logrado!! ¡¡Has recuperado a tu familia!! Pero ¿Y la confianza? ¡Jamás podrás confiar en ella!

–Mila, sabes que te quiero con locura, hasta el extremo de estar a punto de volverme loco de verdad, de hacer una barbaridad, de las muchas en las que pensé y hubiéramos terminado mal, muy mal.

He intentado encontrar soluciones al problema planteado. Y esta que tú propones no me parece acertada. Seguiremos adelante con los planes trazados. Vámonos al club, quiero verte como lo que eres, como lo que has sido. Y como lo que seguirás siendo. Una puta.

Y nos fuimos al club de intercambio. Pero eso ya es otra historia.

En el piso se sigue adelante con el proyecto, que con modificaciones, habíamos puesto en marcha.

Mila, Claudia, Marga, Amelia y otras que se han ido incorporando al grupo trabajan y lo hacen bien. Los clientes quedan muy satisfechos. Estamos teniendo mucho éxito.

Claudia se hace cargo de la gestión de la empresa. Utilizando las nuevas tecnologías en el mundo del porno, instalé un servidor web en el local, para facilitar los contactos con las webcam. Los plazos se van cumpliendo y el nuevo negocio ya está funcionando. Además de las instaladas en las habitaciones, controladas por Claudia, instalé cámaras sin conocimiento de nadie. Solo yo las gestiono a distancia. Desde mi centro secreto de control.

Encargue a una tienda que compraba productos directamente de china, una partida de teléfonos móviles de última generación y se los entregué a un conocido mío, un hacker, a quien le encargue la instalación, en los aparatos, del software que me permitiera conocer la localización, vía GPS, incluso estando apagado el móvil. Además de poder conectar desde mi ordenador, el micrófono y la cámara, sin que se iluminara la pantalla y sin generar ningún tono, siempre y cuando, tuviera colocada la batería. Les facilité uno a cada una de mis, protegidas, incluidas mi hija Ana y su amiga Claudia.

No podía dejar de espiar a mi familia. Tenía que saber todo lo que pasara, lo que hablaban. Quince años de engaños me habían convertido en un enfermo, un paranoico, pero no podía evitarlo.

He sido una persona confiada durante toda mi vida. Mi postura, yo la denominaba ingenua. La verdad es que funcionaba, yo era feliz mientras no se demostrara que estaba equivocado. Y lo fui, durante quince años. Feliz y equivocado. Hasta que mi ingenuidad me estalló en la cara, o más bien, en la frente.

Esta es ahora:

MI NUEVA VIDA.

P.D. En los artículos de sucesos de un periódico aparece una noticia. M. …Ha sido detenida y puesta a disposición judicial acusada de corrupción de menores. Al parecer fue sorprendida en su domicilio…….Resultó efectiva la llamada anónima.

Me ha ayudado mucho escribir. Me ha sido muy útil para pensar, reflexionar y poner en orden mis ideas. Quizá siga haciéndolo en función de lo que vea u oiga en el centro de control, además de lo que Mila y Marga me cuenten, sus experiencias vividas a lo largo de veinte años como meretrices.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Maquinas de placer 02” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

La alarma automática del tablero del auto, como era habitual cada día, despertó a Jack Reed cuando ya estaba llegando a su lugar de trabajo.  En efecto, apenas entreabrió los ojos pudo ver que el vehículo estaba subiendo por la calle en espiral que rodeaba el edificio de la corporación Vanderbilt en la que él se desempeñaba.  Alrededor el paisaje sólo estaba poblado de las altas torres de Capital City en lo alto sobrevolaba Joy Town, el parque de diversiones volante que se sostenía con suspensores antigravitatorios.  Echó un vistazo hacia su robot conductor y pudo comprobar que, como siempre, hacía su trabajo de acuerdo a los parámetros normales y manteniendo la vista atenta al camino.
“¿Cómo ha dormido, señor Reed?” – le preguntó el androide, con una voz tan fría y sin emoción como cuadraba a un robot.
“B… bien – respondió Jack sin poder ahogar un bostezo y restregándose la cara -. ¿Por qué nivel estamos?”
“Piso cuatrocientos ocho – respondió el androide -.  Restan ciento doce…”
Jack Reed echó un vistazo en derredor mientras trataba de sacudirse la modorra.  El vehículo giraba siguiendo la espiral ascendente y, como tal, los edificios de Capital City danzaban ante sus ojos entrando y saliendo todo el tiempo de su campo visual.  Fue en una de esas tantas visiones fugaces que distinguió a lo lejos una imagen publicitaria en tres dimensiones que coronaba la cima del Coventry Plaza: una hermosa modelo de cabellos negros y ojos algo felinos exhibía su escultural cuerpo en lo que parecía ser un aviso de algún tratamiento contra el envejecimiento corporal; ya la había visto en un par de publicidades antes y, de hecho, cuando el auto giraba hacia el lado opuesto de la espiral podía verla, algo más lejos, sobre la cima de otro edificio.
“¿Quién es la modelo del aviso?” – preguntó Reed.
El robot que conducía giró levemente la vista durante apenas una fracción de segundo y ello fue suficiente para que se oyera dejara oír el chasquido de un lente fotográfico: había registrado la imagen y ahora se dedicaba a procesarla, lo cual demoraría unos pocos segundos…
“Elena Kelvin – respondió, finalmente -; 25 años, nacida en Amberes…”
Siguió luego una detallada descripción acerca de la carrera y la vida personal de la modelo pero la realidad era que Reed ya no escuchaba demasiado; sólo tenía posada su encandilada vista en aquella joven y, de hecho, apena el aviso desaparecía de su campo visual al ir girando el auto en torno al edificio, ya estaba oteando a lo lejos en busca de la otra imagen.  En un momento una de ambas imágenes cambió y fue reemplazada por otra, pero ya se hallaban en el piso quinientos veinte, en donde debía descender del vehículo para ir a su trabajo.
“Estaré aquí a las diecisiete, señor Reed – anunció el robot tal como lo hacía cada día -; que tenga una feliz jornada laboral”
Tras la formal despedida, el vehículo se alejó nuevamente por la espiral ascendente en busca de la azotea, unos ochenta pisos más arriba, en donde los autos subían a una plataforma circular que bajaba a través de un gran hueco en el centro del edificio, llegando a la base en muy pocos minutos: tal plataforma no estaba recomendada para seres humanos debido a lo vertiginoso del ascenso y descenso, razón por la cual era normalmente ocupada por autos tripulados sólo por robots o bien no tripulados en absoluto.  Jack Reed, una vez descendido de su auto, se dirigió hacia su oficina y por el camino sólo pensaba en Elena Kelvin, ya para ese entonces seguramente su próxima invitada al VirtualRoom..
Luke Nolan accionó uno de los comandos en el control remoto y el mini módulo se elevó del suelo: se trataba de una camarilla ínfima que, teleguiada y suspendida en el aire, resultaba muy útil como medio de espionaje.  Alguna vez se había hablado de prohibirlas pero hasta donde Luke sabía, no había avanzado ningún proyecto en tal sentido.  El módulo subió en el aire mientras Luke, control remoto en mano, se encargaba de guiarlo en el ascenso desde su jardín para luego, ya a algunos metros por sobre el suelo, trasponer la verja que separaba su casa de la de los Reed.  Sabía que ya Jack había partido hacia su trabajo y lo único que podría ocurrir era que su robot conductor regresase de un momento a otro para dejar el auto en la casa.  Desde el control activó la pantalla del ordenador y tuvo así una imagen aérea del parque de los Reed.  El pequeño artefacto sobrevoló los cipreses y arbustos y hasta allí no había noticias de ella.
Y de pronto la vio… Allí estaba Laurie, la esposa de Jack Reed que era objeto de todas sus fantasías.  En un momento le dio la impresión de que ella dirigía la vista hacia lo alto, lo cual hizo a Luke temer que se hubiera percatado de la presencia del objeto.  No llegó a determinar si realmente fue así o tan sólo lo traicionó la paranoia, pero por un momento, al ver los verdes ojos de ella dirigidos hacia la cámara, Luke Nolan se sintió pillado como si fuera un niño haciendo una travesura y, aun cuando fuera una locura absoluta, hasta temió ser visto.  Se sobresaltó de tal manera que el control remoto le bailoteó entre los dedos y estuvo a punto de caérsele al piso pero aun así logró retenerlo y pulsar el botón del camuflaje haciéndolo virar a “celeste cielo”: el módulo, como resultado de ello, cambió abruptamente de color para confundirse con su entorno; así, ella no vería más que una sección de cielo y si había realmente visto algo, era probable que lo adjudicara a su imaginación o a algún engaño producido por la luz de la mañana.  Fuese como fuese, habiendo Lauren visto algo o no, lo cierto fue que ella pareció desentenderse rápidamente del asunto.  Saliendo  desde el porche de su casa caminó a través del parque en dirección hacia la piscina, luciendo un sensual e infartante bikini que dejaba al descubierto sus increíbles curvas; su perro robot, mientras tanto, la acompañaba correteando a su lado y sólo se despegaba de ella esporádicamente para echar a correr tras algún pájaro que se hubiera posado en el parque.
Ella llegó hasta la reposera que se hallaba junto a la piscina; el lugar era estratégico ya que quedaba a cubierto de ojos curiosos desde el momento en que se hallaba completamente rodeado de árboles: claro, a prueba de todos los ojos curiosos menos de los de Luke Nolan… El módulo subió un poco hasta trasponer los árboles y luego Luke lo fue guiando con el control remoto para hacerlo descender por entre los mismos tomando los mayores recaudos para que no se quedara enganchado entre el ramaje.  Una vez que el minúsculo artefacto se halló a unos cuatro metros por encima de la reposera sobre la cual la señora Reed retozaba, Luke, pulsando el control remoto, trocó el camuflaje en “verde floresta” de tal modo que la presencia del módulo espía no fuera advertida entre la vegetación.
Así, con el artefacto camuflado y suspendido en lo alto, pudo ver cómo la mujer a la que siempre devoraba con ojos lujuriosos se calzaba unos lentes para sol dedicándose luego a quitarse, primero la parte superior y luego la inferior del bikini…  De ese modo y ante los ojos desorbitados de Luke, aquel cuerpo tan bello como, al menos para él, inasible, quedó expuesto en toda su esbelta y grácil desnudez sobre la reposera.  Se quedó mirando durante algún rato a la pantalla del ordenador con una expresión lindante con la idiotez  y, por un momento, desatendió el mando del módulo, tal fue así que no se dio cuenta que, sin querer, había ido llevando al mismo muy cerca del ramaje y, en efecto, una interferencia parecía estar ensuciando tanto la imagen como la señal sonora.  Maldiciéndose a sí mismo por su estupidez, dirigió el aparato por fuera de las copas de los árboles, teniendo la fortuna de conseguir alejarlo del follaje sin perder el módulo.  Hasta allí y a pesar de sus temores, Lauren no parecía, sin embargo, darse cuenta de nada; permaneció unos veinte minutos echada de espaldas sobre la reposera, ante lo cual Luke no pudo evitar ceder ante la tentación de acercar tanto como le fuese posible el zoom de la cámara: un perfecto plano de aquellos senos tan perfectos invadió la pantalla del ordenador… Cuanto más contemplaba la escultural belleza de esa mujer, menos podía creer que su esposo le prestara tan poca atención o que buscara divertirse con chismes virtuales que eran pura fantasía.  Luke sentía la tentación de hacer descender aun más el módulo hacia ella pero se contuvo ante el temor de que ello delatase la presencia del aparato espía: a su pesar debió, por lo tanto, optar por seguirla observando desde la altura a la que el módulo se hallaba; no pudo evitar tocarse mientras lo hacía…
De pronto ella se volteó sobre la reposera y se echó boca abajo, con lo cual el espectáculo impagable de aquellos senos tan deslumbrantes desapareció para dejar lugar al de un trasero no menos deslumbrante.  Luke aumentó el zoom cuanto pudo buscando que no quedara recoveco en su pantalla sin ser ocupado por tan formidable y perfecto culo, pero la tentación de descender el módulo para ver aún de más cerca seguía siendo demasiado fuerte.  Puso el control en descenso y vio como la pantalla empezaba a ser cada vez más ocupada en su casi totalidad por aquellas dos lomas de perfección que eran ese par de increíbles nalgas.  El artefacto se hallaba ahora a escaso medio metro por encima de ella… Luke intensificó el toqueteo en su zona genital; fue aumentando el franeleo y se dedicó a masajear su miembro, que ya estaba plenamente erecto.  Contemplando la perfección de aquel trasero, se entregó al placer onanista en su máxima expresión: echó la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su silla y tragó una bocanada de aire que luego expulsó con fuerza: intensificó el ritmo de la masturbación entregándose al mismo por completo; cerró los ojos en actitud de solitario goce hasta que un sonido, seco, penetrante y repetitivo le arrancó de su ensoñación.
Aquel sonido era fácilmente reconocible como ladridos, aun cuando denotaran un timbre algo artificial.  Luke abrió los ojos y miró a la pantalla; al hacerlo se encontró con el maldito perro robot quien, habiendo descubierto el artefacto espía, estaba allí,  daba frenéticos saltos que lo ponían, en cada subida, muy cerca de atrapar el módulo entre sus dientes. Maldiciendo y presa de la desesperación, Luke Nolan dio casi un salto en su silla y pulsó, nerviosa y presurosamente, el botón de ascenso, tras lo cual pudo, en efecto, ver cómo el cánido artificial que saltaba en el lugar iba quedando cada vez más abajo y lo mismo ocurría, obviamente, con el hermoso cuerpo de Lauren.  Por fortuna, la reacción de ella no fue inmediata ni mucho menos; seguía echada de bruces sobre la reposera y, en todo caso, se comenzó a remover muy lentamente, dando el tiempo suficiente a Luke para volver a ocultar el módulo entre el ramaje.  Lauren retó y buscó calmar a su perro robot y para cuando se dio la vuelta por completo, ya el módulo flotaba a unos ocho metros del suelo, suficientemente oculto entre los árboles; ella se quitó los lentes y mordió la patita de los mismos en un gesto tan casual como sensual: al hacerlo descubrió una vez más sus hermosos ojos verdes y, arrugando el ceño, aguzó la vista tratando de distinguir qué era lo que motivaba el nerviosismo de su perro robot.  Recorrió con sus ojos las copas de los árboles y en un momento a Luke volvió a parecerle que el módulo había sido descubierto, pero no: ella siguió el recorrido visual con lo cual evidenció que en realidad no veía absolutamente nada llamativo.   Palmeando a su perro, consiguió calmarlo para luego, despreocupada y distendida, volver a echarse boca abajo.  Para alivio de Nolan, todo iba volviendo a la normalidad, aun cuando el perro siguiera con la vista dirigida hacia lo alto y gruñendo de tanto en tanto…  Relajándose, Luke retomó su toqueteo de autosatisfacción: la imagen que tenía en su pantalla, después de todo, seguía siendo igual de estimulante, más allá de que tuviera que conformarse con contemplarla desde una prudencial altura…
              La junta de accionistas no podía apartar sus ojos de la despampanante mujer robot.  Dos cascadas de cabello castaño oscuro, casi negro, enmarcaban un bello rostro de inaudita perfección que lucía unos ojos grises tan llenos de vida que hacían dudar de estar realmente frente a un organismo artificial.
“¿Es… realmente un robot?” – preguntó alguien que, casi con seguridad, tenía esa misma duda.
“Absolutamente , tan real como él – respondió Sakugawa señalando hacia el robot macho -.  Señores, a su derecha tienen al Merobot, de cuya alta eficiencia como amante acaban de tener una cabal demostración.  A vuestra izquierda – señaló hacia la mujer robot recién ingresada – tienen al Ferobot”
“Ferobot… – conjeturó uno de los accionistas mesándose pensativo la barbilla -; supongo que tiene que ver con femenino, ¿verdad?”
“Así es – asintió Sakugawa -.  Merobot: erobot masculino.  Ferobot: erobot femenino…”
“¿Y su… rendimiento sexual es comparable al que acabamos de ver en el…merobot?”
“Absolutamente.  Imaginen, señores, la demanda que vamos a tener de nuestros productos.  El ferobot será la solución para millones de hombres solos pero no sólo eso: también ayudará a muchas mujeres a cumplir sus fantasías lésbicas reprimidas o enriquecerá la vida sexual de los matrimonios dando la posibilidad de incorporar a un tercero sin por eso poner en peligro los votos conyugales o los vínculos de fidelidad.  Además, tanto nuestro modelo masculino como el femenino gozan de algunas ventajas que ningún hombre o mujer de carne y hueso podría tener jamás: en primer lugar, estarán siempre disponibles, independientemente del momento del día o del mes; en segundo lugar, jamás se cansarán y siempre estarán dispuestos para cualquier maratón sexual que sus dueños dispongan; en tercer lugar, no acarrean ni contagian enfermedades, ya que los modelos son inocuos e inclusive cuentan con mecanismos propios para limpieza y erradicación de bacterias o cualquier otro elemento patógeno que pudiese transmitirse por vía sexual; en cuarto lugar, jamás dirán que no; en quinto lugar, garantizan una absoluta reserva; en sexto lugar, no hay riesgos de embarazo ya que ni el Merobot está configurado para ser padre ni el Ferobot para ser madre; por último, ayuda a matar culpas, temores y prejuicios al no tratarse de personas reales”
“¡Los amantes perfectos!” – exclamó alguien.
“Así es.  Y allí no termina la cosa: lo que ustedes tienen en este momento ante sí son modelos estándar.  Pero sabemos que muchas la gente tiene fantasías con personas determinadas, por lo común actores, actrices o modelos que resultan totalmente inalcanzables.  Atendiendo a tal necesidad y demanda, nuestros ingenieros han logrado desarrollar un eficaz método en el cual logramos no sólo copiar e incluso perfeccionar el objeto de deseo original sino además adaptar el cerebro positrónico de tal forma que el robot copie actitudes, gestos, modismos y formas de hablar del mismo…”
“¿Significa eso que el cliente puede, por ejemplo, encargar un Erobot no sólo con el aspecto sino también con la personalidad de, digamos… hmmm, una actriz como Jessica Frenkel o una modelo como Elena Calvin o Tatiana Ulinova?”
“Veo que lo ha entendido bien – respondió Sakugawa sonriendo con satisfacción -.  En efecto, ésa es la idea: demás está decir que los modelos a pedido, es decir aquellos que respondan a determinadas características solicitadas por el cliente, tendrán en el mercado un precio diferente al resto desde el momento en que implican una atención personalizada…”
“Entiendo – intervino un accionista desde el extremo opuesto de la mesa -.  Ahora… ¿podríamos tener una demostración de las aptitudes del Ferobot así como la hemos tenido de las del Merobot?”
Algunas risitas picaronas se levantaron de entre los presentes; Sakugawa, fiel a su estilo, sonrió, a la vez que pulsaba el control remoto que sostenía.
“Ya mismo” – dijo.
Ante la orden aparentemente recibida, la androide echó a andar ante la vista azorada de todos los presentes, quienes al contemplarla, seguían sin poder creer tanta belleza.  Al moverse, su sensualidad quedaba realzada por la gracilidad de sus movimientos: un observador desprevenido jamás la habría tomado por un robot.  Caminó por fuera del grupo de accionistas y se dirigió hacia el que había solicitado la demostración práctica.  Cuando se plantó frente a él y le clavó su inquietante mirada, el hombre, entrado en años, se echó hacia atrás como si hubiera recibido un puñetazo en pleno rostro.  Aquel cuerpo que tenía ante sí era, verdaderamente, difícil de creer en una mujer de carne y hueso, tanto más si se trataba de un androide.
“Pruebe la mercadería, amigo” – le incitó Sakugawa.
El hombre miró de reojo al líder empresarial y luego volvió la vista hacia la mujer robot.  Sus manos se vieron atraídas hacia ese par de magníficos senos como si los mismos hubieran estado dotados de magnetismo; al apoyarse sobre ellos, notó que la textura de la piel no mostraba diferencia alguna con la de una verdadera mujer; de hecho, daba señales de reaccionar ante el contacto y se aplastaba bajo los dedos.  Al tocar los pezones, notó cómo éstos, claramente, se erguían.  No conforme con haberle palpado las tetas, el hombre, sin levantarse jamás de su silla, bajó con sus manos a través del cuerpo hasta calzarla por el talle para luego ir hacia sus caderas: nalgas perfectas, bien firmes.  Siguió luego con sus muslos y se encontró exactamente con lo mismo: los dedos del accionista iban dejando surcos a medida que se hundían en la piel en tanto que podía, a la vez, palpar perfectamente los músculos artificiales de la androide, los cuales se percibían tan firmes como los de una persona que realizase ejercicios físicos con asiduidad.  Sakugawa volvió a pulsar el control remoto y, apenas el Ferobot recibió la orden, se acuclilló ante el hombre y buscó con sus dedos hasta encontrar la hebilla del cinto y el cierre del pantalón; los ojos del sujeto se abrieron enormes y la mandíbula se le cayó, dando a su rostro una expresión.  Con absoluta destreza y pericia, la androide bajó el pantalón del hombre casi sin necesidad de que éste levantase su trasero de la silla y, una vez que el miembro quedó al aire, ella lo atrapó con su boca e inició de inmediato una succión que llevó al hombre a cualquier planeta, puesto que sus pupilas se perdieron entre sus párpados dejándole los ojos blancos en tanto que su boca tragaba tanto aire que daba la impresión de que fuera a asfixiarse por exceso.  El resto de los que allí estaban recomenzó con los gritos, los vítores y los aplausos en tanto que el afortunado no hacía más que manotear el aire tratando de aferrarse a apoyabrazos que no existían.
Una vez que el robot hubo terminado de mamarle el pene, se incorporó sólo durante un instante para acuclillarse nuevamente ante el hombre que se hallaba sentado al lado.  Y así, uno a uno, fue mamándosela a todos los accionistas de  World Robots, no tomándole en ningún caso más de un minuto el conseguir la eyaculación.  Las risas y vítores fueron dejando lugar cada vez más al silencio, a los jadeos o a los aullidos descontrolados en la medida en que nadie podía creer lo que estaba sucediendo ni el estado hacia el que eran transportados.  Cuando hubo terminado con todos los accionistas que se hallaban sentados a la mesa, la androide clavó sus ojos lascivos en la secretaria, quien se ruborizó y miró hacia otro lado con nerviosismo; el Ferobot, sin embargo, no perdió el tiempo: tomándola por la cintura la levantó hasta ponerla de espaldas contra la mesa y, una vez allí, le levantó la corta falda y le quitó (una vez más) las bragas para dedicarse a lamerle su sexo con tal fruición que la muchacha no pudo evitar arrojar un aullido de placer que resonó en todo el recinto, en tanto que su espalda se arqueaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica y sus manos buscaban la cabeza de la mujer robot hasta tomarla por los cabellos.  Si con tal gesto quiso sacársela de encima, no lo demostró: por el contrario, dio la impresión de que empujara aun más la cabeza del androide hacia su sexo y, en efecto, la lengua ingresó aun más en su vagina.  Los ojos de los accionistas presentes no cabían en sus órbitas por la incredulidad ante el inesperado espectáculo extra que estaban disfrutando.  No pudiendo contener su excitación, Geena se llevó las manos al pecho y se dedicó a masajeárselos, en tanto que estiraba una de sus hermosas piernas en el aire y su entrecortada respiración daba cuenta de estar viviendo un acceso de placer supremo.  Instantes después, una explosión de fluidos estallaba sobre la boca y el rostro del androide mientras Geena quedaba extenuada y vencida sobre la mesa, extendidos sus brazos sobre la superficie de la misma y con la falda levantada exhibiendo su desnudo sexo.
El Ferobot, en una actitud que pareció implicar “misión cumplida” caminó unos pasos hacia atrás hasta ubicarse junto al Merobot, quien había permanecido inmóvil e impertérrito durante toda la escena.  Justo en ese momento varios hombres ataviados con uniforme de camareros ingresaron por detrás portando sendos baldes con hielo y botellas de champagne en su interior.
“Hoy es un día histórico no sólo para World Robots, sino para la humanidad – anunció Sakugawa tomando la copa que le tendía uno de los recién ingresados a los efectos de ser servido -; mientras que los inventores de la rueda o los descubridores de la agricultura no tuvieron oportunidad de ser conscientes del valor de sus innovaciones, nosotros sí la tenemos… Señores… ¡salud!”
Carla Karlsten era, para todos, “Miss Karlsten” debido al hecho de que jamás se había casado, pero no sólo eso sino que además tampoco se le había conocido pareja estable.  Aun así, todos sabían de sus movidas y amoríos dentro de las oficinas de la Payback Company en el piso quinientos veinte del edificio Ivory Astoria, en donde se movía prácticamente como ama y señora por su posición jerárquica.  A decir verdad, resultaba algo licencioso llamar “amoríos” a los jueguitos perversos que ella jugaba ya que se trataba más bien de abusos de su situación de poder dentro de la empresa.  Bastaba que llegara un nuevo empleado y que fuera joven y apuesto para que cayera en sus garras, pero ello no implicaba sólo sexo: a Miss Karlsten le gustaba dominar, ordenar, mandar, someter y, como tal, sus juegos eróticos eran tan sólo una prolongación de tales características.  Eran bien conocidas por todos los empleados sus tendencias y preferencias: someter y esclavizar a muchachitos que caían en su red; en ello consistía su diversión.
Jack Reed estaba muy lejos de encajar dentro del patrón de hombre por ella buscado.  Jamás le había prestado demasiada atención en tal sentido; eso, que bien podría haber significado un alivio para muchos empleados, provocaba en él algo de recelo o envidia pero, aun así, fue aceptando su suerte y con los años se fue resignando a que nunca estaría dentro de los “elegidos” por Miss Karlsten.  Entró a la oficina de ella no sin antes llamar ya que, habida cuenta de las actividades secretas que practicaba, interrumpirla durante las mismas bien podía significar una amonestación o un despido.
“Hola, Jack – le saludó ella, sentada a su escritorio -.  ¡Qué cara traes!  ¿Es tu esposa o es el VirtualRoom lo que no te deja dormir?  Je, ten cuidado con ese chisme: puede terminar matándote…”
Él se le quedó mirando: Miss Karlsten era, a todas luces, una mujer atractiva; imponente físicamente, pero muy femenina.  Aquellos ojos marrones inmensos siempre parecían trasuntar la idea de que sabía cosas que sus empleados no y, en definitiva, es en eso en lo que consiste cualquier relación de poder.  Sus cabellos, de tono castaño rojizo, le caían en una corta melena formando bucles por sobre los hombros.  ¿Cómo diablos hacía esa mujer para saberlo todo?  Jack jamás le había comentado acerca de la adquisición del VirtualRoom aunque sí lo había hecho con sus compañeros de trabajo y, como suele ocurrir en toda oficina, los rumores corren.  Pero no era sólo eso: además Miss Karlsten llevaba un riguroso control sobre las actividades de los empleados fuera de su trabajo; en particular tenía acceso a los informes sobre compras y ventas con tarjeta.  Ello, se decía, obedecía a saber si sus pautas de consumo estaban fuera de lo lógico de acuerdo a sus ingresos, lo cual podría tal vez hacer pensar que se estaban quedando con dinero de la compañía de manera clandestina.  Pero, más allá de eso, a Miss Karlsten, le encantaba tener tal acceso y contar con tal información porque eso le permitía jugar con otro factor de poder de los que tanto le gustaban.  Sabía bien que, al sentirse controlados de esa manera, los empleados se sentirían también indefensos, desvalidos y a merced, cosa que a ella le divertía sobremanera.
“De verdad te lo aconsejo – continuó diciendo Miss Karlsten al notar que no había respuesta alguna por parte de Jack Reed -; yo misma lo he probado y… debo decir que no me trajo buenas consecuencias: taquicardia, presión alta, en fin… Yo prefiero las historias reales antes que las de fantasía…”
Cerró su comentario guiñando un ojo y sonriendo.  Jack Reed bien sabía que aquello era pura histeria; no se trataba de una invitación a echarle el seguro a la puerta de la oficina ni mucho menos.  Luego de años trabajando en ese lugar ya conocía suficientemente bien a cada uno y, de manera muy especial, a Miss Karlsten por ser su jefa.  Lo suyo era simplemente un juego de provocación; si él se iba de esa oficina con la idea de masturbarse pensando en ella, eso era suficiente para hacerla feliz.  Él se mantuvo mirándola a los ojos sin dedicarle sonrisa alguna y tratando de mostrarse lo más imperturbable posible.
“¿Qué hay para hoy?” – preguntó, sin emoción alguna en la voz.
“Justo acababa de prepararte esto – le respondió ella, tomando de su escritorio una carpeta electrónica -.  Se trata de un pez gordo, ya que es un empresario importante que ha contraído una deuda bastante gruesa en números con la compañía Tai Wings Air, a la cual ha comprado y alquilado aeronaves durante los últimos cuatro años aun a pesar de que su empresa estaba en rojo y sus acciones caían día tras día.  Si logramos obtener el cobro de esta deuda, en fin, ya puedes hacerte una idea de que nuestro diez por ciento va a ser bastante suculento… Y eso será mejor para todos: para la firma, para mí y para tu comisión…”
Buscando mostrar una actitud profesional e inmutable, Jack tomó la carpeta y, frunciendo el ceño, hizo correr el cursor viendo así los estados de cuenta, balances y obligaciones contraídas por el empresario en cuestión.
“Déjalo por mi cuenta – dijo; Jack era el único en todo el piso que se atrevía a tutear a Miss Karlsten -.  Antes de la noche habrá novedades y te puedo asegurar que en una semana a más tardar tendremos el dinero…”
“Ésa es la actitud que me gusta en mis empleados – enfatizó ella cerrando un puño en el aire -; ojalá todos fueran como tú, Jack.  Los últimos que me han llegado, los más jovencitos, vienen bastante tontitos, aunque… claro, me sirven para otros fines, je…”
Otra vez el guiño cómplice.  Y otra vez Jack Reed prefirió mostrarse imperturbable; la miró sólo durante una fracción de segundo y luego volvió la vista hacia la carpeta.  Cabeceó afirmativamente por un momento y luego se giró.
“Tú también deberías cuidarte… – apuntó él cuando se iba -; los empleados jóvenes pueden ser tanto o más peligrosos que el VirtualRoom.”
Miss Karlsten sólo rió mientras la puerta de la oficina se cerraba y Jack Reed se alejaba.  En ese momento sonó el conmutador y ella contestó:
“Ah, sí… ¿el chico nuevo? – los ojos se le encendieron y el rostro pareció brillar -.  Envíenmelo.  Le tengo algo especial preparado, jeje…”
Cuando Luke Nolan oyó el portón de la casa vecina abriéndose y el auto de Jack Reed entrando, supo que se había acabado el momento de seguir fisgoneando con el módulo espía.  Quien volvía a casa no era, obviamente, Jack, sino su robot al comando del vehículo.  Instantes después podía oír el encendido de la máquina de cortar césped, lo cual evidenciaba que al robot ya se le había asignado una nueva tarea.  Resultaba peligroso, por tanto, continuar con las actividades de espionaje por encima de la verja ya que los ingenios mecánicos y electrónicos suelen reconocer la presencia de sus semejantes; convenía, en virtud de  ello, mantener el módulo a resguardo.  Caminó a través de su parque hasta la verja que daba a la calle y, una vez allí, se encontró con la sorpresiva pero siempre gratificante presencia de Lauren Reed, quien justo salía de su casa muy deportiva, vestida de calzas, musculosa y zapatillas de correr.
“Hola Luke, buen día – le saludó ella con una sonrisa cordial -.  ¿Cómo estás…?”
“B… bien… – tartamudeó él, temblando de la cabeza a los pies como cada vez que se hallaba frente a ella -, bien, bien… ¿Y tú, Lauren?”
“Bien, por suerte…”
“Ah…”.
Lauren bien sabía de la obnubilada obsesión de su vecino por ella; por tal motivo, si bien lo trataba cordialmente, trataba siempre de no darle demasiada conversación.
“Bueno, Luke…, te dejo – le dijo sonriente -; me voy a correr…”
Él asintió estúpidamente con una sonrisa bastante bobalicona dibujada en su rostro y la saludó con la mano mientras su hermosa vecina se giraba y salía a la carrera por la acera.  Fascinado ante tanta belleza y sensualidad, la siguió con la vista hasta que la perdió por detrás de una curva de la calle.  En ese momento se dio cuenta de que tenía una nueva erección.  Se maldijo a sí mismo: ¿tendría que masturbarse nuevamente?
Jack Reed revisó una y mil veces la carpeta electrónica que tenía sobre su escritorio; la conectó al ordenador y, así, fue poco a poco recabando información sobre otras deudas, compromisos o problemas judiciales que pudiesen afectar a las partes interesadas.  Mientras lo hacía, en forma paralela, se dedicaba a hurgar información acerca de Elena Kelvin, la modelo de los avisos publicitarios que, desde hacía sólo un par de horas, se había convertido en la dueña de sus pensamientos.  Así, fue juntando datos referentes a color y largo del cabello, color de ojos, tono de la voz, forma de hablar, gestos, etc.   El plan era configurar un perfil para luego pasarlo a su cuenta y de allí al VirtualRoom, ya que ésa era la forma en que éste trabajaba: a partir de la información que se le cargaba, realizaba luego la fantasía que el usuario deseaba, reproduciendo a la perfección a las personas que éste deseara incluir en la misma.  Inclusive el VirtualRoom permitía mejorar algunas características físicas y, de hecho, Elena Kelvin, a pesar de la belleza y armonía de sus formas, bien podía ser perfeccionada en zonas como senos o glúteos: dicho de otra manera, si no existía la mujer perfecta, el Virtual Room se encargaba de confeccionarla bajo requisitoria y para beneplácito del usuario…
A Jack le daba un poco de pena dejar de lado a Theresa Parker después de lo bien que lo venía pasando “con ella”, aunque…, al pensarlo bien, no había ninguna razón para que la inclusión de Elena en su fantasía significase necesariamente la expulsión de Theresa…  ¿Ambas en una misma fantasía? ¿Por qué no?  ¿Podía acaso imaginar una escena más perfecta que estar, por ejemplo, en una playa acompañado por dos bellezas tan deslumbrantes como la conductora televisiva y la modelo?  Había quienes decían, no obstante, que no era conveniente exigir al Virtual Room cargándole demasiada información: un exceso bien podría atentar contra el artefacto o inclusive contra el usuario y, de hecho, el propio manual de instrucciones recomendaba la confección de fantasías simples, pero… ¿acaso no valía la pena correr el riesgo?
El jovencito se presentó ante Carla Karlsten sin poder ocultar su más que evidente nerviosismo.  La imponente mujer le miraba desde su lugar tras el escritorio con ojos ávidos y lujuriosos mientras su boca lucía una sonrisa que rezumaba algo de malicia aun cuando quería aparentar cordialidad.
“¿Cómo es tu nombre?” – le preguntó.
“Damian Lowe” – respondió el muchacho sin poder evitar bajar la vista hacia el piso; se trataba de un joven apuesto se lo viese por donde se lo viese: cabello corto y castaño, ojos verdes y un físico muy bien formado y proporcionado a juzgar por lo podía verse.  Miss Karlsten lo miró de arriba abajo como chequeando la mercadería y el muchacho tuvo la sensación de que la penetrante vista de aquella mujer le hurgara por debajo de la ropa provocándole un extraño cosquilleo.
“Eres muy lindo, Damian” – dijo ella, relamiéndose, y el muchacho enrojeció -. ¿Edad?…”
“G… gracias, M…Miss Karlsten – tartamudeó el joven -.  Tengo…veintiséis años….”
“Mmm, muy linda edad, te llevo doce – le dijo ella -, pero… vamos a ver mejor ese cuerpecito.  Quítate la ropa…”
El bello joven no pudo reprimir un respingo; superado por la situación, abrió grandes los ojos y miró hacia todos lados buscando vaya a saber qué.
“Vamos – le incitó ella, con expresión divertida y claramente disfrutando de jugar con él -, sin miedo, bebé… Y vete acostumbrando a hacer lo que tu jefa te dice…”
Evidentemente no había salida para el muchacho; la situación resultaba por demás extraña desde el momento en que a cualquier hombre le hubiera gustado recibir una orden como la que él acababa de recibir, sobre todo si provenía de una dama hermosa y muy atractiva como Carla Karlsten lo era, pero había algo indefinible en aquella mujer,  algo que hacía que quien estuviese frente a ella se sintiese inevitablemente poco, reducido a un objeto: algo casi demoníaco…
“S… sí, Miss Karlsten” – musitó, resignado, el muchacho y comenzó inmediatamente a quitarse sus prendas una tras otra para beneplácito y satisfacción de su jefa, quien no paraba de comerlo con ojos que irradiaban tanto voracidad como diversión.
Por pudor, el joven no se desnudó completamente, sino que se dejó puesto el bóxer.  Ello era suficiente, desde ya, para apreciar la belleza de un físico envidiable para cualquier hombre y deseable para cualquier mujer pero no era, desde luego, suficiente para Miss Karlsten…
“Todo – le espetó, imperativa -, quítate todo…”
El muchacho tragó saliva varias veces.
“S… sí, Miss Karlsten…” – aceptó finalmente.
Así, acatando la orden recibida, deslizó hacia abajo el bóxer haciendo de ese modo caer el último velo que protegía su intimidad.  Carla Karlsten enarcó una ceja y frunció la comisura de sus labios denotando haber quedado deslumbrada al contemplar un miembro tan hermoso.
“Un festín para la vista – dictaminó, como si hablara para sí misma; luego adoptó un tono más seco y demandante -.  Acércate”.
El muchacho, tímidamente, caminó alrededor del escritorio los pocos pasos que lo separaban de aquella mujer con aires de emperatriz, llevándole sólo un par de segundos quedar a tiro de sus manos.  Ella, siempre sentada y sin despegarle la vista del formidable aparato sexual, le apoyó las puntas de los dedos por sobre las caderas y le impelió a girarse.  Una vez que tuvo al joven de espaldas a ella, le palpó sus glúteos casi enterrándole las uñas, lo cual provocó que el rostro del jovencito se contrajera de dolor por un instante; luego, la perversa mujer acercó su boca a la cola del muchacho para primero besarlo y luego propinarle un mordisco que obligó a éste a soltar una interjección de dolor.  Ella recorrió cada centímetro de las hermosas nalgas con las palmas de sus manos como si estuviese comprobando la calidad con tacto experto y luego le deslizó una mano por entre las piernas hasta capturar sus testículos; los estrujó y, si bien lo hizo suavemente, fue suficiente para que el joven volviera a experimentar un nuevo sacudón por el dolor.  La mano de Miss Karlsten capturó luego el pene y comprobó que el mismo estaba irguiéndose… Perfecto: una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el semblante satisfecho de ella.  Volviendo a tomar al indefenso muchacho por las caderas, lo giró una vez más hacia sí, con lo cual el miembro erecto quedó ante su rostro luciendo tan magnífico como deseable.  Miss Karlsten no era, por cierto, mujer de perder el tiempo, por lo que rápidamente capturó el glande entre sus labios y se dedicó a lamerlo como si fuera el más apetecible caramelo; en cierta forma, lo era…
Hasta allí, de todas formas, nada de lo que había venido ocurriendo podía hacer que el joven lamentara haber sido convocado por su jefa;  por el contrario, ella trazó varios círculos con su lengua alrededor de la cabeza del pene, para luego dedicarse a mamarlo frenéticamente con tales entrega y frenesí que el joven se sintió catapultado hacia otro mundo.  El novato Damian Lowe comenzó a gritar tan alocadamente que temió ser oído fuera de la oficina; tal riesgo, sin embargo, no parecía preocupar en demasía a Miss Karlsten, ya que no dejaba de mamar por un segundo sino que, por el contrario, hasta parecía acelerar el ritmo.  Sin embargo, cuando el joven sintió que estaba al borde de la eyaculación y que su verga estallaría en una explosión de semen dentro de la boca de su jefa, ésta, sorpresivamente, interrumpió la mamada.  Él  bajó la vista y le miró, entre interrogativo y suplicante: sus ojos parecían implorar a los gritos que ella continuara con lo que había súbitamente interrumpido.  Miss Karlsten, por su parte, sólo le devolvió una mirada radiante de diversión que venía a demostrar y bien demostrativa de lo mucho que disfrutaba de jugar con su ratón como si ella fuese un gato…
Ella se levantó de la silla y, sin quitar por un instante de encima del muchacho su mirada lasciva, caminó alrededor del bello cuerpo del joven deslizando, al hacerlo, las puntas de los dedos por sobre su preciosa y tersa piel.  Una vez que se halló tras él, apretujó su cuerpo contra la espalda del joven y, mientras lo besaba en el cuello, le cruzó las manos por delante del tórax para dedicarse a acariciarle el pecho.  El novato empleadito parecía a punto de estallar y más aún después del modo en que se había visto truncada su eyaculación; por lo pronto, su miembro seguía aún erguido y chorreante en espera de lo que se venía.  Fuese lo que fuese que esperara, seguramente no se correspondió con lo que vino…
Miss Karlsten tomó de un cajón de su escritorio un collar de cuero que cerró alrededor del cuello del muchacho y ciñó con tal fuerza que le provocó un momento de ahogo que ella disfrutó ostensiblemente.  Luego la mujer rebuscó una vez más entre los cajones de su escritorio hasta dar con una fusta, la cual, con un seco chasquido, estrelló contra las nalgas del joven arrancándole una nueva interjección de dolor que fue apenas audible debido al ahogo parcial que el collar provocaba.
“¡Vamos! – le conminó ella, con un nuevo golpe de fusta -.  Hacia aquella puerta…”
Al chico, por supuesto, no le quedó más que obedecer.  La perversa Carla Karlsten lo fue llevando prácticamente a fustazos en la cola a la vez que le sostenía el collar lo suficientemente apretado como apenas permitirle respirar.  Obedientemente y con el rostro contraído por la asfixia y el dolor, el joven marchó hacia donde ella le decía: en efecto, a unos pocos metros a la derecha del escritorio había una puerta que no arrojaba ninguna señal visible acerca de a qué conducía.  Miss Karlsten sólo necesitó, para abrirla, del empellón del cuerpo del muchacho al estrellarse contra la misma.  Una vez que hubieron traspuesto la puerta, el joven echó un vistazo en derredor para encontrarse con una habitación de estética bien oscura en la que predominaban cortinados y alfombrados negros que, por alguna razón, le hicieron erizar el vello de la nuca: el desdichado muchacito experimentó la sensación de haber entrado en una sala de torturas de alguna película sobre la Inquisición.  Grilletes, cepos, potros de tormento, un látigo, una vara, una extraña jaula y muchos otros elementos del mismo estilo poblaban el lugar, pareciendo increíble que a sólo una puerta de distancia hubiese una una moderna oficina equipada y decorada como correspondía a una empresa de primera línea.  Más que haber traspuesto una simple puerta, la sensación era que hubieran hecho un repentino viaje al pasado…
“Por mucho que la tecnología avance – le susurró Miss Karlsten al oído casi como si hubiese leído sus pensamientos -, yo sigo prefiriendo los jueguetes del siglo XVI, jeje…”
                                                                                                                                                                                   CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 05” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

Miss Karlsten no cabía en sí de la sorpresa ni de la indignación; no lograba dar crédito a sus oídos.  Era tanto su enojo que hasta tironeó inútilmente de los grilletes que retenían sus muñecas aun sabiendo bien que no podían ser abiertos por quien permanecía cautivo.
“¿Qué… estás diciendo?” – masculló, mostrando los dientes y girando la cabeza por sobre su hombro.
“Lo que oye, Miss Karlsten – respondió el androide -; el mandato de mi cerebro positrónico me impide hacer daño a una persona”
“¡No me vengas con tecnicismos absurdos! – vociferó Miss Karlsten, cada vez más contrariada y fuera de sí -.  Yo soy tu dueña y te estoy dando una orden… Tu maldito cerebro posinosecuanto bien te dice que debes obedecerme… ¡Dime que no te compré para que simplemente hagas o dejes de hacer lo que simplemente te venga en gana!”
“No se trata de lo que me venga o no en gana, Miss Karlsten; es mi mandato instalado, son las leyes de Asimov que, al estar jerarquizadas unas por sobre otras, me imposibilitan de realizar ciertas acciones.  La segunda ley reza: un robot debe obedecer las órdenes impartidas por un ser humano en la medida en que tales órdenes no entren en conflicto con la primera ley.  Pues bien, Miss Karlsten, la primera ley, tal como se lo he recordado hace un momento, me impide hacer daño a un ser humano; por ende, se impone en orden de jerarquía por sobre la segunda y ello me impide cumplir con lo que usted me ha ordenado… Le repito que lo siento”
El rostro de Miss Karlsten lucía desencajado y cada vez más de rojo de furia.  Crispaba sus puños y masticaba rabia, mientras maldecía y moría de  ganas de golpear a alguien en caso de poder hacerlo.
“¡Libérame! – ordenó a su androide con sequedad -.  ¡Libérame ya, pedazo de lata!”
La junta de accionistas se hallaba reunida en el piso setenta y cuatro del hotel Robson Plaza pero en esta oportunidad no se trataba de ninguna presentación en sociedad de producto alguno ni  tampoco de ninguna puesta en común sobre posibles estrategias futuras de World Robots.  El hecho de que Sakugawa hubiese pagado la reserva de un piso completo en tan lujoso y prestigioso hotel obedecía esta vez a razones festivas ya que, de hecho, era a tales fines que habitualmente se destinaba ese piso.  Siendo él el principal anfitrión y animador de la fiesta, se ocupó de llegar en último lugar como dándole a su llegada el carácter central que merecía.  La orquesta, de hecho, dejó de tocar apenas él se hubo hecho presente en el lugar y bastó que la música cesara par que el poderoso líder empresarial se subiera a una tarima que hacía las veces de escenario para hablar desde allí a los presentes, los cuales, por cierto, eran todos hombres.
“Señores – anunció -.  Hace apenas semanas tuve el agrado de reunirlos y dirigirme a ustedes para presentarles el lanzamiento mundial de nuestros Erobots.  Hoy, a tan poco de aquel glorioso día, tengo el agrado de oficiar como vuestro anfitrión para lo que nos convoca, que es simplemente festejar el éxito arrasador y absoluto de nuestros androides que han revolucionado totalmente el mercado de consumo elevando el precio de nuestras acciones a valores históricos…”
Un aplauso cerrado coronó sus palabras; Sakugawa, siempre fiel a su estilo, se mantuvo sonriente y cortésmente aguardó a que el mismo mermara para continuar con su parlamento.
“Por lo tanto, señores, este día sólo es de… ¡fiesta!”
Como si sus palabras estuviesen dotadas de poderes mágicos, una pared se abrió por detrás de él apenas las hubo pronunciado y recién entonces se percataron los presentes de que, en realidad, lo que habían tomado por un sólido muro no era otra cosa que un gran telón camuflado el cual, al correrse,  dejó ver a un grupo de empleados que avanzaba hacia el centro del salón llevando sobre ruedas una inmensa torta que tendría unos dos metros de altura por seis de diámetro.  Desde ambos flancos de la misma, se fueron desplegando dos hileras de mozos que, portando bandejas con champagne, se desparramaron por todo el salón ofreciendo a cada accionista una copa con la burbujeante bebida.  Desde algún lado resonó un redoble y alguien se acercó a la torta para tomar una enorme cinta que salía desde un gran moño que coronaba la enorme estructura y llevar el extremo hasta alcanzárselo en mano a Sakugawa quien, agradeciendo con un asentimiento de cabeza, lo tomó entre sus dedos.  El líder empresarial caminó hacia atrás tirando de la cinta y, al hacerlo, la torta se desarmó por los costados con suma facilidad permitiendo que, una vez que los flancos cayeran derribados, un mar de hermosas muchachas quedara a la vista de la concurrencia, la cual lanzó al unísono una gran exclamación de asombro.  Las chicas fueron saliendo del interior de la torta y el sólo verlas era, por cierto, un festín en sí mismo, suficiente como para justificar la presencia de cualquiera en aquel particular evento.  Algunas lucían en bañador, otras en ropa interior o con ligueros, otras daban un look más ejecutivo al estar enfundadas en ajustadísimos vestidos y no faltaban, por supuesto, ni las colegialas, ni las mujeres – gato, ni las enfermeras, ni las diablitas o las mujeres policía;  todas, sin distinción, sólo rezumaban sensualidad por cada poro y llamaban, con su sola presencia, a la lujuria más feroz.  Las había rubias, morochas, castañas, pelirrojas o bien con cabellos teñidos de colores exóticos y extravagantes.  Las había más pulposas, más menudas, más esbeltas o más avasallantes, algunas con más cola, otras con senos portentosos o bien dotadas de magníficas y estilizadas piernas, pero lo cierto era que todas juntas en un mismo lugar constituían un cuadro dotado de tanta belleza que atiborraba y aturdía los sentidos, dando a cualquiera que allí estuviese la sensación de hallarse en el mismísimo paraíso.
“¡Señores! – anunció Sakugawa -.  Con ustedes nuestras invitadas de honor y, en buena medida, protagonistas centrales en el éxito que estamos disfrutando en estos días: las… ¡Ferobots!”
Una nueva exclamación de asombro surgió de entre los presentes quienes, aun después del impacto logrado con el producto que habían lanzado al mercado semanas atrás, no dejaban de sorprenderse cada vez que se hallaban cara a cara con el mismo y  sus ojos eran testigos de la increíble calidad de las réplicas; ni qué decir al verlas juntas y en semejante número.  A medida que las muchachas emergían de la torta se fueron desplegando y yendo hacia los azorados accionistas que las miraban con ojos hambrientos de emociones fuertes; en cuestión de segundos no había uno solo que no tuviera encima de él a algún Ferobot que no paraba de besarlo o de toquetearle los genitales.  Si sólo con tal escena no fuera de por sí suficiente y cuando parecía que ya todas las chicas hubieran salido de la torta, una segunda tanda comenzó a hacerlo y, con ojos que no cabían en sí por el encandilamiento, los presentes vieron surgir de allí a varias de las más conocidas y hermosas actrices, modelos o cantantes del mundo, o mejor dicho… a sus perfectas réplicas, las cuales se fueron arracimando en torno a Sakugawa y se ubicaron sobre él, unas de pie y echándole los brazos alrededor del cuello, otras con una rodilla en el piso y acariciándole la entrepierna.
“¿No recordaste incluir ningún Merobot en la torta?” – protestó, aunque en tono de sorna, un accionista conocido por sus preferencias homosexuales, lo cual motivó la risa generalizada.
“Por supuesto que me acordé de ti” – respondió Sakugawa luego de reír él también.
Como corolario a sus palabras, un hermoso joven de fulminante belleza y atlética contextura se convirtió en el último en salir de la torta: marchaba absolutamente desnudo y luciendo entre sus piernas un espléndido falo que no pudo menos que levantar un coro de murmullos de admiración,  en tanto que el accionista que había hablado instantes antes se relamió lascivamente.
Tal como las cosas estaban dadas, no había necesidad de preguntar cómo seguía la fiesta.  Los hombres se entregaron a la lujuria absoluta en brazos de aquellos robots que, aun a pesar de su artificial condición, lograban lucir sedientos de sexo.  Así, las distintas Ferobots fueron pasando alternadamente por la verga de cada uno de los accionistas, algunos de los cuales se perdieron y hasta desaparecieron en el medio de un mar de piernas, senos y nalgas en el cual no era difícil zozobrar.  Echados sobre los sillones o diseminados a lo largo de las alfombras, los invitados simplemente se entregaron a la pasión y el descontrol de aquella robótica orgía, mientras uno de ellos, de manera muy especial, se encargaba de dar cuenta de la magnífica verga del único Merobot que había en el lugar. 
Sakugawa era uno de los que estaba perdido en aquel océano de belleza y lujuria.  Echado de espaldas sobre la alfombra, dos de las más afamadas y hermosas actrices del cine mundial se dedicaban a lamerle el miembro a un mismo tiempo,  mientras que una de las más celebres y cotizadas top models del mundo se dedicaba a lamerle con fruición los testículos y otra, casi sentada sobre su rostro, le hundía la vulva en la boca haciéndole hasta difícil respirar al empresario: tal escena, claro, bien podía verse como exagerada, ampulosa u orgiástica en exceso, pero en realidad era sólo una más en el contexto del festejo que estaba llevándose a cabo en el piso setenta y cuatro del Robson Plaza…
En medio de tal pandemónium, Geena, la secretaria de Sakugawa, ingresó al salón procedente del vestíbulo en el cual había permanecido hasta el momento: su ropa de ejecutiva pacata y sus lentes desencajaban por completo en aquel mar de lujuria y, al caminar, debía esquivar los manotazos que le arrojaban aquellos brazos que salían de entre una marea humana para tratar de asirla y, casi con seguridad, de sumarla.  Seria y profesional, sin embargo, Geena esquivó con habilidad cada intento pareciendo concentrarse en el motivo que la había llevado hasta allí.  Portando en la mano un “caller”, al cual se advertía claramente encendido, se paró en el centro del salón y giró sobre sí misma mirando en todas direcciones como si buscase a algo o a alguien.  Cuando finalmente logró distinguir a su jefe en medio de aquella demencial barahúnda de sexo colectivo y desenfrenado, caminó prestamente hacia él debiendo, cada tanto, dar saltitos para no pisar a nadie, ya fuera hombre o robot, en aquella ciénaga de cuerpos. 
“Señor Sakugawa – le dijo, inclinándose un poco para que el empresario pudiera verle y oírle por entre las réplicas de actrices y modelos que sobre él se abatían -.  Tiene un llamado…”
“Bien sabes que no estoy para nadie – respondió, desde el piso, el empresario, cortésmente pero a la vez con firmeza -.  A quienquiera que sea, dile que ahora estoy… mmm… muy ocupado…mmmmmmmfff…” – cerró sus palabras enterrando su boca en la vagina de la sensual modelo replicada que tenía encima.
“Lo sé, señor… – se disculpó la secretaria -.  De hecho, se lo expliqué, pero… insiste en que quiere hablar con usted…”
“¿Quién puede ser tan importante como para….mmmmfffffff… merecer que yo quite mi boca de aquí para…mmmmffff… hablarle?”
“Es Miss Karlsten, señor…”
La mención de ese apellido pareció funcionar como un reloj despertador para Sakugawa.
“¿Carla?  ¿Qué le pasa a esa viciosa degenerada?  Pásamela…”
La muchacha le tendió el “caller” que el empresario tomó sin siquiera amagar a levantarse del piso; echó un vistazo a la pantallita para comprobar que el rostro era el de Miss Karlsten y, una vez habiendo comprobado que así era, dispensó a las Ferobots que sobre él se hallaban.
“Les pido que sepan disculparme, hermosas damas – dijo, con total galantería -.  Créanme que en un momento estaré con ustedes… Mientras tanto…hmm… ¡entretengan a mi secretaria!”
Las cuatro réplicas giraron sus cabezas a un mismo tiempo y Geena se sintió como ante un hato de vampiresas sedientas de sangre; sin embargo, lo que aquellos ojos dimanaban no era sangre sino… sexo.  La joven no pudo evitar ponerse nerviosa y miró hacia todos lados; los Ferobots, en un santiamén, se arrojaron sobre ella como aves de presa y, sin más prolegómeno, se dedicaron a desnudarla: en cuestión de segundos y sin solución de continuidad, la habían despojado de la blusa, la falda tubo, el sostén,  las bragas y hasta de los lentes.  Geena, de todos colores, se removía para librarse del mar de manos que se abatía sobre su anatomía pero a la vez luchaba contra una extraña excitación que la llevaba a entregarse al torbellino no sabía si en contra de su voluntad o, más bien, respondiendo a una voluntad oculta y reprimida.  A los pocos instantes, la joven yacía en el piso absolutamente fuera de sí y entregada por completo al éxtasis desenfrenado de dos top models que le lamían los senos, así como a una prestigiosa actriz que le enterraba la lengua en su vagina y a otra más que hacía lo propio pero dentro de su boca y llegándole casi hasta la garganta.
“¡Carla! – saludó, sonriente, Sakugawa mirando a la pantalla del “caller” mientras permanecía ladeado y acodado sobre el alfombrado -.  Primero que nada, quiero felicitarte y agradecerte porque he visto tu nombre entre nuestros clientes VIP y verdaderamente es un gusto y a la vez un honror para nosotros tenerte allí… He solicitado de hecho un descuento especial para ti porque fueron muchas las deudas que hemos logrado cobrar gracias a la Payback… Pero, ¿qué te lleva a llamarme?  Estoy en una reunión importante…” – cerró sus palabras con una mueca mordaz que era todo un guiño para su interlocutora.
“Sí, ya me he dado cuenta de lo importante que es tu reunión – ironizó Miss Karlsten,  con el semblante y el tono de voz notoriamente alterados -.  En cuanto al descuento especial, te lo agradezco, pero el precio que he pagado sigue siendo caro si tu robot no me sirve…”
“¿Hubo algún problema? – Sakugawa enarcó las cejas y su rostro viró hacia una expresión ligeramente preocupada -.  De ser así te recuerdo que tu Erobot está en garantía y que, incluso, si lo deseas, se te puede devolver el dinero en caso de que el equipo no te haya dejado satisfecha o inclusive cambiártelo por uno nuevo sin cargo alguno…”
“Se niega a obedecerme” – le cortó en seco Miss Karlsten; Sakugawa frunció el ceño.
“¿Cómo dices?”
“Lo que oíste…, se niega a obedecerme…”
“Hmm, no debería ocurrir eso: la segunda ley de Asimov lo lleva a obedecerte…”
“Me sale anteponiendo la primera ley…”
“¿Primera ley?”
“Primera ley”
Sakugawa quedó pensativo; levantó por un momento la vista hacia el pandemónium sexual que bullía a su alrededor pero sólo lo hizo por mirar hacia algún punto indefinido, como si buscase alguna respuesta entre el festín de cuerpos danzantes.  Luego bajó nuevamente los ojos hacia el “caller”.
“Pero la primera ley es la que imposibilita a un robot a hacer daño a un ser humano…” – repuso, confundido.
“Exacto… Y allí está el problema…”
El líder empresarial pareció entender súbitamente, tal como lo demostraron sus ojos al abrirse enormes y el asentimiento que hizo con su cabeza.
“Creo que… voy entendiendo, pero… Carla… Comprendo y respeto tus preferencias fetichistas pero… no puedes de ninguna forma pedirle a tu robot que golpee, castigue o torture a ninguno de tus muchachos…”
“No lo he hecho” – repuso, terminante, Miss Karlsten.
Sakugawa pareció aun más confundido que antes, como si la súbita luz que había creído llegar a ver sobre el asunto se hubiera difuminado muy rápidamente.
“Entonces… no estoy entendiendo, Carla… ¿Puedes ser más explícita?”
“Le ordené que me golpeara…”
El tono de la confesión sacudió al empresario e incluso la propia Miss Karlsten, a pesar de la seguridad al pronunciar sus palabras, daba la impresión de haberlas soltado como resultado de una profunda batalla interna en la cual finalmente se había resignado a la derrota.  Para ella era terrible admitir lo que acababa de admitir, pero a la vez su indignación era tan grande que no podía dejar de hacerlo… Sakugawa achinó los ojos un poco más de lo que ya los tenía y parpadeó varias veces a toda velocidad.
“Carla… – dijo -; no sabía que también tenías ese costado…”
“No es de lo que estamos hablando – le interrumpió ella con acritud -.  He comprado un producto y exijo que me satisfaga…”
“Hmm, entiendo, pero…, bien, esto es algo inesperado; debo confesar que me tomas por sorpresa porque no habíamos pensado en la posibilidad de que los Erobots no fueran aplicables a ese tipo de prácticas… Tal como te he dicho y como seguramente él mismo lo debe haber hecho al presentarse, su mandato positrónico no le permite hacer daño a seres humanos…”
“Pues bien, en ese caso déjame decirte que tu producto es imperfecto desde el momento en que no contempla la posibilidad de que, a veces, dolor y placer pueden ir de la mano…”
“Claro, claro,  te entiendo… – decía Sakugawa rascándose la cabeza -.  Mira, el problema es que el robot no tiene forma de unir ambos conceptos ya que para él son contradictorios…”
“¿Y no hay forma de resolver esa contradicción?  ¿No se lo puede adaptar?” – preguntó Miss Karlsten, molesta.
“Hmm, te diría que no.  Es decir: el cerebro positrónico es un sistema en sí mismo; si alteramos una de sus partes corremos riesgo de alterar el todo y en ese caso la compañía no puede hacerse responsable por las fallas del Erobot o las consecuencias que ello pudiera traer… Si buscas una forma de que disocie el… golpearte del concepto de daño, creo que debes apuntar a otro lado…: hacer que lo vea desde la lógica, pero por nada del mundo  tocar sus circuitos…”
“Ahora soy yo quien no está entendiendo…”
“Claro… – dijo el líder empresarial, levantando algo más la voz para lograr hacerse oír por sobre los alocados gemidos de su secretaria,  quien sucumbía ante los cuatro Ferobots que la habían convertido en objeto de festín -.  Los Erobots tienen sensores que detectan la actividad de la mayoría de los neurotransmisores del organismo humano; por lo tanto son capaces de saber cuándo la persona está sintiendo dolor o placer según cuáles sean justamente los neurotransmisores que entren en acción.  Viéndolo desde la lógica, dolor y placer no son para un robot conceptos compatibles ya que ponen en marcha distintos mecanismos orgánicos que son contradictorios entre sí.  Habría que buscar la forma de que el robot viera que no hay incompatibilidad…”
“Pero, ¿cómo podría hacerse eso?”
“Hmm, Carla…, eres lo suficientemente inteligente y perceptiva.  De lo que te estoy hablando es de hacerlo presenciar una demostración práctica: que el robot vea qué es lo que ocurre cuando eres golpeada y que, de ese modo, pueda percibir que estás gozando y no sufriendo…”
“A ver si te entiendo correctamente… ¿Me estás diciendo que tal vez debería dejarme azotar en presencia del robot como para que de ese modo él vea que lo disfruto?”
“Claro, querida… El problema, desde ya, será cómo lograr que el robot se mantenga inactivo durante la demostración ya que la primera ley de Asimov no sólo le impide hacer daño a un ser humano sino también dejar que éste sufra daño por su inacción”
“Hmm, entiendo…” – dijo lacónicamente Miss Karlsten en un tono en el que se mezclaban su azoramiento ante la inusual sugerencia del empresario  y su decepción ante las aparentes limitaciones para llevar a la práctica el plan.
“Otra cosa no puedo decirte, querida Carla… Lo dejo librado a tu inventiva que sé que no es poca, je… Ahora te pido mil disculpas pero debo dejarte y seguir con la reunión… Recuérdalo: si quieres otro androide, no hay problema en cambiarlo aunque, claro está, volverás a tener el mismo problema.  Y si, directamente, no estás conforme con el producto y deseas devolverlo se te reintegrará el dinero por completo”
Sakugawa se despidió cortésmente de Miss Karlsten y notó en la parquedad verbal de ésta claros síntomas de preocupación y desencanto.  Miró en derredor y no pudo evitar sonreír al ver a su secretaria llegando a su tercero o cuarto orgasmo ininterrumpido mientras era llevada al éxtasis más idílico por cuatro hermosas Ferobots.  La vida es para vivirla, se dijo el empresario, en el mismo momento de arrojarse casi como un clavadista  sobre el quinteto…
Desde la charla que mantuviera en el auto con su amigo Ernie, Jack no había dejado nunca de pensar en los Ferobots.  Había, de hecho, recorriendo con su ordenador el sitio de World Robots a los efectos de ver el catálogo y los diferentes modelos.  Se detuvo particularmente en las fichas de presupuesto, las cuales el usuario se encargaba de ir completando con los datos necesarios de tal modo de ir construyendo el androide deseado para, finalmente, obtener un monto estimado.  Como no podía ser de otra manera, llenó dos fichas a las que cargó, obviamente, con los datos de Theresa Parker y Elena Kelvin ocupándose de mejorar los modelos con todo aquello que las hiciera aun más apetecibles de lo que ambas beldades, ya de por sí, eran; así, le aumentó, por ejemplo, el busto a Elena… Sin embargo, cuando la pantalla le arrojó los números, un cierto desencanto le invadió ya cayó tristemente en la cuenta de que el costo era para él bastante prohibitivo, a menos, claro, que pensase en sacar un crédito y en empeñar algunos de sus bienes: sus robots, el conductor y el perro, eran, por mucho que le doliese desprenderse de ellos, potenciales y más que probables artículos de venta.  Ello, claro, sería una decepción para Laureen, pero si se trataba de su esposa, no era ése, ni por asomo, el mayor problema a resolver: lo difícil seguía siendo, desde ya, el convencerla.  Se le ocurrió, al respecto, que la única forma era meter en la cuestión a algún Merobot y, evidentemente, el replicable más adecuado sería ese actor de culebrones que a ella tanto le gustaba.  Jack bien sabía que ya había fracasado la experiencia con el VirtualRoom, con el cual ella había manifestado sentirse vacía tras los “viajes” , lo cual ni siquiera había solucionado el hecho de que el guapo actorcillo fuese parte de los mismos. 
Había, inclusive, otro problema extra: si iba a adquirir dos Ferobots y un Merobot, la situación se haría harto más complicada para la economía hogareña.  Cabía, por supuesto y a los efectos de mantener más o menos conforme a Laureen, la opción de terminar adquiriendo sólo un ejemplar de cada tipo debiendo él, por lo tanto, renunciar a uno de los Ferobots.  Bien, era una posibilidad, pero… ¿a cuál renunciaba?  Por momentos pensaba en descartar la réplica de Theresa Parker pero le bastaba pensarlo para sentir que se desgarraba por dentro ante la resistencia que tal idea le generaba: ¿cómo renunciar a Theresa?  Pensaba entonces, como alternativa, en la posibilidad de dejar de lado a Elena, pero… no, imposible.  Su fantasía erótica sólo se vería satisfecha en la medida en que las incluyera a las dos; no podía volver a conformarse con una sola, no después de haber tenido a su alcance a la hermosa dupla y aun cuando sólo se hubiera tratado de un sueño virtual que, viéndolo ahora en retrospectiva, le resultaba insulso. 
Pensar, pensar, pensar…: eso era lo que tenía que hacer, jugar su movida con inteligencia; debía haber alguna solución para su dilema.  La tecnología le estaba prácticamente sirviendo sus sueños en bandeja; lo único que tenía que hacer era estirar los brazos tomarlos y, en todo caso, armar el mejor plan para llevarlo a cabo sin sacrificar su matrimonio ni su solvencia económica…
No era extraño que Carla Karlsten le convocase a su despacho tal como lo hizo ese día; constituía parte de la rutina de trabajo el que le llamase para solicitarle informes o bien acercárselos, o para darle detalles sobre alguna empresa de la cual había que obtener el pago de una deuda contraída con algún cliente de Payback Company.  Y aunque no fuera ninguna de esas variantes, estaba más que claro que, aun Miss Karlsten hubiese manifestado en infinidad de oportunidades que Jack no era su tipo, ella disfrutaba de hablar con él y lo tomaba como su confidente, sobre todo al momento de desembuchar sus más bajos deseos y pasiones.  Era una relación extraña porque no eran amigos y, de hecho, era dudoso que Miss Karlsten tuviese en su entorno gente a la que llamar así; más aun,en todo momento, Miss Karlsten hacía notar su superioridad jerárquica sobre Jack; y sin embargo, existía una especie de código compartido entre ambos que excedía a cualquier relación entre jefa y subalterno.  Cuando ese día Jack se presentó a la oficina de ella, rápidamente detectó en los ojos y en el semblante de su jefa que el motivo por el cual le había convocado no estaba vinculado a lo laboral.
“Toma asiento…” – le instó ella, secamente.
Jack, en efecto, se ubicó frente a ella, al otro lado del escritorio; le sorprendió, al mirar en derredor, no ver por el lugar a ninguno de los jovencitos que ella usaba para sus servicios del tipo que fuesen.  Cuando la oficina era, como lo era en ese momento, exclusiva para ellos dos, significaba que el tema convocante revestía un carácter diferente a los habituales, por lo cual requería ser tratado de manera privada.  Jack quedó allí, sentado y sin decir palabra, a la espera de que fuera su jefa quien rompiera el silencio producido tras la invitación a ocupar el lugar frente a ella.  La notó extraña: algo dubitativa y alejada de la habitual seguridad que irradiaba y,de hecho, no lo miraba directamente a la cara sino que tenía la vista perdida en algún punto indefinido de la alfombra.
“Bien, al grano – dijo, finalmente, Miss Karlsten, levantando la vista hacia él -.  He hecho una adquisición: un Merobot…”
Jack asintió, enarcando las cejas y frunciendo los labios; su gesto, no obstante, mostraba que no estaba del todo sorprendido.
“Lo sé – dijo, sonriendo -; sé reconocer el logo de World Robots y no es habitual ver pasar en dirección a tu oficina una caja que, sospechosamente, tiene el tamaño justo para llevar un símil humano en su interior… Me sorprendió en su momento porque siempre dijiste que preferías los muchachitos de carne y hueso. ¿Y bien?  ¿Satisfecha?”
“A decir verdad, no… – respondió ella meneando la cabeza -.  Es decir…, el robot responde sexualmente pero… no responde a todo lo que yo espero de él…”
“¡Caramba! No me decepciones que estoy pensando en comprar un par… ¿Y qué es eso a lo que no responde?”
“Le ordené azotarme… y no lo hizo” – disparó a bocajarro Miss Karlsten para, automáticamente, bajar la vista tras sus palabras.  De algún modo, parecía que se había sacado un peso de encima al pronunciarlas.
Jack abrió grandes tanto la boca como los ojos; estirando el cuello en dirección hacia su jefa, se llevó un dedo índice al lóbulo de la oreja y lo empujó hacia adelante como si tratara de oír mejor.
“¿Perdón?…” – preguntó, visiblemente sorprendido pero a la vez imprimiendo a su expresión un fuerte deje de ironía.
“Ya lo oíste; creo que no necesito repetirlo” – fue la lacónica respuesta de Miss Karlsten.
“¿Acaso… te decidiste finalmente a explorar ese costado oculto del cual me hablaste la vez pasada?”
“No te llamé para hablar de ningún costado mío, sino de mis problemas con el robot…”
“Ajá… ¿Y dices que no quiso azotarte?”
“No, no puede hacerlo; por primera ley de Asimov”
“Claro – asintió Jack -; no puede hacer daño a un ser humano…”
“Pero he llamado a World Robots y…”
“¿Te atendieron?” – preguntó él, extrañado.
“No sólo eso – dijo ella y, si bien no sonrió, exhibió la clásica mueca arrogante y triunfal que se apoderaba de su rostro cada vez que tenía oportunidad de hacer gala de su poder e influencias -; hablé personalmente con Sakugawa”
“No te burles de mí…”
“No lo hago; hablé con él…”
“Ajá… – aceptó Jack, cabeceando pensativo -.  ¿Y qué te dijo el samurai?”
“No me dio garantías de que funcione, pero me dijo que tal vez una posible forma de que el robot aceptase azotarme fuera viendo que yo disfruto y gozo con la azotaina…”
Una sonrisa se dibujó en los labios de Jack Reed, recorriéndole todo el rostro.
“Bien, esto se va poniendo divertido… – dijo -.  Ahora, dime, ¿para qué me llamaste?”
Miss Karlsten volvió a mostrarse insegura y dubitativa como al comienzo de la charla; dirigió otra vez su vista hacia el alfombrado y luego hacia los edificios de Capital City que poblaban la vista a través de los amplios ventanales.  Cuando habló, lo hizo como si le costara soltar las palabras y, de hecho, sin mirar a Jack.
“Tú sabes que eres para mí la persona en quien más confío dentro de esta empresa… Pues bien, se me había ocurrido que…”
“Ve al grano de una vez…”
Miss Karlsten se aclaró la garganta; giró la cabeza decididamente y miró a los ojos de su interlocutor.
“Lo que yo pensé, de acuerdo a lo que Sakugawa me sugirió, es que para que la cosa funcione, el robot debería verme siendo azotada y gozando con ello…”
Jack dio un respingo en su asiento; la jefa continuó hablando:
“No puedo exponerme a ser azotada por cualquiera ya que eso implicaría el riesgo de que saliera corriendo a contarlo…”
“Estamos de acuerdo – intervino él -; y convengamos, de hecho, que la poderosa Miss Karlsten siendo azotada es un muy jugoso rumor de corrillo…”
“Así es… Por esa razón he pensado en que lo ideal sería que si voy a ser azotada frente al robot, quien me propine esos azotes fuera la única persona en quien confío en todo este piso…”
Esta vez, más que un respingo, Jack Reed experimentó un violento sacudón en su asiento; se ahogó con su propia saliva y hasta debió tomarse de los apoyabrazos para mantener el equlibrio.
“¿Estoy… escuchando lo que creo escuchar?” – preguntó, desfigurado su rostro por la mueca de sorpresa.
“Jack…, no confío en nadie más…”
Él asintió con la cabeza, como evaluando la situación.  Una sonrisa se dibujó en su rostro por debajo del azoramiento.
“Créeme que es una propuesta interesante, je… Todos esos que se hallan ahí afuera – señaló con el pulgar hacia la puerta por encima del hombro -, estarían más que interesados en hacerte pagar unas cuantas… Pero, bien, creo que ya lo sabes…ése no es mi juego, no es lo que me gusta y, por lo tanto, no estoy seguro de poderte dar lo que quieres o de producir en el robot lo que quieres producir…”
“No es importante lo que el robot perciba en ti sino lo que perciba en mí…”
“Okey… ¿Y tú crees que podrás mostrarte ante él gozando mientras te azoto?  Después de todo, no soy tu tipo y no sé hasta qué punto la situación pueda llegar a excitarte si estoy involucrado en ella”
“Se trata de probar… – dijo Miss Karlsten y, por primera vez durante toda la charla, esbozó una sonrisa -.  Es absolutamente cierto que quizás yo no goce si sé que lo estás haciendo por obligación y sin comprometerte con el placer de azotarme como también lo es que, no siendo tú mi tipo, el efecto estimulador en mí no sea el mismo que pudiera ser con un hombre que me atrajese o bien con el robot mismo.  Pero puedo hacer el esfuerzo: concentrar mis pensamientos, imaginar otra situación, reemplazarte en mi mente por otro, no sé…; hay miles de caminos.  Es sólo cuestión de verlo…”
“¿Y el robot va a permitirlo?” – preguntó Jack levantando una ceja.
Miss Karlsten quedó momentáneamente en silencio.  Casi había olvidado que el propio Sakugawa le había advertido al respecto de la primera ley de Asimov y de sus implicancias en cuanto a que los robots no podían, por inacción, permitir que un ser humano sufriese daño.
“Es cuestión de verlo…” – repitió, simplemente, y bajó la vista hacia su escritorio a la búsqueda de la agenda de trabajo para el día.
Ni siquiera la conmoción por el peculiar pedido de su jefa logró abstraer a Jack de su obsesión por los Ferobots.  Al salir de su trabajo no pudo evitar pasar por uno de los locales de World Robots y, luego de extasiarse con la vista de las réplicas femeninas que le arrojaban sensuales miradas y besos soplados desde las vitrinas, entró para indagar por sí mismo acerca de las condiciones en que podían hacerse los pedidos.  La vendedora que tan cortés y seductoramente lo atendió (¿sería un robot?; llegó a preguntárselo), fue prestando particular atención a su pedido y, en efecto, en la medida en que iba cargando los datos en un ordenador que mostraba los eventuales resultados en pantalla, le iba poniendo al tanto de los costes y presupuestos, los cuales, por cierto y como no podía esperarse de otra forma, no distaban mucho de los que había indagado virtualmente en los sitios de la compañía.
“No son modelos complicados de hacer a pedido – le dijo la vendedora, siempre sonriente y agradable -; de hecho, el de Elena Kelvin lo piden bastante.  Theresa Parker no tanto, pero también nos lo han pedido, lo cual significa que ni siquiera demandarían demasiado tiempo puesto que se pueden usar como base las matrices ya utilizadas antes y, en todo caso, incorporarles los datos necesarios para adosar a cada androide los detalles que usted desease… En cuatro días, a más tardar, tendría los dos Ferobots listos…”
Una vez que le dio a Jack los presupuestos por ambos, éste no pudo evitar sentir una cierta vergüenza al pasar a preguntar por el Merobot, particularmente la réplica de ese actor que tanto encandilaba a Laureen.   La chica, sin embargo, no pareció sospechar  sobre la sexualidad a juzgar por su siguiente comentario:
“Ya veo: hay que dejar también contenta a la esposa, ¿verdad? – dijo, siempre tan sonriente y agradable; Jack la miró preocupado, llegando por un momento a creer que quizás le leyera el cerebro.  Ella pareció notarlo y seguramente a eso se debió su posterior aclaración -.  Es lo que les ocurre a la mayoría de los hombres casados que nos visitan: siempre tienen que llevar algo para sus mujeres… Y ese robot, particularmente, el de Daniel Witt, es también bastante pedido”
La vendedora le hizo, por lo tanto, el presupuesto del pack de tres robots: los dos Ferobots y el Merobot.  Tal como Jack sospechaba e incluso como había estado espiando con su navegador, los costos eran altísimos y ni siquiera ayudaba demasiado el hecho de que World Robots ofreciera un descuento especial cuando el cliente encargaba tres o más androides.  Podía, sí, desprenderse de los dos robots que poseía: conductor y perro eran firmes candidatos a ser considerados prescindibles.  Pero aun suponiendo que se desprendiera de esos y de otros bienes, su tarjeta de crédito no  disponía del cupo suficiente para semejante monto.  Si renunciaba a uno de los robots, posiblemente lograría que la compra entrase, pero…: ¿renunciar a Theresa?  ¿A Elena?  De ningún modo, eran las dos o no era nada…
Al momento de volver a subir a su vehículo, echó una mirada a su robot conductor, quien acababa de poner el mismo nuevamente en marcha para retomar el camino a casa.  Jack bien sabía que era una de las últimas veces en que lo vería hacerlo… Su mente, sin embargo, estaba lejos de allí y su siguiente acto lo evidenció.  Tomando el “caller” llamó a su jefa.  Miss Karlsten se mostró en la pantalla sorprendida ya que no era habitual que él la llamara a tan poco de haber terminado con su jornada laboral.
“Carla… – le dijo, con un deje de picardía en la mirada -.  Te propongo un trato: vas a tener los azotes que quieres recibir delante de tu robot, pero yo necesito que me prestes tu tarjeta de crédito para una compra…”
Cuatro días después, Jack ingresaba en auto a su propiedad como cualquier otro día.  Sin embargo, lo extraño del asunto, y Laureen lo notó, fue que no venía conduciendo su robot como era lo normal a diario.  Ya de por sí, le había extrañado no ver al perro correteando por el parque en todo el día y, de hecho, estaba esperando la llegada de Jack para preguntarle al respecto.
“Jack, ¿has visto a Bite?” – le preguntó ella apenas él descendió del vehículo y casi sin saludarle.  Jack, sin embargo, se mostraba sonriente y despreocupado sin, aparentemente, haber registrado en demasía la pregunta.
En ese momento, la puerta del acompañante se abrió y fue inevitable que Laureen acusara recibo de lo que desorbitados ojos vieron.  Las piernas le flaquearon por un momento y se notó que le tembló la mandíbula: en cuanto logró, siquiera por un momento, despegar los ojos del peculiar visitante, dirigió a Jack una mirada que era sólo interrogación.
“¿No vas a saludar a nuestro visitante?” – le preguntó él, abriendo los brazos en jarras y con una sonrisa de oreja a oreja.
“Jack… – musitó ella -.  No… estoy entendiendo… ¿Qué es esto?  ¿Qué está pasando?”
“¿Así es como me agradeces? – preguntó él, con ofuscación claramente fingida -.  ¿No vas a saludar al muchacho?  Creo que lo conoces…”
“¡Claro que lo conozco! – aulló Laureen, perdiendo la paciencia -.  Es Daniel Witt, el actor que bien sabes cuánto me gusta…, pero…, ¿qué hace aquí?  ¿Vas a explicarme o no?”
Mientras hablaba, el Merobot que imitaba al afamado y sexy actor, iba caminando a través del parque en dirección hacia la joven esposa, imprimiéndole a cada paso que daba una carga sensual tan fuerte como la que irradiaba su mirada, con la cual no paraba de devorar ni por un instante a Laureen.
“Es que… en realidad no es él – aclaró Jack, sonriente y acodado aún contra la puerta del auto -.  Es un Merobot, Laureen… Nuestra nueva adquisición…”
Ella volvió a clavar la vista en los ojos del androide y quedó petrificada.  Había algo en aquella presencia que la inmovilizaba de la cabeza a los pies: algo indefinible pero inconfundiblemente sexual.  Aquellos ojos azules que se le clavaban como puñales de deseo y aquel cuerpo fantástico que lucía enfundado en una remera ajustada y desgarrada como las que solía usar en las series que ella veía en televisión, sumado a esos ceñidos shorts de jean que marcaban bien su bulto: todo era una mefistofélica invitación al placer carnal.  Laureen, más que nunca, comprendió que la voluntad es una cosa… y el deseo… otra.
“Hola, Laureen…” – le saludó el robot y ella sintió un poderoso estremecimiento en cada fibra de su cuerpo.  No sólo era la estocada de oír su nombre pronunciado de labios de Daniel Witt, sino además la forma en que lo había pronunciado, capaz de desarmar a cualquier mujer.
Ella se sintió nerviosa; un convulsivo temblor dominaba todo su cuerpo.
“Bueno, chicas, ya pueden bajar del auto…” – instó Jack a viva voz.
Aunque le costó hacerlo, Laureen desvió la vista por un instante del increíblemente hermoso macho que tenía enfrente.  Su expresión de sorpresa, de todos modos, no mermó un ápice al comprobar que del asiento trasero del auto descendían la conductora televisiva Theresa Parker y la top model Elena Kelvin o, lo que ya para entonces podía suponer, sus perfectas e increíbles réplicas.  Se ubicaron una a cada lado de su esposo: una lo tomó por la mejilla y la otra apoyó un codo contra su hombro.
“Jack… – comenzó a decir Laureen, quien aún no podía salir de la sorpresa -.  No… sé qué es todo esto, pero creo que te estás equivocando.  No me parece que…mmmmmmfffffff….”
No logró terminar la frase porque ya el Merobot la había tomado por la cintura aplastándola contra su formidable pecho al tiempo que le introducía en la boca su roja lengua para besarla con una profundidad que Laureen distaba de conocer.  En un primer momento, pareció como si ella quisiera rehuir el contacto: agitó los brazos y manoteó el aire como si intentara liberarse del abrazo y del beso pero fue se trató sólo de un lapso muy fugaz; pronto se rindió mansamente ante aquella lengua que se confundía con la suya y que parecía moverse dentro de su boca como si tuviera vida propia o como si fuera un órgano sexual; en una más que obvia muestra de entrega, los ojos de Laureen se cerraron.  Una de sus piernas se flexionó doblando la rodilla y la otra se destensó, como cediendo ante la intensidad del momento: ya no había en ella signos de resistencia.
“Dale a Laureen un momento que nunca olvide, Daniel” – ordenó Jack y, en efecto, el robot respondió a la orden con toda prontitud.  Sin despegar ni por un instante sus labios de los de Laureen, se inclinó sobre ella obligándola a arquear su espalda, le cruzó un brazo por debajo de los omóplatos y otro por debajo de los muslos, la cargó en vilo y así, en brazos,  la fue llevando a través del parque en dirección al porche de la casa.  Parecía un flamante esposo cargando a su reciente esposa y llevándola al lecho nupcial para su estreno; de algún modo, quizás eso era…
Viendo la imagen, Jack sonrió pero a la vez no pudo evitar sentir un cierto acceso de celos.  Sin embargo, todo se le pasó rápidamente en cuanto sintió que, sobre la comisura de los labios, le jugaban las lenguas de las réplicas de Theresa y Elena.  Y si eso, de por sí, no era ya motivo suficiente como para ponerse a mil, sólo unos segundos después cada una de ambas llevaba una mano hacia el bulto de Jack y se dedicaba a masajearlo haciendo que el mismo se irguiera y fuera mojando el pantalón a ojos vista.
Desde lo alto, unos metros por encima del muro que hacía de límite a la propiedad de los Reed, un módulo espía se mantenía suspendido observando la escena.  Sólo durante un instante prestó atención a Jack y las muchachas; luego giró el lente y lo enfocó claramente hacia el robot masculino, quien seguía caminando en dirección a la casa llevando en sus brazos a Laureen Reed…
                                                                                                                                                                                         CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
Viewing all 892 articles
Browse latest View live